martes, 10 de mayo de 2011

Haré un posteo hoy (¿Señor, no podrías inspirar me, inspirar nobis, con otro palabro?, tuyo rendido de rodillas, A) estilo Jano bifronte, es decir explicaré opuestos de esos que concurren concomitantes y por lo tanto molestan siempre.

Para empezar contestaré, más o menos, a un comentario a la nota sobre el asesinato de Ben Laden y que por merecerlo lo único que hará es darme trabajo, ¡porca miseria! Y contesto contraviniendo las propias costumbres que me impuse (normas estas que no tengo, es claro, y ya empezamos por los Janos) porque ya lo he hecho otras veces, pero mucho más en corto y a la ligera, porque si hay una cosa que me molesta particularmente son los agradecimientos.

Me resultan desgradables y difíciles de encajar precisamente en virtud de lo que siempre gusta de ellos, el halago público. Es decir (y seguimos con los Janos), que aún diciéndose uno para su coleto –¡Coño!, pero si es que me lo merezco, sabré yo–, porque es humano quererse, se ve uno despertado simultáneamente por un tronar y trinar de tambores y campanas y timbres que se ponen a lanzar avisos y gritan –¡tente, hombre, no prorrumpas en albricias, avergüénzate, escribidor!, pues de sobra sabe uno que el halago, el bienintencionado incluso, sin otro fin en sí mismo, y no digamos ya el artero, o adulación, aunque no sea el caso este, no llevan a otro lugar que al ablandadero de meninges y a habitar la autocomplacencia, ese desierto, con sus correspondientes costes. Y me permito reservarme nombres, pero conozco una suficiencia de casos como para saber muy bien de lo que hablo.

El halago, que después de la codicia se podría calificar como el segundo motor del mundo, es con ella padre y madre de todas las clientelas, de la de aquella parte de la tribu que se queda en corrillo de sus parciales con exclusión de los externos a él y por lo tanto se hace generadora del conchabamiento, asociación que por identidad de intereses acaba tomando cosas y bienes para sí excluyendo del pastel a otros. De ahí a la corrupción, al robo y a la toma del poder sólo falta un paso, que no me lo negará usted, Mister de Quincey.

Hacerse sensible al halago pues, ¡y claro que el halago gusta!, no sería definitivamente malo en sí, como no es malo comerse un pastel, lo peligroso es la adicción, el paquete de pasteles que no es nada difícil que te traigan a continuación, porque has dejado claro que te ha gustado, el que tú mismo corres a procurarte más tarde, y cuando vuelves a abrir los ojos eres otro, tal vez ya un imbécil, tal vez ya un adicto al azúcar. Y hará falta la fuerza de un Titán para desandar ese despeñadero.

Exagerado como soy, quiero disculparme ante el lector (persona de exquisito manejo con el lenguaje, por cierto) de las posibles majaderías que pueda yo haber expresado arriba y dejar claro que no es la cuestión el que sea un desagradecido. La cosa es de otra índole, de exclusiva responsabilidad mía y solamente es un echar las manos por delante. Gracias pues.

Y vayamos con la prensa.

Al ya casi legendario adagio de Don Rafael Sánchez Ferlosio sobre lo sospechoso que resulta que el periódico traiga a diario 32 páginas de noticias, ni una más ni una menos, se le podría añadir el corolario de la exactitud añadida en su exquisita compartimentación. La columna de Fulano, un sabio verdadero, constará de 1400 caracteres, +/- 4%, que viene a ser la cantidad de interletraje que puede aplicar el maquetista para ajustar. En casos excepcionales, y cuando el sabio sea un vago, al límite mismo de no merecer cobrar, mandará un 8% menos y tocará entonces hacer maravillas con el ensanchado de letra a un límite del 5%, nunca más, pues ópticamente no es tolerable. Cuestiones de corsé, y parafraseando a Mister Marshall, Mc Luhan, digo, el masaje es el corsé.

Si el sabedor, por contra, se levantara esa mañana rumboso mandaría un 15% más de texto, se aplicarían los remedios del caso anterior a la inversa, el diagramador, con cuatro minutos para acabar la faena, se cagaría con toda seguridad en la puta madre del prócer y llamaría a un tipo con un lápiz rojo que le indicaría lo que haya de mandarse preceptivamente al guano, o papelera de reciclaje. Si hay suerte y el del lápiz anduviera inspirado no se cargará el nucleo expositivo de lo que fuera que postulara el conocedor, si no la hay se seguiría un non sense, o memez, y las reclamaciones al maestro armero.

Partiendo pues de constricción semejante, todo lo que se siga de ella será pensamiento compartimentado, cuadriculado, medido, numerado, recortado, amputado, mal matizado y, en definitiva, ocioso. Y lo es por construcción, porque una idea, una exposición razonada, no pueden reducirse por decreto a tres líneas, treinta, trescientas o treinta mil. Es la primera de las esclavitudes de la prensa y la segunda lo es su nómina. ¿Por qué los sabedores fijos son siete, o catorce, y los mismos siempre y no otros? Los martes, Zutano, como los jueves la paella del menú. La prensa no es más que un trabajo, lector, y los libros de creación, libertad, salvo que te contraten para escribir siete libros en siete años, en cuyo caso, allá cada cual...

Volviendo arriba, el caso que expuse era el del sabedor, no digamos ya si fuera el del menos documentado, que los ejemplos sobran, o del directamente sufragado, paniaguado y expresamente colocado para mentir, cuyo trabajo entonces, haga más o haga menos, que se explaye o que no sepa más que añadir, a quién podrá importarnos, porque cuál otra función cumple el fementido que la de capataz de los intereses de su amo. A la que se le ve el plumero ¿querrá ningún lector documentado seguir leyéndole? Yo no desde luego. Y ya son más, muchos más, aquellos por los que paso por encima que en los que me detengo.

Y todo ello sin haber entrado ni de lejos en consideraciones sobre línea editorial, necesario respeto al dinero de los anunciantes –verdero motor moral de toda la industria–, libro de estilo y demás materia de pamplina, pues el que sabe escribir sabe y el que no, no aprende nunca, e idiosincrasias peculiares de la pirámide de cada empresa, cuya cadena jerárquica siempre deja bien claro de qué sí y de qué no se puede escribir, y en cuáles términos. Y el porqué de todo ello ya te lo pintas tú, tribulete, y si es que eres lo suficientemente conflictivo como para siquiera planteártelo... y mal te veo ya, chaval.

Y por cierto, trabajé en prensa, cinco años, de mis venticuatro a mis ventinueve, así que ya llovió, eso sí, pero con el hecho a favor de que no poco ha empeorado la cosa, lo cual sigo sabiendo bien como desdichado lector.

Empecé en una pequeña sección semi marginal que acabó siendo la segunda mejor valorada del lugar, según encuesta ad hoc entre los lectores, y por la sencilla razón, ahora sí me autocomplazco, de que quien escribe en la sección de mortadelas, y por milagros que haga, nunca podrá a aspirar a tener los lectores que habitan la sección de jabugos, es claro. Me dieron otra más, en este caso la de salchichones, ¡grande mejora!, hacía también una tira gráfica, terminé además diagramando la revista y finalmente busqué y obtuve una columna de opinión, ¡al fin el lomo embuchado!, en lo que cualquiera calificaría éxito y buen ejemplo de escalada profesional, qué duda cabe. Aunque estajanovista ya lo era entonces, también es verdad, que algo ayuda.

No recuerdo bien si acabé con tres o cuatro seudónimos, no podía salir el mismo nombre por tantos sitios. Me despedí motu propio al mes de entrar un nuevo director que literalmente me alteraba el metabolismo hepático, lo cual, por cierto, era mutuo, y cambié de oficio. No fue ninguna heroicidad, lo hubiera hecho él dos semanas después sin ninguna duda. Y el papel entintado en cuestión nunca fue de los malos, que los había y los hay bastante peores...

Aún sigue hoy en día el chorbo por esos medios..., ya momificado y glorificado en su afamada trayectoria, cubriendo de falsos ex abruptos y opinando sobre el interior de la ropa interior del famoseo desde esas cátedras informativas de la telerrealidad y otras trincheras informativas asimiladas. A ciascuno il suo (a cada cual lo suyo), amigo, y en conclusión, y por seguir de la mano siempre firme de Don Leonardo.

Yo poco perdí, lo confieso, una tribuna de segunda desde la cual sólo podía aspirar, mediante la necesaria efusión de codazos, dentelladas y pisado de cuellos, a llegar algún día a una tribuna de primera, cuya obtención y posterior conservación requerían y requieren, como mínimo, lo mismo, y todo ello vita natural durante, como se dice en italiano. Meneé la cabeza y abandoné el oficio. De las muchas decisiones que se toman y de las que la vida te otorga tiempo más que sobrado para arrepentirte una y mil veces, esta fue de las pocas por las que no he sentido aún la necesidad de hacerlo.

De una manera o de otra seguí escribiendo y si algo tengo hoy claro es que un blogue, si no lo toma uno como una obligación, sino como plataforma de una afición, como otros se hacen con una huerta soleada y otros más se van al karaoke, y si no se profesionaliza, eso sí, es un espacio de libertad único donde se es verdaderamente el dios del lugar. Aquí puedo escribir lo que quiera, cuelgo lo que me apetece, soy responsable único de lo que haga y no haga y si algo únicamente me retiene a veces la mano es la necesidad de dejar quieto algún material inédito para una publicación digamos estándar, es decir, libros.

La profesionalización del periodismo, a parte emolumentos, no trae otra cosa que compromisos, obligaciones, componendas, roce permanente con quien no se desea o, directamente, se odia, sometimiento a toda clase de normas y tiranías y exigencias de carrera y currículo en una espiral que no acaba más que en el paro o la jubilación, con el plus del Trolex en la muñeca grabado por la redacción, –con la admiración de tus colegas, a Eugenio D’Ors–.

Para el que tenga algo que decir, a estas alturas, mejor comer de otra cosa. Y si antes no era posible, por falta de plataformas, hoy día en Internet si lo es y, a la larga, el que quiera buscarte, te encuentra, dicho sea en el buen sentido.

Desde luego hoy perdí el hilo, no suelo hacerlo, y me disculpo, casi acabé escribiendo un engendro camino de la carta privada, pero sea esto bueno o malo, merecedor o no del interés ajeno ¿dónde diablo puede uno hoy irse a leer cosas libremente escritas más que por esos blogues de dios? Y la prensa no para de bajar y bajar y las redes sociales de subir. La adaptación de los tradicionales medios escritos a Internet a la larga les resultará imposible, no sólo por razones económicas, que las hay sobradas, sino porque por donde la libertad asoma, gratuita además, crea adictos. Será este el último de los conceptos que admitirían como causa para su caída, pues atañe directamente a la gestión que realizan de la verdad y la mentira, es decir, a la base final de su negocio, pero no será a la larga la menor de ellas.

Pero incluso este desacople de la escritura del bloguero de la constricción publicitaria –quien paga manda– se convierte en un poder muy real, cuando se hace verdad lo contrario, si no me pagan, a ver qué otra manera encuentran de mandarme. Costará mucho más hacerse con los lectores, sin duda, pero con cada uno que me vaya haciendo ¿quién me lo quita?

Los ratones, una vez y otra, nos comimos a los dinosaurios, y no será que a estos últimos les faltaran medios. ¿Medios dije?

1 comentario:

  1. "Porque si hay una cosa que me molesta particularmente son los agradecimientos... Me resultan desagradables y difíciles de encajar precisamente en virtud de lo que siempre gusta de ellos, el halago público." (A. Caffaratto), razón por la cual, querido Anonymous Said, va a enterarse porque voy a dedicarle a usted nada menos que todo un posteo, a ver si se entera y me deja en paz. ¿Nota, verdad, cómo le van chorreando, a medida que lee, las meninges por entrambos ojos? Pues jódase, y aprenda. "De ahí a la corrupción, al robo y a la toma del poder sólo falta un paso, que no me lo negará usted, Mister de Quincey" (A. Caffaratto) ... ¡Ay!, mire usted, de Quincey, pues no le sé decir, pero para esas andaba ya tan alarmado, que halleme obligado a colgarle el teléfono a mí propio hijo, quien se despachaba a lo grande, pero delante de su mujer e hijos incluso, con halagos, pero de los arteros, tal que oye, algún desvelo paternal, que no me lo conozco yo. Gracias, señor bloguero, he probado de su medicina, sentido cómo me bosteaba encima mi propia e infernal manera de ser, tan inclinada a piropear, cierto que también a denostar, así en público como en privado... ¡Jesús!

    P.S. En ausencia de una mejor solución léxica, no use bajo ningún concepto bostear por postear o bloguear sino para la crême de la crême de la prensa escrita, así como para la mayor parte de los bosteos interneteros. Es consejo mío a cambio de descripción, toda suya, ratificando lo que me temía, lo peor. Me doy por agraciado sin más, Alberto.

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