miércoles, 21 de enero de 2009

¡Ay las mejoras!, o la cólera de Dios.

¡Ay las mejoras!, o la cólera de Dios.

Nada más alarmante que dejar a un tonto a cargo del pulsador de la alarma. Y con lo que les sosiega el ruido, además.

La tiranía no es un tronco desnudo sino árbol frondoso y ramificado, y hasta cuya última ramita es culpable, por cierto, así se tape pudorosamente con primoroso ropaje de delicadas hojitas color verde inocencia.

La presunción de humanidad alcanza –incluso– a Michael Jackson. Y sí, es sin duda píldora ésta ardua asaz de tragar, ya que preguntan.

Circulando apenas a media altura ya se tiene la sensación impagable de volar muy alto. Lástima.

La letra y la música de cada cosa. Y además su tempo, su compás, su clave, su armonía, su contrapuntos, su melodía, y, –qué cansancio–, también su letra pequeña. Demasiados frentes a los que atender. Por eso nos roban tan impunemente el tiempo, el alma y las cosas, a todos, y a los músicos, además, les robamos completas sus letras y músicas, por añadidura, si bien parece cosa ésta última de las que no deban de proclamarse, por urbanidad y por conveniencia general, siendo incluso ya algo tarde para empezar a exigir la abolición universal de internet, este planetario patio de Monipodio. Así que irá a ser que no.

Producto nacional bruto ¡Y tanto!

Y los ves quejándose, meneando impotentes la cabeza y musitando: ¡hay que ver el precio al que nos están poniendo las cadenas, estos cacho cabrones!

La duración sólo le es dada a lo inefable. Y lo demás dejémoslo en contingente, para no dar el paseo en balde.

La únicas pruebas irrefutables de la existencia de Dios –ciertas contadas piezas de Bach– son al mismo tiempo la mejor prueba de su inexistencia, que ningún omnisciente o hacedor medianamente en sus cabales dejaría morir así, sin más, a propagandista semejante. Y ganas me dan de pagar unos buenos euros para que la memez ésta de reflexión vaya dando vueltas por ahí unos días, escrita en el culo y en las cachas de un autobús urbano, sobre el fondo de una partitura, por ejemplo, y al rebufo de la existencia de otras parigualmente memas, je, porque he visto que no sólo no se ríe nadie de ellas, sino que las sacan en el telediario, madre mía del amor hermoso, a ver si alguien es capaz de explicarme, por caridad, cómo se logra...

Se prefiere con mucho lo confuso a lo diáfano, aunque sólo sea por el placer de poder lanzarse a interpretar al gusto, me imagino.

El graffiti es el mejor sistema conocido de dejar esparcida la basura en la pared, en lugar de en el piso.

El libro no educa a quien lo lee con el fin de educarse (Nicolás Gómez Dávila).

Sólo leo contemporáneos, de Epicuro a Boecio, a Erasmo u Omar Kayyame pasando por los Migueles: Cervantes, Hernández, Espinosa y Marías el joven, por citarlos contados. Los antiguos, en cambio, ya me satisfacen menos.

En lo tocante a barbaries de las de bolsillo, tampoco me parecen más incomprensibles un eunuco o un castrato que un chorbo de estos, tachonado de piercings.

Podría decirse que la civilización es aquello que queda fuera del alcance de la comprensión, no sólo, sino de la larga mano del poderoso, que a pesar de serlo, sin embargo nunca ha podido impedir, por poner un ejemplo, que un ser humano dé su vida por otro, así por la barba y porque le venga en gana, por dignidad, por sentido de la justicia, por caridad, por altruismo, por fe religiosa incluso, por deseo de inmanencia o por simple decencia, venido el caso. Ante semejantes manifestaciones de potencia moral, el poder nunca ha podido hacer otra cosa que menear resignado la cabeza y, a lo sumo, cambiarle el nombre a una calle con la pompa que requiera cada caso. Y a otra cosa, mariposa.

Cualquier problema puntual, gracias a la intervención del personal cualificado y facultado expresamente para resolverlo, adquiere rápidamente la capacidad de aspirar a permanente y en no pocos casos, a ese almirantazgo de los problemas que les supone el lograr alcanzar la categoría y el cargo (con sus pertinentes sopados y emolumentos) de insolubles.

Lo que menos soporta el verdugo es una sonrisa de inteligencia.

Se suben al cajoncillo ese del logotipo, de los micrófonos con las pegatinas y los banderines de esto y de lo otro y se arrancan los próceres (o proceresas): Se-pan los vio-len-tos que es-ta so-cie-dad de-mo-crá-ti-ca no va a to-le-rar ni un mi-nu-to más... deletreando con una despaciosidad inverosímil aquello que hubieran de declarar; lentitud conveniente tal vez para una audiencia de pacientes con demencia senil u otras severas discapacidades intelectuales, pero incomprensible de todo punto en cualquier otro ámbito de la vida pública.
Siguen y cumplen con ello los barandas, he oído, las consejas y mandamientos de sus asesores de imagen, que conceptúan el coeficiente promedio de comprensión de los oyentes como bien se puede colegir de esta actitud que tan severamente preceptúan a sus pupilos y tutelados. Y tendrán razón tal vez o no, vayan a saber, pero desde luego lo que es a mí, y supongo que a algunos millones de otros, cuando me hablan así es precisamente la comprensión lo primero que se me anda al garete, pues ya me ocupo yo de inmediato en ver cómo logro distraerme con algo menos lento, insufrible, patético y desde luego ofensivo, por cierto, llegando al extremo incluso, en tales ocasiones, hasta de albergar pensamientos propios; quedándome la duda, después de todo, que tal cosa fuera a la postre lo que verdaderamente desearan alumbrar en la clientela todos estos encajonados y microfonados mendas y sus autorizados asesores, conjeturo.

Contexto, contexto..., el lenguaje es el contexto ¿Quedó bonito, lector?
No, sólo quedaron sardinas, contestarán alguno que otro, distraídos evidentemente, y con la cabeza en otro contexto, quod erat demostrandi.

Satisfacciones locales. Ladran, luego encabronamos.

El fin implica unos medios, lo que no los justifica, eso sí, pero es que son dos cosas distintas.

El diablo se ata la tolerancia al rabo, con la que hace todos estos estragos, a los que llamamos mejoras.

Cualquier idiocía busca a otra, la encuentra, alzan curiosas el rabo y las orejas según se reconocen, se hocican un punto, se dan gustosa lengua, copulan finalmente con el oficializado desenfreno de los sábados, alumbran otras nuevas...

Hay que ver la de cazos, jarras y barreños sin fondo de alma inmortal, de espíritu trascendente, de inmanencia, de sensibilidad y de razón metafísica que afirman poseer sin duda alguna, y cuanto más espesos, más parecen nadar en la sobreabundancia de todos ellos, que sumados, no han logrado imaginar en diez mil años ni el principio de una tuerca, con su tornillo, y esto por no hablar del dominio del fuego, o de la rueda...

Hay que ver la barbaridad de años que hay que echarse encima para alcanzar una mínima juventud de espíritu. O, dicho de otro modo, cada año me pesan más los muchos que todavía me siguen faltando, creo.

No se trata por lo general de verdadero o de falso, sino a lo sumo de actual o de trasnochado, y esto ya puestos a que se fuera a ocupar alguien de tales antiguallas, que también serían ganas.

En las sociedades matriarcales a las estatuas de Dios en lugar de taparrabos se les colocará preceptivo burka, o bikini, según dispongan el meridiano, el paralelo o el ponderado cruce de ambos, entiendo.

Siempre hay una buena legión afanada en convertir en basura tecnológica y ética cualquier buen invento inteligente, más la preceptiva cola de injuriantes echándole la culpa al que lo inventó. Y no pocos de los que vociferan tendrán sus dos y sus tres carreras técnicas cursadas, faltaría más. ¡Ay San Ricardo Felipe Feynmann, ampárame bajo tu manto cuajado de diagramas como luceros y llévame contigo ya y de una puñeterísima vez a ninguna parte!

A todas estas admirables nuevas generaciones apenas les separan unos cuantos errores exitosos y cum laude del ir a quedarse convertidas, y más bien pronto que tarde, en resentidas viejas guardias.

Cuanto más inteligente, más culpable, sostiene por lo general el común. Y con bastante menos aparato teórico ya habría mimbres más que sobrados para empezar a alumbrar y alambrar un Gulag de esos que no se los salta un gitano, concédanmelo.

El corazón sólo se rige por las inapelables leyes de lo imprevisible.

Epístola moral a uno mismo. Ya que escribes, házlo, como mínimo, sin punto alguno de humildad. De lo contrario, pide perdón.

Tiempos éstos, en los que sólo te cuentan las verdades del banquero.

Si de verdad albergas en tu corazón alguna idea que sabes falsa, tal vez ya hayas embocado con éxito el camino de la buena estrella. Suerte pues, puto falsario.

Palabras que dicen más que mil imágenes: lameculos. Y háganme el favor de no írseme de rositas de la frase. Considérenla despaciosamente, que está aquí para eso. Siquiera y por lo menos, visualícenla, háganme esa caridad.

Mi padre nació en 1909 y comparado con lo que le trajo el futuro a él, a mí no me dejaron los reyes magos ni el diez por ciento de su apabullante catálogo de novedades. Y encima tuve también que perderme dos guerras mundiales y una fratricida, con la de oportunidades de crecimiento que se generan en tiempos de crisis, según pregonan los numerosos sabedores de ello, ¡Mecachis y jolines!, pero es que ando yo hoy metido en harina de quejas, así que discúlpenme las recias interjecciones.

Y luegos tenemos a aquellos de los crímenes en favor de la humanidad, como ellos mismos no se recatan en señalarnos...

Nunca falta quien logra venderte por un justiprecio la redecilla para que puedas llevar cómodamente tu agua de acá para allá.

El éxito del cristianismo nos lo revela toda esa cantidad de cosas excelentes que se han ido llevando, un siglo y otro siglo y por los siglos de los siglos, a crucificar.

Abomina don José María Aznar de aquel Mayo de 1968 y sus conjuntos, de aquellos muchachos parisinos dados a filosofar por las paredes y de aquellos hijos californianos de las flores y de cuántas otras cosas de sus mesetarias mocedades se le alcancen a asomar hoy día por el caletre, parece. Sin embargo salta a la vista que algo sí se le quedó pegado y bien pegado, le guste o no, de aquellos sus antaños de Campeador: la pelambrera, el bigotazo y las pulseras, que hay veces que casi se parece a Frank Zappa, el gachó, ¡Hay que joderse!

Podría decirse que la política se asemejara a una pedrea antigua de aquellas de las de los pueblos, de tan larga tradición por estos pagos, tirando los mozos fuerte, derecho y a descalabrar; aunque será obligado aquí introducir una matización: todos sus protagonistas son artistas consumados de la esgrima corporal, del amago, del agacharse y del esfumarse a tiempo, así que las pedradas nos vienen a caer todas al público, de natural siempre curioso, confiado e imprudente, y con el que ni siquiera gastan la delicadeza de vendarnos antes de la lapidación, como por cierto, sí que se acostumbra en otros lugares.

El éxito y el fracaso de las sociedades cuentan con una vara infalible para medirlos. La longitud de las colas de desesperados por entrar o por salir de unas y de otras.

La lucha contra la inteligencia nada pudo contra el dominio del fuego o la adopción de la rueda. Y se puede apostar sin miedo a que no les faltarían detractores. Pero lo cierto es que hay saberes prácticos que parecen sencillamente superiores a cualquier otra cosa, filosofías y filósofos incluidos, los cuales en no pocas ocasiones, y en cuestiones de sabidurías, es decir en asuntos de su estrictísima incumbencia, parecen simples economistas, explicando lo que buenamente se les ocurra, mal, tarde y a toro pasado, al tiempo que se aplican con profesional disimulo el árnica en los topetazos, mientras ponen el cazo con la otra mano, eso sí, por el dictamen facultativo.

Habrá que hacerse más pequeños, menos voraces, más baratos y sobre todo habrá que ser muchos, muchos menos. Cómo y cuándo alcance a realizarse esta odiosa labor en la que nadie quiere ni tan siquiera ponerse a pensar y que dicho sea de paso, negará de raíz toda la evolución anterior tanto animal como cultural de esta especie de autoatribuidos reyezuelos del esquinazo éste de la creación que vamos desguazando pasito a paso, es algo que nadie sabemos, aunque cualquiera alcanza a imaginarse cuáles serán los métodos elegidos si es que alguna instancia, alguna vez, diera en acometer el doloroso asunto. La única consolación que se me viene a las mientes es la seguridad de que, en lo que a mí atañe, no me quedará físicamente tiempo para verlo. Pero también es verdad que hace venticinco años pensaba yo que de ninguna manera llegaría a ver el que ya se intuía como inevitable, aunque sin duda menos incumbente, deshielo del Ártico, y sin embargo el asunto ha terminado ya como el viejo y eficaz chiste (advenido casi a la categoría de apólogo, para el caso) del aristócrata británico cuyo mayordomo le viene avisando:
–Milord, el Támesis ha crecido catorce pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord, el Támesis ha crecido tres pies y cinco pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord, discúlpeme de nuevo, el Támesis ya ha crecido ocho pies y seis pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord (introduciendo una visita con eso gesto deferente de la mano que distingue a los de su oficio), el Támesis.

Aquel perro de la noticia de hace algunos días, en medio de una autopista arrastrando con todo cuidado por el cuello para sacarlo de la calzada a un congénere agonizante que había sido atropellado. Y es que a veces se vuelve acá y allá la cabeza buscando un hombre, remedando al filósofo, y se topa uno con la humanidad donde verdaderamente menos se la esperaba, y aunque sólo fuera por pura ignorancia, pues en el fondo y bien mirado, viene ésta a manifestarse donde nunca dejó de estar, entre los seres más fieles de la creación, los perros, Diógenes, maestro.

Proceder con el debido orden lleva a admitir que también existen preguntas sin respuesta. Pero cuesta llorar de rabia con estos lagrimones amargos de fracasada divinidad que se nos deslizan tantas veces mejilla abajo. Miserere nobis.

Hay algo todavía más difícil que intentar vivir de escribir, vivir de leer.

Esa exquisitez de escrúpulos de algunos es lo que hace que la mierda nos la tengamos que comer tantos otros. ¡Ánimo, llorones!, y a cada cual su buena cucharadita, como dispondrá amablemente uno de esos simpáticos encargados repletos de don de gentes que nos la reparten.

La vida parece un desesperado agitar de manos en medio de este torbellino ingobernable, aunque hay que ver lo que tarda uno en ahogarse, y aún a pesar de las tantas ayudas bienintencionadas que tiran para abajo.

El cacillo de lo que creías saber se disuelve a la mínima en el barreño de lo que aprendes de nuevo, y vuelta a empezar de nuevo el jugueteo con los tropezones en la sopa de letras.

En lo político, el que más y el que menos quedamos a merced de los sueños de otros, a los que llamaremos pesadillas, para entendernos.

Darwin. Un tipo con suerte, si naciera ahora, 200 años después, tendría que acabar escribiendo “Sobre la extinción de las especies”, lo que se mire por donde se mire resultaría en bien desesperanzada ciencia positiva, que incluiría sin duda la seguramente famosa explicación de “cómo el hombre regresó a los árboles”, con tablas y diagramas en PowerPoint, con su estilo diáfano e inapelable, el de Darwin digo, no el de PowerPoint.

Estilo telemagacín matinal. Las verdades del día, en el mercado, siempre tienen los precios inflados. Pero si negociáis con habilidad os las dejarán en mentiras por un poco menos, y a la hora de presentarlas a la mesa, bien cocinadas y con su adecuado contorno, no habrá gourmet ni invitado picajoso que las distinga, queridas amigas mías.

Cualquier memo te exige actualmente que le demuestres por qué lo es, pues de lo contrario se ofende ¿Y cómo diablos se hace para llevar a un memo a seguir una explicación razonada, partiendo con el debido orden desde premisas sólidas y bien acordadas, y llevándolo a concluir inapelablemente? Átenme Ustedes esa mosca por el rabo.

Las ratas nos llaman una vez y otra a consultas. Para ratificarlas.

Delirante espectáculo el de esos estamentos, instituciones, organismos e incluso estados soberanos que piden a bombo y platillo sus perdones de cocodrilo a los biznietos y tataranietos de los ofendidos y perjudicados, como si pudiera existir de verdad algún ser vivo responsable de las culpas de sus tatarabuelos. Bueno, en realidad sí que concibo una miseria todavía mayor: la de los biznietos y tataranietos que exigen y hasta agradecen semejantes sainetes, esperpentos, comedietas y demás artes del oficio.

El único camino recto es el estrecho senderillo serpenteante y resbaloso que hay que irse desbrozando a diario, a mordiscos y machetazos, y contando, desde luego, con la preciosa ayuda de nadie.

Penetra más fácilmente un susurro que un grito.

Puestos a dirigirse a facasar, más valdrá hacerlo revestidos con adecuado pontifical.

No concibo mayor angustia intelectual, rayana casi en el dolor físico, que la contemplación despavorida y estupefacta de esas fotografías astrónomicas del inimaginable aglomerado de mundos inalcanzables a cuyo conjunto le llamamos firmamento. “Los verás pero no los catarás”, parece casi decirme una voz malévola a la espalda, y es entonces cuando me dan esas ganas terribles de liarme a patadas con los catalejos y los espejuelos y de ponerme a escuchar a Bach, por si hubiera suerte y se me cayera una lágrima, tal vez de resignación, tal vez de confuso entendimiento de vayan Ustedes a saber el qué. Y que Newton me perdone...

Una memez llama a la otra y ellas solas se hilvanan como cadena de bases nucleótidas flotando en esta aromática sopa primordial de perfumado ADN social. Y la única defensa que queda es ir a disolverse voluntariamente en álcalis, arrojándose en compañía del personal albedrío de cada cual a un caritativo matraz, repleto hasta arriba de apaga y vámonos.

El día que hayan logrado empujar al suicidio hasta al último cliente a ver cómo carajo se pagan las facturas entre todos ellos, hablo de nuestros bienintencionados proveedores, bien se comprende.

Videntes. Más vale predecir que currar, entiendo que entienden.

Desconfía de todos estos falsos filósofos que nos pasamos la vida empinando el todo. ¡Vergüenza tendría que darnos!

No existe el así llamado delito “de opinión”. Lo que de siempre ha resultado punible es el delito de diferente opinión.

Metáforas de metáforas de metáforas... que todavía están por construir, aunque sólo fuera por una sola vez, un ingenio cualquiera que funcione, las inútiles.

La estulticia tiene el pie ligero, mucho más ligero que el pie de cualquiera que huya despavorido de ella. Y así sabemos cada día más de la difunta Rocío Jurado, que ella descansará en paz sin duda, pero aquí abajo, a los que todavía permanecemos frente al plató, no nos han permitido ni una mala tarde de asueto, porque seguimos sabiendo también, cómo no, de Jesulines y Jesulinas, y de fulanos, zutanos y perenganos innúmeros, con sus coimas, nos guste ello o no, y además sin esperanza de alcanzar olvido alguno, pues basta con el mero azar y ese hozar normal de un ser humano por los alrededores de su día, para que cualquier revista, cualquier televisión, cualquier radio, cualquier conversación nos remitan a ellos una y otra vez, tenaces como esa gota de agua que acaba disolviendo las piedras o como el águila masticadora de hígados que le tocó en suerte a Prometeo. Tenemos así una parte de nuestra memoria secuestrada de por vida y ocupada manu militari por toda esta futilidad con causa clara, el sonoro don don do do don es don dinero, del clásico, proceso éste además que acontece sin término, dictatorial, opresivo, estultificante y desde luego insoslayable. Y no encuentro el botón de reset, por añadidura. Mal rayo los parta.

El estado actual de las artes lleva a pensar que los diferentes creadores se han intercambiado entre sí los instrumentos con los que practicarlas. Calderero a tus zapatos, que diría uno.

Antes de ser fusilados de cara a la pared sepan que entre los derechos inalienables de todos nosotros está el de exigir la revisión de las condiciones higiénicas y el necesario acondicionamiento, en su caso, del citado muro. Den por seguro que no existe gobierno que no disponga de un departamento dedicado expresamente a ello. Reclamen sus derechos. De nada.

Balbuceas y te comprenden. Hablas alto y claro y te rodea una sincera y cortés estupefacción. Tal vez habría que probar con pautas sincopadas de cuescos, o de eructos, o de rictus, un dialecto morse a base de una bestialidad común a todos con el que finalmente ser capaces de entenderse unos y otros, cabalmente...

No sé yo si los androides soñarán (cuando existan) con ovejas eléctricas, según ese bello acierto del famoso cuento de Felipe Kindred Dick, pero por lo que a nosotros respecta desde luego que sí, podemos soñar con ovejas eléctricas, hinchables, de peluche, de carne y hueso, estofadas y además con cualquier otra cosa imaginable, lo que constituye el principal problema que tenemos, la no limitación de los sueños en oposición a los clarísimos límites de la realidad, cuestión frente a la cual esa siempre espinosa y difusa ciencia de la interpretación de los mismos, resulta, bien mirado, una bagatela.
En cualquier caso, si podemos soñar también los sueños que postulamos para los androides es que tal vez ya lo seamos, lo que ya es más inquietante.