jueves, 27 de septiembre de 2018

No existe resignación que nos sea ajena.


Desde que dejé aquí mis últimas líneas han pasado tanto tiempo y tantas cosas que, efectivamente, parece haberse alcanzado el viejo y único objetivo de que apenas haya pasado ninguna.
Y aunque, desde luego, habrá quien argumente lo contrario, porque las apariencias son más tercas que la realidad y de siempre constituyen el aspecto al que se atiende con mayor cuidado, si se mira hoy con el debido desapego el organigrama del nuevo encargado del latifundio y a sus capataces y mayorales –léase gobierno–, las caras y sensibilidades, como se dice ahora, serán muy otras, pero de parecido cemento, por no decir mejorado.
Porque ahondando en nuestro afortunado presente, seguimos sometidos al mismo presupuesto, el exquisitamente antisocial de los gobiernos anteriores, seguimos sometidos al juicio inapelable de la misma matrona de la maza colocada al timón de las Cortes, seguimos bajo los mismos ‘mandos naturales’ a cargo de todo lo verdadero e inamovible, es decir, de la empresa, la banca y la finanza que, por supuesto, siguen obedeciendo –ya que nadie los obliga jamás a otra cosa– a sus propios intereses, que no a los del común, e igualmente continuamos sometidos a cierto número de otros parecidos mandos, más ‘naturales’ todavía, que hacen, desde lo que debieran de ser las fuerzas armadas de la nación, aquello que viven como lo natural y consustancial a su nunca discutida ni corregida índole, que es defender el franquismo y sus modos. Igual que hace ochenta, sesenta, cuarenta, veinte años y como será dentro de otros tantos, salvo poco previsibles alteraciones de la constante de Planck o del número de Avogadro.
Y, como es natural, la ley Mordaza ahí sigue, igual a sí misma, intacta en la totalidad de sus comas y codicilos y llevándose gente a la cárcel por lo que dice, que no por lo que hace, y sin que se haya escuchado por el momento atisbo alguno de que vaya a ser modificada en algún aspecto. Luego, claro, en Bélgica, en Alemania, en Inglaterra o en Suiza nos hacen pedorretas, y aquí los mejores picapleitos, juristas en su jerga, se hacen cruces y manifiestan su ofendido asombro y consternación por trato tan desconsiderado.
Siguen por completo ajenos a la comprensión de que lo que para ellos es delito de opinión (aunque ya no se le llame así, solo por el qué dirán), no lo sea en nuestros alrededores, es decir, en el mundo jurídicamente civilizado, pues tal figura no existe, coexistiendo libremente toda opinión, aun por abrupta, grosera, inconveniente o zafia que sea la forma de expresarla. Y, claro, se podrá soportar cualquier cosa, pero que alguien opine lo contrario y faltándole, además, a lo más sagrado, y que tal libertinaje no sea punible… ¡Venga Dios y lo vea! –Vamos, que lo cojo y le meto dos hostias ansina en los hocicos… y se queda con ellas, el hijoputa–. Todo ello, entiéndase bien, jurídicamente expresado y tipificado, lo que yo no puedo hacer, porque escribo en castellano, no para que no se me entienda.
Y de la Monarquía… qué decir. Hemos pasado tranquilamente del Rey de Oros, hoy Rey de Copas emérito, al Rey de Bastos y pronto de Espadas, es de temerse, dadas sus sensibilidades, con la misma naturalidad con la que enterramos a un dictador y lo cambiamos por un tahúr del Misisipí. Nada que no conozcamos. No existe resignación que nos sea ajena. Porque aquí toleramos, no, incensamos con exquisita unción tanto a un Carlos II el Hechizado como a un Fernando VII y, por lo tanto, estos monarcas modernos de baja intensidad y cuyos daños colaterales –hay que reconocerlo– no alcanzan a los de los arriba citados, pueden medrar tranquilos. Porque esto sí que es un Reich de los mil años, y no otros. Y nada del tercero, el primero y de toda la vida. Sépanlo. Y existe una sagrada momia que lo testifica y si aun albergan dudas, pregunten a los indios de indias. Algo saben.
Y la Constitución igualmente bien, gracias, que no estará hecha de la misma materia inefable y ungida por Dios de la Monarquía, pero se diría que casi. Está clavada de cuatro patas contra el terruño como una mula a la que no le da la gana de moverse, y sólo levanta de vez en cuando un cuarto trasero para soltar tremendas coces a cualquiera que se le acerque con la intención de peinarle la crin o de ponerle un emplasto en las pavorosas mataduras. ¿Y que ya huele mal la bestia por tanta inmovilidad bajo la solana implacable de Castilla? Pues que se jodan a los que les moleste.
Es una Constitución estilo doña Rogelia, paradigma mismo de lo eterno, lo inmarcesible y lo vetusto, no es una it-girl, así que no se lava, no se peina, no se perfuma y no hace gestos bobos con los dedos ni visajes o muecas a la moda para contentar a quien se le acerque y ya está. Y lo bien que le sienta, como proclaman casi al unísono racimos infinitos de ‘constitucionalistas’ que en su día se abstuvieron o votaron no a la Constitución. Y es que esto es España, no un país a la lavanda, de esos que le quitan y le ponen puntillas a su constitución más que si fuera una corista. Esos que andan cambiando sus constituciones como si fueran bragas son países sin respeto por sí mismos, pobres, débiles y atrasados, Estados Unidos de América, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Rusia, Países Bajos, entes sin entendimiento de su esencia inmortal y su destino. Así les va.
Y en lo tocante a novedades, los nuevos ministros se asoman a cámara, al banco azul o a la tribuna de las Cortes y mienten como bellacos con el mismo desparpajo de siempre, el mismo de aquellos anteriores a los que desalojaron y el mismo que los anteriores a los anteriores de los anteriores, haciendo indistinguible al discapacitado moral aquel del bichito de la colza, animálculo que se mataba si se caía al suelo, con este otro ministro, que afirma que vendemos armas tan inteligentes que no pueden matar civiles, no, no pueden, y que eso está científicamente probado. Y no se le ríe nadie en la cara al gachó en la rueda de prensa, por Dios. Qué mala cosa es el hambre de los plumíferos y qué cosas tienen que digerir y transmitirnos los desdichados.
Como indistinguible era el señoritingo fascistoide con cuentas ocultas en el extranjero y empeñado en la titánica tarea de hurtar la energía solar a quienes pudieran disfrutarla, de una exfiscala que afirma no conocer a quien conoce y a quien trató repetidamente. Y no un conocimiento cualquiera, sino el del Señor mismo de las Grabaciones, el excomisario Villarejo, vamos, como para olvidar al menda, nuestro moderno remedo de Paesa, si es que Paesa fuera superable, y el mejor ejemplo de policía basura que un escritor pudiera concebir y prueba viviente de que un destacado golfo nacional superará siempre por quinientas pedradas a cinco al mejor guionista de Júlibu. Con la patria de Monipodio, Rinconete y Cortadillo ni una broma, oigan. En lo nuestro de amedrentar, falsear, chantajear, robar, tergiversar y luego reírse en la cara del despojado, no nos tose ni Lehman Brothers.
E indistinguible se hace una pepera de las que se hacen la rubia, agraciada con un master recibido de regalo para adornar el currículo, de una sociata con otro recibido por cortesía de la casa y por ser Vos quien sois. E iguales un presidente del gobierno, esmerado copista de textos ajenos para doctorarse, que otro presidente, hoy del PP, mañana de quién sabe, al que le regalan una licenciatura por su futuro bonito.
Y todo ello siendo tipificado o no como cohecho, falsedad en documento público o simple irregularidad inocente y ya prescrita –gracias a Dios– según le salga del bonete a cada juez de cada instancia. Que de buscar cuál juez tenga que juzgar qué y según mejor convenga, ya se ocupa la España inmortal, que eso sabe hacerlo como nadie. Vean, si no, al valeroso e irreductible Señor Juez de la Horca para los presos políticos catalanes, comparado con los benevolentísimos, clementísimos y serenísimos jueces del Supremo que le cayeron en suerte a ese ente insustancial de Pablo Casado. Porque de suerte se ha tratado, evidentemente. Y hay quien tiene mucha, como esos que les toca veinte veces la lotería y así se lo indican al juez que, naturalmente, les cree. ¿Por qué no iba a creerlos?
Y la transición, bien gracias, como siempre. Seguimos plenamente en ella, y lo que nos falta.… Fue tan importante que sólo a estúpidos e ignorantes se les podría ocurrir concluirla. Vivimos hoy en el régimen de la transición como los mejicanos vivieron con el PRI durante casi cien años. Aquello se llamaba Partido Revolucionario Institucional, que sólo de pensar en el nombre se le estrangula a uno el píloro. Pues aquí seguimos todavía transiendo y transidos. Y lo que te rondaré, morena.
Pasamos del Glorioso Movimiento a otra especie de movimiento lateral, como de tapadillo, para seguir moviéndose como estaba mandado en el Fuero de los Españoles, es decir, muy poco, pero además sin que lo pareciera. Moviéndose estando quietos, que ya es arte que no se pué aguantá, pero además moviéndose de otra manera, aunque solo un poco. Como un camarero que ensayara diferente paso de baile –Un pasito p’alante, María, un pasito p’atrás– mientras lleva la bandeja de las copas, pero sin que se derrame una gota de ningún licor, y mientras un maestro de esas libaciones mismas las va cambiando en los vasos, pasando el combinado de llamarse Fuero a llamarse Constitución, el Tribunal de Orden Público, Audiencia Nacional, el Jefe del Estado, Rey, la Policía Armada, Policía Nacional, el Sindicato vertical, Sindicato horizontal, y así cuanto pueda imaginarse… pero sin alterar ninguna función y sin pisar un solo callo de jerarca, solo cambiándole el uniforme, y sin tocarle el sueldo más que para subírselo, y, de verse necesario, prendiéndoles al mozo de estaca o al viejo torturador que mejor convengan a cada caso, el distintivo rojo en la medalla, no sea que se irriten. Y claro, ahora lo estudian en universidades tanto ajenas como propias. No me extraña, y habrá muchos a los que todavía no se les pueda volver a encajar la mandíbula ni cerrar los despavoridos ojos después de estudiar semejante mirabilia.
Y ya nos quedan pocos nombres intactos, la verdad, pero todavía los suficientes como para poder seguir otro medio siglo con la milonga, para deleite de todos. Obsérvese lo que cuesta cambiar el nombre de una calle dedicada a un genocida. Decenios. Pero finalmente lo reponen porque se levanta una mañana un fascista con un cable cruzado y tiene además la suerte de que su denuncia da con el juez apropiado. Y vuelta a empezar todo el procedimiento. Lo ves, lo oyes, lo escuchas, lo lees, lo sabes, te lo cuentan… pero sigues sin poder creértelo. Y venga, otro recurso, otro decenio más. Mi hijo será abuelo y aún quedarán un Sanjurjo o un Mola adornando esquinas en alguna parte y un alcalde orgulloso de reivindicarlos. Es más aburrido que el parchís, pero bastante menos inocente.
Por fortuna, siempre nos quedará el Concordato, que todavía sigue llamándose Concordato, ya ven, pura falta de fantasía, pero es que la Iglesia de siempre ha sido poco dada a ellas, excepto a las propias y doctrinales, y que para el caso sigue exactamente igual. Pero es que, si no… ¿qué clase de transición seguiríamos viviendo si no quedaran todavía cosas por cambiar de nombre, no digamos ya de contenido, y esto solo por apuntar a una verdadera revolución? Imaginen que al Concordato –en seis meses o en sesenta años–, se le cambian quince comas o un párrafo. Seguro que Júpiter cambia de posición en el cielo y mejor no pensar en la que pudiera liarse…
Y en ello seguimos. En seis meses o en sesenta años se sacará al Invicto Caudillo de su mastaba. O no. O con un poco de suerte se cae la mastaba encima del Caudillo, se acordona todo, se prohíbe el paso y se acabó el puñetero asunto… –Jesús, María y José, qué alegría–, suspirarán aliviados los encargados, liberados de tener que tomar una decisión, –¿Una decisión? ¿Pero es que se puede imaginar cosa más desagradable y horrible que tomar una decisión? Esas son cosas de bárbaros, de iletrados, de afrancesados, de luteranos, ¡quite hombre, quite!–. Y, en seis meses o en sesenta años, también se modificarán las pensiones con el IPC. O no, como anoche que lo cambiaron pero no lo cambiaron. Porque eso ya se cambió para que así no fuera, así que… –¡Ojo! cuidadito con tanto cambio, que igual es malo tanto correr…–. Y los toros... –¿Se prohibirán los toros, Señoría?–. –Pues seguramente, en seis meses o sesenta años, hijos, no sé bien qué deciros, o igual, no…–. –¡Y, a ver, no atosiguen!, ¡ya está bien!, que las cosas hay que pensarlas y madurarlas un poco, coño!–.
En resumen, la Universidad, bien, gracias, como siempre. Los títulos para quien se los paga o, además de pagárselos, para el que se los trabaja, pero esto segundo –quede bien claro por si alguien lo desconociera– sólo como alternativa menos recomendable, exclusiva para pobretes y desdichados de pocos o malos padrinos. 
En resumen, la Judicatura, bien, gracias, como siempre. Es más, el día menos pensado –en seis meses o en sesenta años– igual le plantan ordenadores y podrá comunicarse un juzgado con otro como si fueran una cadena de pescaderías, y ya no por oficio llevado a lomos de dromedario. Y los aforamientos para el que se los trabaja, las absoluciones para quien se las paga, las prescripciones para quien se las supo merecer dotando convenientemente a sus abogados para dilatar el proceso una generación. Es decir, una avalancha de novedades, como verán.
En resumen, la Milicia, bien, gracias, como siempre. Defendiendo el franquismo y su legado. Pero igual en seis meses o sesenta años condenan a algún militar a veinte minutos y un día de castillo, por defenderlo. Y que se jodan. Porque a veces también los socialistas más tibios saben comportarse como verdaderas bestias sedientas de sangre de españoles bien nacidos.

Y para acabar, la ministra Delgado, el asunto de esta semana. ¿Pero es que no sabía la criatura, de profesión fiscal, no monja carmelita, que cuando se visita un terrario hay que ponerse calzas de cuero de rinoceronte hasta la ingle, chaleco antibulos, cierre de seguridad en todas las articulaciones y casco de fibra de carbono, además de controlar exquisitamente lo que se dice y cómo se mueve una? Pues no, no lo sabía, a lo que se ha visto, y tuvo además la ocurrencia ¡hoy en día! de llamar maricón a un homosexual, hoy su compañero de tajo, es decir, ministro, que, buen cumplidor de los cánones de la modernidad, ya se había ocupado personalmente de hacer del dominio público que había salido del armario, es decir, que informaba la pobre de lo que cualquiera sabía ya y por propia mano del interesado. Vamos, un portento de agudeza. Pero es que, además, para terminar de bordar el asunto, declaró ante la selecta concurrencia que prefería un tribunal de hombres a uno de mujeres. Y todo ello ante las conocidas y sensibilísimas antenas del comisario Villarejo… Una orate sin más, un caso perdido.
Pobre mujer, que solo con esta última declaración y aún omitiendo toda otra consideración sobre el feo vicio de mentir cuando se le pregunta a un político, ya basta y sobra hoy en día para producir la muerte civil definitiva e irreversible de cualquier mentecato capaz de proferir semejante bestialidad. ¡Preferir un hombre a una mujer…! –¿Pero en qué estaba usted pensando, insensata? Vamos, vamos que un grupo de sanitarios protegidos por los GEO saquen a esta loca del hemiciclo y la lleven de inmediato a un sanatorio y luego a prisión incomunicada y sin fianza… Pero… ¿habráse visto, demencia semejante–?
–Y no, no es que tenga que dimitir, señor Sánchez, es que deberían quemarla en público. Físicamente, bien se entiende, y si es que todavía nos queda algo de respeto a nuestras acrisoladas tradiciones legales. No, no habrá problema jurídico, seguro que encuentra un juez que se lo arregla, consulte, que ya verá que es posible. Un estado moderno con un sistema legal capaz de calificar de golpe de estado y de rebelión el hecho de que una población vote pacíficamente en las urnas, no puede no encontrar un atajo impecable y con todas las de la ley para poder quemar santamente en la hoguera a una ministra fuera de sus cabales, además de ser por su bien de ella y de su alma inmortal–.
–Ah, pero hágame una última caridad, si puede. Quémela junto al exministro Soria, en la Plaza Mayor de Madrid, ante el cuerpo diplomático en pleno, con tribuna preferente para corresponsales extranjeros y que Antonio López pinte un lienzo de gran formato, para la Santa Iglesia Catedral de la Almudena, por favor se lo pido. Y hágase usted junto al poste con los condenados un selfi muy sonriente acompañado de su señora, ambos con los dedos en V y, a ser posible, que salga también un gatito en la escena, enternecen y la gente empatiza con ellos. Mil gracias de antemano, señor Presidente–.
–Ya verá usted como mejora considerablemente el respeto a su felicísima gobernación–.