En casa de un buen amigo y habiéndome quedado mirando una lámina colocada delante de unos libros en una esquina de su biblioteca, me preguntó con toda su peor intención: —¿A que no sabes de quién es el cuadro?, —pues de Benito Moreno, hombre, de quién va a a ser...—. —¿Y tú cómo sabes eso?—, repreguntó, no sé qué más, si sorprendido, curioso o chulesco sin causa, —¿Y porqué no debería de saberlo, serás tú el guardián de mi memoria..., será que alguna vez la tuve mala?, pues no te jode...—, y así seguimos refunfuñando, a picotazos, como buenos compañones, y desde la lactancia, más o menos.
Ya en mi casa y a cuenta del tecleado subsiguiente en internet, aggiornamento, en fin, y metido en averiguación sobre qué había sido del autor (antes se salía de paseo o se cogía el teléfono y se preguntaba a quien se creía podría saberlo –¿Oye, te acuerdas de, o sabes qué fue de...?– y se lograba o no una contestación, verdadera o falsa que fuera, pero por lo menos se hablaba con un ser humano) vine a caer en una página que glosaba a Benito Moreno, cantautor personalísimo y después excelente pintor, y de allí, siguiendo el hilo, di sin haberlo esperado en esa casi sublime canción de amor suya, Eso es todo, arrinconada por este desuso de las cosas que es el vivir, pero inmediatamente vuelta a traer a la memoria en su completa totalidad, —¡jódete, que me sigo acordando!—, y que fue compañía de tres terribles meses de mi juventud, de amargas horas e insoportable desespero de amor rechazado, con sus lágrimas y su cocear y su no saber cómo ni dónde irse a morir, como es canónico, pero sin reírme para nada de ello todavía hoy, pues todo viene y va y vuelve y parte y llega, y el sí y el no son almas pálidas y débiles tantas veces, porque se sigue bebiendo en toda clase de aguas y en ocasiones sin haberse querido ni dar cuenta, y por las sensibilidades al acecho, de esas que luego y siempre recriminan y te califican de varón, como si de una discapacidad emocional se tratara, o de una consecuencia ya tardía de la sífilis, con su demencia asociada.
Transcribo la canción pues:
decir te quiero es todo lo que pude aprender
es todo lo que llego lentamente a escribir
y todo lo que debo y quiero comprender
te quiero y eso es todo lo que querría decir
lo demás es el tango, el tongo y la vecina
y los cuentos corrientes del banco y del t.b.o.,
lo demás es consumo, con humo y gasolina
es jugar a ser juez y verdugo y no el reo
decir te quiero así, toma ya, pum, en seco
te quiero comprar, no, ni quiero que me traigas
sólo el te quiero antiguo, de diluvio y de eco
que hasta tiene compás y que incluso se baila
después de tantos años sólo sé decir eso
sin cupido ni flechas ni espada ni sombrero
mi gran revolución también es dar un beso
y alzar sólo la voz para decir te quiero
La perfecta declaración de una oveja, los primeros cuatro versos, desde luego, y como podríamos jugar a decir yo mismo y algunos que yo me sé, incluyendo al amigo de arriba en cuestión, pero también y además cuatro sabios, acerados, halagadores y maravillosos versos de amor, como tampoco voy a privarme de decir, y como es y como debe de tratarse con la realidad de los sentimientos, siempre con más caras que agonías o alegrías traigan, con más ductilidad que todo lo que pueda decirse de ellos por escrito, y porque a fin de cuentas, no pocas noches, aún habito en la poesía, parrilla al fuego blanco, pero también mármol, agua y jardín de Taj Mahal propio y gratuito y del que ningún casero, nacido o por nacer, me podrá desahuciar nunca.
Ese te quiero, pues, en castellano, con exclamaciones o sin ellas, pero ¡con cuál caudal de manejo del idioma en la canción, con qué sabiduría en la presión del lápiz!, desde el explosivo decir te quiero así, toma ya, pum, en seco, al lento y suave y dulcísimo sólo el te quiero antiguo, de diluvio y de eco... hasta el definitivo y alzar sólo la voz para decir te quiero.
Y qué barbaridad, el te quiero mismo y en sí, una de esas perfectas expresiones polisémicas del castellano –me disculpo por el pavoroso término– mucho más rica en matices de los que cabría suponerle atendiendo a las dos simples palabras que la constituyen y a poco que nos paremos el escribidor y el lector a tomar aliento y a pensarlo.
Contiene amalgamados en su sencilla llaneza de frase corta y sin pretensiones los significados de varios verbos: amar, poseer, desear, pretender, gustar...; el querer pues, el motor del mundo, entendible por un extremo en un sentido fuerte, imperativo casi, el que ponemos al decir ‘yo quiero esto’, cuando se expresan la voluntad y exigencia de entrar en posesión de un objeto o un bien, y en otro, en cambio, como casi un sinónimo del te estimo (a la catalana) o de un te amo, donde el matiz de posesión, de urgencia, aparecen más debilitados frente al de simple constatación de un estado del sentir.
Así se puede decir te quiero entendiéndolo como un ‘te quiero a tí, te exijo a tí, quiero entrar en tu posesión’, imperativamente. El otro te quiero, llano, suave, casi meditativo, de confesionario más que de pretendido titular de un derecho a ejercer, es expresión de dulzura, no de combate sin duda y de pretendida o alcanzada suave intimidad.
El italiano, riquísimo en matices, comparte con el castellano el ti amo, expresión idéntica en todo al te amo. Sin embargo ese ¡te quiero! fuerte, traducido literalmente ti voglio, es allí expresión mucho más fuerte aún, al borde mismo de lo malsonante o socialmente poco recomendable y su significado primero es el de reclamo sexual (quiero cópula, quiero joder, te tengo que poseer y te voy a echar atada encima de la mula y te voy a encerrar sine die en la alcoba, para entendernos).
Llevados a estas lides tremendas –hoy ya inconstitucionales, mal que bien y en todas partes, creo– por causa de tan directo y posesivo significado, los transalpinos usan principalmente otra expresión emparentada, el ti voglio bene (o tanto bene) por el te quiero, o el te quiero tanto, en nuestro segundo sentido suave ya indicado. Disfrutan así de tres expresiones finamente gradadas donde nosotros jugamos con dos, de más suave a más fuerte: ti voglio bene, ti amo, ti voglio, donde la primera expresión al igual que el te quiero castellano, puede incluir también (o no) un matiz sexual, pues se le puede decir a un hijo, a un familiar, a una persona a la que se estima mucho o al amor platónico, pero también a la pareja (o parejas) de edredón y pajar y de urgencia insoslayable de portal y descampado. Así con tres expresiones despachan en la práctica cinco situaciones donde el castellano lo hace con dos, y una de ellas, nuestro te quiero de marras, habitado por cuatro matices básicos, desde el te rapto al me gustas, ¡ahí es nada!, y esto por no hablar de sus derivadas.
En resumen, amadas (y amados) que lo mejor y lo más sensato y a la que le digan a uno te quiero, y antes de contestar: –yo también–, o –yo más–, o de irse desabrochando, o de dar una bofetada fulminante o de usar el más suave y acreditado –¿pero bueno, tú qué te has creído?–, será informarse antes: –¿Ya, pero me quieres en cuál sentido exactamente, Ovidio, rey moro: el fuerte, el lato, el llano o el débil?–, y a continuación, atenerse a lo que pueda ocurrir, celebrarlo, o paciencia y barajar.
Concluir por mi parte que este juego tan japonés de entonaciones diferentes: de proclama, de casi susurro, de dulce exigencia apenas musitada, de grito alto, de asustada guturalidad en ocasiones, de casi apenas un rogar o un tratar de obtener, de conceder quizás, de un todo por dar y un todo por pedir del te quiero castellano me fascinan y me parecen un tesoro incomparable. Permiten, mediante el tono de la voz y el matiz adecuado en la dicción, desde la perfecta suavidad a la perentoria declaración, ir un punto más allá, quedarse un dedo más acá, decir suavemente que quizás, proponer dulcemente que sí, rozarse o recular, posponer o avanzar. Abrazarse al amor con fuerza, finalmente. Pedir o dar el sí que glorifica, el sí del poeta.
Eso es. Eso es todo.
Hola, señor bloguero. Tranquilo, que no entro a darle las gracias, solo a leerlo, no vaya a confundirme con el otro anónimo -además, yo soy anónima- sobre quien ha vertido, bronco, un sinfín de infernales moralinas en colorines, para dejarlo luego enterado a fondo de prensa y demás. Solo advertirle, como por deber ciudadano, que en esta prosa se le ha derramado la lírica de mala manera, pero además como en verso, juraría, que a mí del ritmo siempre me avisan los pies. Mire, digo por lo menos aquí debajo... a ver si pilla, ¿vale?, inténtelo despacito, porque yo misma he podido juguetear con los versos y eso que soy ingeniera técnica industrial:
ResponderEliminar"...y porque a fin de cuentas, no pocas noches, aún habito en la poesía, parrilla al fuego blanco, pero también mármol, agua y jardín de Taj Mahal propio y gratuito y del que ningún casero, nacido o por nacer, me podrá desahuciar nunca".
Pero sobre todo aquí, hombre, por Dios... Hala, a más ver.
"...pues todo viene y va y vuelve y parte y llega, y el sí y el no son almas pálidas y débiles tantas veces, porque se sigue bebiendo en toda clase de aguas y en ocasiones sin haberse querido ni dar cuenta, y por las sensibilidades al acecho, de esas que luego y siempre recriminan y te califican de varón, como si de una discapacidad emocional se tratara, o de una consecuencia ya tardía de la sífilis, con su demencia asociada".
La verdad que para una ingeniería técnica no está mal... ; ) ¡ay qué ver como forman hoy en día!, peeeero..., en el primer lirismo, debería decir: 'del cual ningún casero', para que el silabeo cuadrara redondo, ¿es o no bonito lo de cuadrar redondo?, y en el segundo los pepegoteras y otilios ya tendría más tajo y que retocar más armazones. Nada en cualquier caso que no se solucionara con un par de cartones de pladur bien recortados, con lo cual sigue estando bien visto eso del oído.
ResponderEliminarY es que no dejo de ser en el fondo un vate reconvertío... Vendrán tiempos peores, para la lírica.