Los derechos se obtienen y se conservan, –primerísimamente–, votando a quienes mayor querencia hayan demostrado por obtenerlos, conservarlos y hacerlos viables en la práctica, y aún por más que puedan caber muchísimas cosas por reprocharles. Perder entonces estos derechos por razón de especular con el voto, para luego tener que salir a la calle de nuevo a exigir lo que ya era de ley, califica muy gravemente, no solo a los políticos responsables de ello, sino mucho más a la población que los quita y los pone al mando.
En este tiempo de regresión, de involución, de reacción y de sometimiento, de infinitos respeto y acato, con su encogimiento de hombros, no vendría de más aprender que la estabilidad y vigencia de los derechos adquiridos depende, –en democracia–, mucho más de los votantes que de los políticos. Porque luego toca ir a llorar a las plazas, donde en lugar de entregar moqueros para el desconsuelo, te llaman ‘el enemigo’ y te reparten soplamocos.
Quienes retiran y recortan las libertades y revierten los derechos están allí porque allí fueron puestos por los votantes, y como en el apólogo del escorpión y la rana, nada cabe reprocharles. Esa es su índole. Y la culpable, la rana. Pero muchísimos ya conocían esta índole, muchos fingieron no conocerla, otros prefirieron ignorarla y demasiados correr el albur de atravesar confiadamente la charca. Y a aquellos que de verdad la desconocían, sólo cabe decirles que aprendan. Pero ahora toca a todo el mundo aguantar el picotazo. Y es de los que gangrenan, no de civilizado mosquito doméstico.
La utilidad de las lecciones también se pone de manifiesto en esa especie de negativo moral que esconde la verdad, por más que latente, pero que finalmente se revela en la bandeja de ácido y que se dibuja clarísima cuando el mal estudiante acaba por exclamar ¡ay, si hubiera estudiado a tiempo!, y cuando entiende, finalmente, que no todo es culpa de los profesores, que además, como los alumnos, los hay buenos, los hay malos, los hay ineptos y los hay todavía peores. Y resulta que había libertad suficiente para poder elegir a unos o a otros de los padres doctrinos.
Así que, los más que avisados, y que prefirieron equivocarse a sabiendas, los que ahora, a la hora de las reclamaciones, se ven despachados a Parla a degustar la afamada especialidad del lugar; poca compasión y comprensión me merecen y hasta justo me parece el que se tengan que gastar la obtenida rebaja del sueldo –o de la pensión, o los beneficios de la expropiación de sus úteros, en dentífricos, colutorios y limosnas para la novena de la Inmaculada.
Sarna con gusto...
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