¡Qué espectáculo ayer!, comparecía el señor Trías, alcalde de Barcelona, casi lagrimoso y gimoteando ante la mera opción de extender el trazado del tren de alta velocidad hasta Extremadura, aduciendo que a ellos, ¡ay desdichados! no se les hace ni una estación o una instalación portuaria, y contestaba entonces el mandamás o su mandoloquepuedo especular y del otro extremo de nuestra triste cotidianeidad, el señor Monago, bramando como un tigre y diciéndole que viniera si tenía cojones y le dijera eso a la cara. Solones todos, y cada cual según su capacidad.
Y no sería lo más entristecedor a destacar el que cada de ellos no deje de tener su parte de razón en la polémica, pues argumentos reales no les faltan, sino que lo desolador es ese aire de agravio permanentemente esgrimido por unos y otros ante sus audiencias, el manejo simplón y populista y el recurso permanente al puchero o a los decires tabernarios en unas cuestiones que si serían definitivamente de las de resolver en despacho, sentados entre expertos, en negociación civilizada, al amparo las matemáticas, la ingeniería y la economía, incluso, y sometiéndose al dictamen de la razón del interés público general y considerando las opciones desde la lógica del beneficio de la mayoría de la población y de los intereses del estado, que, de últimas y además, será el que acabará aportando los fondos y al que se apelará para que acuda con el árnica cada vez que estas cosas de los cuentos de la lechera vengan mal dadas, como puntualmente viene ocurriendo.
Y de no ser porque los dos números de varietés están grabados convenientemente, y además pasados por los informativos para cumplida didáctica pública sobre la gestión del territorio, la redistribución de la riqueza, el sentido de la vertebración del estado y el mejor entendimiento de las sutilezas y de la finezza necesarias para convivir en democracia, pensaría uno que estas peleas como de casino o de burdel ya no eran más piezas de costumbrismo de hemeroteca, interesantes para una buena formación sociológica, literaria o artística, pero que estaban un tanto, dijéramos, pasadas de moda, o para entendernos mejor, que ya no eran tendencia.
Pero no, y es que casi siempre suelo estar equivocado o que me niego a someterme a la continua constatación de que la verdadera y eterna tendencia es la pendencia, precisamente, y a la de que el estado de las autonomías es un terrible peaje disuasorio, definitivamente. Disuasorio del uso de la inteligencia.
Porque si cada vez que hay hacer un tren de Andújar a Cornellá se le encuentra la lógica suficiente para que además pase por Villablino, concluyendo además que lo más justo, de no hacerse de esta manera, y por causa de sobrevenida protesta del señor regidor de Arenas de San Pedro, sería entonces no hacerlo o, en su sustitución, construir aeropuertos peatonales en los puntos más próximos a cada localidad natal del conseller o de los corregidores implicados o, adoptar como solución de compromiso la construcción de un carril bici, y teniendo que oír que todo esto haya de entenderse como naturalmente bueno –y además acatarlo–, acabará entonces en que parte del personal termine suspirando por caballeros como el señor Mussolini y sus iguales, lo que no es hipótesis, pues ya está empezando a ocurrir acá y acullá, y por causa del más que comprensible hartazgo de muchos y porque tampoco tienen que ser necesariamente todos los administrados doctorandos en ciencias políticas ni ejemplos de mesura, cuando además la mesura es precisamente el último de los ejemplos que se les proporciona.
Y saber encontrar un término medio entre la práxis de don Benito, que según cuenta la leyenda, no, pues es hecho histórico, agarró pluma y regla en su despacho, más mapa de Italia a generosa escala y en presencia de los despavoridos ingenieros y demás técnicos y sabedores encargados del asunto, se puso a tirar líneas rectas como un poseso, indicando el obligatorio trazado de las primeras autopistas que se realizaron en el mundo, y que, por supuesto, se hicieron siguiendo exactamente esas líneas, a inimaginables costes de expropiaciones, túneles y viaductos, y este otro modelo, tan nuestro, de llevarlas de acá a acullá dentro de cada cacicazgo o autonomía, como señorito que trazara senderos por su finca, a su mejor gusto, de la tumba de la abuela Amalia al pino piñonero, del columpio a la barbacoa, de la pista de tenis al banco recoleto bajo la hiedra, bien podría ser una tarea a la cual dedicarle algún espacio de pensamiento político, algún esfuerzo ideológico, o alguna intención de estructuración mental y, a ser posible, obrando sin tener demasiado en cuenta el hemisferio tonto –o natal– de cada cual.
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