viernes, 20 de diciembre de 2013

Carta abierta: instrucciones para abortar un ministro


Recupero hoy un texto anterior.

Porque no había día mejor o, mucho más exactamente dicho, peor, para ello.

El día en el que el estado laico y aconfesional, según reza en su frontispicio, firma un nuevo Concordato, de facto, con la iglesia católica y con los auto proclamados propietarios y administradores, también de facto, del sexo femenino, pues no otro nombre ni pretensión cabe podérseles atribuir.

Visiten nuestro nuevo siglo XIX, podría ser el subtítulo de la ominosa producción que no, no es una comedia, por desgracia, pero como sí parece por lo inverosímil. Siéntanse como en la vida real de entonces, podría seguir el reclamo o, por mantenernos dentro de su mismo espíritu de modernización y progreso, como en un experimento de realidad aumentada.

Carta abierta, pues, a mis compañeras de especie, de uno que discrepa de las pretensiones de sus, hoy de nuevo, amos legales, dueños y propietarios de los frutos de su vientre, Jesús.


Muy señora y muy apreciada amiga mía:

hoy tiene usted un importante trabajo por hacer, por su propio bien.

Tome usted dos agujas de punto o de ganchillo, una aspiradora de pilas e introduzca todo ello en su bolso.



Diríjase al alma mater del futuro ministro, el ministerio.

Póngase ante sus puertas. Ábralas con decisión y de par en par, son flexibles.

Entre sin miedo. El vestíbulo es cálido, oscuro y húmedo, bastante alargado.

Verá al punto dos escaleras vagamente helicoidales, a izquierda y a derecha. Tome la de la derecha. Es estrecha, larga, sinuosa y empinada.

Terminará frente a una salita de formas vagamente esferoidales, lo que podrá comprobar por la forma exterior de la pared. Fuerce la cerradura de su puerta con una de sus agujas de punto. Son estas un instrumento multiuso. Y como las hoces y las guadañas de nuestro tatarabuelos también pueden servir para el menester de ejercer el libro albedrío, venido el caso de verse obligadas a ello. Déjela allí atravesada.

Pase adentro. Verá una habitación pequeña, silenciosa, caliente y confortable. En su centro observará un sillón gestatorio.

El ministro en incubación es un pequeño esferoide rojizo y de aspecto trivial. Lo encontrará adherido con gran firmeza al terciopelo del asiento. Esta es una característica invariable de su especie.

Tome la segunda aguja de punto y pinche la forma. Verá como salen de ella decrétulos, ordénulas y mandátulos aún a medio preformar. Aguante el asco por la vista de estos monstruos y aberraciones, a los que ya Goya llamara sueños de la razón, abominables incluso antes de habitar cualquier futuro caletre. Venza su repugnancia y píselos con energía.

Y tampoco titubee, no se agobie, en esta fase el zigoto o ya feto del futuro propietario de sus ovarios de usted no tiene todavía uso de sinrazón, no ha aprendido a concatenar desordenamente, a concluir de antecedentes que no se siguen, a mezclar churras con merinas, a besar, genuflexo, anillos episcopales, a mandar esbirros a su casa si no pare usted a su mandato, a firmar sanciones y requisitorias y ni siquiera a empezar a jugar con liberticidios, tan propios de la infancia, en particular los de la infancia democrática.

Quítese también de la cabeza esa fábula de que, sin embargo, ya está impregnado del élan vital de la sacra estatalidad. Es propaganda de parte. Y ni siquiera está aforado todavía, el mandocantano.

Saque el aspirador del bolso. Acciónelo y aspire con cuidado hasta dejar impoluto el suave terciopelo del sillón. Guarde de nuevo la aguja y el aspirador. Salga de la habitación. Recupere la segunda aguja de la cerradura. Guárdela igualmente, podría necesitar más veces sus instrumentos.

Cierre la puerta y deshaga el camino andado. Salga a la calle y a las luces de la razón.

Diríjase de seguido a la sede de la firma Constitución, Derechos & Asociados y presente la factura por su trabajo. Si pusieran dificultades para su pago, hágase acompañar de algunos millones de personas. Esto agiliza los trámites de forma invariable.

Cóbrela y no omita ingresar el impuesto que esta devenga en una sucursal cualquiera de la acreditada comercial Del César & Del César. Cuenta con oficinas en todas partes.

De esta manera pagará la tasa para ejercer sus derechos y reclamarlos, este como tantos otros, esos mismos que hoy ha demostrado usted exigir, saber ejercer y conservar.

Disfrute de su recuperada libertad.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Canal Nou. Esclavitud 2.0.


Los que antes iban en taxi y que ahora no tienen ni para el metro quizás sean los que mejor debieran entender el profundo sinsentido que parece habitar en esa marea de población que sale de estampida a la calle a protestar por el cierre de un canal televisivo. Pero no, qué contrariedad, porque más bien se diría que esa marea, precisamente, esta compuesta por un gran número de los que antes iban en taxi y que ahora no tienen ni para el metro, y que expresan así su santa y sin duda justificada indignación, pero en defensa de aquello que menos les sirve (en todas las acepciones del término) y menos les interesa y no en contra de aquellos que propiciaron tal estado de cosas o, mejor expresado, de ruina.

Porque se recaba entonces la sensación de que un canal televisivo fuera algo tan imprescindible como un hospital, un colegio, o la caja común que entrega las pensiones y el subsidio de paro. Pero no, otra vez, porque ese canal, otros canales parecidos y demás entes de ese jaez, que harto abundan, son, precisamente y entre otras cosas, máxime en estos tiempos de pavorosa carencia de fondos públicos, antagonistas que detraen, por causa de su propia e inútil existencia, caudales imprescindibles para hospitales, colegios, cajas de pensiones y subsidios y para otras muchas prestaciones, esas sí, de verdad imprescindibles, e imprescindibles igualmente tanto para los que van en taxi como para los que no tienen ya ni para el metro y asunto este que, aún resultando impensable para algunos de los del primer caso, rápidamente entrarán en tan juicioso conocimiento según ingresen en las filas de los del segundo, trasvase que, por cierto, será más que bastante seguro para muchos de ellos en estos tiempos de tan novedosa, beneficiosa, dicen, y revolucionaria esclavitud 2.0.

Y ese, al parecer, intocable principio de la defensa del trabajador y del puesto de trabajo, aunque ya tocado, retocado, manoseado y ya más despreciado, depreciado y vilipendiado que deyección animal, parece convertirse en el único que esa marea ofendida sale a defender, animada seguramente por loables impulsos de solidaridad humana y de rechazo a nuestra propio existir como ciudadanía basura, pero carente de otras razones que puedan justificar tamaña indignación por la afortunada supresión de lo dispendioso, lo inútil y, más seguramente, de lo dañino, cosa que cualquiera se vería llevado a celebrar. Porque tanto clamor lo justifica solo y sin duda la existencia de mil seiscientos parados más, y en esto, de acuerdo, pero solamente hasta ahí.

Porque, con responsabilidad de sus empleados o sin ella, Canal Nou era una basura. Telemadrid es una basura, La televisión de Castilla y León es una basura. Y hasta esta última, hablo de las que conozco. De las que no conozco, no sé y no puedo opinar (lo sé, soy un caso raro), aunque dado el formato del modelo, sus razones y fines, pocas esperanzas me hago.

Todas despilfarran, todas tiene deudas que no pagan por sí mismas y que acaban finalmente teniendo que ser asumidas por cada Comunidad, es decir, por nuestros bolsillos de cada cual, y aunque despilfarran y adeudan unas muchísimo más que otras, y en esto, Canal Nou era el paradigma de la casa de los horrores, el objeto y razón social de cada chisme de este tipo, por no llamarlos entidad, a lo cual me niego por simple causa de civilización, es el de servir de puro aparato de propaganda de cada poder autonómico.

Pero aparato que en lugar de pagarlo de sus fondos cada partido que disfruta y dispone a su antojo del poder local, es sufragado por la ciudadanía con sus impuestos, a cambio de ver Tómbola, a cambio de ver las imágenes de un helicóptero sobrevolando aldeas, pero pagadas las tomas a precio de tomografías axiales y acompañadas de textos que hacen añorar los de la Sección femenina y a cambio de ver solo el perfil bueno de cada cacique del lugar, rodeado de sus hechuras, incensado, bajo palio, prodigando flatus vocis y cortando cintas e inaugurando edificios cuya falta de uso real y cuyo solo coste de mantenimiento llevará a tener que derribarlos así que pase un decenio y anunciando iniciativas una larga mitad de las cuales redundó, redunda y redundará en un desfalco al erario y en la subsiguiente necesidad de cubrirlo, con los preceptivos intereses, por parte de la población, que es igualmente quien sufraga, con deuda futura, los planes descabellados, los sueldos descabellados, las obras descabelladas y las comisiones mas bonitas que un San Luis y en realísimos euros de vellón que se van detrayendo y distrayendo en todo el proceso.

Obras que no fueron otra cosa que amores para los comisionistas e iniciativas todas y cada una de las cuales encuentran su contrapartida en eso que llamamos recortes, pues en eso es dónde da el asunto, sin excepción. –Os damos Tómbola y quitamos ambulatorio, damos comisión y quitamos libros de texto, traemos al Papa alemán, y nos llevamos, en justa correspondencia, a los chavales a currar a Alemania. Le pagamos el viaje a él y, a cambio, a ignotas personas les sufragamos su ¡me lo llevo! Vosotros ponéis las derramas y a cambio veréis al Papa en la tele. ¡Arrodilláos y agradecedlo! Pero aun os quejáis, bribones. Pues entonces os quitamos las becas orgasmus, ¡dilapidadores!

Porque es en esto, en máquinas de desviar fondos sin sentido ni beneficio común, en lo que de verdad han devenido los canales autonómicos, las autovías de peaje sin usuarios (–es que no tengo para el metro, así que discúlpeme por no usar la de peaje, como está mandado, agente), los parques temáticos, (–es que no tengo para el metro, agente, discúlpeme por darle al niño una galleta y no llevarlo a disneiguó, como está mandado) las ciudades de las músicas, las artes y las musas (–es que no tengo ni para el metro, discúlpeme porque me he bajado un mp3, contra lo que está mandado, agente), las orquestas nacionales de Cantalapiedra y los balets imperiales de Fuente del Pie, las casas de las justicias y los polígonos de todos los emprendimientos que no serán, por no llamarlos empreñamientos, que tampoco serán, porque no tenemos ya ni para parir hijos (–discúlpeme usted por no poner una empresa, agente, como está mandado, discúlpeme por no follar –perdón, por no hacer el amor– y limitarme a seguir al padre Onán, es que no tengo para condón ni tendría tampoco para Dodotis y discúlpeme por respirar hondo, es que voy corriendo porque no tengo para el metro, que lo han vuelto a subir, agente, y discúlpeme usted, discúlpenme, discúlpenme ustedes, superagente Guindos, comisario Montoro, Eminencias reverendísimas...).

Y así, esa marea clamando contra esos despidos de la fiel servidumbre de un amo incalificable, tiene sin duda un lado sentimental por el cual entenderla, pero es claro que no se pronuncia contra el propio trabajo innecesario, vergonzoso, servil, tergiversador y despilfarrador del bien común puesto a disposición y a las órdenes de unos delincuentes presuntos, algunos de ellos, sus propios jefes, ya procesados y algunos ya en prisión preventiva, y a las de los propios jefes políticos de sus jefes, algunos ya también procesados y otros aun por encausar.

Esclavos de chorizos, pues, de esclavos de chorizos de esclavos de chorizos... cajas chinas, cajas de primoroso esmalte de Manises, de delicados trazos de Sargadelos, cajitas de polvos para esnifar ‘contenidos’ con tapas de damasquinado cordobés. –Vendo los medios y hasta las medias, vendo mass media, vendo complejo de comunicación con cafetería y sin bicho. Precios imbatibles, oportunidad única por cierre, ¡Compre, compre televisión autonómica!, que se la dejo muy arreglada, señorito, dos canales por uno, mando a distancia, edificio representativo y de alto standing, sistema de escuchas hasta en los urinarios, parquing cubierto para directivos...  Me da el ochenta a mí, señorito, y el veinte, en negro, para un amigo que ya le indico..., venga, venga por aquí, mire qué chula la página web...

Y todo ello, a expensas de lo todavía mucho que quedará por verse y por venir, en Madrid a continuación, donde esto mismo ocurrirá en breve y donde se cerrará la vergonzosa Telemadrid, se despedirá a sus trabajadores, a los culpables y a los no culpables igualmente y se intentarán averiguar, con el éxito que es de suponer, las responsabilidades de los mandantes, peristas, ejecutivos, aguadores y dirigentes (vayan ustedes a saber quién es quién) por el mismo tipo de expolio y malversación y con las mismas características.

Que son las mismas que las habidas en las cajas de ahorros, en la gestión andaluza de los Eres, en los planes de pensiones tipo Morgan en la toma de Portobelo, en las preferentes de la impoluta y ejemplar banca legal, en la edificación abusiva e innecesaria... y todas ellas hijas del mismo padre, por no decir de la misma puta. Que es la dejación por parte de la administración y del legislativo de los controles necesarios para hacer viable una vida y una economía pública, hoy abandonada sin más a esa ley de la jungla que llamamos libre mercado.

Que parece ese libre mercado tan poco aconsejable a la larga y en sociedad civilizada, pero no en esclavería, como la libre existencia de milicias de mercenarios particulares armados o como aquel, seguramente tan deseado como inviable amor libre, del que tanto se oyó y dijo hace unas décadas, pero que tanta mala descendencia ha dejado en estos colchones, tan elásticos, del vivir cada cual haciendo su antojo y real gana, y el que venga detrás, que arree, aunque principio hoy ya advenido a mandato jurídico, por suerte para algunos.

Y ocurre, finalmente, centrándose en los gastos superfluos, que el sudado PNB que es solo fruto y obra del esfuerzo de toda la ciudadanía, y es uno, uno y no trino, uno solo, mide lo que mide y no se estira como una goma. Solo puede agrandarse pidiendo un préstamo a terceros. Es una cinta rígida, es un palo, es una varilla. Si se le corta de un lado un trozo para dárselo a alguien, a una televisión, por ejemplo, a un comisionista, a un amigo, en fin, a nadie que lo necesite para nada relevante ni para nada relacionado con el bien común, el largo total de la varilla tendrá de menos eso que fu dado o cortado sin razón alguna, y si se necesita después cortar eso mismo por el otro lado de la varilla, para un hospital, para un servicio común e imprescindible, faltará y llegará el momento, en el que ya estamos, en que ya no hay varilla para cortar. Y entonces solo quedan dos caminos. Uno, negar lo necesario, otro, pedirlo prestado. Y pagar de más por ello, entre todos, bien se entiende.

Pero lo que pretendo con este cuento es solo explicar que el trozo de menos que hay negarle hoy a cada usuario justificado de la varilla, es decir, el recorte, es el que ya se efectuó con anterioridad para entregárselo al usuario injustificado. Y que lo imposible es hacer dos recortes donde solo había para uno. Ese es el drama nuestro de cada día y la culpa de nuestros inconscientes administradores. Lo despilfarrado sin necesidad, lo pedido prestado para levantar una obra inútil. No digamos ya, de lo desviado criminalmente.

Y las televisiones autonómicas entran plenamente, aunque unas más, otras menos, en función de la mejor o peor calidad de la gestión de cada una de ellas, en lo que he llamado usuarios injustificados de los bienes públicos, contemplándolo desde la óptica de la utilidad o desde el concepto de bien público. Es decir, que estas maquinarias aun no generando deuda y limitándose a gastar el presupuesto, sin más añadidos, ya cuestan ese mismo presupuesto, que bien podría haberse destinado, no ya ahora, sino desde siempre, a otros capítulos de mayor necesidad. Y es que quitan, en definitiva, mucho más de lo que dan y no generan beneficio alguno y, en última instancia, y dadas sus terribles servidumbres, ni siquiera representan a esa siempre última escala de los bienes que es un bien cultural, ni a nada relacionado ni remotamente con el bienestar de nadie, más que el obtenido para sí mismos. Y esto es así se mire por donde se quiera mirarlo, y si es que se quiere pensar en términos de lo público y del beneficio para la ciudadanía, que es para lo que se contrata, mediante votos, a demasiados incapaces e impresentables de entre los muchos electos.

Y los trabajadores, serán trabajadores, sin duda, y es de lamentar su pérdida del puesto de trabajo y de sus derechos, pero tampoco cabe duda de que no desempeñaban una labor de utilidad, bien por causa de sus propios jefes, que hicieron de lo inútil lo dos veces inútil o incluso dañino, bien por la intrínseca falta de necesidad pública de esta clase de artefactos, cuya única función ha terminado por revelarse como exclusivamente propagandística, con frecuencia dirigida a la desviación de fondos públicos hacia intereses espurios y ocultos y resultando, además, en simples maquinarias de colocación de servidores fieles a los cuales recompensar.


Y, lo mismo que es un trabajador, con sus derechos y su dignidad, ese individuo inoportuno que llama a un teléfono particular a cualquier hora del día para ofrecer un servicio que no se le ha solicitado, y siendo lo más inverosímil de esta práctica el que sea legal y no se persiga esta actividad como cualquier otra calamidad pública derivada de un inapropiado afán de lucro, el de su empresario, bien se comprende, pero que, a fin de cuentas es una actividad privada que no sufragamos involuntariamente entre todos; estos otros, trabajadores también, y hoy, para su desgracia, despedidos, pero de entes costosos e inútiles que, laus deo, se cierran, tienen todo el derecho, sin duda, a quejarse de ello, así como la ‘marea’ a apoyarlos. Pero no a apoyar, vaya palabra esta, y en lo que ha dado, a semejantes entes que lo único que han hecho, algunos durante decenios, no ha sido más que burlarse, desinformar, tergiversar, engañar, programar telebasura y malgastar el sudado dinero recaudado con los impuestos de la ciudadanía.

Otro discurso sería qué se podría haber hecho con estos entes, no sólo suponiéndoles obligados a una buena administración según normas contables transparentes y estándar, sino atenidos igualmente a una actividad informativa plural, cultural y de entretenimiento pero que, o no están suficientemente reguladas por ley o si lo están, venga Dios y lo vea. Y es falsa, en efecto, la disyuntiva, entre hospital y orquesta o coros y danzas, entre colegio y televisión autonómica o balet, y lo es, o lo sería, si los recursos estuvieran adecuadamente repartidos, y si lo ingresos impositivos se obtuvieran mediante un reparto justo de la carga, pero como no es el caso y ese 10% de PNB que hoy nos falta para lo imprescindible reside en ignotos bolsillos y está destinado a lo prescindible, porqué así se permitió, por no decir estimuló, con culpable falta de diligencia y criminal tolerancia con lo intolerable, es evidente que si ahora el recorte le llega, por una vez, a lo superfluo, las únicas razones para lamentarlo serán la pérdida de los trabajos.

Mil seiscientos parados más. Y cuarenta ladrones menos que tendrán que partir en busca de otros caladeros. Que sería labor de todos el que lográramos que los encontraran secos.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El águila y la serpiente (la doctrina Parot)


Iba a escribir, no, estaba escribiendo un largo texto al hilo de la sentencia sobre la doctrina Parot, aunque el ‘método’ Parot tal vez serviría mejor para referirse a ella, considerando dicho remiendo más bien al hilo del Recurso del método, de Alejo Carpentier, quien de esta clase de metodologías jurídicas bien entendía, como su obra bien demuestra.

Pero se me cruzó por el camino la memoria, que no es que la tenga de elefante, pero que en ocasiones todavía me resulta útil y que al hilo de una tenue asociación me llevó a buscar ¡y a encontrar!, que eso es con mucho lo más destacable, un texto que leí en Nero su nero (Negro sobre negro, año 1979), de Leonardo Sciascia, obra reputada por la crítica italiana como la cima de su labor ensayística y de la cual, desde luego, no opino yo menos.

Y, efectivamente, mi memoria me había servido bien, tanto que me ha ahorrado con toda seguridad un puñado de horas de trabajo más, pues, como juzgará el lector, no se puede explicar más en menos páginas, salvo que se ponga uno a idear aforismos o se vaya a ver una exposición de El Roto, ni se pueden abrir más espacios para la consideración, más llenos de contenido y, si se me permite, de humanidad, esta con sus mejores y peores caras, y de muy clara aplicación todo ello a todos los hoy enfrentados, afectados y concernidos con el asunto que será tema del artículo, la sentencia del tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. Y aunque el ejemplo pertenezca a otro tiempo y circunstancias, bien se dejará ver la pertinencia del mismo.

A su vez, todo ello será un interesante artefacto de intertextualidad confesada. El texto de Sciascia, del año 1979, remite a la obra El águila y la serpiente del mejicano Martín Luis Guzmán (1927), obra capital sobre la revolución mejicana cuyo título, a su vez, según explicó su autor, le vino sugerido por una consideración de Vicente Blasco Ibáñez en El militarismo mejicano (1920), al hilo de la idea de este último de considerar que estos dos símbolos, que figuran en el escudo de México, manifiestan un modo de convivencia brutal. Exiliado fue Guzmán, exiliado fue Blasco Ibáñez y exiliado no, pero al final de sus días más casi expatriado por hastío y disgusto, lo acabó siendo a medias también Sciascia, huido, no, pero que sí terminó recalando en Francia largas temporadas, cansado de un país que se le había hecho ya difícilmente soportable.

Y en este ejercicio de ejercicios, de conversaciones del presente con el pasado, me permito entrometerme o insertarme, con toda la modestia del mundo, casi otros cincuenta años después, por seguir la línea temporal, pero con una consideración propia: esa águila y esa serpiente, el águila o aguilucho de Sánchez Ferlosio, ¡pum, pum!, cuyas plumas caen sobre el escenario del acto único... y esa otra serpiente de ETA, pero serpiente de tantas ETAS como en la tierra hay, que no pudieron todas juntas más que traerme al título milagrosa e intertextualmente sobrevenido de este escribimiento.

Voy pues con el texto de Sciascia, que traduzco de la edición de Nero su nero de Adelphi, biblioteca Adelphi, 231, Milán, 1991.

[El homicidio de Sallustro me ha hecho recordar dos episodios concomitantes, por llamarlos de alguna manera, pero de signo opuesto, de ese libro extraordinario que es El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán: uno de esos libros (y creo que es frase de Hemingway) que enseñan a escribir –y, sobre todo, que enseñan a escribir cosas feroces sin tener que ponerse la máscara de la ferocidad–. Publicado en Italia hace justo treinta años por Rizzoli, en excelente traducción de Mario Socrate (Nota mía, Sciascia hablaba y leía perfectamente en español), es raro que no haya sido nunca reeditado, por el mismo editor o por otros, en una de las tantas colecciones universales y económicas de estos años.

Como dice el título, el libro cuenta de Méjico y, más exactamente de la Revolución mejicana y de sus protagonistas: Villa, Zapata, Obregón, Gutiérrez, Carranza. Personajes que parecen levantarse en vivo, especialmente Villa, en episodios tal vez marginales, pero siempre significativos. Guzmán cuenta cosas que ha visto, porque tuvo papeles de primer plano en los acontecimientos, habiendo llegado incluso a ministro en el frenético hacerse y deshacerse de los gobiernos revolucionarios. Y no sé cuanto habrá valido como hombre político, pero como escritor, mucho. Releyendo después de treinta años y después de haber bebido en tantas otras cantinas, el libro se me restituye en una grandeza intacta. Pero veamos los dos episodios recordados y reencontrados.

Un general del ejército revolucionario se encuentra con el problema, apenas tomada mediante batalla una población, de tener que pagar a la tropa. Y encuentra rápido el modo: le ordena a su ayudante que le traiga a las cinco personas más ricas de la villa y les da sus nombres. El ayudante los encuentra fácilmente y los conduce ante el general. El general interpela al primero, Carlos Valdés, y le dice: “Señor Valdés, por la fuerza de mi poder os concedo doce horas para ingresar cinco mil pesos en la caja de la brigada”. Al segundo le concede quince horas para pagar seis mil, al tercero, dieciocho para siete mil, al cuarto veintiuna para ocho mil y al quinto veinticuatro para nueve mil. Cuatro de ellos se quedan como fulminados, pero uno, el primero, protesta: “¡¿Doce horas para ingresar cinco mil pesos?! Me parece estar soñando. Un año de tiempo sería poco, tan poco como doce horas. Por lo tanto, por lo que a mi respecta, es inútil hacer esperar al verdugo, mándeme de inmediato a la horca...”. Irritado y solemne, el general contesta: “La Revolución, señor Carlos Valdés, no tiene verdugos ni los necesita”.

Hizo de verdugo un sargento y a las siete y cuarenta y siete de la mañana siguiente el señor Carlos Valdés fue ahorcado. Los otros cuatro, después de asistir a la ejecución, pagaron. Más tarde, contando los pesos, el general le dijo a su ayuda: “han pagado todos”. “Todos menos Valdés”, objetó el ayudante. Y el general: “Pero yo sabía que no habría pagado, no tenía ni para pagarse el entierro... pero ahorcándole a él estaba seguro de que los demás pagarían”.

Segundo episodio. Guzmán va donde Villa, lo encuentra muy enfadado y ansioso, junto al telégrafo, a la espera de noticias de una batalla que sus hombres estaban manteniendo. El telégrafo empieza con su tac, tac, tac: la batalla se ha ganado, tanto muertos, tantos heridos, tantos prisioneros. “¿Qué hacemos con los prisioneros?”, preguntó el comandante de la columna. La pregunto irritó a Villa: “¿Cómo que qué hay que hacer con ellos?, ¿cómo que qué es lo qué hay que hacer?, ¡pues fusilarlos!”. Y dirigiéndose a Guzmán y a un Llorente que estaba con Guzmán: “¿Qué les parece, señores doctores?”, ¡preguntarme a mí qué hay que hacer con los prisioneros!”. Y después de transmitir la orden de fusilarlos, pregunta todavía: “¿Qué les parece?”. Pálido como un muerto, pero firme, Llorente contesta: “A mí, general, si tengo que serle sincero, no me parece una orden justa”.

Guzmán cerró los ojos, esperándose que Villa sacara la pistola y castigara la desaprobación. Pero después de unos momentos de silencio, calmado, Villa pregunta por qué. Y entonces Guzmán explicó: “Quien se rinde, mi general, mediante este acto ahorra la vida de otro, o de otros, dado que renuncia a morir matando. Y así, quien acepta la rendición, está obligado a no condenar a muerte”. Villa le miró fijamente, después se puso de pie de un salto, casi gritándole al telegrafista la contraorden y que exigía de inmediato, por la otra parte, contestación. Ésta llegó veinte minutos después, veinte minutos que Villa pasó angustiado. Cuando supo que los prisioneros estaban a salvo “cogió su pañuelo y se lo pasó por la frente para enjugurse el sudor”. Después, a la noche, durante la cena les dijo a Guzmán y a Llorente: “Y muchas gracias, amigos, muchas gracias por lo de esta mañana, por el asunto de los prisioneros”.

La diferencia entre el general que ahorca al pobre Carlos Valdés y Villa, que primero encuentra ‘natural’ que a los prisioneros se les fusile y que después descubre que lo ‘natural’ es no fusilarlos, y los salva, es, primeramente, la diferencia que corre entre hombres y no hombres, ‘entre hombres y no’. Otra diferencia, que desciende de la primera, es que Villa era un revolucionario y el general era un verdugo. Mientras afirmaba que “La Revolución no tiene verdugo y no lo necesita”, el general se comporta precisamente como verdugo y no como revolucionario y Villa, que desconoce si una revolución puede o no tener verdugo, en el momento que aprende que no puede, queda, como dice Guzmán, ‘en la cruz’, y de su feroz seguridad baja a la trepidación, a la angustia y, después, sencillamente, con ese pudor y esa humildad que vienen de la fuerza, agradece a aquellos que le han revelado una ley que desconocía, pero que vivía oscuramente dentro de sí, en su ser hombre y revolucionario.

Es imposible decir aquello que en una revolución se debe o no se debe hacer, se puede o no se puede hacer, pero sí se puede decir aquello que un revolucionario no debe y no puede hacer. Esto es: no puede y no debe hacer de verdugo. Y mucho más cuando no hay revolución y solo hay el revolucionario (el subrayado es mío). Contrariamente a lo que afirma el general-verdugo (y hay que leer, en Guzmán, la experta pericia con la que prepara, con sus manos, el nudo para Carlos Valdés), la revolución puede incluso necesitar del verdugo, pero lo que es cierto es que un revolucionario no puede rendirse al oficio de verdugo sin entrar en el ‘no’, en la negación de sí mismo como hombre y como revolucionario.

“No se puede combatir una guerra como esta teniendo en cuenta principios morales, pero tampoco se puede hacer no teniéndolos en cuenta”, dice un personaje de L’espoir de Malraux, y habla de la guerra de España que era, a la vez, guerra de estados, guerra civil y revolución. Y menos todavía pueden no tenerlo en cuenta los pequeños grupos que se consideran delegados a hacer la revolución de masas que no están todavía o que ya no están en condiciones de hacerla].


Hasta aquí, el texto de Leonardo Sciascia. Años setenta finales, los años de plomo. Los mismos años de plomo que aquí pasamos, pero que aun se prolongaron casi dos decenios más. Y cuyas consecuencias jurídicas, en lo tocante al terrorismo, son esta luchas de interpretaciones sobre las penas, su longitud, su cumplimiento y sus garantías.

Hoy, demonios extranjeros para unos, exponentes de la cordura, para otros, han dictado una resolución que entronca directamente con las raíces de la jurisprudencia, partiendo el término por sus dos componentes, para mejor comprensión del mismo, dos raíces que hoy, en Europa, descienden directamente de los padecimientos de las poblaciones en aquel mundo ensangrentado y de muy escasas garantías jurídicas de la primera mitad del siglo XX.

De resultas de ello, un sistema garantista (libremente adoptado por sus miembros, quienes, en su conjunto y mancomunadamente, mediante los organismos ad hoc en los que participan con su voto, dictan esta jurisprudencia, con españoles incluidos, por cierto) es el que dictamina cuáles situaciones jurídicas son conformes a esa legislación y a su inspiración y cuáles no.

Y, actualmente, y para algo más que solamente hipotético bien de todos, las leyes no solo pretenden dar satisfacción y justicia a quienes la demandan, por hechos cualesquiera padecidos, incluidos los más atroces, además de apartar a los delincuentes de la posibilidad de seguir delinquiendo, más la intención de castigar, o redimir o ambos, según prefiera tomar cada cual el asunto según su mejor entender; sino que, además, incluyen apartados específicos y muy claros que, a su vez, protegen a los justiciables y a los reos nada menos que de la propia ley, y a esta incluso de sí misma o del cumplimiento poco escrupuloso de sus dictados que algunos de sus servidores pretendan, en particular, en la vertiente de pretender aplicar mayor castigo que el que la propia ley prescribe.

En este espíritu y en el entendimiento de habérselas con esos ‘revolucionarios’ convertidos en verdugos según el texto anterior, la ley, de ninguna manera está ya autorizada, por ley misma, a aplicar, digamos, la ley de Talión, para entendernos, sino que ha de atenerse a las limitaciones que ella misma se impone. Ya no se tira al foso la llave de la celda, ya no hay legitimidad posible para el tiro en la espalda o para la venganza sin más. El ministro, el jurista, el juez, el policía, el funcionario, el sicario o la propia víctima vengadora, que nunca faltan, y que se vean ante la tentación de endurecer la ley por su cuenta, podrán tal vez conseguir alguna pública simpatía, y no cabe decir que esto no sea comprensible para algunos, siquiera en el caso de las víctimas, pero tendrán la misma ley en contra que tiene el asesino, asesino con causa o sin ella. Y, no lo duden, esta es una de las cosas mejores y más avanzadas del mundo que hoy tenemos.

Y el caso de la doctrina Parot, hoy suspendida, por no decir cateada, es, sin embargo, un caso evidente de chapuza o tejemaneje jurídico que se saltó ¡nada menos! que ese principio sagrado, que alienta detrás de toda legislación moderna como, por supuesto, la que emana de la Corte de Estrasburgo lo es, y que indica que no pueden bajo ningún concepto endurecerse retroactivamente las penas a los reos ya sentenciados y juzgados. Principio, por lo demás, que no es venir a descubrir hoy ningún Mediterráneo, porque de hecho está incorporado a la legislación española, como a tantas otras, desde el siglo XIX.

Y solo cabe añadir que nuestros legisladores y sus inspiradores no supieron resolver adecuadamente, en aquel momento, un problema jurídico que les había explotado en las manos, por la sencilla razón de que una legislación, todavía en parte franquista, contemplaba una serie de conceptos para la reducción de penas que llevó a casos como que asesinos con decenas de muertos en su haber pudieran estar en la calle tras quince años de cárcel. En consecuencia, pero antes de cambiar esas leyes, lo que finalmente se hizo, fue adoptar, mientras tanto, la llamada doctrina Parot, que en la práctica era una monstruosidad jurídica, que es lo que ha sido fallado ayer como improcedente.

Y rasgarse ahora las vestiduras y cargar de culpas a los juristas ajenos, que no las tienen, no parece más que un ejercicio bastante burdo de propaganda simple de la estaca, porque España, a día de hoy, tiene el dudoso honor de ser el estado que más ha contemporizado, con una lenidad sorprendente y chocante y con una indulgencia como mínimo significativa, con delitos igualmente execrables y jamás ni siquiera juzgados, como lo atestiguan los cadáveres todavía por desenterrar de las cunetas, en la represión habida durante y después de la Guerra Civil y, hoy, ya caso único de un estado que persista en tan poco jurídica y vergonzosa práctica, y, por lo tanto, como tal estado, teniendo muy pocas cartas que esgrimir para la defensa de nuestro siempre patriótico uso de la ley del embudo. Porque seguimos con nuestras viejas querellas de los muertos mejores y los muertos peores, con los asesinos buenos y los asesinos malos, con los excusables y los no excusables.

Y aunque a nadie le agradan los asesinos sueltos por la calle, –a mí, no, desde luego–, y lo mismo sirve decir de los del tiro en la nuca que de los violadores de niños, y por más que su presencia en libertad, una vez cumplidas sus penas, resulte sin duda en un enorme desasosiego moral, sin embargo sí cabe recordar algo que siempre se omite. Los que están en la calle, sin haberse fugado, lo están en cumplimiento de la ley, porque por más que suene así de raro, así es. Porque lo están en el cumplimiento de todos sus términos, de los que indican las sentencias y de los adicionales, también escrupulosamente legales, que pautan los beneficios penitenciarios y la totalidad de las razones, también legales, para los acortamientos de las penas efectivas a cumplir. Cuando todos ellos se alcanzan, el reo, ladrón de bocadillos, terrorista o asesino múltiple que sea, sale a la calle, cabe solo añadir a esto: como debe ser. Y aunque le duela a la gran mayoría de personas que no delinquen o le resulte insoportable a las víctimas, siendo el caso de la excarcelación de Inés del Río un ejemplo de ello. 

Y como es asunto en el que no cabe no expresar opinión, al menos en lo que toca al asesinato político, es decir, al del terrorista del tiro en la nuca o del que mata al secuestrado para lograr que otros paguen, como ese general ‘no hombre’, es decir, ajeno a la humanidad, del texto citado arriba, la mía la remito a los términos de dicho texto. E, igualmente, tengo otra cosa clara. De ningún modo la ley, ni lejanamente, puede ponerse en los mismos términos que los asesinos. Y, todo hay que decirlo, hoy ya no se pone. Para bien de todos.

Cierto que explicarle esto a los hijos y a los padres de los asesinados –y, por supuesto desde la solidaridad con ellos, no desde la defensa de la causa del asesino–, no es tarea fácil, sería labor más bien digna de un sabio o de seres humanos con la hache muy mayúscula, capaces de argumentar con mejores razones que las mías, pero también es la manera de sugerirles que esa es la única forma que tienen de no ponerse, como personas, a la altura de esos asesinos, y no ya solo como ley, que ella sí tiene la obligación de hacerlo, sino como seres humanos individuales, dotados de conciencia y razón. Porque de no entenderlo así, lo que en definitiva se propondría sería, términos arriba, términos abajo, dar de nuevo, y no importa desde cuál ideología, sensibilidad u óptica, como se diría ahora, en validar o proponer una vez más la conveniencia de la existencia de los muertos en las cunetas, o actuaciones poco más o menos por el estilo, si bien con alguna lenidad mayor, dados los tiempos. Y darlo, entonces, todo ello por bueno, lo cual, a mi entender, no sería más que una monstruosidad añadida a hechos ya suficientemente monstruosos.

Y aquella persona, da igual de cuál partido, aunque sea lo primero que se ha predicado de ella, que desconozco si es víctima o no del terrorismo o está relacionada con alguna de ellas, lo cual sería sin duda desgracia terrible para él y motivo más que suficiente para comprender su ira, como la de tantos afectados, pero no así, si no fuera este su caso; y que se ha permitido amenazar de muerte al diputado Alberto Garzón por expresar, más o menos, lo mismo que expreso yo en estas líneas, seguramente no sea consciente de ser víctima, cierta o figurada, pero víctima, dos veces. De la primera, no es responsable, indudablemente, pero de la segunda sí, aunque no lo sepa. Y lleva dentro la pesada y dolorosa semilla de poder pasar de victimado a victimario. Y entonces, creyéndose un justiciero, será solo un delincuente. Otro más.

Solo, para acabar, recomendar a mis lectores un libro. Creo que no lo he hecho nunca. Y alguna vez tenía que estrenarme. Les aseguro que es más que pertinente, al respecto de este artículo, que todo lo que yo pueda decir y seguir diciendo, libro que, en efecto, trata de un ser humano excepcional, con su hache, la de Melchor, extraordinariamente mayúscula. Es el protagonista de nuestra Lista de Schindler, en castellano de ley. El ángel rojo. Historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano, de Alfonso Domingo Álvaro. Editorial Almuzara, 2009, ISBN: 978-84-92573-63-9.

Es más, deberían administrar el libro en el colegio, si es que en los colegios se administraran libros, pero sería más sano, recomendable y mejor incluso que cuando daban un vaso de leche. Cuando la daban los unos y cuando la daban los otros. La leche. Y también las leches.

martes, 15 de octubre de 2013

Una de Gila (para mis buenos amigos Anselmo y Emeterio).


1. Conversación telefónica.



–Digaaa...

–Hola, Eme, chavalote, soy Anselmo, ¿cómo te va, tío?

–¡Anselmo, joé, cuánto tiempo, qué alegría oírte, macho!... ¿No me digas que nos ha salido algo? Ya era hora...

–Pues eso mismo, ya lo ves, que Dios aprieta, pero no ahoga.

–Pues tú dirás...

–Bueno, verás... Lo primero, ¿tú sabes si Alfonso tiene todavía la radial gorda, pero la gorda, eh? Esa de dos palmos de disco, la que nos rob... la que nos trajimos de Suiza, ¿te acuerdas? Cuando nos llamaron para abrir una caja que se le había encasquillado al lechuguino ese del tesorero de no sé qué y que tenía dentro toda la pasta del secretariao del...?

–Pues creo que sí la tiene todavía, que anduve la semana pasada con unos rumanos en un trapiche de una sisas de cobre y había que cortar unas farolas pa’ sacarlo y fuimos a su local a por la radial mediana, y ahí vi que estaba la gorda también y... ¡Cómo no me voy a acordar de lo de Suiza, que anda y que no nos reímos una jartá en el apartamento aquel en Ginebra!, que parecía un transatlántico y que no paraba de decirnos el pijo ese repeinao y más estirao que un caballista jerezano: –Pero sobre todo, por Dios, por sus hijos, por su madre, por lo que más quieran, tengan muchísimo cuidado y no se nos queme nada, a ver si va a saltar una chispa y vamos a tener todos una terrible desgracia... Y sudaba y gemía más el tonto del haba que si la caja la estuviera cortando él mismo. Y la abrimos tan finamente, y medía por dentro aquello más o menos lo que un garaje, y había allí así como medio PIB de un año, hijo de puta sinvergüenza...

–¡Como pa’ no acordarse, Eme! Y oye, cojonudo lo que me dices de la radial... Pues entonces se la pides a Alfonso y le dices que ya se la devolveremos en unos días, y si pregunta pa’ qué, tú di que no sabes, que te la he pedido yo... Y luego te coges la Jumper, te pasas por el Leroy y compras trescientos discos de los cojonudos, de los BASF, pero de los alemanes originales, tú sabes, a ver si te van a tangar, discos para metal, de los extragruesos, para desbastar rebabas como melones, y luego cogemos aquí en casa también la lanza térmica y todo lo demás, hasta el equipo de protección, que ya sé que no vale na’ más que pa’ estorbo, pero es que esta vez nos vamos a currar a un sitio fino y a trabajar en público, y ahí sí que se la cogen con dos papeles con las mariconadas esas de la seguridad, los guantes, las gafas, los cascos, los arneses y toa la polla esa...

–¡¿Trescientos discos, Anselmo?! ¡La Virgen! ¿Pero qué hay que cortar? ¿El Pirulí por la base?

–Pues más o menos...

–Pues entonces, como comprenderás, una cosa es que tenga que poner la Jumper porque me la pides tú, que eres un colega legal, y otra que vaya yo a pagar trescientos discos pa' la radial. ¡Tú estás zumbao! ¿Tú sabes lo que valen trescientos discos de esos...?

–Emeterio, no seas cazurro, si esto es la oportunidad de nuestra vida, la de hacernos un porvenir en la legalidad, pero es que no te lo puedo contar por teléfono...

–Qué oportunidad ni qué leche, cabronazo, menudo morro tienes... A mí no me vengas con gilipolleces, y si no se pue' hablar por teléfono, pues habrá que hablarlo igual en otro sitio, digo yo. Me voy pa' tu casa, nos tomamos unas cerves y me cuentas, ¿vale?

–Vale. Venga, pues te espero. Y arrea, que urge.



2. Casa de Anselmo.




–A las güenas... ¿Se puedeee?

–A la paz de Dios. Pasa, Emeterio, tío, pasa, me alegro de verte...

–Déjate de prosopopeyas, Anselmo, a ver, desembucha, que me tienes intrigao.

–Pues pa’ hacerlo corto, que la Marina nos ha encargao un trabajillo en Cartagena. Como te lo cuento.

–¡Joder!, un trabajillo... ¡de tresceintos discos pa’ la radial! ¿Y quién es esa Marina? ¿Tu prima? ¿Qué tiene tu prima en Cartagena? ¿Una finca de cuarenta hectáreas con veinte postes de alta tensión que le están dando por saco y nos llama para que se los quitemos, como si fueran los bardales que asoman de una tapia?

–¡Que no, coño, Emeterio, que no me has entendido... la Marina, la Marina de Guerra, el Almirantazgo, los milicos, tío. La fuerza, el estado en acción, los ángeles de Charli, el brazo humanitario, el brazo armado, misiles, portaaviones, destructores, submarinos, la defensa sagrada de la Patria, la iniciativa de proyección estratégica, la guerra de las galaxias, qué se yo... La Marina nos llama a los astilleros de Cartagena, a ti y a mí, Eme, tío, ¡a nosotros dos, ná menos! Y los trescientos discos no darán ni pa'l primer día de currelo, que nunca piensas a lo grande grande, so antiguo. Nos tenemos que ir... ¡a cortar un submarino, te enteres! Eso es lo que no te podía decir por teléfono, ¡animal! ¡Nos ha tocao la lotería, eso es lo que ha pasao! ¿Hace o no hace?

Emeterio pega dos manotazos en la mesita y suelta una carcajada que se les cierra la ventana de golpe.

–¡Amos anda, Anselmo, a cortar un submarino! ¿Al bies, a lo ancho o en finas tiras como un pimiento? ¿Pero tú que t'has fumao hoy? Si querías tomarte unas cañas conmigo, haberlo dicho... Eme, macho, vente pa’ casa, nos tomamos unas cañas, nos fumamos unos canutos y nos echamos unas risas.

–¡Cojones, Eme, que va en serio, que ya sabes que yo no bromeo con las cosas del curro! Reírnos y bebernos, todo lo que se pueda, y echarnos los polvos que nos mande Dios, pues toda la vida, pero las cosas del curro son sagrás, ya lo sabes hace mucho. No me toques los huevos.

–O sea, que me dices que tenemos un curro, una cosita cualquiera, cortar un submarino, por ejemplo, ¡pues lo normal!... por encargo de la Marina de Guerra. ¿A quién no se lo han pedido alguna vez? Vamos, tío... Y yo me pillo la Jumper, la lleno de gasofa hasta la bola, trinco la radial gorda, me merco los trescientos discos, agarro la lanza térmica, te recojo y nos vamos pa’ Cartagena, en la jaca.

Y ahora llego a casa y se lo cuento a Belén. Oye mira, Belén, chata, que me ha salido una chapuza, tengo que irme con Anselmo a Cartagena, en misión secreta, a cortar un submarino. No sé si tardaremos un mes o dos años, eso no nos lo han dicho. Ya te iré mandando lo que pueda de parné, dale un beso a los niños de mi parte. Y Belén ni me llamará gilipollas, ni me dará un bofetón, ni me dirá que haga el favor de quedarme con mi puta madre ni que me vaya a tomar por el culo. ¡Qué va, tío! Seguro que me da un beso en la mejilla y me dice... llama sin falta todos los días, precioso, ¿me lo prometes?

... Y oye, Anselmo, además otra cosa. ¿Por qué no lo cortan ellos? Será que allí no hay mecánicos... Y otra más, ¿para qué cojones quiere nadie cortar un submarino? Eso no es una varilla, creo, ni siquiera una viga. Y la última cosa... Si esto va en serio, me voy contigo a Cartagena y al Bután, y en burro, si hace falta, que pa’ eso estamos y que no se diga... pero los discos los compramos a medias, faltaría otra, que no falla una vez que no intentes tangarme, so chorizo.

–¡Joder, lo que pías, encima que te he buscao el curro de tu vida! Estás cada día más gruñón... Pues, ¡ea!, los discos y todo lo demás a pachas, como toda la puta vida y como debe ser, como los colegas que somos, pero es que estoy sin un céntimo, eso es lo que pasa... Así que a ver si se nos ocurre algo para conseguir los discos...

–Hombre, pues haber empezao por ahí... Podría hablar con los rumanos del cobre y con otros coleguis del barrio que tampoco son mancos, algo se podrá hacer, digo yo, para arrimarse gratis unos cuantos discos, me deben más de dos y más de tres favores todos esos desgraciaos...

–Pues eso, así se habla... ¡Hala, avivando! Que te habías quedao como alobao, pero ya veo que vuelves en sí. ¡Este es mi Eme! Ganas me entran de besarte la coronilla, cerdo.

–Es que así, de sopetón, joé, tío, ¡irse a cortar un submarino como el que le acorta las patas a una barbacoa! ¡La madre que nos parió! Porque no se lo podemos contar a nadie... pero no me dirás tú que no dan ganas de ir a soltarlo en el bar. ¡El despelote!

–Bueno, tío, ahora en serio, vamos con los detalles del encargo. Tú ya sabes que tengo mis contactos, y que en esto de los trabajos de metalistería fina, pero discreta, por llamarlo de alguna manera, somos los reyes. Las cosas como son. Y eso, además de la policía, lo sabe quien tiene que saberlo. Y por eso nos llaman. Y de eso comemos.

–Eso es la pura verdad. Tienes toda la razón. El Anselmo, el Emeterio y sus muchachos. Las cosas más que discretas que no llevaremos hechas, tío...

–Pues bien. El tema es el siguiente, pa’ que luego no digas que no te vas informao. Los astilleros de Cartagena tienen el encargo de construir una nueva clase de submarinos para la Marina de Guerra. Una cosa así como dos estadios de fútbol de largo y como un túnel de metro de gordo cada juguete. Vamos que, puesta en millones, ni tú, ni yo ni nadie sabemos ni escribir la cifra que van a costarnos a todos.

Y resulta que ya tienen medio acabao el primer submarino. ¿Y qué es lo que ha pasao con él? Pues lo de siempre. Lo mismo que pasó con la vía del AVE a Sevilla en el 91, que los que venían de Sevilla y los que venían de Madrid no se encontraron... había cien metros entre vía y vía en el punto donde tenían que juntarse. Un triunfo de la ingeniería. No veas las caritas que se les pusieron a los señores ingenieros de caminos, y al señor menistro. Jolines y caramba, que decían todos, con la mayor cordialidad.


Y lo mismo que pasó cuando enterraron la circunvalación de Barcelona, ese mismo año, por la zona del puerto y resultó que faltaban unos centímetros para cumplir con la altura máxima autorizada de los camiones TIR, que era para lo que la hacían, para desaparecerlos en la olimpiada. Y hubo que levantar toda la cubierta de no sé cuántos kilómetros, en zona urbana, para volverla a poner más alta. Otros pocos durillos que nos costó la cosa... Y no paraban de decir los desdichados catalufos, los mandocantanos del lugar, pe... pe... però què és això, cullons?, con los ojos desorbitaos y echándose las manos a la cabeza.

Y ahora, pues otra vez lo mismo, tío. Esta vez tocó el submarino nacional, pero el de Berlanga. Peral se lo inventó el primero y estos ciruelos, esto. Lo mismo de lo mismo, vamos. Marca España. Que resulta que se han sentao los capataces y los entendidos a sumar lo que pesará el chisme, pero después, y no antes de haber soldado todo el casco, que solo son cuatro chapas..., y les ha salido que está gordo. Gordo, no, muy gordo. Vamos que el cacharro pesa mucho más de lo que tendría que pesar. Y, en fin, ya te lo figuras... Como el submarino de Gila:

–¿Me oye, mi teniente de navío?, al habla el sargento Ibiricu, que ya hemos echao el submarino al agua, pero no flota–.

–¿Cómo que no flota, sargento?–.

–Bueno, la verdad es que no sabemos si flota, pero lo que es seguro es que no sube, y este ya tendría que haber subido. Habíamos quedao con ellos en que subían pa' la una y media, p’al aperitivo con unas gambas en la cantina, pa' celebrarlo, que eso no se perdona, pero no suben... y ya son las ocho. Pa’ mí que se va a liar... y pa’ qué decirle más. ¿Qué hacemos ahora, mi teniente de navío?–.

–Pues vaya gaita, a estas horas, habrá que llamar al almirante... ¡con la mala hostia que tiene! Que no nos pase ná a ninguno... ¿Y los de dentro qué dicen?–.

–Sacarnos de aquiiiií... Pero se oye muy bajito y con muchos gorgoteos en la línea, y cada vez más débil...–.

–Pues con lo que me cuenta, Ibiricu, además de al almirante me parece que voy a tener que llamar también al señor arzobispo... ¡Qué oficio este de enlace de estado mayor, vaya puto asco! Manténgame informado y no se mueva del borde del malecón ni un segundo y a la noche alumbre el agua por donde lo han echao con una linterna. ¡Es una orden! Y si ve que sale pa’ arriba mucho aceite y chatarra y otras cosas revueltas, vuelva a llamarme sin falta. Corto–.

–...¡La hostia, Anselmo!, así que, si m’he enterao bien, el casco del submarino ya está soldao y ahora hay que cortarlo, ¿perooo... pa’ qué, por Dios?

–Bueno, pues parece que se han marcado un brainstorming, vamos, que se han sentado a parir y a pensar a ver qué hacen ahora con el engendro, los ingenieros, los almirantes, el ministro, los de hacienda, los de industria, no sé si también el agregado militar del Vaticano, un consejero de la Real Marina Suiza, más una consultora extranjera de ingeniería (o sea, estos últimos, los que tendrían que haber ideado el submarino desde el principio, pagándoles algo más, si no había más remedio, pero en el entendimiento de que flotara, subiera y bajara como si fuera un submarino y no como una losa de cemento) y además de llamarse de todo entre ellos, menos bonitos, me figuro, han llegado a la conclusión de que hay que aligerarlo de peso, antes que pasarlo directamente a chatarra de gama alta, que para eso siempre habrá tiempo.

Un lifting, vamos, quieren un restyling. Quitarle las lorzas. En castellano, un apaño. ¿Y cómo? Pues han concluido que se le sierra el casco como si fuera un canuto, se le echa una pieza pa’ que sea más largo, por no sé qué características de flotabilidad, de soporte estructural, del momento de torsión, de... la polla en patín. Y se vuelve a soldar como el que le añade un parche a una aleta de un coche con una buena hostia, se le quita de dentro todo lo que se pueda, como vaciando un trastero hasta dejarlo en su peso ideal, y si todo sale bien, llaman al Príncipe y lo botan en la bahía de Cartagena, cruzando los dedos hasta hacerse sangre, en particular la tripulación, que eso sí que tendrá que ser pa’ verlo, si le llega el día.

–No esta mal explicao, Anselmo, y rectificar será de sabios, pero si eso funciona, tal y como me lo cuentas, yo me la corto.

–Pues yo también, Emeterio. Pero ese no es nuestro problema. Nuestro problema es el condumio.

–Ya, pues cojonudo el curro que me estás vendiendo. Que lo arreglemos para que luego nos la tengamos que cortar. Razón de más para ni acercarse por allí. Además, lo que no entiendo muy bien es que pintamos ahí estos mendas, por mucho que sepamos de metalistería. ¿Es que no lo pueden serrar ellos? Anda, que no será por equipos y técnicos...

–Pues claro que pueden, pero ya no se atreven. Después de la cagada no queda ni un solo ingeniero, ni un solo oficial, ni un aprendiz de tercera de mecánico que se atreva a acercarse a un plano o a una llave inglesa sin un escrito notarial firmado y exculpándoles a ellos y a sus herederos hasta la cuarta generación de toda responsabilidad con lo que pase.

Y ya han caído el presidente del astillero, el ingeniero en jefe, todos los responsables del programa y caerán los almirantes, el ministro, el capellán castrense y la señora de la limpieza. Al tiempo. Allí ahora mismo se debe respirar un aire como en un gulag del año cuarenta y siete, antes de una visita de inspección del Padrecito Stalin. Así que para allá que nos vamos nosotros, pa’ Cartagena, a salvar a la Patria, Eme, tío, ¡toma ya la iniciativa privada!, los servicios externalizados... ¡Ay que me parto! Las oportunidades de los tiempos de crisis. ¡Vamos a emprender, tío, a emprender con la radial del Alfonso, con la Jumper del Emeterio, con la lanza térmica de servidor y con dos cojones y un palito! Y a sacarle las castañas del fuego al erario.


¡El Anselmo y el Emeterio, aspirantes a la orden del Mérito Civil y también a un marquesado si les apañamos bien la chapuza y aquello flota y sube y baja siquiera un par de semanas! Eso es lo que somos ahora mismo tío, futuros aristócratas, los señores Condes de la Lanza Térmica y de la Radial... como la Condesa de Fenosa, pero con grandeza de España. ¡Se han pillao estos capullos los cojones en dos mil millones, ná más! Y otros mil millones más pa' arreglarlo, más los que te rondaré morena, pero mucho tendrá que torcerse la cosa pa’ que no saquemos tú y yo siquiera cincuenta mil euros cada uno, como pa’ comer un par de años a costa de todos estos manazas. ¿Te lo imaginas, tío? ¡Comer dos años por adelantao!... ¿Cuándo te has visto tú en otra?

–Ya, bueno, tú dirás lo que quieras, Anselmo, pero yo creo que ya estás mayor para creer en los Reyes, porque yo te digo a ti que con estos tiburones de la mar océana, como no les cobremos cada metro de corte por adelantao y a tocateja, ni tres años, ni tres días, ni tres veces vamos a comer nosotros ni nadie. Pues menudos son estos pájaros y estos peces…


Anda, por favor te lo pido, antes de poner ni un puto duro de nuestros cochinos bolsillos, ya estas llamando al ministro, al almirante, a tu contacto o a su puta madre, para que aforen el adelanto, pa’ comprar los discos y los electrodos, pa’ cambiarle las cubiertas a la Jumper, pa’ pagarnos el viaje, pa' poder comer y echarnos una canita al aire por el camino y para dejarle siquiera mil euros a la Belén, a tu Josefina y a los niños...

Y cuando hayas tocao pelo, ya me llamas, pillamos lo que haya que pillar, lavamos, planchamos y almidonamos los monos, si hace falta y lo exige el contrato, y p’allá que nos vamos silbando... a cortar el submarino en los cachos que nos digan. ¡Susórdenes, mi contraalmirante! ¡Le manda cojones, vaya país que nos ha tocao en el sorteo!

Y se volvió para su casa, en el fondo ilusionado y a esperar el telefonazo, el bueno del Emeterio.



http://politica.elpais.com/politica/2013/10/13/actualidad/1381689359_105016.html

domingo, 13 de octubre de 2013

Especialistas en nada, especialistas en todo.



Tal vez lo más grave que pueda pasarle a una gobernación es que esta sea desempeñada por un especialista o por un grupo de ellos y que estos pretendan gobernarla exclusivamente según las normas de sus respectivos oficios.

Todos sabemos que cuando los estados son gobernados por un militar, un general, en fin... un dux, un imperator o un general superlativo cualquiera como los de nuestros pagos, de los que siempre sobran, sus súbditos pasan a vivir en un cuartel. De los cuarteles de antes, se entiende, no de los de ahora.

Lo mismo pasa con las teocracias, y admitan o no este nombre para sí mismas, que no hay más que echar un ojo en derredor, que no son cosas estas solo del pasado, y cuando un clérigo o cualquiera de sus hechuras, aun sin vestir el hábito talar, gobierna en exclusiva para la feligresía, pero asumiendo siempre y en todo caso que esta está compuesta por todos los súbditos del lugar, sin faltar uno, y así muchos sean fieles de otras religiones, escépticos, agnósticos y ateos, incluso, la única conclusión a sacar es que seguro pintan bastos para el noventa por ciento de cualquiera de estas desgraciadas poblaciones a considerar. 

Y los ejemplos podrían seguirse sin cuento... estados gobernados por psícopatas, por filósofos, por iluminados, por teólogos, por jueces justicieramente implacables y por jueces salomónicamente justos, por mercaderes honrados y por mercaderes ladrones, por asesinos sanguinarios, por bondadosos pater familias (que en Roma, por ejemplo, donde hubo emperadores de todo tipo imaginable, hasta los hubo de estos), más las mezclas en cualquier dosis de todo ello, pero que, en casi todo caso, no llevaban más que a infortunios y, demasiadas veces, a repetidas degollinas.

Pero el caso más próximo, el que me ocupa y nos ocupa, lo creamos o no, hoy en día es el del poder tomado por el brazo financiero y por sus profetas, los economistas, que parece resumir y asumir todos los anteriores en cuanto a estupidez y vesania, porque frente a este brazo, ríanse ustedes del brazo secular, que tampoco era manco. Pero solo muy raramente justo.

Con el resultado de que estos ‘especialistas’ gobiernan desde unos presupuestos comparables a como si en cualquier empresa los encargados de tomar las decisiones primeras y últimas respecto de todo, desde la razón de ser de la firma hasta todo lo demás, producción, objetivos, finalidad, estrategia, táctica, gestión comercial, control de calidad, manejo del personal... las tomara siempre y únicamente el contable, bueno, no, perdón, el director financiero, pero sin otros instrumentos ni otras consideraciones delante de sus ojos que sus planillas de Excel y sus hojas de debe y haber, aunque ahora dotadas de la misma facticidad que sentencias de muerte.

Y, aunque considerar que el contable es pieza necesaria en cualquier organización y atender a sus consideraciones, explicaciones y demandas no parece más que una buena práctica, sin duda recomendable, sin embargo, el regirse para tomar cualquier decisión solamente por sus opiniones y consideraciones de ‘especialista’ llevará sin duda a desatender tantas otras consideraciones, igualmente buenas y necesarias, que este no habrá tenido en cuenta por no ser de su ámbito. Es decir, por desconocerlas en buena parte y por no saber que hacerse de ellas, dado que no son de eso mismo, de su especialidad.

Pero si algo han destacado siempre del buen gobernante (que los ha habido) las gentes, los tiempos, la opinión del común y la posteridad, así como la de los conocedores de estos asuntos, es que esta clase de dirigente lo es fundamentalmente por saber rodearse y escuchar a los doctos en todo ámbito, y por aprender a sumar, integrar y a dar y a quitar, en definitiva, en función de muchísimos condicionantes y necesidades a los que tendrá que atender con exquisita y sabia mesura. Es decir, sustituyendo arriba, que no podrá nunca ser buen gobernante quien solo escuche al contable, como sin duda es el signo de los tiempos y el de los gobernantes, en su inmensa mayoría, y lo que constituye, seguramente, la peor característica del tiempo presente.

Y estos criterios de atención a muchas y diferentes necesidades, no por simples y evidentes salen de la nada, sino que son pura imitación necesaria de lo que hacen las gentes de bien con sus semejantes y dependientes, casi en todo tiempo, lugar y situación, es decir, de aquello que caracteriza a los humanos por serlo, y esto por no decir que, incluso, parte de ello también lo hacen hasta los animales, y sin necesidad de contable.

Y esto incluye dar de comer a los hijos, enseñarlos y protegerlos. Y a los viejos y a los impedidos darles igualmente de comer, cuidarlos, cobijarlos y a todos ellos mantenerlos, así como mantenerse, además, a sí mismos, en resumen. Y la consideración o conclusión inevitable de que si tal cosa ya no es posible, esto no es entonces más que responsabilidad de los malos gobernantes, a quien cabe señalárselo y exigirles otros comportamientos. Y lo cual, por cierto, es posible. Basta con no votarlos.

Porque es función primera de estos mismos gobernantes, con responsabilidades y obligaciones mucho mayores que las de cualquier particular, pero siempre más que suficientemente premiados, así se atengan o no a ellas, el proveer los medios necesarios para que esas necesidades de todos, si es que de humanidad hablamos, puedan satisfacerse con alguna armonía, justicia distributiva y ateniéndose al sentimiento de bien común. Y será este un discurso tan viejo como la antigüedad, seguramente, pero parece igual de necesario hoy como hace cien o dos mil años. Y si lo es es porque, precisamente, persisten las causas para enunciarlo. Por desgracia.

Y, en los términos del hoy mismo, este es el discurso de más actualidad que puede emitirse. Y el más necesario. Si los ejes fundamentales de la política, que son la buena administración del trabajo y sus conjuntos, de la enseñanza, el cuidado de la población, la procura de la cohesión social, junto al necesario ‘buen’ manejo de la vida económica, la milicia, la justicia y el pan nuestro, más todos los etcétera que se desee añadir, entendidos como los términos mínimos y necesarios para una supervivencia digna de cualquier población moderna, son descuidados como deberes ‘fundacionales’, por decirlo de alguna manera, y se permiten las gobernanzas, en cambio, nada menos que desmantelarlos o subrogarlos a terceros, por consejo de sus contables, con los resultados que vamos viendo, y cuando los ejemplos de buena administración ya nos los trae solamente el pasado, no cabe duda de que estos saberes de vía única de ciertos ‘especialistas’ va llegando la hora de que sean echados, junto a tantos otros, a los basureros de la historia.

Desconozco, sin duda, cuanto peor o mejor pueda ser el gobierno de este notario que nos ha tocado en suerte que el del abogado, el zapatero, el druída, el monje o el castrado que nos cayeron y nos irán cayendo sucesivamente sobre los hombros y a los hombres de acá y acullá, pero no me cabe duda de que, este y los otros, sean cuales sean sus profesiones y creencias, si persisten en gobernar según dictados de un único y tendencioso cuerpo de especialistas serán malos gobernantes, por no detenerse a escuchar y a darle el espacio necesario a otras opiniones y a articular los modos para que prospere el conjunto de una sociedad y no solo una pequeña parte de ella.

Y, no digamos ya, cuando dicho cuerpo de asesores y especialistas, y da lo mismo en Madrid que en Tubinga, sinceramente, pero en número de doscientas cincuenta personas, por seguir con el ejemplo, solo en el Ayuntamiento de Madrid capital y como es nuestro desdichado caso, no son Herón de Alejandría, Cicerón, Marco Aurelio, Teresa de Jesús, Jovellanos o tan siquiera Sampedro, sino el cuñado, la prima, el yerno, el hermano, el tío del chófer, el compañero del cole y el amigo de cada Virrey o pequeño y pastelero Visir de turno.

Porque quisiéramos cualquiera pensar, a esta altura de los tiempos, o eso al menos creíamos que pretendían enseñarnos, que debiera ser la democracia cosa de finas transacciones, de pactos sabios y elaborados, de hallazgo de promedios bien calibrados, de ponderaciones más que sopesadas, de intención de ajustes a satisfacción de los más posibles, incluso de sorteos antes que de favorecimientos a dedo, y de un respeto deseablemente máximo a las opciones individuales que no menoscaben a terceros, que de estos trágalas de miras cortas, de pensamiento minimalista y escuchimizado, de imposiciones y mandamientos legislativos que solo satisfacen a un veinte por ciento de la población y ofendan o perjudican al otro ochenta.

Y si además el gobernante incumple, sea notario o sindicalista, las dos normas máximas para prestigiarse de verdad en el oficio, que son no meter la mano en la caja y que si su mujer es una zorra (o su marido una garduña), siquiera ni de lejos lo parezcan, y si lo fueran, puerta, entonces todo el resto del discurso ejemplificador que pretendan emitir, junto a sus decretos, ya sobrará por completo hasta el día de su despedida, que solo cabe augurarles próxima.

Y a esperar a ver con cuál parlamento llegue el siguiente y qué especialistas nos traiga bajo el brazo para justificar el hambre y su necesidad. Tal es el armazón teórico de la modernidad. Especialistas en todo, especialistas en dejar la nada a su paso.

martes, 8 de octubre de 2013

Comprensión lectora, que le dicen.


Nos informan hoy los papeles de que los súbditos de este reino afortunado figuramos en la cola de la OCDE en comprensión lectora y matemáticas. En realidad poca cosa, si comparada con nuestra destacada posición en la posesión del esférico (se trata de un elevado asunto de trigonometría, del cual conoce todo el mundo, pues incluso en las tabernas hablan de ello) o en el número de cajeros automáticos por habitante, por ejemplo, que ahí es ná.

En ayudas a la banca, además, también destacamos y esto no puede significar otra cosa que lo ya sabido. Que somos un pueblo de Quijotes. Si un banquero pasa hambre, raudo salen los caballeros andantes a los caminos y plazas para, con la mejor aquiescencia de todos, recaudar y entregar a esos necesitados lo necesario para su rancho. Que les debemos mucho, además, y es de justicia ayudar a quien te ayuda.

Con todo y ello, he intentado comprender qué es eso de comprensión lectora, porque, la verdad, me suena feo, y prefería aquello de comprensión de lectura o de comprensión de lo que se lee, pero ya he visto que no hay más tu tía (there's no more your aunt, en inglés, señores Blanco y Botella, de nada, que mira que buena pareja hacen) porque como tiene que decirse es comprensión lectora, y me callo.

Pero como me puede la curiosidad, por no decir la maldad, y aun seguía discurriendo y discutiendo conmigo mismo, me he ido a la Güiquipedia, para buscar mejor comprensión lectora e ilustrarme, donde he encontrado este párrafo  mediante el cual he podido confirmar que, en efecto, ando fatal de eso mismo, como me corresponde por lugar de residencia. Y como dos y dos son cinco. Vean si no. (Los subrayados son míos).

La comprensión es el proceso de elaborar el significado por la vía de aprender las ideas relevantes de un texto y relacionarlas con las popadas y/ o conceptos que ya tienen un significado para el lector. Es importante para cada persona.

Sí, ya sé que la cosapedia esa la hacen aficionados, revisados por otros aficionados y que de resultas de ello queda lo que queda, algo así como si no lograran nunca poseer de seguido el esférico, con su consiguiente ruina, si de trigonometría habláramos. Pero, ya sin entrar en el significado, que serían aguas más procelosas, ese fantástico "popadas" me ha obligado a marcharme otra vez de excursión, esta vez a la RAE, casa esta algo más seria –siquiera cobran por lo que regalan y yo que me alegro por ellos–, donde aseguran que popada no es dama conocida en el caserón y remiten a "popar" que afirman que significa despreciar o tener en poco a alguien, acariciar o halagar, tratar con blandura y cuidado, mirar y... se acabó. Así que como significa despreciar, pero halagar y también acariciar, pero tener en poco, pero mimar, pues me me he dado la vuelta para casa sin comprender demasiado bien lo que me han querido decir.

Pero como soy machacón, he sustituido lo anterior en el "popadas" de la Güiquipedia y he intentado, de nuevo, comprender lo leído, es decir, aprender las ideas relevantes de un texto y relacionarlas con las caricias-desprecios y/conceptos que ya tienen un significado para mí, que soy el lector que tiene que comprender y..., pues, qué quieren que les diga... Que sigo sin enterarme, que soy bruto, vamos y, es más, que seguramente ya ni sé de lo que hablo, de lo que hablan y nada en general de la madre que nos parió y los parió a todos.

Así que me he ido a leer el periódico, El País, del 8 de octubre de 2013, por ver si alcanzo comprensión lectora de algún otro asunto y por entretener mis martes al sol sin tener que emborracharme con las cañas que me sufrago con el subsidio y he dado con lo que sigue, para mi mejor alimento espiritual y autoayuda.



El primer titular, qué duda cabe, induce a la comprensión lectora, así como a la compasión con la comprensión escritora de la firmante. Y de los correctores de estilo. Con lo importante que es el estilismo hoy en día, pero es que esto parece como si fuera un terno de Armani, aunque con las coderas cosidas por mi mano, jomíos, pero con una  clara diferencia. A mí no se me ocurriría nunca decir que sé coser y menos aún cobrar por ello.

Si bien, queda una segunda explicación, que no les paguen, en cuyo caso ya bien se entiende que se venguen.

El segundo titular, más creativo, nos informa de la existencia de un riñón cruzado, como los ligamentos, que es a lo que me ha llevado mi comprensión lectora. Veré de averiguar en una enciclopedia médica, pues me caracteriza el ansia de conocer, pero, sinceramente, también me da su respeto. ¿Y si averiguo ahora que me puedo trasplantar un pene cruzado, será mejor o peor?

Por último, por necesaria autorreferencia y circularidad, propias y ajenas, la noticia que encabeza el post. Que justifica de sobra su propio titular con los dos anteriores. Quod erat demostrandum. Puesto que, finalmente, deja mejor que patente a dónde se puede llegar sin comprensión lectora, o sea y por ejemplo, a escribir sin que haya un Dios que pueda entender lo que se mal explica.

Que esto es lo que tienen los periódicos de humor serio, su desprecio/caricia, a su idioma y su cristiana tolerancia con sus burros, con las debidas barras y consiguiente mejora de la comprensión lectora de vayan ustedes a saber quién. Y cuando el idioma le viene ancho hasta al usuario profesional evidencia que la comprensión es lo que se le hace estrecha no solo a él mismo, sino a sus desdichados catecúmenos, o lectores, de haberlos.

¿Me explico?, como tantos preguntan a sus auditorios, expresando así alguna duda entre la adecuación de lo pensado y su capacidad para verbalizarlo, en la creencia que son dos cosas diferentes, como la propia Güiquipedia informa en párrafo que no he pegado, pero que sigue al que cité.

Pero no, desengañémonos, que ya lo dejó bien claro en sus Cuadernos don Pablo Valéry, que algo entendía de estos asuntos. La posesión del lenguaje está en relación recíproca con la fuerza del pensamiento. O debe estarlo.

Y no hay más tu tía.