sábado, 23 de enero de 2016

El asalto al vicecielo.

Les ‘descubren’ —y digo descubren entre comillas, porque nada había que ocultar—, a la CUP, a Podemos, y a ámbitos de la izquierda abertzale y a otras organizaciones de las que habitualmente califica nuestra muy libre y democrática prensa como de ‘extrema izquierda o izquierda radical’ un viaje pagado a Venezuela, a cuenta de los mejores fastos del régimen de aquel país y, de inmediato, un gigantesco coro de ‘lo institucional’ poco menos que insta a triturarlos por tal comportamiento, poniéndose de seguido a buscar desesperadamente en las leyes, tanto la legión mediática como el poder instituido mismo, el modo de lograr escarmiento para tan indigno proceder. El de irse a Venezuela a hablar, a escuchar y a regresar, finalizado todo ello.

Pero, hasta donde se me alcanza, creo que cualquier español puede ser invitado libremente a cualquier parte del mundo y con cualquier objeto, siempre que no sea con la finalidad demostrada de conculcar alguna ley, e igualmente cualquiera puede decidir aceptar o rechazar tales invitaciones. Y, de recibir cantidades en metálico durante tan gozosas visitas turísticas o de trabajo, estas se deben declarar, supongo, igualmente, y ahí terminan las obligaciones y empieza el placer sutil de ser recibidos por personajes como el señor Maduro o por esos otros dechados de virtudes democráticas como puedan ser el monarca de Arabia Saudí o el dictador kazajo, por ejemplo, y siendo de todos conocido que estos dos últimos no retribuyen los servicios que solicitan. La buena mayoría de nuestras instituciones los visita y frecuenta solo por el exclusivo placer de verlos y saludarlos.

Y, sin duda, existen muchos otros lugares donde el simétricamente especular y equivalente turismo institucional de maletín, escapulario, capilla portátil, mantilla, capote y reproducciones de la Alhambra o de la catedral de Santiago van y vienen sin cesar, al igual que el tráfico de frases hechas y discursos ad hoc para cada una de estas felicísimas circunstancias, en particular para señores empresarios y comisionistas, desde la endemoniada Rusia todavía soviética —según tantos—, pasando por el recíproco respeto con el que retribuimos el delicado hacer de la República Popular China para con sus minorías y disidentes, llegando hasta el Vaticano mismo, estado prístinamente democrático donde pueda haberlos y con el que tenemos establecido el más ejemplar de los acuerdos posibles, el Concordato. 

Quedarían excluidos tales placeres turísticos solo en el caso, supongo, de hallarnos en guerra con el país anfitrión o de haberse establecido contra tales visitas interdicciones de ley, por una razón u otra, como, por ejemplo, podría hoy ocurrir con Siria, a donde los ‘buenos’ ciudadanos sí pueden viajar a traficar con sus maletines, pero los malos, no, si lo que desean tales demonios es ir allí a entregar su peso en forma de carne de cañón para otras causas.

Sin embargo, y hasta el momento, creo que no le está prohibido a nadie viajar a Venezuela, a donde se puede ir libremente tanto desde el punto de vista de las autoridades españolas como de las venezolanas, al menos en la mayoría de los casos y habiendo cada cual de limitarse a cumplir los requisitos adecuados de trámites y documentación.

Pero no he escuchado en ninguna parte que ese otro tráfico y ese inacabable voy y vengo ‘institucional’ de altos cargos, tantas veces ‘invitados’ a parecidos ires y venires con exquisito trato garantizado, y siempre y mayoritariamente a países tan ejemplarmente democráticos como las monarquías petroleras y tantas y tantas otras dictaduras que por el mundo hay, y encabezando la nómina de viajeros empedernidos el mismísimo monarca anterior, Don Juan Carlos I y, del rey abajo, ministros, diputados, senadores, altos cargos, diplomáticos, comisionistas, conseguidores, agentes de agencias serísimas y agentes de agencias dudosas, aventureros, periodistas encargados del adecuado boato o del preceptivo silencio, empresarios de toda laya, ‘amiguitas’ (o ‘amiguitos’) incluso, y toda otra clase de ‘espabilados’ del corral patrio, sea tratado con la misma indignación y escrutado con lupa de los mismos aumentos.

Porque es el caso que de estos viajes esta más que acreditado que derivan continuamente comisiones ilegales, tratos ventajosos con uso de información privilegiada de carácter público para obtener con ello beneficio privado y otras decenas de figuras, sin duda contempladas por el derecho administrativo y criminal como punibles y muchas de ellas perseguibles de oficio, pero que, sin embargo, a nuestra siempre santa, buena y leal administración —y prensa— no solo se le da habitualmente una higa, sino que se ‘santifican’, so capa del siempre sagrado beneficio para la todavía más sagrada Marca España.

Por lo tanto, falta de cintura de don Pablo Iglesias y de los líderes de los ámbitos así acusados puesto que, recibidas dichas acusaciones mediáticas, pero sólo de palabra por la ‘administración’ y por causa de sus viajes y la posible ‘calderilla’ asociada a los mismos, no quedaría otra que contestar, mirando fijamente, por ejemplo, hacia un retrato de su majestad el rey emérito, hacia el intachable señor embajador de España, don Gustavo de Aristegui, o hacia el impecable lechuguino y diputado del PP, don Pedro Gómez de la Serna: nosotros todavía no tenemos una imputación de la fiscalía por razón de permanente gira turística y educativa. Otros, sí. ¿Cuál es el problema, entonces?

No me negarán que es pura falta de cintura el no contestar así cada vez que la situación lo demande.

Y, más aún. Ese Irangate en un vaso de gazpacho que, igualmente, se le quiere montar a Podemos y, más concretamente a su líder, Pablo Iglesias, por causa de la financiación por parte de un empresario iraní de su programa de Televisión por Internet, La Tuerka. Desconozco, evidentemente, si el empresario se limita a recoger unos beneficios con un negocio relativamente original, o si dicho empresario representa tan solo la larga mano de los ayatolás, pero, en cualquier caso, me causa, comparativamente, escasos problemas éticos.

Porque si lo que buscara esa supuesta larga mano de los ayatolás fuera un mejor trato en sus negocios petroleros, no sé yo bien si hayan acertado sus musulmanas santidades poniendo sus huevos en ese cesto, pero de lo que no me cabe duda es de que las comisiones por los negocios petroleros con la monarquía saudí y otras equivalentes, pero estas no hipotéticas, sino del todo reales —y nunca mejor dicho—, llevan aparejadas y efectivamente movidas, sólo en España, en cuarenta años, cifras que sin duda suman más que el PNB de algún año. Y con comisiones en proporción, legales e ilegales, evidentemente. Es decir, números que no se pueden poner aquí porque no da el ancho de pantalla y que han enriquecido a tantos, y en varios órdenes de magnitud por encima de esos 50.000 o 100.000 euros que haya podido meterse don Pablo Iglesias en el bolsillo, caso de ser así.

Y dinero este, el de su beneficio, obtenido trabajando —currándoselo en pantalla, para entendernos, a no ser que sea un sosias el que aparece en sus programas—, y ganando por ello y a tenor de las cifras que se mencionan y conocidas las tarifas del gremio, bastante menos dinero que cualquier estrella mediática de las que enseñan el culo como su mejor capital artístico o ético o largan sonrisas de dentífrico y nada más, y desde hace igualmente cuarenta años. Y, encima, don Pablo, manteniendo una altura más que respetable en dicha labor, más el regalo, tantas veces, de llevar a pensar y a reír a su audiencia y de hacer una TV sin duda mejor, más informativa, más seria y más original y moderna. En resumen, un verdadero delito.

Y, más falta de cintura, hoy mismo. Al señor Iglesias una periodista le afea el intentar lo que ella califica, como tantos otros zafios, como ‘pacto de perdedores’. Y no se le ocurre otra a don Pablo que, en lugar de contestarle adecuadamente, afearle su abrigo de pieles. Yo, sintiéndolo mucho, creo que llevar un abrigo de pieles todavía no es delito y no debiera serlo mientras exista un acuerdo, por ahora vigente, sobre la legalidad de las granjas de visones (o de pollos) y sobre otros usos a los que destinamos a los animales con los que compartimos el globo. Nosotros como reyes de la creación y ellos como piel de sofá o relleno de bocata. No, no me gustan los abrigos de pieles, ni los que tiran cabras de un campanario o alancean toros. Pero es que no era esa la cuestión en absoluto, porque además le proporcionó la intoxicada preguntante al señor Iglesias una ocasión perfecta para hacer didáctica democrática, que este desaprovechó miserablemente. 

Porque se podía haber rabatido muy bien el término —si es que algún ciudadano fuera corto de entendederas o estuviera más interesado en el ‘Marca‘ que en la actualidad política— mediante símil deportivo para así ayudarle a alcanzar, a alumbrar y comprender el concepto.

Y es que esa necia expresión de ‘pacto de perdedores’, en boca de toda la derecha institucional y mediática y esgrimida en todas las tertulias y ámbitos políticos como hallazgo intelectual y argumento de los de tener en cuenta, es sin embargo una vaciedad y una alteración y adulteración del sentido real de lo que es una democracia parlamentaria, que tengo que reconocer que me produce una irritación mayúscula cada vez que la oigo.

Y ahí va el argumentario por si alguna vez le valiera a alguno de los interpelados y agredidos para manejarse con la estúpida expresión y sin necesidad de tener que quedarse callados o salir por los cerros de Úbeda, que no se sabe qué es peor ni más triste.

Instituciones fundamentales del mundo y el pensamiento moderno, como el Campeonato Nacional de Liga, el Mundial de Automovilismo, una carrera ciclista o una competición por equipos, así como un recorrido de golf, por ejemplo, no premian ni dan el título a quien más victorias obtenga, sino a quien más puntos logra o a quien consiga meter las bolas en el agujero con menos intentos. De nada sirve meter la bolita en el gua tres veces de un solo tiro si, luego, en el resto de hoyos se suman más intentos que otro contrincante que no haya ganado en ningún hoyo del recorrido, pero que, perfectamente, puede ganar el torneo quedando segundo en todos ellos, dependiendo de los resultados de los demás contrincantes.

De igual manera, en las confrontaciones por equipos, de poco sirve que gane el participante de un equipo, si después, los de otro quedan segundo, tercero, cuarto... Sumados sus puntos, ganan la prueba, aunque no hayan sido del equipo del que se llama a sí mismo ganador, equivocadamente, pues no era ese el objeto de la competición. En automovilismo, lo mismo, y en el campeonato de liga, igual. No lo gana quien gana más partidos o carreras, lo gana quien suma más puntos al final. Y punto.

Pues bien, el Parlamento tiene un reglamento como el de un campeonato cualquiera, es decir, reglas, que especifican claramente que puede, pero no debe gobernar (o ganar, en el símil) quien haya ganado las elecciones por número de sufragios. Lo que cuenta es una suma de puntos, en este caso, escaños, suficiente y mayor que otra, sean quienes sean quienes libremente entren en los sumandos. Ese es el reglamento del juego y no es un invento local, lleva siglos así establecido, poco menos por todas partes y en todos aquellos tipos de sociedades que, hoy, se denominan democráticas.

En consecuencia, ganar no sirve de nada, porque ganar, lo que se dice ganar de verdad, es otra cosa. Ganar consiste en que, cuando no se suma por parte de un partido lo suficiente, tratar de hacerlo en compañía de otros. Y lo que cabe preguntarse es: ¿pero tan difícil es de entender este concepto por sus señorías y parte de nuestros gobernantes y prensa, expertos y buenos conocedores de todo ello, cuando hasta gobiernos ha habido que han caído por una moción de censura, es decir, un mecanismo legalmente establecido precisamente para, en medio de una legislatura, ver si las sumas de partes siguen siendo las que eran o son otras? Porque si no lo son, se hace caer un gobierno como igualmente si la suma no es suficiente, como es hoy el caso, no se puede establecer uno. Y no hay más.

Y me sigo preguntando: ¿pero de verdad el señor Iglesias, profesor de ciencias políticas, no pudo utilizar tan obvio argumento en lugar de afearle el abrigo de pieles a la moza de micrófono que le interpeló con la zafia pregunta?

Pero, en cambio, donde sí ha dado un golpe de cintura Podemos, y un golpe suficiente como para hacer que se difumine todo lo anterior, ha sido, hoy mismo también, con su propuesta y con su enésima pirueta, esta vez, triple mortal, con caída perfecta. Tanto, que ha llevado a Rajoy a tirar la toalla. El búho del plasma ya no quiere, ni puede ni se atreve a salir en la foto, menos todavía a pasar por una investidura que sería peor que una moción de censura, derrotada antes de siquiera empezar.

Órdago a la grande al PSOE, penetración hasta la cocina, no, hasta el dormitorio y desenmascaramiento final de las posiciones, de la propia, evidentemente, pero, en consecuencia, igualmente de las ajenas. O juntos o nada, y si no, id con el PP y Ciudadanos de una puñetera vez, ateneos a las consecuencias y esperad a ver qué dicen vuestros votantes.

Y esta vez, sí que el PSOE no tiene ya otra que decidir su posición. O se deja querer por el PP, o acepta el órdago de Podemos. Y de cualquiera de las dos decisiones saldrá un PSOE por completo distinto. Uno que pueda seguir utilizando su nombre con relativo orgullo u otro que se dirija a su lenta laminación.

Pero no es órdago solo, evidentemente, a Pedro Sánchez, sino a todo el PSOE que, o se descompone definitivamente o tiene que contestar todos a una, cuando esto es, también obviamente, lo único que no querían y malamente sabrían hacer. Y órdago, de paso, también a Ciudadanos. ¿No hablábais de cambio vosotros también? Pues ahí lo tenéis. Tomadlo o dejadlo. Negadlo y quedaos mirando o participad en él. Sed partido de cambio o pajes de un Rajoy derrotado. Vosotros mismos. Menuda papeleta...

Y entonces, cómo no, otra vez la caverna mediática e institucional.  ¡Qué osadía, proponerse de vicepresidente del gobierno! ¡Y con toda la plana mayor en el carro! ¡Sólo es amor al cargo! ¡Igual que todos!

Porque los demás, no, los demás no aspiran a sus presidencias ni vicepresidencias, ni a ministros, ni a cargos ni al poder. Los demás van solo por amor al pueblo. Ternura y sana risa da casi recordar aquel desafío después del 15M, con aquella chulería estulta del: —Que se presenten a las elecciones— Pues ahí los tienen, robándoles la cartera, no, las carteras. Democráticamente.

¿Porque, además, de qué tendría que postularse el señor Iglesias, una vez que admite y plantea un gobierno de coalición? ¿De botones, de macero? Y los suyos ¿de vicesecretario general técnico? Porque le otorga al PSOE con su cambio de postura el sin duda modesto premio de la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez que, vaya, tampoco es silla de cocina, y a su partido un certificado de supervivencia para una temporada.

Pero que esto al PSOE, o a parte de él, le pueda sentar y le siente, como ya se han apresurado a decir, como si le pisaran un callo, no es consecuencia sino de la esquizofrenia de esa formación, pero de ello no tiene culpa en absoluto el señor Iglesias, cuyos principales beneficios en estos años han venido precisamente de eso, de la dejación por parte del PSOE de su papel y obligaciones éticas y, desde luego, ideológicas, y del apartamiento del partido con respecto a sus votantes, que no al contrario. Tanto apartamiento y tan notorio, que sus votantes se han tenido que ir a otro partido, en su mayoría al del señor Iglesias.

Así que, si ahora Iglesias les ofrece algo de árnica, en parte envenenada, sin duda, y reintegra esos votantes rebotados para una gobernación en común —por lo demás, hipotética y sometida al permiso de terceros—, será decisión de ellos el aceptar o rechazar la colaboración o la aventura y, en este segundo caso, la alternativa y las posibles consecuencias de no aceptarla, que conocen de sobra. Pero lo que no cabe en cabeza humana es ese coro de: ¡qué desfachatez, la vicepresidencia!


Pues claro, desfachatez... La del asalto al vicecielo, vicebobos. Y una buena exhibición de cintura. Que ya era hora.

miércoles, 6 de enero de 2016

Ya vienen los Reyes Magos caminito del Belén, ole, olé, oléeee…. cargaditos de carbón.

La situación política en España gira estos días en torno a la decisión del PSOE con respecto al futuro de los pactos a establecer o no con unos u otros partidos para alcanzar alguna posibilidad de que se forme un gobierno sin necesidad de acudir a nuevas elecciones.

Pero la posibilidad de pactos parece remota, o tal es la figura que se nos pretende vender. Y a día de hoy la situación es que el PSOE como tal parece remar en dirección opuesta a la de su líder, lo cual no es poca contradicción. Cierto es que las contradicciones en el PSOE no son precisamente novedad, pero ya van alcanzando unas dimensiones que parecen las propias de un sainete, como ya hasta ellos mismos admiten. Y su líder, una figura de escaso peso, si comparada con cualquiera de los líderes anteriores del socialismo español, tiene ahora tres opciones a considerar.

Una, tratar de formar un gobierno que él lidere pactándolo con la casi totalidad del espectro político, a excepción de PP y Ciudadanos. Es una carambola casi imposible, requiere una finura de cintura que no se le ve por ninguna parte, ni siquiera está considerada como del todo aconsejable por su propio partido y, en el remoto caso de darse, nacería con la casi seguridad de un rápido fallecimiento. Bastaría que cualquiera de las fuerzas de las demasiadas que tendrían que formalizar el acuerdo se echara atrás por cualquier cuestión de su interés particular o local para que el recién nacido resultara inviable, seguramente en escasos meses.

La segunda opción, referida al PP, la de morir matando –tú no puedes formar gobierno y yo tampoco, vayamos pues a nuevas elecciones–, es para el PSOE la casi seguridad de una muerte súbita. En este caso, su líder cambiaría su lejana opción al sillón de terciopelo de la presidencia de la nación por la segura silla de tijera en la última fila de los mítines de pueblo a los que le dejaran entrar, que está por ver si habría algunos.

Y si bien quitarlo de en medio así, impidiéndole incluso presentarse de nuevo y consensuando o eligiendo otro candidato, seguramente Susana Díaz, sería la opción preferida de más de medio PSOE, tampoco se diría que le sirviera de gran cosa al partido, pues la andaluza quedaría por ver si resultara un líder claro, dado que no apunta ningún discurso sólido, novedoso, ilusionante y mejor adaptado a los tiempos, así como tampoco se vislumbra una estrategia alternativa de partido diferente a su actual y estremecedora falta de estrategia. Y tampoco la táctica del cambio de pieza, alfil por caballo, aparentaría cambiar gran cosa en el tablero a corto plazo. Es el problema de la vejez, en este caso de las ideas, o del fallecimiento de las mismas, ni te da nadie más crédito ni te queda tiempo. Tu electorado se fosiliza y a los jóvenes les pareces un carroza, perdón un viejuno, para ceñirme a mejores definiciones de la modernidad. Pésimo asunto. Oscuro futuro.

Y existe buena seguridad de muerte súbita en unas próximas elecciones a cinco meses vista, porque el magma del espectro político se sigue moviendo en sentidos que cualquiera de ellos, de repetirse las elecciones en unos meses, redundarán en peores opciones para el PSOE.

En primer lugar, porque es de imaginarse que el PP recuperará de Ciudadanos parte de sus perdidos votantes, ya que la situación en la derecha no es la misma que en la izquierda. La división en la izquierda es a dos mitades, el PSOE y el resto de ella. En la derecha, en cambio, la división es a un tercio dos tercios o, más bien, un cuarto a tres cuartos, lo cual por fuerza estimulará el ‘voto útil’ en dirección al más poderoso y porque, además, el principal factor de detracción de voto dentro de la derecha ha quedado bien claro que no es la corrupción, sino la pobreza y el paro. Y cualquier nuevo resultado con el que PP y Ciudadanos sumaran ocho o diez diputados más de los actuales acabaría con toda especulación. Gobernarían juntos, y punto.

Y es que la corrupción importa solo secundariamente en los partidos de derechas, que nunca han dejado de ser lo que siempre han sido, emanaciones de la cleptocracia subvencionadas por ella misma, y esto es lo que hay y poco más. Pasa a ser algo que les preocupa nada más que a efectos electorales cuando se dan circunstancias sociales, como la crisis, que la estigmatizan algo más, pero apenas las crisis se estabilizan mínimamente puede más el señuelo del dinero rápido que cualquier otra consideración. Los mecanismos de succión y desvío de los caudales públicos están siempre perfectamente engrasados y se ponen a funcionar a pleno rendimiento apenas se da la más mínima circunstancia favorable. Esta es el alma –y la responsabilidad– de sus votantes, el que la corrupción les importe bien poco, y eso no tendrá arreglo, de tenerlo alguna vez, más que a varias generaciones vista o cuando nos gobierne un holandés o un sueco.

Y si bien la corrupción —por dejar una boutade y reírse un poco de las palabras de moda y de lo que ‘es tendencia’— es la única y verdadera transversalidad que recorre e ‘informa los principios fundamentales’ –como decía el franquismo– del espectro político en lo que atañe a la verdadera vida privada de los aparatos de los partidos, lo cierto es que los votantes de izquierda y derecha sí muestran notables diferentes sensibilidades al respecto. Pero, según se modere la crisis y se alcance algún viso de normalidad económica, esos votantes de derechas volverán a su redil y, guste o no, seguirán rondando el totalizar media España, poco más o menos. Es decir, como siempre.

En segundo lugar, y continuando por el suicidio por la vía rápida, la diferencia que ha obtenido el PSOE en votos con respecto de Podemos y sus submarcas ha sido de trescientas mil papeletas, pero, si solo la mitad de los votantes de Unidad Popular, Izquierda Unida o el nombre que lleve esta semana la formación de izquierdas, y visto de lo que les ha servido el voto —gracias en buena parte a nuestra infame ley electoral—, se pasara a Podemos, lo cual parece casi el único desarrollo posible, ya Podemos superaría al PSOE en votantes. Y no digamos si, además, como también parece más que aventurable, dicha izquierda, decidiera confluir con armas y bagajes hacia Podemos y presentar una candidatura unificada. Serían un millón largo de votos más, y todo ello, sin restarle ni uno al PSOE.

Pero es que, además, el propio PSOE, que más parece hoy un organismo en descomposición que cualquier otra cosa —por culpas internas, sin duda, pues con semejante jaula de grillos poca responsabilidad sobre su propia ruina van a poderle achacar a méritos ajenos— es un partido que, al haber abdicado de los mínimos planteamientos ideológicos necesarios para poder llamarse siquiera un partido de izquierda moderada o socialdemócrata, lo que de hecho está haciendo es despedir y centrifugar en inacabable goteo a sus propios votantes, lo que viene ocurriendo desde el inicio de la crisis, es decir, dos legislaturas.

Y estos votantes centrifugados irán donde mejor les parezca, pero más probable ciertamente parecerá el que se dirijan en cierto número hacia Podemos que no hacia Ciudadanos, que ya ha dejado suficientemente claro que es poco más que la marca blanca del PP y que a la primera oportunidad que se les ha presentado han acudido a su rescate.

Todo lo cual, intentando verlo desde la propia división interna del PSOE, les llevará a poder plantearse también la tercera opción, la del pacto a tres con Ciudadanos y PP, vía que, por más que explícitamente descartada con declaraciones diarias y altisonantes por la actual ejecutiva, no puede dejar de contemplarse como una posibilidad para nada de política ficción. De hecho, la propugna nada menos que Felipe González, del que podrá decirse todo lo malo o bueno que se desee, pero al que no se le pueden negar ni el peso ni el poso histórico que representa, como tampoco su olfato político.

Pues una cosa es que mucha gente de izquierda, más o menos moderada, quiera contemplar al partido socialista como lo que desearía que fuera, y otra negar la realidad de que ha sido y muy bien puede seguir siendo, un nido de contradicciones y una estructura de poder mucho más basada en el oportunismo que en la que dice ser su ideología. Y esto es tan cierto como la afirmación anterior de que al PP la corrupción le importa bien poco y sólo le causa algún quebradero de cabeza a efectos tácticos y tal vez prácticos, pero jamás estratégicos o ideológicos.

Máxime cuando, aún resultando esta opción, obviamente, la vía de la más insoportable indecencia para muchos de sus votantes y algunos de sus dirigentes, no se puede negar que les pueda traer sustanciosas ventajas, siquiera momentáneas. La primera y fundamental que retrasaría el que el PSOE pasara a ser la tercera fuerza política –o quien sabe si la cuarta– hasta dentro de una legislatura, es decir, cuatro años, cuando eso es lo que muy probablemente le ocurriría si se fuera a elecciones dentro de seis meses. Y eso, visto y medido desde el aparato de un partido, tiene que tener su buen peso y da sin duda para dedicarle más de un pensamiento.

Por lo demás, justificar semejante paso tampoco les costaría un gran esfuerzo de imaginación –o reiteración–. Tras haber sido capaces de pactar con el PP la reforma de la Constitución en 48 horas y en un sentido que, por más que se esfuercen en llenarse la boca de locuciones como sentido de estado, defensa frente al rescate, viabilidad económica, marca España, necesaria gobernabilidad, estado de necesidad y otros etcéteras –o zarandajas– para encubrir la más espantosa exhibición de dejación ideológica y ética de la que han sido capaces, pero no ciertamente la única, no me parece que, apelando a parecidos términos, más a la siempre disponible y rumbosa de la ‘inmarcesible unidad de la patria’, tan en boga ahora mismo como en el año 1887, 1948 o 1972, acaben justificando encantados el no imposible hecho de dirigirse al altar con la más fea. Y tan contentos, o siquiera a mal tiempo, buena cara.

Y ahí, entonces, tendríamos de nuevo la opción de un sillón de terciopelo para el bueno de su secretario general, esta vez el de la vicepresidencia, que tampoco es un asco de asiento, más el de algunos ministros y el señuelo de que entonces sí, ¡vaya por Dios!, se podría cambiar la Constitución, como ya se ha apresurado a ofrecer Mariano Rajoy. Aunque en cuál sentido y con semejantes parejas de baile para el PSOE, don Mariano y don Albert, vaya nadie a saberlo, pero poca duda podrá caber de que se sustanciaría en un circense cambio cosmético y en exclusivo sentido lampedusiano. Es decir, en exquisita agua de borrajas.

Y lo que quedaría entonces por ver, en efecto, es si de verdad tal decisión resultaría o no en un suicidio en diferido, a modo de simulación, como tantos están dispuestos a jurar a pies juntillas, o si, a la larga, la jugada igual les cuadrara medianamente bien. Porque entonces, salvo nueva y renovada crisis, los de Podemos, los de IU y tantos nacionalistas... no pasarán. Y... ¿a alguien se le ocurre que se le pudiera ofrecer algo mejor al PSOE? Pues a mí, no. Así que no pondría la mano en el fuego por que queden libres de tentación ni por que la sombra del espectro de González, sumada a tantas otras negras sombras, todas apuntando al mismo ángulo y todas tapando la luz, como es la esencia de las sombras, no fueran muy, muy, muy alargadas.

Y aun más, tampoco la pondría por que, si algo evitara tal tentación, no fuera ello para nada la –digamos– indecencia en sí de lo postulado, ni el previsible chaparrón de críticas a recibir por el resto de la izquierda española y el nacionalismo, sino la propia pelea de perros existente dentro de la organización que, si mal vería a un Pedro Sánchez de presidente, pero al que mal que bien habría que seguir de algún modo, igualmente se vería teniendo que defenderlo y seguirlo en el caso de que el pacto –y su vicepresidencia– se hiciera efectivo. Y esta última parte es la que realmente no veo que sean capaces de pactar entre sí y el único resquicio que, tal vez, nos salve de la pinza.

Porque, de haber ahora mismo un líder eficaz y efectivo en el PSOE, poco dudo, en razón de todo lo expuesto, de que el pacto tripartito con la derecha ya estaría atándose bien atado, a fin de cuentas una muerte pospuesta a cuatro años plazo parece bastante mejor remedio que una muerte súbita. Y si el recambio para unas futuras elecciones anticipadas y de resultado más que incierto fuera doña Susana Díaz, como se vislumbra, no sé muy bien cuánta sería la ganancia, queriendo mirar el asunto desde la perspectiva de los de dentro, del aparato, en fin, y de los intereses de unos pocos, que no de los de todos, pero que son quienes detentan el poder bipartito, de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas, desde la transición.

Así que, entre decidir aceptar el seguro alto riesgo de quedar todavía peor de lo que ya se está frente a la alternativa de taparse –una vez más– la nariz y contentarse con lo que hay, no celebrar nuevas elecciones y pactar con el diablo, aceptando la tentación de ‘toma el poder y corre’, no todo el poder, por supuesto, y poder vicario y segundón, pero poder, bien puede ser una realidad que interese a unos y otros, cada cual para mantener lo que le queda de parcela.

Y el que el común tengamos que esperar otra legislatura, o dos o cuatro, para empezar a creer y ver que algo vaya a cambiar, no será ciertamente lo que suma en el desconsuelo a quienes bien poca intención de cambiar se les vislumbra y cuando los cambios que buena parte de la sociedad les demanda pasan, en primer lugar, por perjudicarse a sí mismos. Bien al contrario, esta situación les ofrece todavía la oportunidad de no seguir cambiando otro buen plazo. ¿Y qué otra cosa mejor podrían desear ellos mismos y el IBEX y el sacrosanto mercado cleptócrata que los subvenciona y sostiene, y hasta la santa y católica y romana y apostólica Iglesia?

Y tan tranquilo como resignado que me quedo con la hipótesis, pues, porque si aquí se pueden engañar o equivocar de medio a medio el CNI, el INE, las casas privadas de sondeos, los centros de estudios de los partidos, los ‘analistas’ y tertulianos, los ‘expertos’, las fundaciones bancarias, la burguesía catalana que pone a empollar sus huevos, ¡oh mirabilia!, en los nidos de ERC y de las asambleas anticapitalistas, y el FMI, el Banco Mundial, las incalificables empresas de calificación y las inauditas compañías de auditorías entre amiguetes, así como el sursum corda, por supuesto, venga nadie a decirme a mí nada, que sólo me limito a expresar lo que piensa mi teclado, organismo autónomo, mal informado y sin financiación pública donde los haya.

Así que, igual bien mirado y a quien menos se esperaba, los Reyes Magos les vayan a traer, para variar, su oro, su incienso y su mirra. Y arrieritos somos, Pablo.

Pues como toda la vida Vean si no.


Ya vienen los Reyes magos
Ya vienen los Reyes magos
al nidito de Belén
Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

Cargaditos de juguetes
cargaditos de juguetes
para el Niño de Belén

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

La Virgen va caminando
La Virgen va caminando
caminito de Belén

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

Como el camino es tan largo
Como el camino es tan largo
pide el niño de beber

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

No pidas agua, mi vida
No pidas agua, mi vida
No pidas agua, mi bien

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

Que los ríos vienen turbios
Que los ríos vienen turbios
y no se puede beber

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve.