lunes, 11 de marzo de 2013

Sostenella y no enmendalla. De táctica y estrategia


Los casos Bárcenas y Ponferrada, por llamarlos de alguna manera, ejemplifican muy bien las diferencias entre táctica y estrategia. Pero como explicarlas a fondo es complejo, lo dejaremos en que las tácticas permiten obtener beneficios a corto plazo y las estrategias a largo. Más chuscamente hablando, la táctica se corresponde mejor con las habilidades necesarias para adquirir ventajas, que tan bien caracterizan a los primates superiores, listos y rápidos donde los haya, y las estrategias se compadecen mejor con el referirse a aquellos de estos animales que hayan recorrido con algún provecho el camino que diferencia al homo sapiens del homo sapiens sapiens, lo que les lleva a resultar algo más meditativos y un punto más profundos.

La táctica en el caso Ponferrada, conseguir la alcaldía por encima de no importa qué, satisface al primate que alcanza la vara, el fajín y el derecho a mandar soplar al pregonero en el cornetín para que atiendan los vecinos a lo que haya que mandar. Es efectiva dirigida a estos fines y los alcanza, si es exitosa. Pero puede resultar en perfecta catástrofe si va en dirección contraria a lo que aconsejaría el fundamento estratégico más elemental. Como ha sido el caso. Finalmente puede dar en todo lo contrario de lo deseado, que puede ser perder la alcaldía, para el primate, y en perder la cara para el supuesto homo sapiens sapiens que tenía que supervisarle.

Cuando, además, el detalle táctico no es un hecho puntual, decidido sobre la marcha en diez minutos, sino que se viene fraguando por las claras y a la vista durante meses o semanas, la culpa del desastre ya no es del táctico, sino de los supuestos estrategas al mando, cuya labor es atender a todos los frentes y medir las consecuencias a largo plazo de los actos de unos y otros, pero atendiendo a los planteamientos generales de un proyecto o fin y no solo a la obtención de nimias ventajas puntuales. Porque bien debieran de conocer estos, dado su oficio, para qué acaban sirviendo ciertas ventajas cuando se obtienen mediante artificios que, aún suponiéndolos conformes a la ley, son repugnantes a la razón, u ofenden a los ciudadanos o ambas.

La estrategia además, tiene sus leyes y su tempo y, por poner un ejemplo, construir una carretera de Madrid a Santiago, pasando por Ponferrada, puede tener su lógica, pero no puede contemplar, por razones ontológicas, la construcción de variantes que pasen por Albacete. Y si algún táctico de Albacete se empeña, desde su pequeño criterio, en reclamar la necesidad de esto último, algún estratega tiene que demostrarle que es un perfecto babuino, dicho sin más paños calientes, y tiene que proceder de inmediato a administrarle la terapia canónica que reclama el caso, que consiste en largarle irremediable patada do más pecado hubo, previo agarrarlo y suspenderlo del rabo.

Pero es que, además, si el Napoleón o Maquiavelo al mando no desempeña esta obligación fundamental de su cargo ateniéndose también al tempo, entonces la medicina anterior pasa a merecerla él mismo. Es decir, cuando, como es el caso, no procede a la reconvención descrita antes de que se planteen los hechos o siquiera antes de que ocurran, sino que lo hace a posteriori, cuando el daño ya está hecho, porque entonces la buena farmacopea que aplica resulta en que se la está administrando a sí mismo, con lo que eso duele y amarga. Y quedando de resultas de todo ello como esos que se sueltan un palmetazo en el muslo para matar un mosquito y se hacen un esguince en un dedo porque no consideraron el canto de la mesa.

Y tal cosa, el desprecio de conveniencias y de tiempos y la falta de atención al detalle, es también la manera canónica de demostrar que NO se es un estratega, reclamando con urgencia el ser enviado a desempeñar otro trabajo, la jardinería recreativa, por ejemplo, o la papiroflexia o, mejor todavía, un silencioso retiro.

Y yendo al caso Bárcenas, que reviste bastante mayor complejidad, las consideraciones, sin embargo, son las mismas. Aquí el follón es de otro tipo, aunque viene a herir igualmente las más sagradas sensibilidades de la ciudadanía.

Y en este caso, tal vez no haya habido ni siquiera apelación a tácticas, porque más bien parece la actuación de un ejército al que igualmente lo pillaron en pijama, y que, según le van lloviendo los golpes, se va parapetando detrás del primer saco que encuentra, cuando lo que llueven son obuses, que no guijarros.

No actuar más que desde supuestos errados y después querer arreglarlo tarde, en el primer caso, o actuar nada más que a rebufo, como cucarachas huyendo despavoridas después de que alguien levanta el baldosín bajo el que se cobijan, en el segundo, cuando hubo, además, ¡dos años! para prepararse y organizar las líneas defensivas, habla sobradamente de las capacidades estratégicas de nuestros principales partidos políticos.

Capacidades, por lo demás, que tampoco van a sorprendernos a nadie a estas alturas, que bien acreditadas las han dejado todos en esta larga guerra que llevamos veinte años perdiendo los demás a cuenta de nuestros destacados generales.

Pero, en resumen y a lo que nos atañe, cuando la pareja, el padre, los hijos y el señor cura de la parroquia de la desdichada señora doña Ciudadanía la estupran, le pegan, la manosean, la mandan al juez para que se ría de ella y por añadidura todo aquel con el que se cruza le roba el monedero, la buena mujer antes o después acaba por salir a la calle animada de cierta animadversión y termina por decir que si jolines, que si caramba y que qué contrariedad.

Y aun se asombran entonces los maltratadores, que apelan, horrorizados, al viejo remedio de siempre, ¡ay los estrategas!, el de mandar a la fuerza pública a disolverla largándole otro buen par de bofetones, por si hubo pocos, e impartiendo así otra lección más sobre la profundidad de sus visiones a largo plazo.

Y esta nota hubiera acabado aquí de no ser que, siguiendo la peor de mis costumbres, me he vuelto a amargar la comida a fondo viendo el telediario, porque resulta que se paga uno, de su bolsillo, nótese el matiz, la media langosta y los doscientos gramos de angulas que cualquiera nos permitimos a diario por ese gusto tan nuestro de vivir por encima de nuestras posibilidades, y te acaba sabiendo el condumio a pareja de filetes de cinta de lomo, de esos que los echas a la sartén y la mitad se hace agua, con sus cuatro hojitas de lechuga, y sin sal, como dispone ese malange de mi medico.

Porque ahí estaban hoy todos los estrategas, sin faltar uno, atendiendo a su trabajo. ¡Y cómo!

Primero don Óscar López, administrándose pavorosos manotazos en el pecho, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa... y plaf, otro manotazo a las costillas, ¡que error, que inmenso error!... y bisagrazo hacia adelante para meter la frente de un cabezazo en el barreño de las cenizas, un inmenso error..., y otro bisagrazo, y otra letanía..., Mater dolorosa, ora pro nobis... y otro cabezazo al barreño, que parecía el desdichado un Cristo del Via Crucis aquél de Filipinas o uno de los flagelantes de La Meca, empapado en sangre, pero de bote, desde las gafas a los mocasines y que lo único que daba verlo era puro y sencillo asco y pavorosa vergüenza, y la piedad que inspiraba, para que les cuento. Pero de dimitir ni palabra. Solo entregaba en ordalía su sangre de quetchup, que del cargo, ni un euro.

Pero, no habiendo sido poco, y con las angulas ya frías, cambia el Telediario de plano, y comparece al completo la junta de accionistas de la reputada comercial P & P, de profesión sus gaviotas, ese pájaro ubiquista, oportunista y omnívoro, escenificando una fiesta de entrega de bonus a la empleada del año, la reina del vídeo reivindicativo, doña María Dolores de Cospedal, al mejor estilo californiano; discurso de exaltación de los méritos de la homenajeada por parte del CEO, Mister Mariano Rajoy, reafirmación de la línea comercial tan exitosa de la Compañía, ponderación de los maravillosos resultados habidos, referencias al comercio justo que defiende la compañía, consideraciones sobre ética empresarial y virtudes de sus empleados, etc...

 ¡Y que guapa es la niña, madre!, y pellizco al moflete, ¡Y qué bien habla y las notas que me trae del cole mi Loliya, no vean!, y dale otro beso, preciosa, a tu papi, y ¡miren la gracia con la que se me pone la peineta!, y otro pellizco al otro moflete ¡Y miren, miren cómo le sienta el hábito moraíco de pena de nuestra cofradía, que parece la Dolorosa mismísima! ¡Ay mi niña! Y se la comió enteramente a besos.

Y luego salió la nena y leyó una elegía, un encomio, un panegírico y una égloga, con delicioso acento. El corral de comedias se venía abajo de los aplausos, menos los de una accionista, que miraba para otro lado, una doña Esperanza, creo, pero que todos saben de que pie cojea la vecina y qué mala cosa es la envidia cochina, madre.

Total, que para cuando me pude recolocar la mandíbula en su sitio y me pude volver a meter los ojos para adentro, estaba yo ya para angulas, ni langosta ni el Dom Pérignon con los marron glacé de mis postres. Me arruinaron otra vez la comida. ¡Malditos estrategas!

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