Escribir sobre el caso Bárcenas, dada la magnitud de sus dimensiones, tiene su dificultad y sus insidias. Las insidias son que resulta muy fácil sentirse impelido a darse a exabruptos, porque no es fácil levantarse por encima de la común y la propia indignación por el estado general de corrupción en España en este momento, situación de la cual este caso ciertamente es el culmen y la perfecta cúpula que merece tamaño edificio, sin deslizarse por causa de ello hacia consideraciones que hagan perder la ecuanimidad necesaria y con la que nunca viene mal intentar escribir.
Las dificultades son otro cantar. Lo son porque el caso resultará en una verdadera causa general, como tan acertadamente titulaba el asunto el diario La Razón el 2 de Febrero de de 2013, para después quitársela radical y definitivamente a sí mismo concluyendo que no había razones para tal causa y realizando así un ejercicio de majadería periodística difícilmente superable, por cierto, mediante el cual un texto desmiente de arriba abajo el titular, en este caso, de verdad afortunado, que lo encabeza. Fue un artificio que podría ser razonable en prensa humorística, en El Jueves, por mencionar una cabecera, pero que no resulta de recibo en prensa política, o llamémosla simplemente seria, o con pretensiones de ello.
Y habrá causa general porque finalmente se ha hecho patente, aunque por la vía más oscura, sospechosa y catacumbal de las posibles, lo que cualquiera sabe si conoce del funcionamiento de las cosas del lugar. Porque el que más y el que menos todos conocemos el mecanismo real de tal funcionamiento, pero casi nunca resulta demostrable este.
Pero hoy, felizmente y gracias a un cuatrero, por cierto, que no a una eminencia científica, los elementos para cerrar el encaje de una teoría completa y casi cerrada de la corrupción en España desde la post transición hasta ahora mismo están todos sobre la mesa, y ya no podrá ni siquiera la justicia, por la parte de la aplicación de la injusticia que le corresponda o que quiera venir a aplicar, disimular, ocultar o hacer desaparecer este saber, ni podrá actuar tampoco como inquisición al servicio del poder, pues aunque lo haga y absuelva finalmente a presuntos culpables y condene por contra a falsos delincuentes, como fue el caso del juez Garzón, represaliado por tirar de la manta de Gürtel, no podrá ya silenciar más tiempo las verdades de Galileo, como no pudo la Santa Inquisición, y porque además Galileo, hoy y aquí, no es un individuo, sino una gigantesca coral.
Porque los papeles han escapado del cajón y demuestran lo que tienen que demostrar, igual que el telescopio de Galileo reveló de manera inapelable la danza maravillosa de las lunas de Júpiter, no existiendo ya forma de regresar a un estado de desconocimiento anterior a ello. Los papeles de Bárcenas marcarán un antes y un después, como los pactos de Toledo, y el que tal cosa haya ocurrido por un azar, y no por voluntad política expresa de nadie, es indiferente. Marcan una raya y señalarán seguramente un futuro menos bipartidista y más transparente y obligarán a una reflexión cuyo único resultado no puede ser otro que un aumento de los controles y de las obligaciones de fiscalizar las decisiones políticas. Porque la alternativa no existe, o no al menos en este momento.
La causa general, y a despecho de quien le moleste, está servida irremediablemente en su vertiente sociológica, al margen de que lo acabe estando o no también en su vertiente procesal o penal y su esqueleto, grosso modo, aunque no jurídico, pero tan real como como los doblones y los euros que constituyen sus huesos, aunque bien se entiende que a mi exclusivo parecer, intentaré exponerla más abajo, no sin anteponer una advertencia. Los datos recabados, como tales, están hoy suficientemente claros en el caso del PP, pero esto no excluye la hipótesis harto probable de un comportamiento más que similar, por inevitable extrapolación, en otros partidos igualmente envueltos en prácticas que, en numerosos casos, ya han sido juzgadas y despachadas por la ley con sentencias de culpabilidad, y una y otra vez.
CIU, PSOE, y varios partidos más, en todas partes del país, han adolecido o adolecen de la misma enfermedad, devastadora, contagiosa y gravísima, y necesitan imperativamente la misma cirugía, y por lo tanto habrán de ser investigados igualmente, porque esta causa, por general, lo será ya al sistema todo, y a la muy culpable ausencia en el mismo, definitivamente voluntaria, de transparencia, ausencia que es del todo imprescindible para que los comportamientos delictivos puedan extenderse y cuajar exitosamente. Porque el delito (o la falta) no es solo el de la ocultación a Hacienda de unas cantidades x, sino uno anterior e infinitamente más grave, sin duda, que es el de permitir, por medios legislativos, que se creen las situaciones necesarias para favorecer la existencia de estos comportamientos, con la agravante adicional de la más tradicional figura retórica del corpus legislativo español, la del choteo, es decir, de que cada ley proclame todo lo contrario de aquello para lo que verdaderamente sirve.
Delitos los habrá siempre y el responsable de ellos es el delincuente. Pero cuando la comisión de un delito se vea favorecida, bien por la aplicación de la exquisita figura jurídica de ‘la vista gorda’, bien por la connivencia, evidente, a la vista de ciertas normativas, entre el delincuente y el legislador, que pueden llegar a confluir, no raramente, en la misma persona o asociación de ellas, o bien por la insuficiencia o inexistencia de leyes para evitarlo, más la falta de voluntad, una vez constatado el delito, en castigarlo, y si a ello le añadimos además, la proverbial agilidad de la justicia, más la existencia de unos tiempos de prescripción más cortos que el propio procedimiento judicial, lo cual, desde luego, es bien significativo por sí solo, la condena efectiva de responsables se convierte en prácticamente imposible y esto no puede hacer otra cosa más que estimular los comportamientos delictivos, en particular, como es el caso, en todo lo que se refiere a los delitos económicos.
Y vamos, pues.
Los partidos políticos gozan, desde la transición, de unas vías de financiación que les han sido legalmente asignadas para poder desempeñar sus funciones. Reciben, de un lado, financiación pública en función de los votos obtenidos en las elecciones anteriores, además de por otra amplia variedad de conceptos. Esta vía de ingresos, pues, se nutre de caudales públicos que proceden de las distintas administraciones, son dinero de todos los ciudadanos, de aquellos que les votan y de quienes no, y se perciben con cargo a los presupuestos del estado, de igual manera que se sufragan la sanidad, la policía, la enseñanza, la iglesia católica o cualesquiera otros servicios que, por una u otra razón se hayan querido entender, legalmente, como públicos.
De otro lado, los partidos reciben las aportaciones obligatorias de sus afiliados. De otro más, pueden percibir donaciones que han de declarar y, estas, desde 2007, no pueden ser anónimas ni superar por persona física o jurídica determinadas cifras anuales, limitadas por ley para que un exceso de donaciones o de las cuantías de estas no pueda torcer la voluntad popular, beneficiando demasiado a uno u otro partido. No puedo extenderme aquí en los muchos detalles jurídicos y fiscales, pero remito a estos documentos a quien pueda estar interesado, el primero en cuentas claras.org. http://cuentas-claras.org/la-financiacion-privada-no-es-de-dominio-publico/ y el segundo en Practicopedia: http://educacion.practicopedia.lainformacion.com/politica/como-se-financian-los-partidos-politicos-12862
Y, ni que decir tiene, cualquiera puede acudir a las fuentes legales directas, que son de dominio público.
Con los ingresos arriba mencionados, los partidos pueden actuar como personas jurídicas. Les está permitido, por lo tanto, solicitar créditos a la banca y pueden constituir patrimonio, es decir, convertirse en propietarios de inmuebles o hacerse titulares de fondos como cualquier persona o empresa y tienen la obligación de administrarlos adecuadamente y conforme a la ley, pero esto implica también que, si son capaces de ello, pueden incrementar de forma continuada su patrimonio, con el correspondiente lucro, y que solo a ellos corresponderá el cómo aplicarlo y administrarlo, cumpliendo determinados requisitos.
El capítulo impositivo al que también están atenidos los partidos incluye una amplia variedad de exenciones fiscales, empezando por la del IBI de sus inmuebles y que están bastante bien explicadas en este documento de Libertad Digital http://www.libremercado.com/2012-03-01/lo-que-no-cuentan-partidos-sindicatos-y-patronal-sobre-sus-privilegios-fiscales-1276451688/ y aunque no suele constituir este grupo mi alimento espiritual habitual, y a pesar del insultante y estúpido final del texto al que remito, lo dejo aquí porque sí deja expuestos con bastante claridad los extremos más interesantes del asunto, entre ellos, uno quizá no demasiado conocido, el de que las entidades sin ánimo de lucro, entre las que se cuentan expresamente los partidos políticos, sí pueden darse a prácticas comerciales lucrativas, siempre que estas no superen anualmente el 40% de sus ingresos totales. Es decir, que legalmente los partidos políticos (y las asociaciones sin animo de lucro) son en realidad asociaciones con ánimo de lucro, aunque desleido este al 40%, y si es que sabemos la ciudadanía leer en castellano. Y esto, por supuesto, tiene considerable enjundia.
De todo este fárrago, la conclusión que me interesa es que las fuentes de ingresos de los partidos están en cierta medida acotadas, con laxitud pero acotadas, mientras que las necesidades de presencia y propaganda de estos, en su lucha inevitable por adquirir mayor peso que sus rivales en la transmisión de sus mensajes y programas y dentro de un cercado donde las posibilidades de lo que pueden hacer unos son hasta cierto punto y obligatoriamente las mismas que las de los otros, los lleva forzosamente a todos o a buena parte de ellos a buscar otras vías de financiación que las que marca la ley. Sus gastos crecen, sus ingresos no, y el cóctel queda servido. Y algo hay que hacer.
Y aquí es donde empieza el baile de las casualidades, que en política casi nunca lo son, como tan bien apuntaba John Le Carré. Así que una serie sucesiva de leyes, pactadas, por cierto, entre PP, PSOE y CIU, descentralizó enormemente la gestión del territorio, aduciendo unos supuestos que, en su enunciado, tampoco parecían exactamente un disparate, pero cuya puesta en práctica sí lo resultó. Los ayuntamientos pasaron a gestionar directamente los terrenos de sus términos municipales, a ser responsables de su uso y calificación (y recalificación, auténtico ábrete sésamo de todo el asunto) y un nuevo campo anchísimo de maniobras, de especulación, de beneficio rápido y de captación de comisiones y porcentajes quedó libre, no sólo para la iniciativa privada, tan buena como mala según a qué y cómo se aplique, y sometida a cuáles regulaciones, sino que, a la hora de la verdad, dejó elegantemente en manos de los partidos políticos la llave del cofre del tesoro. ¡Y qué tesoro!
Toda la gestión urbanística y de infraestructuras, es decir la joya de la tarta de la administración del estado, quedó a libre disposición, en la práctica, de la voluntad de la mayoría política de cada lugar, ayuntamiento o comunidad autónoma y, ¿casualidad añadida también?, la imposición gradual desde arriba del bipartidismo, bastante antinatural por estos pagos, dicho sea de paso, llevó a que la simple existencia de una mayoría significativa de unos u otros partidos, y por no decir ya en los casos de mayorías absolutas, tan abundantes en virtud de lo anterior, les permitiera a estos imponer su ley, criterios y voluntad sin tener que verse sometidos a las cortapisas que impone la necesidad de lograr un consenso cuando quienes tienen que disponer y mandar han de hacerlo operando a dúo o algo más mancomunadamente desde diferentes opciones políticas, es decir, ateniéndose a negociación, y añadiendo además a estas no desdeñables ventajas del poder obrar sin oposición, la adicional y nada despreciable de una ausencia casi generalizada de exigencias legales de transparencia que fueran obligatorias para tener que explicar y argumentar desde ellas decisiones, financiaciones, adjudicaciones, necesidad y monto de las mismas y otro sinfín de asuntos de muy elevado interés ciudadano pero que, sin embargo, salieron y salen adelante en su mayoría sin posibilidad de discusión o acuerdo entre partes, y por la también acreditada y expedita vía jurídica del trágala, pero vendidos siempre a la opinión pública como necesidades perentorias. Con todo ello, quedó alumbrada así una casi ley natural sucesoria entre mayorías, no escrita, pero funcionante y que podría enunciarse técnicamente como: este cuatrienio hago yo lo que me sale de los cojones, que al próximo lo harás tú, y no pidas muchas cuentas que, si no, las pediré yo también, terminando por cerrarse así un círculo de cuyas consecuencias bien nos vamos haciendo dolorosamente conscientes en este momento.
Con estos antecedentes, la posibilidad de la toma de un ayuntamiento por parte de un gánster con aficiones políticas pasó entonces del territorio de la imaginación al de la realidad, como lo demostró, sin necesidad de dar hoy más explicaciones, el caso de Marbella y Jesús Gil. Un término municipal entero y completo fue vendido por parcelas al mejor postor, y no queda hoy en el mismo, y el caso es verdaderamente paradigmático, un trozo de terreno municipal libre donde poder construir un ambulatorio, un cuartel de bomberos, un cualquier edificio de uso público. Antes habrá que rescatarlo, a golpe de euros, del privado al que se le adjudicó la parcela, a cambio de regalías. El caso terminó como todos conocemos y la Justicia acabó tomando cartas en el asunto y el ayuntamiento fue intervenido, pero solo cuando ya el saqueo había concluido por falta literal de qué más poder saquear. El daño público causado fue extraordinario, las condenas penales punto menos que ridículas y algunos flecos del asunto aun siguen en pleitos quince años después y los que queden.
Pero el maestro dejó escuela y cundió el ejemplo, y en la siguiente fase, lenta pero segura, ya apercibidos en parte, y por lo tanto más cuidadosos, pero deslumbrados sin duda por el tamaño de los jamones que prometía el cochino, primero unos pocos, después muchos, finalmente una multitud, fueron los políticos quienes emprendieron el camino opuesto al del Tío Gilito. De políticos a gánsteres, pues, y aunque delitos de sangre, no, sí carta blanca para todo el resto. Y la escala esta vez ya no fue la de un municipio, sino la de las comunidades autónomas que, sumadas ellas, son el país entero, pago más, pago menos.
Y no quedó la banca, aunque no sea el objeto de este artículo, ajena al festejo, aunque con una variante a considerar, la de las Cajas de Ahorros. Estas antiguas entidades captadoras del pequeño ahorro popular, con presencia capilar en cada provincia, pasaron en su casi totalidad a ser controladas por los partidos políticos en el ámbito de cada comunidad autónoma para sustanciar de alguna forma las finanzas de las mismas. Para qué se acabaron usando y cómo acabó el asunto ya lo conocemos todos, así como las deudas brutales que generó la bacanal de gastos y créditos innecesarios y peligrosos; en particular, de los que no cabe pensar otra cosa que la mayoría de los más gravosos y de los más inútiles no fueron acometidos por otra razón más que para lucrarse de las comisiones que generaban, fuera de toda lógica bancaria. Finalmente, la colocación en sus consejos y órganos directivos de políticos de toda laya, acomodados en las entidades a manera de compensación por sus servicios, pero sin el más mínimo conocimiento del sector por parte de estos y de manera generalizada en todo el país, con su consiguiente falta de control, por un lado, y el brutal incremento de sueldos, compensaciones y comisiones, por otro, llevó, sumado a todo la anterior, a la ruina absoluta a una buena cantidad de ellas, así como a la de multitud de sus clientes.
Pero en su origen, la máquina extractiva de dinero B se puso a funcionar de verdad, y cualquier valenciano, por ejemplo, puede atestiguar lo aceitado de su funcionamiento y la precisión del mecanismo. Sin embargo, nunca se podrá demostrar detalle a detalle, o sería la labor de muchos volúmenes de investigación, y demasiados intereses impedirán la substanciación jurídica y penal de algo que, sin embargo, es una obviedad. Pero conocemos, si no su detalle, sí el trazo grueso del funcionamiento de la máquina. Y ha resultado en veinte o más años de una orgía continuada de comisiones ilegales en todas las vertientes de lo público a las que tiene acceso el poder, que son casi todas. Cuanto más faraónica la obra o el servicio, más elevada la comisión y, por lo tanto, más sustancial la ventaja de construir, de permitir o incluso de prestarlo, y más clara la ventaja de hacer pasar lo prescindible por necesario y lo inútil por más que recomendable.
Lo visto en Valencia, donde el vuelo de los sobres oscurecía el sol, ha debido de generar cifras de dinero negro, solo en el ámbito del PP, donde ostenta el poder desde hace una veintena de años, de verdadero vértigo. Hacer las cuentas del dinero negro es tan difícil y tan útil como contar los ángeles que caben en la cabeza de un alfiler, pero la humanidad se entregó a esto último unos cuantos siglos, y no todos los santos padres eran necesariamente idiotas, así que bien puedo yo dedicarle una tarde a lo primero, aun sabiendo que su valor no es otro que el de la especulación y que me llamarán idiota. Pues amén, Jesús.
Yendo pues a ello, y si se toma entonces una cifra cualquiera como monto total del coste de lo edificado, inútil o no, en esos veinte años y en esa desdichada taifa levantina, hoy desahuciada y con sus campos esparcidos de sal, y se le calcula un cinco por ciento de promedio, por ser conservador, salen de comisión general y para la causa general, si tomamos un total imaginario de diez mil millones, quinientos millones de euros. Si duplicamos la cifra, serían mil millones el pellizco. Si la dividimos por dos, solo doscientos cincuenta millones. Podrían ser más que la cifra más alta, pues el monto de lo edificado fue verdaderamente monstruoso, y el mecanismo succionador, ante cualquier iniciativa que superara en poco el tamaño de una vivienda, intervenía con tal número de exigencias, que para aceitarlo solo un poco cualquier constructor o industrial estaba dispuesto a aceptar, no solo la primera sugerencia a aportar una ayuda al desbloqueo, sino a proponerla él mismo a la primera oportunidad de deslizarla. Pero también, es forzoso reconocerlo, no todas las astillas acabaron en las alturas políticas, muy buena parte se quedaron clavadas por los muchos nudos intermedios del mecanismo, el número de casos sub judice al respecto se lo ahorro al lector, y se llevaron muchos particulares y empresas su trabajada parte, nada más que izando una enseña pirata genérica, cada cual dentro de la jurisdicción de su bañera y no necesariamente siempre la misma y canónica de las tibias y las gaviotas, o la de las calaveras y las rosas, y allá donde fueran de aplicación cada una de ellas, u otras enseñas igualmente prestigiosas.
Incluso y a pesar de la enormidad del caso Gürtel, con lo que significa, bien puede cualquiera permitirse pensar que no habrá habido uno solo, porque creer que a todos los malos los pillan sin falta antes o después, equivaldría a ser aun más ingenuo que ellos malos, y no eran pequeñas las cifras que Roca, el señor Bigotes y Cía allegaron a sus bolsillos de ellos mismos, al margen de las que aforaran a quienes debían imperativamente hacerlo para poder seguir en el negocio. Pero el piélago de las comisiones y de las malas prácticas es infinito, en Valencia y en el resto: Baltar, Fabra, Matas, los ERES, Nóos, Marbella, las derivaciones de Gürtel en Madrid... en fin, un acabóse de estiércol y del cual solo están asomando los flecos y algunos efluvios.
Pero siguiendo con la matemática imaginaria, si a esa cifra promedio se le yuxtaponen sus equivalentes de mayor o menor cuantía en unas u otras taifas, y aun dejando a un lado País Vasco y Cataluña -lugar este último donde estas mismas y exactas prácticas se le pueden adjudicar, en hipótesis, bien se entiende, pero en cierta medida también por sentencia firme, a CIU y demás localismos propios de cada lugar-, la cifra total bien cabría multiplicarla por tres. Si tomamos entonces el anterior valor medio hipotético de 500 millones, hablaríamos ya de 1500 millones. Y sí, claro, no lo olvido, no hemos salido del sector urbanístico e inmobiliario. Así que, para no perder más tiempo, yo y el solitario lector que me quede a estas alturas, quito de un lado, añado de otro, coso, pincho, pego, añado alguna donación, descuento todo lo muchísimo que se llevarían los que pudieron hacerlo antes de despacharlo a la caja B, y no me parece imposible que se pueda hablar de una cifra de cincuenta millones al año de dinero negro, solo en el PP. Veinte años, mil millones. Y de nuevo, el doble cabría perfectamente, así como la mitad asimismo, pues desde fuera es imposible aquilatar con exactitud la fiabilidad verdadera del mecanismo.
Así que, esa cifra de 22 millones del tesorero, felizmente domiciliada en Suiza en 2008, no parece un guarismo disparatado, pero considerando además que no fuera la única; se me hace difícil entender que un financiero competente pusiera todos los huevos en la misma cesta. Es un riesgo brutal que difícilmente pienso que corriera nadie, bien fuera que obrara por sí mismo, bien como testaferro de terceros.
Por lo que me permitiré establecer una serie de hipótesis que puedan encajar con esa cifra por ver si pudiera llevarme el razonamiento, que es lo que busco, a alguna cercanía de averiguación de qué es lo que puede haber ocurrido en el caso y para conocer, de paso, si hay forma de aproximar el cálculo del sueldo de un mandarín, para poder acercarme con el guarismo a la tumba de Miguel Espinosa y poder susurrárselo con dulzura ante su venerable lápida. Aunque ya puedo intuir un murmullo cavernoso brotando del suelo: –¡Ingenuo!–.
Primera hipótesis. Si la cuenta fuera de Bárcenas, en el sentido de ser el dinero de Bárcenas, como el PP sostiene a machamartillo, significa que habría acumulado en veinte de años de trabajo sacrificado, y fuera de sus lógicos gastos habidos en comida, vestido, vivienda y dentífrico, el equivalente a un millón al año, que no es hazaña de Hércules, sino artificio gozoso al alcance de cualquier alto ejecutivo de banca, que no gran accionista, y no seré yo quien le niegue la capacidad a quien no tiene la más mínima pinta de ser un idiota este logro de haber duplicado en esos mismos años el fruto de sus esfuerzos. Porque cabe matizar que el monto anual de ingresos sería bien menor, pues igualmente un financiero competente no deja el dinero en un cajón, sin más, sino que lo va poniendo a fruto, y voy a asumir pues la hipótesis de que ese monto final es un capital donde ya estén sumados los intereses y los beneficios de veinte años de diligencia financiera, y voy a suponerle entonces unos ingresos de medio millón anuales, por intentar una cifra.
Pero concurren entonces varios factores para ir invalidando la hipótesis. Primero, no lo olvidemos, es dinero negro, no declarado y no derivado de sus sueldos en el partido, en el senado... en fin, de los cargos ‘transparentes’, por llamarlos de alguna manera, que fue ocupando. Segundo, él mismo niega que sea dinero procedente de actividades empresariales y aduce alguna oscura operación, en absoluto de la magnitud necesaria para acumular semejante monto. Tercero. Si así es, y se admite que es solo suyo, significaría, ut supra, que efectivamente lo ha acumulado por vías desconocidas y, entonces, las únicas razonables, dadas sus ocupaciones conocidas, es que proceda de sus comisiones y/o emolumentos opacos procedentes del manejo del dinero B del partido.
Porque medio millón al año, impone unas cotas complicadas de cuadrar con los datos que poseemos. Aun siendo el tesorero un cargo de la absoluta confianza de sus superiores y aun asumiendo que, como captador final y centralizador del mismo, como algunas declaraciones corroboran, haya podido caer en la tentación de defraudar a sus jefes parte de lo que pasó por sus manos, esta parte no puede pasar lógicamente de una determinada cifra porcentual sobre el total.
Asumiré entonces la nueva hipótesis, por seguir con el juego, de que la mitad de esa cifra eran sus ‘verdaderas‘ comisiones o compensaciones B, y la otra mitad, producto, digamos, de sus ‘habilidades’ adicionales o que provinieran de posibles segundos y terceros trabajos. Esto deja su parte en un cuarto de millón al año, y disparatada no sigue pareciendo la cifra sobre un total de muchos millones, pero lleva a nuevas consideraciones. Si esa era su parte, que no la parte del jefe, y digo jefe porque alguno tendría, ¿o hay contable de una organización que no lo tenga?, entonces, el jefe, que según la denuncia de sus propios papeles, objeto de todo este escándalo, cobraba 24.000 euros al año, estaría llevándose ¡la décima parte que el subordinado! Y los demás cargos de la cúpula, por él también implicados, con cantidades sucesivamente menores o a lo sumo iguales, acabarían sumando entre todos ellos lo mismo que el contable.
Y como tal cosa no es imaginable en una organización seria, y tampoco en una de rechifla, esto lleva a dos nuevas opciones: una, que las cifras cobradas por todos ellos fueran del orden de diez veces las indicadas para cuadrar las cuentas según elemental lógica empresarial y humana, y la otra, que el dinero de la famosa cuenta no fuera de Bárcenas, es decir que se niegue la mayor.
Pero el primer caso sería absurdo, puesto que metido en el asunto de imputarlos con los apuntes, ¿qué sentido tendría dividir por diez el monto de la imputación? Así que, como esto no parece posible, queda la única opción de que el dinero encontrado sea dinero B del partido y Bárcenas, su testaferro y custodio. Máxime cuando esta cuenta, según los datos hechos públicos sobre la misma, subía y bajaba en sus cantidades, lo que indica más bien que fuera una cuenta operativa, que no una cuenta de acumulación creciente, un seguro exterior, por llamarlo de alguna manera, constituida para hacer frente a contingencias futuras, a futuros retiros o para engordar sudados y merecidos planes de pensiones.
Y habrá que considerar, además, otros flecos que parecen llevar igualmente a esta misma conclusión. El fundamental es el hecho acreditado de que, una vez descubierta la cuenta por los investigadores, Bárcenas perdió el cargo, pues otra no quedaba evidentemente pero, sin embargo, hasta el momento del segundo y definitivo estallido del escándalo, casi dos años después, conservó despacho, acceso, secretaria, vehículo y además disfrutó un buen tiempo de abogados pagados por el partido para su defensa.
Si el dinero fuera solo y exclusivamente de Bárcenas, y no digamos ya si se lo hubiera robado sin más al partido, y el caso fuera de verdad el muy cinematográfico del contable que desaparece con el dinero de la mafia, ¿alguien en su sano juicio cree que sería este el tratamiento que le hubiera deparado Cosa nostra?
Y cabe señalar, además, una explicación psicológica bastante evidente del caso que apunta también con fuerza en la dirección de que el dinero a nombre de Bárcenas no fuera suyo, sino que él fuera solo su celoso guardián. El descubrimiento por el juez de la cuenta debió de constituir un verdadero terremoto para este hombre. La realidad no era otra que iba a pagar él solo por las culpas de todo el grupo. ¡Y el dinero no era suyo, o solo una pequeña parte! Tenía que asumir de un golpe su actividad delictiva, pero también la de todos los demás. Y es cierto que cualquiera, le guste o no, terminará por asumir sus culpas o, sin asumirlas, pagando igualmente por ellas. Y mentirá en su defensa, enredará, liará, protestará, pero finalmente se comerá el marrón, como se dice ahora. Sin embargo, por las peculiaridades especialísimas de la empresa donde trabajaba, a él no le quedaba posibilidad humana de intentar deslindarse de la parte ajena de las culpas. Cuando vio finalmente muy claro que su cadáver era el único que iba a colgar del cadalso en la Plaza Mayor, imagino que primero pidió ayuda, pues alguien era todavía, qué duda cabe, después preguntó o chantajeó con algo así como: –Si me lo van a quitar por allí, me lo vais a tener que devolver por aquí, ¿no?–. Y finalmente, ante el probable silencio o la no obtención de seguridades, chantajeó, pero, o no se atendió su órdago o no se le creyó capaz de llevarlo a cabo. Pero alguien calculó mal, o realmente y tal vez se concluyera por encima de él que ya no había nada que calcular, porque el mal era definitivamente irreparable. Y ahí tenemos los resultados.
Y así llegamos a los papeles en sí, y estos sí que han pasado definitivamente a su poder, porque seguramente jamás dejaron de estarlo, y ahora lo único que ha cambiado es su modo de administrarlos. Han pasado de su vía gástrica original, alimenticia, a su uso exclusivo por vía anal. Pero ser, son tan reales como la vida misma, declaraciones y cruces los han corroborado en parte y cada mañana se confirma uno más. Hoy sirven para el chantaje, pero curiosamente este nuevo uso producirá una cierta moralización pública, para que luego no digamos los descreídos que los caminos del Señor son infinitos.
Y saltemos de Bárcenas en sí a todos los Bárcenas que son, pues no habrá solamente uno, no vayamos a cometer ese error. Debe de ser interesante, y para mí, la verdad, apasionante, seguir la deriva humana e intelectual de una persona, de un militante no concreto que, desde su simpatía inicial por afinidad simplemente ideológica, es decir, algo casi perteneciente al campo de los sentimientos de cada cual, pasa a un estado subsiguiente que ya lo empieza a percibir el interesado como un servicio público, y de ahí a la posterior objetivación, en pequeño e in pectore de lo que unos llaman razón de estado y otros obligación o fidelidad de partido, que es lo que permite recorrer el largo camino que va desde la prestación voluntaria, ilusionada y tal vez gratuita de un servicio, por mor de ideología, al paso de cobrarlo como desempeño de un trabajo, primero parcial, después a tiempo completo, al siguiente a considerarlo un bien público, y al de empezar a imponer un mal día, en nombre de esta supuestamente adquirida altura moral, hija supuesta y necesaria de la aplicación, el desvelo, la competencia demostrada, el esfuerzo y el altruismo, determinadas gabelas a terceros para poder seguir desempeñando las mismas funciones ya con mayor eficacia y siguiendo las necesidades del partido y, obtenidas estas gabelas, lucrarse también de ellas, pues fruto son, qué duda cabe del esfuerzo de cada uno.
Llegados aquí, tras la longitud de un camino recorrido con naturalidad y hasta cierto punto casi con inocencia o simple irreflexión y dentro de un entorno donde cualquier barbaridad queda justificada una vez y otra, apelando a principios con nombres mucho más pomposos que lo que realmente significan, y donde el elogio y el ditirambo al encumbrado pueden derretir hasta los entendimientos más privilegiados, tiendo a pensar que muchos no acabarán siendo ni siquiera conscientes de que han acabado recorriendo, junto al largo camino profesional, también un sendero mucho más deslizante que les ha llevado, finalmente, al delito.
Llegados aquí, tras la longitud de un camino recorrido con naturalidad y hasta cierto punto casi con inocencia o simple irreflexión y dentro de un entorno donde cualquier barbaridad queda justificada una vez y otra, apelando a principios con nombres mucho más pomposos que lo que realmente significan, y donde el elogio y el ditirambo al encumbrado pueden derretir hasta los entendimientos más privilegiados, tiendo a pensar que muchos no acabarán siendo ni siquiera conscientes de que han acabado recorriendo, junto al largo camino profesional, también un sendero mucho más deslizante que les ha llevado, finalmente, al delito.
La primera comisión solicitada, la primera propuesta para recibirla, el primer regalo excesivo e inmotivado, el primer servicio recibido y pagado de faltriquera ajena, el primer sobre habido en B, incluso con protestas o sin ellas en el propio fuero interno de cada uno, son un momento fundacional de la vida de un buscavidas, o de la de un político del tipo del citado. Es como el significado de la virginidad antiguamente, que al primer sí se pierde y ya no hay entonces camino de regreso, ni manera de evitar la deshonra.
Finalmente, la función crea el órgano y la práctica hace al gánster, y lo que en algún momento pudo desasosegar, según la cualidad moral de la bodega de cada cual, ya no se percibe más que como una necesidad, una obligación, un avatar de la vida que se nos impone, como si no hubiera posibilidad de resistirse a él, una servidumbre del cargo y un saber y una habilidad del oficio, una herramienta para mejorar la eficacia, una diferencia más entre el que hace bien y el que hace peor su trabajo, y entonces, la compensación ilegal se convierte a sus ojos en justa, merecida por los desvelos y las malas noches que siempre hubo. Y la conciencia desaparece y deja de molestar. Paradigmático sería ahora mismo el caso de la ministra de sanidad, que deja claro que no entiende en qué ha pecado, tal es el grado de alejamiento de la realidad al que se puede llegar por ciertas vías.
Y no digamos ya si, frente al caso hipotético de los imaginados arriba y la suposición de algún rastro de esa conciencia en ellos, quien desembarca a repartir sonrisas es quien declara que está en política para forrarse, así, de entrada y sin más linimentos ni cataplasmas, que también los tenemos documentados y las hemerotecas guardan con exquisita neutralidad la elegancia de sus decires y de sus trajes. Y la de sus jetas.
Y así, entre una cosa y la otra, entre una cascada de servicios y desvelos onerosos, los padres y madres de la patria, los ejemplos de honradez, los faros, los guías y formadores de juventudes, los que se dejaron los días y las noches por el bien de todos, los bastones de ancianos y los pañales de los huérfanos desvalidos, los fustigadores de malas prácticas y costumbres ajenas, los que están en política perdiendo dinero como ludópatas arruinándose con la tragaperras, los que nunca les tiembla la mano, pues es Dios y España quien se la guía, una mala e inopinada mañana se levantaron hechos unos ladrones, para su pasmo propio y el de muchos espíritus equivocados, pero bienintencionados, que también los hay.
Bárcenas es hoy un personaje creíble e increíble a la vez. Es el gran traidor para unos, pero también, y seguramente a su pesar, el gran iluminador. Hace treinta, hace cincuenta, hace cien años, de haber hecho lo mismo que hoy, yacería, sin el más mínimo margen de duda, en una cuneta y con los sesos reventados o debidamente plegado en ignoto lugar dentro de un sobre de cemento o de cal viva. O jamás pudiera habérsele ocurrido ni siquiera en pensar en el gag del cuadernillo. Hubiera desfilado mansamente hacia el trullo, en la certeza de que no hacerlo así, serían de aplicación los casos anteriores. Hoy, sin embargo, aquí y ahora, tiene los medios para modificar en parte ese destino.
El ventilador sobre la bosta, después de lo oído, es casi imposible que lo salve de una condena y de una muy sustancial reducción de su patrimonio. Se ocuparán sin duda de ello los buenos oficios que promoverán todos aquellos a los que les ha pegado este pavoroso pisotón en los callos y que no son unos mindundis. Quedarán escrutadas sus caries una a una, verá limpiado su intestino con agua jabonosa desde el esfínter hasta la altura de la nuez y disfrutará de visitas acuciosas de funcionarios de negro hasta el final de sus días, además de pasar, antes o después, los preceptivos trescientos minutos y un día de prisión. Pero ha quedado claro que es hombre de recursos y no dudo de que habrá dejado acá y acullá los montoncitos necesarios de dinero blanco, de dinero negro, de dinero gris y de dinero arcoíris para mantener un razonable pasar hasta el final de sus aventureros días.
Creo sinceramente que sus acusaciones no son jurídicamente demostrables y que, por lo tanto, no llegarán siquiera a juicio. Una contabilidad B es por definición algo inexistente a los efectos. Si difícil es ya demostrar las entradas de dinero opacas, menos todavía lo será demostrar sus salidas, sin la firma, punto a punto y caso a caso de sus perceptores. Y mucho me permito dudar que ningún político en su sano juicio, con decenas de calaveras trituradas bajos sus pies, figuradamente, por supuesto, vaya a ser tan ingenuo como para haber estado firmando de su puño y letra, año a año, recibos de pagos que no iban a ser declarados a hacienda, para después dirigirse a meter el dinero en el banco, en el BBVA o el Santander de la esquina. No es posible imaginarlo. De haber alguna firma, algún apunte contrastado de un sobresueldo opaco, será de algún tarugo y, si salen a la luz, será despedido a la primera ocasión que surja, por dañino a sí mismo y a los demás. Y por idiota.
Pero fuera de la juridicidad, tampoco nos cabrán muchas dudas, a mí y a tantos, de que en lo sustancial los apuntes se corresponden con la realidad. Aunque esto no excluye, por supuesto, poder imaginar también una fabricación o alteración de pruebas, una mezcla de las mismas entre reales y ficticias, que a fin de cuentas la mano es la misma y el apunte que se corresponde a la verdad en el caso de uno, pueda ser falso en el de otro. Puede ser, y los caminos de la venganza son infinitos, pero hay una lógica humana rigurosa en lo visto y oído, toda clase de saberes complementarios que nos llevan de manera casi irremediable a tener por claro que lo negado es cierto, que lo dejado entrever es verdadero. ¿En cuál empresa de la tierra el dinero A y el dinero B no se reparte escrupulosamente de manera proporcional a la escala jerárquica? ¿Ha alardeado alguna vez el PP de ser una empresa autogestionaria, una comuna de hippies que reparte por partes iguales y ecuménicamente lo que entra en caja? ¿Es el propio ideario que defienden y propagan, el neoliberalismo puro y duro, compatible con la idea de un reparto igualitario y con el mantenimiento de demasiados escrúpulos fiscales o tributarios?
No. El ideario es mucho más cercano al Toma el dinero y corre, Haz tu bien sin mirar con quién y No sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda. Y en cualquiera de estos tres supuestos, hondamente ideológicos y consustanciales con su esencia, no cabe la imaginación de que los jefes no cobren o de que ignoren de qué pie cojean y cuánto cobran sus subordinados. El más tonto de los padres de familia sabe la paga que le da a su hijo y sabe que, si este aparece un día con una moto cuando lo que le sufraga es el bono transporte y que no tiene el chaval trabajo conocido, la moto fue robada o es que el niño le salió listo y despejado y ya trafica con asuntos indebidos.
Definitivamente, y puestos a optar por un mentiroso, prefiero a Bárcenas. Fue eficaz en su trabajo, moralidad aparte, y está siendo eficaz en llevarse al huerto a quienes lo abandonaron. Creo también que estos no podían hacer otra cosa, destapado el asunto, pero esto no quita para que el despecho y un sentimiento de injusticia muevan al traidor. Arruinado en parte, lo cual, seguramente y en su escala de valores sea lo peor de la tierra, ha tomado la decisión de arruinar a aquellos para los que trabajó, quienes, igualmente culpables, disfrutan y disfrutarán de un pasar que a él ya le ha quedado seguramente vedado. Y se los va a llevar puestos. Y, curiosamente, ni una sola palabra de disculpa o pretensión de moralidad ha salido de sus labios y seguramente no vaya a hacerlo. Es un tipo listo y con la piel curtida de un rinoceronte en lo que atañe a moral. No le va a quitar eso el sueño, porque no lleva veinte años llenándose la boca con ella, que es lo que ahora constituye el debe principal en el balance de aquellos a quienes acusa y lo que les causará su perdición sociológica. Él ha estado callado veinte años, sin decir majaderías sobre transparencia, porque su ocupación era la opacidad y ha hecho de ella su trabajo. Los otros, no, porque su trabajo hubiera debido ser el contrario del que realmente hacían, y ahora, poderles restregar un estropajo con la bosta por la boca a quienes ejercieron de moralistas hasta la náusea de los moralizados, debe de ser, dentro de la desgracia de Bárcenas, pero también de la nuestra, que somos los verdaderos robados, el equivalente a un manjar de dioses.
Le deberemos, finalmente, más de un bien que de un mal que haya venido, y esto es una sorprendente e inopinada carambola de la historia reciente.
Los datos del PP, del PSOE y el futuro del propio bipartidismo en intención de voto, a día de hoy, son aterradores para sus beneficiarios tradicionales. Con jueces o sin ellos, y a pesar de la colosal orquesta de excusas y de golpes de pecho y de pretensiones de limpieza, el sistema político camina hacia una catarsis inevitable. Se producirá por la vía de los votos en algún momento y aun a pesar de la proverbial dureza de mollera de los votantes pero, si no, se producirá también por otros caminos.
El PP tiene que acometer la limpieza de los establos de Augías, una limpieza interior de unas dimensiones aun mayores que las del PSOE, toda su cúpula tendrá que desfilar al machadero del olvido, que al de prisión, no creo, y será el momento de que asciendan a cardenales los monagos, por decir algo. Y no es solo una crisis de su cúpula, del primer escalón, que lo es casi completa, también de su segundo escalafón, el autonómico. Pero todo esto tendrá que acometerlo el PP en el peor momento posible, al borde del rescate económico, con seis millones de parados y los que siguen viniendo (132.000, hoy mismo), con la monarquía hecha unos zorros y con Cataluña en la senda de la independencia. Y cuando las casas arden por los cuatro costados el problema es que los bomberos tienden siempre a comportarse con poca finezza. No es descartable una huida hacia adelante a lo Conde Duque de Olivares, varón caprino y rapaz, pero no estúpido ni incompetente, asistente del peor señor posible, y que atizó todos los fuegos del mundo a manera de personal escapatoria y por negarse férreamente a abandonar al poder. Y tampoco hay razón para pensar que, en promedio, los mandamases sean en lo tocante a moralidad mejores que su contable. Y pueden optar por hacer lo mismo que él. Bien pueden ceder a la tentación de meterse en Málaga para salir de Malagón.
Porque la peor pesadilla del día de hoy es que alguien en aquellas alturas identifique como el último caladero de votos posible el que proporcione una intervención militar en Cataluña venido el caso de una declaración unilateral, a la yugoslava, y asuman que el personal vaya a seguirlos en la jugada, o a agradecérsela, lo que bien podría suceder, pero también lo contrario. Y que, obrando unidos, que es a lo que tienden, en definitiva, desde la transición y casi siempre más para lo mucho malo que para lo poco bueno, monarquía, PP y PSOE atiendan a ese canto de sirena, que no dejará de oírse a buen seguro y por más que haya un pacto evidente para no hablar jamás de ello, aunque ya vaya siendo vital el hacerlo.
Porque el garrotazo final en la mesa está en la genética del poder español y en la de muchísimos de los españoles de a pie. Y este entonces sí que sería el último mal servicio que esta recua rindiera a la nación, o a lo que hayan dejado de ella.
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