jueves, 22 de marzo de 2012

Francisco Camps, el ungido.

Vengo de ver al honorable Camps postulándose a Presidente del gobierno de la nación y recogido en oración en la revista Telva, arrodillado ante la historia y defendiendo ese siglo de las luces y de la razón que fuera su virreinato.


Incapaz de no celebrar el momento, extracto un texto mío, ya antiguo, de cuando aún derramaba las gracias infinitas sobre sus súbditos.

Que el Señor Mariano, en su divina misericordia, se apiade de él y le entregue pronto un Reino, o siquiera lo acoja en el suyo, a su diestra, de Secretario perpetuo.


El Ungido regresa a palacio. Hoy le aguardan los mostradores de paños de Flandes, los cortadores de tejidos de Albión, los maestros de aguja de Lutecia, los teñidores de púrpuras del País de los Cedros, los caligarii traídos ex profeso de Etruria, los talabarteros de Córdoba, el odontólogo esmaltador más afamado de Viena, su tintor personal de las sienes, –¡ay, ese manazas otra vez, qué servidumbres nos impone la cabeza, dios mío!–, y una delegación numerosa, arribada recién, de los más reputados pulidores de espejos que pudieron reclutarse en Zelandia. 

–Responsabilidades, siempre responsabilidades... pero, ¿es que se le pueden pedir responsabilidades a una efigie como esta mía?–, le pregunta irritado al Visir que se precipita a atusarle el puño de la camisa con un gemelo que baila mal apuntado y que ni él mismo, ¡inconcebiblemente!, había advertido. –Y encima esto ...en qué estaré, y a saber además qué habrá salido en las fotos, Ricardo, que ya vislumbro las befas, ¡qué desesperación la política!, la insumisión, la ingratitud, las conjuras...–.

Será una jornada agotadora, sí, y bien lo sabe el incomprendido Virrey, dolorido y cansado, que se asoma a un espejo, enmarcado de doradas volutas, y que  extiende silencioso la mano, esperando el peine de carey que ya le tiende, solícito, el protoeunuco mayor, prepósito al asunto.

O, mejor resumido, y enlazando: más alto sube el mono y más enseña el culo (Miguel de Montaigne).


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