Los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas de este 25 de marzo de 2012 habrán sorprendido a quienes hayan sorprendido, pero no son tan sorprendentes en realidad. Desconozco perfectamente cuál sea la ciencia que habita el arte de cocinar encuestas, pero barrunto que sus confeccionadores contestarán que utilizan unas refinadas matemáticas estadísticas que impiden que los resultados se desvíen, tantos puntos, tantas décimas... a partir de una serie de considerandos que también explicarán con exactitud y profusión, más su pellizco de papal infalibilidad. Y sale luego el bizcocho como bien vemos. Chueco.
Y estarán sin duda habitadas estas previsiones del más docto saber matemático y estadístico, aunque sin olvidar, que conviene no hacerlo, que la estadística es a la matemática lo que la musica militar a la música, pero lo que no cabe duda es que están deshabitados de saber antropológico, de conocimiento del medio –eso que antes se llamaba geografía social, o humana– de mecanismos de cuantificación de las relaciones entre personas (y átenme ustedes la mosca por el rabo de cómo se podrá medir eso) y de un cierto conocimiento básico de humanidades, que también sirven para algo, porque no vendría de más que los científicos del sumo y el resto, del multiplico y el divido, se preguntaran también por otras variables que existen, pesan, marcan y desvían, y esto, poco más o menos, desde los tiempos de César, si no antes, y aunque no sean variables que se compadezcan muy bien con el describirlas fácilmente mediante guarismo, pero es que son variables, y bien cuentan.
La variable uno, en román paladino, es que por lo general no se muerde la mano que da de comer, salvo contencioso irresoluble; la variable dos es que el animal humano ataca invariablemente al animal que le quita o que él percibe que va a quitarle la comida y la variable tres es que el hombre, como ente social, está integrado en una red de intereses y mutuos intercambios, mucho más antigua, eficaz y poderosa de lo que cualquier encuesta pueda describir o que pueda imaginar cualquier red social de estas que ya han cumplido tres años y de las que te venden su mayoría de edad como si tuvieran tres mil y fueran el instrumento definitivo para dar cuenta cabal de la variabilidad del mundo. La realidad no cabe en ciento cuarenta caracteres y, a lo que se ve, tampoco en las hojas de Excel de las encuestas. Se precisa un poco más de finezza.
Y esta variable tres no es otra que el clientelismo, por llamarla por su nombre, y lo es mucho más en una sociedad tan abierta, tan pública, tan de ágora y plaza y vertida a su exterior como lo es la andaluza. El círculo externo de un andaluz promedio (sea esto lo que sea según un estadístico) es mucho mayor que el de otros pueblos, y en él las noticias corren, se socializan, se mastican en grupo y se internalizan de una manera mucho más efectiva que en otros lugares. El andaluz vive en la calle más que ningún otro pueblo español y no sé si europeo, pero casi seguramente. Esto lleva a que la opinión personal quede más diluida y matizada en una constante socialización que hace que las ideas se intercambien, se traten, se consulten y se maduren también en público, como todo lo demás y, por eso mismo, serán también bastantes menos las personas dispuestas a enfrentarse a un círculo tan amplio, jugándose una posible exclusión, y no digamos ya la cartera, que también es lo que está en juego cada vez que se acerca el votante con su papeleta a la ruleta electoral, y esta vez la amenaza a la cartera era meridiana.
El voto es tan secreto en Andalucía como en cualquier otro lugar de España, pero la accesibilidad del encuestador a cuál sea el voto real de cada individuo se ve claramente obstaculizada por todas las consideraciones anteriores. Obtener un sí o un no sobre ciertas cuestiones de un andaluz debe de ser cosa tan difícil como lograrlo de un siciliano. Son pueblos de historia riquísima y compleja, infinitamente entretejida y mezclada, hijos de cien padres y madres que han visto durante milenios todo lo que hay ver, que han tenido que nadar y sobrevivir, persona a persona, en medios sociales durísimos y donde, históricamente, decir sí o no podía ser un riesgo efectivo para la vida y la hacienda, y por lo tanto, no era respuesta que se entregara fácilmente al primero que viniera a preguntar, ni se manifestaba compromiso más allá del estrictamente necesario para causarse los menos problemas posibles.
Y todo esto, que puede parecer mera literatura, lo lleva sin embargo ese pueblo en el genoma, y se manifiesta en la imposibilidad para ser gobernado según regla de cálculo, como les ocurre a los sicilianos. Lo manifiesta el bandolerismo, lo manifiesta el anarquismo, lo manifiesta la historia, con su veleidad cruenta, y que nos habla de que en Andalucía fueron consecutivas las calamidades y las atrocidades ejercidas sobre la población por causa de su extraordinaria riqueza agraria, minera, climática... en fin, por los bienes que la antigüedad más estimaba y precisaba. De ahí las invasiones constantes, las reconquistas, las expulsiones de pueblos, las luchas religiosas, el estado de represión y incertidumbre inacabable y los usos de unas clase sociales, la aristocracia, el señoritismo..., que todavía no están extinguidos allí del todo, pero que sin duda clamaban contra la humanidad todos y todo ello, o al menos la humanidad entendida desde los usos, algo más civilizados, del presente.
No desvelar pues el voto (o la opinión) era y tal vez siga siendo un sistema de defensa social, pues nadie acaba de estar seguro de qué será bueno finalmente, ni para qué. Existe todo un sistema de capas de cebolla que se ha entretejido durante milenios para defender al individuo frente al poder, o al señor, y cuando el estado o el amo eran cualquier cosa menos un amigo o un pater familias. Rozarse con ellos, intervenir, opinar, podían suponer la miseria o el cadalso. No es hoy una variable de la magnitud que pudo serlo antaño, pero parece seguro que algo cuenta todavía, no son tan pocos los años pasados ni pocos los todavía vivos que saben que la única receta para sobrevivir era callar, o cuando aún se luchaba todavía por hacer productivos los cortijos, jugándose literalmente la vida y el pan. Es un ayer próximo, y necesariamente ha tenido que marcar el caracter.
Finalmente, y si por un corto espacio de tiempo, diluido en el mar de la historia, un gobierno o un sistema de cosa pública revierten en cierta parte este triste estado habitual de las cosas, lo que indudablemente ha ocurrido en Andalucía en estos últimos decenios, y allí lo ha logrado la izquierda en su conjunto, liderada en votos por el PSOE (podrían tal vez haberlo logrado otros, pero fue ella quien lo hizo, en definitiva), no parece sensato que un pueblo sabio y fogueado se lance de una tarde para otra a probar, motu propio y sin mediar trabucazos, las bondades de un nuevo bandazo. Las cosas allí van despacio, han visto demasiado y no están para experimentos, que todo el mundo sabe como acaban. O cree saberlo.
A fin de cuentas el ser andaluz, su élan, es el ser más mediterráneo de España, junto al levantino, y qué remedio les queda porque son mediterráneos, y la mediterraneidad si por algo se caracteriza es por el individualismo, por la no linealidad, por su riqueza de matices y de relaciones sociales, por el escepticismo y el discrepar, por la ciencia –que también lo es–, del no saber o el no querer ir todos a una, dejando siempre polos o cabos libres que no son otra cosa que el arte de dejarse abiertas escapatorias, puertas laterales a un camino hacia la salvación, caso de venir las cosas mal dadas, y por si acaso. Y los acasos, en el mediterráneo, todo el mundo sabe que abundan, y raros son buenos. Desde las velas fenicias a los piratas de Argel, del crucero Baleares, al yate de Khashoggi, o las pateras...
Son los levantinos o los andaluces los italianos de España, o los griegos, y no lo expongo con matiz peyorativo, todo lo contrario, poseen riqueza de ideas y plasticidad para buscar soluciones, la población no es maleable a yunque y martillo (lo que ya es más que bueno) y, uno a uno, como en Italia, cada cual va a lo suyo, apelando a las debidas sutilezas y marrullerías, casi indistinguibles ambas, con el arte del arabesco en lugar de con el tiralíneas, y sin rendirle cuentas a nadie, a ser posible. La naturaleza es amable y las necesidades materiales son distintas a las de otros pueblos con climatologías mucho más ásperas, centroeuropeas, o nórdicas, digamos, donde la naturaleza llama a protegerse de ella en lugar de a disfrutarla, pero las necesidades de interrelación en el sur son mucho más exigentes, precisamente gracias a esa indiscutible felicidad del poder vivir fuera, abiertos al exterior, a la antigua manera de un tiempo mítico y pasado. El estar fuera lleva entonces a ese ser fuera, social, comunitario-familiar, extrovertido, tan característico, y a ser distintos y, seguramente a defenderlo, pues se sabe, en lo básico, un buen estado, una buena manera de vivir. No hace falta ser Américo Castro para entenderlo.
La sociedad andaluza, como tantas del sur, nunca serán una piña, ni un modelo de eficacia industrial, a la alemana o a la suiza, pero también, muy dificilmente, vayan todas juntas al machadero, sin cuestionamientos, cuando lo exijan un líder o una moda. Vayan lo uno por lo otro.
Y no, por supuesto, esto no es hablar de nuestro sol incomparable, es sólo defender el matiz de que a problemas –o a pueblos diferentes– no se les pueden proporcionar soluciones o planteamientos iguales. Nivélese lo nivelable y preferiblemente en lo material, pero existen otra gran cantidad de entendimientos humanos no globalizables ni estandarizables, por suerte, y todavía.
En estos tiempos de globalización, de todos a una, pero de todos a la de ellos, la de los poderosos por su capital, pero no a la nuestra, la de la población, la de los habitados por necesidades, y cuando desde tantos puntos se aboga por un cierto tascado de freno o una idea de antiglobalización, como la que reclama Arnaud Montebourg, diputado francés del ala izquierda del Partido socialista (El País, contraportada, viernes 23 de marzo de 2012), la variedad y plasticidad de los pueblos y la resistencia mayor de algunos de ellos a amoldarse a comportamientos fijados desde la lejanía es por sí misma ya un punto positivo de resistencia, y no de resistencia a la modernidad, sino a algunos de los males que esta también trae aparejados, que no todo son guindas.
Como sociedades estamos aniquilando la diversidad biológica, pero igualmente la social. De la misma manera que existe un movimiento ecológico que vela o intenta sensibilizar sobre el primer aspecto, con santa razón y causa, de igual manera también los pueblos tendrá que ocuparse de la preservación de sus diferencias y peculiaridades, de su diversidad, barridas a gran velocidad por un viento comercial que todo lo iguala para todo venderlo, pero su defensa no tendrá que implicar necesariamente nacionalismo ni regreso a la aldea, ni imposibilidad de alcanzar puntos de acuerdo del todo necesarios para el bien común y el del planeta, que es de todos.
Y hoy pues, en el caso andaluz, que se hayan dado estos resultados electorales, contra pronóstico no sólo, sino contra corriente, siendo lo segundo con mucho lo más destacable, no sólo es una prueba de salud democrática sino también de capacidad de resistencia y, porqué no decirlo, de sabiduría.
Finalmente y para hablarle a los gurús de la medición sociológica también con sus mismas armas y lenguaje, y hacer ver que incluso la ciencia desea a veces (¿por moda, por conveniencia, por interés de parte?) mostrarse ciega a lo que ya conoce, perfectamente viene a cuento un cuadro publicado esta mañana por el diario ABC que retrata como una perfecta fotografía el comportamiento electoral andaluz desde hace treinta años y que resulta la mejor explicación para hacer ver a unos y a otros que una cosa son los deseos y otra los números.
(Fuente: Diario ABC de Madrid, 26-03-2012)
El cuadro, con su doble curva en deliciosa forma de pez, ilustra los resultados electorales andaluces, su mayoría sociológica y la realidad del lugar mucho mejor que todos los discursos escuchados en campaña y las encuestas habidas antes y los rasgares de vestiduras después.
Esas dos curvas, la de arriba la del PSOE, la de abajo de IU (con su ensalada de siglas), ilustran el trasvase de votos libremente intercambiado entre una y otra formación, con deliciosas correspondencias casi exactas entre las bajadas de voto de unos y las subidas de otros, y viceversa, casi como si existiera una mano oculta que ejerciera de exquisito factor de corrección dentro de una mayoría de izquierdas que nunca ha bajado del 52%. Junto a ellas, esa línea quebrada, pero ascendente, de una derecha que siempre ha subido dos tramos para bajar uno, y que será lo que toque en las próximas, a la vista del cuadro, no solamente, sino de la que se avecina.
Como pueblos tartésicos, como fenicios, como griegos, como buenos ciudadanos romanos, como depositarios del esplendor árabe, como abuelos que lo han visto todo y saben diferenciar, los pueblos europeos mediterráneos seguirán exigiendo a sus gobiernos –sin querer admitirlo, por supuesto– un porcentaje de clientelismo, se lo den el PP o el PSOE, (y sí, el discurso vale igual para la Comunidad valenciana) la mafia o la camorra, los corsos o los marselleses, los Papandreus, los Berlusconis o los Borbones. Seguirán queriendo estados padre, estados, en resumen, entes nutricios que no veo muy bien que tengan tan de malo, que quiten pero que den y que además se dejen engañar un poco, si es posible. Podrá gustar o no, pero es el comportamiento que manifiestan las masas electorales desde Chipre a Cádiz, pasando por Nápoles, y así lo atestiguan una y otra vez los resultados. Son inercias que sólo podrán corregirse despacio, y sobre lo que incluso cabría preguntarse muy seriamente si son algo mucho peor o no que el modelo contrario, hoy preponderante y avasallador, ese de estados que se desean reducidos a la inexistencia y de arreglároslas como podáis, pobretes.
Si la alternativa que da la modernidad (o la globalización) a los estados paternalistas es, en unos extremos del mundo el paro, y en los opuestos la semi esclavitud, el discurso sobre corrupción bien se entiende que no acabe de prender, porque lo cierto es que esta también da sus panes. No es defendible, seguramente, pero sí desde luego comprensible. Los seres humanos necesitan cobijo, y si no les proporciona de una manera justa, se lo buscarán de una injusta, pero la responsabilidad no será de ellos sino de sus gobernantes si no lo proporcionan por la recta vía, y ese cobijo es el que se espera recibir del estado del bienestar, por el cual se paga, y al que se le opone, cada día más claramente, la alternativa de la supervivencia exclusiva del más rapaz, mediante ese mecanismo de libertad sin fin para desmantelar los logros de muchos siglos de lucha social, y en beneficio de muy contadamente pocos.
Se vive en Andalucía hoy, con corrupción y sin ella, incomparablemente mejor que hace cuarenta años, no digamos ya ochenta. Que eso ocurre en todas partes, más o menos, no deja de ser igualmente verdad, pero allí sabían bien todos bajo el continuado gobierno de quién lo han venido haciendo en los últimos tiempos, y lo sabían muy bien muchos de los que jugaban a callar, seguramente por experiencia. Muchos o una mayoría, con más o menos matices, que ha demostrado haber entendido de que va el percal de la alternativa propuesta.
Eso es lo que han dicho los resultados electorales, y tal vez sea el inicio de una nueva tendencia y de una manifestación de disconformidad esperablemente sostenida contra los insistentes cantos de sirena, pero que estos hijos de Ulises ya aprendieron a discriminar desde la cuna. La cuna del hombre la mecen con cuentos, que dijera León Felipe. ¡A ellos se lo van a contar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario