domingo, 20 de mayo de 2012

Público y privado (en este orden)

Las bases físicas, y las culturales también, de lo que es una persona se entenderán mucho mejor como públicas que como privadas o privativas de cada cual. Incluso el acto fundamental de la concepción escapa a la individualidad, pues se necesitan dos personas, quienes ya por lo tanto compartirán el futuro bien, pues tal se ha considerado siempre a un hijo, y siendo ambas necesariamente copartícipes de su generación, con esos términos con-partir y co-participar que ya excluyen, por la presencia de esas partículas, la unicidad o la absoluta propiedad de nadie sobre él, y desde su inicio mismo, porque estas reclaman al substantivo ‘común’, y demostrándose así muy bien, y de paso, que el idioma, que ya estaba ahí bastante antes que cualquiera de nosotros, y que hasta donde sé, no ha sido todavía reclamada su privatización por nadie, ya conoce bien largo sobre muchas cosas, y si se me permite la licencia de afirmar que el idioma ‘conoce’.

Desde que nace –y aún antes– el aire que respirará, el alimento que consumirá y el agua que beberá un ser humano los proporciona la naturaleza, no por generosidad, sino porque existe y está ahí, y porque somos entes biológicos imbricados en ella, y naturaleza asimismo. Y es la sociedad humana nuevamente, no el niño, ni sólo sus padres, la que mediante infinidad de maneras y recursos productivos, se los hace llegar, y por bien no solo del niño, sino de la propia sociedad. Y así deberá de seguir haciéndolo hasta su vejez, so pena de no poder llamarse sociedad.

Y el siguiente bien básico que se recibe de ella es el lenguaje, construcción del común donde las haya, y en paralelo a él, y también durante el resto de la existencia, el aprendizaje, entendido en el sentido más amplio imaginable, pues toda la vida lo es, y porque ‘cae’, digamos, sobre las personas, como si de lenguas de fuego pentecostales se tratara.

Se aprende la totalidad lo que se sabe en buena parte porque sí, y en otra haciendo un esfuerzo para conocerlo, pero todo eso que se sabe, es, esencialmente y también, un saber común, un bolo alimenticio rumiado y digerido de forma comunitaria por cada sociedad y cultura y tiempo, y por la suma de todo ello. Una parte ínfima de ese total será lo que se aprenda ‘regladamente y de pago’ –para entendernos– y el resto de lo sabido por cada cual será una mezcla propia residente en cada persona y tomada parte al azar, parte por voluntad, del que sea el total del saber que haya en circulación en un determinado momento.

Cada individualidad sabe unas cosas y desconoce otras, pero las que desconoce, las saben otros, y potencialmente, esos saberes están ahí para tomarlos, en todo o en parte, si así se desea, y los proporciona, porque en ella existen, igualmente la sociedad. Y mucho más vale esto, hoy en día, con los medios maravillosos que proporcionan las nuevas tecnologías, donde no saber siquiera algo y por encima de muchas cosas, incluso de las que no se quiere, se va haciendo cada vez más difícil.

Y de esa parte ínfima que aprende cada cual, otra parte ínfima igualmente será lo que un individuo acierte a crear como saber nuevo –el que lo logre– y que acabará también en el inmenso cesto del saber común, continuando así el proceso de lo que llamamos civilización o cultura y, cómo no, públicas.

La creación de un nuevo saber, aún con la parte que le toque a una individualidad concreta por el hecho de haberlo imaginado el primero y ponerlo en circulación, también es en un gran porcentaje obra del común. Esas frases: ‘la idea estaba allí, flotaba en el ambiente, etc..., tantas veces leídas para hablar del descubrimento de América, del de las ondas radioléctricas y de infinidad de otros conocimientos, reclaman también de forma inevitable a que esa obra que queda singularizada después en los libros de texto en la personalidad de quien la enunció o la realizó en primer lugar, no sea más que una reducción bastante poco realista para explicar con menos esfuerzo y menos páginas los hechos. Y con mucha menos, también, exactitud y verosimilitud.

Y por más que nuestra componente de mono rapaz nos quiera llevar a pensar en términos de derecho de apoderamiento sobre todas las cosas, las reales y las abstractas –que lo hace–, el concepto de propiedad privada no es más que una parte del todo, una formalización más de la cultura y para nada una característica de la naturaleza a la que no haya otro remedio que atenerse, como a la ley de la gravedad. Es una idea operativa, en parte no desdeñable, pero en jerarquía de conocimientos equivaldría mucho más a una táctica que a una estrategia. Sería un hijo de un saber menor.

Por donde se quiera mirar en la obra humana y en el funcionamiento de sus sociedades, lo fundamental es lo común, que es lo que constituye el núcleo básico de lo que da sentido a la idea de humanidad. Y no está, de hecho, lo social reñido con el libre albedrío, aunque respetando cada uno sus ámbitos de competencia, pero este otro concepto es evidentemente secundario, pues vengáme a contar si no el libérrimo rey de la selva, el león, y de poder la bestia formalizar conceptos, si podría hablarme de libertad en esa necesidad acuciante de perseguir una manada de búfalos, o de antílopes, durante dos días o una semana, muerto de esfuerzo y agotamiento, y jugándose una vez y otra la piel, para calmar los rugidos de su hambre y los de su propia manada, que esos sí que son rugidos, y no los de hacer mostración de la real melena, rodeado de los suyos, plácidamente sentado en las fiestas de guardar.

Esa libertad es la de la ley de la selva, la de los animales y la de quienes se reclaman a ellos. Postular racionalmente que lo sensato es que tome cada cual todo lo que pueda, por sus medios, y permitir hacerlo consagrándolo como conducta humana beneficiosa, y añadir que esto regulará automáticamente, como ocurre en los ecosistemas, las relaciones sociales y el bien común, es prácticamente animismo o creer en los reyes magos. Por no llamarlo simple imbecilidad.

Pero a donde quiero llegar es que el capital mismo, ese grial que quieren hacer entender sus titulares como algo por definición no social, sino exclusivamente privado y propio, como proclaman sus legítimos propietarios y como afirman sin duda ser y como de hecho son porque lo sancionan las leyes inspiradas en su mayor medida por ellos mismos, es también, como el lenguaje, como el saber, y como la propiedad intelectual de una obra o un descubrimiento, hijo en mayoritaria parte de un hecho social, de un trabajar y de un pensar colectivo, y no exclusiva y necesariamente hijo del propio capital inicial. Sí es consecuencia de este capital en alguna medida, pero de ninguna manera en su totalidad. Está compuesto en su mayor parte por la vieja plusvalía del trabajo, de la que se apropia quien no lo realiza, y cómo Marx dejó muy bien establecido, y una cosa es que se prefiera ignorar tan palmaria evidencia y no obrar en consecuencia y otra que no sea cierta.

Sin embargo, social y legislativamente no se considera al capital como obra en buena parte del trabajo común, y ahí está el origen de muchos de los males actuales. Y por eso seguimos como hace un siglo y como hace dos, pero aún a peor en lo ideológico, porque de no haber venido la tecnología a paliar parte de estas carencias ideológicas, sin duda estratégicas y de base, el mundo habría colapsado mucho antes de lo que ya está amenazando hacerlo.

Leía ayer, o quizás escuché en la radio, y me resultó algo entre chusco y significativo, sobre cómo algunos jóvenes militantes del movimiento 15-M andan al parecer saqueando las bibliotecas de sus mayores, entre los que sin duda podría contarme, rebuscando textos cubiertos de polvo y arrumbados por el desuso, procedentes de toda aquella oleada de pensamiento marxista o pseudo-marxista y que se fueron acumulando entre los años cincuenta y setenta, cuando las sociedades occidentales no eran todavía este monolito teórico y legislativo, definitivamente escorado a la derecha en el que se han ido convirtiendo y, ni que decir tiene, en buena parte por responsabilidad de nosotros mismos y de los representantes impresentables a los que hemos ido votando con ligereza insensata. Andan ahora los hijos y nietos descubriendo estos mediterráneos y declarando de ellos maravillas, pero lo que parecen haber dejado definitivamente de saber, sin embargo, y si es que alguna vez los supieron, y también por nuestra grandísima culpa, es que la letra con sangre entra y, lo que es peor, que las conquistas sociales con sangre se consiguieron, aunque hoy sin sangre y limpiamente nos las están quitando, pero que a ella habrá que recurrir de nuevo para recuperarlas, desgraciadamente y por nuestra mala cabeza.

Ojalá sean ellos quienes finalmente se cuestionen este modelo de rapacidad insensata, pero bendecida, y empiecen de nuevo a pensar en términos de bien social, como los viejos padres fundadores, desde que alumbrara el siglo de las luces y a lo largo de todo el XIX y buena parte del XX, y se hagan conscientes de que se han perdido en treinta años no sólo parte sustancial de las conquistas de los más de doscientos años anteriores, sino que habrá que volver a la calle, que es donde los derechos se conquistaron, para poder regresar desde ella de nuevo a los despachos, que es donde éstos se sancionaron, pero dónde posteriormente también se ignoraron primero y después se retiraron, y por causa de haber abandonado la sociedad, es decir, nosotros casi todos, precisamente esa calle y ese espacio comunitario, en las losas de su suelo, pero también en el contenido de los cerebros, que son sede y paradigma de lo público y de lo que a todos atañe, por cierto, y por haber abandonado también los intelectuales la principal labor por la cual es legítimo que las sociedades les den de comer, fuera del envenenado óbolo del rico, y que no es más que su labor de denuncia de lo injusto y de lo intolerable y de creación de ideología útil, en el sentido de beneficiosa para los más posibles.

Hay trabajo, ya lo creo, y si quieren pasarse por mi biblioteca y expropiarme el volumen, podrían empezar los muchachotes por el Qué hacer, de un tal Vladimiro Ilich Uliánov Lenin, un autor ruso, literariamente un secundario, según les explicarán sus profesores, y twitearlo, de ciento cuarenta en ciento cuarenta caracteres, y ver qué ocurre y por si saltara el trend topic. Y habría más títulos, de querer seguir con el juego.


.

sábado, 12 de mayo de 2012

Del crecimiento de los elefantes

El lento pero inacabable proceso de la minería masiva de recursos, o de succión ordenada y mecanizada de fondos, entendido en su sentido estricto de ingenio aspirador, y tan característico de la banca, dio comienzo en España aproximadamente a mediados de los años sesenta. Hasta aquel entonces el dinero de la gente de a pie, de la gran mayoría de la población, grande, digo, en un 80%, si no mayor, no ingresaba directamente en el circuito bancario.

El de las empresas y el del comercio de un cierto calado, sí lo hacía en mayor medida, pues ya estaba en parte dentro de él, dado que lo percibían de otras empresas mediante letras de cambio, pagarés o talones, y de allí lo sacaban para efectuar los pagos en dinero físico a asalariados y a clientes de menor entidad. La banca jugaba con este dinero, ajeno al ahorro, y en la medida de lo legal entonces, o de lo posible, y obtenía de él sus correspondientes beneficios. Sin embargo, el estado de necesidad era elevado, los sueldos muy justos y, fuera de los cargos directivos o técnicos de las empresas, de las profesiones liberales, de los cuadros de la administración y del funcionariado de todo tipo, militares, policía, de la medicina, de la enseñanza, etc..., más de la mitad de la población activa cobraba semanalmente sus ingresos en efectivo (y aún había no pocos jornaleros que todavía los cobraban a diario, como el nombre bien indica), y este dinero no regresaba al banco más que a través del entonces mucho más lento comerciar y cobrar de las empresas.

Estos sueldos en efectivo se repartían en los tradicionales sobres que cualquier persona de una cierta edad todavía recordará de su infancia o juventud, y que estaban destinados a vaciarse en su fecha de compromiso atendiendo a las letras, pagos de servicios, electricidad, agua, gas, teléfono, alquileres, calefacción, carbón o hielo también, etc... y colegios, vestuario, alimentación y todo lo imaginable, más el siempre ligero capítulo de extras. Ni que decir tiene que no existían las tarjetas de crédito. Un colosal ejército de cobradores y otro, más pequeño, de pagadores (cada cual percibiendo su modesto sueldo), llevaba y traía este dinero de un lugar a otro.

Por un lado, el sistema permitía un control de gastos muy eficaz, y ajeno a toda rapiña o comisión de servicios, excepto el peligro de los cacos, aunque en su mayoría, entonces, todavía de cuello negro, y que acechaban los colchones, los calcetines y las risibles medidas de seguridad de los domicilios, pero por otro, evidentemente, era una pejiguera. Las empresas de servicios, además, deseaban deshacerse de su legión de cobradores y aspiraban a una mejor mecanización, y fueron imponiendo que los recibos se les pagaran en sus oficinas y seguidamente en el banco, primero en ventanilla y, finalmente, y esta fue la gran revolución, exigiendo a la población la domiciliación en cuenta.

La banca, desconozco si en principio ajena o no al fenómeno, aunque muy poco cuesta suponer que como mínimo connivente, si no instigadora del mismo, se encontró de pronto como invitada a un banquete, pues resultaba evidente que la población, a quien ya no se le cobraban los recibos en casa, se vio obligada a acudir a las oficinas de las compañías o a las de  las sucursales bancarias, entonces existentes en mucho menor número y con frecuencia bastante alejadas de los domicilios, y varias veces al mes, para efectuar los pagos. Esto obligó a que por simple y elemental comodidad muchas personas que nunca tuvieron ni necesitaron cuenta bancaria alguna, lo cual era cosa de clase media-media para arriba, o de gente acomodada o con ahorros de una cierta entidad, se viera inducida u obligada a abrir dichas cuentas bancarias.

Se ingresaba entonces en tales cuentas el total de los recibos a pagar en el mes, más algún pequeño excedente, pero ya sólo con esto, la cifra que empezó a circular por el sistema bancario se hizo más vistosa, y la banca empezó a poder jugar con grandes cifras a algunos días de plazo, los que mediaban entre los ingresos de la población de a pie y los de las empresas, obligadas a lo mismo, y los que tardaban las distintas compañías en retirarlos o en disponer de ellos.

Los sueldos, pues, se cobraban en efectivo de manera mayoritaria, y se ingresaba sólo una parte en el sistema bancario, y esto duró hasta avanzada la transición. Para la banca, comparada con lo de los años cuarenta o cincuenta, no es difícil de suponer que sólo esto ya supusiera un considerable beneficio adicional, respecto a su negocio tradicional de los créditos y el descuento.

Entre la muerte del dictador y finales de los años 70, el estado alumbró todo un sistema impositivo nuevo por completo, mucho más universalizado, capilar, efectivo y moderno, al mismo tiempo que la mecanización informática, en particular la bancaria y la de la administración de empresas en general, así como la estatal, empezó a adquirir preponderancia, facilitando el manejo de grandes masas de datos con menor cantidad de personal. La población, que en su mayoría se limitaba a cobrar, pagando de seguido sus gastos, en los que iban incluidos los impuestos indirectos y sin más, pasó a ser objeto de tributación directa, vía IRPF, y estos ingresos y gastos empezaron a ser una preocupación, en el sentido de su contabilidad, para poder rendir las posteriores cuentas con la hacienda pública, porque estas actividades contables y fiscales que antes atañían nada más que a las capas más acomodadas de la población, se convirtieron en el giro de apenas dos o tres años en una preocupación universal, de la que dan buena cuenta las hemerotecas y la memoria de quien la conserve.

Así, y por distintas razones que las anteriores, en este caso las de control tributario, pero también e igualmente por comodidad, mecanización y ahorro de personal, fueron en esta ocasión las empresas las que empezaron a imponer el ingreso de los sueldos por vía bancaria, lo que implicaba necesariamente la obligación de la apertura de una cuenta, como mínimo, por trabajador o por familia. En este punto, la banca obtuvo, o se encontró, con que ahora pasaban por sus arcas no sólo de ida, sino también de regreso, la práctica totalidad de los ingresos de la población, permaneciendo en ellas mayores cantidades de fondos y durante bastantes más días que antes, con el consiguiente aumento de sus posibilidades de operar a corto plazo y el del consiguiente beneficio añadido, de escala bien imaginable.

El mecanismo de captación se hizo obsesivo, además, con aquellas ofertas de una batería de cocina, de un Lladró o de una bicicleta por abrir una cuenta, domiciliando la nómina o ingresando determinadas cantidades, y práctica que es todavía habitual, y mucho más aún con la generalización a partir de los años ochenta de los créditos al consumo y del uso de las tarjetas de crédito, en origen gratuitas (como en origen se regalaban también los telefonos móviles) y a modo de cebo, lo que permitió la creación de todo un nuevo y enorme circuito de crédito a corto y medio plazo, con la consecuente y nueva ampliación del negocio bancario, obteniendo algo más, pero bien amarrado y seguro, de muchísimos. A su vez, la capilaridad de la red de los cajeros automáticos –tenemos de estos ingenios una de las tasas por habitante de las más altas del mundo–, con su reducción asociada de personal y de gastos para las entidades, más el sucesivo acercamiento del banco al cliente mediante la apertura de millares de sucursales, a escala casi de la de los antiguos colmados de ultramarinos o de los bares, creó otro importante circuito adicional de generación de beneficio.

El siguiente gran filón fueron las hipotecas, en origen a tipo fijo, en los años setenta, ochenta y parte de los noventa, y sucesivamente a tipos variables, práctica esta cuya autorización y generalización fue el verdadero desencadenante real de la catástrofe a la que estamos asistiendo, pero merecedora de tan largo comentario que quedará para otro posteo.

Finalmente, a lo quiero atenerme y donde quería llegar con esta resumida historia, es a que el tamaño de la banca y el de la magnitud de sus recursos, pero el de sus deudas también, cuando éstas se disparan, ha pasado en apenas cincuenta años de ser algo manejable para las sucesivas administraciones, en el caso de ruina de las mismas, a constituirse hoy en un problema económico y político difícilmente resoluble, y fuera casi de toda posible escala de intervención, bien para curar, bien para corregir. Máxime desde cuando las entidades empezaron a fusionarse, creciendo su tamaño a tasas mucho mayores que las simplemente vegetativas del aumento de la población y del sostenido pero lento incremento de la riqueza.

En la actualidad, un estado de los antiguamente llamados soberanos, ha de emplear la casi totalidad de los recursos de los que dispone para otros millares de emergencias sólo para sanear a un banco de gran tamaño, y aún así, resulta tan difícil como hacerlo disponiendo de una palanca de las dimensiones de un hombre para darle la vuelta a un brontosaurio. Y a la hora de regular o de amenazar, ocurre igualmente. Sólo parece un niño enfadado gritándole a una partida de guerreros, que se ríen de él.

Y es de suponerse que este gigantismo no sea precisamente inocente o casual, porque es el propio tamaño lo que pone a las entidades, a sus gestores y a sus políticas de negocio, con frecuencia descabelladas, a salvo de la intervención y el control. No es sólo una razón de a más grande, más y mayores beneficios, bien lógica vista desde sus intereses, sino que lleva emparejada también la evidencia de que a ver quién se atreve con ellas cuando vienen mal dadas y de si, aún atreviéndose, existen los medios para hacerlo.

Así, los dos largos decenios de fusiones bancarias, en todo el planeta, pueden muy bien entenderse como útiles para las mismas y desde su óptica, esencialmente simplista, de toma el dinero y corre, pero lo que ya se entiende menos es que los estados soberanos necesariamente implicados, en calidad de legisladores y reguladores, se hayan dejado atrapar en este juego y les hayan permitido adquirir unas dimensiones que las han convertido en descomunales bombas de relojería, en lo que atañe a los perjuicios que una mala gestión bancaria puede producir en las poblaciones, pero no sólo, porque tampoco se debería de olvidar la cantilena del constante estímulo que han ido recibiendo de las administraciones de unos y de otros países y de las más altas instancias bancarias nacionales y supranacionales instándolas a crecer y a crecer, acometiendo nuevas fusiones y sosteniendo en todo momento ante las opiniones públicas que tal forma de actuar no traería más que beneficios y seguridad financiera general.

Hoy es Bankia la necesitada del socorro del estado, que entre lo ya percibido de ayudas públicas de una u otra clase y los próximos diez mil millones a inyectarle se acerca a un total de ochenta mil millones de capital público recibido, sus deudas o compromisos próximos al vencimiento rondan los ciento cinco mil millones, y semejante monto, con respecto a sus recursos, no es que prácticamente haya quebrado el banco, es que puede quebrar al estado y de hecho, es incierto que su saneamiento no acabe haciéndolo, ¿Tiene esto sentido fuera del propio interés de la banca implicada? Una o dos más entidades que alcancen la misma situación lo aniquilarán como si fueran un meteorito (de hecho corren cifras que sitúan la deuda total del sistema financiero español en torno a los doscientos cincuenta mil millones), y ríanse entonces ustedes del corralito.

Algunos economistas ya postulan que la solución, aunque a la larga, sería evidentemente la contraria a la que pregona el mantra. Porque el problema es también, o muy principalmente, el tamaño, y añadiría que no sólo lo es en la banca, sino en muchas otras actividades o campos económicos. Finalmente habrá que trocear y reconducir las entidades a dimensiones manejables, tanto para ellas mismas –pues algunas suman ya cifras comparables a PNBs de estados medianos–, como para los estados, los poderes públicos y las sociedades humanas, que son quienes finalmente acaban sufragando toda esta riqueza cuando se produce, y los costes de sus ruinas, cuando sobrevienen.

La prosperidad de la banca depende en primer lugar de la prosperidad de aquella sociedad en la que opere, y esto no hace falta ser graduado en Harvard para entenderlo, pero a su vez –virtudes o defectos del capitalismo–, la sociedad depende para su prosperidad de la de su banca. No se pueden descompensar los dos brazos de la ecuación, o de la balanza, pues el equilibrio es un estado que sólo se dará dentro de ciertos parámetros, y de lo cual resulta que incluso el robo tiene que quedar acotado, para poder resultar viable y continuado, dentro de ciertas dimensiones que dicta mucho antes la lógica que la ciencia económica que, las más de las veces, y aún alardeando de ser ciencia positiva, se permite intentar contradecirla con ese constante empeño de pescar peces con dinamita, aniquilando toda la fauna del lago y para entendernos, porque en definitiva, no puede quitársele a nadie más allá de la totalidad de lo que tiene, pues a partir de ese momento mueren todos, los robados de hambre, y a continuación las empresas que les expolian, de lo mismo, y entendidas metafóricamente tanto las expresiones como las diferencias, bien se comprende, y por más que nunca se trate de la misma muerte, ni de la misma hambre para los unos y para los otros, y desgraciadamente, como también cabría añadir.

En definitiva, para disfrutar y beneficiarse de los jamones, no queda otra antes que engordar al marrano y esperar otro año haciendo lo mismo con sus sucesores hasta que estén en las mismas condiciones, y así sucesivamente. Y no, no es charla de Bienvenido Mister Chance, de las que obligan a levantar el aristocrático hombro y a enseñar el MBA que preside el despacho, o de calificar el asunto como de minucias, como nuestro buen Carlos Dívar, porque esta constante reducción al absurdo en la que acaban dando todos estos experimentos con los caudales y las vidas ajenas, se beneficiaría no poco de algún mínimo y ocasional ejercicio de reducción al realismo e incluso a la sencillez, o al mazo inapelable de la lógica, dado el tamaño de estos sueños deshumanizados de la razón, que finalmente empobrecen y matan.

Pero no veremos, por supuesto, aquí en España a ningún responsable ante la justicia, como el señor Madoff, y casi mejor será así, para evitarnos la irrisión y el agravio comparativo añadido de las condenas a veinticuatro meses, pasados ya diez años, y sin pisar una prisión los responsables por carecer de antecedentes y, finalmente, indultados por causa del porte senatorial de sus canas u otra atenuante jurídica de parecido calado, cuando su culpa o su responsabilidad es, nada menos, que la de haber desmantelado y llevado a la ruina a sociedades y a países enteros, y a escalas jamás vistas en tiempos modernos, fuera de situaciones bélicas.

No habrá justicia ni escarmiento con toda seguridad, pero sería una aspiración legítima el poder pensar que la lección sí sirviera para algo, aunque solo fuera para tomar alguna clase de medidas orientadas a revertir el camino hacia el despeñadero. Porque de no ser así –serán diez, serán cien años–, volverán a sonar la Marsellesa y los chirridos de las carretas camino del cadalso, lo cual no es deseable para nadie y ni siquiera hablando en metáforas. Aunque eso sí, y si llegara ese día, bien podría ser comprensible el deseo modesto de que ese futuro himno del porvenir también sonara a recia jota, o a agridulce muñeira.


.

jueves, 10 de mayo de 2012

Manda rosas a Pablo

Existe un blog interesante, más por su intención que por su peso real, llamado líneas rojas, animado por un sector del PSOE no del todo ‘oficialista’, y cuyos puntos programáticos son once, precisamente las que serían las líneas rojas a las que alude el juego de palabras que da nombre al invento. Estas serían (copio tal cual de dicho blog, y en su orden):

No hay progreso social sin redistribución de la riqueza.
Educación y sanidad públicas, de calidad, universales y gratuitas.
Democracia es participación, no solo votar cada cuatro años.
Una España federal y social en una Europa federal y social.
El objetivo es el empleo de calidad, no cualquier empleo.
Tolerancia cero con la corrupción.
La política puede cambiar el mundo y someter a los mercados.
Invertir en ciencia y tecnología es invertir en futuro.
Ni un paso atrás en el reconocimiento de derechos ni en el respeto a la diversidad.
El estado, laico.
Igualdad real entre hombres y mujeres.

Al margen del orden, sin duda pintoresco en el que van enunciadas, sí podrían constituir en su conjunto un buen resumen de lo que sería una parte del contenido ideológico de la socialdemocracia, sin embargo, ya su propia redacción adolece del afán de contemporizar, que sería ese venir a expresar la tarea política o sus líneas estratégicas como algo perteneciente al orden de los deseos, en lugar de como obligaciones a las que tienen que someterse en primerísimo lugar quienes las enuncian, pues parecen lo que cualquiera debería de entender como puntos programáticos de una ideología, pero enunciados de una manera tan débil y como para no querer ofender, que presagian desde el principio la petición de un descafeinado, más que de un recio y reconfortante sólo doble, exprés y sin azúcar.

No entiendo tampoco que clase de ‘línea rojas’ sean esas vaguísimas “una España federal y social... “democracia es participación, no solo votar cada cuatro años” o “la política puede cambiar el mundo, etc...”, que quedarían muy bien, así expresadas como ojalás, en un ejercicio de COU, si es que subsisten ambas cosas, pero que quedan algo cortas de contundencia y de sustancia para un plan estratégico o para una exposición ideológica.

Constituye un pupurri de deseos respetables, de afirmaciones sin más, pero también de conceptos evacuados, como “ese empleo de calidad...”, cuando lo que no hay ya es ni empleo esclavo, que no sé muy bien que puedan venir a aportar en medio de esta debacle, porque el problema principal de la socialdemocracia actual es precisamente el haber traspasado, pero hacia abajo,  buena parte de sus líneas rojas, bien motu propio, bien llevada cortesmente del brazo y hasta comisaría para identificarse, bien engañada, bien en connivencia, bien por miedo y, desde luego y principalmente, por acumulación de errores de estrategia, caso de haberla.

Y no podrá decirse de la socialdemocracia, además, que no haya habitado las alfombras del poder el tiempo suficiente como para no haber dispuesto de espacios propios de maniobra desde los que imponer determinados criterios, pues tal cosa es la política, el arte de la imposición amparada en la fuerza, pero sin acudir a la guerra, porque de esta fuerza –política, bien se entiende–, cuya forma legalmente sancionada de medirla son los votos, y los votos propios e incluso ajenos, pero afines, ha disfrutado repetida y sobradamente en España, y desde la transición, como para no poder haber hecho algo más con ella.

Con lo cual, esa líneas rojas el PSOE, la socialdemocracia o como se quiera llamar a ese ámbito ideológico, tendrá más bien que traspasarlas, cada vez que tenga la oportunidad y recupere el poder, pero en dirección de regreso al lugar del que no debería de haber salido, y de cuyos polvos derivan principalmente estos lodos. Porque resulta cuanto menos pintoresco reprocharle a los adversarios políticos que pongan en marcha sus programas, de todos conocidos, y se guíen por su ideario (aunque más o menos disimulado para pescar votos por donde se pueda), pero siempre clarísimo, en definitiva, y que sin embargo cuando se alcanza el poder no se dejen guiar igualmente por su propio contenido ideológico.

Aplicar estrategias más prudentes o descafeinadas con respecto a las que implicaría el seguimiento del propio ideario, y no digamos ya alardear de ello, a modo de metafísica tolerancia, cuando el adversario, llegado al poder, nunca hace eso mismo, es, poco más o menos, entreguismo, y entonces se pierde buena parte del derecho o del sentido que pueda tener el andar escribiendo puntos programáticos en pizarras, cuando no existe la decisión cerrada de cumplirlos, o no se sabe cómo hacerlo, o no se ponen nunca los medios, cuando los hay, para conseguirlo.

Por cada estratega hay mil tácticos y cien mil peones, pero si los tenientes generales ceden sus funciones a los coroneles, y además la táctica de estos es timorata, los ejércitos caminan malamente y pierden sus guerras. Y ahora, perdida en todos los frentes esta guerra del progreso social y de la redistribución de la riqueza, le serán del todo imprescindibles unos cuantos estrategas para la democracia, que no sería feo título para un programa de mano socialdemócrata y, ya bien conocidos los errores en los que se ha incurrido, plantearse recorrer el camino de vuelta recuperando en primer lugar el espacio ideológico, intelectual y moral que es la labor previa de siembra que hay que hacer antes de esperar cosechar votos. Máxime, cuando además el adversario ayuda, como será el caso, pues su victoria actual, a base de tierra quemada, les segará seguramente esos mismos votos de debajo de los pies, ¡pero a qué precio para todos!, y para sus votantes incluidos.

Sea bueno o sea malo, el estrechamiento ideológico habido en occidente en los últimos cincuenta o sesenta años ha nivelado los territorios de maniobra política, en el sentido de que, aún con los despuntes ocasionales de totalitarismo habidos y que seguirá habiendo, las ideologías extremas, según sentir que cabe decir mayoritario, han quedado relegadas a la categoría de inviables, no sólo en lo económico sino en lo sociológico; La Alemania nazi, la Rusia estalinista, la España o la Italia fascistas, El Japón imperial, Cuba, Corea del Norte o las cleptocracias de parte del tercer mundo, Guinea Ecuatorial, por ejemplo, y tantos otros etcéteras equivalentes, son regímenes que cayeron o que caerán por su propio peso y por la sencilla razón de que nadie, libremente instalado en la más mínima de las democracias de perfil bajo, desea imitarlos.

Las actuales extrema izquierda y extrema derecha en Europa, donde las haya, son fuerzas simbólicas, sin peso real en el equilibrio de los poderes. Plantear hoy en día en el continente estados descaradamente neo-confesionales o teocráticos, por ejemplo, o postular seriamente la colectivización de la propiedad, son estrategias sin futuro, y a eso me refería al hablar de estrechameinto ideológico, a la existencia de un número cada vez menor de opciones para manejar lo colectivo que se consideren de manera mayoritaria suficientemente viables como para ser acogidas como buenas ideas para llevar a la práctica o para experimentar con ellas.

Pero siendo todo esto aproximadamente cierto, tampoco implica exactamente que las ideologías restantes sean del todo intercambiables entre sí y que por lo tanto todos los sectores ideológicos tengan necesariamente que hacer y atenerse a lo mismo, pues eso en sí ya sería, de hecho, una nueva ideología más, como efectivamente parece suceder con esa en cuyo frontispicio reza “todo dará igual, excepto lo que diga el capital”, y hayan de atenerse todas las demás al lema, pues entonces sobran la formalidad de la democracia, la confrontación civilizada de ideas, madre del progreso, los partidos políticos, las instituciones supranacionales y buena parte de las leyes y de lo que entendemos como el entramado social y jurídico del mundo actual, y el estrechamiento antes mencionado sería entonces extremo, es decir, y visto de otra manera, de partido único, y con o sin gobierno mundial de por medio.

Si ya estamos en ello o no, y si es deseable o tolerable esto, es debate que desde luego le corresponde plantear a la socialdemocracia, pues su tradicional adversario, la derecha liberal en general, ya ha sido devorada en buena parte por el nuevo concepto, y dejarse caer pues también la socialdemocracia en sus fauces, donde ya tiene media pierna, se puede decidir hacerlo sentándose tranquilamente para ser comido más fácilmente, pero también se puede plantear una estrategia de oposición y resistencia, de ir a la guerra, incluso, perder la pierna y esperar en el futuro, porque no conviene olvidar que las guerras, con bastante frecuencia, también las ganan los más pequeños y los más pobres. Y ejemplos sobran.

Por lo tanto, y aún con los territorios del pensamiento político cada vez más restringidos, no parece legítimo avenirse a entregar los propios, o los flecos que queden de ellos, sin más debate o resistencia. Es más, parece suicida.
 
Y volviendo entonces a las líneas rojas, la tarea sería identificar en primer lugar si existe una principal a la cual atenerse y de la que deriven las otras, y enrocarse entonces en su defensa, en la explicación de su importancia y en la necesidad imprescindible de mantenerse fieles a ella.

Y esta, curiosamente, sí parece estar bien identificada en el programa, siendo la primera de las citadas. “No hay progreso social sin redistribución de la riqueza”, como reza su lema. Pero queda muchísimo por apuntar sobre ella, aún a pesar de su aparente sencillez.

Porque, ¿qué es progreso social?, a mi entender –tal vez de socialdemócrata–, lo es la mejora de las condiciones materiales de vida de la población entendida como conjunto. ¿Y cómo entender ‘mejora’?, pues como que los servicios recibidos a cambio de los impuestos, y medidos los primeros con respecto a cualquier momento anterior, sean más, más generalizados y de mayor calidad. Y huelga decir que, ahora mismo, las cosas no están ocurriendo en absoluto según este aserto.

¿Y qué es riqueza? el total de los bienes materiales que posee una sociedad, entendida como estado soberano, es decir, la suma del capital financiero de sus ciudadanos, del capital fruto del trabajo (la totalidad de los sueldos y compensaciones percibidos por los mismos, y bajo cualquier especie), el valor de mercado del tejido bancario, industrial y comercial privado, con todos sus sectores, incluidos los inmuebles, los terrenos, los bienes de producción y el valor de los productos acabados, la totalidad de los muebles e inmuebles privados o públicos o de propiedad de cualquier ente jurídico, y la de todas las propiedades del estado, con sus empresas, instalaciones, fabricados y las dependencias del mismo que prestan servicios, con todo su contenido y dentro de lo que se entiende por su territorio o ámbito jurídico de un país o conglomerado de ellos.
 
¿Y qué no es riqueza (todavía)?, las hipótesis y los estados de futuro, es decir la especulación, el emprendimiento y la enseñanza en sí, en abstracto (no el conglomerado que la proporciona, que sí es real), es decir, aquello que deseablemente devendrá en riqueza, pero tal vez no.

¿Y qué significa redistribución? La acción por parte del estado de tomar porcentajes de la riqueza de su población y de la de los entes jurídicos sobre los que tenga derecho legal a hacerlo, para destinarlos a los fines que la legislación tenga establecidos, que son, por lo general, la prestación de multitud de servicios y entendidos estos además, y en buena parte, como obligatorios. Y aquí el quid es sobre cuáles bienes tiene derecho a tomar estos porcentajes, quienes o por cuáles causas establecen estos derechos y más aún el porqué se tiene derecho o no a hacerlo sobre unos sí y sobre otros no, por ejemplo, y como también es el caso.

¿Y cómo puede acometerse esta redistribución?, pues de variedad de maneras, lo que es todavía más el verdadero meollo de la cuestión y donde sienta sus reales precisamente cada ideología social, económica o mezcla de ambas que sea.

Puede cada estado tomar mucho –o poco– a los pocos que más tengan y distribuirlo entre ellos mismos por partes iguales, lo cual, sin duda, también sería redistribuirla, aunque en sentido limitado y, por llamarlo de alguna manera, aristocrático;
puede tomar esto mismo y distribuirlo por partes iguales entre toda la población, o también entre toda la población a la que no se le haya tomado nada, por su pobreza, y redistribuir, pues, bastante más ampliamente que en el primer modelo y, sin duda, muchos llamarían a esto política confiscatoria;
puede tomar sólo, o muy principalmente, de la gran mayoría que posee medianamente o menos y redistribuirlo entre todos, como poco más o menos es el paradigma actual, fuera de las palabras hueras y de las leyes vacías que afirman que se les toma igualmente a todos, y esto de alguna manera redistribuye también, pero dentro de ciertos parámetros de escasez e insuficiencia;
podría también, de alcanzarse acuerdo para ello, y de hacerlo figurar en las leyes, junto a los mecanismos efectivos –no cosméticos– para recaudarlo, tomar de manera directamente proporcional a la riqueza, más a los que más tienen y menos a los que menos, según ley o progresión matemática, y de la cual podrían, además, considerarse muchas fórmulas. Desde tomar el 99% o todo por encima de determinada cifra a los que más tienen, hasta nada por debajo de otra a los que menos, y con todos los guarismos intermedios hacia un extremo u otro que se quieran suponer;
y, cómo no, se podría también plantear tomarle a todos absolutamente lo mismo en tanto por ciento, que es una postura neoliberal que también tiene sus defensores, aunque sería deseable de nuevo que articulando también los mecanismos para tomarlo de manera real, y tanto del que posee cien mil como del que tiene diez;
y podría muy bien articularse un sistema mixto entre los dos anteriores, con las mismas salvaguardias respecto a la cobranza real;
y podría, también, no tomársele nada a nadie, como plantean las ideologías más radicalmente liberales, aunque en este caso no se estaría hablando ya desde la perspectiva de un estado, sino de la selva seguramente, pero de una muy, muy primigenia y, finalmente, y cómo no, podría tomársele todo a todos y redistribuirlo por teóricas partes iguales, a modo de comunismo ideal o de paraíso original, lo que todavía nunca se ha visto, salvo también en el fondo de algunas selvas, pero donde lo que realmente ocurre es que no hay nada que redistribuir, fuera de la miseria y el esfuerzo, y por lo tanto, tanto monta, como aquel que dice, aunque, eso sí, deja una barbaridad de tiempo libre, para satisfacción de otros teóricos, que también los hay.

Así que la socialdemocracia lo primero que tendría que hacer es sentarse a meditar muy seriamente sobre su primera línea roja, pues todo lo demás vendrá por añadidura, porque es hijo todo ello de la justicia distributiva, y si es que esto se considera un valor, y decidir de una vez por todas por cual modelo propio de redistribución se inclina y sí, por ejemplo, fuera este el de hacer tributar a la población de manera directamente proporcional a la riqueza, con las matizaciones adecuadas, pero no tantas como para que se convierta en otro modelo, lo aplicara a la siguiente vez que alcanzara el poder, se la jugara y apechugara con las consecuencias, que bien podrían ser sorprendentes, porque puede perder más o menos lo que ya ha perdido, el favor de la población, o poco más, pero también podría ganar el órdago.

Como órdago es, por cierto, el de Patxi López, con su decisión de no aplicar los recortes en su ámbito autónomo y enfrentarse a Rajoy y a su socio en el poder. Puede perder, efectivamente, aún algo más, pero ¿y si el País Vasco, sin aplicar estos recortes, mantuviera su preeminente posición en lo tocante a riqueza en España, o si aún la mejorara? ¿sería o no una victoria política de primera magnitud? porque además traería al juego político algo así como una diferente didáctica del poder por primera vez en bastante tiempo, y ateniéndose, además, a los postulados de esa socialdemocracia en la que su partido dice militar todavía. Sería, sin duda, la mejor manera de demostrarlo, y habría detrás, seguramente, un buen caudal de votos para recompensarla.

¿Líneas rojas entonces?, tasar el capital y sujetarlo a leyes, la primera, y como se tasa cualquier otra cosa, y la segunda, romántica tal vez, peregrinar con un ramo de rosas rojas a la tumba de Olof Palme, a la de Willy Brandt o a la de Pablo Iglesias, que algo pilla más a mano, y prestar un poco de oído al escándalo de crujir de huesas que debe de estar saliendo desde debajo de tan olvidados lápidas.

martes, 8 de mayo de 2012

Con dos cojones por banda...

¡Qué espectáculo ayer!, comparecía el señor Trías, alcalde de Barcelona, casi lagrimoso y gimoteando ante la mera opción de extender el trazado del tren de alta velocidad hasta Extremadura, aduciendo que a ellos, ¡ay desdichados! no se les hace ni una estación o una instalación portuaria, y contestaba entonces el mandamás o su mandoloquepuedo especular y del otro extremo de nuestra triste cotidianeidad, el señor Monago, bramando como un tigre y diciéndole que viniera si tenía cojones y le dijera eso a la cara. Solones todos, y cada cual según su capacidad.

Y no sería lo más entristecedor a destacar el que cada de ellos no deje de tener su parte de razón en la polémica, pues argumentos reales no les faltan, sino que lo desolador es ese aire de agravio permanentemente esgrimido por unos y otros ante sus audiencias, el manejo simplón y populista y el recurso permanente al puchero o a los decires tabernarios en unas cuestiones que si serían definitivamente de las de resolver en despacho, sentados entre expertos, en  negociación civilizada, al amparo las matemáticas, la ingeniería y la economía, incluso, y sometiéndose al dictamen de la razón del interés público general y considerando las opciones desde la lógica del beneficio de la mayoría de la población y de los intereses del estado, que, de últimas y además, será el que acabará aportando los fondos y al que se apelará para que acuda con el árnica cada vez que estas cosas de los cuentos de la lechera vengan mal dadas, como puntualmente viene ocurriendo.

Y de no ser porque los dos números de varietés están grabados convenientemente, y además pasados por los informativos para cumplida didáctica pública sobre la gestión del territorio, la redistribución de la riqueza, el sentido de la vertebración del estado y el mejor entendimiento de las sutilezas y de la finezza necesarias para convivir en democracia, pensaría uno que estas peleas como de casino o de burdel ya no eran más piezas de costumbrismo de hemeroteca, interesantes para una buena formación sociológica, literaria o artística, pero que estaban un tanto, dijéramos, pasadas de moda, o para entendernos mejor, que ya no eran tendencia.

Pero no, y es que casi siempre suelo estar equivocado o que me niego a someterme a la continua constatación de que la verdadera y eterna tendencia es la pendencia, precisamente, y a la de que el estado de las autonomías es un terrible peaje disuasorio, definitivamente. Disuasorio del uso de la inteligencia.

Porque si cada vez que hay hacer un tren de Andújar a Cornellá se le encuentra la lógica suficiente para que además pase por Villablino, concluyendo además que lo más justo, de no hacerse de esta manera, y por causa de sobrevenida protesta del señor regidor de Arenas de San Pedro, sería entonces no hacerlo o, en su sustitución, construir aeropuertos peatonales en los puntos más próximos a cada localidad natal del conseller o de los corregidores implicados o, adoptar como solución de compromiso la construcción de un carril bici, y teniendo que oír que todo esto haya de entenderse como naturalmente bueno –y además acatarlo–, acabará entonces en que parte del personal termine suspirando por caballeros como el señor Mussolini y sus iguales, lo que no es hipótesis, pues ya está empezando a ocurrir acá y acullá, y por causa del más que comprensible hartazgo de muchos y porque tampoco tienen que ser necesariamente todos los administrados doctorandos en ciencias políticas ni ejemplos de mesura, cuando además la mesura es precisamente el último de los ejemplos que se les proporciona.

Y saber encontrar un término medio entre la práxis de don Benito, que según cuenta la leyenda, no, pues es hecho histórico, agarró pluma y regla en su despacho, más mapa de Italia a generosa escala y en presencia de los despavoridos ingenieros y demás técnicos y sabedores encargados del asunto, se puso a tirar líneas rectas como un poseso, indicando el obligatorio trazado de las primeras autopistas que se realizaron en el mundo, y que, por supuesto, se hicieron siguiendo exactamente esas líneas, a inimaginables costes de expropiaciones, túneles y viaductos, y este otro modelo, tan nuestro, de llevarlas de acá a acullá dentro de cada cacicazgo o autonomía, como señorito que trazara senderos por su finca, a su mejor gusto, de la tumba de la abuela Amalia al pino piñonero, del columpio a la barbacoa, de la pista de tenis al banco recoleto bajo la hiedra, bien podría ser una tarea a la cual dedicarle algún espacio de pensamiento político, algún esfuerzo ideológico, o alguna intención de estructuración mental y, a ser posible, obrando sin tener demasiado en cuenta el hemisferio tonto –o natal– de cada cual.

Bankia. Tomia el dinerio y corrie.

En materia de caudales y dignidades, ehhh,..., ehhh..., bbbb... bbhhh, ehhh..., ehhh..., este Jano bifronte que tenemos hogaño por timonel, superando toda altura de comunicación institucional anterior, lo cual no es poco logro como para no reconocérselo, y en lo tocante a Bankia y a las ratas que huyen del banco, volvía esta mañana a afirmar que la última cosa que haría sería dicha cosa y su contraria o ninguna, pero todas ellas, en unidad de acto y como buen notario, y que no hará, ni lo duden, ni la una ni la otra, ni la anterior, la posterior o la última, pero que hará la que no haya más remedio que no hacer, o sí, o la peor, o la que sea, que sin embargo será la mejor, –¡no lo duden ustedes, y no me temblará la mano!–, o la que menos le guste al infeliz varón, porque... ¡a ver quién se habrán creídos ustedes que soy yo como para no saber lo que me digo y lo que no me digo!, y acabando, en definitiva, por perpetrar, que no por hacer, queriendo aunque sin querer, ex profeso, pero por casualidad, forzado pero aplomado, otra más de las muchas que no hubiera tenido que hacer jamás, aún gustándole, pero sin agradarle lo más mínimo y, en definitiva, disponiéndose a entregarle, en préstamo a fondo perdido, pero a devolver ¡quede claro!, y jodido pero contento, de espaldas pero de puntillas, de lado, aunque de costado, volente y también nolente, renuente y más que decidido, otro respetable pellizco más de la que fuera antaño nuestra rolliza y saludable nalga pública –y hoy patética posadera, con los pellejos colgando y el liguero en el tobillo–, a la entidad bancaria privada que nos ha tocado en suerte tener el privilegio de sostener este mes, por nuestro bien, se comprende, siendo la tal Bankia al parecer; y ya nos comunicará sucesivamente, seguro, aunque solo tal vez, por el protocolario conducto y sin miramientos, sin lubricación pero con cariño, con palabras amables, pero firme, –vamos Españita, chati, estate quieta ya jodía, que esto urge, date la vuelta y deja de protestar, anda boba... si ya verás que no duele–, sin decirlo más que cuando haya que decirlo, o no, pero sin negarlo, aunque todavía no, pero ya veremos, ni sí, ni quizá y no te diría yo que no, aunque lo descarto, pero bueno, tal vez, no seguro, no, pero bien puede, a cuál otra desafortunada entidad habrá que untarla de yodo y entablillarla para julio o septiembre y colocarle su enema y pincharle su gotero ¡Ay que pena más grande!, y no, no por su mala cabeza, la pobre, sino por las circunstancias, que ya es mala suerte..., y así en sucesivas sesiones de oratoria para parvulario, o de juegos de manos para amputados por los codos –y los escuchantes de sus entenderas–, a su parecer, y que ríanse ustedes de Houdini, de Madoff o del Cavaliere Berlusconi, que en lo tocante a defectos no le cedía un punto a nadie, desde luego, pero que se te plantaba delante con los brazos en jarras y te espetaba directo y a la cara –¡te voy a robar, cornuto!–, y con la misma le echaba una mano a tu cartera y la otra al parrús más cercano y... amén Jesús, no cabiendo la más mínima posibilidad de que nadie se llevara a engaño, prostituta de lujo o presidente de los Estados Unidos de América que fuera, que todo hay que decirlo.

Pero siquiera avisaba y se sabía a lo que venía, así le vieras de espaldas, besando la frente de un niño, jurando por la loba de Roma o por el ceñidor de la sagrada túnica de la Repubblica, recogido en oración en el Vaticano o despatarrado en el sofá de su casa con el batín abierto junto la cabellera ondulante de la ministra Carfagna, arrodillada a sus pies, y dejando asomar su nuca, arriba, abajo, arriba abajo, arriba abajo..., agitándose a la altura de su cinto, leyéndole un articulado, resumiéndole un decreto, o mientras le musitaba –ma guarda che sei porcone–, un secreto del servicio secreto, y atendiendo solícita a sus secreciones más constitucionales, como demandaba su cargo.

Y daba la misma risa –por no llorar– ver esta mañana a nuestro mandocantano, y si no fuera que se trataba de un atraco entero y verdadero, con tiroteo generalizado de fuego real, de los que obligan a desalojar a los enfermos de los hospitales y a los niños de los colegios, aunque por el corto periodo de unos años, –es solo por seguridad, compréndanlo–; balbuciendo, desmintiéndose aún antes de mentir, negando y afirmando y poniendo en duda lo dudoso, negando lo cierto, certificando lo falso, pero inevitable, y que si palabrita del Niño Jesús y que si moviendo las tres cartas con pavorosa bisoñez–¿dónde está la bolita, eh... ehhh...?, –nada por aquí, nada por allí, ¿pero dónde estarán los diez mil millones, eh?...–, pero no como el incomparable Tamariz, sino peor incluso que este servidor, si es que alguna vez me pusiera a ello, pero tampoco como el avezado tahúr que logra disimularlo con arte incomparable y aparenta ser el caballero más inocente del batel o del balneario, o como el lelo perfecto que se acerca trastabillando a su víctima –¿tocó mocho, eh, eeeeh... tocó mocho?– y acercándole el brazo colgante y desvalido para que el ánima piadosa le lleve del mismo, motu propio, al cajero, y entonces si te he visto, no me acuerdo, ¡so memo!

Y creíamos que la cuarta parte del país no tenía trabajo ¡Y un cuerno!, que aquí trabajamos de sujetador y de corsé de ballenas todos y sin faltar ni un párvulo, que colabora aportando su no guardería, y así lo conozcan o no el ángel o sus padres, y hasta el último subsahariano también, cada vez que se compra una barra de pan o se monta en el metro, que no vean el tamaño de las descomunales ubres que nos toca, nos tocó y nos tocará apuntalar cada jueves y cada marzo.

Y qué lujo de puntillas, de tornasoles, de calados, de bodoques, de pasacintas, de gasas, de plumas de marabú, qué profusión de elásticos, y qué livianos pero titánicos elásticos y cordones y qué tirantes, y qué centelleo de corchetes y de hebillas, y qué armazones de hierro y de ballenas toca disimular con gasas y tules y apretando, apretando, apretando, apretando... para no acabar nunca de contener el inevitable estallido.

¡Ma venga, venga a vedere!, ¿aveva mai visto tanta abbondanza, Cavaliere?, palpe, palpe, mire usted qué maravilla–... y de fondo la musica de E la nave va..., de Federico Fellini, o un pasodoble, –¿Pasas, Mariano?–, ¡pasoooo!, o... ¡maaaaaaammmmbo!, como debate de vodevil cinematográfico, moderado por Bardem y Berlanga, con Montoro de estrella invitada, y a falta de otros debates que sepultó el tiempo, siquiera símil ideólogicos o cripto parlamentarios que fueran.

Y luego dirán que si el Borbón y que si lo de Grecia y que si el Borbón y Grecia...

domingo, 6 de mayo de 2012

Edicto (a fijar en lugar visible del salón-comedor).

Hijos míos en el corazón: Luis, María, Pilar, Alfonsito, Dolores y Martita,  Rosalía, mi amante y amada esposa, mi querida madre política, doña Pilar, José Luis, Antonio y Amparo, mis maravillosos cuñados, y Arsenio, Ángeles, Fernando, Josefina y Guadalupe, mis excelentes amigos y demás frecuentadores habituales de los manteles y demás instalaciones de mi domicilio:

Os hago saber que ante las deudas contraídas con diferentes entidades de crédito, más las posteriormente habidas para refinanciarlas, la situación de esta antigua República independiente de mi casa es hoy incierta y catástrófica, por hablar con verdad, y por causa principalísima de la pésima administración del difunto abuelo, que cenaba copia de costosas verduras o tortilla ¡todos los días!, que reincidía en acudir al médico a por el Sintron una vez y otra, y todo ello por no hablar de los viajes bianuales con el Inserso a Benidorm, lo que ha terminado por obligarme a adoptar una serie de medidas que no están dictadas, en definitiva, más que por la procura del bien de todos nosotros.

Relaciono a continuación las disposiciones de obligado cumplimiento que me he visto obligado a dictar, pero que tampoco causarán una merma sustancial del tenor de vida familiar y que, a la larga, resultarán saludables y enriquecedoras:

Se establece una tasa de tránsito por el pasillo, para subvenir a los gastos de su conservación. La iluminación del mismo se regulará a la tercera parte de su intensidad actual. Asimismo, andar por él, frotando el parquet con una bayeta debajo de cada pie, ya no se considerará pasatiempo infantil, pues genera desgaste, y pasa ahora a constituir tarea no remunerada y a realizar exclusivamente una vez al mes por la persona más ahorradora de la casa, según concurso mensual que se establece al efecto, y por lo que pagará su ganador un euro de justiprecio, pues se entiende, además, la actividad, como solaz y entretenimiento, ya en sí suficientemente satisfactorio.

Los derechos de explotación de los dos cuartos de baño han sido cedidos a cambio de un canon a la sociedad de mi amigo Luis Antonio Más y Más, llamada Servicios & Continencia, que los explotará en lo sucesivo y que ha dictado las normas siguientes para su uso:

Las visitas gratuitas a los cuartos de aseo quedan limitadas a dos diarias por persona, de cuatro minutos, computadas por ciclos de 24 horas, y permitiéndose que una de ellas sea de duración doble. Los necesarios ingenios mecánicos relojeros y electrónicos regularán el caudal y tiempo de funcionamiento de la ducha, los grifos, el inodoro y el secador. El resto de las visitas pasarán a ser de pago, según  modalidades y tarifas a publicar próximamente.

Las duchas gratuitas podrán tomarse exclusivamente en grupos de tres personas, agrupadas por sexo, y estarán limitadas a sesenta litros de agua fría, y en la modalidad de ‘hilillo’ suministrado por el cabezal inteligente de la misma, bloqueado desde hoy en dicha posición. Las tiritas las erogará un dispensador por monedas, el dentífrico igualmente, con tarifas disuasorias, las toallas y el felpudo de la ducha se lavarán cada dos meses, y no semanalmente, como era insostenible mal hábito, y el espejo quedará escamoteado automáticamente pasado un minuto, apagándose además las luces, excepto la de emergencia, pudiendo iluminarse de nuevo, si así se desea y mediante preceptiva moneda, en pasos de 30 segundos.

El jabón que incluye la tarifa básica, marca Lagarto, fungirá en lo sucesivo de champú, loción fortificante, exfoliante, suavizante, anticaspa, gel, acondicionador, reductor de arrugas, colonia y perfume, pre y after shave, crema hidratante y reductora de durezas (con el concurso adicional de un trozo redondeado de ladrillo para quien lo desee), en pastillas de kilogramo y adquirido en subastas a la baja en partidas de 24 docenas. Los afeitados, a navaja y con el producto multi purpose arriba indicado, serán máximo de uno cada cuatro días y las depilaciones, semestrales, a base de la misma crema. Todos los excesos o desviaciones de lo indicado se cobrarán aparte. El uso del papel higiénico será sometido a nueva regulación mediante reglamento adicional a desarrollar, pero siempre en el sentido, entiendo hoy que obligatorio, de su máximo aprovechamiento y reciclaje.

Las camas a partir de hoy son propiedad de la comercial Confort y Descanso, propiedad del cuñado del administrador de la finca, señor Alerta y Aviva, dotadas de novedoso mecanismo expulsor, y sólo admitirán ciclos gratuitos y diarios de un máximo de seis horas y cuarenta y cinco minutos para los adultos, y de siete horas y cuarenta minutos para los menores de once años, sumadas todas las estadías y sean estas con cualquier fin, descanso o coitos incluidos, o simples languideces telefónicas con amistades o novios, o –¿qué haces, Alfonso?–, ¿nada, mamá, jooo, estoy aquí tumbado un ratito–, lo cual se acabó definitivamente. Todo tiempo superior se facturará según tarifas ya en elaboración, y a devengar semanalmente. También se contemplará el desgaste de los muelles, cubrecolchones, sábanas, almohadas y cobertores, habilitándose la tasa compensatoria suficiente.

Se suprimen las subvenciones para excursiones, cine y actos culturales en general, al colegio se irá andando y a la compra también, de encontrar fondos para ello, lo que fortalecerá el cuerpo y el espíritu, más que adelgaza y estiliza. El resto de salidas para motivos de ocio quedan reducidas a una semestral y si cada aspirante a ellas encuentra subvención ad hoc (tal vez, sugiero, de vuestra tía Consuelo, que es mujer acaudalada), pero que ya no proporcionará de ninguna manera esta administración familiar central.

Existirá un único aparato telefónico en el domicilio, de línea fija, absolutamente no inteligente, operado por monedas y con corte automático de llamadas pasados los sesenta segundos. Todos los teléfonos móviles han sido requisados desde las cero horas del día de la publicación de este bando, los contratos con los operadores han sido suspendidos, y los terminales devueltos como regalo y a modo de refinada venganza a la República Popular de China, para que se arruinen ellos.

La nevera seguirá con su sistema regulador de apertura, como funciona desde hace seis meses con no despreciable éxito para la balanza de pagos. Si además escuchara esta autoridad competente que alguien llamara candado a este dispositivo –como desgraciadamente ya viene ocurriendo–, se considerará blasfemia y desacato, penado con dos tortazos fulminantes para los menores, y bronca fija para los adultos, más multa en todos los casos.

Se conserva por el momento la titularidad del derecho familiar sobre  la cesta de la compra, pero se avisa que, difícilmente y por causa de la propensión al capricho y al despilfarro de vuestra madre, digna hija del abuelo y persona de las que considera que dos comidas diarias más desayuno y merienda no son gasto supérfluo, se pueda seguir así y pronto habrá que ceder la gestión de este servicio a alguna empresa más responsable y capacitada, estando en estudio las ofertas de Condumio y Moderación S. L., de titularidad etíope, y de Ligereza S. A., de capital riesgo bengalí.

Esto al margen, y a la espera de la evolución de la situación, los sandwiches constarán en lo sucesivo de una sola rebanada cortada por la mitad, bien por su mediana o por su diagonal mayor, a libre elección del usuario y para que no me digáis que..., y lo cual, afortunadamente, mantendrá el grosor final del emparedado en el 100%, es decir, sin mengua alguna, pues, y por lo cual no veo que haya de qué quejarse, la verdad.
La Nocilla o elaborados equivalentes se considerarán un lujo y se dispensarán solamente a aquellos menores de ocho años que presenten un aspecto más desnutrido y cadavérico.
Las docenas de huevos pasarán a ser de diez huevos, pero conservando su antiguo nombre.
Las gambas de los domingos serán la gamba, de los domingos de Resurrección, bien se entiende.
Se suprimen las meriendas hasta nuevo aviso. Las sustituirá el rezo diario del Rosario, a las 18 horas en punto, en agradecimiento por los bienes recibidos, e impetrando por el ahorro, dirigido por Doña Pilar, aunque no por esta razón eximida durante ese tiempo de sus labores de punto, costura y remendado, imprescindibles para el confort térmico de todos. Por lo tanto la cadencia será: Stella matutina, ora pro nobis, una del derecho, Stella vespertina, ora pro nobis, otra del revés, y sucesivamente...
Los refrescos serán de agua, sin azúcar ni colorantes, en número de un vaso diario, de 250 mililitros, dos en verano, excepcionalmente, y entendido este periodo de gasto extraordinario de 21 de julio a 12 de agosto. Los grifos de la cocina se dotarán de su correspondiente caudalímetro y retardador de funcionamiento, en evitación de indeseables malos usos.

El vestuario, calzado y complementos pasan a ser considerados artículos suntuarios, siendo responsable cada miembro de la unidad familiar de procurárselos por sus medios, y de no existir estos en el caso de los menores, utilizarán la ropa e implementos en desuso de sus hermanos mayores, con la obligación de cuidarlos y aún mejorarlos, para dejarlos en condiciones adecuadas para el hermano siguiente. Ni que decir tiene, que dadas estas condiciones, se preferirá a partir de ahora la compra de ropa unisex y sólo en aquellos casos en que que se considere absolutamente imprescindible una nueva adquisición.

La penumbra es confort, evita la lectura de libros, con su elevado precio, da frescor en verano y en invierno ayuda a la meditación, produce sosiego y también cierta depresión metabólica, lo que reduce el caudal de actividad y por lo tanto el consumo de calorías, es decir la ingesta, lo que se traduce en porcentajes no desdeñables de ahorro en alimentos. Por esta causa cada habitación dispondrá de una única bombilla, de bajo consumo, de siete watios, pero suficiente para impedir accidentes por causa de la oscuridad o equívocos indeseables de otro tipo. No apagarla al salir de una estancia se considerará falta muy grave y se multará con cantidades suficientemente disuasorias.

Los cinco ordenadores existentes en la casa se sustituyen por uno solo, conectado a un generador eléctrico a pedales, accionado por monedas y sin acceso a internet, crisol de todos los vicios y agente exaltador del consumo irresponsable, y se utilizará solo para el estudio y para la realización de cuidadas tablas de Excel (obtenido en el mercado secundario de copias) para cuantificar los ahorros habidos y para comentarlos después en las sobremesas familiares, en animada charla, en lugar de gastar en prescindibles ingestas de dulces, dañinos para la salud, y en libaciones de licores, moralmente reprochables.


No hay disposiciones nuevas sobre aire acondicionado y calefacción, pues los correspondientes sistemas han sido desmantelados esta mañana, hasta nuevo aviso, pasando a llamarse sus sustitutos –de libérrimo uso y de mucha menor voracidad energética–, dispositivo manual impulsor-encauzador de caudal de aire, el abanico, y tejido inteligente de fibra vegetal captador y anti-disipador del calor humano, la manta. Estos recursos verbales de caracter economicista, con su sorprendente capacidad de llamar al pan, pan y al vino, vino, se los debo y agradezco de corazón al señor de Guindos, inspirador intelectual de estas medidas, y lo que anoto para que conste y sirva de ejemplo para evitar el temido mal decir, padre de tantísimos males y frecuente vehículo de desacatos insoportables.

Dejarse caer en un sillón se considerará falta grave, pues los muelles, estructuras y tapicerías sufren por ello, habrá pues que sentarse con el debido comedimiento. La multa es de un euro por infracción, lo cual, computadas necesariamente dos nalgas por culo normalizado, suma dos euros y –niños ¡ojo!–, a descontar de la paga.

Y dicha paga en sí, por cierto, ya no tendrá la consideración de tal, sino de mero anticipo putativo, no obligatorio y a reintegrar con sus correspondientes intereses a partir de los dieciocho años, y según reglamento también a publicar. A su vez, el principal de la misma se verá tasado en un 25%, a retener por el pagador y el remanente sólo podrá destinarse a gastos de alimentación y transporte, que en lo sucesivo administrará exclusivamente vuestra buena madre. Por lo tanto, en lugar de subvención para repugnantes chucherías, vicios y disipación, en lo sucesivo percibiréis una factura, debidamente desglosada, y en la esperanza de que os sirva para estímulo del ahorro y execración del despilfarro.

Las caricias maternas se reducirán a las imprescindibles para el cabal desarrollo mental y emotivo de los más pequeños, tres diarias será su número, de ocho segundos cada una, pues el resto detrae tiempo de productividad a vuestra atareada progenitora. En lo tocante a la abuela, no se consideran imprescindibles, aunque se admitirá una al día, excepcionalmente y hasta nueva orden.

El antiguo derecho a no recibir un par de sonoras bofetadas por causa de un suspenso queda derogado, pasando este número a cuatro, a percibir obligatoriamente del derecho y del revés, con contundencia, junto a los correspondientes insultos e ira paternos, más las amenazas que requiera el caso. Además, se procederá a exigirle al menor que indemnice a sus sufridos padres por esta causa, incautándole la paga completa del trimestre veraniego, más la realización obligatoria de tareas domésticas gratuitas hasta la consecución del aprobado.

Dos suspensos o más justificarán el envío del menor a la calle a ejercer la mendicidad responsable –Luis, ¡cabronazo..., ojo al parche!–, ingresando los devengos cada noche en la caja familiar, y con gritos ásperos como recompensa, de seguido a cada entrega.

Queda suspendido el derecho a toma eléctrica gratuita para la recarga de las Game-boy y cualesquiera otros dispositivos similares, siendo así que gastan corriente y además embrutecen, quedando cada menor emplazado a estos efectos, o símil adulto que los use –que también los hay–, a buscarse la vida en casa de los vecinos como mejor sepa y pueda, y sin pucheros ni pataleos. Se sugieren el parchís o la conversación como sustitutos, y menos recomendablemente el ajedrez, pues pensar cansa, demacra y da apetito.

El ingenio receptor de televisión, voraz consumidor de energía eléctrica y espantoso vehículo instigador de infinitos gastos innecesarios, vía publicidad, ha sido sustituido esta mañana por una cacatúa de vistoso plumaje, criada en la arboleda próxima a las instalaciones de Torrespaña, por lo cual dudo que nadie note la diferencia, aunque lo hago saber a los efectos oportunos y por mor de completitud. Tras compleja gestión, exitosamente resuelta, los inevitables gastos de mantenimiento del volátil comunicador los patrocinará doña Fátima, la vecina del cuarto centro, a cambio del derecho a una visita semanal de una hora, con té y conversación incluida –y dicha infusión en la cantidad de un sobre, con limón, más una cucharadita de azúcar, pero sin galletas–, pues está muy sola.

Los estudios se consideran un lujo por debajo de la nota media de sobresaliente y por encima de los catorce años. Quedan pues suprimidos en estos casos, porque además es de sobra conocido que hace ya mucho tiempo que no sirven para prácticamente nada, ni siquiera para buscar trabajo y, no digamos ya, para encontrarlo.

Se acabó también el –me duele la tripa, mami, mucho–, pues ahora el médico hay que pagarlo, y la medicina social es actualmente un lujo exclusivo para ricos, inalcanzable para nosotros y por lo cual se volverá al antiguo, reputado e infalible remedio del ayuno de venticuatro horas completas, adquiriéndose además, cuando sea posible y con cargo a los fondos de contingencia, botella de aceite de ricino para usar en los casos más resistentes.

Para los catarros y toses se volverá a las inhalaciones de vapor y al pañuelo, de tela, por supuesto, artículo este largamente reciclable y duradero donde los haya, y por si alguien lo hubiera olvidado.

La pensión de la abuela, aunque recortada ya en un 20%, seguirá siendo garante de la adquisición ocasional de pan, patatas, leche para los más pequeños y partidas de pollo próximo a la caducidad. Así que, ¡por Dios!, cuidarla muchísimo y no la disgustéis nadie, nunca, ni por ninguna causa.

Por último y en lo tocante al Seat Toledo paterno, se sustituirá por un vehículo Mercedes, Audi o BMW de gama media-alta, no por capricho o lujo, es evidente, sino por necesaria causa de representación de la institución del pater familias y por la acuciante e insoslayable necesidad de tener que acudir con el debido decoro que solo estos vehículos prestan a todas esas sucursales bancarias, casas de préstamo, montes de piedad y oficinas de usura gracias a las cuales podéis todavía seguir comiendo mortadela algunos días, y con la que está cayendo.

Vuestro afectísimo y desolado padre, esposo, familiar y amigo que lo es:

Alberto


Nota: El canibalismo sobre los miembros más debiles o enfermos de la unidad familiar o la prostitución de las hijas o hijos pre-adolescentes, no se han contemplado aún en esta batería inicial de medidas de contención del gasto, así como el trabajo esclavo y gratuito de otros hijos mayores, en economía sumergida o delictiva y sin más, de haberlo, y a cambio de alimento exclusivamente, lo que no constituiría poco alivio de la carga familiar, desde luego, pero por causa simplemente de amor de padre y aún siendo económicamente desaconsejable.

No se tomarán pues estas medidas en consideración mientras no se observen estados de consunción que las aconsejen o hasta que los jóvenes no cumplan la preceptiva edad de trece años o muestren el desarrollo psicofísico adecuado para sobrellevar con éxito las exigencias del lenocinio o del esfuerzo laboral, aunque se avisa que son pasos que sin duda acabarán teniendo que acometerse, aunque de acuerdo siempre con los adultos de la casa, y lo que se anunciará a los efectos y en el momento oportunos, y porque no todo en la vida habrán de ser solaces, juegos, despreocupación y esparcimientos, pues también hay que saber atenerse a las cosas serias de la vida y aprender a aceptar los sacrificios necesarios para el bien de la familia y para colaborar cada cual en el imprescindible mantenimiento de todos.





.