martes, 21 de abril de 2009

Esos que llevan escolta. Para protegerse de los precios, imagino.

Esos que llevan escolta. Para protegerse de los precios, imagino.

País éste, donde atábamos las longanizas con jaguars, que ahora con la crisis habremos de atarlas con seatibizas y renolclíos de segunda mano, y aún dando las gracias de que no haya de ser con biscúteres a gasógeno, aunque sólo sea por imposibilidad ontológico-cronológica, mayormente, que no por falta de la adecuada miseria, bien se entiende.

Comportamientos interespecíficos. No deja de sorprender la constatación de que al son de los rebuznos no sólo concuerden en agavillarse los congéneres, simpatizantes y atenidos, sino que diligentísimamente y a ocupar las primeras filas acudan raudos, antes y más que nadie, chacales innúmeros de esos que oscurecen las pantallas de los telediarios, más su necesario aparato de seguridad: tirolirolí, jrochs, tirolirolí, –¿Despejado mi teniente?–, tirolirolí, chrjjochsss, tirolirolí, –afirmativo Galíndez, procedemos–, tirolirolí jchrchojssss, tirolirolí jrochs...

Puestos a vivir en evidente mandarinato, tuvieran siquiera los mandarines la deferencia de parecerlo, dejándose –qué menos–, recogida, apretada y untuosa coleta y uñas larguísimas según antiguo y respetado canon, garras necesarias, además, para lo que son necesarias, y para lo cual forzoso es no cortarlas, permitiendo así que cada monje bien pueda conocerse por su hábito, para mejor aviso de súbditos y por civilizada aspiración de completitud, además.

Virtudes políticas: la multirreincidencia, como indican las dos erre que erre, y según prefiere Google que se escriba la palabra.

Las crisis acaban siempre de la misma manera, con la depuración de los no responsables y la asunción al cargo de nuevos irresponsables, para mejor esperanza de todos.

A los parados les iguala finalmente con los que les pararon y quienes lo consintieron, el hecho curioso de tener que adaptarse a comer sin pagar, o pagándoselo otros; en el caso de los parados, la familia, y en el de los parantes o paradores igualmente la familia, uséase, aquí unos primos.

¿No traería más cuenta volver a la venta directa de cargos?, siquiera el común en algo se lucraría, y los servicios prestados tampoco es que se fueran a diferenciar gran cosa, convendrán.

El problema de los moralistas es que amanecemos cada día con la moral por los suelos, sobre todo por esa demasía de poluciones nocturnas de moralina que eyaculamos y churreteamos por estos blogues; aunque ni que decir tiene, en lo que a mí respecta, que no pienso pedir disculpas. Y que cada palo aguante su cliinecs.

Primacía. Se llama así porque la ejercen –al parecer– sobre primos innúmeros. Tú y tú y yo, sin ir más lejos.

La riqueza del lenguaje es un raro tesoro dejado al aire libre, o para entendernos mejor, una especie de herencia desmesurada lista para cobrar y puesta al alcance de cualquiera que desee molestarse un poco en apropiársela, y no, como ciertos académicos y explicadores profesionales proclaman, actuando más como políticos que como tribunal de su oficio –que ese sí debiera de ser santo–, solamente una riqueza fundada en la especulación y en las opciones de futuros de ciertos términos y usos hoy afortunados y en alza en el bolsín de los decires, pero mañana quién sabe si menos, poco o nada; que la lengua miente más que habla y es volátil a carta cabal. Bueno, no sabría yo si tela marinera o mazo de volátil, eso ya decídanlo Ustedes, asesorados adecuadamente, se comprende.

Desde que estamos todos en la cárcel por insolventes no se oye gritar otra cosa que ¡Al ladrón!, ¡Al ladrón!, y los que más gritan son los ladrones mismos mientras se roban unos a otros con desesperación y denuedo, que a los cristianos y moros de a pie ya nos desplumaron concienciudamente y a modo, y si esto es el Paraíso, como nos cuentan, ¿cómo no será el infierno?, Ave María purísima...

Tiempos aquéllos, primitivos y sencillos, en que el mal era Roldán, sentado en calzoncillos, entre dos putas, y el mundo parecía poder arreglarse en su entera globalidad marchándose a no sé donde un tal Señor González, que finalmente se fue, siguiendo sin embargo el orbe igual de inmutable que si se hubiera quedado; y para tales viajes ya me dirán Ustedes a qué vinieron tanto ruido y tantas alforjas y tantos rucios acarreándolas arriba y abajo y tanto cristiano aperándolas y desaperándolas...

La rodean con guardias aquí y en Tumbuctú, en Pekín y en Berlín, la atan corto y la apalean cada martes y cada jueves, a las siete y a las diecisiete, por hache o por be, o por sus contrarios, porque es de todos sabido que la malnacida no respeta rituales, y piensa y hace y dice lo que le da la gana; esa lista, ladina e hija de la grandísima de la inteligencia, que a todos nos saca la lengua desde las bocas más insospechadas...

Estoy sorprendido y casi agraviado, he ido a buscar el término “apalizar” al diccionario de la RAE y aún tratándose de una memez notoria y de uso extendido, me he encontrado con que no figura allí bendecida o cristianada para nada en absoluto, o siquiera tolerada de alguna manera. Y es que con esta gente no sabe uno nunca a qué atenerse, ¿será simple lentitud, un mero no haber hecho todavía los deberes, simple falta de reflejos o tal vez un atisbo de sensatez?, que sólo de ponerme a pensar en esto último encocorado y nervioso anduve y aún ando, y se me acabó yendo la tarde a pájaros...

Correa por correa, o la Ley del Talión y otras aplicaciones de la misma que pueden escucharse por esas tabernas: “Pos les daba yo veinte güeno correasso bien arreaos con toa la hebilla der sinto, y si pué ser de canto mehó, en las posaera, con to’er culo en pompa y a carsón quitao, que los quedaba yo como pa’ no sentarse en to’ un año, cago en laa..., pa que s’haigan de gastá to’ lo robao en pomás, los cabrone.

Anduvo otra vez constituido en junta de propietarios el Geveinte éste de nuestros bolsillos, nuestros y cien veces nuestros, por más que se lo callen, y la junta –cómo no– fue para votar nueva derrama, dijeron, para reformar el capitalismo; pero aquí la vecindad realquilada, más que desear que reformaran el capitalismo estábamos más bien, con el debido respeto, por que se lo enfundaran, siquiera un 4%, o un 7%, dicho fuera por hablar en guarismos y porcentajes, que sabíamos que eso les gusta más que comer con los dedos, engominarse, o lucir pajarita, y por si así lo hubieran de entender mejor sus caritativas y bondadosas excelencias, así como el nuevo Señor Presidente de la Junta de Propietarios, el negro ese tan simpático de la limusina, que hablar sí que habló bonito, desde luego, ¡Y qué voz tiene, madre!, pero después caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Tiempos estos de cuidado minimalismo. Intelectivo.

La lengua hablada, con todos esos miles de papilas explicativas y que sin embargo apenas sirven para que nadie se entienda con nadie.

Comida orgánica... ¿Sería que antes ¡Ay Jesús!, fuera inorgánica?

Quizás la coyuntura se arreglara un punto estudiando hemodinámica. Dejando correr la sangre, putativamente, digo, y sólo para mejor ilustración de educandos.

Ya no comemos, sólo ingerimos calorías cuando ya no nos queda otro remedio y para no desfallecer, y aún así, –ni que decirse tiene–, con cicatero y extremoso cuidado. Y luego es menester acudir desesperados a ingerir el liberatorio bifidus actiregularis, u otro símil-fármaco inicuaponderaventrisdeponenter de primera marca (por seguir con los falsos latinajos), no sea que se nos vayan a quedar las hijas de Satanás dando vueltas por la bodega ni un sólo segundo más de lo imprescindible. ¡Ahhhhh, qué alivio, madre, fuera, fuera, bichas, fuera!, ¡Ahhhhh!

Responsables. Pues eso mismo, merecedores de que les recemos un responso. Con el debido gusto.

Hasta el más legalista, prudente y temeroso de Dios de entre los partidos políticos guarda en la cocina de su sede, en el cajón de los cubiertos, el reglamentario, obligatorio, insustituible, rodado, desgastado, desportillado, durísimo e infalible cascajueces reglamentario.

Igual que para administrar–¡nada menos que justicia!–, se hace tómbola a ciegas y se constituye un jurado con lo que salga, (y por cierto, gratis) igual podría considerarse el proponer acudir a iguales métodos para dirigir una entidad usuraria, un senado, un partido político, uno de fútbol, un intercambiador de órganos, un museo de firmas sobre lienzo, una división de caballería motorizada, y –apoyados sólidamente en las mismas razones que le suponen a cualquiera las luces y conocimiento suficientes para lo primero–, asumir que estas mismas luces y razones deberían de servirle igualmente al personal escogido al azar para el resto, y lanzarse a probar el mecanismo con algún que otro estamento de envergadura, pues tampoco se diría que lo que hacen tantas veces los “profesionales” sea mucho más que eso, una probatura y otra y otra, y además efectuadas siempre sobre estas mismas y ya bien sobrecargadas osamentas: la mía, la de Ustedes, las nuestras.

¡Ay esos funerales!, con solemnes horrores de Estado, que se les fija la hora de las salvas y las salves, y si para entonces no se ha llegado al número de pedazos suficientes, de inmediato se les asignan los que faltaran sacándolos del saco y adjudicándolos al azar, por comprensibles razones de estado, por lo visto, y que al parecer cualquiera deberíamos entender, miren Ustedes qué asunto tan vidrioso éste de la caridad cristiana y las exequias, que bien nos lo podría explicar don Federico, de tan doctorales saberes en ambas materias, en teoría del estado y en caridad cristiana, parigualmente.

Parados, que habitan por legiones y dotan de sentido a este rudo estado del desestar.

Estos apesebrados, que sólo dan palos a siniestro y a siniestro, o a diestro y a diestro, exclusivamente según el cuarto, anterior o posterior –que más dará–, del que cojeen.

Crisis. La perspectiva de la que se disfruta cuando uno anda ya con el culo desplumado, con una ciruela amarilla hincada en el mismo y una manzana colorada en la boca, los preceptivos pinchazos con el tenedor ya administrados a fondo, untado de aceite y ajo, salpimentado, emperejilado, atado con bramante, sentado en la olla y con el agua ya casi a punto de ebullición, no es confortable, desde luego, pero como la marmita se coloca sobre una pira bien alta y uno tiene la altura justa para asomar la gaita y mirar hacia abajo, no deja de producir un cierto consuelo de tontos –antes de rendir el último suspiro–, la contemplación de las largas filas de los que van desplumando y salpimentando, luego atando y después arrojando a su correspondiente perolo, pues desde aquí arriba se observa algo que no se intuye del todo bien desde abajo, y es que los que preparan el perolo de uno, silbando despreocupados, no saben que apenas un portal más adelante están, silbando despreocupados, los que ya preparan el suyo. Y desengáñense, que hay más perolos que longaniza y darán para todos.

Inyectamos dinero en la banca como el que lo arrojara a sacos al río, apena roza cada saco la superficie, una nube de pirañas se lo traga en menos tiempo del que tarda en quebrar una PYME. Millones de personas trabajan desesperadamente para llenar los sacos hasta el borde, para allegarlos sanos y salvos a la orilla, para protegerlos, para lanzarlos al río a tiempo y así calmar a la espantosa hidra. Cualquiera que viera la operación desde arriba, en su faraónica magnitud, en su asombrosa inutilidad, en su mandarinesca insensatez, caería de rodillas aterrado, los brazos abiertos e interrogando a los cielos ¿Señor mío Obama todopoderoso, Santa Ángela María Merkel y de Todos los Santos, Beato José Luís Errepunto Zapatero, estáis de verdad, pero de verdad, de verdad seguros de que esto es lo mejor que podemos hacer con nuestros impuestos? ¿Y si alguien probárais tal vez a cortarle las cabezas a la hidra en lugar de seguir alimentándola?... ¡por Júpiter!, ¡que alguien llame a Hércules por el móvil y se sirva indicarle de nuevo el camino de Lerna!

Lo nuevo de la situación no es que pierdan siempre los mismos, (y no, no hablo de fútbol) que eso ya es costumbre más que aceptada desde hace cuatro mil años y el que más y el que menos sabe bien como contonearse para arrimar el hombro, o para poner la grupa y que la cosa duela lo menos posible; lo noticiable es que ahora pierden los mismos y además otros tantos más, lo que ya si que es en verdad novedosa ingeniería social, y es de bien nacidos el reconocérselo a los que lo lograron con su esfuerzo, más que nada por tenerlos bien señalados para cuando se dé la vuelta a la tortilla, (algunas raras veces se logra) y que no escapen, en lo que esté en mi mano, pues no veo muy bien por qué ha de otorgársele tanto exquisita comprensión social al ladrón y ninguna al rencoroso, o más suavemente dicho, al memorioso, que también los habemos, y que no metemos mano en la cartera de nadie, además.

¡Qué espanto el cine! y para lo que ha quedado... en su gran mayoría debería de estar rigurosamente desaconsejado para adultos y mayores de catorce, y sólo consentido si necesariamente acompañados de niños de ocho años, para que nos lo expliquen.

Se quejaba hace unos días en el País semanal don Javier Marías de que haya que volver al bachillerato con adultos, y explicaba metódicamente el caso, como suele, partiendo de premisas y concluyendo razonadamente, lo que es cosa siempre tan extraordinaria que cada vez que me topo con casos semejantes, caigo rendido. Y sí, coincido con don Javier en la mayor, pero además, discrepo. Si el hablante o escribiente fuera menor, digámoslo a bulto, de 35 o 40 años, ya no sería correcto hablar de volver al Bachillerato, sino simplemente de empezar a cursarlo a secas (aunque a saber dónde) y no de nuevo “eso” que sin duda aprobaron y de cuyo desleimiento no tienen sin duda la culpa quienes lo padecieron, sino a cursar otro anterior, barrido durante la transición y que servía, entre otras cosas, para aprender lisa y llanamente lengua española, esa antigua y lacerante arma centralista cuya amenazante espoleta yace a Dios gracias desmontada en una biblioteca arrasada, incendiada y después cerrada a cal y canto, y a mayor, autonómica –y dicen también que igualitaria– tranquilidad de todos.