Y a dar las gracias digo, porque en este momento cenital de una marea tridentina, o tsunami de la sinrazón, con la capital y la Feliz Gobernación toda humeando de las altísimas hogueras de los Autos de Fe en los que arden a diario, por su pravedad intrínseca y horridísimos postulados, desde las encíclicas reformistas de Su Santidad León XIII, pasando por los Códigos isabelinos, las leyes de la dictadura de Don Miguel Primo de Rivera, no digamos ya las de la Segunda República, fusiladas ya en su momento, aspadas en cruz y además bien socarradas en devota parrilla, y ahora puestas de nuevo a hervir en autoclave, por si aún resistieran algunos de sus bacilos y codicilos, y el Fuero mismo de los Españoles del General Franco, la Constitución de la democracia, y hasta la Ley misma de la Gravedad, si a Doña María Dolores de Cospedal o a Doña Soraya Sáenz de Santamaría así les viniera en gana mañana de amanecida; porque esa felicísima ocurrencia del Señor Ministro de venir a anunciar, y a falta, a Dios gracias, de otros problemas, la reforma de la Ley del aborto, según postulados que ni el mismísimo Monseñor arriba citado se habría atrevido a pensar que pudiera tener a derecho a solicitar, han logrado en venticuatro horas unir prácticamente a toda la izquierda del país, cosa que casi no habia logrado ni la mismísima madre de todos los enterradores, aquel general Gran Cisco Franco, arriba citado.
Y es para mí una fiesta de los sentidos el oír a estas alturas que el aborto No es un derecho de las mujeres, por boca de Doña María Dolores de Cospedal, y a modo de autorizado escolio o esclarecedora exégesis sobre el anuncio, porque pienso de inmediato en ese nuevo 15-M que en pocos días volverá a recorrer las plazas, encabezado seguramente por esas cabezahuecas necesitadas de protección, discapacitadas en esencia y por ley y, menores de edad que, al parecer, van a volver a ser las mujeres, que –lógicamente–, bien es posible aventurar que sufran alguna irritación por esta causa, y que salgan educadamente a las calles a decir que jolines, caramba y que qué contrariedad, y a darle con el bolso, con el paraguas y con las agujas del punto –y a las que, desgraciadamente, pronto volveran a tener que destinar a otros usos– por culpa de este mismo tío Malange.
Y cuando finalmente logren sus excelencias y sus eminencias reverendísimas que el enemigo sean no solo los depravados estudiantes, sino también los empleados, los funcionarios, los parados, los jubilados y pensionistas, los enfermos, los opositores políticos y además, todas las mujeres y, cuando, final y felizmente, ya lo seamos prácticamente todos, cabría hasta poder suponer que les costara perder el poder en mucho menos tiempo del que nadie hubiéramos imaginado.
Y al igual que aquella extraordinaria figura que dirigía el Gobierno de España en los tiempos de la segunda Guerra del golfo de Bush, que dilapidó en pocas semanas una holgada mayoría absoluta logrando poner de acuerdo al ¡noventa y dos! por ciento de los españoles en rechazar la intervención en la guerra, porcentaje de acuerdo o de desacuerdo del todo inimaginable con respecto a cualquier asunto que nadie haya alcanzado jamás, y ni lejanamente, en democracia, ¡y en este país!, y consiguiendo finalmente perder las elecciones gracias a otro inefable ejercicio de finezzapolítica, a raíz de los atentados del 11-M, tratando de atribuirlos, contra la evidencia meridiana que le entregaba su propia policía, a quienes no fueron sus autores; esta sacada casi milagrosa de pies del tiesto por parte de nuestro buen feligrés y ministro –en ese orden–, tiene todo el aspecto de poder resultar en otra gaffe parecidamente portentosa y con resultados que tal vez no sea fácil evaluar ahora mismo, pero con un potencial de destrucción de sus propias fuerzas que nadie podía haber soñado hace unas semanas. Porque aún admitiendo el previsible logro de desviar la atención de otros problemas, abrir esta caja de los truenos tampoco parece un ejercicio político inocuo, oportuno y necesario y sí más bien una inopinada granizada de fuego amigo, por causa de que un aprendiz ansioso de hacer méritos se haya puesto a juguetear con la ametralladora del cuartel.
Porque el aborto no es una cuestión de cartera o de bolsillo, de sobrevivir o no a la crisis haciendo lo que unos u otros piensen que es necesario, y en cuya virtud hasta cabe que algunos de los perjudicados por leyes draconianas, como las postuladas reformas sobre el derecho laboral, pueden mostrar alguna comprensión, sino que atañe a la misma línea de flotación de los derechos de las personas y de su propia mismidad.
Decirle a una mujer, hoy en día, que no tiene derecho a abortar a su criterio, es como decirle que no tiene derecho a casarse, a procrear, a divorciarse, a negarse al sexo o a practicarlo si así lo prefiere, a recibir cuidados médicos, a salir o a entrar, a contratar, a viajar, a practicar su religión o a proclamar públicamente lo que crea o piense.
Y es una monstruosidad adicional, porque abortar no es obligatorio, ni lo ha sido nunca, como no lo es tener un hijo, emparejarse por lo civil, por lo religioso o por lo incivil. A nadie ni nada atañe más que a la esfera privada de cada mujer. No solo, sino que la mujer tiene derecho a alumbrar un hijo monstruoso o inviable, a sabiendas y si así lo desea, y a ser ayudada para ello, y nadie ha planteado nunca recortar ese derecho, ni siquiera aduciendo los males objetivos que causa a la sociedad y por el sufrimiento absolutamente innecesario –y para muchos imperdonable, al que se condena a las desdichadas criaturas afectadas.
Y aducir, además, ese argumento inverosímil de ‘violencia estructural’ como elemento favorecedor del aborto, no solo despide el más refinado tufo a alcantarilla vaticana, sino que es sencillamente un infundio, pues la ley protege de manera efectiva a cualquier mujer que denuncie a quien sea que la obligue a abortar, siendo tal cosa un delito penal y además una agravante que cualquiera hemos escuchado muchas veces mencionar en los casos de proxenetas detenidos a los que sus víctimas acusen, entre otros delitos, precisamente de este, y la fiscalía los incrimina adicionalmente por esta causa y las penas son bien elevadas.
Y si esta ‘violencia’ se refiere a las circunstancias sociales actuales que llevan a las mujeres a abortar para poder mantener un puesto de trabajo, un estatus, su independencia, una igualdad de oportunidades en su carrera profesional o un vientre más terso (lo que también sería legítimo), mande el señor ministro meter en la cárcel a los responsables y solicite a su colega de Interior y, a partir de ahora, tutor de los endometrios y aparatos reproductores de todas ellas, que mande sus corchetes a prender a todos estos genocidas in pectore.A la cúpula de la CEOE, para empezar, a la sociedad postindustrial entera, identificando, por favor, con nombre, apellidos, dirección e ímeil a sus responsables inmediatos, detenga e incapacite al capitalismo, al mercado, y a los legisladores que consienten el despido barato de nuestras gallinas ponedoras, pero portadoras en su seno, les guste o no, de la semilla intocable de una nueva alma destinada a cantar las alabanzas del Señor.
Pero si fuera que con la nueva ley del aborto lo que se viene a decir es que se pretende defender la maternidad consentida y penar más duramente a quienes obligan a una mujer a abortar contrasu voluntad, dudo mucho que haya la más mínima dificultad para sacar adelante el proyecto con un consenso más que amplio. Pero limitar los supuestos actuales no viene a indicar otra cosa más que el deseo de recuperar la tutela del estado (y la de una u otras latrías) sobre el derecho de las mujeres a disponer libremente de su cuerpo, situando al uno y a las otras por encima de ellas. Y este parecía un punto que estaba ya más que resuelto y consensuado, y angustia y horror dan más que de sobra ante la idea de tener que volver a conseguir luchando en la calle lo que ya estaba en las leyes, sancionado por mayorías suficientes y por el propio sentido común.
Desde aquí, por lo tanto, y mientras los pancarteros pintan las pancartas, afilan las agresivas y peligrosas bicis, crean los eslóganes gravemente insultantes, se preparan las manifestaciones y se procede a escenificar un cuadro de unidad de los desheredados y maltratados por ley que crece a pasos gigantescos, no queda otra que darle las más sentidas gracias a este caballero tan conciliador, humanista y fino entendedor de los tiempos, por la venturosa recuperación de la acción y la voluntad ciudadana que sin duda habrá que anotar en su brillante ejecutoria. Veinte años suspirando para llegar a ministro han acabado dando en esto. Y para este viaje sí que ha dejado bien claro el prócer que necesitaba esas alforjas. Y las anteojeras, las riendas, el bocado, las herraduras, los caireles y el clavel. –Pues ya iremos detrás todos con el escobón, Excelencia–
Y falta solo ya que su gran amiga, Doña Esperanza Aguirre, famosa por la dulzura y ponderación de su decir, y por el cariño que le profesa, pero aun callada por el momento, salga una mañana con los brazos en jarras, mirando desafiante, con la mantilla y los tacones y le suelte por esa boca: –Pero Alberto, majo, ¿cómo que el aborto no es un derecho de las mujeres?, yo siempre he hecho lo que me ha dado la realísima gana, me vas a decir tú a mí, chaval...– o, –¿y tú por qué no te callas?– Y velahí que sí que me ingresan entonces, por insuficiencia respiratoria, después del atrangatamiento por ingesta abusiva de ruedas de molino, y por la risa convulsa asociada a todo ello, si a Alá le plegue.
Dedico finalmente estas líneas a dos grandes amigas que han abortado voluntariamente y que no han podido –y ya no podrán– tener un hijo por estas razones socioeconómicas, y a las que he visto llorar por ello. Quiero suponer que el anuncio del inminente arresto de los responsables, y de ellas mismas, en algo paliará su desconsuelo, así como el saber que otras muchas, en lo sucesivo, ya no podrán vivir esta desazón y podrán criar felizmente a sus hijos, aunque, eso sí, en cristiana, honesta, aseada y dignísima pobreza, como está mandado. Va por ellas y por todas vosotras, personas.
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