Acabo de leer una recopilación de artículos periodísticos de un autor, que no mencionaré, publicada en una editorial andaluza. Pero no vengo a contar de sus textos, unos mejores, otros peores, repetitivos no pocos, pero otros logrados y felices, sin duda. Voy al tamaño de los cajones de la prensa. Es evidentemente insoslayable la constricción del formato del pensar escrito, sometido a una dosis exacta de tantas líneas por tantos caracteres, y así para siempre jamás en cada medio, no sólo en prensa, sino en el mundo audiovisual en general. La tiranía del minutaje y del número de palabras nada tiene que envidiarle al exigido monto de ladrillos y sacos de cemento que hay que subir por la escalera en las ocho horas de obligado, o al total de racimos de uva a recolectar por jornada de vendimia.
Esto es irremediable y se puede comprender, pero lo que quiero hablar es de la desazón personal que sentí al leer el libro. Leídos ocho, doce artículos, dejó de importarme el interés de lo glosado en cada caso, su riqueza conceptual, su fundamentación, la hilazón del argumentario, la destreza formal, la calidad de las conclusiones, su originalidad, su ligereza, su banalidad incluso, su acierto, su chispa cuando la hubiera... Era la sensación de agobio de estar visitando una prisión lo que poco a poco me fue embargando y lo que me llevó finalmente a dejar el libro de poco superada su mitad.
Saber que pasaba una página, dos, media más... y se acabó. Otra página, dos, media más... y se acabó. Y así hasta doscientas. Llegué a un momento en que en lugar del interés por lo contado lo que de verdad me preocupaba era, mediado cada texto, como lograría desempeñarse el autor y acabar en la que le quedaba, logrando obtener una conclusión o un final razonable. Y a veces lo conseguía, pero en ocasiones aquello terminaba como una llamada telefónica cortada de repente y en otras más, la llamada, cuyo contenido podría resumirse sin más en ‘buenas tardes, aquí sigo’, seguía repitiendo el mismo mensaje más o menos a lo largo de su estricta y pactada duración, como si de un robot telefónico se tratara, solo que con algún punto mayor de desparpajo.
Porque el mecanismo triturador funciona en los dos sentidos, hay ideas o consideraciones que realmente podrían expresarse en un párrafo de pocas líneas, por no decir una sola, y constituir el artículo entonces casi un aforismo, y que sin embargo hay que arrastrar y trillar por la era otras dos largas páginas más hasta dejarlo irreconocible y desfigurado a base de arrastres y más arrastres o, por el contrario, estar el escrito habitado de ideas y consideraciones fructíferas que bien darían para un ensayo, pero que han de dejarse literalmente en la huesa, desnudas, mal cubiertas y tiritando, por no caber sus necesarios trajes, afeites, complementos y adecuaciones en tan escuálida gaveta.
En este sentido Internet, con sus páginas web o sus blogs, elásticos casi como el pensamiento, adaptables al tamaño y cantidad de lo pensado como trajes hechos a medida, viene a ser una bendición para quienes deseen beneficiarse de ello. Dejando aparte la cuestión económica, el que tantas líneas valgan tantos euros en la escritura pagada, lo cierto es que incluso cobrando el autor, queda mucha veces desazonado por haber tenido que amputar el cincuenta por ciento de su pensamiento y en otras por verse sometido al esfuerzo de tener que decir tres veces y de distinta manera lo que le acudió a las mientes como una idea feliz que de sobra hubiera despachado en un párrafo corto. Así que, en definitiva, lo bueno, si muy breve, impublicable, pues se consideraría estafa, y lo largo, sencillamente no cabe.
El anunciado entierro de la prensa en soporte papel traerá seguramente una mayor flexibilidad en el tamaño de los contenidos digitales que la sustituirán. Este estrangulador corsé de ballenas se verá entonces sustituido hasta cierto punto por un simpático tanga, por unos confortables calzones de invierno o por un cómodo sujetador algo más adaptable a las tallas y turgencias de cada pensar y de cada decidor. Esta vez, la tecnología sí parece venir a acudir en nuestra ayuda y será cosa de agradecérselo, y no diré que ¡bendita sea! y sólo por una vez, como si la despreciara, sino como en tantas y tantas otras ocasiones, bendita sea, pues no es mala ella en sí, sino algunos de los pésimos usos que rápidamente corremos a encontrarle.
Tenés toooda la razón, capitán. Yo vengo de escuchar una vez más esta canción -una vida con el canadiense-, te leí y pensé que Cohen es al revés del autor demediado que leías una vez. Después de a vos, es a este judío a quien no me canso de escuchar. ¿Y sabés por qué? Porque empieza a cantar y jamás adivinás cuándo querrá terminar. http://www.youtube.comwatch?v=V8VwvO0ewDE&feature=related
ResponderEliminarPerdón :-) Un vals traidor
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=V8VwvO0ewDE
Y además de feo, era muy llorón, vos fijate, si no ...
ResponderEliminarwww.youtube.com/watch?v=LVDUTAn6Ttg&feature=fvwrel