No hay último tren. ¡Qué tontería! Las vías son círculos paralelos, con desvíos que llevan de unas a otras. Allí rodamos todos los convoyes. Hasta la fecha de desguace. La señala una chapa de la máquina, por lo general ilegible. Nadie le hacemos mucho caso. Más bien tratamos de ignorarla. Hubo trenes infinitos y habrá otros tantos. Es lo primero que te enseñan. Nunca ha pasado el último tren.
Las estaciones son innumerables. Unos trenes paran en muchas, o en pocas, las mismas u otras diferentes. A veces se realiza un recorrido largo enganchando otro convoy. Se hace por gusto, afirman quienes saben del asunto. Otros entendidos lo atribuyen a necesidades de la circulación. Algunos juran que es el designio del dios de los ferrocarriles, aquí muy venerado. El tráfico de convoyes es infinito a un lado y otro. Nos rebasan algunos perezosamente o como balas. Adelantamos a su vez a muchos. Resulta entretenido de ver. A veces una locomotora te enfila aviesa. Frenas o te desvías si puedes. La ruta es peligrosa. Los accidentes abundan. Para bastantes constituyen un espectáculo gratuito. Para otros una calamidad instructiva. Otros lo ven insípido. Idiosincrasias, escuelas de manejo.
No siempre es posible parar en la estación prevista. Los contratiempos son constantes. Cambios de vía de último minuto. Los descarrilamientos. Semáforos de color indeseado. Señales taxativas. Frenaste tarde, Te pasaste de estación. Faltó presión. Paraste sin saberlo en la anterior.
Dormirse o circular soñando tampoco es infrecuente. –¡Pero hombre!, ¿cómo es posible? ponga más cuidado en lo que hace, gruñe un directivo de la Compañía–. Otro convoy silba irritado. Continúas contrito.
En ocasiones se alcanza a parar intencionadamente en el mismo lugar. Una vez descansaste feliz allí. Bien lo recuerdas. Te habita entonces el extrañamiento. –¿Es esta de verdad la estación de Wendy, así son ahora los atardeceres, sus catenarias?, no me parecen los mismos...–. –Es usted un maquinista veterano–, contesta el jefe de estación, –Su tren ya tiene sus kilómetros, ya debería de saber de qué va esto. Sea tan amable de despejar la vía–. Sueltas vapor. Te alejas meneando la cabeza.
Nunca lo aprendes. Bastan apenas un cierto número de vueltas al circuito para que sitios iguales sean distintos y los distintos devengan en idénticos. Es cosa de asombro. Una característica irritante de la realidad ferroviaria. Preferirías no conocerla.
El expreso SB 00-000-5941. Anduvimos varias veces largo trecho en paralelo. Comparábamos la calidad de los carbones. La dureza de las aguas. Cruzábamos consejos para casos avería. Sin embargo, no es más que un tren fantasma. Cualquiera sabe que no existen. Pero ¡qué sábanas, qué arrastre de cadenas, qué nubes de vapor para ocultarse, qué calidad en sus latones, qué clase de lamentos emitía!
Lo sé, ensoñaciones de viejo maquinista. Leyendas simplemente. Sigamos circulando. Es la costumbre. Será en otra estación, Delicias, Esperanza, Camposanto..., donde coincidiremos nuevamente. Ocurre siempre así. Leí una vez de una locomotora llamada Moby Dick. Una ballena negra, creo. Una obsesión de sombra y hierro. Hacía sus víctimas.
Cantares viejos de la vía. De este trabajo sucio, largo y mal pagado. Cambios de agujas, depósitos, vías muertas. Los pasos a nivel. Los siniestrados. Y cansa mucho, lo confieso. A veces pienso en si los trenes pudieran volar libres de raíles. ¡Qué cosa no seríamos entonces! Barones todos de Münchausen. La luna al fondo. A cada cual su Ítaca y su esquife. ¿Esquife?... alguna vez sabré qué es eso.
Un tren determinado, es cierto, puede llegar a tardar mucho. Pero al final despunta el faro.
Nunca ha salido el último de esta maqueta a escala exacta de uno a uno. A quién se le podría ocurrir tamaña incongruencia... si pasan siempre. Todos podemos verlos, son reales. Llegan silbando. Nos traen un viaje dentro de otro viaje, y otro. Y es el camino todo el equipaje.
Me sugiere una cosa y me sugiere otra, y otra y otra y otra. O, como dicen los zascandiles, puedo leerlo en varias claves, los mismos que le dirían, ¿es consciente de cómo arrastra a Machado a sus propios trenes, estaciones, máquinas, resuellos, toses, ejércitos de vagones y de corazones? Pero él iba ligero de equipaje y usted dice que es el camino todo el equipaje, ni siquiera que se haga camino al andar; sus trenes circulan en círculos endemoniados. Es ese tipo de literatura tan próximo a la poesía que, según cambia la luz, en la misma medida cambia el texto. Es poesía. Y no es verdad que nunca haya pasado el último tren, solo que usted no podrá verlo. Quede claro que, estas alturas, lo prefiero a Machado: su tren, el del sevillano, se detuvo en el 39, el nuestro en el 45. Lo dice usted, no yo.
ResponderEliminarAmenjesús, lector. Solo una duda, ¿de dónde sale ese 45 que comenta?, ¿es un Colt?, no me consta en el posteo, ni en la matrícula de mi tren fantasma, sabré yo de mis números...
ResponderEliminar¿Literatura? Muchas gracias.
Soy el mismo anónimo de las 9:52 PM, pero leo que usted casi ya no es Alberto en la respuesta, sino Iberto, ¿liberto? Los poetas no lo son todo el día, no están obligados. Así, tengo un amigo que lo es, poeta, pero, cuando deja de serlo, me llora que su esposa, con la que lleva veinte años casado, no le respeta ni las gripes en la cosa de andar listo, no sé si me explico suficiente, pero la cosa es que cuando ese pianto, más que poeta, es un señor hilarante, ridículo y atribulado. Con lo que pretendo decirle que en su respuesta, o bromea, o se hace el duro, o está atribulado o vaya a saber... es su derecho, el mío entrarle. Con su permiso: Dicen que, después de la segunda guerra mundial, el hombre quedó sin palabras -de las mujeres, no consta-, afirmación que siempre traduje como que nos habíamos quedado sin esperanza, por abreviar; en todo caso, hay quienes nunca estuvieron de acuerdo. Y las gracias, todas suyas, obviamente, Liberto, la mía debiera haber sido sacar una Colt 45 y darle ese tiro de gracia. Por poeta.
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