lunes, 2 de junio de 2014

Podemos. Ojalá puedan.

Sin duda, y a falta de más materia gris circulando por ese tejido conectivo que debiera ser el análisis de la realidad, el mejor análisis político del 25-M ha resultado ser uno sintáctico, el de Juan José Millás, con su podemos, pero del verbo podar. Bendito sea el escribano.

Y los norteamericanos, encantados de haberse conocido, con el New York Times proclamando que 'podemos' es traducción tal cual de yes we can, y cerrando con esta profunda verdad analítica el asunto, dejando así asimilado para su público a don Pablo Iglesias con Mr. Fortunato Obama, que ya es clarividencia.

Don Carlos Floriano, en cambio, algo más rústico él que el periódico arriba citado, está seguro, en cambio, de que Podemos fue quien rodeó su domicilio, es decir, algo poco más o menos como señalar al cabecilla de una violación en grupo. Y tal ha proclamado como glosa única del hecho y sin mayor alteración en la cuidada onda de su senatorial cabello.

Doña Esperanza Aguirre, en cambio, más maciza ella –ideológicamente, bien se entiende– y presa de un ataque de pánico dinástico, como conviene a todo buen aristócrata, ha señalado, como el que señala a una víbora, que Podemos son abiertamente republicanos. Pues como ella infractora de tráfico, más exactamente, es decir, meridiano, pero con la diferencia de que lo primero no es delito ni infracción alguna, pero lo segundo sí. Y qué vamos a hacerle, doña.

Don Felipe González, por su parte, proporcionando material de primera y listo para el uso de otros grandes pensadores de digest, informa de que Pablo Iglesias es bolivariano, al tiempo que otros próceres, estos del PP, postulan de él el que se trata, sin más, de un marxista, ¡pavoroso aserto!, que dicho hoy en día de quien sea, viene a equivaler a insulto y exabrupto mayor que tildarlo de terrorista, asesino y genocida, además de mentarle a la madre.

Y no, no he leído aún de nadie, es cierto, que declare que el flamante eurodiputado sea también darwinista, por seguir con los más infectos próceres del XIX, pero todo se andará, seguramente. Yo, por mi parte, no puedo dejar de observar que lleva coleta, y estirada además, lo que le achina los ojos, dejando así bien clara su adscripción maoísta. Líbrenos, pues, Dios de tamaño Diablo, Ave María Purísima, y vayamos todos a Génova, a rezar una novena por la salvación de España y la conversión de los rojos.

Qué pueda traernos, pues, semejante extranjerizante, como vulgar traidor afrancesado, por no apearnos del XIX, solo Dios puede saberlo y esto entonces sólo podrá explicárnoslo su intérprete local, el Cardenal Rouco quien, sin embargo, aún no ha dicho esta boca es mía, contra sus hábitos más inveterados, lo cual es verdadero misterio glorioso, pues no se conoce asunto local que no trate como de su cátedra y no nos deje sentenciado y esclarecido con su espiritual penetración.

Pero lo cierto es que don Pablo no sólo se ha dado el gusto de ser el astro naciente de estas elecciones, sino que se ha y nos ha regalado el incomparable placer de dejar con el culo no sólo al aire, sino en rigurosa pompa y expuesto al público escarnio al mismísimo CIS con todos sus sabios calculistas, cabalistas, muñidores y cocineros de grandes perolos, a los institutos de demoscopia, a las informadísimas fundaciones de bancos, think tanks y partidos, a los enterados de reservado de restaurante de lujo, a los mejores ‘analistas’ de cada plaza, hemiciclo y taberna, a los tertulianos de todas la horas, a los chismosos, a los chisgarabís y a las muñecas chochonas y a los gallos de corral que se gritan como bacantes ‘analizando’ por todas esos platós que cumplen hoy en día las funciones de aquellos ateneos y casinos de pueblo que se nos fueron para no volver, pero que eran los mentideros de antaño donde se cocinaban las cosas del futuro que habría de venir, pero siempre de otra manera.

Y de todos ellos ni uno, pero ni uno, les otorgó más de un escaño. Pero lo más hermoso del error, lo más significativo, tal vez, lo verdaderamente espléndido, es que aún y todavía, ya a toro pasado y estando ya bien claro de cuál pitón derrota el morlaco, insisten hoy en decir en que son votos antisistema, sólo emitidos por gente joven, por desconocedores e insensatos, en fin, por el lumpen, sin más, simple carne de botellón. Pero yo, a día de hoy, y en encuesta urgente, conozco y he hablado con más personas de media edad y la más mínima trayectoria antisistema que imaginarse pueda que afirma haberles votado que con esa gente joven (y en consecuencia idiota, como no queda otro remedio que leerles, además, entre líneas) que según el parecer de tan eminentes tratadistas son su único sustento electoral.

Porque a los señores analistas y sociólogos, tal vez, y a demasiados institutos de demoscopia y demás oidores y veedores de lo social parece escapárseles, aparentemente, precisamente esa ‘transversalidad’ de la que tanto hablan todos, pero que tan mal parecen entender. Porque, efectivamente, el discurso y el entramado social ya no se mueven estrictamente por ideologías, como también tantos proclaman, pero sin darse tampoco demasiada cuenta de lo que esto significa, porque lo que realmente ocurre es que una plétora de estafados, a falta de ideologías a las que poderse acoger, pues todas los traicionaron, empieza a manifestar su desencanto con los estafadores empezando a dar de pronto, pero por fin, a pesar de los inacabables esfuerzos de los medios ‘oficiales’ de comunicación, con el sencillo y definitivo método de votar a otros o de no votar en absoluto, y opción esta última, por cierto, que ya es la de la mayoría.

Y el voto –o el no voto– se desideologizan y transversalizan por la sencilla razón de que ya no se trata de asuntos de preferencias y matices, de simpatías, sino para demasiados de supervivencia, comida y salud, y eso sí que son palabras mayores, porque cuando un padre o una madre, votantes del PP o del PSOE, y eso es lo que empieza a dar lo mismo, ven que sus hijos, a los que ha pagado sus estudios con el esfuerzo que esto generalmente supone, llevan ya en el paro cinco y diez años y a su cargo, mientras conserven su trabajo, los que lo consigan, y han tenido tiempo de ver y de hacerse conscientes de que ni con unos ni con otros gobiernos no sólo no se ha solucionado el problema sino que se ha agravado sucesivamente, mientras contemporáneamente se ha tenido que asistir al rodaje de inacabables película de gángsteres y de terror, pero pagando cada cual de sus bolsillos actores, medios y decorados, las diferencias ideológicas simplemente se evaporan y lo único que se oye por tabernas, barriadas, hospitales, cuarteles y además, y esto sí que es novedad, también en las más tradicionales casas de gente bien es: –Yo a estos sinvergüenzas no los voto más–.

Y el corolario, entonces, es que se tenderá a votar más a los que más coincidan en el aserto de arriba, por primario que sea, que a quienes llevan dos décadas de incumplimientos repetidos, y no sé a quien pueda sorprenderle la reacción. Porque si te roba tu banco, te vas a otro. Si te roba un tendero, te vas a otro. Si te roba tu hermano y aún sintiéndolo mucho, porque le querrás mucho, seguramente lo mandes también a paseo. Y si te roba tu partido, que no es tu mujer, ni tu marido, ni tu hermano ni tu hijo, te vas a otro y si este otro partido también te roba y engaña, te vas a otro más. Pues faltaría más. Y te irás de mala gana, seguramente, pero te irás. Y este es el punto en el que nos encontramos, en Grecia, en Portugal, en Italia, en España, y en los que llegarán al club.

Beppe Grillo se llevó hace un año el 25% de los votos de toda Italia. Esto se consideró entonces entre las gentes de orden de medio mundo punto menos que la revolución francesa. No ha sido tal y el M5S ha administrado –y a mi entender como al de muchos– pésimamente semejante rédito. Y sin embargo, en las europeas, a pesar de la brutal barrida del neo presidente Renzi, todavía se ha quedado en el 21,5% de los sufragios. Y todas las campanas de los amantes del buen orden han repicado aliviadas, aunque, mirándolo bien, no sé de cuál alivio puedan presumir, porque habiéndolo hecho peor que fatal, todavía mantienen ese muy alto porcentaje. ¿Y qué significa eso? Pues ni más ni menos que existe un monto muy elevado de desencantados que no quieren volver a dar más su voto a quienes ya se lo negaron mientras sus comportamientos no cambien radicalmente, y es hermosa palabra esta en este punto, pues es precisamente el quid de la cuestión, la radicalización. Y ahora el socialista Renzi ha recibido un cheque de más del 40% del electorado, en Italia una cifra fabulosa, literalmente un plebiscito, por la gran fragmentación de partidos allí exostente, pero es un cheque envenenado, dado a cambio de sus reiteradas promesas de cambiar el sistema y que se verá muy sustancialmente reducido si no las cumple.

¿Y a quién le irán entonces a votar? Pues no a él, pero ya tampoco a Berlusconi y, como aquí, seguramente a ninguno de los que cortan el bacalao al estilo de para ti la cabeza, para mí los lomos... E irán a donde tienen que ir, a quienes prometan regenerar el sistema, sean capaces o no de ello, pero no cabe duda de que el primero que lo consiga u ofrezca la sensación de estar de verdad en el camino de ponerse a ello y pueda mostrar algún resultado se verá inundado de votos, allí y en toda la Europa del sur. Y el mismo, aunque opuesto discurso vale para Francia, porque sencillamente la sensación es que un buen porcentaje de las poblaciones ya no toleran pacientemente a quienes lo hacen todo mal y siempre y de manera sistemáticamente impune. Y si quien promete un aire nuevo, a pesar de todos sus pesares, se llama Marine Le-Pen, allí le van los votos. Es el voto de la desesperación, sin más, y puede no gustar con mucha razón, pero es legítimo quitárselo a los incompetentes para ver si otros son capaces de algo. Que luego no sea así, tampoco, será con mucho lo más probable, pero es absurdo pedirle a la población más finura política, democrática e intelectiva que a los supuestamente más que preparados mandos, pero que, sin embargo, la llevan una vez y otra al despeñadero, so capa de ayudarla y mientras otro colega les mete la mano en la taleguilla mientras escuchan los dulces cantos de sirena.

Y la tendencia del próximo futuro es que ya no será el nombre de partido lo que valga, y aunque pueden cambiarle el nombre al partido y, para ejemplificar, hacer de Caja Madrid, un viejo y aristocrático apelativo que antes significaba seguridad y solidez, pero que terminó dejando su nombre a una estafa piramidal, para entonces tener que llamarlo Bankia, como tapando el desaguisado, aunque no sirva ya para nada, porque todo el mundo está al cabo de que el uno es el otro y que se robó, mintió y estafó y que se tuvo que volver a robar a los robados para tapar entre todos el desfalco. Y, por lo tanto, ya no vale nada llamarse PP o PSOE como no lo vale llamarse bodegas Ruiz-Mateos si no se vende lo que se dice vender y si el vino no es vino, sino vinagre, y además más caro que el vino mismo.

Porque el mismo mecanismo del mercado, ese mismo ente tildado de inexorable y que tantos pretenden que organice el mundo sin regulación alguna y como por arte de magia, será quien también empieza a dictar en Europa la suerte de los entes políticos, porque, y esto es curioso, y casi como una burla en la cara a los que quieren desligar la política del control del mercado, esa misma dinámica de la eficacia del fabricante y de sus productos y del deber de atenerse cada producto a lo expuesto en la etiqueta, mecanismo sensato y justo y al cual todos nos hemos ido acostumbrando aprendiendo a reclamar cada vez que nos timan, es la tendencia que aflora y se irá aplicando también a las relaciones de los ciudadanos, no sólo con las marcas y los fabricados y los servicios, sino también con la propia política, gestionada y usada como un producto más y a cuya publicidad, más pronto que tarde, no le quedará otro remedio que tener también efectos contractuales. ¿Se imaginan ese día?

¿Queríamos muchos productos?, pues bien, ahí los tenemos, pero cuando todo ya es un producto y un fabricado, incluso aquello que antes no lo era y jamás se gestionó ni pensó como tal, nos encontramos con que las mismas leyes que regulan productos y producción acabarán regulando política, partidos e incluso ideologías. Y esto sí será un giro copernicano. Y ya no servirá ser la vieja señora PP, PNV o PSOE, cargada de joyas y cicatrices y que da consejos trapaceros a los nietos, sino que las cosas acabarán yendo en palacio como van en APPLE o SAMSUNG, que si hacen dos teléfonos malos seguidos se van al garete y no digamos ya si, además, se les puede demostrar la agravante de mala fe.

Por lo tanto, si hoy Luz y Sonido S.A. vende una porquería de televisores y la General de Automoción unos coches con los que se mata la gente antes y mejor que con los de la competencia, se les imputa legalmente por eso, esto les acarrea consecuencias penales y además pierden la clientela, por su avaricia; con las ‘marcas’ políticas acabará pasando lo mismo, pues la gente educada en unos usos adecuados para según cuáles cosas, acabará exigiendo que estos sean generales y para todo, política incluida, y obrará en consecuencia ante las estafas. Y lo mismo estafa y engaña el que vende un televisor de 40 pulgadas que tiene 36 y se avería al cabo de un mes que el que dice que bajará impuestos, pero los sube, o el que afirma que no sostiene económicamente a la Iglesia Católica, pero la sostiene. Si un ciudadano ‘contrata’ (pues en esencia tal cosa es el voto) a una bandería de su gusto atendiendo a lo que dice que hará en su programa electoral, esto los ciudadanos lo perciben como un compromiso similar a otro compromiso comercial y cuando este se rompe unilateralmente es obvio que la otra parte tiene el mismo derecho a desvincularse. No digamos ya cuando, como es el caso, de por medio hay perjuicios ¡y cuáles! Y en este espejo nuevo de la transparencia y eficacia, asociadas al compromiso, es donde tendremos que mirarnos las sociedades y donde se desarrollará el partido entre los partidos, pero con reglas, pues las necesita todo espectáculo.

Podemos y el amplio territorio de descontento en el que ha crecido este nuevo partido y donde crecerán otros, hijos ellos del 15-M, es de suponer que hayan aparecido para quedarse y seguramente para crecer. El sistema es claro que se les opondrá con toda su energía de macho alfa moribundo porque los teme más que a cualquier otra cosa, pues lo que está en juego son sus privilegios, hoy ya semejantes a los de la vieja aristocracia que cercenara la Revolución Francesa, pero es igualmente cierto que son tantas sus culpas que es, en la práctica, también su principal impulsor y necesario mentor. No habría Podemos si quienes podían hubieran hecho su deber. Es así de sencillo. Y el rosario de declaraciones lindantes con la imbecilidad que se ha escuchado sobre ellos esta semana a esta misma hora, de celebrarse hoy elecciones, debe de haber ya multiplicado sus votos por tres. Está en sus manos hacerlo mal, como Grillo, o hacerlo mucho mejor, pero es claro que el horizonte cercano lo van marcar ellos porque quienes de verdad pueden, no quieren. Es decir, les están dando, nos están dando, leches de crecimiento, que se diría en la farmacia. Pero, por seguir con los dobles sentidos, además, cuantas más leches repartan, y tentación ya no sólo, sino también la tendencia clarísima del momento en el Ministerio, más Podemos. Pocas ecuaciones minimax más claras.

La izquierda española está muy fragmentada, pero hoy, numéricamente, es preponderante. Articularse como una fuerza de futuro le será fundamental, como lo será también articular una verdadera transnacionalidad en los movimientos tendentes a llevar de nuevo a una vía solidaria y social a esta Europa de los mercaderes por completo descarrilada, que no es la que nadie quería ni esperaba y que ha despilfarrado en veinte años un capital de ilusión casi inimaginable.

Y en el trasfondo de nuestro aquí, estos partidos anquilosados, anclados a musiquitas machaconas en mítines de polideportivos, donde no arrancarán jamás un sólo voto más de nadie que no sea ya su votante y que se permiten decir hoy, y casi se diría que creerse, pobres insensatos, que el éxito de Podemos se ha debido a la presencia televisiva de su líder en tertulias y medios. ¡Los dueños de la televisión, los dueños de los telediarios, los protagonistas sempiternos con sus candidatos, ministros, diputados, altos cargos y todos los apparatchick posibles compareciendo en todos los medios, a toda hora y por largos años, diciendo ahora que la guerra de la tele se la ha ganado el terrible comunista de la coleta!

La tele es suya, la banca es suya, la calle también, la Corona seguramente, los ovarios incluso lo son, por no hablar de los bolsillos, pero la guerra de la tele la han perdido y, encima, van y lo admiten. Vaya por Dios... ¿Se habrá parado alguno de ellos a pensar en los mensajes que emiten por la tele? ¿En el espectáculo diario y bochornoso del yo no he sido y si alguno de los míos lo ha sido, tú más? ¿En el rosario de imputados de unos y otros desfilando hacia el juzgado y la trena?, ¿En el constante proferir de amenazas hacia quien les cuestiona y en el no me temblará jamás la mano en hacer lo contrario de lo que dije y lo contrario de lo contrario de lo opuesto y en todo lo que me dé la gana, además?, ¿En mentir con un descaro tal que no engañan ya a ni a los más cortos de cada casa? ¿Es que es posible en una sociedad cada vez más moderna,  informada, más independiente de los medios oficiales, más sabedora al minuto de cuanto acontece, el que se trate de comunicar y convencer con modos y argumentarios del siglo XIX, con disfraces de opereta, con frases hechas y vacías y repetidas en tan nauseabunda cantidad que ya sólo su mero enunciado y escucha se han convertido en un chiste opresivo y sin sustancia?

Vengo de escuchar ahora mismo a Pablo Iglesias entrevistado por Ana Pastor. Emite un discurso coherente y sólido en la medida en que también es utópico. ¿Pero quien dijo nunca que la utopía no pertenezca con toda legitimidad al territorio de la política? Tan legítimo puede resultarle a cualquiera soñar con un premio de la Primitiva como soñar con un futuro mejor basado en algo más que en el azar o en el rezar. Iglesias es un profesor universitario, con dos licenciaturas y un doctorado, pero al contrario que muchos de su condición dedicados a la política, habla un castellano correcto y comprensible, habla idiomas, improvisa a buena velocidad, sus frases contienen orden y sustancia, no ha hecho su carrera en un coche oficial al amparo de un aparato opaco y secretista, viene de la calle y de la vida normal, no de los despachos exclusivos y no desbarra ni dice más simplezas que sus opuestos. Podrá estar equivocado para muchos, pero no pierde su tiempo en coquetear con la audiencia, en sonreír constantemente como si fuera idiota y no deja pasar una. Transmite su mensaje con seriedad y serenidad, contesta a lo que le preguntan y entra al trapo cada vez que hace falta. Aún no ha robado, ni tenido tiempo de contar demasiadas mentiras ni de incumplir promesas. Quizás lo acabe haciendo, como todos, pero su futuro dependerá en parte de no hacerlo, es decir, de seguir diferenciándose del resto. Vende diferencia de manera muy competente. Y si al final le entrega un paquete al cliente que contenga de verdad diferencia, le irá bien, si no, por supuesto, será uno más.

Pero a día de hoy, en este desierto, Podemos representa a lo que hoy, finales de mayo de hace tres años, floreció en el 15-M, pero parecía que jamás iba a poder sustanciarse. Y el PSOE, desgarrado y roto por la realidad de una trayectoria errática, semi deshecho en Cataluña, hundido en Madrid, donde ni con la inverosímil ejecutoria del PP han sido capaces de arañarles un voto, amenazado severamente de una escisión o un abandono de votantes que vendría a dejarlo en la mitad de la mitad, totalmente desligado de la realidad, de la calle y corresponsable y cómplice cierto y necesario del mal gobierno y la corrupción, debería de mirar a su izquierda con muchísimo más miedo y respeto del que pueda mirar el PP a Podemos. Pocos votos podrá quitarle Iglesias a la caverna del Cid Campeador, salvo a los arruinados por la misma, pero al PSOE podría dejarlo literalmente en la huesa a poco que se empecinen en equivocarse unas cuantas veces más. Y por muy mal camino andan al respecto, por cierto.

España, con el problema territorial suyo habitual aún más desestructurado y cuestionado que nunca desde la transición, si es que es posible, igual de invertebrada a lo Ortega que hace cien años, con la peor crisis económica desde la Guerra Civil, con una deuda exterior equivalente al PIB de un año y que se ha ¡triplicado! del 2006 a hoy, en ocho años, lo que significa, para entenderlo, que cada español le debe, hoy, los réditos completos de un año de su actividad a los prestamistas de su gobierno y entidades públicas, con un paro endémico que le hubiera cuestionado la posibilidad de gobernación al franquismo mismo, en recesión completa de todos los logros e indicadores sociales, con sueldos caídos a los de hace tres lustros y con una tasa de desigualdad y de pobreza que la sitúa a la cola de Europa, con Chipre, tiene todas las razones y los números para necesitar, pedir y exigir una sacudida de la cabeza a los pies.

Es tarea gigantesca para cualquiera que se proponga acometerla, y supuesto, además, que le dejen, pero sí hay algo muy claro. Sabemos ya perfectamente quienes no son capaces de acometerla. Que venga otro a intentarlo con otros medios pudiera bien ser una llamada a la política de perdidos, al río, pero, ¿Alguien sabe de otra solución? Probemos una vez a repartir algo más, como propone Stiglitz, porque repartiendo menos, ya hemos visto a dónde hemos llegado. A hacer los mejores trenes del mundo, cuando no descarrilan porque después de gastar mil millones se ahorra en quitar veinte señales, y siempre a mayor gloria de las multinacionales, de los cortadores compulsivos de cintas y de los comisionistas. Pero que circulan vacíos, no por miedo, sino porque nadie puede pagarse el billete. El país que asó la manteca, en resumen. Hemos llegado al extremo insensato de que cada vez que se inaugura una obra, incluso necesaria, incluso excelente, y aparece el mandocantano cortando el cintajo, en lugar de comentarios de estupor, o maravilla o de mediano acuerdo, lo único que se oye en la taberna o en el comedor familiar, cuando algún ciudadano despistado mira al aparato es: –Otros doscientos chalets que se habrán hecho cuatro hijos de puta...– Y lo terrible es que es cierto.

Por favor, que alguien se lleve a estos locos a una casa de reposo. Pablo Iglesias mismo, si puede. Que nombre no será lo que le falte al gachó, desde luego.

2 comentarios:

  1. file:///home/ferdinand/Desktop/Hermano-Lobo-1-agosto-1975-Nosotros-o-el-caos1.jpg

    Y en eso abdicó el Bobón.... Muy buen artículo, Alberto. Pero permítame que me encocore al leer en su título la invocación de Alá, ¡oj! para acometer una revolución. Ya que parece decir que usted no puede, no cargue a los proscritos con profetas foráneos. ¿No se habrá vuelto usted militante del milenarismo mágico en su vertiente alauita sexta asamblea? Esto es ciencia. Monsieur Guillotin se revolvería en su tumba ante el componente intuitivo de la revolución.

    Y, ¿por qué es ciencia? Porque podemos si nos sale de los cojones. ¡Ea! Mucho más nuestro y cañí.

    Así que le sugiero reconvertir el encabezado por un: Podemos. Y nos sale de los cojones.

    Marcelo Decampo

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  2. Don Marcelo:

    Gusto da que la gente de campo vengo por estos pagos tan áridos. Pero verá Usted, es que no voy a poder cambiar el título, más que nada porque en familia, debido a una mala experiencia juvenil, dieron en llamarme ataúdes, y eso marca más que lenguas pentecostales. En consecuencia, aún admitiendo la validez de parte de su razonamiento, se me hace muy cuesta arriba adornar el asunto con todavía mayor optimismo del que ya me he gastado en el escribimiento, que me parece que no ha sido poco, que luego siempre llegan los Pacos con la rebaja, como cualquiera conoce.

    En cualquier caso, le agradezco mucho su comentario.

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