domingo, 22 de febrero de 2009

Nuevas variaciones sobre un tema anterior (y posterior). El antifaz hace la fuerza.

Nuevas variaciones sobre un tema anterior (y posterior). El antifaz hace la fuerza.

Nota técnica. Las palabras han de manejarse con sumo cuidado, a veces se corre el riesgo de significar con ellas y pueden albergar tensiones muy peligrosas en su interior. Por favor, absténgase de su manipulación el personal no autorizado ni especializado. No serviceable parts inside, como prudentemente se avisa en la tapa de la fuente de alimentación de cualquier ingenio electrónico al uso.

Es curioso, se puede decir nada sin parar de hablar, sin que nadie lo recrimine y en la más absoluta impunidad. A casi nadie le molestan el chamullar y la farfolla incesantes. Debe de ser cosa de los diferentes grosores de la piel de los tímpanos de cada cual, se me ocurre.

Empresas de siempre exitosas. Fabricantes de cadáveres.

Al igual que en Rusia, país más afín al nuestro de lo que la distancia geográfica pareciera indicar, también tenemos nuestros buenos coroneles y tenientes coroneles de la KAJABÉ, muchos de ellos ascendidos igualmente a empleos más conspicuos en virtud de sus especiales méritos. Y todos tranquilos y en posición de firmes. ¡Ar!

Perro no come perro, afirman, pero lo que si está claro es que se espían gustosos, olisqueándose disimulados –babeantes como los de Pavlov, o como pedófilo con baraja de fotos párvulas– los unos a los otros y a través de cuantos ojos de cámara, de buey, de cerradura o de culo se les pongan al alcance. Y todo ello pagando nosotros, ni que decir tiene, sus mejores piensos estructurados de alto rendimiento, ¡para auténticos campeones! Ah, y el collar desparasitador, el chip, las bolsitas de plástico, la preceptiva escobilla, la goma maciza a imitación de hueso y delicadamente aromatizada a las finas mierdas, y la pelotita, olvidaba.
¡Busca Ranko, busca!, como bien recuerdo todavía al malo del cuento, azuzando a su fiera rabiosa y babeante para que persiguiera al héroe, en un Tintín de los de mi infancia. Si bien, ahora que lo pienso, Ranko no era un perro sino un gorila seguramente, pero lo cierto es que gorila también me viene bien al hilo, o incluso más y mejor, que es término éste de ancho y bien extendido campo semántico hoy en día, y además ya no es cosa en absoluto de ponerme a reescribir la nota, que definitivamente se queda así como está, ea.

Variaciones sobre el tema anterior. Nunca sabrá uno y menos ahora que habrá una comisión de investigación, si fue el caco Bonifacio el que hizo un cursillo del INEM para poder aspirar al empleo de Anacleto agente secreto, o si fue éste último quien, sin duda guiado por su larga experencia, decidió que seguramente medraría mejor en el desempeño del citado puesto de caco, con lujoso despacho profesional en las afamadas instalaciones autonómicas del 13 de la Rúe del Percebe, previo cursillo asimismo y gracias al muy mejorado y seguro acceso, sólo para determinados funcionarios de confianza, a los bienes ajenos.

Es tal la situación que los que antes robábamos tranquilamente carteras andamos ahora a rebañar monederos y además jugándonos literalmente la vida, y gracias.

Estaba sentado en la parada del autobús y hacía un día de viento inusual. El vendaval movía las ramas de una arboleda situada detrás de la marquesina y sus sombras sobre la calzada en lugar de casi quietas, como de costumbre, formaban un entramado en movimiento, un gris oscuro casi negro sobre el gris más claro del asfalto. Desde el asiento gélido me entretuve en seguir el balanceo pronunciado de las sombras a izquierda y a derecha. Entonces, casualmente, fijé la vista más lejos y así la ondulación, entrevista apenas desde el rabillo del ojo, parecía poner en movimiento el suelo con un leve arriba y abajo que le quitaba su firmeza inquebrantable y lo convertía en un material elástico e inusitado. Llegó el autobús pero lo dejé pasar y mantuve fija mi vista en la lejanía. El suelo entonces pasó a ser como el mar, el mar en Madrid, un mar pequeño, domesticado y quedo que apenas se levantaba y bajaba suave al compás de las ramas que iban y venían. Pasé un tiempo así, poseído por la visión que aprendí a recrear a mi antojo mientras el viento persisitiera. Finalmente amainó y entonces entendí de inmediato que durante algunos cortos minutos había sido feliz.

En mi comunidad, como se dice ahora, los días que nieva, las autoridades mandan sacar a la calle unas máquinas que les dicen blancanieves, que extienden con escrupulosa diligencia los efectos de las nevadas de tres centímetros haciéndolas parecer de medio metro o más, paralizando con ello con eficacia asombrosa la vida ciudadana y convirtiendo estas infrecuentes jornadas en días inhábiles a todos los efectos, excepto el de liarse entusiasmadas a gélidos bolazos (con aguzado pedrusco envuelto dentro) las autoridades de toda laya entre sí, dando así encomiable ejemplo de diversión a los niños, que al punto les imitan, molando mazo todo ello, como aquilatarían al punto el lexicógrafo de guardia o el académico de número y de turno.

Hace por lo menos cuatro o cinco meses que que he dejado de oír un mantra que llegó a ser incluso más omnipresente que aquel escalofriante aaaaaaaarrrrrrggggghhhhhhhhhhh, ¡Macarena!, de inolvidable memoria, y sonaba más o menos así el desaparecido soniquete en cuestión (transcribo directamente del inglés de la reina, disculpen): ¡Dereguiuleishion, pliis, ui niid mach moor, mach moor dereguiuleishion, dereguiuleishion, pliis, y así una vez y otra. Y lo dicho, he dejado por completo de oírlo. Será cosa de las modas, porque la moda è mobile qual piuma al vento, me figuro.

Los ciudadanos-rinoceronte, con su piel o mejor corteza impenetrables, sus ásperas pezuñas, sus aguzados cuernos, y sus recios modales, no vayan a creerse Ustedes que se forman espontáneamente así como así, que se necesitan muchos, pero muchos, delitos de omisión de paternal sopapo a tiempo, y mucha santa y bendita tolerancia con lo intolerable y una vez y otra vez y otra más, y muchísima televisión, tanta o el doble más que de aula, para así permitirles formarse cabalmente y con la constancia adecuada, madre ella del progreso y del crecimiento intelectual, y para bien de todos, a lo que se oye.

Y a mayor abundamiento, quizás sería hora de recuperar algo de la acrisolada devoción a Nuestra Señora del Buen Par de Azotes a Tiempo, y desde ya, por ejemplo, y al hilo de que Don Jordi García Candau ha proclamado esta tarde, 17 de enero de 2009, y sin empacho alguno que, en lo tocante a televisión, en tiempos de Franco ésta daba menos asco. Y no es hombre éste sospechoso de aquiescencia con el Ancien régime, ni mucho menos, y además, y esto sí que es atroz en verdad de asimilar, tiene toda la razón, razón por la cual lo remarco y enmarco agradecido y aunque sólo fuera porque anoche, día 16, vi cosas en televisión sobre el crimen de la asesinada Marta del Castillo en Sevilla, cosas que después de todo lo dicho y escrito sobre lo que en su día hiciera Nieves Herrero en Alcasser, pensaba sinceramente que serían imposibles de volverse a ver, y esto sin querer menoscabar en absoluto los méritos de Doña Ana Rosa, a la que ya consideraba personalmente y sin ningún género de dudas capaz de retransmitir, en nombre del público interés, una lapidación o una amputación en directo sin que se le corriera ni una sola gota de ese maquillaje necesario para el buen fin de su alto desempeño profesional, o para la mejor estética de la portada de su muy digna revista. Sin embargo y con todo y ello, no creía yo que se pudiera llegar a ver lo visto la otra noche, como tampoco debía de creerlo Don Jordi, y de ahí su recia queja, que suscribo. Y sí, efectivamente, me equivocaba yo y nos equivocábamos bastantes, lo que nos pasa por palomas, o por palomos bobos, más seguramente. Triste de mi, tristes de nosotros, tristes de Ustedes.

No hay fuerza más efectiva que la de la falta de argumentos, bastando en estos casos un cabezazo a tiempo para zanjar una disputa ideológica, y verán cómo de inmediato les sigue una legión de convencidos en la cual se podrá ir a pescar a manos llenas, y a la mayor comodidad, flor de lugartenientes que ayudarán a mejor extender la buena nueva.

Jueces, que a la que te das la vuelta se ponen a fallar como posesos. ¡A fallar, a fallar, que el mundo se va acabar!, se les oye entonar contentos, mientras suena, implacable, el himno corporativo.

La oposición, gente ésta con pulgares oponibles en los pies, como su nombre indica, y como se le escucha argumentar de entrada a cualquier gobierno democráticamente constituído que se precie.

Burócratas que piensan a lo grande, a las orejas las llaman pabellones auriculares, a las narices fosas nasales, a los ojos cuencas orbitales, a sí mismos personas humanas, y que cuando rezan postrados en hinojos impetran: –y las redundancias e hipérboles nuestras de cada día, dánoslas hoy, perdón, sírvase ponerlas hoy a nuestra entera y completa disposición, gracia que sin duda esperamos obtener de V.I., a tantos, de tantos de tantos..., amén.–

Mejoras. Cuando un buen día inopinado y cualquiera concluya la crisis, acabaremos todos recolocados satisfactoriamente como desechos.

Y a la que meten la pata algo más de lo normal aducen el güisqui como razonada causa, pues la ebriedad es conducta socialmente bien tolerada, y le echan la culpa a los así llamados “chivas” expiatorios, que es cosa que cualquiera comprende, y así logran que se les devuelva de inmediato del transitorio estado de indiciados o de definitivamente culpables a su normal estado de buena gente, de esa que sólo mata moscas cuando bebe, y eso ni siquiera en todas las ocasiones, como habrá además de reconocérseles, porque seguro que así lo solicitan, e incluso por vía judicial.

Habría que ir compilando el libro rojo de los libros blancos, que si hubiera que juzgarlos por el éxito de sus recomendaciones, hermoso tomo en negro de lo que se hizo humo habría de salir el mamotreto. Y lástima por tanto arbolillo sacrificado en altares de santos con tan poca sustancia.

Reconozco que Berlusconi me saca de mis casillas mucho más allá de lo que se puede explicar escribiendo y sin dar furibundos cabezazos, y que si estuviera en mi mano, caso de verlo en el estado de despojo de lo que fuera la desdichada Eluana, no lo desenchufaba ni si me lo pidiera el Papa de Roma, mira tú que maldad ésta, no sea que le quedara aún la mínima posibilidad de albergar algún átomo de conciencia al grandísimo hipócrita y le ahorrara así el sufrimiento, aunque sólo fuera ello hipotético y por si acaso; y caso de haberlo y de que se ocupara de estos asuntos, que Dios me perdone, pues ese es su trabajo, como muy atinadamente nos dejara apuntado don Cristiano Juan Enrique Heine, y ya que me vino al hilo la frase.

Contra lo que se tiende a creer la barbarie también saber apelar a sutilezas y se camufla como camaleón perfecto bien debajo de la sudadera de Aída, la estremecedora; bien en el fru-fru preconstitucional y prevaricador de escarpines, encajes y bisbiseos de sacristía; bien en ese chamullar ramplón, chusco, chungo, chulesco y deslavazado de Pepiño Blanco, trufado de descalificaciones manidas de patio escolar y con una altura intelectual y verbal insuficientes para superar el antiguo examen de ingreso de lo que antaño fuera el quinto curso de primaria; bien en esa limusina inverosímil por post y pluscuamobamesca, o en ese gallego patético de escuchar para un gallego, o en esas sillas de a tres mil euros el culo desde las que se dirige el señor Touriño a sus desdichados súbditos; bien bajo el corbatón verde y los aires de pijo de libro de ese Gran Chambelán y Consejero Áulico que es José Güemes I el Privatizador, así como en las medias estampadas de su superior inmediato, la Excelentísima Señora Marquesa de Yo Salí Zumbando de Bombay, a la sazón Presidenta del Consejo de Administración de mi Comunidad de Espías; y tal barbarie se camufla, cómo no también, entre tales y con tales espías o mejor fisgones de dormitorio, figón y pandereta, o en aquel besamanos untuoso y espeluznante de un juez de los jueces de todos a un obispo de los obispos de algunos; en las cacerías a la berlanguesca de aquellos a quienes se supone que se eligió y nombró para que entre otras cosas no acudieran jamás a ninguna de ellas; en los decires de esa ministra que se expresa con la propiedad, la sutileza y la riqueza de matices de un carretero próximo al coma por anís; y se oculta aún todavía más suave y eficazmente en esas remuneraciones que insultan a los cielos de los consejos de administración de la banca, lugar éste último de todas las cosas y término final de los caudales y faldriqueras de todos nosotros, es decir, de nuestras almas inmortales mismas, terminando por cubrir toda esta barbarie como mala hierba imposible de arrancar, hasta el último grano de tierra de este reino infausto; siendo además todas ellas ferocidades que no precisan de lanzas, sogas, teas o trabucos para arrancarnos a las gentes el aire de la garganta, el alimento de la boca y la paciencia del corazón, pero que siguen siendo igualmente sin razón y sin término, y tan brutales y sin piedad para las gentes como solían.
La barbarie no es pues otra cosa que toda esta ignorancia, injusticia, rapacidad e incompetencia culpables, y sumadas todas ellas en comandataria y plenaria junta, ah, y sin echar en olvido el necesario capítulo de su cuidadoso fomento, de lo que se ocupan los planes escolares con esa indigna farfolla oficialesca capaz de llamar profesionales curriculares a los titulares de oficios sagrados hasta hace bien poco, y desde antaño reputados, respetados y nombrados con las más bellas y rotundas y significativas palabras del castellano: profesor y maestro; barbarie ésta obra sin dudarlo de bestias impunes y cerriles como caballerías, capaces asimismo de rebautizar como unidad didáctica a la lección, evaluación formativa a los meros exámenes, actividad de enseñanza al ejercicio simple, polivalencia curricular a que el sabedor de una ciencia explique otra que desconozca porque así se lo manden y punto, y tantas y tantas otras salvajadas dignas de caníbales sin temor de Dios y que serían para ahogarse el pecho en risas si no fuera por el rubor y el desconsuelo que nos vencen a las gentes bien nacidas que vemos tales y tan innobles sortilegios, que lo que de verdad me entran son ganas de agarrar de nuevo el rocín y la adarga y andar a estampar la lanza contra el costillar de esos fieros gigantes que sin duda tú también estarás viendo ahora mismo allá al fondo, riéndose de nosotros como hienas del África, demás que todo esto vengo a temerme que haya de ser obra una vez más de ese envidioso y malnacido Frestón que tanto mal nos ha deseado siempre, Sancho.

Pensaba uno, por razones de carácter cuasi ontológico, que quien no las entienda o no es hierba del lugar o como si no lo fuera, que un ministro autoproclamado socialista no podía en este país irse impunemente de cacería por esas fincas y cotos, bien por el morro o bien pagando de su bolsillo, de invitado o de anfitrión, plenamente avisado o por descuido mire Usted que bien tonto, o tal vez incluso por un cierto punto mínimo de inoportunidad, como ha acabado por admitir el prócer; y ello por causa de esos implacables códigos no escritos que son los más eficaces de todos y que cualquier discapacitado intelectual entiende sin que se los expliquen y siempre y cuando haya pacido por estos pagos algunas lustros. Así pues como el mejor gag de la película Airbag es de todos ellos el más inverosímil por ontológicamente inimaginable de entre los ciento y originales que atesora el filmo, consistiendo la tal gracia en la existencia de ese lendakari inconcebiblemente negro al que la sublime Sardá acude respetuosa a besar la mano, así un ministro de Justicia socialista y en España y hoy, ya atravesado y bien atravesado el franquismo con todo su necesario atravesar y sus pantanos incluso, pasado dicho franquismo por corrosivo, gozoso y destructivo baño de berlanganato de azconasa al 90%, y pasado además todo el pueblo español por taquilla para ver al marqués de Leguineche y a su hijo y a su nuera y a su puta madre de todos ellos, la muy digna señora marquesa, –a sus pies Señora–, así como al inconmensurable Sazatornil y demás compañía milagrosa, así pues, no puede ontológicamente ocurrir aquí que el señor ministro de Justicia, no ya el de la vivienda u otros de departamentos tan imaginarios como puedan serlo la igualdad o la investigación, ministro autoproclamado socialista, insisto, y después de lo visto y llovido y soportado y padecido, además, se deje arrastrar por la manga del impecable y preceptivo loden no por jabalí malherido y ferocísimo, ni por cuerna cachicuerna de majestuoso astado de piel sedosa y ojos tristes, sino por el corderillo más tonto de los que adornan esos pastos de cartuchera, secretario y “¿Qué hay de lo mío, ministro?”, donde retozan un fin de semana sí y otro asimismo las gentes de su misma calaña, cuerda, laya y condición; corderillo éste en fin que le ha propinado al prócer tan tremendísimo revolcón que así que pasen tres meses y se vayan olvidando un punto el ruido, el antinflamatorio y el escozor, de pronto irán y le costarán el puesto al chuleta éste sin causa y señoritingo del decir trastabillante, y aquí una vez más no habrá pasado nada, siguiendo todo tan chipendi lerendi como solía, Excelencias.

Todo lo cual no empece, dicho sea de paso, a que me gustaría que me explicaran en cuál texto sacro y refrendado por millones de cruces y firmas se fundamenta esa majadería de que un Señor Ministro no pueda departir con un Señor Juez sobre asuntos que atañen al oficio de ambos, como bien pudiera ser la persecución, sin duda buena, recomendable, necesaria y también de oficio, de una recua de chorizos entregados al estupro de los caudales públicos, por ejemplo, y qué les impediría hacerlo igualmente por teléfono, por recado de ujier, por emilio, al pie de una barra americana, en su casa de ellos o en el parque de atracciones con las nueras y los nietos, y pudiendo además hablar de lo dicho, de la caída de los valores morales, de la motorización de un 4x4, de la sugestiva y placentera agonía de los cérvidos si tal les pluguiere, o de Fichte, de Samuel Eto’o, o de la imparable subida del precio del jabugo.

No educa el leer a secas y sin importar qué cosa, y me viene esto a cuento de un interesante artículo publicado hoy en el diario el País, edición Madrid, del lunes 16 de Febrero de 2009, sobre la biblioteca de Adolfo Hitler, su no despeciable volumen, 16.000 títulos, y con cuáles de ellos se deleitaba más el Führer y qué anotaciones aportó en sus márgenes para la historia universal de la infamia. Resumiendo, parece ser que sus lecturas eran más bien lo que me gusta definir como lecturas-basura: magia, tarotes y asimilados, supersticiones, digest indigeribles, psicologismos, filosofía barata... en fin, nada que desentonara lo más mínimo en cualquier mala biblioteca actual de cualquier casa que se respete. Así que abandonaba yo el artículo con la reflexión que encabeza estas líneas y vine entonces a acordarme del Señor de la Torre de Juan Abad, con menos de trescientos títulos en su biblioteca, al parecer, pero ya entonces dueño eterno de la más poderosa armada de las letras que surcara nunca el anchuroso Mar de los Alfabetos. Con pocos, pero doctos libros juntos, como nos dejara definitivamente anotado al margen..., y sí, esto sí que constituyó de verdad un legado y no otros, pensaba yo según marchaba de nuevo de mi corazón a mis asuntos, Don Francisco, Don Miguel, don Blas, ángeles ustedes todos fieramente humanos, sí, en lugar de tan fieramente asesinos.

Revolución. En los tiempos antiguos, cuando se terciaba el asunto de acabar por tener que echarse a la calle en justa y santa algarada y revolución, el personal acudía con lo que tenía más a mano en casa y a los tales efectos: hoces, guadañas, horcas, lanzas, picos, palas, palos, fierros, palancas, garrotes, cuchillos, facas, cuerdas... Hoy en día cuando nos toque, lo que no tardará ya demasiado en andarle al caer, tengo yo para mí, saldremos con lo puesto, los móviles, el portátil y a intentar cortar cuellos con el canto del bonobús, y claro, a todos esos señores Ingenieros Superiores en Represión de Movimientos de Masas (y a sus subordinados en la tarea, oficiales, auxiliares, alféreces, sargentos y tropa), antiguamente también conocidos como fuerzas de seguridad del estado, o más coloquialmente, mozos de estaca, a todos ellos y a quienes les mandan más todavía, les entrará una risa que no les cuento, que no sé yo incluso si podrán o no reponerse de ella, cuando tengan que empezar a matarnos a cientos, como es canónico, y lo que sea tal vez y al cabo, lo que nos salve a algunos, esa risa que les damos y les daremos.

¿Profesión? Negadores (o negacionistas) de la mayor.

La camarera a unos clientes de confianza (yo soy uno de ellos, pero ya no recuerdo de que versaba la conversación, aunque de nombres, me temo) –Pues mi hijo les ha puesto a mis nietas Adai y Airán– ¿Y eso que nombres son?–, pregunta otra comensal. –Pues son nombres canarios, hija, según dice mi nuera, y como ella es de por allí y es la que manda en casa, pues eso que les han puesto a las criaturas, que mi hijo es que es un calzonazos el pobre... ay madre mía–. –¿Y a tí que te parece?–, le pregunta otra clienta. –Pues a mí me parece una gilipollez, la verdad, que tiene una que andar todo el día dando explicaciones, y además la mayor que ya tiene casi siete años ha empezado a decir que ella se llama María y si la llamas Adai no te contesta, que contenta tiene a la madre...–. ¿Bueno, y la tuya qué dice, a todo esto?–, repregunta la primera clienta. –Uy, mi madre..., dice la pobre que ya no tiene edad para cosas raras, ni los nombres de las criaturas se ha querido aprender, dice que no comprende esos nombres, a la madre de las niñas no quiere ni verla y de su nieto dice que es un maricón, así como lo oís. Ya ves tú las desdichas que pueden traer las cosas tontas y hechas sin pensar, ya ves tú...– y se volvió para la barra sacudiendo tristemente y con un asco y un agotamiento infinitos el trapo de recoger las migas de las mesas, la buena de la Pepi.

Cambiarle el nombre a las cosas porque sí es una forma como otra cualquiera de despreciarlas y de amputarlas de significado, y aún haciéndolo con desconocimiento y sin mala intención, lo torticeramente profundo de sus causas deja ver siempre la patita culpable de la estupidez por debajo.

La verdad, ese asunto estadísticamente tan desdeñable, a Dios gracias.

Parece ser que este año en Madrid nos van a quitar los carnavales sólo en carnavales, como ya se va haciendo costumbre, pues en lo tocante al gobierno de mi comunidad autónoma parece existir partida presupuestaria suficiente para poder seguir con ellos de puertas adentro y en la intimidad durante todo el resto del año, como hasta el momento.

Se empieza por reclamar a troche y moche los derechos ajenos y termina uno por creerse que existen los propios. Qué cosas.

En instituciones penitenciarias, y para la adecuada gestión integral de los desechos que se les vienen encima, y por causa del necesario respeto a las peculiaridades de este nuevo tipo de internos, van a tener que adjudicar una partida extraordinaria de gomina, según me informan, o dicho mejor y de otro modo, por el Patrico hacia Dios.

Definía hoy muy acertadamente don Ramón Alpuente en El País, este 18 de febrero de 2009, la locución “Inventores de eventos” para aplicarla a ciertos Monipodios locales y estatales (y bien interesante resulta por cierto esa afinidad tan cercana entre las palabras “Monipodio” y “Monopolio”, que el lenguaje siempre gustar de hacer prodigios y birlibirloques por su propia cuenta), y este escribano quedó momentáneamente pensativo con el titular, y como palabrista que me precio de ser me escribí para mis adentros: eventores podríamos decir, y me pareció no del todo despreciable el neologismo, pues aún resultando el palabro de aspecto más romano que los Gracos, lo cierto es que suena también a perfecto y normalizado anglicismo, lo que aún lo adorna y perfuma mejor para así llenar de contento a más de dos y a más de cuatro merluzos, de los que tanto gustan de ellos. Así que si algún chorizo de esos que se dedican a la rama del negocio del eventar quiere apropiárselo, adelante. Por apropiarse que no quede.

Meritocracia.
Relación de grados de la escala civil de cleptócratas, por categorías.

Clase de tropa y subalternos:
“Desgraciao” simple
Lamemanteles
Pelota de tres al cuarto
Tío asqueroso
Mal bicho
Fisgón a sueldo
Mentiroso por cuenta ajena
Chivato
Chivato Primera

Oficiales:
Submangante de Complemento
Alférez de Chorizo
Cerdo con Chorreras
Cabronazo Mayor

Oficiales superiores:
Testaferro de corbeta
Ladrón de fragata
Prevaricador de navío

Oficiales generales y generalísimos:
No sé de qué me hablan, de Ayuntamiento
Y a mí que me cuentan, de Partido
No sabe usted con quién está hablando, de Autonomía y aforado, con distintivo blanco
Sí hombre, a usted se lo voy a decir, de Estado, aforado, con distintivo rojo y Laureada de San Trepando.

Todos ellos y respectivamente, desde oficiales inclusive, titulares de sus despachos, con sus sueldos, más las correspondientes minutas, gajes, regalías y complementos por antigüedad, destino, peligrosidad y desplazamientos.