Esta pobre Europa nuestra... vaya piltrafa o asociación moralmente desestructurada, como si fuera de comerciantes, o plantadores.
Remeda un poco a una familia de esas ya estandarizadas en las que que se les pregunta continuo y democráticamente a los niños si mañana prefieren para comer un rico bollo con Nocilla, nata y sirope o si berenjena y filete, si les compramos las zapatillas de marca o unas alpargatas de la cordelería (si es que cordelerías quedaran), si los llevamos al Museo Lázaro Galdiano o a conocer a Goofy y al Pato Donald a Disneylandia, si les regalamos un aifoún cuatrogé para ir al cole o si se apañan con el Nokia de hace tres años que cambió su hermano, y que si vienes a ver a la abuela o no, anda, hijo, dime qué prefieres... –Es que cuando da besos, pincha, jo, papi... y cuenta siempre los mismos cuentos... prefiero quedarme jugando con la consola, ¿vale papi?–, –Vale, hijo, vale–.
Y así otros mil dilemas a resolver, con su mejor criterio, angelitos.
Y a base de gustos y gastos las cosas acaban más o menos así: –Oye María, que no llegamos a fin de mes... ¿le pedimos un crédito al FMI?–, –Pfff, tú verás, te dirán que cambies el BMW por un Ibiza... ¡No jodas!... ¡qué espanto!, ¡peor que a subsaharianos, peor que a extracomunitarios nos tratan!, ¡y toda la culpa de Zapatero, que mira cómo lleva a esas hijas, el cerdo!
Y siguiendo con el símil, le preguntaría hoy Micer Polo al chaval, –¿Marco, hijo, te apetece venirte conmigo para Tierra Santa y el Catayo, o te quedas con tu madre guardando el almacén y probándote las telas?–, –Jooo, papi, que estoy cansado, mejor en casa que en el almacén, ¿vale?–, –Vale, hijo, vale–.
–¿Te importa si me salgo de Schengen, papi, que tengo dos partidos xenófobos a los que invitar esta tarde para formar mayoría?, ¿eh, puedo?, sólo será unos meses, sólo cincuenta o sesenta millones de euros, si no es nada... andaaa, porfaaa, papi–, –Vale, hijo, vale–.
–Oye, tío, que si me desapunto unos años del Euro ¿tú crees que le importará mucho a la abuela Ánguela, tu crees que sí puedo?–, –Vale, hijo, vale–.
–Oye, de tú a tú, que ya soy mayor de edad, ¿si no recojo unos náufragos y me hago el sueco, tú crees que le va a importar a alguien, tú crees que puedo, eh, puedo, que me hace ilu?–, –Vale, hijo, vale–.
–Oye, papi, y si nos vamos a bombardear Libia con los aviones nuevos que tenemos, ¿tú crees que se enfadarán los rusos y los chinos?, ¿podríamos mirar a ver?..., sería guay darle en la cresta al beduino.–, –Vale, hijo, vale–.
–Oye y si cuando se echen los moritos al agua, que no aguantan nada, no les dejamos que lleguen a tierra, ¿tú crees que se enfadaría alguien?–, –Sí, hijo, sí, los daneses, en cuanto se les pase, que total, ahí nunca llegan las pateras, pero si te apetece, pues vale, hijo, vale–.
Cuando lo que se dice procede de mirar desde otro ángulo, el propio, y suena extrañamente sincero, en absoluto impostado, atrae con la fuerza extraña de la literatura. Genial.
ResponderEliminar"Plus rien ne m'étonne". Tiken Jah Fakoly
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