domingo, 13 de octubre de 2013

Especialistas en nada, especialistas en todo.



Tal vez lo más grave que pueda pasarle a una gobernación es que esta sea desempeñada por un especialista o por un grupo de ellos y que estos pretendan gobernarla exclusivamente según las normas de sus respectivos oficios.

Todos sabemos que cuando los estados son gobernados por un militar, un general, en fin... un dux, un imperator o un general superlativo cualquiera como los de nuestros pagos, de los que siempre sobran, sus súbditos pasan a vivir en un cuartel. De los cuarteles de antes, se entiende, no de los de ahora.

Lo mismo pasa con las teocracias, y admitan o no este nombre para sí mismas, que no hay más que echar un ojo en derredor, que no son cosas estas solo del pasado, y cuando un clérigo o cualquiera de sus hechuras, aun sin vestir el hábito talar, gobierna en exclusiva para la feligresía, pero asumiendo siempre y en todo caso que esta está compuesta por todos los súbditos del lugar, sin faltar uno, y así muchos sean fieles de otras religiones, escépticos, agnósticos y ateos, incluso, la única conclusión a sacar es que seguro pintan bastos para el noventa por ciento de cualquiera de estas desgraciadas poblaciones a considerar. 

Y los ejemplos podrían seguirse sin cuento... estados gobernados por psícopatas, por filósofos, por iluminados, por teólogos, por jueces justicieramente implacables y por jueces salomónicamente justos, por mercaderes honrados y por mercaderes ladrones, por asesinos sanguinarios, por bondadosos pater familias (que en Roma, por ejemplo, donde hubo emperadores de todo tipo imaginable, hasta los hubo de estos), más las mezclas en cualquier dosis de todo ello, pero que, en casi todo caso, no llevaban más que a infortunios y, demasiadas veces, a repetidas degollinas.

Pero el caso más próximo, el que me ocupa y nos ocupa, lo creamos o no, hoy en día es el del poder tomado por el brazo financiero y por sus profetas, los economistas, que parece resumir y asumir todos los anteriores en cuanto a estupidez y vesania, porque frente a este brazo, ríanse ustedes del brazo secular, que tampoco era manco. Pero solo muy raramente justo.

Con el resultado de que estos ‘especialistas’ gobiernan desde unos presupuestos comparables a como si en cualquier empresa los encargados de tomar las decisiones primeras y últimas respecto de todo, desde la razón de ser de la firma hasta todo lo demás, producción, objetivos, finalidad, estrategia, táctica, gestión comercial, control de calidad, manejo del personal... las tomara siempre y únicamente el contable, bueno, no, perdón, el director financiero, pero sin otros instrumentos ni otras consideraciones delante de sus ojos que sus planillas de Excel y sus hojas de debe y haber, aunque ahora dotadas de la misma facticidad que sentencias de muerte.

Y, aunque considerar que el contable es pieza necesaria en cualquier organización y atender a sus consideraciones, explicaciones y demandas no parece más que una buena práctica, sin duda recomendable, sin embargo, el regirse para tomar cualquier decisión solamente por sus opiniones y consideraciones de ‘especialista’ llevará sin duda a desatender tantas otras consideraciones, igualmente buenas y necesarias, que este no habrá tenido en cuenta por no ser de su ámbito. Es decir, por desconocerlas en buena parte y por no saber que hacerse de ellas, dado que no son de eso mismo, de su especialidad.

Pero si algo han destacado siempre del buen gobernante (que los ha habido) las gentes, los tiempos, la opinión del común y la posteridad, así como la de los conocedores de estos asuntos, es que esta clase de dirigente lo es fundamentalmente por saber rodearse y escuchar a los doctos en todo ámbito, y por aprender a sumar, integrar y a dar y a quitar, en definitiva, en función de muchísimos condicionantes y necesidades a los que tendrá que atender con exquisita y sabia mesura. Es decir, sustituyendo arriba, que no podrá nunca ser buen gobernante quien solo escuche al contable, como sin duda es el signo de los tiempos y el de los gobernantes, en su inmensa mayoría, y lo que constituye, seguramente, la peor característica del tiempo presente.

Y estos criterios de atención a muchas y diferentes necesidades, no por simples y evidentes salen de la nada, sino que son pura imitación necesaria de lo que hacen las gentes de bien con sus semejantes y dependientes, casi en todo tiempo, lugar y situación, es decir, de aquello que caracteriza a los humanos por serlo, y esto por no decir que, incluso, parte de ello también lo hacen hasta los animales, y sin necesidad de contable.

Y esto incluye dar de comer a los hijos, enseñarlos y protegerlos. Y a los viejos y a los impedidos darles igualmente de comer, cuidarlos, cobijarlos y a todos ellos mantenerlos, así como mantenerse, además, a sí mismos, en resumen. Y la consideración o conclusión inevitable de que si tal cosa ya no es posible, esto no es entonces más que responsabilidad de los malos gobernantes, a quien cabe señalárselo y exigirles otros comportamientos. Y lo cual, por cierto, es posible. Basta con no votarlos.

Porque es función primera de estos mismos gobernantes, con responsabilidades y obligaciones mucho mayores que las de cualquier particular, pero siempre más que suficientemente premiados, así se atengan o no a ellas, el proveer los medios necesarios para que esas necesidades de todos, si es que de humanidad hablamos, puedan satisfacerse con alguna armonía, justicia distributiva y ateniéndose al sentimiento de bien común. Y será este un discurso tan viejo como la antigüedad, seguramente, pero parece igual de necesario hoy como hace cien o dos mil años. Y si lo es es porque, precisamente, persisten las causas para enunciarlo. Por desgracia.

Y, en los términos del hoy mismo, este es el discurso de más actualidad que puede emitirse. Y el más necesario. Si los ejes fundamentales de la política, que son la buena administración del trabajo y sus conjuntos, de la enseñanza, el cuidado de la población, la procura de la cohesión social, junto al necesario ‘buen’ manejo de la vida económica, la milicia, la justicia y el pan nuestro, más todos los etcétera que se desee añadir, entendidos como los términos mínimos y necesarios para una supervivencia digna de cualquier población moderna, son descuidados como deberes ‘fundacionales’, por decirlo de alguna manera, y se permiten las gobernanzas, en cambio, nada menos que desmantelarlos o subrogarlos a terceros, por consejo de sus contables, con los resultados que vamos viendo, y cuando los ejemplos de buena administración ya nos los trae solamente el pasado, no cabe duda de que estos saberes de vía única de ciertos ‘especialistas’ va llegando la hora de que sean echados, junto a tantos otros, a los basureros de la historia.

Desconozco, sin duda, cuanto peor o mejor pueda ser el gobierno de este notario que nos ha tocado en suerte que el del abogado, el zapatero, el druída, el monje o el castrado que nos cayeron y nos irán cayendo sucesivamente sobre los hombros y a los hombres de acá y acullá, pero no me cabe duda de que, este y los otros, sean cuales sean sus profesiones y creencias, si persisten en gobernar según dictados de un único y tendencioso cuerpo de especialistas serán malos gobernantes, por no detenerse a escuchar y a darle el espacio necesario a otras opiniones y a articular los modos para que prospere el conjunto de una sociedad y no solo una pequeña parte de ella.

Y, no digamos ya, cuando dicho cuerpo de asesores y especialistas, y da lo mismo en Madrid que en Tubinga, sinceramente, pero en número de doscientas cincuenta personas, por seguir con el ejemplo, solo en el Ayuntamiento de Madrid capital y como es nuestro desdichado caso, no son Herón de Alejandría, Cicerón, Marco Aurelio, Teresa de Jesús, Jovellanos o tan siquiera Sampedro, sino el cuñado, la prima, el yerno, el hermano, el tío del chófer, el compañero del cole y el amigo de cada Virrey o pequeño y pastelero Visir de turno.

Porque quisiéramos cualquiera pensar, a esta altura de los tiempos, o eso al menos creíamos que pretendían enseñarnos, que debiera ser la democracia cosa de finas transacciones, de pactos sabios y elaborados, de hallazgo de promedios bien calibrados, de ponderaciones más que sopesadas, de intención de ajustes a satisfacción de los más posibles, incluso de sorteos antes que de favorecimientos a dedo, y de un respeto deseablemente máximo a las opciones individuales que no menoscaben a terceros, que de estos trágalas de miras cortas, de pensamiento minimalista y escuchimizado, de imposiciones y mandamientos legislativos que solo satisfacen a un veinte por ciento de la población y ofendan o perjudican al otro ochenta.

Y si además el gobernante incumple, sea notario o sindicalista, las dos normas máximas para prestigiarse de verdad en el oficio, que son no meter la mano en la caja y que si su mujer es una zorra (o su marido una garduña), siquiera ni de lejos lo parezcan, y si lo fueran, puerta, entonces todo el resto del discurso ejemplificador que pretendan emitir, junto a sus decretos, ya sobrará por completo hasta el día de su despedida, que solo cabe augurarles próxima.

Y a esperar a ver con cuál parlamento llegue el siguiente y qué especialistas nos traiga bajo el brazo para justificar el hambre y su necesidad. Tal es el armazón teórico de la modernidad. Especialistas en todo, especialistas en dejar la nada a su paso.

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