lunes, 31 de octubre de 2011

Emprendedores

Bien podría entregársele en privado usufructo a un posibilista perseguidor de incrementos patrimoniales algún glamuroso almacén de calaveras de un campo de reeducación de aquellos inspirados en las tesis del bueno del camarada Pol-Pot, para que, repletada amorosamente de tierra cada una de ellas por los empleados contratados al efecto, y tras depositar estos con mimo unas semillas en las órbitas de las así reinventadas macetas, se pudiera al cabo disfrutar de la visión, sin duda esperanzadora para propios y turistas, del reverdecido y floral espíritu de la mejora y del tirar p’alante.

Es más, puede apostarse a que más de uno y más de tres de los deudos de alguna de estas huesas, aún entregaría ilusionado su óbolo a la entrada de las así remozadas y ajardinadas instalaciones del parque temático para disfrutar de la rebrotada y promisoria imagen del progreso y de la reconciliación por la vía vegetal, o por el tercio de los sueños, con su hondo acompañamiento de chelo, o de incomparable aurresku.

Porque de siempre ha resultado por completo gratificante imaginarse cualquier cosa deseable, no digamos ya una victoria inexistente. Y que así siga siendo.




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Disfrute de la peor pesadilla. Tal el reclamo publicitario de una película sobre el que me cayó el ojo esta mañana mientras estaba parado en un semáforo, y que a tenor de la iconografía no parecía cine social, ni de denuncia, ni en la foto del grupo figuraban monsieur Trichet,  frau Merkel, il cavaliere Berlusconi o mister Cheney, ¡quiá!, sino unas gentes por completo anodinas y normales. Simples zombis inofensivos, o cosa asimilada, con las comisuras chorreando escasos decilitros de sangre humana, muestra sin duda de su trabajo artesanal y amoroso, pero efectuado sobre bien pocos afortunados y desde luego no en masa, sino tratándolos de uno en uno con despacio y mimo, ejemplo en fin de una labor manual de aficionados, y llevando todos los protagonistas la ineficacia, la incompetencia y el desorden del bisoño y del falto de medios escritos en la frente. Una catástrofe, en resumen, en lo tocante a productividad. Nada comparable con la ejecutoria prístina de los profesionales arriba mencionados.

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Al modo de Bienvenido Mister Chance

Cuando el árbol está podrido ya desde la base del tronco bien sabe el jardinero que de nada valdrá injertar, fumigar, proteger brotes, espulgar malas hierbas, podar a fondo. Ya solo quedará el hacha y quemar el tocón antes de arrancarlo.
Pero lo verdaderamente atroz de este apólogo del árbol de la soberanía económica es que nadie somos ni sabemos tampoco quién es el mal jardinero que lo dejó pudrir. Éramos las cerezas. ¡Miserere nobis!






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Medidas anticrisis. Pronto propondrán cambiarle el nombre a la estación de Metro de Prosperidad por el de Prosperidad sostenible. Alargando los andenes ad libitum, bien se comprende.

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Como si de una balanza romana se tratara se pone en un platillo el bene facto –beneficio–, en la otra el male facto –¿maleficio?– y para que la clienta vaya bien servida, y aun asumiendo las naturales contrafacciones (contra facto) inherentes a la construcción de la propia balanza, asumiría cualquiera que la pesada quedaría cabal añadiendo unos pocos euros al primer platillo, unos pocos despidos al segundo platillo y marchando y que pase la siguiente...
Pero, ¡qué va!, ahora lo que se estila en la plaza, y siendo lo realmente pasmoso, es que a todas las comadres (y copadres) les parezca bien esta manera novedosa de pesar, añadiendo un fajo enorme de billetes al primer platillo, un ejército de despidos al segundo y cuando el primer platillo queda un metro más arriba que el segundo, recoge el tendero sus billetes, y se marcha la cliente –o estado soberano– satisfecha con su mejoría tan vistosa en el peso y con su bolsa repleta a reventar de parados asomando por los bordes o cayéndosele por el camino como manojos de acelgas, a contarle feliz a las vecinas –o a quien quiera oírla– que las cosas en la plaza parece que ya van algo mejor, a dios gracias, aunque hay que ver el trabajo que cuesta, y cómo están los precios y las colas que hay hacer para poder llevarse algo al puchero.
–Reventaíta que vengo hoy Mariano, reventaíta..., y tu ahí, con el periódico y el aperitivo, agotado estarás, jomío..., y anda José Luis, hijo, anda, hazme el favor de ayudarme a subir la bolsa a la encimera y no refunfuñes, que tampoco tú estás haciendo nada, y no me repliques que soy tu madre, que a mí váis a venir a contarme lo que hacéis y lo que dejáis de hacer toítas las veinticuatro, ¡jodíos zánganos!–.

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