jueves, 18 de octubre de 2012

Aforismos


Aprovechando la circunstancia, rara, de que el suplemento Babelia de el periódico El País, el sábado 12 de mayo de 2012, dedicara unas páginas al género aforístico, y siendo que lo cultivo hace ya unos años y que habré logrado componer algunos, y aunque ya tarde y a destiempo para seguir el filo de la actualidad, pero en razón de que me apetece, voy a darme hoy una tarde de asueto y a poner unas palabras sobre el asunto, aunque solo con la escasa autoridad que me dan los largos años de haber experimentado extraordinario placer gracias a ellos, por los ajenos, por supuesto, pero en ocasiones también por los propios.

A mi entender, mediante el género aforístico el autor ajusta mejor que con ningún otro medio de expresión sus cuentas con el mundo. Si con la poesía, el cuento, la dramaturgia, la novela o el género biográfico, el escritor se las tiene más que nada con el universo propio, aún evidentemente sin poder hacer abstracción del resto: de su tiempo, de su sociedad, de las costumbres, de sus circunstancias y de cuantas consideraciones más se quieran tener en cuenta, el aforismo parece emanar de un tipo de pensamiento más concentrado, superior en capacidad de síntesis aún a la poesía y al ensayo, y que habita, pienso, mucho más en las proximidades del formalismo lógico, matemático o científico, por parecerse más a una ecuación o una fórmula que simplifica el lenguaje hasta los huesos, pero amplificando su significación y expresando conclusiones universales y generalizaciones poderosas, de sencilla traducción a cualquier idioma, capaces de ser comprendidas, por añadidura, por todo lector u oyente, a milenios de distancia, desde las culturas más dispares y desde toda clase de posiciones ideológicas.

Sólo algunos muy raros extremos de la poesía más sublime (y aún soslayando las a veces insalvables dificultades de su traducción, y teniendo que contar, además, con cierta formación del lector) podrían, pienso, aspirar a ser igualmente entendidos por un número parecido de personas en cualquier momento y en cualquier situación.

Voy pues con un mínimo repaso a este océano de las agudezas.

Miguel de Montaigne: cuanto más alto sube el mono, más enseña el culo.

El lenguaje es lineal, llano, sencillo, su comprensión resultaría inmediata en chino y en latín, y lo sería también para un egipcio del tiempo de los faraones, para un siervo de la gleba o –incluso– para un ejecutivo de Goldman Sachs, felizmente encaramado a su árbol de los doblones. El aserto es restallante,  minimalista y contiene toneladas de veneno concentradas en la cabeza de un alfiler. Diez palabras bastan y sobran para acometer una reflexión destructiva sobre el poder. Con estar habitado el lector por el conocimiento casi universal de qué es un mono, con su comportamiento y sus limitaciones intelectuales y, sobre todo, morales, con respecto a las de un hombre, más el hecho de hallarse sometido a cualquier poder –y quién no lo está–, comprenderá de inmediato la dimensión del latigazo. Podría glosarse páginas y páginas, porque muestra la comprensión entera del estado del mundo, y extrae hasta el último gramo de lo que es el ejercicio vano del poder y de sus pompas. Sintetiza sobre las cosas de los hombres tanto como E=mc2 puede hacerlo sobre las de la naturaleza, con la diferencia de que no son necesarios años de estudio para comprender su significado. Realmente, y a poco que se piense en ello, resultará dificilísimo obtener más significado por menos.

Adicionalmente, posee también un potencial destructivo que mal dejaría imaginar la reflexión colocada por ningún subordinado bien o mal avenido con su jefe, pero deseoso de conservar su trabajo, a modo de post-it, de chiste, o de flor dibujada por el niño en la mesa o en el corcho de ningún despacho, de ninguna empresa, de ningún negociado, de ningún cuartel, de ningún ministerio, ni tampoco en la del ayudante del párroco, del becario de la eminencia médica o en la del secretario del rey. Sólo quien sea su propio jefe podría permitirse el guiño, a modo de didáctica propia y para escarmiento de ajenos, y caso, además, de estar habitado por el sentido del humor y las ganas de escarnecer suficientes.

Y vayamos ahora con Cervantes.

–Metafísico estáis, Sancho–, –es que no como–.

¿Y esto qué es?, un tratado de moral en siete palabras, un golpe de humor devastador, una tragicomedia en píldora, un trasunto de amargura, la expresión impecable de un conocimiento universal, la reflexión sobre las condiciones de penuria de su tiempo, una crítica a la intelectualidad divorciada del mundo real, la enunciación de la idea de que el hombre tiene que sufrir para pensar con mayor agudeza o la execración del hambre y de la necesidad que tanto sufriera él mismo?...
Y, al igual que más arriba, ¿qué ruso o cingalés, qué peruano o luxemburgués, qué sefardita o bantú no lo entendería, y se reiría al mismo tiempo que se entristecería por ello y a condición nada más que el conocer el sentido del vocablo hambre y el del término metafísica, o su traducción más simplista por los términos filosofía, o reflexión o sus equivalentes en otros ámbitos culturales o en idiomas alejados y distintos?

Un aforismo afortunado, escrito hoy mismo por no importa quién, contendrá además la materia o la semilla de lo clásico, en el sentido de que igual que hoy entendemos los de Cátulo, o los de Confucio, a más de dos mil años de distancia, todo nos lleva a suponer que ellos y sus contemporáneos entenderían igualmente buena parte de aquellos que se enunciaran hoy en día con parecida universalidad.

Todo ladrón ha robado en otro tiempo, como ahora, todo hijo se ha rebelado a sus padres, y el ser injusto, el desafinar cantando, el mentir sobre algo, y el abusar, maltratar, calumniar, perjudicar, escribir mal, esculpir peor, ser tonto, pasarse de listo, ser vanidoso, quedarse con más, escamotear lo debido, acusar en falso, ofuscarse por razones de amor, poner los cuernos o padecerlos o reírse ferozmente el pintor de los bisontes de Altamira de un colega incompetente, pero de verborrea y vanidad abundantes, y ser capaces de tipificar estos comportamientos con solo un puñado de palabras de escarnio y de irrisión, pero de piedad también y de entendimiento profundo de lo que ocurre en todo patio, lo lleva haciendo la humanidad con sorprendente éxito desde que andaba cazando mammuts. Somos por completo iguales, porque lo somos genéticamente, y tal igualdad es transparente, por fortuna, y sabe sobrevolar por encima de toda ideología para hacerse siempre patente, y mal que le pese a quienes les pese.

Gozamos pues de toda esta inteligencia destilada y conservada y pena da pensar en la que no haya podido superar no el juicio, sino el destrozo del tiempo, en todo aquello que no ha sobrevivido, en la cantidad de agudeza y de entendimiento que se perdieron por el camino o que fueron reducidos y aniquilados por la fuerza bruta de la facticidad o en la parte, inmensa también que, sin más voluntad que ninguna, simplemente se llevó el olvido.

Sigo ahora con otro autor, el Colombiano Nicolas Gómez Dávila, uno de los grandes del género, aunque desconocido para el gran público, y por razones de las que darían también para más de un aforismo, y lo cual ya hizo, por cierto, él mismo.

En todo utopista duerme un sargento de policía (Nicolás Gómez Dávila).
Y del mismo: La utopía es el clima tutelar de las matanzas.

O, metidos ya en matanzas: No hay matanza que nos proteja de la próxima matanza (Elías Canetti, otro implacable frecuentador del género), con todo su estremecedor contenido y conocimiento.

Más de Gómez Dávila:
La más execrable tiranía es la que alegue principios que respetamos.
La traducción omite lo que más importa en un texto: que no es lo que dice su autor, sino lo que dice su idioma.
Escribir sería fácil si la misma frase no pareciera alternativamente, según el día y la hora, mediocre y excelente.
Cuando el individuo encaja en estadísticas ya no sirve para novelas.
El culto de la humanidad se festeja con sacrificios humanos.
El cemento social es el incienso recíproco.
El sexo no resuelve ni los problemas sexuales.
Quien tenga curiosidad de medir su estupidez, que cuente el número de cosas que le parecen obvias.
Las ideas tiranizan al que tiene pocas.
La imaginación es el único lugar en el mundo donde se puede habitar.
Increíble que los honores enorgullezcan a quienes saben con quiénes los comparten.
El órgano del placer es la inteligencia.

En resumen, dejó armado don Nicolás un desfile de verdades que golpean militarmente una tras otra, pero donde el único riesgo que se corre ante tropa tan aguerrida no es otro que el de salir más vivo, en lugar de muerto, asustado o sometido por la milicia, como sería lo canónico.

Traigo a continuación a otro maestro del género, el poeta y aforista polaco Estanislao Lec, con una vida de leyenda, judío, de familia aristocrática, socialista revolucionario en su juventud y represaliado por el gobierno de la época, lo que le llevo a huir a Rumanía durante un año. Partidario por motivos ideológicos de la ocupación soviética de Polonia en 1940, fue capturado y condenado a muerte por los nazis, escapó al fusilamiento cuando, obligado a cavar su propia tumba, mató con la pala a su vigilante, logrando huir a continuación, se unió a los partisanos donde se comportó de manera heroica y alcanzó el grado de comandante, ya en el Ejército Popular polaco. Colaboró después con el establishment pro-soviético de su país como diplomático, pero renegó del estalinismo siendo represaliado otra vez, escapó a Israel, no soportó la vida allí y a los dos años regresó a Polonia, donde fue –cómo no– represaliado de nuevo, prohibiéndosele publicar, lo cual, naturalmente, siguió haciendo bajo cuerda y a todo ritmo hasta obtener el reconocimiento popular a su obra y, a partir de 1960, también el placet del establishment y premios y recompensas estatales mientras se acrecentaba su fama. Fallecido en 1966, antes de la apertura de los países del este de Europa, fue enterrado, finalmente, con honores de estado, símbolo, imagino, de la capacidad de los políticos para otear los raros vientos favorables y seguramente del suspiro de alivio de todos aquellos que jamás pudieron hacerle callar.

Fue inquebrantable en su cruzada a favor de la inteligencia y crucificó con sus epigramas, literalmente, a tres generaciones enteras de políticos de su país para lograr descansar finalmente como el patriota y el hombre insobornable que fue durante toda su existencia. Y todas las verdades como puños que nos dejó escritas no cabe duda de que las sudó con su sangre y la de su pueblo y que no fueron para nada el resultado de un simpático y descansado juego de salón.

Resumir con algún criterio el número de sus aforismos, más de tres mil, es tarea imposible, por lo cual lo dejaré al azar de una lectura rápida. Puede el lector encontrar muchos de ellos en Internet. Mi edición resumida de sus Pensamientos despeinados, completamente desencuadernada por el uso y el abuso, sufrió la perdida del primer cuadernillo de la obra durante una mudanza y por lo tanto sólo puedo reseñar que se trata de una edición de Editorial Península del año 1997.

La irreflexión mata. A los otros.
Exigid un resguardo cada vez que hagáis una reverencia.
En el cuello de la jirafa la pulga empieza a creer en la inmortalidad.
Cuando no sopla el viento, incluso la veleta de la iglesia muestra carácter.
En su modestia se consideraba un polígrafo, pero era un delator.
Con una hilera de ceros es fácil hacer una cadena.
El hombre. Persona non grata.
A veces los laureles echan raíces en la cabeza.
Donde todos cantan a coro, la letra no importa.
De la experiencia de un tirador: es más difícil acertar a los grandes que a los pequeños.
Quien está libre de culpa ¿tiene el derecho moral a participar en el botín?
Llevaba una vida variopinta. Era el que cambiaba las banderas.
Los sueños dependen de la posición del que duerme.
Tened cuidado, no solo un error de imprenta puede transformar racionalismo en nacionalismo.

Y para cerrar con Lec, este portento: Cuanto más bajo caes, menos te duele.

Me atreveré, finalmente, y ya que el día va de gustos, a incluir algunos míos:

No por mucho madrugar llegas tarde más temprano.
Principios. Por sus finales los conoceréis.
Hablar por hablar, que no es otra cosa que balbucear al cuadrado.
A los manzanos viejos lo que más nos gusta es la manzanilla.
Las cuatro fuerzas físicas fundamentales son: la banca.
La división de tareas consiste –por lo general– en que se nos multiplican.
A los amantes lo que se les jura es amor externo.
Agujas del reloj. Las llaman así porque se te clavan.
Ya no se ve necesario cortar cabezas, ha bastado con vaciarlas.
Crisis. Automóviles con cuatro patas.
No hay bandera tan pequeña que no permita amortajar sin apreturas a toda una multitud.
Vacunas. La triple lírica, contra la poesía, la narrativa y la dramaturgia.
Un aforismo no es más que la parte educadamente comunicable de aquello que más duele.
Un viejo es un niño extenuado por la experiencia.

Sin embargo, conviene en estas lides no olvidar la admonición sabia de otro de los grandes cultivadores del género, Rafael Sánchez Ferlosio, quien seguramente con el brazo ya agotado de soltar vergajazos al viento, se permitió incluso este ex abrupto contra sí mismo, aunque no solo, en su obra La hija de la guerra y la madre de la patria. Ed. Destino, Barcelona, 2002:

(Ojo conmigo) Desconfíen siempre de un autor de pecios. Aun sin quererlo, le es fácil estafar, porque los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la “profundidad”, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras de charol. Lo “profundo” lo inventa la necesidad de refugiarse en algo indiscutible, y nada hay tan indiscutible como el dicho enigmático, que se autoexime de dar razón de sí. La indiscutibilidad es como un carisma que sacraliza la palabra, canjeando por la magia de la literalidad toda posible capacidad significante...

Y desde luego se podrá estar de acuerdo con el autor sobre la sacralización de la indiscutibilidad, pero solo según y cómo lo indiquen las circunstancias de lo leído. Difícil veo aplicarle este criterio a los enunciados concretos de Montaigne, de Cervantes o de Lec citados arriba, exentos, a mi entender, de toda sospecha al respecto, y no digamos ya de enigma, así como a tantos otros, restallantes y luminosos, del Propio Sánchez Ferlosio. Y tal vez no venga su reflexión más que a un concienzudo desear poner las manos por delante, asustado el autor, como a veces ocurre, precisamente por el aspecto más característico del hallazgo feliz, del ¡eureka!, que asienta en todo aforismo, los propios y los ajenos, y que es precisamente su indicada luminosidad y clarividencia. Porque precisamente aquel que se asusta de la grandeza, y más aun si es de la propia, como bien merecidamente podría ser su caso, esté dejando traslucir la existencia todavía dentro de sí mismo de una muy necesaria sanità di corpo, a contraponer precisamente a la de otros autores, nunca pocos, que incluso desde alturas considerables, dejan entrever, sin embargo, cierta altanería, necedad o insuficiencia moral, la insufrible presencia de lo huero y la autocomplacencia. Sólo quizás el querer escapar a ello, o a su simple sospecha, le llevaran no a poder, sino a necesitar escribir esas líneas.

Para terminar, un reproche contra esta no-ciencia: de las conclusiones del pensamiento científico se extraen conocimiento real y potencialidades de futuro, del aforismo, nada medible realmente de una manera efectiva, sustancial o incluso económica, ni nada operativo o capaz de modificar la realidad, aunque sí otro bien intangible que los humanos buscamos con mucho denuedo, para encontrarlo con frecuencia donde menos la esperamos. Y nos es otro que el placer, que nos aguarda tantas veces agazapado entre las líneas de un texto.

Porque siempre se podrá privar al sometido, al esclavo, al despojado y al injustamente tratado de la satisfacción de sus necesidades más elementales, la libertad, el alimento, sus derechos, el conocimiento... todas ellas fuentes de placeres, pero nunca de su inteligencia y de su palabra y aunque solo haya de ser de la íntima, la no expresada, pero que anida en su corazón y en su mente y que constituye en última instancia y más que ninguna otra característica el propio ser humano, como tampoco se podrá evitar su estremecimiento ante el olor y la visión de las primeras gotas de agua sobre el terreno reseco o su reacción ante el rayo tibio de sol que despunta sobre el patio encharcado de la cárcel. Y tampoco, y aún menos, del placer último de pensar la verdad de las cosas de manera irreductible y certera. Y esta verdad, muchas veces, se expresará en aforismos, que es el precio, muy bajo, que no tienen más remedio que pagar el poder, la estulticia, la injusticia y la rapacidad por maltratar a sus anchas a seres dotados de inteligencia, sensibilidad y razón, y no a máquinas.

Conclusión, tal vez poética:

La cabellera del pensamiento íntimo y poderoso tiene maneras de nube. Y es visible exteriormente, porque baila en los ojos de aquellos afortunados que la poseen.

Y sí, por supuesto, a esta sí se le puede aplicar la consideración de las palabras de charol, porque casi nada ni nadie, y si no por una vía, por otra, pueden escapar a las tenazas de don Rafael. Pero eso... ya será otro cuento.

1 comentario:

  1. Gracias por este de Dávila: "La traducción omite lo que más importa en un texto: que no es lo que dice su autor, sino lo que dice su idioma." ¡Impresionante! O bueno, me ha impresionado, y mucho, a mí, en tanto que pone en palabras -exactísimas- una especie de melodía inconcreta que vagaba por mi cerebro vestida con harapos o medio desnuda. Y me consta, sin embargo, -¿contra parte de lo que quieres tú para los aforismos, su comprensibilidad, su universalidad, su atemporalidad?-, que muchos, o algunos, no estarían de acuerdo con lo que dice el colombiano, a pesar del viejo 'traductor, traidor', que es lo mismo y no, Dávila es más riguroso al diagnosticar la enfermedad. Tampoco lo considero esencial, sin embargo, el caso es que alumbre a los más, o en el peor de los casos, a los que algo reflexionan. Y admito que este otro, de Lec, "Cuanto más bajo caes, menos te duele" es un prodigio, en efecto. De los tuyos, hace una vida que vengo comprobando que "No por mucho madrugar llegas tarde más temprano." Grazie sempre, maestro.

    ResponderEliminar