jueves, 19 de mayo de 2011

El señor Domingo.

Según la RAE, psicopatía (copio textualmente) es una anomalía psíquica por obra de la cual, a pesar de la integridad de las funciones perceptivas y mentales, se halla patológicamente alterada la conducta social del individuo que la padece.

Me vine a buscar la definición porque conversando hará un par de semanas con un amigo de toda la vida, calificó a un lejano conocido común de psicópata, y de seguido, y en uno de esos crescendos de mutuo acuerdo que se dan a veces entre las personas, fuimos añadiendo consideraciones sobre este tipo de comportamientos realimentándonos el uno al otro, en un raro y mutuo darnos la razón, y cuya sustancia vendría a ser la siguiente: un determinado porcentaje de la población padece de algún tipo de psicopatía que le nubla el juicio en sus interacciones con los demás y/o en la propia visión de lo que se es o respecto de la importancia que se otorga a sí mismo.

No siendo científicos, ni tan siquiera psicólogos, no sabíamos bien de que número estaríamos hablando, pero estimamos la idea de estar postulando algo así como un 3-5% de la población, debiendo tomarse pues el guarismo como una aproximación casi seguramente sin ningún valor de certeza, pero si útil para construir el cuadro expositivo.

De este porcentaje, otro porcentaje aún menor al anterior, el de individuos menos dotados para modificar el entorno a su favor, pero suficientemente volitivos, pasaría a alimentar una parte no despreciable del número de personas calificables como delincuentes mayores, individuos que en última instancia llegarían al delito grave o al de sangre en virtud del pleno desajuste de su conducta social.

Se explica mejor así: el psicópata desea el bien X, sea persona, circunstancia o cosa, y como no puedo obtenerlo por los cauces normales y carece además, en virtud de la dicha psicopatía, de los frenos sociales y morales estándar que sí retienen al común de la gente, y con el añadido de que la empatía hacia el prójimo es menor en ellos, toma la satisfacción por la vía rápida. Es decir, delinque, roba, actúa o mata en procura exclusiva del cumplimiento de la pulsión X que fuera.

Más sutiles y complicados son los casos en que estos psicópatas son personas de buena inteligencia y preparación, pues entonces su ámbito de actuación se amplía y su necesidad de “tomar” a su antojo el mundo y sus pompas la llevan a cabo con mucha mayor eficacia y éxito, llegando a o bordeando con frecuencia el campo de lo penal, sin casi nunca entrar en él, o incluso entrando de lleno, pero ya protegidos entonces por su acumulación de poder, de dinero, de influencias y, en resumen de intocabilidad, verdadera o figurada que sea.

Y se expresaría siempre esta psicopatía en relación con la obtención de poder, desde el mínimo que se puede alcanzar maltratando a un niño, al que se consigue haciendo lo mismo en el entorno privado de cada cual, sometiendo al cónyuge, a la familia o a los colegas y subordinados en el ámbito laboral y en de las relaciones sociales. Poderes en sí, emanados unos del primario y más elemental de la fuerza física y otros de la posición social, económica o laboral, ¡ah!, y no infrecuentemente con la aquiescencia de los usos de cada lugar o incluso de las leyes.

¿Quién no conoce a personas que constantemente ladran, chillan y amedrentan a todos aquellos sobre los que intuyen que tienen la más mínima posibilidad de obtener ventajas y sin que casi nadie se lo reproche, en virtud precisamente de esa fuerza y de ese poder ya alcanzados?

Y a mayor volición y carencia de frenos, mayor éxito alcanzan en su tarea. Así, el pequeño hombre que le ladra a su hijo o golpea a su esposa o a su madre, a la mínima oportunidad lo hará también con quien crea que pueda hacerlo y resulte que este le deje, y de sonreírle el éxito y de llegar finalmente al suspirado estatus de gran hombre, y de lograr no extralimitarse pasando al otro lado de lo que en cada estado de la sucesiva escala de poderes se considere como tolerable, gozará de una legión de subordinados a los que podrá aplicar (y mandar aplicar mediante psicópatas delegados y vicarios, que bien se aplicará en encontrar) el mismo método. Exigirá a sus subordinados sus mismos comportamientos, éstos a su vez a quienes tengan a su cargo y así sucesivamente. Y todos conocemos empresas, estamentos y toda suerte de entidades y figuras, e incluso de familias, que funcionan así. No son todas, no son la mayoría pero tampoco exactamente unas pocas. Y para dejarlo más claro aún, no se suicidarían los empleados de France Télécom si yo anduviera aquí exponiendo fantasías. Es totalmente correcto hablar de psicópatas y de las consecuencias terribles de sus acciones.

Con todo, los casos de personas de más éxito son los verdaderamente interesantes. Gentes que, amparadas en la para ellas bien afortunada carencia de escrúpulos y en su mínima o muy escasa empatía hacia los afectados por sus acciones, se yerguen, y sin duda que también a base de codos, de esfuerzo y de competencia personal, pero casi siempre por fuera de lo que el común entenderíamos por moralidad, hasta lograr escalar las partes más altas de las respectivas pirámides sociales en las que se desempeñen.

Así vistos los términos, la conclusión casi obligada de nuestra conversación fue alcanzar un acuerdo aproximado sobre la idea de que el porcentaje de psicópatas exitosos, en función de su mera personalidad, tendría necesariamente que ir aumentando gradualmente cuanto más alta fuera la posición social en la que se encontraran. Si la capacidad para pisar cuellos aunque moralmente mal vista por la mayoría del común, siquiera de boquilla, resulta que es efectivamente muy útil para auparse en la escala social –lo que difícilmente puede discutirse–, los psicópatas, es decir, los mejor dotados para esta tarea, como otros lo están para la natación, se encuentran gracias a su posesión en propiedad y disfrute de todo un verdadero nicho ecológico dejado en exclusividad para ellos.

Se puede concluir que si existe un 2% de psicópatas entre los carpinteros (por poner un ejemplo) todo lleva a pensar que debiera de haber porcentajes progresivamente mayores (de una u otra gravedad) entre los empresarios o profesionales de éxito, entre los grandes capitanes de industria, y más y más y sucesivamente entre altos militares, grandes políticos o grandes financieros y aún mucho más entre los dictadores, donde prácticamente ya se podría difuminar del todo la diferencia entre los dos términos y hablar de práctica homonimia, ¿dictador o psícopata?, es decir, discapacitados morales en definitiva... porque, ¿quién y cómo los distingue?, o por sus obras los asimilaremos, que no por capricho.

Y añado ahora una segunda consideración emparentada, pero de otra índole, surgida más tarde al hilo de otra conversación con una buena amiga. Me informaba de que X, un conocido común, y al que hacía años que ella no veía, y con ocasión de una reunión Y consistente en un festejo social menor al que X estaba atenido a acudir sin posibilidad de excusa, se comportó con una distancia, desapego, altanería y desprecio –en resumen–, hacia ella y otros asistentes, que le resultó muy chocante, por ser él (o haber sido siempre) persona de buenas maneras y con quien nunca había mediado roce alguno, y precisamente por ello me lo contaba, pues la raíz de lo que veníamos hablando también ella y yo era precisamente de la mera conversación anterior, psicopatías y poder.

Y vine a comentarle, bueno..., X, en resumen, que es juez de lo penal, camino de su cincuentena, ya en un buen lugar de su carrera profesional, individuo de gran voluntad, tesón y capacidad que ya dejó bien demostrados en su día estudiando y opositando con éxito como un verdadero galeote y que por posteriores detalles de su vida, que ella y yo conocíamos, dejó entrever que no era hombre de los de pararse en sentimentalismos, por decirlo suave, es, a efectos de lo que hablábamos, un perfecto ejemplo de aquellas personas que orbitan sólo alrededor de sí mismas, quitándole toda consideración a las de su alrededor, excepto a las que tengan por sus pares o como superiores obligados y solamente y a efectos de la prosperidad de su propia carrera, intereses, objetivos, etc. Es decir, ejemplo de aquellos siempre dispuestos a besarle la mano a la señora marquesa —a sus pies, excelencia— o a besarle el anillo al señor arzobispo, —reciba el testimonio de mi más rendida gratitud, eminencia—, y a darle una patada en el culo al compungido ujier de la primera y al sorprendido monago del segundo, es decir, reabundando y una vez más, discapacitados morales.

Y el último considerando antes de ir a desembocar a donde quiero llegar es que además los usos sociales, las prácticas empresariales y las profesionales marcan, y mucho, en lo psicológico, a quienes las practican. La profesión se profesa, pues, y profesar, RAE dixit y vuelvo a copiar textualmente, es sentir algún afecto, inclinación o interés, y perseverar voluntariamente en ellos.

La legendaria insensibilidad de parte de la clase médica por los padecimientos de los enfermos, la conocida altanería y toma de distancia de tantos jueces con respecto a su prójimo, la rapacidad de tantos comerciantes, lo expeditivo de ciertos usos policiales, siempre proscritos pero siempre inextirpables, y una larguísima lista que quiero concluir con las categorias últimas de los verdugos y de los grandes financieros (en este orden) atestiguan indudablemente los desarreglos psicológicos que acechan a las personas en el desempeño de  profesiones de riesgo como las mencionadas (y muchas otras). Si un cierto porcentaje de quienes las practican padece además de ciertos grados de psicopatía añadiéndose a ello la circunstancia de tratarse de personas inteligentes y bien preparadas, la lista de daños a esperar de ellas nunca podrá ser pequeña.

Y desemboco finalmente en el caso del señor Domingo Strauss-Kahn, que es a donde quería llegar. Ayer la ministra Elena Salgado lo calificaba como hombre de caracter fuerte, lo que dentro de los usos diplomáticos es casi bordear la calificación, menos técnica, de mala bestia. Es de imaginarse que, avezada en esas lides y metida en esas harinas, no se trataría solamente de un desliz, y algo sabría de lo que hablaba.

Y ya venido aquí, el discurso final será sobre la intocabilidad, que ya mencioné más arriba. El cóctel de desprecio al prójimo, de obrar en exclusivo interés propio, de poder esgrimido, de carencia de empatía, de altanería, de pujanza económica y de exceso de volición lo bebe con frecuencia el encumbrado y no es infrecuente que se le convierta en tóxico o explosivo si la dosis se le escapa de las manos.

Paradigma de todo ello sería Silvio Berlusconi, cuyo poder le alcanza no sólo para quedar por encima de la ley sino incluso para mandar cambiarla. Le diferencia con el que hubiera podido ser su futuro colega estriba en que su dinero y poder son mucho mayores, tanto como para encubrir una existencia entera de rapacidad, una ejecutoria de estuprador, una vida entre prostitutas, como para hacer pasar por tontería menor ponerle los cuernos con los dedos a un mandatario extranjero o como para ¡literalmente! tocarle el culo en público a una mujer que pronunciaba a su lado un discurso, y todo ello sin que le ocurran absolutamente nada más que molestias y pleitos por cuyo buen fin paga.

Imagino que ilustrado por tan documentado manual de buenas costumbres y cumplidísimo Galateo de su vecino, el bueno del señor Domingo, vístose ya surto a la categoría de semidiós con su promisoria grandeur asociada, no fue capaz de medir oportunidad, lugar, legislación, capacidad de maniobra y vías de escape, la entidad verdadera de su poder (en definitiva vicario y no propio), el monto real de su dinero —sin comparación con el que posee Il Cavaliere— y, volitivo y caprino como carnero de Gredos, se lanzó derecho al despeñadero llevado en priápicas volandas por los imperiosos designios de su miembro viril, último y verdadero Thule este, a lo que se ve, y presuntamente, se comprende, de Monsieur le prochain Président, y al que muy bien podría reprocharle el Berlusca, —¿pero bueno, es que no podías habértela pagado, so memo?—.

¿Y por qué tienen siempre más suerte los franceses que los italianos para quitarse a sus monstruos de en medio?, ¿y cómo diablo es que casi siempre se libran al final de ellos, ¿y por qué no ardió París? Pues porque antes o después siempre les acaban ayudando los yanquis, miren ustedes qué leche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario