sábado, 23 de enero de 2016

El asalto al vicecielo.

Les ‘descubren’ —y digo descubren entre comillas, porque nada había que ocultar—, a la CUP, a Podemos, y a ámbitos de la izquierda abertzale y a otras organizaciones de las que habitualmente califica nuestra muy libre y democrática prensa como de ‘extrema izquierda o izquierda radical’ un viaje pagado a Venezuela, a cuenta de los mejores fastos del régimen de aquel país y, de inmediato, un gigantesco coro de ‘lo institucional’ poco menos que insta a triturarlos por tal comportamiento, poniéndose de seguido a buscar desesperadamente en las leyes, tanto la legión mediática como el poder instituido mismo, el modo de lograr escarmiento para tan indigno proceder. El de irse a Venezuela a hablar, a escuchar y a regresar, finalizado todo ello.

Pero, hasta donde se me alcanza, creo que cualquier español puede ser invitado libremente a cualquier parte del mundo y con cualquier objeto, siempre que no sea con la finalidad demostrada de conculcar alguna ley, e igualmente cualquiera puede decidir aceptar o rechazar tales invitaciones. Y, de recibir cantidades en metálico durante tan gozosas visitas turísticas o de trabajo, estas se deben declarar, supongo, igualmente, y ahí terminan las obligaciones y empieza el placer sutil de ser recibidos por personajes como el señor Maduro o por esos otros dechados de virtudes democráticas como puedan ser el monarca de Arabia Saudí o el dictador kazajo, por ejemplo, y siendo de todos conocido que estos dos últimos no retribuyen los servicios que solicitan. La buena mayoría de nuestras instituciones los visita y frecuenta solo por el exclusivo placer de verlos y saludarlos.

Y, sin duda, existen muchos otros lugares donde el simétricamente especular y equivalente turismo institucional de maletín, escapulario, capilla portátil, mantilla, capote y reproducciones de la Alhambra o de la catedral de Santiago van y vienen sin cesar, al igual que el tráfico de frases hechas y discursos ad hoc para cada una de estas felicísimas circunstancias, en particular para señores empresarios y comisionistas, desde la endemoniada Rusia todavía soviética —según tantos—, pasando por el recíproco respeto con el que retribuimos el delicado hacer de la República Popular China para con sus minorías y disidentes, llegando hasta el Vaticano mismo, estado prístinamente democrático donde pueda haberlos y con el que tenemos establecido el más ejemplar de los acuerdos posibles, el Concordato. 

Quedarían excluidos tales placeres turísticos solo en el caso, supongo, de hallarnos en guerra con el país anfitrión o de haberse establecido contra tales visitas interdicciones de ley, por una razón u otra, como, por ejemplo, podría hoy ocurrir con Siria, a donde los ‘buenos’ ciudadanos sí pueden viajar a traficar con sus maletines, pero los malos, no, si lo que desean tales demonios es ir allí a entregar su peso en forma de carne de cañón para otras causas.

Sin embargo, y hasta el momento, creo que no le está prohibido a nadie viajar a Venezuela, a donde se puede ir libremente tanto desde el punto de vista de las autoridades españolas como de las venezolanas, al menos en la mayoría de los casos y habiendo cada cual de limitarse a cumplir los requisitos adecuados de trámites y documentación.

Pero no he escuchado en ninguna parte que ese otro tráfico y ese inacabable voy y vengo ‘institucional’ de altos cargos, tantas veces ‘invitados’ a parecidos ires y venires con exquisito trato garantizado, y siempre y mayoritariamente a países tan ejemplarmente democráticos como las monarquías petroleras y tantas y tantas otras dictaduras que por el mundo hay, y encabezando la nómina de viajeros empedernidos el mismísimo monarca anterior, Don Juan Carlos I y, del rey abajo, ministros, diputados, senadores, altos cargos, diplomáticos, comisionistas, conseguidores, agentes de agencias serísimas y agentes de agencias dudosas, aventureros, periodistas encargados del adecuado boato o del preceptivo silencio, empresarios de toda laya, ‘amiguitas’ (o ‘amiguitos’) incluso, y toda otra clase de ‘espabilados’ del corral patrio, sea tratado con la misma indignación y escrutado con lupa de los mismos aumentos.

Porque es el caso que de estos viajes esta más que acreditado que derivan continuamente comisiones ilegales, tratos ventajosos con uso de información privilegiada de carácter público para obtener con ello beneficio privado y otras decenas de figuras, sin duda contempladas por el derecho administrativo y criminal como punibles y muchas de ellas perseguibles de oficio, pero que, sin embargo, a nuestra siempre santa, buena y leal administración —y prensa— no solo se le da habitualmente una higa, sino que se ‘santifican’, so capa del siempre sagrado beneficio para la todavía más sagrada Marca España.

Por lo tanto, falta de cintura de don Pablo Iglesias y de los líderes de los ámbitos así acusados puesto que, recibidas dichas acusaciones mediáticas, pero sólo de palabra por la ‘administración’ y por causa de sus viajes y la posible ‘calderilla’ asociada a los mismos, no quedaría otra que contestar, mirando fijamente, por ejemplo, hacia un retrato de su majestad el rey emérito, hacia el intachable señor embajador de España, don Gustavo de Aristegui, o hacia el impecable lechuguino y diputado del PP, don Pedro Gómez de la Serna: nosotros todavía no tenemos una imputación de la fiscalía por razón de permanente gira turística y educativa. Otros, sí. ¿Cuál es el problema, entonces?

No me negarán que es pura falta de cintura el no contestar así cada vez que la situación lo demande.

Y, más aún. Ese Irangate en un vaso de gazpacho que, igualmente, se le quiere montar a Podemos y, más concretamente a su líder, Pablo Iglesias, por causa de la financiación por parte de un empresario iraní de su programa de Televisión por Internet, La Tuerka. Desconozco, evidentemente, si el empresario se limita a recoger unos beneficios con un negocio relativamente original, o si dicho empresario representa tan solo la larga mano de los ayatolás, pero, en cualquier caso, me causa, comparativamente, escasos problemas éticos.

Porque si lo que buscara esa supuesta larga mano de los ayatolás fuera un mejor trato en sus negocios petroleros, no sé yo bien si hayan acertado sus musulmanas santidades poniendo sus huevos en ese cesto, pero de lo que no me cabe duda es de que las comisiones por los negocios petroleros con la monarquía saudí y otras equivalentes, pero estas no hipotéticas, sino del todo reales —y nunca mejor dicho—, llevan aparejadas y efectivamente movidas, sólo en España, en cuarenta años, cifras que sin duda suman más que el PNB de algún año. Y con comisiones en proporción, legales e ilegales, evidentemente. Es decir, números que no se pueden poner aquí porque no da el ancho de pantalla y que han enriquecido a tantos, y en varios órdenes de magnitud por encima de esos 50.000 o 100.000 euros que haya podido meterse don Pablo Iglesias en el bolsillo, caso de ser así.

Y dinero este, el de su beneficio, obtenido trabajando —currándoselo en pantalla, para entendernos, a no ser que sea un sosias el que aparece en sus programas—, y ganando por ello y a tenor de las cifras que se mencionan y conocidas las tarifas del gremio, bastante menos dinero que cualquier estrella mediática de las que enseñan el culo como su mejor capital artístico o ético o largan sonrisas de dentífrico y nada más, y desde hace igualmente cuarenta años. Y, encima, don Pablo, manteniendo una altura más que respetable en dicha labor, más el regalo, tantas veces, de llevar a pensar y a reír a su audiencia y de hacer una TV sin duda mejor, más informativa, más seria y más original y moderna. En resumen, un verdadero delito.

Y, más falta de cintura, hoy mismo. Al señor Iglesias una periodista le afea el intentar lo que ella califica, como tantos otros zafios, como ‘pacto de perdedores’. Y no se le ocurre otra a don Pablo que, en lugar de contestarle adecuadamente, afearle su abrigo de pieles. Yo, sintiéndolo mucho, creo que llevar un abrigo de pieles todavía no es delito y no debiera serlo mientras exista un acuerdo, por ahora vigente, sobre la legalidad de las granjas de visones (o de pollos) y sobre otros usos a los que destinamos a los animales con los que compartimos el globo. Nosotros como reyes de la creación y ellos como piel de sofá o relleno de bocata. No, no me gustan los abrigos de pieles, ni los que tiran cabras de un campanario o alancean toros. Pero es que no era esa la cuestión en absoluto, porque además le proporcionó la intoxicada preguntante al señor Iglesias una ocasión perfecta para hacer didáctica democrática, que este desaprovechó miserablemente. 

Porque se podía haber rabatido muy bien el término —si es que algún ciudadano fuera corto de entendederas o estuviera más interesado en el ‘Marca‘ que en la actualidad política— mediante símil deportivo para así ayudarle a alcanzar, a alumbrar y comprender el concepto.

Y es que esa necia expresión de ‘pacto de perdedores’, en boca de toda la derecha institucional y mediática y esgrimida en todas las tertulias y ámbitos políticos como hallazgo intelectual y argumento de los de tener en cuenta, es sin embargo una vaciedad y una alteración y adulteración del sentido real de lo que es una democracia parlamentaria, que tengo que reconocer que me produce una irritación mayúscula cada vez que la oigo.

Y ahí va el argumentario por si alguna vez le valiera a alguno de los interpelados y agredidos para manejarse con la estúpida expresión y sin necesidad de tener que quedarse callados o salir por los cerros de Úbeda, que no se sabe qué es peor ni más triste.

Instituciones fundamentales del mundo y el pensamiento moderno, como el Campeonato Nacional de Liga, el Mundial de Automovilismo, una carrera ciclista o una competición por equipos, así como un recorrido de golf, por ejemplo, no premian ni dan el título a quien más victorias obtenga, sino a quien más puntos logra o a quien consiga meter las bolas en el agujero con menos intentos. De nada sirve meter la bolita en el gua tres veces de un solo tiro si, luego, en el resto de hoyos se suman más intentos que otro contrincante que no haya ganado en ningún hoyo del recorrido, pero que, perfectamente, puede ganar el torneo quedando segundo en todos ellos, dependiendo de los resultados de los demás contrincantes.

De igual manera, en las confrontaciones por equipos, de poco sirve que gane el participante de un equipo, si después, los de otro quedan segundo, tercero, cuarto... Sumados sus puntos, ganan la prueba, aunque no hayan sido del equipo del que se llama a sí mismo ganador, equivocadamente, pues no era ese el objeto de la competición. En automovilismo, lo mismo, y en el campeonato de liga, igual. No lo gana quien gana más partidos o carreras, lo gana quien suma más puntos al final. Y punto.

Pues bien, el Parlamento tiene un reglamento como el de un campeonato cualquiera, es decir, reglas, que especifican claramente que puede, pero no debe gobernar (o ganar, en el símil) quien haya ganado las elecciones por número de sufragios. Lo que cuenta es una suma de puntos, en este caso, escaños, suficiente y mayor que otra, sean quienes sean quienes libremente entren en los sumandos. Ese es el reglamento del juego y no es un invento local, lleva siglos así establecido, poco menos por todas partes y en todos aquellos tipos de sociedades que, hoy, se denominan democráticas.

En consecuencia, ganar no sirve de nada, porque ganar, lo que se dice ganar de verdad, es otra cosa. Ganar consiste en que, cuando no se suma por parte de un partido lo suficiente, tratar de hacerlo en compañía de otros. Y lo que cabe preguntarse es: ¿pero tan difícil es de entender este concepto por sus señorías y parte de nuestros gobernantes y prensa, expertos y buenos conocedores de todo ello, cuando hasta gobiernos ha habido que han caído por una moción de censura, es decir, un mecanismo legalmente establecido precisamente para, en medio de una legislatura, ver si las sumas de partes siguen siendo las que eran o son otras? Porque si no lo son, se hace caer un gobierno como igualmente si la suma no es suficiente, como es hoy el caso, no se puede establecer uno. Y no hay más.

Y me sigo preguntando: ¿pero de verdad el señor Iglesias, profesor de ciencias políticas, no pudo utilizar tan obvio argumento en lugar de afearle el abrigo de pieles a la moza de micrófono que le interpeló con la zafia pregunta?

Pero, en cambio, donde sí ha dado un golpe de cintura Podemos, y un golpe suficiente como para hacer que se difumine todo lo anterior, ha sido, hoy mismo también, con su propuesta y con su enésima pirueta, esta vez, triple mortal, con caída perfecta. Tanto, que ha llevado a Rajoy a tirar la toalla. El búho del plasma ya no quiere, ni puede ni se atreve a salir en la foto, menos todavía a pasar por una investidura que sería peor que una moción de censura, derrotada antes de siquiera empezar.

Órdago a la grande al PSOE, penetración hasta la cocina, no, hasta el dormitorio y desenmascaramiento final de las posiciones, de la propia, evidentemente, pero, en consecuencia, igualmente de las ajenas. O juntos o nada, y si no, id con el PP y Ciudadanos de una puñetera vez, ateneos a las consecuencias y esperad a ver qué dicen vuestros votantes.

Y esta vez, sí que el PSOE no tiene ya otra que decidir su posición. O se deja querer por el PP, o acepta el órdago de Podemos. Y de cualquiera de las dos decisiones saldrá un PSOE por completo distinto. Uno que pueda seguir utilizando su nombre con relativo orgullo u otro que se dirija a su lenta laminación.

Pero no es órdago solo, evidentemente, a Pedro Sánchez, sino a todo el PSOE que, o se descompone definitivamente o tiene que contestar todos a una, cuando esto es, también obviamente, lo único que no querían y malamente sabrían hacer. Y órdago, de paso, también a Ciudadanos. ¿No hablábais de cambio vosotros también? Pues ahí lo tenéis. Tomadlo o dejadlo. Negadlo y quedaos mirando o participad en él. Sed partido de cambio o pajes de un Rajoy derrotado. Vosotros mismos. Menuda papeleta...

Y entonces, cómo no, otra vez la caverna mediática e institucional.  ¡Qué osadía, proponerse de vicepresidente del gobierno! ¡Y con toda la plana mayor en el carro! ¡Sólo es amor al cargo! ¡Igual que todos!

Porque los demás, no, los demás no aspiran a sus presidencias ni vicepresidencias, ni a ministros, ni a cargos ni al poder. Los demás van solo por amor al pueblo. Ternura y sana risa da casi recordar aquel desafío después del 15M, con aquella chulería estulta del: —Que se presenten a las elecciones— Pues ahí los tienen, robándoles la cartera, no, las carteras. Democráticamente.

¿Porque, además, de qué tendría que postularse el señor Iglesias, una vez que admite y plantea un gobierno de coalición? ¿De botones, de macero? Y los suyos ¿de vicesecretario general técnico? Porque le otorga al PSOE con su cambio de postura el sin duda modesto premio de la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez que, vaya, tampoco es silla de cocina, y a su partido un certificado de supervivencia para una temporada.

Pero que esto al PSOE, o a parte de él, le pueda sentar y le siente, como ya se han apresurado a decir, como si le pisaran un callo, no es consecuencia sino de la esquizofrenia de esa formación, pero de ello no tiene culpa en absoluto el señor Iglesias, cuyos principales beneficios en estos años han venido precisamente de eso, de la dejación por parte del PSOE de su papel y obligaciones éticas y, desde luego, ideológicas, y del apartamiento del partido con respecto a sus votantes, que no al contrario. Tanto apartamiento y tan notorio, que sus votantes se han tenido que ir a otro partido, en su mayoría al del señor Iglesias.

Así que, si ahora Iglesias les ofrece algo de árnica, en parte envenenada, sin duda, y reintegra esos votantes rebotados para una gobernación en común —por lo demás, hipotética y sometida al permiso de terceros—, será decisión de ellos el aceptar o rechazar la colaboración o la aventura y, en este segundo caso, la alternativa y las posibles consecuencias de no aceptarla, que conocen de sobra. Pero lo que no cabe en cabeza humana es ese coro de: ¡qué desfachatez, la vicepresidencia!


Pues claro, desfachatez... La del asalto al vicecielo, vicebobos. Y una buena exhibición de cintura. Que ya era hora.

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