domingo, 10 de noviembre de 2013

Canal Nou. Esclavitud 2.0.


Los que antes iban en taxi y que ahora no tienen ni para el metro quizás sean los que mejor debieran entender el profundo sinsentido que parece habitar en esa marea de población que sale de estampida a la calle a protestar por el cierre de un canal televisivo. Pero no, qué contrariedad, porque más bien se diría que esa marea, precisamente, esta compuesta por un gran número de los que antes iban en taxi y que ahora no tienen ni para el metro, y que expresan así su santa y sin duda justificada indignación, pero en defensa de aquello que menos les sirve (en todas las acepciones del término) y menos les interesa y no en contra de aquellos que propiciaron tal estado de cosas o, mejor expresado, de ruina.

Porque se recaba entonces la sensación de que un canal televisivo fuera algo tan imprescindible como un hospital, un colegio, o la caja común que entrega las pensiones y el subsidio de paro. Pero no, otra vez, porque ese canal, otros canales parecidos y demás entes de ese jaez, que harto abundan, son, precisamente y entre otras cosas, máxime en estos tiempos de pavorosa carencia de fondos públicos, antagonistas que detraen, por causa de su propia e inútil existencia, caudales imprescindibles para hospitales, colegios, cajas de pensiones y subsidios y para otras muchas prestaciones, esas sí, de verdad imprescindibles, e imprescindibles igualmente tanto para los que van en taxi como para los que no tienen ya ni para el metro y asunto este que, aún resultando impensable para algunos de los del primer caso, rápidamente entrarán en tan juicioso conocimiento según ingresen en las filas de los del segundo, trasvase que, por cierto, será más que bastante seguro para muchos de ellos en estos tiempos de tan novedosa, beneficiosa, dicen, y revolucionaria esclavitud 2.0.

Y ese, al parecer, intocable principio de la defensa del trabajador y del puesto de trabajo, aunque ya tocado, retocado, manoseado y ya más despreciado, depreciado y vilipendiado que deyección animal, parece convertirse en el único que esa marea ofendida sale a defender, animada seguramente por loables impulsos de solidaridad humana y de rechazo a nuestra propio existir como ciudadanía basura, pero carente de otras razones que puedan justificar tamaña indignación por la afortunada supresión de lo dispendioso, lo inútil y, más seguramente, de lo dañino, cosa que cualquiera se vería llevado a celebrar. Porque tanto clamor lo justifica solo y sin duda la existencia de mil seiscientos parados más, y en esto, de acuerdo, pero solamente hasta ahí.

Porque, con responsabilidad de sus empleados o sin ella, Canal Nou era una basura. Telemadrid es una basura, La televisión de Castilla y León es una basura. Y hasta esta última, hablo de las que conozco. De las que no conozco, no sé y no puedo opinar (lo sé, soy un caso raro), aunque dado el formato del modelo, sus razones y fines, pocas esperanzas me hago.

Todas despilfarran, todas tiene deudas que no pagan por sí mismas y que acaban finalmente teniendo que ser asumidas por cada Comunidad, es decir, por nuestros bolsillos de cada cual, y aunque despilfarran y adeudan unas muchísimo más que otras, y en esto, Canal Nou era el paradigma de la casa de los horrores, el objeto y razón social de cada chisme de este tipo, por no llamarlos entidad, a lo cual me niego por simple causa de civilización, es el de servir de puro aparato de propaganda de cada poder autonómico.

Pero aparato que en lugar de pagarlo de sus fondos cada partido que disfruta y dispone a su antojo del poder local, es sufragado por la ciudadanía con sus impuestos, a cambio de ver Tómbola, a cambio de ver las imágenes de un helicóptero sobrevolando aldeas, pero pagadas las tomas a precio de tomografías axiales y acompañadas de textos que hacen añorar los de la Sección femenina y a cambio de ver solo el perfil bueno de cada cacique del lugar, rodeado de sus hechuras, incensado, bajo palio, prodigando flatus vocis y cortando cintas e inaugurando edificios cuya falta de uso real y cuyo solo coste de mantenimiento llevará a tener que derribarlos así que pase un decenio y anunciando iniciativas una larga mitad de las cuales redundó, redunda y redundará en un desfalco al erario y en la subsiguiente necesidad de cubrirlo, con los preceptivos intereses, por parte de la población, que es igualmente quien sufraga, con deuda futura, los planes descabellados, los sueldos descabellados, las obras descabelladas y las comisiones mas bonitas que un San Luis y en realísimos euros de vellón que se van detrayendo y distrayendo en todo el proceso.

Obras que no fueron otra cosa que amores para los comisionistas e iniciativas todas y cada una de las cuales encuentran su contrapartida en eso que llamamos recortes, pues en eso es dónde da el asunto, sin excepción. –Os damos Tómbola y quitamos ambulatorio, damos comisión y quitamos libros de texto, traemos al Papa alemán, y nos llevamos, en justa correspondencia, a los chavales a currar a Alemania. Le pagamos el viaje a él y, a cambio, a ignotas personas les sufragamos su ¡me lo llevo! Vosotros ponéis las derramas y a cambio veréis al Papa en la tele. ¡Arrodilláos y agradecedlo! Pero aun os quejáis, bribones. Pues entonces os quitamos las becas orgasmus, ¡dilapidadores!

Porque es en esto, en máquinas de desviar fondos sin sentido ni beneficio común, en lo que de verdad han devenido los canales autonómicos, las autovías de peaje sin usuarios (–es que no tengo para el metro, así que discúlpeme por no usar la de peaje, como está mandado, agente), los parques temáticos, (–es que no tengo para el metro, agente, discúlpeme por darle al niño una galleta y no llevarlo a disneiguó, como está mandado) las ciudades de las músicas, las artes y las musas (–es que no tengo ni para el metro, discúlpeme porque me he bajado un mp3, contra lo que está mandado, agente), las orquestas nacionales de Cantalapiedra y los balets imperiales de Fuente del Pie, las casas de las justicias y los polígonos de todos los emprendimientos que no serán, por no llamarlos empreñamientos, que tampoco serán, porque no tenemos ya ni para parir hijos (–discúlpeme usted por no poner una empresa, agente, como está mandado, discúlpeme por no follar –perdón, por no hacer el amor– y limitarme a seguir al padre Onán, es que no tengo para condón ni tendría tampoco para Dodotis y discúlpeme por respirar hondo, es que voy corriendo porque no tengo para el metro, que lo han vuelto a subir, agente, y discúlpeme usted, discúlpenme, discúlpenme ustedes, superagente Guindos, comisario Montoro, Eminencias reverendísimas...).

Y así, esa marea clamando contra esos despidos de la fiel servidumbre de un amo incalificable, tiene sin duda un lado sentimental por el cual entenderla, pero es claro que no se pronuncia contra el propio trabajo innecesario, vergonzoso, servil, tergiversador y despilfarrador del bien común puesto a disposición y a las órdenes de unos delincuentes presuntos, algunos de ellos, sus propios jefes, ya procesados y algunos ya en prisión preventiva, y a las de los propios jefes políticos de sus jefes, algunos ya también procesados y otros aun por encausar.

Esclavos de chorizos, pues, de esclavos de chorizos de esclavos de chorizos... cajas chinas, cajas de primoroso esmalte de Manises, de delicados trazos de Sargadelos, cajitas de polvos para esnifar ‘contenidos’ con tapas de damasquinado cordobés. –Vendo los medios y hasta las medias, vendo mass media, vendo complejo de comunicación con cafetería y sin bicho. Precios imbatibles, oportunidad única por cierre, ¡Compre, compre televisión autonómica!, que se la dejo muy arreglada, señorito, dos canales por uno, mando a distancia, edificio representativo y de alto standing, sistema de escuchas hasta en los urinarios, parquing cubierto para directivos...  Me da el ochenta a mí, señorito, y el veinte, en negro, para un amigo que ya le indico..., venga, venga por aquí, mire qué chula la página web...

Y todo ello, a expensas de lo todavía mucho que quedará por verse y por venir, en Madrid a continuación, donde esto mismo ocurrirá en breve y donde se cerrará la vergonzosa Telemadrid, se despedirá a sus trabajadores, a los culpables y a los no culpables igualmente y se intentarán averiguar, con el éxito que es de suponer, las responsabilidades de los mandantes, peristas, ejecutivos, aguadores y dirigentes (vayan ustedes a saber quién es quién) por el mismo tipo de expolio y malversación y con las mismas características.

Que son las mismas que las habidas en las cajas de ahorros, en la gestión andaluza de los Eres, en los planes de pensiones tipo Morgan en la toma de Portobelo, en las preferentes de la impoluta y ejemplar banca legal, en la edificación abusiva e innecesaria... y todas ellas hijas del mismo padre, por no decir de la misma puta. Que es la dejación por parte de la administración y del legislativo de los controles necesarios para hacer viable una vida y una economía pública, hoy abandonada sin más a esa ley de la jungla que llamamos libre mercado.

Que parece ese libre mercado tan poco aconsejable a la larga y en sociedad civilizada, pero no en esclavería, como la libre existencia de milicias de mercenarios particulares armados o como aquel, seguramente tan deseado como inviable amor libre, del que tanto se oyó y dijo hace unas décadas, pero que tanta mala descendencia ha dejado en estos colchones, tan elásticos, del vivir cada cual haciendo su antojo y real gana, y el que venga detrás, que arree, aunque principio hoy ya advenido a mandato jurídico, por suerte para algunos.

Y ocurre, finalmente, centrándose en los gastos superfluos, que el sudado PNB que es solo fruto y obra del esfuerzo de toda la ciudadanía, y es uno, uno y no trino, uno solo, mide lo que mide y no se estira como una goma. Solo puede agrandarse pidiendo un préstamo a terceros. Es una cinta rígida, es un palo, es una varilla. Si se le corta de un lado un trozo para dárselo a alguien, a una televisión, por ejemplo, a un comisionista, a un amigo, en fin, a nadie que lo necesite para nada relevante ni para nada relacionado con el bien común, el largo total de la varilla tendrá de menos eso que fu dado o cortado sin razón alguna, y si se necesita después cortar eso mismo por el otro lado de la varilla, para un hospital, para un servicio común e imprescindible, faltará y llegará el momento, en el que ya estamos, en que ya no hay varilla para cortar. Y entonces solo quedan dos caminos. Uno, negar lo necesario, otro, pedirlo prestado. Y pagar de más por ello, entre todos, bien se entiende.

Pero lo que pretendo con este cuento es solo explicar que el trozo de menos que hay negarle hoy a cada usuario justificado de la varilla, es decir, el recorte, es el que ya se efectuó con anterioridad para entregárselo al usuario injustificado. Y que lo imposible es hacer dos recortes donde solo había para uno. Ese es el drama nuestro de cada día y la culpa de nuestros inconscientes administradores. Lo despilfarrado sin necesidad, lo pedido prestado para levantar una obra inútil. No digamos ya, de lo desviado criminalmente.

Y las televisiones autonómicas entran plenamente, aunque unas más, otras menos, en función de la mejor o peor calidad de la gestión de cada una de ellas, en lo que he llamado usuarios injustificados de los bienes públicos, contemplándolo desde la óptica de la utilidad o desde el concepto de bien público. Es decir, que estas maquinarias aun no generando deuda y limitándose a gastar el presupuesto, sin más añadidos, ya cuestan ese mismo presupuesto, que bien podría haberse destinado, no ya ahora, sino desde siempre, a otros capítulos de mayor necesidad. Y es que quitan, en definitiva, mucho más de lo que dan y no generan beneficio alguno y, en última instancia, y dadas sus terribles servidumbres, ni siquiera representan a esa siempre última escala de los bienes que es un bien cultural, ni a nada relacionado ni remotamente con el bienestar de nadie, más que el obtenido para sí mismos. Y esto es así se mire por donde se quiera mirarlo, y si es que se quiere pensar en términos de lo público y del beneficio para la ciudadanía, que es para lo que se contrata, mediante votos, a demasiados incapaces e impresentables de entre los muchos electos.

Y los trabajadores, serán trabajadores, sin duda, y es de lamentar su pérdida del puesto de trabajo y de sus derechos, pero tampoco cabe duda de que no desempeñaban una labor de utilidad, bien por causa de sus propios jefes, que hicieron de lo inútil lo dos veces inútil o incluso dañino, bien por la intrínseca falta de necesidad pública de esta clase de artefactos, cuya única función ha terminado por revelarse como exclusivamente propagandística, con frecuencia dirigida a la desviación de fondos públicos hacia intereses espurios y ocultos y resultando, además, en simples maquinarias de colocación de servidores fieles a los cuales recompensar.


Y, lo mismo que es un trabajador, con sus derechos y su dignidad, ese individuo inoportuno que llama a un teléfono particular a cualquier hora del día para ofrecer un servicio que no se le ha solicitado, y siendo lo más inverosímil de esta práctica el que sea legal y no se persiga esta actividad como cualquier otra calamidad pública derivada de un inapropiado afán de lucro, el de su empresario, bien se comprende, pero que, a fin de cuentas es una actividad privada que no sufragamos involuntariamente entre todos; estos otros, trabajadores también, y hoy, para su desgracia, despedidos, pero de entes costosos e inútiles que, laus deo, se cierran, tienen todo el derecho, sin duda, a quejarse de ello, así como la ‘marea’ a apoyarlos. Pero no a apoyar, vaya palabra esta, y en lo que ha dado, a semejantes entes que lo único que han hecho, algunos durante decenios, no ha sido más que burlarse, desinformar, tergiversar, engañar, programar telebasura y malgastar el sudado dinero recaudado con los impuestos de la ciudadanía.

Otro discurso sería qué se podría haber hecho con estos entes, no sólo suponiéndoles obligados a una buena administración según normas contables transparentes y estándar, sino atenidos igualmente a una actividad informativa plural, cultural y de entretenimiento pero que, o no están suficientemente reguladas por ley o si lo están, venga Dios y lo vea. Y es falsa, en efecto, la disyuntiva, entre hospital y orquesta o coros y danzas, entre colegio y televisión autonómica o balet, y lo es, o lo sería, si los recursos estuvieran adecuadamente repartidos, y si lo ingresos impositivos se obtuvieran mediante un reparto justo de la carga, pero como no es el caso y ese 10% de PNB que hoy nos falta para lo imprescindible reside en ignotos bolsillos y está destinado a lo prescindible, porqué así se permitió, por no decir estimuló, con culpable falta de diligencia y criminal tolerancia con lo intolerable, es evidente que si ahora el recorte le llega, por una vez, a lo superfluo, las únicas razones para lamentarlo serán la pérdida de los trabajos.

Mil seiscientos parados más. Y cuarenta ladrones menos que tendrán que partir en busca de otros caladeros. Que sería labor de todos el que lográramos que los encontraran secos.

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