viernes, 20 de diciembre de 2013

Carta abierta: instrucciones para abortar un ministro


Recupero hoy un texto anterior.

Porque no había día mejor o, mucho más exactamente dicho, peor, para ello.

El día en el que el estado laico y aconfesional, según reza en su frontispicio, firma un nuevo Concordato, de facto, con la iglesia católica y con los auto proclamados propietarios y administradores, también de facto, del sexo femenino, pues no otro nombre ni pretensión cabe podérseles atribuir.

Visiten nuestro nuevo siglo XIX, podría ser el subtítulo de la ominosa producción que no, no es una comedia, por desgracia, pero como sí parece por lo inverosímil. Siéntanse como en la vida real de entonces, podría seguir el reclamo o, por mantenernos dentro de su mismo espíritu de modernización y progreso, como en un experimento de realidad aumentada.

Carta abierta, pues, a mis compañeras de especie, de uno que discrepa de las pretensiones de sus, hoy de nuevo, amos legales, dueños y propietarios de los frutos de su vientre, Jesús.


Muy señora y muy apreciada amiga mía:

hoy tiene usted un importante trabajo por hacer, por su propio bien.

Tome usted dos agujas de punto o de ganchillo, una aspiradora de pilas e introduzca todo ello en su bolso.



Diríjase al alma mater del futuro ministro, el ministerio.

Póngase ante sus puertas. Ábralas con decisión y de par en par, son flexibles.

Entre sin miedo. El vestíbulo es cálido, oscuro y húmedo, bastante alargado.

Verá al punto dos escaleras vagamente helicoidales, a izquierda y a derecha. Tome la de la derecha. Es estrecha, larga, sinuosa y empinada.

Terminará frente a una salita de formas vagamente esferoidales, lo que podrá comprobar por la forma exterior de la pared. Fuerce la cerradura de su puerta con una de sus agujas de punto. Son estas un instrumento multiuso. Y como las hoces y las guadañas de nuestro tatarabuelos también pueden servir para el menester de ejercer el libro albedrío, venido el caso de verse obligadas a ello. Déjela allí atravesada.

Pase adentro. Verá una habitación pequeña, silenciosa, caliente y confortable. En su centro observará un sillón gestatorio.

El ministro en incubación es un pequeño esferoide rojizo y de aspecto trivial. Lo encontrará adherido con gran firmeza al terciopelo del asiento. Esta es una característica invariable de su especie.

Tome la segunda aguja de punto y pinche la forma. Verá como salen de ella decrétulos, ordénulas y mandátulos aún a medio preformar. Aguante el asco por la vista de estos monstruos y aberraciones, a los que ya Goya llamara sueños de la razón, abominables incluso antes de habitar cualquier futuro caletre. Venza su repugnancia y píselos con energía.

Y tampoco titubee, no se agobie, en esta fase el zigoto o ya feto del futuro propietario de sus ovarios de usted no tiene todavía uso de sinrazón, no ha aprendido a concatenar desordenamente, a concluir de antecedentes que no se siguen, a mezclar churras con merinas, a besar, genuflexo, anillos episcopales, a mandar esbirros a su casa si no pare usted a su mandato, a firmar sanciones y requisitorias y ni siquiera a empezar a jugar con liberticidios, tan propios de la infancia, en particular los de la infancia democrática.

Quítese también de la cabeza esa fábula de que, sin embargo, ya está impregnado del élan vital de la sacra estatalidad. Es propaganda de parte. Y ni siquiera está aforado todavía, el mandocantano.

Saque el aspirador del bolso. Acciónelo y aspire con cuidado hasta dejar impoluto el suave terciopelo del sillón. Guarde de nuevo la aguja y el aspirador. Salga de la habitación. Recupere la segunda aguja de la cerradura. Guárdela igualmente, podría necesitar más veces sus instrumentos.

Cierre la puerta y deshaga el camino andado. Salga a la calle y a las luces de la razón.

Diríjase de seguido a la sede de la firma Constitución, Derechos & Asociados y presente la factura por su trabajo. Si pusieran dificultades para su pago, hágase acompañar de algunos millones de personas. Esto agiliza los trámites de forma invariable.

Cóbrela y no omita ingresar el impuesto que esta devenga en una sucursal cualquiera de la acreditada comercial Del César & Del César. Cuenta con oficinas en todas partes.

De esta manera pagará la tasa para ejercer sus derechos y reclamarlos, este como tantos otros, esos mismos que hoy ha demostrado usted exigir, saber ejercer y conservar.

Disfrute de su recuperada libertad.