viernes, 27 de junio de 2014

Monarquía o PSOE, ese el dilema del PSOE.


Le ha durado la fiesta a la monarquía una semana justa. El tiempo para hacer y deshacer algunos baúles, cambiar unos muebles, darse una vuelta por Suiza, nombrar y cesar chambelanes, hacerse unas fotos con las víctimas del terrorismo y con los colectivos de gays y de lesbianas, para el Hola y a mayor lustre de la Institución (¿para cuándo unas fotos de exquisito realismo social en algún comedor de Cáritas, por ejemplo, y mejor en blanco y negro, siempre más intensas y dramáticas?), cuando la cruda realidad se le ha parado delante, una vez más y con la firmeza inexorable de una tragedia griega.
Y es que ese malange del juez Castro les ha venido a amargar los fastos, pero que no se asuste nadie, una semanita justa era lo pactado para el asunto de la petición de procesamiento de los Duques de Palma, con todos sus flecos asociados y el evidente desdoro. Y mala cosa es el desdoro para las monarquías, como bien saben ellas mismas, porque esto es en definitiva lo que venden. Oropeles y peticiones de mano, ¡tiempos aquéllos, y no de procesamientos.
Y los flecos son una reiterada y renovada zarabanda judicial de altísimo calado social y mediático, junto con todo el aparato judicial estatal, implicado a fondo en las más que dificultosas tareas exculpatorias de la Infanta, y para cuyo desenlace, el aventurarlo, tampoco hará falta ser oráculo cumano o profeta bíblico.
El odioso yerno, cuñado y villano, irá quizás a la cárcel en el peor de los casos, aunque tal vez solo de manera simbólica, veinticuatro horas y un día, por ejemplo, como escarmiento feroz, al ejemplar y durísimo estilo Miguel Blesa, y se le impondrá además una severísima multa, y a su muy digna señora de él, multa igualmente, si bien eso estará aún por ver. Total, de una manera u otra, las pagará el suegro, y si no, nosotros, que a fin de cuentas somos lo mismo, creo. –¿Dónde tienen el número de la cuenta solidaria para la Infanta, señorita? ¿O eso va directamente por Hacienda?–
Y ruido mediático habrá, eso sí, todo y más, y el tintineo y los chispazos de las cuchilladas entre abogados de campanillas, jueces, fiscales, juristas, estamentos judiciales de esto y de lo otro, acusaciones particulares y opinantes, todo ello está por completo asegurado de aquí a la sentencia, si es que la hay y cuando se produzca, y para largo tiempo después, igualmente. Porque vendrán entonces los recursos, las apelaciones, las recusaciones, etc... y cualquiera sabemos lo que puede durar el asunto, y esto, de no asomarle otros flecos. Casi como otro reinado, y no de los cortos.
Por lo tanto, este malestar acompañará al nuevo monarca largo tiempo, como esos chicles pegados al pantalón y que acaban arruinando la prenda, pues no hay quien los despegue, o según se despegan los hilillos, dejan otro pegote al lado.
Pero sigue habiendo dos fechas en el futuro, ya no tan lejano, y en cualquier caso siempre menos lejanas que un desenlace judicial, y esas fechas sí que pueden arruinar muchísimos más jugos gástricos y podrán mantener los pantalones de la monarquía, con chicle pegado o sin él, en estado de prolongado temblor y con la raya menos impecable. Y estas, son las de las elecciones municipales, y después, las generales.
Y unas municipales no son asunto baladí para esta Monarquía. De hecho, unas municipales provocaron en 1931 su apresurado abandono del puesto. Se plantearon como un plebiscito contra ella pero sin serlo, y el resultado dio al traste con la Institución que, por lo demás, se había encargado ella misma, con su ejecutoria, de ponerse en semejante trance. Y nada dice que ahora, en diferente momento histórico, pero bien conflictivo igualmente, un hecho semejante no pudiera repetirse, sea en las municipales, sea en las generales que las seguirán.
Porque, a falta de la posibilidad de plebiscito o referéndum, negado a la población una vez y otra, por las malas, por las feas, o por la vía del desprecio, y como si celebrar o plantear dicho referéndum fuera un sinsentido ontológico, pero siendo de seguro ese muy mal camino, porque a los seres humanos con frecuencia nos encona todavía mucho más el desprecio o la falta de respeto que la injusticia en sí, no cabiendo descartar ya que la realidad pueda conducir entonces a que se tomen unas elecciones a celebrar para todo otro asunto como si estas fueran, o compensaran, el negado referéndum, o se interpreten como si así lo fueran, y máxime, con todas las circunstancias adicionales de profundo descontento hoy existentes, porque guarde entonces su Dios a la Monarquía de las consecuencias.
Naturalmente, se me puede acusar de exagerado, de indocumentado o de creyente ciego –y esto es más grave– en otros dioses menos poderosos o menores, pero sí hay algo que me cabe decir al respecto.
No hará tres semanas que en estas mismas páginas afirmé que el verdadero y seguro sustento de la Corona, hoy por hoy, era el PSOE, pero que nada garantizaba que en el futuro fuera a seguir así, preguntándome qué ocurriría si en un momento determinado dicho partido, llevado por las circunstancias y, por una vez, por su genética republicana –por más que siempre sofocada, aduciendo unas u otras conveniencias tácticas–, se aventurara a votar en asuntos referentes a la Monarquía otra cosa que no fuera el voto solicitado por la misma, o el que a ella le conviniera y, por ejemplo, se abstuviera entonces en una votación en que aquella demandara un pronunciamiento a su favor.
Porque se da el caso de que este hecho, que hace tres semanas podría parecer una hipótesis todavía remota –dados los usos y hábitos del PSOE–, es lo que precisamente se ha producido hoy, al abstenerse dicho partido en la votación sobre el aforamiento del Rey abdicado, cuestión, al parecer, de extraordinaria urgencia, pero suscitada solo con posterioridad al hecho de la abdicación, y separándose así este partido, por primera en vez largo tiempo, de lo que son los intereses de la Corona. Y estos, no sobra añadirlo, son intereses que bien podrían no coincidir con los mayoritarios de los españoles, o los del Estado mismo o, finalmente, con los del propio PSOE.
Pero la jornada, los comentarios y la consideración del significado de este hecho tan significativo, se han producido muy en sordina. Por un lado, porque es cierto que la abstención no modificaba el resultado, la votación a favor del aforamiento estaba igualmente ganada, y por lo tanto la postura ha podido pasar por testimonial sin mayores inconvenientes. Por otro lado, el anuncio de Alfredo Pérez Rubalcaba de retirarse de la política ha desviado también la atención en no pequeña cuantía. Y sobre el que esto se haya comunicado, precisamente hoy, ex profeso o no, pero resultando en tan oportuna cortina mediática, también cabría preguntarse.
Lo que no ofrece dudas, en cambio, es la contestación de Eduardo Madina sobre su retirado mentor, al menos hasta el presente. Más gélida y desapegada, imposible, y en el día en el que incluso los más opuestos se han plegado al homenaje, viniendo a señalar que a partir de ahora las cosas se van a hacer de otra manera. No está mal el rótulo para la cinta de una corona mortuoria y con el cadáver todavía por meter en la caja. Y atañe, y mucho a lo que pretendo explicar en este artículo. 
Hay, pues, dos quid de verdad a tratar, uno el aforamiento en sí, y el otro, la postura del PSOE con respecto al aforamiento, pero, por alzada, con respecto a la Monarquía misma.
En cuanto al aforamiento en sí, y con la desesperada urgencia con que se ha manejado el asunto, cabe mirarlo de dos maneras. Una con la expresión del ciudadano de a pie, lógica y de sentido común, y que podría resumirse así: –Tan bueno que parecía, vaya por Dios... pero algo tendrá que tapar si surge de pronto esa desaforada urgencia en protegerlo, ¿no?–. Lo que trae emparejada una razonable conclusión: –Y protegerlo... ¿de qué?, como se preguntará justamente más de un ciudadano, y eso ya sí que ha venido a alumbrar, en paralelo a la obtención de la deseada impunidad, indeseados campos de sospecha e inquietud, muy graves para la Institución, porque tampoco es que posea esta la estabilidad y la firmeza de la Corona de Inglaterra, of course.
Y luego está, por supuesto, la manera de contemplar esta... ¿sobreprotección? los mejor informados, no los más, seguramente, y tampoco conocedores de demasiado, y los muy pocos, seguramente sabedores de bastante más, y que, en substancia, lleva hacia dos terrenos muy diferentes, pero cada cual con sus buenos barrizales, pinchos y tapias de cristales aguzados, y contra los que el antiguo monarca tendría sobradas razones para buscar su mejor protección como, subsidiariamente, también la propugnan aquellas partes del aparato estatal interesadas en proteger esos mismos intereses, por nuestro bien, evidentemente, y como jamás dejarán de proclamar.
El primero de estos territorios enlodados sería el de la incontinencia amatoria, llamémosla así, que atañe a la honestidad del monarca abdicado, y que es aquella cualidad que tradicionalmente señala el comportamiento de cualquiera en lo relacionado con asuntos por lo general muy personales y que atañen al ombligo de cada cual, o con mayor rigor en este caso, mirando del ombligo para abajo.
Esto en sí, y añado que, por lo que a mí respecta, felizmente, es asunto que la población española tratamos, para su suerte, con tradicional benevolencia, por lo general la misma que aplicamos a nosotros mismos. Es decir, haga cada cual de su capa un sayo, y por mi parte, como por la de muchos, nada habría que decir. Y no, no tenemos ningún problema con que el viejo monarca vaya a salir de un armario, esto no es Mónaco, que ya se ocupa Santiago Matamoros de que eso, aquí, no sea posible, pero, en cambio, sí parece que el problema del armario de palacio no sea lo que sale de él, sino lo que se guarda dentro. 
Sin embargo, en el caso en cuestión, lo cierto es que el viejo monarca tenía ya planteadas –y rechazadas en los tribunales, precisamente por causa de su aforamiento, ese que ahora hubiera podido venir a faltarle– dos demandas de paternidad. Y lo que en cualquier familia ya es un incordio, además de no señalar en ningún caso hacia comportamientos modélicos, en el caso de las familias reales, no por habitual, deja de ser, entonces ya sí, un verdadero problema, máxime cuando, como es el caso, uno de los reclamantes sería un hijo mayor que el heredero y actual rey.
Felizmente también, ya no están los tiempos para problemas dinásticos, que ni siquiera caben, por otro lado, dada la potestad discrecional del monarca para señalar como sucesor a un hijo legítimo. Pero, ciertamente, dos personas pleiteando, a estas alturas, en pos de un reconocimiento que llevaría emparejado el reconocimiento, a su vez, de comportamientos que para muchos serían reprobables, no sería un jardín en el cual desearía meterse la monarquía nunca, y ahora menos, con la que está cayendo, pues supondría para ella una nueva merma de prestigio. Y el depósito del prestigio, de un tiempo a esta parte, se le ha venido vaciando a ritmo sostenido.
Así, pues, aforado de nuevo el monarca, estos pleitos serán rechazados de nuevo, las demandas de paternidad ni siquiera admitidas a trámite, y el asunto, en lo substancial, se le dará a cualquiera una higa. Sin embargo, aunque de no demasiado valga un prestigio en parte arruinado, sí vale este, y mucho, para restar o sumar votos hacia las opciones que prefieren a esta monarquía, o a otro régimen para la Jefatura del Estado. Mal panorama sería para ella, pues, que tales asuntos se hicieran ‘demasiado’ públicos, y bálsamo puro resulta así ese aforamiento obtenido tan por los pelos.
Pero peor sería, sin aforamiento, el panorama del otro frente, el económico, más y mejor e indisolublemente mezclado con las catacumbas del Estado y con el tráfico de influencias, comisiones, informaciones confidenciales, operaciones de alto interés económico, y todo ello entreverado, sin duda, con el legítimo interés nacional, justificador de tantas cosas buenas y malas, de las de celebrar, una vez alcanzados los objetivos, pero de las de callar también por los métodos necesarios para obtener dichos beneficios públicos, pero de los que tantos privados, también, sacan muy suculentas tajadas. Y siendo algunos de estos privados, hermosa palabra en los reales entornos, verdaderas privadas.
Porque, precisamente, mezclado con todo ese revoloteo de faldas anterior, y por causa de la poco divulgada, pero sí conocida a fin de cuentas, situación del monarca con la señora Corinna zu Sayn-Wittgenstein, este sería un frente en el cual convergerían comportamientos del mismo, como mínimo, discutibles y, en última instancia, sobre los cuales una justicia algo menos mediatizada y sometida a la partitocracia que la que desdichadamente tenemos, bien podría tener también que opinar, o al menos averiguar.
Y esta Corinna, audaz aventurera como de novela de la Belle Époque, le ha hecho más daño a la Monarquía que el elefante del safari y el elefante del bigotito recortado y los crisantemos, más los dos yernos sumados, que vaya desgracia, el uno, como creo que apunté en ocasión anterior, demasiado besugo, y el otro demasiado avispado.
Porque, aparte su acompañar esta Corinna acá y acullá, en calidad de fija-discontinua, al anterior monarca, en viajes sobre los que tan difícil es discernir si eran de estado o eran privados, o cuánto de cada una de estas componentes había en tantos de ellos, lo que parece saberse, a pesar de la mucha opacidad, es que desempeñó tareas y misiones para las cuales de ninguna manera estaba cualificada, y con franca perplejidad, además, de la misma diplomacia española, y el disgusto y malestar, prácticamente manifiesto y patente para quien tenía que saberlo, del staff del entorno de la Casa Real, y que, además, aparte de sus emolumentos como intermediaria y comisionista, residía en una propiedad de Patrimonio Nacional, a tiro de piedra de la residencia del monarca, reacondicionada ex profeso para ella y a cargo del presupuesto. Demasiado, en definitiva, para no seguir viviendo en el siglo XIX.
Y esto, naturalmente, sí son razones para desear más un aforamiento que una buena escopeta de caza de encargo, y para que haya que correr a hacerlo a velocidad tal, que cualquier sometido a los procedimientos de la justicia ordinaria sabe que se medirían en años, en lugar de en días. Esa justicia que es igual para todos, qué duda cabe.
Y llegamos, finalmente, al PSOE. Dije, y sostengo, que la Monarquía, en lo esencial, dependía hoy del PSOE para su existencia. Esto ha sido así por circunstancias históricas fuera de lo común y seguramente irrepetibles, y lo ha sido asimismo porque el PSOE, en última instancia, aducía defender una estabilidad institucional a la cual atribuía, en parte con buena razón, una importancia mayor que a cualquier otra cosa.
Porque, en definitiva, la Transición se hizo a la sombra del golpismo, y la mayoría de la población de entonces prefería, también con excelentes razones, cualquier cosa distinta al golpismo y al espectro de una nueva guerra civil. Y esto llevó a perdones y olvidos que hoy parecen infamantes, como a lenidades con ciertos conductas que hoy ya solo se justificarían haciendo un verdadero ejercicio de memoria histórica, pues de otra manera, en particular para los de menos de cincuenta años, es decir, una buena mayoría, no se podrían conocer ni concebir las razones que existieron entonces para ello.
Y PSOE y Monarquía, pero incluso izquierda en general y Monarquía, en última instancia, se legitimaron mutuamente, y precisaban ser cada una esa tercera pata que les permitiera construirse y equilibrarse contra los restos del franquismo, que finalmente, pasando el tiempo y por evoluciones sucesivas, devino en el actual PP. Y así fue, así se hizo y quizás no haya habido mayor concordia institucional en España que entre el PSOE de Felipe González y el entonces Rey Juan Carlos.
Hoy, sin embargo, resulta que ya no es que tan solo la Monarquía, en esta abdicación y sucesión, y en los próximos años, se juegue su esencia y su existencia, es que hoy, el que también se juega su existencia es el PSOE, por toda otra serie de razones. Y este jugarse su existencia, en paralelo temporal a la de la Monarquía, es lo que viene quizás a verse hoy, y lo que seguramente hace todavía unos pocos años no resultaba tan meridiano.
Y hoy, para el PSOE, la situación es justo la opuesta a la de la Transición. En las circunstancias de catástrofe nacional actuales, y de las que tan responsable fue el PSOE como el PP, y que pagará la Monarquía a nada que no se vea otra salida, el castigo electoral de las últimas elecciones, y el previsible, y quién sabe si aumentando de las siguientes, ha dejado en los huesos a ese esquema de poder que gobernó sin mayores angustias, fuera de la del terrorismo, durante los anteriores, digamos, treinta y cinco años. Ahora, es la compañía de la Monarquía la que parece perder al PSOE, cuando, sin embargo, esta necesita del PSOE más que nunca. En otros términos, el PSOE, para salvarse, hoy necesita ‘desenganchar’ la Monarquía para evitar que se desenganchen de él sus votantes, quienes, a su vez, se desenganchan del PSOE para ir a otras alternativas de izquierda, en lo esencial, todas ellos republicanas.
En ese sentido, ese voto inesperado pero esperable del PSOE en el asunto del aforamiento del monarca abdicado es seguramente la señal, que la Monarquía esperaba y temía, de que los tiempos van a cambiar notablemente. Y no ocurre nada más ostensible por el momento por la sencilla razón de la existente mayoría absoluta del PP.
Pero esta no es más que un espejismo ya, fáctico todavía, sin duda, y aún capaz de gobernar contra el 80% de la población, esa que no les vota a ellos, más la que no vota a nadie, pero espejismo, y hoy, seguramente, ya una antigualla histórica que, en lugar de tener dos años y medio de vida, pareciera que tiene cuarenta, tal ha sido la magnitud de los desastres de los cuales la ciudadanía no es ignorante en absoluto, pues los conoce y los padece en grado extraordinario.
Y este espejismo aún ha podido  apuntalar, por el momento, a la Monarquía, pero tal vez ya no pueda volver a hacerlo, y al próximo traspiés serio, se tambalee. Y el PP podrá soportar su propio tambaleo, pues a fin de cuentas es y será dueño de una substancial cantidad de voto relativamente estable, siempre favorecido por el hecho extraordinario de que la derecha española vota a un único partido que ocupa todo el espectro, desde la antigua derecha extraparlamentaria hasta el límite con la socialdemocracia, y sin una fisura, pero es posible, en cambio, que la Monarquía no lo resista. Dependerá, es obvio, de la magnitud del traspiés, y esta, a su vez, de los próximos desarrollos electorales. Y todo ello de no mediar, además, nuevos factores en contra, que nunca pueden ser descartables.
Pero el PSOE, como aparato y como fuerza parlamentaria enfrentada a la alternativa de su propio desmantelamiento, no ha tenido otra que permitirse el lujo simbólico de negarse a aforar al rey saliente, absteniéndose, en un comportamiento que no es un guiño, sino una señal de acatamiento a sus bases, pero no solo consentida por la cúpula ante la proximidad de su substitución por un conjunto de fuerzas aún por conocer y determinar, sino por la evidencia de que, de seguir apoyando a la Monarquía contra un sentir de las bases cada vez más indeciso y difuso, entre otras cosas, por la apabullante crisis económica y de paro, estas, las que todavía no se le hayan ido, bien podrían optar por no seguir en el redil, sino por acudir a los de la competencia. Y es que, en definitva, votos, son amores.
Porque no es que Podemos le haya hecho un roto muy significativo al PSOE en votos contantes y de vellón, es que le impide, de facto, y mucho más allá del número de votos en sí, continuar con la política que venía sosteniendo en lo económico y en lo institucional, so pena de que su electorado, sin más, se trasvase al vecino. Y ante eso, el Rey no vale una misa, y ya algún candidato propone, además, la denuncia del Concordato con la Santa Sede. Sorprendente y urgentísimo asesar, tan apremiante, parece ahora, como el aforamiento, después de cuarenta años, eso sí, y en veinticinco de los cuales hubiera podido hacerse todo ello con bastante mayor comodidad.
En política, ciertamente es legítimo que un partido, una vez señalado por muchos dedos como responsable en buena parte de la crisis, se ponga a señalar a su vez con el dedo, y como culpable, a un señor que mató a un elefante, y que copulaba,  extraparlamentariamente, digamos, con más damas de lo común, lo supernumerario, lo extraordinario y lo aconsejable. Y teniendo a quien echarle la culpa, cuando, además, no sea el señalado una monja de la caridad, sino alguien o algo ya suficientemente marcado por sus propios errores, de algún modo en esa dolorida casa del PSOE, algo se descansará, pero serán días cortos los de su descanso, porque, en realidad, de últimas, tendrán que señalarse a sí mismos y hacer algo insólito, y no solo limitarse a entonar parecido mea culpa a ese que, con excelente actuación, vimos cómo bordó el del elefante, como vimos también de qué le sirvió.
Y es que no corren ya tiempos para el mea culpa cuando a uno le siegan la hierba debajo de los pies a mayor velocidad de la que uno escapa del cortacésped de la realidad. Son tiempos de dejar de hablar de lo que se dice que se hace, pero sin hacerlo, y si no, de dejar que lo hagan otros, por lo menos para averiguar si, en lugar de solo hablar ellos también, es verdad que hicieran algo. Porque el primero que haga, lo que se dice hacer, según están los tiempos, se va a llevar todo el bote. Pero esta vez, o reaccionan el PSOE con pirueta circense, barra libre y nuevo menú, o la clientela, la recaudación y el bote se los llevará el bar de enfrente, que está nuevo de paquete y pone con las cañas, gratis, unas tapas ideológicas que te caes.

Han abdicado los reyes de alrededor, el de aquí, y el Papa de Roma. Tal vez sería hora de que el PSOE, si es que desea sobrevivir, abdique también, pero de todas sus abdicaciones, que han sido más que todas las de los citados juntos. Y si no, que dejen paso. O bueno, tendrán que dejarlo aunque no lo dejen. Porque, cuando no se acaba siendo otra cosa que un nombre, antaño bien prestigioso, pero todo lo que se hace niega ese mismo nombre, ¡y durante cuarenta años!, es decir, otro franquismo, se diría que ha pasado el tiempo suficiente para poner el inevitable cartel del desahuciado ideológico forzoso: Traspaso, alquilo, vendo o liquido. Urge. Interesados, razón portería. Calle Ferraz, 70. Madrid. Informan el señor Alfredo o su hijo Edu. Abstenerse curiosos.

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