domingo, 8 de septiembre de 2013

Inglés olímpico.

Finalmente, se esfumó el sueño de parchear el PIB en cosa de un 0,5 a un 1 por ciento con la ayuda de los mozos (y mozas) más musculados del lugar, destinados a tirar de la recia soga del remontar económico con las venas de sus cuellos a reventar, para sano beneficio de todos nosotros, según nos cuentan los que saben de estas cuentas. O, bueno, los que saben, no. Los que proclaman de sí mismos que saben, que no es lo mismo, porque vayan ustedes a saber si las cuentas no serían más bien los cuentos de la lechera, que de esos también llevamos oídos unos cuantos.

Y, además del sostenella y no enmendalla, es decir, de reintentarlo, tercos como mulas, las veces que haga falta, nos esperan unos días, durante la digestión del triste desevento, si se me permite la palabra, en los que se plantearán toda clase de consideraciones sobre las causas del fracaso, supuesto de verdad que esto efectivamente lo sea. Y de lo cual, por cierto, bien se podría hablar también. Que de negocios redondos y seguros para la población de a pie, también conocemos de algunos más que exitosos. El de las preferentes, por ejemplo. O el de las hipotecas de sus casas de ustedes.

Pero la causa principalísima del fracaso, admítase, parece una sola, que vale por todas. Y es que el país del engaño y los engañadores, el de las estafas a escala olímpica, ha sido obligado a ingerir una severa dosis de antídoto, es decir, de desengaño, por mano de algunos engañados que, al no ser súbditos del lugar, hacen precisamente lo que no hacemos los que sí lo somos, que es aquello tan elemental, en otros lares, de castigar al que engaña. Sin contemplaciones. Y será una indelicadeza, según algunos, pero así se las gastan esos bárbaros. Y es lo que hay.

Gente sin salero y con mucho mal ángel, esta del COI, empeñada además en antiguallas, como la de hacer respetar las reglas. Ya ven ustedes, a nosotros, las reglas..., Como si en este país se pudiera ir con la regla a ninguna parte, más que al excusado, sin que se le rían a uno en la cara hasta los párvulos.

Así que lo cierto es, más bien, que apenas pocos meses antes del sorteo del evento, es decir, mal, tarde y con la debida desgana, los atenidos en el asunto salieron corriendo como cucarachas despavoridas, después de recibir los tres avisos, a ver la forma de remendar, por la vía judicial, sus propios desaguisados e intimidar así a nuestros peores y más engañosos mozos de músculo. Que no son todos ni la mayoría de ellos, por supuesto, pero que sí son los más vistosos.

Esos que le echan polvos de la madre Celestina o la poción mágica del druida al bote de naranjada, imprescindible para subir al Tourmalet, al Aubisque, los Apeninos y los Andes o para poder correr a zancajo pelado de Madrid a Guadalajara y llegar casi antes que el cercanías de lo que fuera Renfe. Y aún les sobraba a estos macistes admirables, parece, energía más que sobrada, pasada apenas media hora de la hazaña correspondiente, para cumplir con la novia y luego asomarse, además, a emitir juicios salomónicos sobre el espíritu de esfuerzo, el ejemplo para la juventud y las reglas del juego limpio delante de la primera cámara que se les pusiera.

Y bien que se las ponen, las cámaras delante, todas las veinticuatro, para que los admiremos lo necesario y más de lo necesario y aún por centuplicado lo segundo. Pero resulta que también hay más hemerotecas que longaniza, en lo que a las caras de inocencia atañe. Y, ¿–Quién? ¿Yooo–?, se les acaba oyendo siempre, después, a los pillados, con los ojos abiertos como platos, cuando el cabrón y aguafiestas del investigador mileurista que recuenta sus analíticas les certifica que de su perfumado pis y de su generosa sangre sólo parecen legales y atenidas a norma las bolsas que los contienen y su cadena de custodia. 

Todo el resto es pis, o sangre, de tocomocho, por no llamarlo keroseno o combustible de cohete, pis de trile, pis como de Gürtel o pis de evento a la valenciana, bautizado con cuatro gotitas de legítimo pis de ángel, para disimular su carácter explosivo y su contenido en kryptonita. Un pis, o sangre, que le salpica una gota en la camisa a un ciudadano normal y se le ponen los pectorales como los de un levantador de pesas.

Y es que la tolerancia local y la credulidad frente al engaño es legendaria. De hecho, no se entiende que no figure en las enciclopedias médicas. Y ciertamente no es invento de estas legislaturas y coyunturas últimas, tan destacadas en el asunto, porque se la llama también picaresca, ya bien documentada desde el Medioevo, por no decir desde Argantonio. Y documentada, no solo, sino de verdad admirada, imitada y aconsejada, que es lo que cuenta.

Y eran ya demasiados los engaños a los que hemos sometido a esa junta variopinta que se llama comunidad internacional de la tracción a sangre, o COI, o deporte, por otro nombre. Recuerdo aun, con verdadero oprobio, a esa especie de guardabosques con esquíes, como de película de osos, que respondía al muy ibérico nombre de Johannes Mühleg, o cosa parecida, pero más pícaro y ladrón que Rinconete, y la cara con que nos dejó a todos. Un espectáculo indescriptible.

Pero es que igual que lo recuerdo yo, es de imaginar que lo recordarían también quienes, de oficio, tienen que recordarlo, que son precisamente esas almas vengativas de los miembros del COI. Y si a esto le añadimos la envidia que nos tienen por nuestro clima incomparable, nuestra paella y nuestras mujeres que besan de verdad, sin olvidar las que hicimos en Flandes, y siendo belga, además, ese espécimen sin atisbo de humano sentimiento ni de expresión facial que es don Jacques Rogge, el señor de los anillos o presidente del COI, pues algo más ya se entiende.

Y recuerdo también, porque cómo olvidarlo, al de los solomillos pochados con clembuterol, pobre, que se quedó sin Tour, aunque por culpa solo de la carne, que no de su espíritu, blanco e impoluto como la paloma mística, y a la heroína y madre de todos los esfuerzos, pero señalada entre la selecta clientela del celebrado doctor Fuentes Mengele, de nombre, Eufemiano, y faro de la medicina deportiva patria, de profesión sus bolsas de sangre en la nevera del adosado, aunque perfectamente rotuladas a lo 007, que tenía sus estudios, el andoba. Parecían las fotos del congelador de Jean Bedel Bokassa o los barreños de sangre de la buena de la condesa Isabel Bathòry de Transilvania, una dama aquella que de hematocrito sí que entendía largo, se lo aseguro.

Y engañar, engañan muchos y lo intentan más, pero el verdadero problema local, que nos han afeado estos caballeros sin sentimientos ni patria, es que nuestras leyes, las costumbres y el sentir popular son tolerantes, o más bien, complaciente con el engaño, según de quién y de dónde venga y de lo que convenga. Y aquí, por creernos, nos habíamos llegado hasta a creer que una solución habitacional de cuarenta metros cuadrados podía tener el precio del trabajo de toda una vida, y tan contentos. Y es que bien nos conocía ya ese boticario castellano que dijo que la cuna de los niños la mecen con cuentos. Pues vaya obviedad... En fin, un antiespañol verdadero.

–Pues sí, a Fulano lo han pillao con el carrito del helao, el pis era de color azul cobalto metalizado, la sangre le olía a plutonio y los esputos eran de todas las tonalidades del maillot arcoiris, pero es que el prócer ha dado a la patria cuatro medallas de oro, platino y pedrería, es senador, es del partido, es concejal, regenta una próspera empresa de mancuernas, es decir, es emprendedor, tiene un polideportivo honrando su nombre y hazañas en sus predios natales, en Caramula de las Estacas, es locutor de televisión y radio, tertuliano en cien tertulias, apoya toda iniciativa susceptible de ser apoyada y además ayuda a los ancianos a cruzar la calle, y la prima del portero de mi cuñada, que desayuna a su lado todos los días, en el bar del Eustaquio, dice que no sabemos lo buena persona y lo atento y lo fino que es con todo el mundo, un verdadero señor, hasta con las mascotas–.

Y al final nos puede siempre más la imagen de los podios que la de los odios, la de la proximidad del paisano famoso, la de la bandera ondeando y haciendo guardia frente a los luceros y la de la publicidad de la alpargata de alta competición o la del bocata que da alas, que la imagen más verdadera, pelada, cruda y definitivamente realista de los calzones manchados de sangre, por llamarla algo, teñida de pintas verdes, azules, amarillas y negras y con más aditivos y gasolina de alto octanaje que sangre misma. Que le echa un cristiano, sin querer, una cerilla al andrajo y se le monta al COI un Fukushima por cada prenda, que es lo que, en definitiva, han debido de valorar y ponderar a fondo los sabios padres del organismo. 

Y luego, en lo de engañar, nuestras máximas autoridades, unos y otros mandocantanos locales de la cosa, y a la hora de las selectas faenas de aliño como las de ayer tarde, se suben a la tarima de exponer y convencer a los forasteros e infieles, armados de unos vídeos como de publicidad de bebidas gaseosas y más alígeros, con olor a nubes y celebradores de la existencia que los de los anuncios de tampones, y todos ellos con unas tarjetas de visita que no caben en un pliego A3, de los títulos, los doctorados, las altas resposabilidades y los cargos que ostentan y honran, pero que se empecinan –y alguien, alguna vez, tendría que explicarnos por qué– en hablar idiomas que no saben, empezando por el propio, es decir, un engaño más, a sí mismos y a los que tampoco los saben, pero escenificado esta vez en sede universal, donde no necesariamente todos sus escuchantes habrán de ser tontos, porque a los que sí los saben, los idiomas, a ver cómo diablos van a engañarlos, ya me contarán ustedes...

Y claro, no los engañaron, más que nada porque no pudieron hacerse entender ni por el sistema de traducción, que no contemplaba el caso pintoresco de tener que traducir un idioma de fantasía. Porque si el inglés del discurso de nuestra voluntariosa alcaldesa ya era cosa de programa de entretenimiento ( http://www.youtube.com/watch?v=aEC0eM-2Vqo o http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/09/07/madrid/1378571914_313420.html ), el de nuestro Excelentísimo Señor Presidente del Comité Olímpico Español, más bien lo era de juzgado de guardia. Lamento no ser capaz de encontrarlo. Y según le iba oyendo perpetrar su discurso, ya tuve clara la votación. Ya ni si el príncipe se nos marca un tango más que apretado con la doña de Kirchner, vamos, más bien una lambada, y susurrando transido palabras de amor, palabras, en sus oídos y en impecable lunfardo, salimos de esta con bien, me dije. Y velahí.

Y desconozco si el señor presidente del Comité olímpico español será un sinvergüenza, aunque debo suponer que no, por principio moral y por imperativo legal, pero que no tiene vergüenza o ni siquiera el discernimiento de un niño de ocho años en lo tocante al alcance real de sus propias habilidades idiomáticas, es evidente que sí.

Si alguien con ese inglés tiene los verdaderos, desmesurados y de verdad carpetovetónicos cojones de salir a hablar inglés en ninguna parte, y más en tamaña sede y con semejante apuesta encima de la mesa, y si cualquiera de los miembros del COI, que algunos sí hablarán inglés, intentaron entenderlo y supusieron de seguido que si el resto del proyecto y la organización estaban a cargo de aquello, y con parecido éxito en sus esfuerzos, no es de extrañar que de inmediato y, abochornados como vestales tildadas de prostitutas, bajaran más de la mitad de ellos, automáticamente, el pulgar, de manera simbólica bien se entiende, y a falta de puñal, y ya que a las fieras tampoco podían echarlo, como hubiera sido de recibo. Desgracias de la modernidad, sin duda, que también nos las trae.

Que luego el príncipe fuera el que saliera más airoso del trámite –y desde luego, yo no peco de monárquico–, no es más que una anécdota. A fin de cuentas el mozo es de buena familia y bien viajada, lo cual ayuda con los idiomas y proporciona un cierto saber estar entre cocodrilos, que tampoco es aprendizaje inútil. Pero con semejantes chambelanes y ayudas de cámara, pena daba pensar en el esfuerzo y en los euros aventados al aire. Euros suyos de usted y nuestros, que se gastaron y se seguirán gastando ellos, en estos jolgorios que nunca nos traen ni un miserable pedazo de chicha o de tocino que echar al puchero.

Y en resumen, que un país endeudado hasta las cejas, robado hasta el último céntimo y abandonado a dejarlo desvalijar por terceros gracias a los desvelos de sus propios administradores, sumido en profunda crisis, un país cuesta abajo, no uno pujante, innovador, emergente o que enamora, con un horizonte, incluso en lo tocante a su estabilidad territorial, dudoso y contestado, aunque con una ejecutoria brillante en el deporte (con sus claroscuros) pero, a fin de cuentas, todavía una cuestión secundaria, si comparada con otras, pero con una historia reciente en lo tocante a la lucha contra el dopaje, cuanto menos cuestionable y blanda, por no decir incomprensible, si no entendida y vista, precisamente, por donde enpezábamos, es decir, por la tolerancia al engaño; en semejante país y con tal estado de cosas, el haber decidido, quienes lo decidieron, meterse en estas aguas procelosas, con sus gastos, ya es cuestión más que seria, por la que cabría preguntarse amostazados, y mucho.

Y por preguntarse, aquí podremos preguntarnos lo que nos venga en gana al respecto, pero lo que sí parece evidente es que los hechos del párrafo de arriba se han visto claros por esos mundos exteriores y se ha obrado en consecuencia. Es más, parecería más bien que lo que se nos ha formulado es una contrapregunta: ¿No tendrían ustedes alguna necesidad mayor a la que atender, en lugar de pensar en fastos, para gastarse su imaginario dinero en paliarla en la Comunidad de Madrid, por ejemplo, la más endeudada de España, o será más bien que sus responsables, hechos ya a usos definitivamente engañosos, han preferido tirar por su calle de siempre?

Calle que, ni que decir tiene, es la calle Mayor del actual cursus honorum (no, no es inglés, doña Ana, lo siento), ese que se empieza accediendo a un cargo aun a pesar de desconocer hasta el idioma propio, continúa proponiendo y licitando una cosa innecesaria y costosa, porque puedo y puedo, y asignándola al peor, pero el más afín de los postores, sigue con la percepción obligada de la comisión ilegal por el favor proporcionado, mejor y mayor comisión cuanto más costosa la obra, se sublima tomando su parte de ella, cada avispado, y dejando el diezmo, igualmente ilegal, para el partido del César y, finaliza con que a los jóvenes engañados e ilusionados se les pone el Himno con mayúsculas, a modo de sólido y energético alimento espiritual, mientras se les manda a entrenar como esclavos y a acrecentar sus musculaturas para la futura y mayor gloria de todos cuantos logren pillar cacho de ello. Es decir, de unos pocos.

Pero, incomprensiblemente, hay extranjeros sin alma que se empecinan en no entender estos mecanismos tan claros, sencillos y efectivos para llevar adelante las cosas del común y en preferir a quien posee y exhibe el dinero de verdad y no el imaginario, ese que ya le robaremos a terceros, si finalmente nos hace falta para algún festejo, según procedimientos ut supra.

Y entonces van y nos ponen, nuestros enemigos eternos, cinco ceros olímpicos.

¡Qué cosa insufrible es la injusticia!, Sancho.

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