miércoles, 23 de octubre de 2013

El águila y la serpiente (la doctrina Parot)


Iba a escribir, no, estaba escribiendo un largo texto al hilo de la sentencia sobre la doctrina Parot, aunque el ‘método’ Parot tal vez serviría mejor para referirse a ella, considerando dicho remiendo más bien al hilo del Recurso del método, de Alejo Carpentier, quien de esta clase de metodologías jurídicas bien entendía, como su obra bien demuestra.

Pero se me cruzó por el camino la memoria, que no es que la tenga de elefante, pero que en ocasiones todavía me resulta útil y que al hilo de una tenue asociación me llevó a buscar ¡y a encontrar!, que eso es con mucho lo más destacable, un texto que leí en Nero su nero (Negro sobre negro, año 1979), de Leonardo Sciascia, obra reputada por la crítica italiana como la cima de su labor ensayística y de la cual, desde luego, no opino yo menos.

Y, efectivamente, mi memoria me había servido bien, tanto que me ha ahorrado con toda seguridad un puñado de horas de trabajo más, pues, como juzgará el lector, no se puede explicar más en menos páginas, salvo que se ponga uno a idear aforismos o se vaya a ver una exposición de El Roto, ni se pueden abrir más espacios para la consideración, más llenos de contenido y, si se me permite, de humanidad, esta con sus mejores y peores caras, y de muy clara aplicación todo ello a todos los hoy enfrentados, afectados y concernidos con el asunto que será tema del artículo, la sentencia del tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. Y aunque el ejemplo pertenezca a otro tiempo y circunstancias, bien se dejará ver la pertinencia del mismo.

A su vez, todo ello será un interesante artefacto de intertextualidad confesada. El texto de Sciascia, del año 1979, remite a la obra El águila y la serpiente del mejicano Martín Luis Guzmán (1927), obra capital sobre la revolución mejicana cuyo título, a su vez, según explicó su autor, le vino sugerido por una consideración de Vicente Blasco Ibáñez en El militarismo mejicano (1920), al hilo de la idea de este último de considerar que estos dos símbolos, que figuran en el escudo de México, manifiestan un modo de convivencia brutal. Exiliado fue Guzmán, exiliado fue Blasco Ibáñez y exiliado no, pero al final de sus días más casi expatriado por hastío y disgusto, lo acabó siendo a medias también Sciascia, huido, no, pero que sí terminó recalando en Francia largas temporadas, cansado de un país que se le había hecho ya difícilmente soportable.

Y en este ejercicio de ejercicios, de conversaciones del presente con el pasado, me permito entrometerme o insertarme, con toda la modestia del mundo, casi otros cincuenta años después, por seguir la línea temporal, pero con una consideración propia: esa águila y esa serpiente, el águila o aguilucho de Sánchez Ferlosio, ¡pum, pum!, cuyas plumas caen sobre el escenario del acto único... y esa otra serpiente de ETA, pero serpiente de tantas ETAS como en la tierra hay, que no pudieron todas juntas más que traerme al título milagrosa e intertextualmente sobrevenido de este escribimiento.

Voy pues con el texto de Sciascia, que traduzco de la edición de Nero su nero de Adelphi, biblioteca Adelphi, 231, Milán, 1991.

[El homicidio de Sallustro me ha hecho recordar dos episodios concomitantes, por llamarlos de alguna manera, pero de signo opuesto, de ese libro extraordinario que es El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán: uno de esos libros (y creo que es frase de Hemingway) que enseñan a escribir –y, sobre todo, que enseñan a escribir cosas feroces sin tener que ponerse la máscara de la ferocidad–. Publicado en Italia hace justo treinta años por Rizzoli, en excelente traducción de Mario Socrate (Nota mía, Sciascia hablaba y leía perfectamente en español), es raro que no haya sido nunca reeditado, por el mismo editor o por otros, en una de las tantas colecciones universales y económicas de estos años.

Como dice el título, el libro cuenta de Méjico y, más exactamente de la Revolución mejicana y de sus protagonistas: Villa, Zapata, Obregón, Gutiérrez, Carranza. Personajes que parecen levantarse en vivo, especialmente Villa, en episodios tal vez marginales, pero siempre significativos. Guzmán cuenta cosas que ha visto, porque tuvo papeles de primer plano en los acontecimientos, habiendo llegado incluso a ministro en el frenético hacerse y deshacerse de los gobiernos revolucionarios. Y no sé cuanto habrá valido como hombre político, pero como escritor, mucho. Releyendo después de treinta años y después de haber bebido en tantas otras cantinas, el libro se me restituye en una grandeza intacta. Pero veamos los dos episodios recordados y reencontrados.

Un general del ejército revolucionario se encuentra con el problema, apenas tomada mediante batalla una población, de tener que pagar a la tropa. Y encuentra rápido el modo: le ordena a su ayudante que le traiga a las cinco personas más ricas de la villa y les da sus nombres. El ayudante los encuentra fácilmente y los conduce ante el general. El general interpela al primero, Carlos Valdés, y le dice: “Señor Valdés, por la fuerza de mi poder os concedo doce horas para ingresar cinco mil pesos en la caja de la brigada”. Al segundo le concede quince horas para pagar seis mil, al tercero, dieciocho para siete mil, al cuarto veintiuna para ocho mil y al quinto veinticuatro para nueve mil. Cuatro de ellos se quedan como fulminados, pero uno, el primero, protesta: “¡¿Doce horas para ingresar cinco mil pesos?! Me parece estar soñando. Un año de tiempo sería poco, tan poco como doce horas. Por lo tanto, por lo que a mi respecta, es inútil hacer esperar al verdugo, mándeme de inmediato a la horca...”. Irritado y solemne, el general contesta: “La Revolución, señor Carlos Valdés, no tiene verdugos ni los necesita”.

Hizo de verdugo un sargento y a las siete y cuarenta y siete de la mañana siguiente el señor Carlos Valdés fue ahorcado. Los otros cuatro, después de asistir a la ejecución, pagaron. Más tarde, contando los pesos, el general le dijo a su ayuda: “han pagado todos”. “Todos menos Valdés”, objetó el ayudante. Y el general: “Pero yo sabía que no habría pagado, no tenía ni para pagarse el entierro... pero ahorcándole a él estaba seguro de que los demás pagarían”.

Segundo episodio. Guzmán va donde Villa, lo encuentra muy enfadado y ansioso, junto al telégrafo, a la espera de noticias de una batalla que sus hombres estaban manteniendo. El telégrafo empieza con su tac, tac, tac: la batalla se ha ganado, tanto muertos, tantos heridos, tantos prisioneros. “¿Qué hacemos con los prisioneros?”, preguntó el comandante de la columna. La pregunto irritó a Villa: “¿Cómo que qué hay que hacer con ellos?, ¿cómo que qué es lo qué hay que hacer?, ¡pues fusilarlos!”. Y dirigiéndose a Guzmán y a un Llorente que estaba con Guzmán: “¿Qué les parece, señores doctores?”, ¡preguntarme a mí qué hay que hacer con los prisioneros!”. Y después de transmitir la orden de fusilarlos, pregunta todavía: “¿Qué les parece?”. Pálido como un muerto, pero firme, Llorente contesta: “A mí, general, si tengo que serle sincero, no me parece una orden justa”.

Guzmán cerró los ojos, esperándose que Villa sacara la pistola y castigara la desaprobación. Pero después de unos momentos de silencio, calmado, Villa pregunta por qué. Y entonces Guzmán explicó: “Quien se rinde, mi general, mediante este acto ahorra la vida de otro, o de otros, dado que renuncia a morir matando. Y así, quien acepta la rendición, está obligado a no condenar a muerte”. Villa le miró fijamente, después se puso de pie de un salto, casi gritándole al telegrafista la contraorden y que exigía de inmediato, por la otra parte, contestación. Ésta llegó veinte minutos después, veinte minutos que Villa pasó angustiado. Cuando supo que los prisioneros estaban a salvo “cogió su pañuelo y se lo pasó por la frente para enjugurse el sudor”. Después, a la noche, durante la cena les dijo a Guzmán y a Llorente: “Y muchas gracias, amigos, muchas gracias por lo de esta mañana, por el asunto de los prisioneros”.

La diferencia entre el general que ahorca al pobre Carlos Valdés y Villa, que primero encuentra ‘natural’ que a los prisioneros se les fusile y que después descubre que lo ‘natural’ es no fusilarlos, y los salva, es, primeramente, la diferencia que corre entre hombres y no hombres, ‘entre hombres y no’. Otra diferencia, que desciende de la primera, es que Villa era un revolucionario y el general era un verdugo. Mientras afirmaba que “La Revolución no tiene verdugo y no lo necesita”, el general se comporta precisamente como verdugo y no como revolucionario y Villa, que desconoce si una revolución puede o no tener verdugo, en el momento que aprende que no puede, queda, como dice Guzmán, ‘en la cruz’, y de su feroz seguridad baja a la trepidación, a la angustia y, después, sencillamente, con ese pudor y esa humildad que vienen de la fuerza, agradece a aquellos que le han revelado una ley que desconocía, pero que vivía oscuramente dentro de sí, en su ser hombre y revolucionario.

Es imposible decir aquello que en una revolución se debe o no se debe hacer, se puede o no se puede hacer, pero sí se puede decir aquello que un revolucionario no debe y no puede hacer. Esto es: no puede y no debe hacer de verdugo. Y mucho más cuando no hay revolución y solo hay el revolucionario (el subrayado es mío). Contrariamente a lo que afirma el general-verdugo (y hay que leer, en Guzmán, la experta pericia con la que prepara, con sus manos, el nudo para Carlos Valdés), la revolución puede incluso necesitar del verdugo, pero lo que es cierto es que un revolucionario no puede rendirse al oficio de verdugo sin entrar en el ‘no’, en la negación de sí mismo como hombre y como revolucionario.

“No se puede combatir una guerra como esta teniendo en cuenta principios morales, pero tampoco se puede hacer no teniéndolos en cuenta”, dice un personaje de L’espoir de Malraux, y habla de la guerra de España que era, a la vez, guerra de estados, guerra civil y revolución. Y menos todavía pueden no tenerlo en cuenta los pequeños grupos que se consideran delegados a hacer la revolución de masas que no están todavía o que ya no están en condiciones de hacerla].


Hasta aquí, el texto de Leonardo Sciascia. Años setenta finales, los años de plomo. Los mismos años de plomo que aquí pasamos, pero que aun se prolongaron casi dos decenios más. Y cuyas consecuencias jurídicas, en lo tocante al terrorismo, son esta luchas de interpretaciones sobre las penas, su longitud, su cumplimiento y sus garantías.

Hoy, demonios extranjeros para unos, exponentes de la cordura, para otros, han dictado una resolución que entronca directamente con las raíces de la jurisprudencia, partiendo el término por sus dos componentes, para mejor comprensión del mismo, dos raíces que hoy, en Europa, descienden directamente de los padecimientos de las poblaciones en aquel mundo ensangrentado y de muy escasas garantías jurídicas de la primera mitad del siglo XX.

De resultas de ello, un sistema garantista (libremente adoptado por sus miembros, quienes, en su conjunto y mancomunadamente, mediante los organismos ad hoc en los que participan con su voto, dictan esta jurisprudencia, con españoles incluidos, por cierto) es el que dictamina cuáles situaciones jurídicas son conformes a esa legislación y a su inspiración y cuáles no.

Y, actualmente, y para algo más que solamente hipotético bien de todos, las leyes no solo pretenden dar satisfacción y justicia a quienes la demandan, por hechos cualesquiera padecidos, incluidos los más atroces, además de apartar a los delincuentes de la posibilidad de seguir delinquiendo, más la intención de castigar, o redimir o ambos, según prefiera tomar cada cual el asunto según su mejor entender; sino que, además, incluyen apartados específicos y muy claros que, a su vez, protegen a los justiciables y a los reos nada menos que de la propia ley, y a esta incluso de sí misma o del cumplimiento poco escrupuloso de sus dictados que algunos de sus servidores pretendan, en particular, en la vertiente de pretender aplicar mayor castigo que el que la propia ley prescribe.

En este espíritu y en el entendimiento de habérselas con esos ‘revolucionarios’ convertidos en verdugos según el texto anterior, la ley, de ninguna manera está ya autorizada, por ley misma, a aplicar, digamos, la ley de Talión, para entendernos, sino que ha de atenerse a las limitaciones que ella misma se impone. Ya no se tira al foso la llave de la celda, ya no hay legitimidad posible para el tiro en la espalda o para la venganza sin más. El ministro, el jurista, el juez, el policía, el funcionario, el sicario o la propia víctima vengadora, que nunca faltan, y que se vean ante la tentación de endurecer la ley por su cuenta, podrán tal vez conseguir alguna pública simpatía, y no cabe decir que esto no sea comprensible para algunos, siquiera en el caso de las víctimas, pero tendrán la misma ley en contra que tiene el asesino, asesino con causa o sin ella. Y, no lo duden, esta es una de las cosas mejores y más avanzadas del mundo que hoy tenemos.

Y el caso de la doctrina Parot, hoy suspendida, por no decir cateada, es, sin embargo, un caso evidente de chapuza o tejemaneje jurídico que se saltó ¡nada menos! que ese principio sagrado, que alienta detrás de toda legislación moderna como, por supuesto, la que emana de la Corte de Estrasburgo lo es, y que indica que no pueden bajo ningún concepto endurecerse retroactivamente las penas a los reos ya sentenciados y juzgados. Principio, por lo demás, que no es venir a descubrir hoy ningún Mediterráneo, porque de hecho está incorporado a la legislación española, como a tantas otras, desde el siglo XIX.

Y solo cabe añadir que nuestros legisladores y sus inspiradores no supieron resolver adecuadamente, en aquel momento, un problema jurídico que les había explotado en las manos, por la sencilla razón de que una legislación, todavía en parte franquista, contemplaba una serie de conceptos para la reducción de penas que llevó a casos como que asesinos con decenas de muertos en su haber pudieran estar en la calle tras quince años de cárcel. En consecuencia, pero antes de cambiar esas leyes, lo que finalmente se hizo, fue adoptar, mientras tanto, la llamada doctrina Parot, que en la práctica era una monstruosidad jurídica, que es lo que ha sido fallado ayer como improcedente.

Y rasgarse ahora las vestiduras y cargar de culpas a los juristas ajenos, que no las tienen, no parece más que un ejercicio bastante burdo de propaganda simple de la estaca, porque España, a día de hoy, tiene el dudoso honor de ser el estado que más ha contemporizado, con una lenidad sorprendente y chocante y con una indulgencia como mínimo significativa, con delitos igualmente execrables y jamás ni siquiera juzgados, como lo atestiguan los cadáveres todavía por desenterrar de las cunetas, en la represión habida durante y después de la Guerra Civil y, hoy, ya caso único de un estado que persista en tan poco jurídica y vergonzosa práctica, y, por lo tanto, como tal estado, teniendo muy pocas cartas que esgrimir para la defensa de nuestro siempre patriótico uso de la ley del embudo. Porque seguimos con nuestras viejas querellas de los muertos mejores y los muertos peores, con los asesinos buenos y los asesinos malos, con los excusables y los no excusables.

Y aunque a nadie le agradan los asesinos sueltos por la calle, –a mí, no, desde luego–, y lo mismo sirve decir de los del tiro en la nuca que de los violadores de niños, y por más que su presencia en libertad, una vez cumplidas sus penas, resulte sin duda en un enorme desasosiego moral, sin embargo sí cabe recordar algo que siempre se omite. Los que están en la calle, sin haberse fugado, lo están en cumplimiento de la ley, porque por más que suene así de raro, así es. Porque lo están en el cumplimiento de todos sus términos, de los que indican las sentencias y de los adicionales, también escrupulosamente legales, que pautan los beneficios penitenciarios y la totalidad de las razones, también legales, para los acortamientos de las penas efectivas a cumplir. Cuando todos ellos se alcanzan, el reo, ladrón de bocadillos, terrorista o asesino múltiple que sea, sale a la calle, cabe solo añadir a esto: como debe ser. Y aunque le duela a la gran mayoría de personas que no delinquen o le resulte insoportable a las víctimas, siendo el caso de la excarcelación de Inés del Río un ejemplo de ello. 

Y como es asunto en el que no cabe no expresar opinión, al menos en lo que toca al asesinato político, es decir, al del terrorista del tiro en la nuca o del que mata al secuestrado para lograr que otros paguen, como ese general ‘no hombre’, es decir, ajeno a la humanidad, del texto citado arriba, la mía la remito a los términos de dicho texto. E, igualmente, tengo otra cosa clara. De ningún modo la ley, ni lejanamente, puede ponerse en los mismos términos que los asesinos. Y, todo hay que decirlo, hoy ya no se pone. Para bien de todos.

Cierto que explicarle esto a los hijos y a los padres de los asesinados –y, por supuesto desde la solidaridad con ellos, no desde la defensa de la causa del asesino–, no es tarea fácil, sería labor más bien digna de un sabio o de seres humanos con la hache muy mayúscula, capaces de argumentar con mejores razones que las mías, pero también es la manera de sugerirles que esa es la única forma que tienen de no ponerse, como personas, a la altura de esos asesinos, y no ya solo como ley, que ella sí tiene la obligación de hacerlo, sino como seres humanos individuales, dotados de conciencia y razón. Porque de no entenderlo así, lo que en definitiva se propondría sería, términos arriba, términos abajo, dar de nuevo, y no importa desde cuál ideología, sensibilidad u óptica, como se diría ahora, en validar o proponer una vez más la conveniencia de la existencia de los muertos en las cunetas, o actuaciones poco más o menos por el estilo, si bien con alguna lenidad mayor, dados los tiempos. Y darlo, entonces, todo ello por bueno, lo cual, a mi entender, no sería más que una monstruosidad añadida a hechos ya suficientemente monstruosos.

Y aquella persona, da igual de cuál partido, aunque sea lo primero que se ha predicado de ella, que desconozco si es víctima o no del terrorismo o está relacionada con alguna de ellas, lo cual sería sin duda desgracia terrible para él y motivo más que suficiente para comprender su ira, como la de tantos afectados, pero no así, si no fuera este su caso; y que se ha permitido amenazar de muerte al diputado Alberto Garzón por expresar, más o menos, lo mismo que expreso yo en estas líneas, seguramente no sea consciente de ser víctima, cierta o figurada, pero víctima, dos veces. De la primera, no es responsable, indudablemente, pero de la segunda sí, aunque no lo sepa. Y lleva dentro la pesada y dolorosa semilla de poder pasar de victimado a victimario. Y entonces, creyéndose un justiciero, será solo un delincuente. Otro más.

Solo, para acabar, recomendar a mis lectores un libro. Creo que no lo he hecho nunca. Y alguna vez tenía que estrenarme. Les aseguro que es más que pertinente, al respecto de este artículo, que todo lo que yo pueda decir y seguir diciendo, libro que, en efecto, trata de un ser humano excepcional, con su hache, la de Melchor, extraordinariamente mayúscula. Es el protagonista de nuestra Lista de Schindler, en castellano de ley. El ángel rojo. Historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano, de Alfonso Domingo Álvaro. Editorial Almuzara, 2009, ISBN: 978-84-92573-63-9.

Es más, deberían administrar el libro en el colegio, si es que en los colegios se administraran libros, pero sería más sano, recomendable y mejor incluso que cuando daban un vaso de leche. Cuando la daban los unos y cuando la daban los otros. La leche. Y también las leches.

martes, 15 de octubre de 2013

Una de Gila (para mis buenos amigos Anselmo y Emeterio).


1. Conversación telefónica.



–Digaaa...

–Hola, Eme, chavalote, soy Anselmo, ¿cómo te va, tío?

–¡Anselmo, joé, cuánto tiempo, qué alegría oírte, macho!... ¿No me digas que nos ha salido algo? Ya era hora...

–Pues eso mismo, ya lo ves, que Dios aprieta, pero no ahoga.

–Pues tú dirás...

–Bueno, verás... Lo primero, ¿tú sabes si Alfonso tiene todavía la radial gorda, pero la gorda, eh? Esa de dos palmos de disco, la que nos rob... la que nos trajimos de Suiza, ¿te acuerdas? Cuando nos llamaron para abrir una caja que se le había encasquillado al lechuguino ese del tesorero de no sé qué y que tenía dentro toda la pasta del secretariao del...?

–Pues creo que sí la tiene todavía, que anduve la semana pasada con unos rumanos en un trapiche de una sisas de cobre y había que cortar unas farolas pa’ sacarlo y fuimos a su local a por la radial mediana, y ahí vi que estaba la gorda también y... ¡Cómo no me voy a acordar de lo de Suiza, que anda y que no nos reímos una jartá en el apartamento aquel en Ginebra!, que parecía un transatlántico y que no paraba de decirnos el pijo ese repeinao y más estirao que un caballista jerezano: –Pero sobre todo, por Dios, por sus hijos, por su madre, por lo que más quieran, tengan muchísimo cuidado y no se nos queme nada, a ver si va a saltar una chispa y vamos a tener todos una terrible desgracia... Y sudaba y gemía más el tonto del haba que si la caja la estuviera cortando él mismo. Y la abrimos tan finamente, y medía por dentro aquello más o menos lo que un garaje, y había allí así como medio PIB de un año, hijo de puta sinvergüenza...

–¡Como pa’ no acordarse, Eme! Y oye, cojonudo lo que me dices de la radial... Pues entonces se la pides a Alfonso y le dices que ya se la devolveremos en unos días, y si pregunta pa’ qué, tú di que no sabes, que te la he pedido yo... Y luego te coges la Jumper, te pasas por el Leroy y compras trescientos discos de los cojonudos, de los BASF, pero de los alemanes originales, tú sabes, a ver si te van a tangar, discos para metal, de los extragruesos, para desbastar rebabas como melones, y luego cogemos aquí en casa también la lanza térmica y todo lo demás, hasta el equipo de protección, que ya sé que no vale na’ más que pa’ estorbo, pero es que esta vez nos vamos a currar a un sitio fino y a trabajar en público, y ahí sí que se la cogen con dos papeles con las mariconadas esas de la seguridad, los guantes, las gafas, los cascos, los arneses y toa la polla esa...

–¡¿Trescientos discos, Anselmo?! ¡La Virgen! ¿Pero qué hay que cortar? ¿El Pirulí por la base?

–Pues más o menos...

–Pues entonces, como comprenderás, una cosa es que tenga que poner la Jumper porque me la pides tú, que eres un colega legal, y otra que vaya yo a pagar trescientos discos pa' la radial. ¡Tú estás zumbao! ¿Tú sabes lo que valen trescientos discos de esos...?

–Emeterio, no seas cazurro, si esto es la oportunidad de nuestra vida, la de hacernos un porvenir en la legalidad, pero es que no te lo puedo contar por teléfono...

–Qué oportunidad ni qué leche, cabronazo, menudo morro tienes... A mí no me vengas con gilipolleces, y si no se pue' hablar por teléfono, pues habrá que hablarlo igual en otro sitio, digo yo. Me voy pa' tu casa, nos tomamos unas cerves y me cuentas, ¿vale?

–Vale. Venga, pues te espero. Y arrea, que urge.



2. Casa de Anselmo.




–A las güenas... ¿Se puedeee?

–A la paz de Dios. Pasa, Emeterio, tío, pasa, me alegro de verte...

–Déjate de prosopopeyas, Anselmo, a ver, desembucha, que me tienes intrigao.

–Pues pa’ hacerlo corto, que la Marina nos ha encargao un trabajillo en Cartagena. Como te lo cuento.

–¡Joder!, un trabajillo... ¡de tresceintos discos pa’ la radial! ¿Y quién es esa Marina? ¿Tu prima? ¿Qué tiene tu prima en Cartagena? ¿Una finca de cuarenta hectáreas con veinte postes de alta tensión que le están dando por saco y nos llama para que se los quitemos, como si fueran los bardales que asoman de una tapia?

–¡Que no, coño, Emeterio, que no me has entendido... la Marina, la Marina de Guerra, el Almirantazgo, los milicos, tío. La fuerza, el estado en acción, los ángeles de Charli, el brazo humanitario, el brazo armado, misiles, portaaviones, destructores, submarinos, la defensa sagrada de la Patria, la iniciativa de proyección estratégica, la guerra de las galaxias, qué se yo... La Marina nos llama a los astilleros de Cartagena, a ti y a mí, Eme, tío, ¡a nosotros dos, ná menos! Y los trescientos discos no darán ni pa'l primer día de currelo, que nunca piensas a lo grande grande, so antiguo. Nos tenemos que ir... ¡a cortar un submarino, te enteres! Eso es lo que no te podía decir por teléfono, ¡animal! ¡Nos ha tocao la lotería, eso es lo que ha pasao! ¿Hace o no hace?

Emeterio pega dos manotazos en la mesita y suelta una carcajada que se les cierra la ventana de golpe.

–¡Amos anda, Anselmo, a cortar un submarino! ¿Al bies, a lo ancho o en finas tiras como un pimiento? ¿Pero tú que t'has fumao hoy? Si querías tomarte unas cañas conmigo, haberlo dicho... Eme, macho, vente pa’ casa, nos tomamos unas cañas, nos fumamos unos canutos y nos echamos unas risas.

–¡Cojones, Eme, que va en serio, que ya sabes que yo no bromeo con las cosas del curro! Reírnos y bebernos, todo lo que se pueda, y echarnos los polvos que nos mande Dios, pues toda la vida, pero las cosas del curro son sagrás, ya lo sabes hace mucho. No me toques los huevos.

–O sea, que me dices que tenemos un curro, una cosita cualquiera, cortar un submarino, por ejemplo, ¡pues lo normal!... por encargo de la Marina de Guerra. ¿A quién no se lo han pedido alguna vez? Vamos, tío... Y yo me pillo la Jumper, la lleno de gasofa hasta la bola, trinco la radial gorda, me merco los trescientos discos, agarro la lanza térmica, te recojo y nos vamos pa’ Cartagena, en la jaca.

Y ahora llego a casa y se lo cuento a Belén. Oye mira, Belén, chata, que me ha salido una chapuza, tengo que irme con Anselmo a Cartagena, en misión secreta, a cortar un submarino. No sé si tardaremos un mes o dos años, eso no nos lo han dicho. Ya te iré mandando lo que pueda de parné, dale un beso a los niños de mi parte. Y Belén ni me llamará gilipollas, ni me dará un bofetón, ni me dirá que haga el favor de quedarme con mi puta madre ni que me vaya a tomar por el culo. ¡Qué va, tío! Seguro que me da un beso en la mejilla y me dice... llama sin falta todos los días, precioso, ¿me lo prometes?

... Y oye, Anselmo, además otra cosa. ¿Por qué no lo cortan ellos? Será que allí no hay mecánicos... Y otra más, ¿para qué cojones quiere nadie cortar un submarino? Eso no es una varilla, creo, ni siquiera una viga. Y la última cosa... Si esto va en serio, me voy contigo a Cartagena y al Bután, y en burro, si hace falta, que pa’ eso estamos y que no se diga... pero los discos los compramos a medias, faltaría otra, que no falla una vez que no intentes tangarme, so chorizo.

–¡Joder, lo que pías, encima que te he buscao el curro de tu vida! Estás cada día más gruñón... Pues, ¡ea!, los discos y todo lo demás a pachas, como toda la puta vida y como debe ser, como los colegas que somos, pero es que estoy sin un céntimo, eso es lo que pasa... Así que a ver si se nos ocurre algo para conseguir los discos...

–Hombre, pues haber empezao por ahí... Podría hablar con los rumanos del cobre y con otros coleguis del barrio que tampoco son mancos, algo se podrá hacer, digo yo, para arrimarse gratis unos cuantos discos, me deben más de dos y más de tres favores todos esos desgraciaos...

–Pues eso, así se habla... ¡Hala, avivando! Que te habías quedao como alobao, pero ya veo que vuelves en sí. ¡Este es mi Eme! Ganas me entran de besarte la coronilla, cerdo.

–Es que así, de sopetón, joé, tío, ¡irse a cortar un submarino como el que le acorta las patas a una barbacoa! ¡La madre que nos parió! Porque no se lo podemos contar a nadie... pero no me dirás tú que no dan ganas de ir a soltarlo en el bar. ¡El despelote!

–Bueno, tío, ahora en serio, vamos con los detalles del encargo. Tú ya sabes que tengo mis contactos, y que en esto de los trabajos de metalistería fina, pero discreta, por llamarlo de alguna manera, somos los reyes. Las cosas como son. Y eso, además de la policía, lo sabe quien tiene que saberlo. Y por eso nos llaman. Y de eso comemos.

–Eso es la pura verdad. Tienes toda la razón. El Anselmo, el Emeterio y sus muchachos. Las cosas más que discretas que no llevaremos hechas, tío...

–Pues bien. El tema es el siguiente, pa’ que luego no digas que no te vas informao. Los astilleros de Cartagena tienen el encargo de construir una nueva clase de submarinos para la Marina de Guerra. Una cosa así como dos estadios de fútbol de largo y como un túnel de metro de gordo cada juguete. Vamos que, puesta en millones, ni tú, ni yo ni nadie sabemos ni escribir la cifra que van a costarnos a todos.

Y resulta que ya tienen medio acabao el primer submarino. ¿Y qué es lo que ha pasao con él? Pues lo de siempre. Lo mismo que pasó con la vía del AVE a Sevilla en el 91, que los que venían de Sevilla y los que venían de Madrid no se encontraron... había cien metros entre vía y vía en el punto donde tenían que juntarse. Un triunfo de la ingeniería. No veas las caritas que se les pusieron a los señores ingenieros de caminos, y al señor menistro. Jolines y caramba, que decían todos, con la mayor cordialidad.


Y lo mismo que pasó cuando enterraron la circunvalación de Barcelona, ese mismo año, por la zona del puerto y resultó que faltaban unos centímetros para cumplir con la altura máxima autorizada de los camiones TIR, que era para lo que la hacían, para desaparecerlos en la olimpiada. Y hubo que levantar toda la cubierta de no sé cuántos kilómetros, en zona urbana, para volverla a poner más alta. Otros pocos durillos que nos costó la cosa... Y no paraban de decir los desdichados catalufos, los mandocantanos del lugar, pe... pe... però què és això, cullons?, con los ojos desorbitaos y echándose las manos a la cabeza.

Y ahora, pues otra vez lo mismo, tío. Esta vez tocó el submarino nacional, pero el de Berlanga. Peral se lo inventó el primero y estos ciruelos, esto. Lo mismo de lo mismo, vamos. Marca España. Que resulta que se han sentao los capataces y los entendidos a sumar lo que pesará el chisme, pero después, y no antes de haber soldado todo el casco, que solo son cuatro chapas..., y les ha salido que está gordo. Gordo, no, muy gordo. Vamos que el cacharro pesa mucho más de lo que tendría que pesar. Y, en fin, ya te lo figuras... Como el submarino de Gila:

–¿Me oye, mi teniente de navío?, al habla el sargento Ibiricu, que ya hemos echao el submarino al agua, pero no flota–.

–¿Cómo que no flota, sargento?–.

–Bueno, la verdad es que no sabemos si flota, pero lo que es seguro es que no sube, y este ya tendría que haber subido. Habíamos quedao con ellos en que subían pa' la una y media, p’al aperitivo con unas gambas en la cantina, pa' celebrarlo, que eso no se perdona, pero no suben... y ya son las ocho. Pa’ mí que se va a liar... y pa’ qué decirle más. ¿Qué hacemos ahora, mi teniente de navío?–.

–Pues vaya gaita, a estas horas, habrá que llamar al almirante... ¡con la mala hostia que tiene! Que no nos pase ná a ninguno... ¿Y los de dentro qué dicen?–.

–Sacarnos de aquiiiií... Pero se oye muy bajito y con muchos gorgoteos en la línea, y cada vez más débil...–.

–Pues con lo que me cuenta, Ibiricu, además de al almirante me parece que voy a tener que llamar también al señor arzobispo... ¡Qué oficio este de enlace de estado mayor, vaya puto asco! Manténgame informado y no se mueva del borde del malecón ni un segundo y a la noche alumbre el agua por donde lo han echao con una linterna. ¡Es una orden! Y si ve que sale pa’ arriba mucho aceite y chatarra y otras cosas revueltas, vuelva a llamarme sin falta. Corto–.

–...¡La hostia, Anselmo!, así que, si m’he enterao bien, el casco del submarino ya está soldao y ahora hay que cortarlo, ¿perooo... pa’ qué, por Dios?

–Bueno, pues parece que se han marcado un brainstorming, vamos, que se han sentado a parir y a pensar a ver qué hacen ahora con el engendro, los ingenieros, los almirantes, el ministro, los de hacienda, los de industria, no sé si también el agregado militar del Vaticano, un consejero de la Real Marina Suiza, más una consultora extranjera de ingeniería (o sea, estos últimos, los que tendrían que haber ideado el submarino desde el principio, pagándoles algo más, si no había más remedio, pero en el entendimiento de que flotara, subiera y bajara como si fuera un submarino y no como una losa de cemento) y además de llamarse de todo entre ellos, menos bonitos, me figuro, han llegado a la conclusión de que hay que aligerarlo de peso, antes que pasarlo directamente a chatarra de gama alta, que para eso siempre habrá tiempo.

Un lifting, vamos, quieren un restyling. Quitarle las lorzas. En castellano, un apaño. ¿Y cómo? Pues han concluido que se le sierra el casco como si fuera un canuto, se le echa una pieza pa’ que sea más largo, por no sé qué características de flotabilidad, de soporte estructural, del momento de torsión, de... la polla en patín. Y se vuelve a soldar como el que le añade un parche a una aleta de un coche con una buena hostia, se le quita de dentro todo lo que se pueda, como vaciando un trastero hasta dejarlo en su peso ideal, y si todo sale bien, llaman al Príncipe y lo botan en la bahía de Cartagena, cruzando los dedos hasta hacerse sangre, en particular la tripulación, que eso sí que tendrá que ser pa’ verlo, si le llega el día.

–No esta mal explicao, Anselmo, y rectificar será de sabios, pero si eso funciona, tal y como me lo cuentas, yo me la corto.

–Pues yo también, Emeterio. Pero ese no es nuestro problema. Nuestro problema es el condumio.

–Ya, pues cojonudo el curro que me estás vendiendo. Que lo arreglemos para que luego nos la tengamos que cortar. Razón de más para ni acercarse por allí. Además, lo que no entiendo muy bien es que pintamos ahí estos mendas, por mucho que sepamos de metalistería. ¿Es que no lo pueden serrar ellos? Anda, que no será por equipos y técnicos...

–Pues claro que pueden, pero ya no se atreven. Después de la cagada no queda ni un solo ingeniero, ni un solo oficial, ni un aprendiz de tercera de mecánico que se atreva a acercarse a un plano o a una llave inglesa sin un escrito notarial firmado y exculpándoles a ellos y a sus herederos hasta la cuarta generación de toda responsabilidad con lo que pase.

Y ya han caído el presidente del astillero, el ingeniero en jefe, todos los responsables del programa y caerán los almirantes, el ministro, el capellán castrense y la señora de la limpieza. Al tiempo. Allí ahora mismo se debe respirar un aire como en un gulag del año cuarenta y siete, antes de una visita de inspección del Padrecito Stalin. Así que para allá que nos vamos nosotros, pa’ Cartagena, a salvar a la Patria, Eme, tío, ¡toma ya la iniciativa privada!, los servicios externalizados... ¡Ay que me parto! Las oportunidades de los tiempos de crisis. ¡Vamos a emprender, tío, a emprender con la radial del Alfonso, con la Jumper del Emeterio, con la lanza térmica de servidor y con dos cojones y un palito! Y a sacarle las castañas del fuego al erario.


¡El Anselmo y el Emeterio, aspirantes a la orden del Mérito Civil y también a un marquesado si les apañamos bien la chapuza y aquello flota y sube y baja siquiera un par de semanas! Eso es lo que somos ahora mismo tío, futuros aristócratas, los señores Condes de la Lanza Térmica y de la Radial... como la Condesa de Fenosa, pero con grandeza de España. ¡Se han pillao estos capullos los cojones en dos mil millones, ná más! Y otros mil millones más pa' arreglarlo, más los que te rondaré morena, pero mucho tendrá que torcerse la cosa pa’ que no saquemos tú y yo siquiera cincuenta mil euros cada uno, como pa’ comer un par de años a costa de todos estos manazas. ¿Te lo imaginas, tío? ¡Comer dos años por adelantao!... ¿Cuándo te has visto tú en otra?

–Ya, bueno, tú dirás lo que quieras, Anselmo, pero yo creo que ya estás mayor para creer en los Reyes, porque yo te digo a ti que con estos tiburones de la mar océana, como no les cobremos cada metro de corte por adelantao y a tocateja, ni tres años, ni tres días, ni tres veces vamos a comer nosotros ni nadie. Pues menudos son estos pájaros y estos peces…


Anda, por favor te lo pido, antes de poner ni un puto duro de nuestros cochinos bolsillos, ya estas llamando al ministro, al almirante, a tu contacto o a su puta madre, para que aforen el adelanto, pa’ comprar los discos y los electrodos, pa’ cambiarle las cubiertas a la Jumper, pa’ pagarnos el viaje, pa' poder comer y echarnos una canita al aire por el camino y para dejarle siquiera mil euros a la Belén, a tu Josefina y a los niños...

Y cuando hayas tocao pelo, ya me llamas, pillamos lo que haya que pillar, lavamos, planchamos y almidonamos los monos, si hace falta y lo exige el contrato, y p’allá que nos vamos silbando... a cortar el submarino en los cachos que nos digan. ¡Susórdenes, mi contraalmirante! ¡Le manda cojones, vaya país que nos ha tocao en el sorteo!

Y se volvió para su casa, en el fondo ilusionado y a esperar el telefonazo, el bueno del Emeterio.



http://politica.elpais.com/politica/2013/10/13/actualidad/1381689359_105016.html

domingo, 13 de octubre de 2013

Especialistas en nada, especialistas en todo.



Tal vez lo más grave que pueda pasarle a una gobernación es que esta sea desempeñada por un especialista o por un grupo de ellos y que estos pretendan gobernarla exclusivamente según las normas de sus respectivos oficios.

Todos sabemos que cuando los estados son gobernados por un militar, un general, en fin... un dux, un imperator o un general superlativo cualquiera como los de nuestros pagos, de los que siempre sobran, sus súbditos pasan a vivir en un cuartel. De los cuarteles de antes, se entiende, no de los de ahora.

Lo mismo pasa con las teocracias, y admitan o no este nombre para sí mismas, que no hay más que echar un ojo en derredor, que no son cosas estas solo del pasado, y cuando un clérigo o cualquiera de sus hechuras, aun sin vestir el hábito talar, gobierna en exclusiva para la feligresía, pero asumiendo siempre y en todo caso que esta está compuesta por todos los súbditos del lugar, sin faltar uno, y así muchos sean fieles de otras religiones, escépticos, agnósticos y ateos, incluso, la única conclusión a sacar es que seguro pintan bastos para el noventa por ciento de cualquiera de estas desgraciadas poblaciones a considerar. 

Y los ejemplos podrían seguirse sin cuento... estados gobernados por psícopatas, por filósofos, por iluminados, por teólogos, por jueces justicieramente implacables y por jueces salomónicamente justos, por mercaderes honrados y por mercaderes ladrones, por asesinos sanguinarios, por bondadosos pater familias (que en Roma, por ejemplo, donde hubo emperadores de todo tipo imaginable, hasta los hubo de estos), más las mezclas en cualquier dosis de todo ello, pero que, en casi todo caso, no llevaban más que a infortunios y, demasiadas veces, a repetidas degollinas.

Pero el caso más próximo, el que me ocupa y nos ocupa, lo creamos o no, hoy en día es el del poder tomado por el brazo financiero y por sus profetas, los economistas, que parece resumir y asumir todos los anteriores en cuanto a estupidez y vesania, porque frente a este brazo, ríanse ustedes del brazo secular, que tampoco era manco. Pero solo muy raramente justo.

Con el resultado de que estos ‘especialistas’ gobiernan desde unos presupuestos comparables a como si en cualquier empresa los encargados de tomar las decisiones primeras y últimas respecto de todo, desde la razón de ser de la firma hasta todo lo demás, producción, objetivos, finalidad, estrategia, táctica, gestión comercial, control de calidad, manejo del personal... las tomara siempre y únicamente el contable, bueno, no, perdón, el director financiero, pero sin otros instrumentos ni otras consideraciones delante de sus ojos que sus planillas de Excel y sus hojas de debe y haber, aunque ahora dotadas de la misma facticidad que sentencias de muerte.

Y, aunque considerar que el contable es pieza necesaria en cualquier organización y atender a sus consideraciones, explicaciones y demandas no parece más que una buena práctica, sin duda recomendable, sin embargo, el regirse para tomar cualquier decisión solamente por sus opiniones y consideraciones de ‘especialista’ llevará sin duda a desatender tantas otras consideraciones, igualmente buenas y necesarias, que este no habrá tenido en cuenta por no ser de su ámbito. Es decir, por desconocerlas en buena parte y por no saber que hacerse de ellas, dado que no son de eso mismo, de su especialidad.

Pero si algo han destacado siempre del buen gobernante (que los ha habido) las gentes, los tiempos, la opinión del común y la posteridad, así como la de los conocedores de estos asuntos, es que esta clase de dirigente lo es fundamentalmente por saber rodearse y escuchar a los doctos en todo ámbito, y por aprender a sumar, integrar y a dar y a quitar, en definitiva, en función de muchísimos condicionantes y necesidades a los que tendrá que atender con exquisita y sabia mesura. Es decir, sustituyendo arriba, que no podrá nunca ser buen gobernante quien solo escuche al contable, como sin duda es el signo de los tiempos y el de los gobernantes, en su inmensa mayoría, y lo que constituye, seguramente, la peor característica del tiempo presente.

Y estos criterios de atención a muchas y diferentes necesidades, no por simples y evidentes salen de la nada, sino que son pura imitación necesaria de lo que hacen las gentes de bien con sus semejantes y dependientes, casi en todo tiempo, lugar y situación, es decir, de aquello que caracteriza a los humanos por serlo, y esto por no decir que, incluso, parte de ello también lo hacen hasta los animales, y sin necesidad de contable.

Y esto incluye dar de comer a los hijos, enseñarlos y protegerlos. Y a los viejos y a los impedidos darles igualmente de comer, cuidarlos, cobijarlos y a todos ellos mantenerlos, así como mantenerse, además, a sí mismos, en resumen. Y la consideración o conclusión inevitable de que si tal cosa ya no es posible, esto no es entonces más que responsabilidad de los malos gobernantes, a quien cabe señalárselo y exigirles otros comportamientos. Y lo cual, por cierto, es posible. Basta con no votarlos.

Porque es función primera de estos mismos gobernantes, con responsabilidades y obligaciones mucho mayores que las de cualquier particular, pero siempre más que suficientemente premiados, así se atengan o no a ellas, el proveer los medios necesarios para que esas necesidades de todos, si es que de humanidad hablamos, puedan satisfacerse con alguna armonía, justicia distributiva y ateniéndose al sentimiento de bien común. Y será este un discurso tan viejo como la antigüedad, seguramente, pero parece igual de necesario hoy como hace cien o dos mil años. Y si lo es es porque, precisamente, persisten las causas para enunciarlo. Por desgracia.

Y, en los términos del hoy mismo, este es el discurso de más actualidad que puede emitirse. Y el más necesario. Si los ejes fundamentales de la política, que son la buena administración del trabajo y sus conjuntos, de la enseñanza, el cuidado de la población, la procura de la cohesión social, junto al necesario ‘buen’ manejo de la vida económica, la milicia, la justicia y el pan nuestro, más todos los etcétera que se desee añadir, entendidos como los términos mínimos y necesarios para una supervivencia digna de cualquier población moderna, son descuidados como deberes ‘fundacionales’, por decirlo de alguna manera, y se permiten las gobernanzas, en cambio, nada menos que desmantelarlos o subrogarlos a terceros, por consejo de sus contables, con los resultados que vamos viendo, y cuando los ejemplos de buena administración ya nos los trae solamente el pasado, no cabe duda de que estos saberes de vía única de ciertos ‘especialistas’ va llegando la hora de que sean echados, junto a tantos otros, a los basureros de la historia.

Desconozco, sin duda, cuanto peor o mejor pueda ser el gobierno de este notario que nos ha tocado en suerte que el del abogado, el zapatero, el druída, el monje o el castrado que nos cayeron y nos irán cayendo sucesivamente sobre los hombros y a los hombres de acá y acullá, pero no me cabe duda de que, este y los otros, sean cuales sean sus profesiones y creencias, si persisten en gobernar según dictados de un único y tendencioso cuerpo de especialistas serán malos gobernantes, por no detenerse a escuchar y a darle el espacio necesario a otras opiniones y a articular los modos para que prospere el conjunto de una sociedad y no solo una pequeña parte de ella.

Y, no digamos ya, cuando dicho cuerpo de asesores y especialistas, y da lo mismo en Madrid que en Tubinga, sinceramente, pero en número de doscientas cincuenta personas, por seguir con el ejemplo, solo en el Ayuntamiento de Madrid capital y como es nuestro desdichado caso, no son Herón de Alejandría, Cicerón, Marco Aurelio, Teresa de Jesús, Jovellanos o tan siquiera Sampedro, sino el cuñado, la prima, el yerno, el hermano, el tío del chófer, el compañero del cole y el amigo de cada Virrey o pequeño y pastelero Visir de turno.

Porque quisiéramos cualquiera pensar, a esta altura de los tiempos, o eso al menos creíamos que pretendían enseñarnos, que debiera ser la democracia cosa de finas transacciones, de pactos sabios y elaborados, de hallazgo de promedios bien calibrados, de ponderaciones más que sopesadas, de intención de ajustes a satisfacción de los más posibles, incluso de sorteos antes que de favorecimientos a dedo, y de un respeto deseablemente máximo a las opciones individuales que no menoscaben a terceros, que de estos trágalas de miras cortas, de pensamiento minimalista y escuchimizado, de imposiciones y mandamientos legislativos que solo satisfacen a un veinte por ciento de la población y ofendan o perjudican al otro ochenta.

Y si además el gobernante incumple, sea notario o sindicalista, las dos normas máximas para prestigiarse de verdad en el oficio, que son no meter la mano en la caja y que si su mujer es una zorra (o su marido una garduña), siquiera ni de lejos lo parezcan, y si lo fueran, puerta, entonces todo el resto del discurso ejemplificador que pretendan emitir, junto a sus decretos, ya sobrará por completo hasta el día de su despedida, que solo cabe augurarles próxima.

Y a esperar a ver con cuál parlamento llegue el siguiente y qué especialistas nos traiga bajo el brazo para justificar el hambre y su necesidad. Tal es el armazón teórico de la modernidad. Especialistas en todo, especialistas en dejar la nada a su paso.

martes, 8 de octubre de 2013

Comprensión lectora, que le dicen.


Nos informan hoy los papeles de que los súbditos de este reino afortunado figuramos en la cola de la OCDE en comprensión lectora y matemáticas. En realidad poca cosa, si comparada con nuestra destacada posición en la posesión del esférico (se trata de un elevado asunto de trigonometría, del cual conoce todo el mundo, pues incluso en las tabernas hablan de ello) o en el número de cajeros automáticos por habitante, por ejemplo, que ahí es ná.

En ayudas a la banca, además, también destacamos y esto no puede significar otra cosa que lo ya sabido. Que somos un pueblo de Quijotes. Si un banquero pasa hambre, raudo salen los caballeros andantes a los caminos y plazas para, con la mejor aquiescencia de todos, recaudar y entregar a esos necesitados lo necesario para su rancho. Que les debemos mucho, además, y es de justicia ayudar a quien te ayuda.

Con todo y ello, he intentado comprender qué es eso de comprensión lectora, porque, la verdad, me suena feo, y prefería aquello de comprensión de lectura o de comprensión de lo que se lee, pero ya he visto que no hay más tu tía (there's no more your aunt, en inglés, señores Blanco y Botella, de nada, que mira que buena pareja hacen) porque como tiene que decirse es comprensión lectora, y me callo.

Pero como me puede la curiosidad, por no decir la maldad, y aun seguía discurriendo y discutiendo conmigo mismo, me he ido a la Güiquipedia, para buscar mejor comprensión lectora e ilustrarme, donde he encontrado este párrafo  mediante el cual he podido confirmar que, en efecto, ando fatal de eso mismo, como me corresponde por lugar de residencia. Y como dos y dos son cinco. Vean si no. (Los subrayados son míos).

La comprensión es el proceso de elaborar el significado por la vía de aprender las ideas relevantes de un texto y relacionarlas con las popadas y/ o conceptos que ya tienen un significado para el lector. Es importante para cada persona.

Sí, ya sé que la cosapedia esa la hacen aficionados, revisados por otros aficionados y que de resultas de ello queda lo que queda, algo así como si no lograran nunca poseer de seguido el esférico, con su consiguiente ruina, si de trigonometría habláramos. Pero, ya sin entrar en el significado, que serían aguas más procelosas, ese fantástico "popadas" me ha obligado a marcharme otra vez de excursión, esta vez a la RAE, casa esta algo más seria –siquiera cobran por lo que regalan y yo que me alegro por ellos–, donde aseguran que popada no es dama conocida en el caserón y remiten a "popar" que afirman que significa despreciar o tener en poco a alguien, acariciar o halagar, tratar con blandura y cuidado, mirar y... se acabó. Así que como significa despreciar, pero halagar y también acariciar, pero tener en poco, pero mimar, pues me me he dado la vuelta para casa sin comprender demasiado bien lo que me han querido decir.

Pero como soy machacón, he sustituido lo anterior en el "popadas" de la Güiquipedia y he intentado, de nuevo, comprender lo leído, es decir, aprender las ideas relevantes de un texto y relacionarlas con las caricias-desprecios y/conceptos que ya tienen un significado para mí, que soy el lector que tiene que comprender y..., pues, qué quieren que les diga... Que sigo sin enterarme, que soy bruto, vamos y, es más, que seguramente ya ni sé de lo que hablo, de lo que hablan y nada en general de la madre que nos parió y los parió a todos.

Así que me he ido a leer el periódico, El País, del 8 de octubre de 2013, por ver si alcanzo comprensión lectora de algún otro asunto y por entretener mis martes al sol sin tener que emborracharme con las cañas que me sufrago con el subsidio y he dado con lo que sigue, para mi mejor alimento espiritual y autoayuda.



El primer titular, qué duda cabe, induce a la comprensión lectora, así como a la compasión con la comprensión escritora de la firmante. Y de los correctores de estilo. Con lo importante que es el estilismo hoy en día, pero es que esto parece como si fuera un terno de Armani, aunque con las coderas cosidas por mi mano, jomíos, pero con una  clara diferencia. A mí no se me ocurriría nunca decir que sé coser y menos aún cobrar por ello.

Si bien, queda una segunda explicación, que no les paguen, en cuyo caso ya bien se entiende que se venguen.

El segundo titular, más creativo, nos informa de la existencia de un riñón cruzado, como los ligamentos, que es a lo que me ha llevado mi comprensión lectora. Veré de averiguar en una enciclopedia médica, pues me caracteriza el ansia de conocer, pero, sinceramente, también me da su respeto. ¿Y si averiguo ahora que me puedo trasplantar un pene cruzado, será mejor o peor?

Por último, por necesaria autorreferencia y circularidad, propias y ajenas, la noticia que encabeza el post. Que justifica de sobra su propio titular con los dos anteriores. Quod erat demostrandum. Puesto que, finalmente, deja mejor que patente a dónde se puede llegar sin comprensión lectora, o sea y por ejemplo, a escribir sin que haya un Dios que pueda entender lo que se mal explica.

Que esto es lo que tienen los periódicos de humor serio, su desprecio/caricia, a su idioma y su cristiana tolerancia con sus burros, con las debidas barras y consiguiente mejora de la comprensión lectora de vayan ustedes a saber quién. Y cuando el idioma le viene ancho hasta al usuario profesional evidencia que la comprensión es lo que se le hace estrecha no solo a él mismo, sino a sus desdichados catecúmenos, o lectores, de haberlos.

¿Me explico?, como tantos preguntan a sus auditorios, expresando así alguna duda entre la adecuación de lo pensado y su capacidad para verbalizarlo, en la creencia que son dos cosas diferentes, como la propia Güiquipedia informa en párrafo que no he pegado, pero que sigue al que cité.

Pero no, desengañémonos, que ya lo dejó bien claro en sus Cuadernos don Pablo Valéry, que algo entendía de estos asuntos. La posesión del lenguaje está en relación recíproca con la fuerza del pensamiento. O debe estarlo.

Y no hay más tu tía.

sábado, 5 de octubre de 2013

Tiempos próximos.



–El siguiente.

–Buenas tardes...

–Buenos tardes. Usted dirá, señora.

–Vengo a que me arreglen este tomate.

–Pues vamos a verlo... ¡Alfonso!, acércame el comprobador de tomates y el salvatomates y, ¡ojo!, no te confundas, el de tomates, no el de melocotones, que mira la que liaste ayer...

Anselmo, el aprendiz, con aire aburrido, le acerca lo solicitado.

–Muy bien, pues veamos qué hay con este tomate, mala pinta tiene... acompáñeme por aquí, señora.

Se sitúa frente a un impoluto banco de trabajo, se coloca con rapidez y pericia unos guantes de látex, extiende un plástico sobre la mesa en el que figura en grandes letras de diseño: Fruticompost, talleres Raúl y Paco, y cubre el tomate con el salvatomates transparente que tiene un orificio que hace coincidir en un gesto rápido y eficaz con la parte superior del fruto, donde aún queda una hojita verde.

–Señora, para las comprobaciones tenemos que retirar la hojita verde y el peciolo, ¿está de acuerdo con ello?

–Qué remedio... aunque hervidos de algo servirían, pero haga usted lo que deba.

Los retira con unas pinzas, los introduce en una bolsita esterilizada, toma una etiqueta que sale de la máquina, la pega en el cierre y le entrega la bolsa. Luego introduce una sonda fina como un cabello por el lugar donde enganchaba el peciolo. En el visor del instrumento comprobador de tomates empiezan a aparecer cifras en rápida secuencia.

–Ufff... este es un tomate modelo Raf, ya algo anticuado, de ocho destellos verdosos, nº 48C, diámetro mayor 97,3 mm, contiene 629 pepitas y un porcentaje de agua del 91%, da 284 gramos brutos en la báscula y tiene fecha de emisión del 12 del mes pasado, o sea, que tiene ya quince días y nueve horas... a punto de quedar invalidado. ¿Me puede usted decir por qué ha esperado tanto a traerlo?, no vea usted ahora la que habrá que armar... y es que parece que se resiste todo el mundo a comprender que los tomates ya no se pueden arreglar en casa, pero si es por su bien, por su salud... si  cualquiera lo sabe.

–Es que se me pasó, y hoy, al querer usarlo, me di cuenta de como estaba...

–Pues en las condiciones en las que se encuentra ya me dirá usted qué hacemos... A ver, mujer, antes de seguir, ¿cuánto le costó el tomate, si no es indiscreción?

–Pues no me acuerdo bien, pero me suena que veintiséis céntimos, no pensaba que hubiera que traer la factura...

–Señora, las facturas conviene traerlas y llevarlas para todo, garantías, caducidades, reclamaciones, responsabilidades sanitarias, titularidad, qué le voy yo a contar...

–Puedo ir a por ella, si les hace falta.

–Es que es imprescindible, bien lo sabe usted, bueno, ahora mismo, no, aunque solo por hacerle un favor, pero mañana o pasado, sin falta, antes de tres días, que luego, ya sabe... le viene el ministerio a usted con que consumió un tomate caducado y a nosotros la multa por procedimiento incompleto, la averiguación de Interior sobre un tomate sin identificar y otra más de Hacienda por intervención fuera de la norma. Ya sabe cómo se las gastan. Si por nosotros fuera... pero no es culpa nuestra, señora. 

–Vale, vale..., pues le agradezco el detalle, entonces mañana por la mañana se la traigo sin falta.

–Bien, pues para abreviar. Si le intervengo el tomate hay que quitarle cerca de un sesenta por ciento del total de su carne y la piel, casi toda ella, que está completamente llena de rozaduras y de mataduras y es obligatorio sanearla, y siempre que sea para consumir hoy mismo, que si no, le caduca la garantía, y ahí si qué puede usted meterse en un lío de verdad, que a las cámaras de seguridad interior de cada domicilio no se les escapa nada. El  presupuesto, si no lo acepta serán tres céntimos, y si seguimos adelante, serán 12 céntimos total, ya con el IVA. Y usted me dirá qué prefiere hacer, pero el tomate, tal y como está, tenemos que retirarlo por ley, si intervenimos le cuesta más de lo que medio tomate y se comerá menos de la mitad. Comprendo que es un problema, pero tiene que tomar una decisión.

–Bueno, le sonará raro, pero yo, a mi edad, con medio tomate ceno. Si compro otro, serán 30 céntimos a lo menos. Casi que me lo arregla.

–Pues como usted diga, me parece juicioso, al final eso es lo que decide casi todo el mundo, vaya usted a la sala de espera que mientras se intervienen los frutos aquí no se puede estar, que esto siempre es desagradable. Tardaremos una hora, que no vea lo que tenemos esta tarde por delante en taller. Salga usted por allí, señora.

–Gracias, muy amable, hasta luego.

La clienta se dirige a la sala de espera. Antes de entrar, en la ventanilla de la entrada se identifica como propietaria del tomate, firma el presupuesto y paga la intervención por adelantado. Firma otro documento indicando que la factura la traerá mañana, ateniéndose a las consecuencias de no hacerlo. Le dan el comprobante para la recogida, el 254.

En la sala no quedan asientos libres. Se resigna y se apoya en una columna. Enfrente, distingue una variedad de carteles de chicas provocativas recostadas sobre cajas de diferentes frutos, una, semidesnuda, agachándose sobre una tomatera, otra con un mono azul mordiendo una manzana, otra, empujando con cuatros dedos extendidos y en un gesto pícaro, un calabacín que aprieta contra uno de sus pechos.

Sacude la cabeza con resignación al tiempo que se da cuenta de que tiene mucha sed. Se acerca al dispositivo erogador de elementos de hidratación. Dedal de agua higienizada: tres céntimos. 50 cc de Cumbres del Mont Blanc, tensioestabilizada: cinco céntimos. Pack Aqua Plus, 100 cc: ocho céntimos.

Escarba en el monedero y ve que no le quedan más que dos céntimos. Regresa a la columna y, por un viejo automatismo de otros tiempos, se levanta la manga izquierda y mira a su dispositivo intercomunicador universal de muñeca. Pero ve el letrero del software que se ilumina y le recuerda... Consulta de la hora, un céntimo; consultar el correo, tres céntimos; agenda, cinco céntimos; establecer comunicación, nueve céntimos. Introduzca opción solicitada...

Deja caer el brazo, apoya el culo firmemente en la columna, avanza un poco los pies para dejar descansar la espalda arqueándola hacia adelante y agarra la correilla desgastada de la bolsa de las frutas con las dos manos, cruzándosela delante de las rodillas y sujeta con los dos brazos alargados hacia abajo y mira hacia el contador de entregas. Va por el 119.

Suspira hondo y compone una expresión inescrutable.

jueves, 3 de octubre de 2013

Acto de contrición, aunque sin propósito de enmienda.



Mi post anterior, sobre el Papa Francisco, adolecía de bastantes cosas. Me lo han hecho notar y reconozco que es cierto. Y, más o menos, una razón es que no me reconocen en él, entre otras, y así se me ha dicho, en privado.

Y sí, en efecto, el post era optimista, por un lado, esperanzado tal vez, poco informado o documentado, por otra, y llevado más al hilo del deseo que de razones de mayor calado. Todo ello es cierto. Añadiré que, incluso, tampoco me gustaba demasiado a mí, a pesar de lo cual me permití publicarlo así. Y reconozco también que, si algo maticé, lo hice poco o, por lo menos, poco para lo que acostumbro.

Con todo y ello, la sustancia de fondo de lo expresado sigo pensando que tenía su algo de validez. Esto al margen de que mis simpatías y sintonías habituales, así como las de la mayoría de mis lectores, intuyo, no parecen dirigirse en exceso hacia lo 'religioso', lo cual no es otra cosa que constatar que cada cual y cada grupo de personas, más o menos, nos movemos dentro de nuestro propio nicho ecológico y que de estos hay más que granos de arena.

Sin embargo, no quiero dejar de añadir una consideración. El que muchos, como yo mismo, no nos movamos en ámbitos de interés que tengan que ver con la fe religiosa y el que, dicho sea de paso, muchos también la consideremos como algo fundamentalmente inútil, por no decir casi dañino, como yo mismo podría afirmar y firmar, también con las debidas matizaciones, no quita para que muchas personas, seguramente en mayor número que las del grupo anterior, no compartan, como sin duda es su derecho, esta visión, se muevan y se dejen mover por esas mismas razones que otros no comprendemos y actúen, en cierta medida, en función de ellas y ajusten, en parte, sus maneras de pensar y actuar en función de lo que dicten sus líderes espirituales, ya que los tienen.

Y esta convivencia necesaria, que es política, en definitiva, entre quienes más pudieran ser adversarios que compañeros de sensibilidad, tampoco tiene que quedar definitivamente exenta del reconocimiento de los puntos de encuentro que puedan darse. De lo contrario, deberíamos de seguir siempre y en todo momento con el palo desenfundado y esto, cuando el opuesto hace un gesto pacífico de aproximación, por tímido que sea, no me parece cuestión de despreciarlo ni de contestarlo solo con más leña.

Y como todos ellos son, con nuestro gusto o sin él, nuestros compañeros de humanidad, con los que convivimos, el constatar que un determinado líder de ellos, sea el Dalai Lama o el Papa de Roma, parezca preferible que sea un individuo de visión amplia, mejor que estrecha, y si algo más tolerante, mejor sin duda que un bulldog ideológico, tampoco es extenderle a nadie un cheque intelectual en blanco, sino dejar constancia de que con unos papas, en este caso, puede ser más confortable vivir que con otros, o menos doloroso e insufrible. Esto al margen, además, de que quién sería yo para extenderle cheques intelectuales a nadie. Por lo tanto, no los extiendo, solo digo, tratando de razonarlo, unas veces con más tino y suerte, otras con menos, que me gusta esto y no me gusta o me gusta menos lo otro y por qué.

Y cuando un papa, como este, hasta ahora, y aun con todos sus evidentes condicionantes, el primero de los cuales, sin ir más lejos es ese, el ser papa y no sindicalista o dirigente alternativo, emite un discurso al cual nadie opuesto a él le obligaba, y este discurso aparenta, digo aparenta, estar respaldado por algo de fondos reales en su banco ideológico, y no solo de humo, yo me he limitado a constatar, en primer lugar, la sorpresa, y, en segundo, un cierto alivio por mi parte. Para expresarlo más claro. Un papa que más desautoriza que da alas a Rouco Varela, por ejemplo, no es, desde mi punto de vista, cosa de desdeñar. Otra cosa sería, esperar del papa una declaración de ateísmo. Eso no iremos a verlo y absurdo sería el pretenderlo.

Al final, papa es, sin duda, seguirá excomulgando y elevando a los altares, como ya ha hecho, a quien crea que debe, y de la misma manera que nadie en sus cabales le va a exigir a Mariano Rajoy que contrate a Alberto Garzón como asesor económico, tampoco podemos nadie aspirar a que ese olmo de peras. Y no solo ese olmo, sino cualquier otro olmo a considerar. Pero con que ese olmo, por lo menos, aparente, digo aparente, no ser el árbol del ahorcado, ya se habrá andado algo de camino en la vía del necesario entendimiento entre opuestos o distintos. Y por dejar constancia esperanzada de ello puedo ser ingenuo, que duda cabe, pero también es un ejercicio legítimo.

Por otra parte, y sin que venga hoy a expresar mi intención de entrar en el seminario, este artículo, por ejemplo, de Juan Goytisolo, yo, desde luego, no podría haberlo escrito. http://elpais.com/elpais/2013/09/27/opinion/1380285474_700754.html  
Y no por otra cosa, sino porque, por muy Juan Goytisolo que se sea y se escriba como los ángeles del paraíso, creo, simplemente, que no se compadece con el tema, que es el Vaticano y sus conjuntos. A fin de cuentas, si a uno no le gusta el papa, que lo diga, y si no le gusta, todo ello con más razones o sin ellas, que lo diga también.

Y darle consejos de lectura al papa, la verdad, puede ser gimnasia periodística legítima, desde luego, pero, como diría don Rafael Sánchez Ferlosio, no me parece mucho más que un cierto ejercicio de onfaloscopia, con su bastante de huero.

Recomendarle, además, la manida lectura de los sótanos del Vaticano, de Gide, pase, que en lo tocante al tema, es un clásico, pero la de Carlo Emilio Gadda, y de esa obra absolutamente portentosa que fue y es Quer pasticiaccio brutto de Via Merulana, ya me parece del todo ocioso. Y esta vez lo digo porque sí se a fondo de lo que hablo, porque este ha sido uno de mis libros de cabecera, desde mis veinte años. Lo habré releído, seis, ocho veces. Y, sinceramente, por vueltas que le quiera dar a la razón por la cual lo recomienda Goytisolo en ese contexto, no logro encontrársela. En este obra, el Vaticano y lo religioso, sin más, no figuran. Sale un cura, eso sí y, además, poco.

La religión, la fe, no están, no constan, no pesan, más que como leve ruido de fondo. El libro es solo, y no es poco, un fresco maravilloso sobre Roma y los tiempos del fascismo, so capa de novela de intriga policial. Y, en particular, el mayor monumento lingüístico y ejercicio de juego con el idioma que yo haya leído jamás, a excepción, eso sí, de otra obra del mismo autor, Eros e Priapo, de redoblada dificultad, algo así como un Góngora en prosa y puesto al día, temática aparte, y pasada la expresión por toda clase de artificios autorreferenciales y por lo cheli, lo chic y lo académico, todo junto y todo ensamblado como un cronómetro, pero juegos ambos que, por lo demás, debido a su enorme complejidad, solo pueden apreciarse en italiano, y a condición, además, de conocer muy a fondo esa lengua. Lo cual no es el caso de Bergoglio, dicho sea de paso. Y, es más, los considero libros intraducibles por definición, tal es su complejidad lingüística, sin que pierdan lo que tienen, su carácter de juego y de ajuste de cuentas con el fascismo, pero no con la religión, lo siento. Sé que hay traducciones al castellano de Quer pasticiaccio... dos creo. Del otro, imposible. Del primero habrá alguna más, imagino. No conozco la que cita. Pero una vez tuve una en mis manos. Era otro libro. La misma diferencia que entre una rosa y la foto de la rosa, para entendernos.

En resumen, no he entendido el ejercicio de Goytisolo. ¿Qué le gustaría explicarle al papa?, ¿que en Roma hay putas, asesinos, funcionarios, gente bien con asuntos inconfesables debajo de la alfombra, lumpen, policías buenos y malos, criadas y tenderos codiciosos, oropel y basura, lesbianas inconfesadas, aves rapaces, ricos impresentables, señoras bien que van a misa, monseñores de dudosa catadura y un generalizado gusto barroco por ocultar todo aquello que es evidente?, pues hombre... ¿qué le autoriza a suponer que el papa no lo sabe?, yo creo, por el contrario que el papa sí lo sabe, sinceramente. Este y todos los anteriores. Y, más que nada porque eso mismo lo debe de haber en Buenos Aires así como en Mazarrón, intuyo. Por lo tanto, y siguiendo su línea argumental, pongámosle un guasap al obispo de Roma preguntándoselo, a ver si nos lo aclara.

Para finalizar. Todos estamos muy maleados y arrimamos el ascua a nuestra sardina. Y tampoco se llega a papa de Roma sin estarlo. Ni a jefe de negociado en Hacienda. Cuanto más arriba y más alejado todo mandocantano de la esencia ideal del pastor, y más cerca de la más realista del ungido, del privilegiado, del líder, más segura será la presencia de mucha recámara, más la necesaria asistencia de abominables camarlengos de poco fiar. Todo lo cual no quita para que en el mundo coexistan Mandelas y Bokassas, ambos al cargo de su respectiva grey. Yo solo quería decir que prefiero que cualquiera que llegue a propietario del cuarto de los botones de cada palacio se parezca algo más al primero que al segundo. Y puedo equivocarme y no ser este el caso del papa Francisco. Pero solo decía que no me lo parecía. Y tal vez, además, seguramente equivoqué el tema. No sería el mío.

En cualquier caso, de ninguna manera piense el lector que me hizo llegar sus consideraciones que me haya molestado u ofendido con ellas. Es todo lo contrario, además de un placer intelectual conversar con quienes me leen. No para otra cosa se escribe y máxime cuando se hace esto para no comer, verdadera expresión de libertad donde las haya.

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miércoles, 2 de octubre de 2013

El papa Francisco. Que no hará una iglesia. Pero ayuda.


A los procuradores en Cortes del Vaticano les ha salido un Adolfo Suárez cuando y donde menos podían esperarlo. Pero allí ni siquiera había fallecido el caudillo, que el suyo se les retiró, no al Pazo de Castel Gandolfo, como cualquiera hubiera pronosticado, sino a una residencia de ancianos, como tantos otros mortales atenazados e impedidos por las fauces siempre implacables de la ancianidad. Y esto ya pareció indicio de que cosas inusitadas estaban pasando, al margen de la propia abdicación, decisión esta que de las que pueden tomar los poderosos es una de las más raras y, dicho sea de paso, digna y honrosa.

Y este hecho mismo, el de poder registrar algo honroso, ¡Laus Deo! en las alturas de organismo tan gangrenado como el que presidía el Papa Benedicto, ya parecía en sí florecilla de San Francisco. Que los santos son milagreros, por construcción, se podría decir, y aquel sí que fue un santo, desde luego, il fraticello.

Y no quiero dejar para luego, por cierto, la constatación de que cosas honrosas también las hace y las hizo siempre la iglesia, por supuesto, aunque dando a veces la sensación de que a pesar de sí misma o, mejor dicho, de los malos ejemplos, costumbres y usos de su propia jerarquía, que más bien parece enfrentar la función pastoral y la de la caridad, más como un mal necesario que como la razón fundacional, casi olvidada, del ser y el existir de su vieja compañía.

Pero sea todo ello cosa del Paráclito o que la causa de este aparente milagro sea otra, incluso aquella tan antigua de acudir a ponerle una vela a Dios y otra al Diablo, de tan acrisolada tradición en la institución, el caso es que uno de los principales poderes que se asientan sobre la tierra parece hoy haber quedado expuesto a nuevos e insospechados aires, o buenos aires, cabría desear.

Porque lo cierto es que el nuevo Papa ha entrado en palacio sin complejos, como se dice ahora. Y se ha construido en pocos meses una reputación y una imagen pública y mediática que ya la quisiera para sí la mismísima Santa María de Apple, Nuestra Señora, y empezando desde el minuto uno de su papado, por cierto, sin dar un segundo de tregua a nadie, ni a los de dentro ni a los de fuera, fieles e infieles que seamos. Todos nosotros.

De hecho, el que ahora me tenga que preguntar qué hago yo escribiendo de esto, ateo de corazón y sin haber entrado todavía en esas angustias y arrepentimientos que dicen que en la tercera edad visitan a tantos de los de mi condición y, es más, habiéndome tenido que retener de hablar de este Papa desde hace ya bastantes semanas, porque verdaderamente creo que lo merece, obedece sin duda a que se trata de un personaje que ha irrumpido en el panorama del presente con una fuerza, un protagonismo y una personalidad fuera de lo común. Y con un mensaje, de puro evangélico, prácticamente inaudito, que transmite sin duda esperanza, pero imagino que igualmente suscita el pavor y el rencor de unas jerarquías que se ven directamente señaladas, pero que sin duda acumulan todavía un poder enorme, y que es más que de temerse que intentarán morir matando.

Y aquí en España, donde la única forma histórica de entenderse con la jerarquía por parte de las gentes que no fueran de su cuerda, no ha sido nunca otra que la de salir huyendo de ella o corriendo detrás de ella con un palo, un personaje de esta musculatura moral, por llamarla de alguna manera, resulta sorprendente y bien merece que se hable de él. Máxime, cuando esa jerarquía, la nuestra, la de hoy y aquí, es una rémora para el entendimiento democrático, para la iglesia misma, para el ejercicio de su propia función y para el beneficio propio de la empresa a la que representan, como les indicaría cualquier asesor de imagen en sus cabales al que contrataran para averiguar las razones de su pertinaz caída de ventas.

Y la retahíla de titulares que el Papa Francisco, como nuevo consejero delegado, ha sido capaz de dejar en poco más de un semestre, no creo que la contabilice Obama mismo, ni el difunto Saddam Hussein, y no digamos ya, el número de sorpresas que lleva dadas. Y, por causa de una verdadera intervención del Espíritu Santo, supongamos, pues otra explicación no parece haberla, ha sabido acompañar, hasta hoy, sus palabras no solo de gestos, sino de hechos, todos consistentes, coherentes y con un sentido que se acompaña y compadece perfectamente con esas palabras.

Y esto, convendrán los lectores, es algo que, procedente de un jefe de estado, por muy espiritualizados que se quieran suponer su cátedra y trono, es acontecimiento al que no estamos acostumbrados. Que llegue hoy nadie al poder, y al suyo en concreto todavía menos, y se desprenda como primera acción de buena parte de las formalidades, simbolismos y privilegios del cargo, llamémoslos temporales, predique un discurso, en lo religioso, verdaderamente novedoso y, acto seguido, se lo aplique en primer lugar a sí mismo, es cosa que prácticamente estaba por ver, empezando por los que más practican este mismo tipo de discurso, que nunca faltan, pero mienten.

Pero este hombre transmite, sin embargo, mejor que nadie la sensación de que no miente. Y le acompaña un aura de que pasa por esos centros de poder que son los más antiguos, solemnes y prestigiosos del mundo, no con la suficiencia del aristócrata que los desdeña porque ya los considera suyos desde el momento de su misma concepción, ni con la actitud del funcionario brillantísimo que finalmente se ve recompensado con el cargo y honor máximo de su carrera, y lo disfruta, como bien pudo ser el caso de su predecesor, que ciertamente no pecaba de humildad, sino con la seriedad y proximidad, en su distancia justa, más la autoridad y sabiduría con la que los antiguos reyes-pastores del Mediterráneo, en una antigüedad provecta y olvidada, que regían a los hombres con cordura y ejercían sus funciones de una manera efectiva, respetada y sencilla y que en lugar de procurar solo su permanencia o reelección, eran los gobernados quienes venían a solicitársela a ellos y de verdad, no de boquilla, como se haría con un tirano, so pena de degüello.

Y este papa, no solo habla, que es cosa que suele salir gratis. Ha destituido al responsable de las finanzas del Vaticano, cuyo tufo catacumbal ya casi ahogaba a los fieles de San Pedro, ha despedido al secretario de estado, todopoderoso y trapacero, a quien su predecesor no se atrevió a tocar ni censurar, cuando sobraban los motivos, ha cesado de manera fulminante a obispos pederastas, ha instituido un consejo colegiado para la toma de decisiones (y esto en una monarquía absoluta, más o menos, lo que tampoco es parca novedad) y ha señalado con un índice de un kilómetro de largo a tantas prácticas que no le gustan nada y como deja mejor que claro, sin medias tintas, y que son, casualmente, aquellas que un coro enorme de sus fieles y de muchos que no lo son también lleva años señalando, pero sin el poder para tratar de modificarlas.

Y que alguien que ocupe el poder máximo en una gran institución, lo alcance sin cortar cabezas o amparado en una revolución y se ponga sensatamente a ejercerlo según el sentir de los más y para escarmiento y perjuicio de los menos, pero poderosos y, en definitiva, sus co-príncipes, es sin duda novedad en cualquier parte y en la iglesia católica no es que sea ya novedad, es directamente revolución o, mejor todavía y más cristianamente, buena nueva, y lo digo ciñéndome a su propio lenguaje, ese de palabras de oro y perfumado de sahumerios, pero huero de los hechos que estas palabras proclaman o, todavía peor, preñado de otros hechos, pero horribles, de los que sonrojan al género humano y de los que la institución nunca ha sabido prescindir ni apartarlos de ella definitivamente como mal cáliz.

Y el que un Papa de Roma, ahí es nada, se suba a un 4L y lo use, al margen de ser una anécdota y la mejor publicidad de Renault desde que se fundara la marca, logrando además que el gesto no parezca cosa del asesor de mercadeo, pero tampoco una salida de tiesto de anarquista dispuesto a epatar al burgués, sino algo venido de dentro, espontáneo, razonable, necesario y consecuente, ha hecho no solo para el papado, sino para la propia modernidad, más que todas las tardes que un friki pueda pasar en la acera, disfrazado según dicte el canon del momento y diciéndose sé tú mismo, tío, y qué guay este solecito que nos manda Dios y la copichuela con los colegas del loft del co-working.

Y mirando, para terminar, a nuestro siempre triste aquí mismo, imagino como esas palabras del Papa Francisco sobre las obsesiones, evidentemente absurdas, de la jerarquía vaticana y muy particularmente de la conferencia episcopal española en todo lo tocante al sexo, a la concepción, al papel de la mujer en la iglesia... han dinamitado con la más consistente carga de profundidad toda una manera de pensar y hacer, enfocada siempre y sin excepción a la represión, al castigo, a la intolerancia y a la misoginia, en lugar de a la comprensión o al perdón, sin mirar ni dedicar nunca demasiado espacio moral, temporal y efectivo a hablar y a tratar de influir en la mejora de tantas cosas que de verdad sí que claman al cielo, aquí y en todas partes, pero que nuestra jerarquía despacha siempre como asuntos secundarios o indignos de su alta misión. Y el que hoy, su propio jefe, no cualquier opinante o político opuesto, les tenga que recordar, más o menos, que el fundador perdonaba a los asesinos y a las prostitutas, buscaba, recibía y acogía a los desvalidos y echaba a latigazos a los mercaderes del templo, desde luego tiene que ser muy amarga pócima para esos espíritus bisbiseantes.

Hay muchas iglesias, qué duda cabe, y eso es parte de la innegable y antiquísima sabiduría de la institución, tantas que cada cual puede elegir la que prefiera, y muchas imágenes de ella, personificables en la del hierático y faraónico Pío XII, tan transigente como impotente frente al nazismo, la del guapo, teatral, fornido y verdadero mastín ideológico y conservador de Karol Wojtyla, la de abuelo bondadoso de Juan XXIII, pero fautor del II Concilio Vaticano y hasta hoy, el protagonista del anterior y mayor experimento de apertura de la Iglesia en el siglo XX, seguido por el ilustrado Montini, que concluyó el concilio y llevó a la iglesia a una modernidad de la que ella sola, más tarde, se descabalgó. Y Papa este, por cierto, con dificilísimas relaciones con el franquismo agonizante, tanto que, como contó años más tarde el Cardenal Enrique y Tarancón, llegó a caminar por Madrid llevando en el bolsillo la excomunión de Franco, lista para entregar, escaso tiempo antes de la muerte del dictador.

Y cualquiera, con un poco de memoria histórica, bien puede ver la diferencia entre aquella iglesia española de los años 70, firme y flexible, a la vez, en lo ideológico o lo dogmático (y lo cual, todo hay que decirlo, es lo lógico en toda organización portadora de un mensaje o una ideología), pero capilar, imbricada en la sociedad civil y favorable al cambio político y a la necesaria mejora de la situación social, comparada con la actual, anclada en las posturas más retrógradas de toda la cristiandad, desgajada de la sociedad civil, opuesta a ella, a su soberanía y a las decisiones democráticas y defensora acérrima de posturas que más parecen cercanas al antiguo carlismo montaraz que propias del momento actual. Un verdadero anacronismo viviente y del cual ha tenido que venirla a sacudirla no una oposición decidida y organizada o una acción civil que aquí nunca logra articularse más que para exhibir pancartas, pero que, en la práctica, le ha consentido y permitido todo o casi, sino la propia acción y palabras de un papado que, traiga las consecuencias que traiga, parece decidido a querer estar en el siglo. Pero en este, no en el XIX. 

Y, sinceramente, este siervo que escribe tiene que reconocer que si en el sorteo de la vida me hubiera tocado el cargo de Papa, resultaría seguramente mejor o peor persona, buen pastor o tirano absoluto, inteligente o modesto, zafio o soberbio, pero creo que si a algo me resultaría imposible renunciar sería a los apartamentos papales, a la capilla Sixtina a pocas puertas de mi dormitorio, y a las estancias de los frescos de Rafael a otras pocas. Un hombre capaz de hacer eso, si a otros puede convencerlos por no importa cuáles razones, a mí, desde luego, me ha convencido solo con eso. Si para dar ejemplo hay que mandar a tomar vientos a Miguel Ángel y a Rafael, por decirlo fino, se les manda. Puede ser, eso sí, sencillamente, que no le gusten, y ya tal cosa desmontaría el argumento. Pero, con todo y ello, irse a donde se ha ido a vivir pudiendo estar donde podía estar, dice mucho de las intenciones y de las capacidades para llevarlo a cabo, ya lo creo. Vaticano, tenemos un problema, como cablegrafiaría la curia–. Y algo parecido lo dejó clavado con su maestría habitual El Roto, hará un par de días.

Y, ayer mañana, para concluir, el Papa directamente insultó a lo que ha llamado la ‘corte’ de la curia, calificándola de lepra. Desde luego, entre los usos diplomáticos de un jefe de estado, y menos de un Papa, creíamos cualquiera que no tenía cabida el insulto público. Por otro lado, ha dejado caer, de paso, que considera que el mal más grave que aflige al mundo es la falta de trabajo. Si lo hubiera apuntado la internacional socialista o un organismo sindical, nada que decir. No es más que la santa, atea y cristiana verdad y no se puede expresar nada más obvio. Pero se supone, suponíamos muchos, que un papa se movía en otra órbita de intereses y explicaciones. Podría seguir hablando de fe, de dogma, de rito, de caridad, y nadie tendríamos mucho que anotar. Sería un futbolista hablando de fútbol o un economista sobre opciones de futuros.

Pero esto de que la visión del papado se torne de verdad ecuménica y diagnostique un día tras otro las cosas que verdaderamente afligen a los hombres, con agudeza quirúrgica y desde unas actitudes propias de un ser humano, no las de un ungido o un privilegiado, sí que es una novedad y esta es de celebrarse, porque hay muy pocas cosas buenas de las que hablar, sino tristemente de tantas otras, todas ellas insoportables, injustas, negativas, aborrecibles.

Este hombre tranquilo, sonriente, eficaz, socarrón, ocurrente, panzón y torpe de aspecto, dispara sin embargo órganos de Stalin cargados de sagradas formas y da en el blanco con rara pericia. Parece un viejo listo, pero para el bien, no un listo de los que ratean, y transmite confianza junto a la sensación de que sabe muy bien de lo que habla y lo que quiere hacer. Incluso, con esa decisión también casi inverosímil de renunciar a protegerse como hoy en día mandan los cánones, manda el mensaje de que si hay que ir al martirio, sencillamente se va, porque va con el cargo, pero sin más florituras. Y, desgraciadamente, esto le pondrá tal vez el trabajo más fácil a quien tenga que hacerlo, que al paso que lleva no van a faltar mandantes, pero es otra actitud más de las que engrandecen a un notable, y ya no estamos acostumbrados, hace mucho tiempo, a ver a ninguno de ellos levantar la cabeza por encima de la mediocridad que también impera en su colectivo.

Decía Felipe González que nadie fue consciente de la gran fragilidad de la dictadura hasta pasados años después de su término. Venía a decir que hubiera caído con la mitad de trabajo, que incluso en su propio interior estaba harta de ella misma y que, con Adolfo Suárez, se hizo el hara-kiri mucho más por su propia cuenta que por otra cosa. Pero es que ya no tenía a nadie con ella, añadiría yo.

Así que, vayamos a saber si la propia iglesia católica para devenir en algo diferente y en algo no ya hastiado de sí mismo y abandonado por todos, empezando por su propia clientela, no se venga a hacer algo parecido, por una vez, y no solo a lo Lampedusa, cambiar todo para que no cambie nada, sino cambiar algo para que por lo menos eso sí cambie, en la intención de que mejore en algún aspecto ese cuerpo místico, religioso, social, ideológico o como cada cual prefiera llamarlo. Tal vez esos señores procuradores de la prodigiosa sixtina hayan dado con su Adolfo Suárez, el último que se esperaban y el que tal vez ponga allí firmes a los más cerriles de entre todos ellos como, algo más que menos, logró hacer el de aquí.

Y no cabe tampoco olvidar que el momento histórico camina hacia una necesaria transformación. Son demasiados los desajustes, las insatisfacciones, las promesas incumplidas y las situaciones ajenas a razón a las que las poblaciones han tenido que someterse. La iglesia mantiene todavía una autoridad moral incuestionable para muchos millones de seres humanos. Que su discurso mire en una dirección nueva, y más si este estuviera algo más orientado hacia las verdaderas necesidades y el sentir de las poblaciones, no podría más que redundar en la también necesaria higienización de unos usos políticos y económicos que, hoy, ya son los mismos o peores que los de esa corte de la curia que estigmatiza Francisco. Es decir, usos y actitudes que son eso mismo, lepra. Lepra que arranca la carne de las sociedades y las desfigura.

Bienvenido y bendito sea este papa, si es cierto que trae alguna buena nueva y la esparce entre los hombres. Alguno, alguna vez, antes o después tendrá que traerla.