martes, 8 de mayo de 2012

Bankia. Tomia el dinerio y corrie.

En materia de caudales y dignidades, ehhh,..., ehhh..., bbbb... bbhhh, ehhh..., ehhh..., este Jano bifronte que tenemos hogaño por timonel, superando toda altura de comunicación institucional anterior, lo cual no es poco logro como para no reconocérselo, y en lo tocante a Bankia y a las ratas que huyen del banco, volvía esta mañana a afirmar que la última cosa que haría sería dicha cosa y su contraria o ninguna, pero todas ellas, en unidad de acto y como buen notario, y que no hará, ni lo duden, ni la una ni la otra, ni la anterior, la posterior o la última, pero que hará la que no haya más remedio que no hacer, o sí, o la peor, o la que sea, que sin embargo será la mejor, –¡no lo duden ustedes, y no me temblará la mano!–, o la que menos le guste al infeliz varón, porque... ¡a ver quién se habrán creídos ustedes que soy yo como para no saber lo que me digo y lo que no me digo!, y acabando, en definitiva, por perpetrar, que no por hacer, queriendo aunque sin querer, ex profeso, pero por casualidad, forzado pero aplomado, otra más de las muchas que no hubiera tenido que hacer jamás, aún gustándole, pero sin agradarle lo más mínimo y, en definitiva, disponiéndose a entregarle, en préstamo a fondo perdido, pero a devolver ¡quede claro!, y jodido pero contento, de espaldas pero de puntillas, de lado, aunque de costado, volente y también nolente, renuente y más que decidido, otro respetable pellizco más de la que fuera antaño nuestra rolliza y saludable nalga pública –y hoy patética posadera, con los pellejos colgando y el liguero en el tobillo–, a la entidad bancaria privada que nos ha tocado en suerte tener el privilegio de sostener este mes, por nuestro bien, se comprende, siendo la tal Bankia al parecer; y ya nos comunicará sucesivamente, seguro, aunque solo tal vez, por el protocolario conducto y sin miramientos, sin lubricación pero con cariño, con palabras amables, pero firme, –vamos Españita, chati, estate quieta ya jodía, que esto urge, date la vuelta y deja de protestar, anda boba... si ya verás que no duele–, sin decirlo más que cuando haya que decirlo, o no, pero sin negarlo, aunque todavía no, pero ya veremos, ni sí, ni quizá y no te diría yo que no, aunque lo descarto, pero bueno, tal vez, no seguro, no, pero bien puede, a cuál otra desafortunada entidad habrá que untarla de yodo y entablillarla para julio o septiembre y colocarle su enema y pincharle su gotero ¡Ay que pena más grande!, y no, no por su mala cabeza, la pobre, sino por las circunstancias, que ya es mala suerte..., y así en sucesivas sesiones de oratoria para parvulario, o de juegos de manos para amputados por los codos –y los escuchantes de sus entenderas–, a su parecer, y que ríanse ustedes de Houdini, de Madoff o del Cavaliere Berlusconi, que en lo tocante a defectos no le cedía un punto a nadie, desde luego, pero que se te plantaba delante con los brazos en jarras y te espetaba directo y a la cara –¡te voy a robar, cornuto!–, y con la misma le echaba una mano a tu cartera y la otra al parrús más cercano y... amén Jesús, no cabiendo la más mínima posibilidad de que nadie se llevara a engaño, prostituta de lujo o presidente de los Estados Unidos de América que fuera, que todo hay que decirlo.

Pero siquiera avisaba y se sabía a lo que venía, así le vieras de espaldas, besando la frente de un niño, jurando por la loba de Roma o por el ceñidor de la sagrada túnica de la Repubblica, recogido en oración en el Vaticano o despatarrado en el sofá de su casa con el batín abierto junto la cabellera ondulante de la ministra Carfagna, arrodillada a sus pies, y dejando asomar su nuca, arriba, abajo, arriba abajo, arriba abajo..., agitándose a la altura de su cinto, leyéndole un articulado, resumiéndole un decreto, o mientras le musitaba –ma guarda che sei porcone–, un secreto del servicio secreto, y atendiendo solícita a sus secreciones más constitucionales, como demandaba su cargo.

Y daba la misma risa –por no llorar– ver esta mañana a nuestro mandocantano, y si no fuera que se trataba de un atraco entero y verdadero, con tiroteo generalizado de fuego real, de los que obligan a desalojar a los enfermos de los hospitales y a los niños de los colegios, aunque por el corto periodo de unos años, –es solo por seguridad, compréndanlo–; balbuciendo, desmintiéndose aún antes de mentir, negando y afirmando y poniendo en duda lo dudoso, negando lo cierto, certificando lo falso, pero inevitable, y que si palabrita del Niño Jesús y que si moviendo las tres cartas con pavorosa bisoñez–¿dónde está la bolita, eh... ehhh...?, –nada por aquí, nada por allí, ¿pero dónde estarán los diez mil millones, eh?...–, pero no como el incomparable Tamariz, sino peor incluso que este servidor, si es que alguna vez me pusiera a ello, pero tampoco como el avezado tahúr que logra disimularlo con arte incomparable y aparenta ser el caballero más inocente del batel o del balneario, o como el lelo perfecto que se acerca trastabillando a su víctima –¿tocó mocho, eh, eeeeh... tocó mocho?– y acercándole el brazo colgante y desvalido para que el ánima piadosa le lleve del mismo, motu propio, al cajero, y entonces si te he visto, no me acuerdo, ¡so memo!

Y creíamos que la cuarta parte del país no tenía trabajo ¡Y un cuerno!, que aquí trabajamos de sujetador y de corsé de ballenas todos y sin faltar ni un párvulo, que colabora aportando su no guardería, y así lo conozcan o no el ángel o sus padres, y hasta el último subsahariano también, cada vez que se compra una barra de pan o se monta en el metro, que no vean el tamaño de las descomunales ubres que nos toca, nos tocó y nos tocará apuntalar cada jueves y cada marzo.

Y qué lujo de puntillas, de tornasoles, de calados, de bodoques, de pasacintas, de gasas, de plumas de marabú, qué profusión de elásticos, y qué livianos pero titánicos elásticos y cordones y qué tirantes, y qué centelleo de corchetes y de hebillas, y qué armazones de hierro y de ballenas toca disimular con gasas y tules y apretando, apretando, apretando, apretando... para no acabar nunca de contener el inevitable estallido.

¡Ma venga, venga a vedere!, ¿aveva mai visto tanta abbondanza, Cavaliere?, palpe, palpe, mire usted qué maravilla–... y de fondo la musica de E la nave va..., de Federico Fellini, o un pasodoble, –¿Pasas, Mariano?–, ¡pasoooo!, o... ¡maaaaaaammmmbo!, como debate de vodevil cinematográfico, moderado por Bardem y Berlanga, con Montoro de estrella invitada, y a falta de otros debates que sepultó el tiempo, siquiera símil ideólogicos o cripto parlamentarios que fueran.

Y luego dirán que si el Borbón y que si lo de Grecia y que si el Borbón y Grecia...

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