como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto...
GabrielCelaya
Los versos que encabezan este post, hoy por completo fuera de lo 'habitual' en estas páginas, son de Gabriel Celaya y pertenecen a su poema La poesía es un arma cargada de futuro, de su poemario Cantos íberos, del año 1955.
Están traídos aquí por la sencilla razón de que al querer presentar a mis lectores mi propio post, hoy, de forma excepcional, un poema, pero de una manera menos descarnada que la de su propio contenido y porque el hecho de pegarlo aquí, a secas y sin más explicaciones, se me hacía muy cuesta arriba, lo primero que me acudió a la cabeza fue el poema de Celaya.
Y aquella felícisima comparación del autor, dejando establecido para el futuro que la poesía era (y seguirá siendo, deseo añadir) necesaria como el pan de cada día, me llevó a la consideración, inmediata, por lo demás, de que el propio y bellísimo título de dicho poema, La poesía es un arma cargada de futuro, me permitía el juego especular, contraespecular o como mejor prefieran definirlo quienes entiendan de estos artefactos verbales, de que otra poesía, social asimismo (pues para que le pongan la etiqueta los demás, y al ser esta obvia, ya se la dejo colocada yo) y perteneciente a un futuro ya sesenta años posterior, tiene sin embargo que hacer referencia a aquel pasado y a otros aun anteriores, igual de indeseables.
Porque el resultado de este futuro infausto al que bien atisbamos hoy, es, precisamente, aquel pasado ominoso que era el paisaje de fondo del poema de Celaya, como lo son aquellos otros pasados del mismo tipo, de todos los cuales, hasta hace bien poco, creíamos precisamente eso, que ya eran pasado.
Pero como no es así, y el futuro será el pasado, al parecer, dejo la constatación, también en verso, de que hoy el futuro es, además y precisamente un arma, y además cargada de pasado, lo cual es del todo equivalente a decir que será un arma de destrucción masiva, un arma química y el equivalente a tener de nuevo reedificados, lustrados y bien funcionantes los campos de reeducación, para catequizar, manu militari, a la población en las ventajas de la esclavitud y en las de la explotación del hombre por el hombre, como bien podemos ver y escuchar a diario en este yermo social e ideológico que es nuestro vergonzoso presente.
Y el justo y exacto título del poema que sigue hubiera debido ser: La poesía es un arma cargada de pasado, pero no he tenido corazón para hacerlo así, por no llevar a pensar a nadie que se trataba de una irrisión o una chanza con respecto a la obra de Celaya.
Porque el caso es el opuesto, expresar mi admiración por su intención, pero también mi horror sobre la constatación de en qué han dado las cosas del común y las ilusiones de hombres que fueron grandes, pero vencidos sin más y sin aparente apelación por simples hordas de depredadores, locales y de todas partes, blandiendo el bárbaro catecismo de quitarle a Dios, al César y a todos los demás todo cuanto sea posible. Pero eso sí, esgrimiendo siempre que se hace por la voluntad y el bien de todos los expoliados.
Y ya basta de explicatio non petita, no sea que me auto acuse de pesimista. Lo cual, hoy en día, ya es casi delito penal, como cualquier ciudadano bien informado conoce, y para mejor demostración de que, en efecto, nos retrotraemos a otros tiempos.
Pan
El pan, autoridades, salvapatrias, amos,
siquiera el pan sería oportuno
poderlo contemplar como un deseo, no,
sino como su obligación no negociable.
Un pan debidamente instituido
a cambio de los mármoles que pisan,
un pan que amasen por principio
y por deber del cargo
y administrado al público por ser
la única razón que justifica
el mando revocable que disfrutan.
Un pan sin más matices y sin IVA,
sin teoría económica asociada,
un pan no metafísico o celeste,
de triste caridad, escatimado o magro,
de buena voluntad o imaginario,
sino sencillamente el pan hijo del fuego
y de la obligación de su abundancia.
No de la conveniencia o inconveniencia
ni de la libertad o no de fabricarlo
según el decremento incrementado
repunte, mengüe o pinte escaso
junto a otros sortilegios semejantes
por causa de los cuales aconsejen,
—lo sentimos—,
el beneficio de vivir agonizando.
Un pan redondo, blanco y sin misterio
de harina y agua y sal y levadura,
un pan por el procedimiento urgente, señorías,
un pan que no se adeude en ningún modo,
que lo bendiga incluso un hechicero
o se inaugure en los anuncios
como si fuera un tren o una acería,
(si tal extremo de mal gusto les tentara),
(si tal extremo de mal gusto les tentara),
pero que engorde, acrezca y dé sustento.
Un pan que sea el mantenimiento,
también obligatorio, de los viejos
y el pago imprescindible del trabajo,
un pan que traiga ese milagro bajo el brazo
que es el besar y el acunar los niños,
verlos reír, jugar, crecer y hacerse hombres.
Me muero de dolor y de vergüenza,
autoridades, propietarios, amos,
por el tener que andar leyendo
a quienes ya sangraban de esto mismo,
un siglo, hace dos siglos o un milenio,
en estas líneas mías de arriba
con su insufrible son de antiguas,
pero que traen el son,
el vomitivo son de hoy mismo,
del medioevo, no, de nuestro evo,
el son de un tiempo mal venido de otro tiempo
cuando ayunaban todos, ¡Dios lo quiere!
desde una cuna atroz hasta el sepelio.
¿Qué ciclo, qué sofisma es el comer, lo sabe alguien?,
¿de la palabra pan, qué no se entiende?
Y el techo, autoridades, amos...
el techo, por igual, sería oportuno
poderlo contemplar como un deseo, no,
sino como la obligación no negociable...
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