domingo, 10 de marzo de 2013

Sobres. Tragedia en un acto.


J. y A., un anciano provecto y un hombre de cierta edad, sentados en un banco de piedra, reparten las migas de un mendrugo a las palomas, mientras conversan.

¿Y sobre que vamos a hablar hoy, don Alberto?

Sobre sobres, y hágame un favor, no sea majadero y no cite nombres, que bastante tenemos ya... que hasta las piedras oyen y capaces son de hacernos otro desfalco más en el subsidio. Bueno, subsidio, no, infrasidio, dicho con más propiedad.

Discúlpeme, es cierto. ¿De qué clase de sobres hablamos?

De sobres sin cuento y de sobres con cuento. De ambos.

Ya entiendo... hoy viene usted sobrado.

Y tanto. Y además de sobres de pasta gansa y de gansos sopados con pasta de sobre.

Raros condumios...

Es lo que tiene la comida de sobre, o la sobrealimentación, se distribuye muy bien y le cuadra mejor a los tiempos.

¿Cuadra del verbo cuadrar o cuadra de cuadra?, como de pesebre o de establo, digo...

De ambos igualmente.

¿Pero es verdad que ya parece que no les cuadran ni las cuentas ni los cuentos?

Bueno, de momento las cuentas se las vamos cuadrando gracias a que son un círculo vicioso en sí mismas, y a Dios gracias, que si no, averigüemos usted ni nadie..., pero los cuentos, cuentos son, eso podemos darlo por zanjado, de puro sobresabido.

Pues más de uno entonces se verá sobrepasado por la situación, e igual a alguno de ellos se lo lleva una sobreimpresión...

¡Pues que se jodan!, no haberse excedido de sobremanera, demás que de vergüenza seguro que no se mueren, no los sobreestime tanto, son ladrones, no mendigos, no lo olvide.

Tiene usted razón... pero me sobrecoge usted.

Disculpe, yo no sobrecojo, los que cogen sobres y nos sobrecargan con explicaciones sobrenaturales son otros.

A usted lo que le pasa es que hoy no para de hablar por sobreentendidos que, por lo demás, sobran, que el asunto parece meridiano para tener que andarse con tanta milonga.

Se está usted sobrepasando...

¿Pretende sobreexcitarme?

No por Dios, J., amigo mío, con que se irrite apenas, me basta...

No nos perdamos, ¿hablábamos de sobres manila, pues?

Como los mismísimos mantones, en efecto, en sobrecelestial sobreabundancia y de grosor sobrehumano, según tengo entendido.

En resumen, que habla usted de sopa boba, de sobreprecio, de sobrepellices, de sobresueldos, de sobreexcederse y sobre todo de los sobresaltos que no paramos de llevarnos...

Eso mismo o de sobre asaltos y además de sobre sopados, y de sobres de chorizo ibérico, y de jeta y de morro, envasados al vacío legal y con su garantía y marchamo de aptos para el consumo humano, dicen. Y la parte más boba de la sopa de sobre, nosotros mismos, y hasta el último hueso, mientras los tengamos, aunque estos nuestros ya darán para poco caldo, me temo...

¿Y cómo se cocina todo eso?

Pues la cocina hoy en día es cosa de fontaneros nada más, se lo crea o no, Nada pensado para dar de comer a los hombres, meten todo lo anterior más evasivas por un tubo entre loncha y loncha de buenas intenciones, unas finas láminas de plástico que las llaman responsabilidad, y si se observa alguna fuga en el guiso del pucherazo la untan todo bien de desenvoltura, o presunción de inocencia, con mano generosa. Y luego te lo sirven todo como si te dieran Constitución de pincho o de roca, pero sobrecargando el precio. Y ellos se van a tomar unos percebes. Que es de lo que más gustan, de nosotros mismos, sus percebes más gordos.

¿Y con eso basta?

Casi, pero el procedimiento exacto se encuentra tipificado en Rinconete y Cortadillo, un antiguo texto jurídico, aunque totalmente vigente. Se lo explico, que ya veo que no lo recuerda usted, que fue todo un catedrático de lógica y doctor en jurisprudencia..., qué mala cosa son la edad, la miseria y la enfermedad, qué pena... Se toman un bolsillo ajeno, y otro y otro, hasta contar millones, cuantos más mejor que el pote sale más espeso. Se separan cuidadosamente de su propietario, enteros o por partes, según la habilidad y la legislación que se aplique, esto último lo más enjundioso. Hecho el recuento, se reparte lo habido merced a tanto esmero en partes inversamente proporcionales al esfuerzo...

¡Pare, pare, insensato!, ¿cómo que en partes inversamente proporcionales al esfuerzo? 

Pues lo crea o no, así juran todos que se hace, y no habrá otro remedio que creérselo, que además no hay corchete, ni capitán de esbirros, ni corregidor, ni juez, ni Ministro de este Reino afortunado, de Hacienda, de Policía, de Justicia o el Rey mismo Nuestro Señor que fuera, que los contradiga. Puede leerlo usted mismo, lo dicen en todas partes. El jefe no cobra nada de nada, los encargados prácticamente nada, los oficiales de primera apenas alguna mísera simulación, los de segunda, solo préstamos...

¿Cómo, que cobran simulaciones?... hágame usted el favor de quedarse con su... ¡Ya está bien, y que me está usted haciendo perder la paciencia otra vez, maldito palabrista, liante!

Tranquilícese, amigo Job, hombre de Dios, que le va a dar un síncope, que no soy yo quien lo dice, lo dicen ellos mismos, mire, mire usted este recorte...

A., echa mano a la taleguilla de los mendrugos y el chopped, saca un recorte, le enseña la fotografía que lo encabeza y después se lo lee completo.

J. empalidece, se lleva la mano al corazón, bebe un sorbo de agua de la botella de plástico, se coloca una pastilla de Cafinitrina bajo la lengua, descansa unos momentos y pregunta:

¿Quien es esa dama de lo del sueldo simulado, del vestir penitencial, del decir tan confuso y de cara de vinagre?

Dolores, se llama, según reza aquí.

¡Joder con el nombre!, eso sí que no lo sobredoraron, ¿no le convendría mejor Virtudes?

Eso mismo pensaba yo... ¿Ya está usted mejor?

Sí, es que me sobreexcité, no me conviene a mi edad...

Pero ya veo que se ha sobrepuesto.

Algo mejor estoy, sí, solo fue el sobresalto.

Pero venga ¡ánimo!, que es usted un sobreviviente y en peores nos hemos visto.

Pues no sabría yo decirle...

¿Termino pues, o ya ha ido la cosa sobreabundada y mejor lo dejamos para otro día?

Siga, siga y acabe, que el asunto no es como para sobrevolarlo ni en el más mínimo punto.

Bien, pues a su riesgo, que conste... Me quedé... ah, sí, me quedé en que los que llevan los cafés y los que dan el agua son los que cobran casi todo lo recolectado, algo menos reciben los ganchos, todavía menos los que distraen a los que más vale que no vean nada, casi nada los que toman las carteras y menos aun los que las cogen de su mano y salen zumbando con ellas a la guarida, y el encargado, el señor Monipodio nada de nada, cero. Nada, rien, nichts, nothing, niente, res de res, o como se tenga que decir en Suiza, que es donde de verdad cuenta lo que cuenta. El único que se lo lleva todo es uno que no trabajaba y sí trabajaba allí, un simple paralogismo o un oximoron, pues, aunque adoptando especies humanas, si exceptuamos la gomina, pero que es muy listo y alpinista, de ahí lo de la querencia por esos cantones nevados, demás que ya que había que llevar el macuto...

¡Vamos ande!, ¿y eso quién lo dice?

Pues el Señor Monipodio en su patio. Y a diario. ¿Le saco el dossier? Y además, no es que lo diga yo, lo corrobora don Miguel de Cervantes, ¿se acuerda de él?, era un cobrador de impuestos, sabía bien de lo que hablaba. Compuso varios tratados al respecto y se hizo famoso, ya ve usted de qué manera más tonta...

Deje, deje, que algo me viene a la cabeza, pero creo que por hoy ya he tenido bastante... ¿Y dónde está ese patio, que me voy a acercar por allí con la garrota y se la voy a estampar en los ijares y en los espaldares a tres o cuatro que yo me sé y por estas que me oyen, como que me llamo Job...

Pues está ahí mismo, pero cállese imprudente, y deje de gritar nombres, que ya se lo he dicho y se lo acabarán llevando preso, demás que no debe usted de acercarse a lugares como esos, no convienen a su dignidad, se lo aseguro...

¡Cómo que no me conviene, yo me indigno y me voy donde me da la gana y me oyen!

¡Que se cree usted eso!

¡Pues pienso ir!

Que no hombre, que no, si allí no dejan entrar a nadie, lo tienen tomado por dentro y por fuera que parece un presidio, pues menudos son los sobreros y los miuras... está rodeada toda la manzana de los hombretones más grandes, más recios y más amedrentadores que haya visto usted nunca, que los llaman mozos de estaca, y allí no se pueden acercar ya ni las moscas, o se va usted a creer que lo de sobreexplotar, lo de sobreseer, lo de sobreañadir y lo de salir sobrenadando pase lo que pase lo van a hacer así a la cara, con usted o con cualquier otro mindundi delante y para que lo vean... pero hombre de Dios con los años que tiene Vm, que parece usted bobo... Ande descanse usted un rato, no se haga más mala sangre y no se sobrecargue más de razones, que luego es peor e incluso entra todavía más hambre. Venga, volvamos a nuestras cajas de cartón debajo de nuestro puente, con nuestros amigos y con todas las buenas gentes que hay allí, que ya no le andamos muy lejos, vamos, déjeme que le ayude...

J., haciendo un esfuerzo sobrehumano, se incorpora apoyándose en el brazo de A. y se alejan muy despacio del barrio de Las Cortes. Un puñado de palomas aun esperanzadas siguen un rato sus pasos. El anciano va llorando.

A., de vez en cuando, la pasa la mano por la espalda y le acaricia con ternura los hombros.

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