lunes, 29 de octubre de 2012

Via crucis


Va a tocar hoy hablar del PSOE, por elegir una desgracia de entre un ciento, pero tendrá que ser casi desde una perspectiva a vista de puzzle, que queda original de decir, porque según están, y empezando por sus mismas cuatro letras, en lo tocante a Socialista, mejor callarse, Obrero menos, pues ya no quedan, Español no lo saben seguramente ni ellos mismos y hasta cabría preguntarse si hablamos de Partido entendido como grupo o como adjetivo en el sentido de roto o quebrado.

Y es que tan lejos como ayer por la tarde me hacía yo cruces reverendas de las explicaciones que salían esa misma mañana de boca de una portavoz del PSOE pidiendo excusas –entendí que en nombre del mismo– con respecto al asunto de los desahucios y la no intervención moderadora, reguladora, legislativa, o como deseen llamarla, cuando pudieron hacerlo, de cara a tratar de limitar el terrible problema social que suponen.

Y pocas página más abajo, ayer igualmente, me despachaba con verdadera saña, lo reconozco, contra el inverosímil cambio constitucional exprés que, con la que viene cayendo, se permitieron votar en comandita con el PP y a dictado del dictador (y es bien curioso, ya ven, como estos dos términos a pesar de su similitud, están relacionados, quién hubiera ido a pensarlo) que es el mercado, lo cual ya no fue solo alimentar un fuego por pasiva, o por desidia, o por falta de previsión, como bien se le puede achacar al PSOE en todo lo referente al manejo de la crisis inmobiliaria; sino que para modificar la constitución con tan buen talante y zalamera aquiescencia, nada menos, hubieron de apelar además directamente a SU propia voluntad de hacer, de decir que sí cuando era sacrosanto el decir que no, de involucrarse, de firmar en todos los sitios que hizo falta y de mancharse irremediablemente las manos en público y a las claras, y, por lo tanto, ya sin posibilidad posterior de esconder la cara, de meter la basura debajo de la alfombra y de decir pío, pío que yo no he sido y demás usos intelectuales de los que constituyen el ejercicio responsable del poder. Porque este acudir voluntario y de tan buen grado a la fiesta del entierro de su propia ideología, siquiera supuesta, la ideología, que no la fiesta, ya requiere unas tragaderas de las de alojar seis lenguas en la misma boca, que, a la postre, va a ser el problema verdadero del asunto.

Y entonces, como venía diciendo, a la siguiente mañana, 28-10 del 2012, me encuentro en el diario El País de nuevo con otra portavoz socialista, doña Susana Díaz, vice califa o gran visiresa que sea de la taifa andaluza, que pedía perdón esta vez exactamente por lo anterior, ese abracadabrante cambio constitucional firmado y avalado por su partido apenas hace unos pocos meses, y que ahora, laus deo, ya dicen que se lo parece también a ellos, lo de inadecuado, indebido, erróneo, etc... pero cuando ya nada se puede hacer para cambiarlo, el destrozo, en verdad terrible, ya está hecho, y cuando el bagaje, las armas y la posición le fueron regalados sin disparar un solo tiro al enemigo, al interno y al externo, así como evitando matar dos pájaros de un tiro, y pudiendo, y ya puestos a mejorar. Y lo cual, siguiendo con los tiros, sería como para fusilarlos por la espalda, siquiera metafóricamente, pues de todas las insensateces habidas y de los desprecios que nos han hecho y se han hecho a sí mismos, esta, me vengo a temer, ha sido la más sonada. Y poco consuelo será el que vengan ahora con los pucheros de pena, los lagrimones de arrepentimiento, el señor ten piedad, el errare humanum est y el pueblo, perdónanos, que tuvimos una mala tarde...

Y el señor Pérez Rubalcaba, a su vez y al día siguiente, en otras declaraciones, en rueda de prensa, televisión o en cual fuera el medio, pedía, ¿adivinan el qué?, pues más o menos perdón, evidentemente, a modo de petición de indulgencia plenaria, y paciencia también (y claro, este indulgencia, como no, también significa varias cosas, RAE en mano, que es perdonar las culpas, la facilidad que se tenga para ello, pero también la remisión ante Dios de la pena que conlleven los pecados temporales perdonados, es decir, la posposición de dicha pena ad calendas graecas, que es práctica de las más sana policía, o limpieza, para cualquier responsable de meterse de hoz y de coz por el camino errado. Y no, no seguiré explicando todas las acepciones que tiene policía, pero a una no me resisto: Buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno.)

Anda así el PSOE penitenciado, que parece todo él un Viernes Santo, con los  tambores a toque de lúgubres, el arrastrar de pies y de cadenas, el clarín y las saetas, España con todos los matices de sus infinitas sensibilidades arriba, España con todos los matices de sus infinitas sensibilidades abajo, con los cilicios y las disciplinas administrándose tremendo castigo en las espaldas de las declaraciones de prensa, que salpican la tinta y los píxeles que da horror y congoja verlo y hasta daría el pego, de no ser que la sangre, ni la tinta, son rojas ni tan siquiera rosadas, aunque en la intimidad, digo yo que no dormirán todos ellos en camas de clavos, como realmente debieran, siquiera un decenio, o al menos una semana, aunque siguen con el por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa, y amén Jesús, y venga otro sañudo vergajazo, pero, qué curioso, que en lugar de en las espaldas de cada compungido penitente se estrella, como siempre, en la piadosa congregación que asiste estupefacta a su paso espectral y doliente, pero de la cual, curiosamente también, sí que sale verdadera sangre cada vez que aciertan a darle con la tralla en donde más duele, porque desde luego, y si algo hay de lo que no puedan alardear, es de puntería.

Y vayamos al meollo del problema de estos cuitados recorriendo su amargo via crucis de los votos menguantes, y que no parece otro que su castizo andar poniéndole siempre una vela a Dios y otra al Diablo. Y es que han puesto una vela en Berlín, y vela no, sino cirio del diámetro de un silo, y otra vela en Guashintón, aunque esta la apagan seis meses y la encienden otros seis y, por seguir siendo originales y ellos mismos en su radical originalidad, solo la encienden cuando conviene que la apaguen y viceversa, por hacer amigos, y otra vela en Rabat, aunque no indicaré los usos a la que la destinan allí nuestros tradicionales hermanos, por educación y por elemental respeto a la sensibilidad de mis lectores, y otra en París, donde les cobran por ponerla, por encenderla, por despabilarla, por mimar la llamita, por apagarla y por volverla a encender, como está mandado en cualquier iglesia que se precie de un culto serio, y otra en Roma, donde la usan para alumbrarse cada vez que el coro de las carcajadas por el sorpasso del bueno de Rodríguez Zapatero les funde los plomos, y otras, sin número, desde Méjico a la punta de la Tierra del Fuego, donde las reciben con cordialidad exquisita, las apagan y se van a ver si les dan algo por ellas en la China mandarina, y otras más en Riyad, donde se las allega el Rey mismo, que les tiene buena querencia, pues al parecer también son sus hermanos, que estamos todos muy mezclados, y otra, llevada en un blindado de las fuerzas armadas, en Afganistán, que a la que ven una vela, en señal de respeto y en virtud de la obligada y cordial hospitalidad que se le debe a todo invasor, le ponen una bomba, y otras muchas más que le pusieron, bombas no, sino velas, al beato Rouco Varela, en su cátedra basilical de la Almudena, (que se las acercaban gustosos don José Bono y don Francisco Vázquez, de rodillas, los brazos en cruz y chorreando cera, calle Mayor arriba, que no vean la ruina de rodilleras y la guarrería de empedrado perdido de goterones que nos dejaban) para que les iluminaran y ayudaran a encontrar el camino de la verdad, de la esperanza y de la fe.

Y es que tienen puestas velas en todas las casas de oración, en todas las camisas de once varas que sean capaces de encontrar, en todas las de usura, en todos los patios de Monipodio, en casa de todos sus enemigos, que no ganan los desdichados ni para la servidumbre que tienen contratada para tirarlas a la basura y limpiar los engrudos de cera, pero ni una sola en cambio en las casas del pueblo, en los sindicatos, en las protestas populares, en el 15-M, en los comités anti desahucios, en los hospitales malheridos, en los colegios e institutos desinstituidos, como tampoco compraron ni una velita, pero lo que se dice ni una pajolera velita, ni una, de esas por la caridad, de a leuro, zeñorito, a leuro, que mis niño no tién pa’ comé, para ponerla en la cola del paro.

Y después les asombra la sangría de votantes, la desafección de sus simpatizantes, como yo mismo, tal vez, pudiera ser, el ensañamiento judicial, dicen, cuando manifiestamente roban, per se, o no, según se presuma con mejor o peor suerte en los tribunales de primorosa inocencia, pero que es vana presunción, visto lo visto, porque son culpables definitivos por permitirlo, o por no poner el cuidado suficiente para evitarlo, y les asombra la perplejidad de los votantes, cuando, teniendo como tuvieron el poder necesario para tomar decisiones en el sentido socialdemócrata tradicional al que supuestamente reclamaban su ideología y en nombre de cuya tendencia social, o sensibilidad, o querencia o como se le llame ahora, recibían sus votos de curso legal, esos sí, contantes y sonantes, no hicieron lo que debían hacer en primer lugar, que era atenerse a su ideología y postulados y programa, y en segundo, explicar muy cumplidamente cuando las cosas no se podían hacer así, las razones para hacerlo de una manera que favorecía los supuestos ideológicos contrarios y perjudicaba los propios, o siquiera intentarlo.

Hacer las cosas al contrario de lo estipulado y omitir las explicaciones a quienes se les deben no es que desmantele un partido político, es que lo hará igualmente con una empresa, con un matrimonio, con un contrato, en fin, casi con cualquier cosa que dependa de un acuerdo y de la confianza ajena, esa que tanto reclaman, como si fuera un deber otorgársela y no la natural consecuencia de un obligado buen hacer.

De ahí, que lo que me cause estupor es su estupor, y el que quien haga las cosas mal, y reiteradamente, no comprenda que se le reproche y castigue por ello. Y que no parezcan comprender el sentido mismo del término castigo, por cierto, que es acción humana tan legítima como otras y sin duda necesaria a veces, y que no lo entiendan, seguramente, desde su propia cúspide, pues Pérez Rubalcaba mismo, que fue un excelente Ministro del Interior, y un bien aseado Vicepresidente del Gobierno, fue sin embargo el Ministro de Educación que desmanteló un modelo educativo para alumbrar otro peor, y todo ello desde una postura de buenismo, que si no es moralmente reprochable en sí, sí es evidente que ha resultado deletérea para el sistema mismo, y en el cual, por cierto, además de su absurda desmembración autonomista, aunque ese será otro cantar, se eliminó en la práctica el elemental mecanismo de premio y castigo, porque creer verdaderamente en el fondo del corazón que un método de estudio basado exclusivamente en la tolerancia hacia el vago o el incompetente, por muy niño que sea este, e imponerlo, llevarlo a la práctica y no reconocer nunca su fundamental inutilidad, no es solo que sea estúpido, es que debería de considerarse culpable.

Recuerdo de un inverosímil ministro franquista, Julio Rodríguez, creo que se llamaba, allá por los años setenta casi mediados, que no solo fue nombrado para el cargo por un error de entendimiento entre el dictador y Carrero Blanco, error que ya no pudo deshacerse pues ya había sido anunciado y publicado además en el BOE, lo que ya daría ello solo para una buena rechifla, sino que no tuvo mejor ocurrencia el santo varón, pues era miembro del Opus Dei (como parte de la actual cúpula del Ministerio del Interior, por cierto, pues nada se parece a la eternidad más que la eternidad misma), que el pretender cambiar el calendario de estudios, lo cual, entre otras, incluía la obligación de estudiar en julio, o en agosto, ya no recuerdo bien, con el clima suave que caracteriza a media península por esas fechas, y que tanto favorece la concentración, los esfuerzos y las cogitaciones necesarias para la tarea. Los bramidos y el cachondeo fueron tales que se debieron de escuchar hasta en El Pardo, recoleto y aislado retiro donde los hubiera, y su piadosa excelencia fue mandado a hacer gárgaras a los seis meses de mandato, junto a su reforma. 

Pero en el caso de la reforma educativa que nos ocupaba antes, en plena democracia, ya sin autócrata al mando, la reforma fue adelante, y se reformó aun sucesivamente, pero abundando en sus sentidos negativos hasta cuando ya, por último, los educandos, a base de tolerancia y más tolerancia, y ejerciéndola ellos finalmente y al revés, como en el ejemplar episodio de los presos liberados por el dolorido hidalgo de Cervantes, empezaron a amenazar y a pegar a los maestros, y los padres de los ángeles asimismo, quedando ya patente, y por si la competencia de los jóvenes al salir del sistema educativo no hablara ya suficiente por sí misma, que el remedio, con lo que me cuesta decirlo, pues sí era verdaderamente necesario revisar los contenidos del sistema educativo, pero no su absoluta totalidad y aun menos eliminar un mínimo imprescindible de disciplina y culto al esfuerzo dentro del mismo, créanme, acabó siendo manifiestamente peor que la enfermedad.

Y sirvió esto además, como último mal, para dejar en bandeja la imprescindible resolución de los males del desastrado sector a sus contrarios, a quienes no les ha faltado tiempo para ponerse a desmantelar lo desmantelado y a acometer una revisión verdaderamente antisocial en el sentido de menos becas y ayudas de todo tipo, libros, comedores, transporte..., elevado aumento de costes para las familias y, fundamentalmente, privatización y entrega futura y funesta de la enseñanza a entidades confesionales y de pago, es decir, más siglo XIX a la vuelta, que es en lo que estamos ahora, nuevamente con otro ministro de opereta, pues la eternidad, etc... Todo lo cual, de haber heredado el PP un sistema educativo, como muy bien pudo y debió haber sido, aceitado, ecuánime y eficaz les resultaría mucho más difícil de acometer, por evidente falta de justificación. 

Así por lo tanto, no solo se perderá buena parte del sentido de la enseñanza pública, sino que se sufrirán las consecuencias de dos catástrofes sucesivas, con el añadido de desgracias que supone el conocer más que de sobra, que de una o dos generaciones de enseñanza insuficiente solo se puede esperar la consecuencia de otro par de generaciones de ruina social y económica para el país que se permita semejantes lujos, pues la enseñanza pública, neutra, no confesional y de calidad es la base de toda futura prosperidad de cualquier república y el Abc, no, sino la A, de los que debiera ser un pensamiento socialista, por moderado que sea, y asunto que debiera conocer desde el minuto cero de su actividad política cualquier militante o alto cargo, no solo, sino cualquier aspirante a lego de toda formación que insista en llamarse de izquierdas y progresista.

Sin embargo, y a pesar de todo ello, al PSOE se le deben servicios de verdadera altura para el país, desde el propio momento fundacional de la redacción de la Constitución durante la transición, y seguramente el primero de ellos, el sorprendentemente exitoso ejercicio de doma del ejército del dictador (iniciado por la UCD y que le costó un golpe de estado), pero culminado sin duda por sus primeros dirigentes, hoy ya históricos, a partir de 1982, y que puso fin a la transición. Fue un ejercicio de delicadísima filigrana política, siempre al borde del despeñadero y en el cual fueron ayudados, como ha de reconocerse, por la propia derecha y un sector del propio ejército. El pacto de Toledo, la evidente y rápida mejora de las infraestructuras y el resurgimiento de una conciencia democrática en España, en el sentido moderno del término, o del de los países de su entorno, son también sólidos bienes en su haber. Pero conviene también matizar que el primero era un sí o sí y un punto de partida sine qua non en el cual colaboró todo el país, así como puede decirse lo mismo del Pacto de Toledo, la mejora de las infraestructuras fue enormemente favorecida por la ayuda exterior y la entrada en la CEE, con su catarata de fondos, y lo tercero, la democratización general de la vida del país venía a ser prácticamente la consecuencia de los logros anteriores. Por lo tanto, se hizo razonablemente bien, sí, pero también se pudo hacer mejor, y tal vez, no hubiera sido tan fácil hacerlo peor, una vez resuelto el primer problema.

Y en su debe quedan la entrega de las posiciones ideológicas, la tolerancia con la corrupción ni siquiera corregida a raíz de la perdida del poder a consecuencia del caso Roldán, el desmantelamiento casi sin matices de la estructura productiva e industrial de un estado autárquico, pero que cubría bastantes necesidades y proporcionaba un cierto nivel de riqueza, la aquiescencia ante la política neoliberal y anti socializadora del fomento de las privatizaciones de los bienes y de las empresas estratégicas y públicas, que fueron pagadas y sufragadas por todos, y que resultaron durante largos decenios en generadoras de igualdad, mejor o peor que fuera, reguladores de las actividades del mercado y estabilizadores del empleo, pues bien claro se ha podido ver después que mejor era aquel empleo no altamente capacitado, pero en cierto modo abundante e incluso una producción baja y de calidad media, pero sin duda, producción, que no esta maravilla que han logrado obtener entre unos y otros de empleo ninguno y producción en el exterior que han terminado llevando el país a donde ha llegado, que es a las proximidades de la ruina. Pretender finalmente tapar con supuestos avances sociales y políticas de clientela tales carencias estructurales e industriales y, desde luego, el fallido encaje de bolillos del estado de las autonomías, han terminado por configurar el cuadro por cuyas consecuencias ahora se encuentran y esta vez sí, y con razón, despavoridos.

Finalmente, el caos del PSOE del día de hoy, con un dirigente máximo definitivamente amortizado y que esta mañana misma, día 29, seguía proclamando la clara unidad a su alrededor, como si todos estuviéramos sordos y ciegos, y con su sucesor por definir, pero que habrán de ir a pescarlo entre barones sin carisma, quemados, señalados unos por escándalos, otros por las sucesivas derrotas, otros por no ser otra cosa que apparatchiks y los más válidos, tal vez, apartados ya o en la lejanía por haber agotado su ciclo histórico, tendrá que ser pilotado en ausencia de un soporte ideológico coherente y en medio de la tormenta de la definición del modelo de estado y del cómo hayan de manejarse, además, con su diecisiete sensibilidades distintas con respecto a las nacionalidades periféricas y sus demandas de independencia, de autodeterminación, de separación, de sedición, o de como sea que se prefiera llamarlas. Y todo ello en el marco de la crisis, de las derrotas electorales, del esperpento de la tormenta de los mercados, del rescate y de la caída en picado de las conquistas sociales y del empobrecimiento de la población.

Y el último y gran problema que enfrentan es su propia incapacidad de aglutinar mayor espectro político a sus dos manos, izquierda y derecha, en un país donde la ley electoral, otro verdadero desafuero, desfavorece al segundo partido, por no hablar de los sucesivos, más las excepciones hecha al contrario, es decir con un trato favorecedor igual de incomprensible para los partidos nacionalista de cada comunidad, como todos los de los nacionalismos periféricos, que obtienen con puñados de votantes representaciones por completo desequilibradas (y desequilibrantes y generadoras constantes de chantajes) con respecto a la relación real del voto en el total del país. Esto, además, enfrentado al hecho bien real de que su antagonista a la derecha, el PP, funciona de manera monolítica, habiendo aglutinado ya hace decenios el espectro completo que va desde el centro hasta la antigua extrema derecha extra parlamentaria, que hoy vota disciplinadamente con ellos, sin dispersión de voto, por tanto, y teniendo además muy claras sus posturas, monolíticas igualmente con respecto, por ejemplo, a la unidad territorial, al manejo del terrorismo o a la aplicación de una política económica neoliberal, sin paliativos, y muy poco cuestionada en su seno, y que se aplican todas ellas a rodillo, de manera unitaria y con bien poca contestación interna fuera de los naturales personalismos y afanes de liderazgo que pueda haber en cualquier agrupación política.

Tiene el PSOE realmente una labor titánica por delante, pues está verdaderamente casi de rodillas en todos los frentes. No tendrá otra que definirse ideológicamente en el sentido de una izquierda amplia, y atenerse a ello y esperar a cosechar el descontento que el desmantelamiento del estado del bienestar por parte del PP generará inevitablemente en la población. Y creían, de hecho, que así iba a ser desde prácticamente este momento, pero los resultados de las últimas elecciones vascas y gallegas y la previsible debacle que les espera en las próximas catalanas, ya deja ver que el supuesto perdón que piden a diestro y siniestro y la recuperación de la confianza no se les va a otorgar ni fácil, ni rápida ni gratuitamente. 

Finalmente les ha pasado como en la fábula del lobo. Y esta vez parece que la población y sus propios votantes van a tardar mucho en acudir a las llamadas de auxilio. Les han engañado demasiadas veces, y si el partido fuera un banco, habría que pedir el rescate o intervenirlo. Como tal cosa no puede hacerse con un partido político, seguiremos viendo un buen tiempo las procesiones, las disciplinas, el crujir de dientes y el paso por el desierto, hasta que aprendan que hay que dar para recibir, máxime cuando ya no se puede gobernar a punta de bayoneta o de subvención. Valdrá este adagio igualmente para sus adversarios, que acabarán sufriendo lo mismo, aunque seguramente en menor medida y por las mismas razones de incumplimiento de promesas electorales, que también tienen la suyas, y por el sentimiento inevitable de la población de que las cosas van a peor, como seguirán yendo, pero la inversión electoral no será cosa de hogaño, ni del que viene, sin duda.

Por último tendrá el PSOE que decantarse por un modelo de estado, uno, el que sea, unitario, federal, centralista, autonómico, optar por monarquía o por república, pensar o no incluso en una invitación a una federación ibérica, quien sabe si con un rey en España, un presidente en Portugal y cualquier otra figura o combinación que puedan imaginarse donde sea, pero no podrá seguir siendo autonomista en una comunidad, centralista en el centro, independentista donde les parezca que les convenga, monárquico por las mañanas, republicano por la tarde, señorito a la madrugá, caminito del Rocío con el crucifijo y la tajá, anti papista en Roma y monaguillo en la ofrenda al Apóstol. Y no digamos cosas ya como el esperpento de no saludar a la bandera del imperio, cuando si no deseaba hacerlo bastaba con no invitarla a la celebración, que es elemental uso diplomático y político que debieran de conocer como mínimo cualquier presidente de gobierno habitado de alguna racionalidad, así como sus asesores. Eso no puede ser un partido, y si ha logrado serlo es porque existió una mayoría social algo justa, pero sólida, con una cierta escora hacia la izquierda moderada, y desde la Transición hasta casi la actualidad. Y si no han gobernado más tiempo es por la suma negativa de los factores apuntados más por la también indicada solidez del voto contrario, que es siempre uno, y trino, y que muy raramente se contradice a sí mismo, y de ahí sus éxitos.

Aprender de las cosas buenas del enemigo, y no sólo apoyarse en sus errores, más saber aprovechar las ventajas propias es lo que hace al buen general. Pero desde luego, y hoy por hoy, no se sabe quién podría ser en sus filas tal mariscal de campo, que ni buenos capitanes se atisban, o será que estará más bien recibiéndose de alférez, vengo a temerme.

sábado, 27 de octubre de 2012

¿Crisis, desahucios? Pasen y diviértanse.


Tal vez ya sea tarde para todo, y el camino a la pobreza sea la única senda hacia la que nos encaminemos, por el momento, y a la espera de atisbar y poder enfilar otras peores. Aunque para tomar el sendero de la pobreza, como el de la esclavitud o el del patíbulo, resignados, o por decirlo más carpetovetónico, como cabestros, siempre habrá tiempo, y no parecería entonces demasiado desencaminado el postular que antes de resignarse a transitar esos via crucis con cristiana resignación y musitando el hágase en mí según tu voluntad, bien se podría ofrecer alguna clase de resistencia y, preferiblemente, no solo aquella que se manifieste en grito y pitadas, pero jamás en acciones.

Naturalmente pasar del hablar (o escribir) o quejarse, lo que por ahora todavía es legal, a postular algo más de actividad reivindicativa, será rápidamente refutado como llamada a la violencia, pues tal tergiversación es lo canónico y, de hecho, la vemos aplicada a diario ante la simple protesta, es decir, el grito, que por definición, y a pesar de su ruido, es inane. Si ante el simple vocerío se aplican ya casi medidas antiterroristas, imaginemos el futuro, pero por esta razón, entre muchas, se va haciendo imprescindible también el idear y poner en circulación otro tipo de acciones que, manteniéndose en la medida de lo posible dentro de la legalidad (o, más bien, de este remedo vergonzante de legalidad que nos rodea) y de las que se pueda suponer o siquiera intuir que alguna pueda servir para algo.

Y cuáles puedan ser estas medidas es tarea para gentes de más cacumen que el mío y, razonablemente, de mayor juventud, pero el boicot generalizado, por ejemplo, contra ciertas prácticas usurarias o comerciales y frente a ciertas disposiciones o ucases, cuyo apelativo de legales sólo sirve para sonrojar incluso a esa alma de cántaro que es la justicia, seguro que será idea que antes o después acuda a las mientes de más de uno y, a la que se organice la ciudadanía con alguna eficacia, pronto se verá que resultará bastante más operativo y expeditivo un boicot inteligentemente organizado que el andar arriba y abajo de Cibeles a Atocha y viceversa, o por cuantas Gran Vías y Avenidas de la Constitución (o de José Antonio) contemos en cada pueblo, dando un paseo y un melodioso concierto de silbato y gritando consignas que solo escucha el viento, con la atención que le caracteriza.

Y daba grima de la de arañar con las uñas ese encerado de primaria que parece el Telediario, el escuchar ayer como la señora Soraya Sáenz de Santamaría, Vicepresidenta del Gobierno de España, ante el clamor popular de indignación producido por la cifra de cuatrocientos mil desahucios, que se dice pronto, argumentaba, creería ella, el que se habían tomado medidas contra esta realidad nuestra de ahora mismo, aunque condigna de los tiempos que Dickens dejara tan bien retratados para la posteridad, es decir, de hace dos siglos, afirmando y casi protestando que se había instado desde el gobierno a un código de ‘buena conducta’ a respetar por la banca, lo que vendría a ser como proponer para el fomento de las buenas prácticas en los parvularios el contar para ello con los pederastas más afamados del respetable colectivo, reclamando a continuación la bondad de la medida, y abriendo los ojos estupefacta ante la constatación, ¡ay, qué disgusto, quién hubiera podido pensarlo!, de los sobrevenidos coitos anales no consentidos.

Y la misma, o peor grima daba también ver a una portavoz del PSOE pedir excusas, es decir, mentando la discapacitada moral, aunque no sé si por minusvalía personal o solamente vicaria, la soga en casa del ahorcado, por no haber legislado su partido contra esta misma situación cuando pudo hacerlo, y cuando los mismos que no lo hicieron son ahora quienes se lo reprochan a los que tampoco lo están haciendo ni van a hacerlo nunca, como no lo harán de seguro ellos mismos, cuando vuelvan a dirigir la escolanía, o siquiera un cuadro de baile autonómico, y si es que se diera el caso, que tampoco parece demasiado claro que vaya a ser pronto.

Y como del gobierno, de este sin duda, pero ya casi de cualquiera, apenas se puede esperar ya otra cosa más que la anti distribución de la riqueza y la generalización democrática, a Dios gracias, de la pobreza, como bien venimos viendo, es más que hora de desear que otros modos de organización ciudadana vengan a sustituirlos para suplir las funciones que estos han abandonado y para moderar ciertos usos económicos, de película de gangsters o de superventas de tercera, que no es ya que no se persigan, sino que se fomentan categorizándolos, además, como buenos o deseables, para mayor estupor de robados y supliciados y mejor aprendizaje de los aspirantes, inacabables, a sucesivos capataces de la casamata de los esclavos o a monipodios estatuidos, con su derecho a bonos por desfalco, más las felicitaciones.

Y el sosegado modo de arriba a abajo, por el cual se venían obteniendo ciertas mejoras durante los dos últimos decenios, pero cada vez más lentas, cicateras y a cuentagotas, ha venido claramente a sustituir la manera de obtenerlas de abajo a arriba que impuso la lucha obrera a la sociedad industrial, a base de enfrentamientos y huelgas ‘en serio’ durante prácticamente dos siglos y que, a toro pasado, bien podemos ver que, por desagradable y violento muchas veces que pudiera resultar el mecanismo, era bastante más efectivo y rápido en la obtención de mejoras que son, se mire como se quiera mirar, lo que hace que las sociedades vivan en paz y se desarrollen, porque es a lo que aspiran más que legítimamente sus ciudadanías y lo que tampoco es venir a hablar de alambicadas ingenierías ideológicas, por otro lado.

Y no venían las tales mejoras de entonces sólo por aumento de la competitividad, ese mantra cansino y paradigma de la obviedad, que también, sino de un mecanismo social que, aun desequilibrado siempre en el sentido de favorecer a los menos, sí permitía cierta contraposición de intereses, por las buenas deseablemente, pero a veces también por las malas, y que lograba, en cierta medida, conciliarlos, moderar aspiraciones encontrando promedios si no razonables, siquiera no del todo escorados, efectuar ajustes y mantener en marcha la carreta hacia adelante, que a fin de cuentas es lo que interesaría a todos, o lo que se quisiera creer todavía.

Y, hablando de competitividad, tampoco deja de ser una amarga lección la que hoy podemos extraer ya completa y acabada de la caída del muro de Berlín, junto a todos sus símbolos. De las dos ideologías principales que se enfrentaron durante casi un siglo y al margen de la opinión de cada cual sobre ellas, lo cierto es que ambas, compitiendo espoleadas por los éxitos de la contraria, hicieron prosperar en no despreciable medida las sociedades en las que estuvieron vigentes, pero viéndose obligadas una y otra a moderar algunos de sus postulados, lo que seguramente redundó en beneficio de muchos, pues raramente la verdad y lo deseable andan de paseo solamente por los extremos de cada patio ideológico.

Negarle al modelo comunista el que supiera llevar a muchos pueblos desde la esclavitud y el feudalismo al mundo industrial y a un muy mejorado modo de vida en pocos decenios, puede hacerse y matizarse cuanto se desee, e incluso con buenas razones, sin duda, y siempre se podrán sacar a colación, además, los genocidios de José Stalin, verdaderos como puños, pero negarle todo el pan y toda la sal y en todos los sentidos a los postulados colectivistas, marxistas o como se prefiera llamarlos, no sigue siendo más que una solemne simplificación. Y no fue el fascismo responsable de menos muertos y llevó finalmente a las sociedades que los padecieron a perder guerras brutales, que no a ganarlas, y a ruinas sin paliativos, y el gran gendarme del siglo XX y el principal adalid del capitalismo, los Estados Unidos de América, fue responsable igualmente de conflictos y genocidios sin cuento, atroces algunos, y absolutamente innecesarios otros, pero goza sin embargo de un prestigio innegable, y aún a pesar de todo ello. No parecen pesar tanto los muertos en su caso, y no sería ocioso preguntarse por la causa. O pregúntese también en Viet-Nam, y no solo en Minesota. E inquirir también por la manera mejor de pesar a los muertos para que salga la cuenta con algunos kilos menos, dicho sea de paso, que es ciencia que en todas partes tiene sus técnicos.

Pero a lo que viene la consideración es a que la expansión del capitalismo encontró durante largo tiempo un freno, externo e interno, y la del comunismo también, y ninguno de ellos pudo realizarse en la totalidad (y el totalitarismo) a los que aspiraban, el comunismo tuvo que reconocer cierto derecho a la propiedad privada, el capitalismo hubo de moderar su apetito y atender a demandas sociales, entre otras muchas concesiones internas y externas. Los regímenes fuertes de las posguerras y de años posteriores en Europa, los gobiernos dictatoriales de unos y otros lugares, hubieron de moderarse (y ya cuesta decirlo, pero es cierto) con respecto a lo que hubieran deseado o podido perpetrar de no mediar ciertos frenos, de económicos a militares y de no existir algún contrapeso, y gobernaron más tarde también socialdemocracias y derechas moderadas que cosecharon sus éxitos, y en ambos sentidos ocurrió igualmente el fenómeno de una cierta conciliación de opuestos y el ajuste, hasta cierto punto, de intereses muy diferentes. En este sentido lo logrado por China en setenta años, con sus ejercicios de saltimbanqui ideológico, pero con la comparación de sus logros a ese tiempo vista, bien puede ilustrar lo dicho. Y el resultado, en occidente, fuera de Estados Unidos, The Master of War, han sido sesenta y cinco años sin guerras generalizadas, con excepciones, sin duda, pero no comparables a las masacres absolutas de la primera mitad del siglo, lo que a escala histórica sí parece indicar un progreso deseable. Y cincuenta años también de una prosperidad mayor que la de ninguna otra época. Por lo tanto, hay mucho, muchísimo de lo que avergonzarse, pero no poco también para enorgullecerse.

Sin embargo, hoy, sin contraposición ideológica de entidad, sin enemigo militar, sin mayorías sociológicas que se le opongan, el capitalismo, derrotado su enemigo, ya puede expresar y llevar libremente a la práctica la totalidad de sus postulados, y así lo viene haciendo, en acrecentado rodillo fáctico e ideológico desde hace treinta años, pero con el resultado paradójico de que las vidas y las fortunas del común, no las de los capitalistas, de esos años acá, curiosamente, no han ido a mejor, contra lo que sus teóricos proclamaban, y aún partiendo además de condiciones favorables que ya hubieran querido para sí otros momentos y procesos históricos de cambio, sino que no han parado de ir a peor y en un proceso que apunta además, más a un empeoramiento en progresión geométrica que aritmética.

Y los medios de oposición y de lucha con los que hoy cuentan las poblaciones frente a este poder, ya desbocado, del capital, ya no son los mismos, porque más violentos, pero sin duda más eficaces fueron aquellos que trajeron las necesarias mejoras decenios atrás y de las cuales, exceptuadas las que ya ha logrado eliminar, aún seguimos disfrutando. Contra lo que se hubiera podido suponer hace cincuenta años, los gobiernos democráticos, desde la crisis del mundo ex-soviético, no han traído a sus sociedades una efectividad mayor para incorporar las demandas de las ciudadanías, ni nuevos mecanismos para acotar los abusos. Casi como si, las actuales y omnipresentes libertades de opinión y de asociación, sancionadas constitucionalmente en lo que entendemos por mundo avanzado y mucho mayores sobre el papel que las de hace medio siglo, sin embargo no sirvieran para gran cosa más que, quizás, para generar la falsa creencia en estas poblaciones de poseer capacidad para alterar los hechos o el sentido en el que se mueven las sociedades, pero capacidad, sin embargo, que en realidad ya no se posee, o que si se posee en alguna medida, ya no sirve para su fin de seguir manteniendo el proceso de mejora, progreso y bienestar de todos, que no solo de unos pocos, pero que es al que se alude invariablemente, se quiere suponer, en los frontispicios de todas las declaraciones, constituciones y demás solemnidades escritas, pero vacías, y como si las hermosas páginas de caracteres negros, obra de los mejores juristas de cada nación, se hubieran pintado posteriormente de blanco, de rosa lelo o de salmón, como de prensa de moda, del corazón o de la de fomento de la rapacidad, que bien seria y concienzuda la hay.

Duele y cuesta trabajo el tener que constatar que esos sesenta y cinco años de paz en Europa, dos tercios de siglo, hayan podido generar en las sociedades, y particularmente en su juventud, una aquiescencia acrítica que no solo se extiende a lo bueno habido, esa misma paz y la promesa eterna de la abundancia, o su espejismo, lo que es comprensible, sino también hacia otras prácticas indeseables contra las cuales, sin embargo, no se manifiesta otra oposición que el gritar ocasional y esporádico, y de lo cual el movimiento 15-M o las repetidas huelgas ‘a la lavanda’, incapaces de sacar de una jornada de agitación ni una sola mejora social desde hace ya un decenio, son muy buen ejemplo y máxime, cuando, incluso en Grecia con sus últimas y reiteradas huelgas, algunas bastante violentas, no ha obtenido tampoco su ciudadanía la más mínima concesión.

Es decir, el mecanismo por el cual se obtenían mejoras, constatables estas comparando el estado de la situación en cada lugar de un decenio a otro, por ejemplo, y encontrándolas siempre en cierto número, parece haber dejado de funcionar en los dos sentidos, nada se obtiene de oficio, desde arriba, sino todo lo contrario, y nada se obtiene ya tampoco desde abajo. El poder, los poderes, por sí mismos o por erogación vicaria de aquellos a quienes deban rendir cuentas, pero que ya no son sus poblaciones, al parecer, ya no dan tregua ni concesiones. Parecen enrocados en un estado final, irreflexivo, arrogante e inamovible que a lo que mejor recuerda es a los años últimos del Ancien Régime anteriores a la Revolución francesa, lo que hurtó a ese poder la visión real de la situación, llevándolo a un tranquilo y sosegado pero irresponsable descanso sobre un lecho de cajones de pólvora.

En España, además, el fenómeno parece particularmente agravado, pues un cincuenta por ciento de paro juvenil remite, por buscarle comparición, más bien a una sociedad de ‘manos muertas’, pero que no es el caso, que a ningún fenómeno similar que se pueda rastrear en el último siglo, pues unas circunstancias de paro tales yo no sabría decir cuando se hayan dado aquí en ese periodo, pero junto a un estado de quietud social que, a mí por lo menos, no deja de producirme perplejidad, por incomprensible. No se sabe bien si es el silencio que se hace en el bosque, o en el mar, y que precede a la tempestad, o la expresión de un estado de estupor, postración, laxitud e inanición que más bien le corresponderían a un organismo gravemente enfermo, emaciado y moribundo y no a una sociedad que se quiere suponer viva y activa.

El anterior momento político en España que de alguna manera pudiera recordar esta situación es el de los años finales del siglo XIX y los primeros del XX, en los cuales la crisis colonial remató los tremendos desajustes ya existentes. Llevó en treinta, cuarenta años años a la ‘dictablanda’, a una guerra colonial insensata, a un cambio de forma de estado, a un intento revolucionario, a un golpe de estado y a otro y finalmente a una guerra civil y a una dictadura inacabable y de la cual, por cierto, nunca se acabaron de reformar la totalidad de sus malas hechuras.

Que las cosas actualmente puedan ir a una mayor velocidad no parece un postulado arriesgado, más aún si le añadimos la crisis de la posible sedición, desmembramiento, o autodeterminación (como cada cual prefiera llamarla) de partes del estado y el debate, nunca cerrado sobre la forma del estado mismo. Si le añadimos la crisis del modelo europeo, o más bien de su ausencia, que es otro estado fallido en sí, más la ruina económica, extrema en España y nada desdeñable fuera, y sin permitirse además olvidar el frente ecológico cuyo estallido, tal vez en un sólo decenio, puede contener por sí solo solo las potencialidades de una plaga bíblica, parece que se cuenta con los elementos necesarios para poder predecir cualquier catástrofe. Y saber marear este océano de las calamidades no parece por desgracia tarea al alcance del colectivo de rapaces al que llamamos mercado, hoy al mando, ni del de sus sobrevenidos capataces o encargados de las tareas sucias, al que todavía llamamos estado.

Además, una sociedad cuya juventud no tiene acceso al trabajo, y durante largos años ya, contiene en sí misma la espoleta de un estallido social sin necesidad de apelar a mayores añadidos de calamidades. Que este estallido se haya demorado por unas u otras causas, no es objeto de este artículo, pero que acabará dándose no parece un postulado aventado. Una generación condenada a no producir y a no servir para nada, para nadie ni para sí misma, condenada a no tener casa, a no tener hijos, a depender de sus mayores, a no contar ni económica ni política ni socialmente y a no poder vivir según los usos que su tiempo demanda, clama a la conciencia social de cada cual, y a la religiosa de quien la tenga, y debería de clamar igualmente a los estamentos dirigentes, hijos de su mismo tiempo y que, sin embargo, permiten tal situación, por ideología mal entendida (y aún suponiéndole tales conocimientos, bien se entiende), por desidia, por incompetencia, por rapacidad, por acomodamiento, por falta de inteligencia, por miedo, y adoptando solamente sucesivas medidas de las cuales ni una sola ha servido para revertir mínimamente la situación, y hablando, hablando, hablando sin encontrar jamás solución a nada... y en fin, por la suma de causas que sean, pero que pronto ya no se van a poder tolerar como excusas sempiternas en las que se puedan amparar para seguir justificando tan inacabable inoperancia.

Sancionar además, como se ha hecho, la ¡obligación constitucional! de pagar las deudas contraídas como país por encima de cualquier otra consideración de conveniencia estatal, ciudadana, social o simplemente moral, y además al unísono, por acuerdo de la gran mayoría de la cámara, ya descalifica suficientemente a los firmantes y votantes de tal despropósito, pues tal cosa justificará la entrega definitiva de la soberanía, de las llaves de la caja, del polvorín, de la catedral, del anillo de la abuela y de la población en calidad de rehenes, como esclavos o como víctimas propiciatorias de lo que sea que dispongan los Cresos de turno, y casi a modo de lo que hacían los poderes de la antigüedad, que consideraban a las gentes (domina gentium, como gustaban de llamarse a sí mismos los romanos) como propiedades, sujetas a obligación de trabajo gratuito, a levas de guerra, tomando a los derrotados y a los acreedores como esclavos y con derecho a vida y muerte sobre todo lo que fuera capaz de moverse sobre la tierra, y a sus sucesores.

No es poco cambio social este regreso a la antigüedad más provecta y a una economía de rapiña, pero per Friedmaniana via, para una mala tarde de reunión en Cortes, sometidas a teutónico diktat, eso sin duda, pero que lleva a preguntarse si además de ello realmente sus señorías, quiere suponerse que bien informadas, fueron conscientes de la enormidad y radical originalidad, en cuanto a lo anacrónico, de lo que estaban firmando y del tamaño de la hipoteca que, a cambio de poco o nada, colgaron sobre la ciudadanía a la que dicen representar y que les paga por ello.

Aunque también es cierto que por cualquier torero es bien sabido que más cornadas recibirá de sus apoderados que del miura. Y qué hermoso verbo resulta, por cierto, apoderarse, puesto así, en reflexivo, para explicar cumplidamente este todo tan miserable.

Por lo tanto, y antes de entrar de nuevo las poblaciones en el feliz estado de esclavitud, y en la condición de propiedad o cosa de amo, con sus látigos, negociados de trabajos forzados, suplicios y demás delicatessen del caso, parecería que bien pudiera estar justificada la consideración de que futuras acciones de protesta reiterada, de insumisión, de desacato, de boicot, de resistencia, de rebelión abierta y finalmente de revolución no vayan a ser hipótesis definitivamente descabelladas. Sólo habrá que esperar a ver hasta dónde apriete el hambre, que es la siguiente mejora a la vista, y que antecederá seguramente a las ejecuciones masivas, como es canónico. Para ese día, tal vez, los hijos y los nietos dejarán por unos días el aifoún y la gueimboi en el suelo de la tienda de campaña en la que subsistan en la calle y conciban, como cualquier estupefacto descubridor de mediterráneos, la idea tan novedosa de cachiporras, puñales y fusiles, pero, por una vez, vistos desde la parte de la empuñadura y el gatillo, y no apretados contra sus riñones o en la sien, como toda la vida.

Y harán bien sin duda alguna, y poca responsabilidad podrá entonces achacárseles, fuera de la demora. Porque si se demoran un poco más de lo lógico y con un poco de suerte, sus mayores ya estaremos muertos, de hipopensión los más, seguramente, aunque así, también es cierto, a alguna boca menos tendrán que atender aquellos ¿afortunados? que finalmente lo cuenten.

domingo, 21 de octubre de 2012

Huelga general


Huelga general

Se convoca nueva huelga general. Resulta difícil imaginar hoy en día ceremonia más antigua e inoperante. Igual que en la misa, o en la tradicional pegada de carteles, nunca pasará algo nuevo o sustancial a causa de ella. Ya no sirve para nada, y difícilmente crean en sus virtudes a estas alturas ni sus obispos ni sus feligreses. Miremos a Grecia donde llevan media docena en pocos meses, y bastante violentas algunas. ¿Han cambiado sus sufridos y maltratados participantes algo con ellas?

Y esto porque la más tradicional y acreditada forma de reivindicación y de protesta de la sociedad industrial, que dio sus buenos frutos en ella, hoy se ha convertido en una simple ceremonia a remedo de sí misma. Y no sé si en todas partes, pero en España la huelga más bien parece hoy perro de marquesa, vacunado, con bozal, puesto a pienso, llevado a la cadena, con las patas envueltas en botines de felpa para que no arañe el parqué, una mantita escocesa en el lomo y convenientemente capado para no molestar a las perritas, drogado y perfumado a la lavanda, para poder entrar en palacio sin ofender. Y debajo de tanto disfraz todavía les parecería a algunos un mastín de guardia si no fuera evidente que ladra como un caniche y que mea en orinal y además imperativamente sentado, para no salpicar. Ya sirve la huelga solamente para hablar de ella la semana anterior y la siguiente a la misma, y aun dicen algunos que concita el mismo miedo que una pestilencia medieval, pero lo cierto es que tanto el enfermo como la enfermedad se manifiestan en rotunda complicidad para ignorar el aspecto fundamental del asunto. Que la peste hace ya buen tiempo que fue erradicada.

Y será todo ello seguramente porque la sociedad industrial y su época, la era contemporánea, acabaron sin más, y además lo hicieron juntas. Creemos seguir en el mismo mundo ideológico que inauguró la revolución francesa junto a Napoleón, su claro vástago, un mundo que desde lo que fueron sus nuevos usos de aquellos entonces se fue sucediendo de manera natural a sí mismo durante doscientos años. Pero ya no es así. El mundo cambió el rumbo en los años ochenta del siglo XX, muy lentamente al principio, como es lógico, pues mucho debe de pesar la inercia de un mundo. Pero según se le fue imprimiendo el giro contrario, lenta, pero imperceptiblemente, fue tomando velocidad en otra dirección que ya no es la que era y, lo que es todavía más significativo, en la que no es la que todavía cree mayoritariamente la población que sigue siendo, lo cual, dicho sea de paso, no es pequeño escamoteo.

Los usos, los instrumentos y las políticas han cambiado de signo en un sentido manifiestamente contrarrevolucionario y antisocial más allá y más deprisa de lo que la lenta percepción de las sociedades ha sido capaz de asimilar. Y la huelga es claramente uno de los instrumentos que ha perdido su función en este cambalache hasta hace poco casi imperceptible y hoy tan evidente. Es un instrumento de otra edad, a la que seguimos llamando contemporánea por una mezcla de hábito y también de ignorancia, pero lo cierto es que la edad contemporánea es hoy cualquier cosa menos contemporánea de nuestro tiempo y, muy particularmente, además, en Europa. Y que tal cosa es así la indica un dato muy significativo que tomo del libro El precio de la desigualdad, de Joseph Stiglitz, Taurus, Madrid, 2012 y que solo puedo citar de manera aproximada, pero cuya relación numérica sé correcta. El número de huelgas nacionales habidas en Estados unidos durante uno de los años de la gobernanza de F.D. Roosevelt fue de alrededor de 4.000. El mismo número del año 2007, o 2008, no tengo la cita a mano, fue de 47, pocas unidades arriba o abajo. 

Y aunque todavía no le han asignado los historiadores a esta nueva era un nuevo nombre para el manual de uso, el cambio de la misma ya ha barrido con sus herramientas y con sus usos sociales, igual que el despuntar de la sociedad industrial abolió y aniquiló los usos del Ancien Régime. Que vivimos hoy una contrarreforma es indudable, que esta acabe por imponerse o que una nueva revolución acabe finalmente con ella y le imponga otro nuevo sentido al mundo es que cosa que nadie sabemos, supongo, pero sí parece que la incógnita vendrá a despejarse en escasos decenios.

Mientras tanto, es claro que la huelga, con su carga revolucionaria y su potencial para modificar las cosas, fue la expresión del movimiento obrero clásico y tuvo su necesidad y su momento, pero hoy habitamos un mundo no solo sin obreros, sino en el cual las decisiones se toman en otra parte, fuera del país y de manera ajena a lo que entendemos todavía como soberanía, y la huelga tal y como se entiende hoy en día –algo parecido a un dedo de café dentro de un litro de leche, para entenderse–, se ha convertido en un recurso inútil, y ya ni siquiera es romántica, no llega ni a folklórica y resulta en tan lettera morta como lo pueda ser hoy en día la legislación medieval sobre los siervos de la gleba o el derecho de pernada. Es, sin más, cosa de otro tiempo. Esto no significa, por supuesto, que las motivaciones para acudir a ella no sean justas, ni el que el descontento esté injustificado, es sólo que el instrumento se ha convertido en inadecuado a sus fines, tanto como el dirigirse con un pico y una pala, como los enanos del cuento, a intentar reparar un microprocesador.

Hace tan solo unos decenios, o cien años, la huelga era una cosa muy seria, quienes la hacían o quienes acudían a las concentraciones se jugaban la vida, la cárcel, el hambre, el despido y la situación de los suyos, la represión era salvaje y los enfrentamientos resultaban brutales. Unos y otros, cada cual según su corazón, razones, monedero y órdenes, exponían su vida. Una huelga tenía el potencial de acabar con un régimen o un estado de cosas, pero también el de terminar en una masacre. Las poblaciones se exponían a ella y a sus peligros, porque poco tenían que perder y muchísimo que ganar. Gracias a ellas se configuró un mundo que pretendía ser más justo, como lo acabó siendo de hecho, pero ese mundo ahora se ha acabado sin casi resistencia alguna. Aunque las causas de ello sean ajenas a este artículo, y no quepan en pocas líneas.

Pero nadie imagina hoy a la población de un país occidental saliendo en masa a la calle a jugarse la vida, por la simple razón de que las circunstancias tendrían que ser de nuevo las de hace cien años, u ochenta, para que tal cosa fuera imaginable y se sintiera colectivamente como una necesidad. Y de hecho el estado de cosas aun no es ese, si bien no parece del todo descabellado el que de nuevo acabe siéndolo, en cuyo caso el discurso sería bien otro.

Por lo tanto, y en este momento de impasse, sería tarea y obligación de los movimientos sociales y del común, que ve gravemente socavados derechos e igualdades ganados a pedradas y en la calle por sus abuelos y bisabuelos (que de sus padres, es decir, más o menos de mi generación, más valdrá no hablar), el plantearse cuáles pueden ser los nuevos instrumentos de lucha que la población pueda manejar, desde la asepsia y civilización del mundo presente, para poder ejercer la misma presión y obtener similares resultados de los que se lograron en circunstancias históricas y sociales muy diferentes.

Que no tenga que correr de nuevo la sangre sin duda es lo deseable y lo obligado desde nuestro entendimiento actual, amén de que nadie parece estar dispuesto a ello, aunque cuando el hambre apriete de nuevo, los sueldos sean los de los años veinte o cuarenta en su valor equivalente, los servicios sociales más o menos los de esas épocas, y no los de los noventa, como ya son ahora, pero más de veinte años después, y decreciendo rápidamente, no es del todo impensable que las sociedades se puedan hacer mucho más violentas, como les correspondería, en lógica, dentro del contexto general de involución en el que estamos entrando, arrojándolas en consecuencia hacia usos y a situaciones olvidados ya desde muchos años atrás.

Sin embargo hoy el poder es un factor mucho más difuso y poco caracterizable. A la hora de la verdad los estados actuales son menos militaristas que sus antecesores, la seguridad de que las policías o los ejércitos de los países democráticos puedan dedicarse impunemente a masacrar a sus poblaciones, venido el caso, no parece la misma que podía existir en la primera mitad del siglo XX, y las consecuencias de hechos semejantes, hoy en día, no necesariamente tendrían que derivar en dictaduras de estilo militar, como solían, sino tal vez en lo contrario, en verdaderos revulsivos para los sistemas sociales afectados, deseosos hoy más que otra cosa de restablecer lo ya habido, y no de soñar nuevos estados futuros ni de hablar de utopías, como les ocurrió a sus abuelos. 

Hoy el enemigo de las poblaciones es otro, y ya no lo es tanto su propia organización estatal, encarnada en legítima detentora y usuaria de la fuerza, como era tradicional, sino que lo es esa masa nebulosa del conglomerado económico al que se llama mercado y que se ha alzado como verdadero poder último, hoy situado sin debate ni votación democrática alguna por encima del de los propios estados nacionales, sujetos a él. Ese es el enemigo, dotado de eficaces armamentos nuevos, pero que en lo básico son solo financieros o monetarios o económicos, amparados en una juridicidad comprada, pero, en definitiva, sin poder militar, pues el que tienen sólo lo es de manera vicaria, teniendo que apelar, caso de conflicto, a los ejércitos y milicias de los estados soberanos que manejan, pero sólo hasta cierto punto a su antojo, y quienes, en definitiva, pueden acordar su uso, pero también denegarlo.

Y, en definitiva, el poder del dinero, con ser casi omnímodo, tiene sus limitaciones, de las cuales la fundamental es la ingenieria y artificios necesarios para la subsistencia del propio mecanismo y la posibilidad en sí de seguirse allegando el dinero mismo. Y las poblaciones, para oponerse a este poder, tal vez tengan un arma mucho más poderosa que la huelga, y esta es el boicot. Que los sindicatos y las organizaciones sociales o populares no hagan uso de ella es sólo una decisión estratégica y, como toda estrategia, esta puede ser mala o buena, o irrelevante. Pero la decisión misma del recurso a la huelga, que tampoco distingue muy bien a la hora de generar perjuicios entre empresas o actores económicos culpables o no culpables del estado actual de las cosas, puede ser igualmente cuestionable, puesto que existen otras alternativas. Por lo tanto, tan legítimo será el recurso al boicot como a la huelga. Y no es del todo aventado postular que si es claro que la una ya no sirve para nada se le dé la oportunidad a la otra de ver si resulta igualmente cosa fallida o no, y antes de seguir insistiendo en continuar por una vía que es evidente que hace mucho tiempo que no da ningún fruto.

Y el boicot, por supuesto, y como cualquier arma, hará sus víctimas, tanto entre los inocentes como entre los culpables, y si nos aviniéramos a clasificar a estas víctimas como población financiera y población civil, a remedo de la distinción habitual en caso de guerra entre elemento militar y elemento civil, no cabe duda de que caerían en la lucha más elementos civiles que financieros en la batalla, pero el mero hecho de pensar en usarla, y por tratarse de un arma de una teórica capacidad resolutoria mayor, ya debería darle que pensar a los amenazados por ella.

Un boicot prolongado a las empresas bancarias y financieras, contra su actual configuración, quiero decir, por proponer una vía alternativa de acción, responsables sin duda en muy gran medida del estado actual de las cosas, actuaría directamente contra el corazón infectado del sistema, pues dispara, además, y por alzada, contra los conglomerados financieros multinacionales que se alimentan de ellas y que se han excluido exitosamente de todo deber social que, sin embargo, sí le viene impuesto a la mayor parte de la actividad económica productiva y comercial.

Ni que decir tiene que los contras son bien evidentes, pero estamos ya ante una situación que, para las poblaciones de a pie, empieza a parecerse a la de una guerra, pues en España un 20% de la población está en situación de pobreza, no porque lo diga yo, sino porque así lo comunican las instancias que entienden de estas situaciones, hay un 50% de paro juvenil, y vivimos una merma significativa de las prestaciones sociales y de las garantías y de los derechos escritos en la constitución. Es decir un cuadro verdadero de decadencia, pobreza, desesperanza y, en definitiva, empeoramiento social en situación de aceleración incrementada. Y no es prioritario solo el buscar responsables o el castigarlos, que, con ser deseable, no sería más que un muy magro consuelo, porque lo prioritario parece más bien el saber encontrar medios para revertir el estado de las cosas, pues ya no hay trabajo porque no hay industria ni comercio, no hay industria ni comercio porque no hay clientes ni créditos, no hay clientes porque no hay dinero, no hay dinero porque hay paro, es decir, un círculo vicioso (como en la vieja y afamada canción de Chicho Sánchez Ferlosio), y porque el seguir despidiendo indefinidamente la empresa privada y los organismos públicos a los trabajadores y funcionarios que ya no pueden o no saben  mantener, solo es magro remedio para la empresa privada, y muy malo para el país, que necesita cobrar impuestos directos e indirectos de empleados y empleadores, y de todo el giro económico, del movimiento, en definitiva.

El paro mata el movimiento y la falta de movimiento va matando todo lo demás, porque el tejido industrial lleva treinta años desmantelándose. Las empresas públicas de calado ya no existen, están todas privatizadas y, en la medida de lo posible, deslocalizadas, es decir, produciendo riqueza, pero en las quimbambas y solo para los habitantes de las quimbambas, en su pequeña parte, y en su mayor parte para sus propietarios y administradores, exclusivamente. Un país avanzado no puede vivir solo del turismo, las hortalizas y el fútbol. Ni de ser la colonia de vacaciones o de retiro de los ancianos del continente. La casi mitad de los jóvenes españoles viven en casa de sus padres a los treinta años, pronto lo harán en las de los abuelos ¿Es esto un estado, una república a modo de apólogo de los contrarios o un sálvese quién pueda?


El Emperador Carlos I, dueño de la mitad del mundo de aquel entonces, y de media Europa, suspendió pagos dos veces en su reinado, y eso no causó ninguna catástrofe que diera fin al paradigma ni a los usos de su época, ni generó tampoco acontecimientos señaladamente peores de los que ya ocurrían en aquellos tiempos turbulentos y de despilfarro en aventuras militares descabelladas. Simplemente sentó a los banqueros y les puso ante la realidad de los hechos. La facticidad de aquellos tiempos era otra, sin duda, y los procedimientos para resolver conflictos bastante más expeditivos, pero los banqueros tragaron, no fueron exactamente a la ruina y siguieron, además, prestando los caudales necesarios. Y mucho me permito dudar que hoy en día no pasara lo mismo. Reza el adagio que no hay nada más cobarde que el dinero, y seguramente sea cierto. Y quien lo tiene en exceso y sobreexceso es vox populi, pero también verdad santa, que no lo habrá logrado por medios cumplidamente legales. Y si alguna vez, en la ruleta de los tiempos, le tocara entregar al capital financiero internacional un porcentaje de sus recursos a fondo perdido, como le ocurre durante toda su vida a cualquier ciudadano, dudo mucho que nada malo le pasara al mundo ni a sus sociedades por causa de ello. Más bien todo lo contrario.

Por esta y por más razones, y entre otras la evidencia de que a las malas o a las peores los estados acabarán por no pagar sus deudas, no por mala voluntad, sino por mera imposibilidad, un toque severo de atención a la gran banca especulativa y a los conglomerados financieros, sea que venga finalmente de la implicación de los estados mejor o más eficazmente coordinados para protegerse de ellos (pues en definitiva, estas han pasado de ser un instrumento más de aquellos con los que cuentan las sociedades para su desarrollo y bienestar, a ser el principal impedimento para los mismos) o que venga de una actitud de las poblaciones menos tolerante con sus prácticas y más dispuesta a castigarlas cuando estas no sean de la suficiente utilidad pública, será asunto que adquiera paulatinamente el carácter de urgente y de necesario.

Por lo tanto, si el recurso más que justificado, pero inútil, de acudir a una huelga y a otra, condenadas de antemano al fracaso y a no aportar otro resultado que el empobrecimiento mayor de lo que aun queda del tejido productivo y la disminución de los salarios de todos los empleados que acudan a ellas, más las represalias encubiertas que sufrirán, además, algunos de ellos en forma de despidos a posteriori, expedientes, etc... fuera sustituido alguna vez por otro tipo de acciones, mucho más comunitarias, más fáciles de acometer para la población, más ‘blancas’, por decirlo de alguna manera, y sin embargo bastante más poderosas, como las de un cierre masivo de cuentas, acciones demostrativas de extracción de dinero de las mismas, todos a una, por cantidades no muy grandes, pero significativas forzosamente para las entidades, más la voluntad de la continuación de estas prácticas, de no producirse determinadas modificaciones o reformas, y representando esto, en definitiva, el mismo chantaje que una huelga, y siendo respuesta razonada a los equivalentes chantajes y secuestros económicos que se producen sin cesar en sentido inverso, y perjudicándose, además, los protagonistas de las acciones en mucha menor medida que teniendo que enfrentarse en la calle con los guardianes legales de lo que fuera el orden, pero que ya no es más que el desorden y el desfalco constituido, en un clima de alta tensión y con los peligros consiguientes para todos.

Una acción llevada por Internet, capilar, multitudinaria, insumisa pero disciplinada, sostenida y propagada durante meses o años, buscando involucrar en cadena a los particulares, a las familias, a los empleados, a las industrias o a los pequeños comerciantes, todos ellos igualmente saqueados por la industria financiera, a la mayor cantidad de población posible, en fin, una acción tendente a restarle a los poderes del mercado parte del inmenso territorio y campo de negocio que se les ha ido entregando gratuitamente a lo largo de los últimos treinta o cuarenta años, no sólo vertebraría de manera efectiva a una colectividad deseosa no tanto de lograr mejoras, sino de parar el saqueo, sino que resultaría en un aumento de la sanidad social, en el fomento de la creencia de que juntos se alcanzan logros, en comprender que los resultados son hijos de un esfuerzo y de un cierto nivel de molestia sostenida y diaria, dirigida a un buen fin y no sólo de los gritos esporádicos de una tarde que a los únicos que de verdad molestan es a los pájaros y a las siestas de los niños y de los ancianos.

Esta sociedad de la información y de la inmediatez en la que estamos y estaremos día a día más implicados y que será cada vez más como una prolongación de nosotros mismos, pero de brazos más largos y más fuertes y voces más sonoras, también puede y debe lograr ser la de una sociedad capaz de acciones rápidas y efectivas, agresivas incluso cuando las circunstancias lo aconsejen, y que además no implican muertes, ni sangre, ni golpes, sino sólo la mostración concienzuda de lo que representa la fuerza del número y la voluntad acomunada de muchos, capaz de cambiar finalmente el terreno de batalla, llevando los suspiros a los parquets del enemigo y sacándolos de la vía pública, que es de todos.

Una simple quincena sin llamadas telefónicas de una u otra compañía, y acción por la cual ninguna fuerza pública podrá acudir a casa de nadie para llevárselo arrastrando a comisaría, podrá llevar al camino de la razón y de la negociación a la compañía que lo merezca o cuyas prácticas sean manifiestamente lesivas socialmente. Todos sabemos que nos roban inmisericordemente con los teléfonos ¿por qué no hacemos nada más que mandarles cartas a los periódicos o cubrirlas de insultos en la sobremesa de casa, como si nos estuvieran oyendo? Con las cartas las compañías se hacen pajaritas, por decirlo elegantemente, pero si los ciudadanos damos de baja la línea y les decimos por qué y nos dirigimos a la compañía de al lado y nos gastamos, de paso, dos euros menos al mes, y además, y este es el punto, lo hacemos coordinada y públicamente mil o cinco mil personas a la vez, nos habremos tomado poco más o menos la misma molestia en organizarlo y llevarlo a la práctica que para organizar y propagandar el hecho de irnos andando una mañana de Colón a Atocha, atronando con los silbatos y para único perjuicio de nuestros oídos, pero nos habremos dado el gusto verdadero de poner en marcha una acción con resultados verdaderamente eficaces y públicos.

Cansa sin duda escuchar como todo el malestar social acumulado, la rabia contenida y el sentimiento general de impotencia y de incapacidad para poder llevar llevar las cosas a un estado diferente, solo saben expresarse nada más que mediante gritos más que santamente justificados, pero absolutamente incapaces de modificar ninguna situación.

Sin embargo el dinero sólo entiende y escucha en términos de dinero, y es el dinero hoy en día el único amo, quien no admite ni siquiera, como sí ocurrió durante el último siglo, matizaciones de carácter social y público contra su poder, ya más que grande, pero ese dinero, curiosamente, es el que sale inacabable de nuestros bolsillos para convertirse en SU dinero, que será puesto de inmediato a trabajar para seguir sacando el nuestro de nuestros bolsillos y para que así sea cada vez sea más su dinero. Todo el juego pues no consiste en otra cosa que en encontrar las maneras de cortarle el flujo a tan endemoniado mecanismo. ¡Y claro que se puede y se debe de hacer!

Una sociedad como la actual, ya consciente de estar siendo atracada y estafada de manera sistemática, mediante plan científico y jurídicamente bendecido, todo lo que tiene que hacer es empezar a negarse a ello y, dado que los poderes democráticos y sus autoridades, en las que se han confiado tradicionalmente las cosas del común, ya no sirven o no están por la labor de evitar estas prácticas, bien por connivencia, bien por incapacidad, bien por interés, bien por haber sido lisa y llanamente compradas, será irremediable que surja una democracia más directa que ejerza sus poderes en la calle, no a la manera tradicional de barricadas, incendios, pedradas y altavoces gritando consignas, sino a través de una labor consciente y sistemática para oponerse y reaccionar ante toda clase de prácticas abusivas e injustas.

Podrá hacerse, sin duda, pero, deseablemente, tendrán que ponerse a proponerlo, a propagandarlo y a llevarlo a la práctica aquellas entidades sociales ya dedicadas a la defensa de los intereses de muchos, pero de no acometerlo ellas mismas, tampoco cabrá duda de que surgirán nuevas entidades y formas de organización, más acéfalas, más capilares, más efectivas que tomarán la alternativa. Y alternativa, o la falta de ellas, es precisamente la causa de estas líneas, pues la trayectoria que deja ver el presente no es otra que el camino a la esclavitud, más el Inri adicional de ir balando agradecidos. Más valdrá entonces intentar revertirlo antes de que sea demasiado tarde.

Vayamos a la huelga, pues, que razones no faltan. Pero les aseguro que la acción masiva de colgar los teléfonos una semana, la ausencia de compra de carburantes otra, un apagón general, como una fiesta, como una charanga, sin encender una luz doméstica y celebrándolo en la calle, con los niños, o una educativa y ejemplificadora sacada masiva de cien euros de la cuenta de cada cual, y no reingresados, concentrada en un mismo día y repetida a periodos fijos, como gota malaya,  sería un toque de atención que resultaría comprendido y atendido como merece y a velocidad seguramente bastante mayor que aquellas a las que estamos acostumbrados.

Si el problema es ponerse a hablar su lenguaje, el de arañar todos los céntimos posibles por cada euro, hagámoslo intensamente, aunque la voz nos suene metálica, y si es necesario, además, véndase como un juego, que cuanto más lúdico y más hábito se haga, más eficaz será. Somos muchísimos y si hacemos el silencio desde nuestros monederos, y al unísono, porque no quieren comprender el sonido de la razón, sin duda comprenderán el de la ausencia de ese tintineo, tan familiar para ellos, y que lo último que podrán soportar es imaginarlo enmudecido.

jueves, 18 de octubre de 2012

Aforismos


Aprovechando la circunstancia, rara, de que el suplemento Babelia de el periódico El País, el sábado 12 de mayo de 2012, dedicara unas páginas al género aforístico, y siendo que lo cultivo hace ya unos años y que habré logrado componer algunos, y aunque ya tarde y a destiempo para seguir el filo de la actualidad, pero en razón de que me apetece, voy a darme hoy una tarde de asueto y a poner unas palabras sobre el asunto, aunque solo con la escasa autoridad que me dan los largos años de haber experimentado extraordinario placer gracias a ellos, por los ajenos, por supuesto, pero en ocasiones también por los propios.

A mi entender, mediante el género aforístico el autor ajusta mejor que con ningún otro medio de expresión sus cuentas con el mundo. Si con la poesía, el cuento, la dramaturgia, la novela o el género biográfico, el escritor se las tiene más que nada con el universo propio, aún evidentemente sin poder hacer abstracción del resto: de su tiempo, de su sociedad, de las costumbres, de sus circunstancias y de cuantas consideraciones más se quieran tener en cuenta, el aforismo parece emanar de un tipo de pensamiento más concentrado, superior en capacidad de síntesis aún a la poesía y al ensayo, y que habita, pienso, mucho más en las proximidades del formalismo lógico, matemático o científico, por parecerse más a una ecuación o una fórmula que simplifica el lenguaje hasta los huesos, pero amplificando su significación y expresando conclusiones universales y generalizaciones poderosas, de sencilla traducción a cualquier idioma, capaces de ser comprendidas, por añadidura, por todo lector u oyente, a milenios de distancia, desde las culturas más dispares y desde toda clase de posiciones ideológicas.

Sólo algunos muy raros extremos de la poesía más sublime (y aún soslayando las a veces insalvables dificultades de su traducción, y teniendo que contar, además, con cierta formación del lector) podrían, pienso, aspirar a ser igualmente entendidos por un número parecido de personas en cualquier momento y en cualquier situación.

Voy pues con un mínimo repaso a este océano de las agudezas.

Miguel de Montaigne: cuanto más alto sube el mono, más enseña el culo.

El lenguaje es lineal, llano, sencillo, su comprensión resultaría inmediata en chino y en latín, y lo sería también para un egipcio del tiempo de los faraones, para un siervo de la gleba o –incluso– para un ejecutivo de Goldman Sachs, felizmente encaramado a su árbol de los doblones. El aserto es restallante,  minimalista y contiene toneladas de veneno concentradas en la cabeza de un alfiler. Diez palabras bastan y sobran para acometer una reflexión destructiva sobre el poder. Con estar habitado el lector por el conocimiento casi universal de qué es un mono, con su comportamiento y sus limitaciones intelectuales y, sobre todo, morales, con respecto a las de un hombre, más el hecho de hallarse sometido a cualquier poder –y quién no lo está–, comprenderá de inmediato la dimensión del latigazo. Podría glosarse páginas y páginas, porque muestra la comprensión entera del estado del mundo, y extrae hasta el último gramo de lo que es el ejercicio vano del poder y de sus pompas. Sintetiza sobre las cosas de los hombres tanto como E=mc2 puede hacerlo sobre las de la naturaleza, con la diferencia de que no son necesarios años de estudio para comprender su significado. Realmente, y a poco que se piense en ello, resultará dificilísimo obtener más significado por menos.

Adicionalmente, posee también un potencial destructivo que mal dejaría imaginar la reflexión colocada por ningún subordinado bien o mal avenido con su jefe, pero deseoso de conservar su trabajo, a modo de post-it, de chiste, o de flor dibujada por el niño en la mesa o en el corcho de ningún despacho, de ninguna empresa, de ningún negociado, de ningún cuartel, de ningún ministerio, ni tampoco en la del ayudante del párroco, del becario de la eminencia médica o en la del secretario del rey. Sólo quien sea su propio jefe podría permitirse el guiño, a modo de didáctica propia y para escarmiento de ajenos, y caso, además, de estar habitado por el sentido del humor y las ganas de escarnecer suficientes.

Y vayamos ahora con Cervantes.

–Metafísico estáis, Sancho–, –es que no como–.

¿Y esto qué es?, un tratado de moral en siete palabras, un golpe de humor devastador, una tragicomedia en píldora, un trasunto de amargura, la expresión impecable de un conocimiento universal, la reflexión sobre las condiciones de penuria de su tiempo, una crítica a la intelectualidad divorciada del mundo real, la enunciación de la idea de que el hombre tiene que sufrir para pensar con mayor agudeza o la execración del hambre y de la necesidad que tanto sufriera él mismo?...
Y, al igual que más arriba, ¿qué ruso o cingalés, qué peruano o luxemburgués, qué sefardita o bantú no lo entendería, y se reiría al mismo tiempo que se entristecería por ello y a condición nada más que el conocer el sentido del vocablo hambre y el del término metafísica, o su traducción más simplista por los términos filosofía, o reflexión o sus equivalentes en otros ámbitos culturales o en idiomas alejados y distintos?

Un aforismo afortunado, escrito hoy mismo por no importa quién, contendrá además la materia o la semilla de lo clásico, en el sentido de que igual que hoy entendemos los de Cátulo, o los de Confucio, a más de dos mil años de distancia, todo nos lleva a suponer que ellos y sus contemporáneos entenderían igualmente buena parte de aquellos que se enunciaran hoy en día con parecida universalidad.

Todo ladrón ha robado en otro tiempo, como ahora, todo hijo se ha rebelado a sus padres, y el ser injusto, el desafinar cantando, el mentir sobre algo, y el abusar, maltratar, calumniar, perjudicar, escribir mal, esculpir peor, ser tonto, pasarse de listo, ser vanidoso, quedarse con más, escamotear lo debido, acusar en falso, ofuscarse por razones de amor, poner los cuernos o padecerlos o reírse ferozmente el pintor de los bisontes de Altamira de un colega incompetente, pero de verborrea y vanidad abundantes, y ser capaces de tipificar estos comportamientos con solo un puñado de palabras de escarnio y de irrisión, pero de piedad también y de entendimiento profundo de lo que ocurre en todo patio, lo lleva haciendo la humanidad con sorprendente éxito desde que andaba cazando mammuts. Somos por completo iguales, porque lo somos genéticamente, y tal igualdad es transparente, por fortuna, y sabe sobrevolar por encima de toda ideología para hacerse siempre patente, y mal que le pese a quienes les pese.

Gozamos pues de toda esta inteligencia destilada y conservada y pena da pensar en la que no haya podido superar no el juicio, sino el destrozo del tiempo, en todo aquello que no ha sobrevivido, en la cantidad de agudeza y de entendimiento que se perdieron por el camino o que fueron reducidos y aniquilados por la fuerza bruta de la facticidad o en la parte, inmensa también que, sin más voluntad que ninguna, simplemente se llevó el olvido.

Sigo ahora con otro autor, el Colombiano Nicolas Gómez Dávila, uno de los grandes del género, aunque desconocido para el gran público, y por razones de las que darían también para más de un aforismo, y lo cual ya hizo, por cierto, él mismo.

En todo utopista duerme un sargento de policía (Nicolás Gómez Dávila).
Y del mismo: La utopía es el clima tutelar de las matanzas.

O, metidos ya en matanzas: No hay matanza que nos proteja de la próxima matanza (Elías Canetti, otro implacable frecuentador del género), con todo su estremecedor contenido y conocimiento.

Más de Gómez Dávila:
La más execrable tiranía es la que alegue principios que respetamos.
La traducción omite lo que más importa en un texto: que no es lo que dice su autor, sino lo que dice su idioma.
Escribir sería fácil si la misma frase no pareciera alternativamente, según el día y la hora, mediocre y excelente.
Cuando el individuo encaja en estadísticas ya no sirve para novelas.
El culto de la humanidad se festeja con sacrificios humanos.
El cemento social es el incienso recíproco.
El sexo no resuelve ni los problemas sexuales.
Quien tenga curiosidad de medir su estupidez, que cuente el número de cosas que le parecen obvias.
Las ideas tiranizan al que tiene pocas.
La imaginación es el único lugar en el mundo donde se puede habitar.
Increíble que los honores enorgullezcan a quienes saben con quiénes los comparten.
El órgano del placer es la inteligencia.

En resumen, dejó armado don Nicolás un desfile de verdades que golpean militarmente una tras otra, pero donde el único riesgo que se corre ante tropa tan aguerrida no es otro que el de salir más vivo, en lugar de muerto, asustado o sometido por la milicia, como sería lo canónico.

Traigo a continuación a otro maestro del género, el poeta y aforista polaco Estanislao Lec, con una vida de leyenda, judío, de familia aristocrática, socialista revolucionario en su juventud y represaliado por el gobierno de la época, lo que le llevo a huir a Rumanía durante un año. Partidario por motivos ideológicos de la ocupación soviética de Polonia en 1940, fue capturado y condenado a muerte por los nazis, escapó al fusilamiento cuando, obligado a cavar su propia tumba, mató con la pala a su vigilante, logrando huir a continuación, se unió a los partisanos donde se comportó de manera heroica y alcanzó el grado de comandante, ya en el Ejército Popular polaco. Colaboró después con el establishment pro-soviético de su país como diplomático, pero renegó del estalinismo siendo represaliado otra vez, escapó a Israel, no soportó la vida allí y a los dos años regresó a Polonia, donde fue –cómo no– represaliado de nuevo, prohibiéndosele publicar, lo cual, naturalmente, siguió haciendo bajo cuerda y a todo ritmo hasta obtener el reconocimiento popular a su obra y, a partir de 1960, también el placet del establishment y premios y recompensas estatales mientras se acrecentaba su fama. Fallecido en 1966, antes de la apertura de los países del este de Europa, fue enterrado, finalmente, con honores de estado, símbolo, imagino, de la capacidad de los políticos para otear los raros vientos favorables y seguramente del suspiro de alivio de todos aquellos que jamás pudieron hacerle callar.

Fue inquebrantable en su cruzada a favor de la inteligencia y crucificó con sus epigramas, literalmente, a tres generaciones enteras de políticos de su país para lograr descansar finalmente como el patriota y el hombre insobornable que fue durante toda su existencia. Y todas las verdades como puños que nos dejó escritas no cabe duda de que las sudó con su sangre y la de su pueblo y que no fueron para nada el resultado de un simpático y descansado juego de salón.

Resumir con algún criterio el número de sus aforismos, más de tres mil, es tarea imposible, por lo cual lo dejaré al azar de una lectura rápida. Puede el lector encontrar muchos de ellos en Internet. Mi edición resumida de sus Pensamientos despeinados, completamente desencuadernada por el uso y el abuso, sufrió la perdida del primer cuadernillo de la obra durante una mudanza y por lo tanto sólo puedo reseñar que se trata de una edición de Editorial Península del año 1997.

La irreflexión mata. A los otros.
Exigid un resguardo cada vez que hagáis una reverencia.
En el cuello de la jirafa la pulga empieza a creer en la inmortalidad.
Cuando no sopla el viento, incluso la veleta de la iglesia muestra carácter.
En su modestia se consideraba un polígrafo, pero era un delator.
Con una hilera de ceros es fácil hacer una cadena.
El hombre. Persona non grata.
A veces los laureles echan raíces en la cabeza.
Donde todos cantan a coro, la letra no importa.
De la experiencia de un tirador: es más difícil acertar a los grandes que a los pequeños.
Quien está libre de culpa ¿tiene el derecho moral a participar en el botín?
Llevaba una vida variopinta. Era el que cambiaba las banderas.
Los sueños dependen de la posición del que duerme.
Tened cuidado, no solo un error de imprenta puede transformar racionalismo en nacionalismo.

Y para cerrar con Lec, este portento: Cuanto más bajo caes, menos te duele.

Me atreveré, finalmente, y ya que el día va de gustos, a incluir algunos míos:

No por mucho madrugar llegas tarde más temprano.
Principios. Por sus finales los conoceréis.
Hablar por hablar, que no es otra cosa que balbucear al cuadrado.
A los manzanos viejos lo que más nos gusta es la manzanilla.
Las cuatro fuerzas físicas fundamentales son: la banca.
La división de tareas consiste –por lo general– en que se nos multiplican.
A los amantes lo que se les jura es amor externo.
Agujas del reloj. Las llaman así porque se te clavan.
Ya no se ve necesario cortar cabezas, ha bastado con vaciarlas.
Crisis. Automóviles con cuatro patas.
No hay bandera tan pequeña que no permita amortajar sin apreturas a toda una multitud.
Vacunas. La triple lírica, contra la poesía, la narrativa y la dramaturgia.
Un aforismo no es más que la parte educadamente comunicable de aquello que más duele.
Un viejo es un niño extenuado por la experiencia.

Sin embargo, conviene en estas lides no olvidar la admonición sabia de otro de los grandes cultivadores del género, Rafael Sánchez Ferlosio, quien seguramente con el brazo ya agotado de soltar vergajazos al viento, se permitió incluso este ex abrupto contra sí mismo, aunque no solo, en su obra La hija de la guerra y la madre de la patria. Ed. Destino, Barcelona, 2002:

(Ojo conmigo) Desconfíen siempre de un autor de pecios. Aun sin quererlo, le es fácil estafar, porque los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la “profundidad”, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras de charol. Lo “profundo” lo inventa la necesidad de refugiarse en algo indiscutible, y nada hay tan indiscutible como el dicho enigmático, que se autoexime de dar razón de sí. La indiscutibilidad es como un carisma que sacraliza la palabra, canjeando por la magia de la literalidad toda posible capacidad significante...

Y desde luego se podrá estar de acuerdo con el autor sobre la sacralización de la indiscutibilidad, pero solo según y cómo lo indiquen las circunstancias de lo leído. Difícil veo aplicarle este criterio a los enunciados concretos de Montaigne, de Cervantes o de Lec citados arriba, exentos, a mi entender, de toda sospecha al respecto, y no digamos ya de enigma, así como a tantos otros, restallantes y luminosos, del Propio Sánchez Ferlosio. Y tal vez no venga su reflexión más que a un concienzudo desear poner las manos por delante, asustado el autor, como a veces ocurre, precisamente por el aspecto más característico del hallazgo feliz, del ¡eureka!, que asienta en todo aforismo, los propios y los ajenos, y que es precisamente su indicada luminosidad y clarividencia. Porque precisamente aquel que se asusta de la grandeza, y más aun si es de la propia, como bien merecidamente podría ser su caso, esté dejando traslucir la existencia todavía dentro de sí mismo de una muy necesaria sanità di corpo, a contraponer precisamente a la de otros autores, nunca pocos, que incluso desde alturas considerables, dejan entrever, sin embargo, cierta altanería, necedad o insuficiencia moral, la insufrible presencia de lo huero y la autocomplacencia. Sólo quizás el querer escapar a ello, o a su simple sospecha, le llevaran no a poder, sino a necesitar escribir esas líneas.

Para terminar, un reproche contra esta no-ciencia: de las conclusiones del pensamiento científico se extraen conocimiento real y potencialidades de futuro, del aforismo, nada medible realmente de una manera efectiva, sustancial o incluso económica, ni nada operativo o capaz de modificar la realidad, aunque sí otro bien intangible que los humanos buscamos con mucho denuedo, para encontrarlo con frecuencia donde menos la esperamos. Y nos es otro que el placer, que nos aguarda tantas veces agazapado entre las líneas de un texto.

Porque siempre se podrá privar al sometido, al esclavo, al despojado y al injustamente tratado de la satisfacción de sus necesidades más elementales, la libertad, el alimento, sus derechos, el conocimiento... todas ellas fuentes de placeres, pero nunca de su inteligencia y de su palabra y aunque solo haya de ser de la íntima, la no expresada, pero que anida en su corazón y en su mente y que constituye en última instancia y más que ninguna otra característica el propio ser humano, como tampoco se podrá evitar su estremecimiento ante el olor y la visión de las primeras gotas de agua sobre el terreno reseco o su reacción ante el rayo tibio de sol que despunta sobre el patio encharcado de la cárcel. Y tampoco, y aún menos, del placer último de pensar la verdad de las cosas de manera irreductible y certera. Y esta verdad, muchas veces, se expresará en aforismos, que es el precio, muy bajo, que no tienen más remedio que pagar el poder, la estulticia, la injusticia y la rapacidad por maltratar a sus anchas a seres dotados de inteligencia, sensibilidad y razón, y no a máquinas.

Conclusión, tal vez poética:

La cabellera del pensamiento íntimo y poderoso tiene maneras de nube. Y es visible exteriormente, porque baila en los ojos de aquellos afortunados que la poseen.

Y sí, por supuesto, a esta sí se le puede aplicar la consideración de las palabras de charol, porque casi nada ni nadie, y si no por una vía, por otra, pueden escapar a las tenazas de don Rafael. Pero eso... ya será otro cuento.