viernes, 1 de febrero de 2013

El mal de la piedra


Ya están todos retratados, del Rey Nuestro Señor para abajo. ¡Qué mano la del pintor! Unos asomando en las falsillas del cuadernillo, ¿de tapas azules, con goma?, otros con el elefante, otros cada cual con su aportación a la mejora constante del ecce homo, otros empalmados sin más, otros con shush fondosh para corbatash y trajesh y cara de búho espantado, otros subiendo y bajando sobres del Chomolungma, a manera de vital oxígeno.

–¿De dónde vienen los sobres, José Luis?–, –de la cima del Everest, del Gólgota, del Ararat, del Fujiyama y del Olimpo, todos montes de fecundidad indecible, Mariano, pues de dónde iban a venir, hombre..., que no veas la vida miserable que me doy pa’ arriba y pa’ abajo con la carretilla y los crampones, cosechando, cosechando–.

Y ya son inmortales los retratos, como de mano de Diego Velázquez o de Francisco de Goya, que de asuntos de corte entendían largo, pero pillados esta vez los protagonistas con las máscaras quitadas y los calzones por los tobillos, aunque algo más, quizás, à la Francisco Bacon los bufones, los borrachos, Carlos IV y su familia, Rinconete y Cortadillo y el Bigotes, ¡ay cositas!, con una cara de estreñimiento que es imposible no querer parar de verlas y de hacerse lenguas. 

Pero no vayamos a creer nadie que esto pueda generar consecuencias inmediatas ni a largo plazo. Ni consecuencias, seguramente, fuera del Museo del Prado, o del de Cera.

Porque son pequeñeces, como cualquiera sabe. Envidias, comadreos, rencillas de patio de colegio que, a lo sumo, de tener que intervenir –aunque para qué–, ya las dirimirá la justicia, en cosa de apenas quince o veinte años, y les pillará la absolución o una reprimenda al borde ya de la huesa, como lo de sor María y sus niños, la pobre... En unas semanas se les habrá pasado el soponcio a unos y a otros y en pocas más, si no el Madrid, el Barça, o viceversa, o ambos, alcanzarán los cuartos de final... ¡las semifinales de la Champions! y entonces las portadas, lo único un punto alborotado hoy por estas causas, regresarán a su manera natural de ordenación de los conceptos.

Es seguro que no va a pasar nada. Y no lo digo por darle la razón a don Iñaki Gabilondo o por gusto de especular, sino por la simple experiencia de algunos años de comercio con las cosas de esta parte de la bola del mundo. Porque de hecho, la casuística inapelable es que nunca ha pasado nada, que la inmensa mayoría de los robos más vistosos son bendecidos, no solo, sino encomiados, como las privatizaciones de los sudados y trabajados bienes del común, a peseta Campsa, a cien pesetas Telefónica, fuera Iberia, arrojada al aire, Renfe a la vía, al arroyo el Canal de Isabel II..., y la sanidad pública que se la quede el que la quiera, aunque como es una ruina sin paliativos tendremos que pagar nosotros para que se la lleven, bien se entiende. ¡Fuera bicha, fuera!

Y las estafas bancarias también están todas absueltas, apenas eran desajustes,  errores mínimos, inevitables efectos de cálculo, ya están amortizadas felizmente por el sistema habitual, el de la derrama para las intenciones de Roma, o las del banco, vayan ustedes a distinguirlas, a sufragar con un pequeño esfuerzo por los apreciados clientes y vecinos, que para eso estamos, para echar una mano, faltaría más.

Los despilfarros asimismo están todos perdonados, por bienintencionados, evidentemente, demás que dan lustre, votos y traen turistas. Y las autovías que nos llevan de la nada a la nada están primorosamente construidas, nadie podemos negarlo, algún coche aun circula por ellas, que siempre quedan magnates que todavía pueden llenarle el depósito a la Berlingo, y los aeropuertos están acabados, sus hangares listos para habilitarlos para macrofiestas y congresos de partido, sus pistas para que practiquen los mozos el skate-board o, sembrando sus bordes de césped, para usarlos como campos de golf, infalible Potosí de ingresos este, como cualquiera conoce.

También, y ya es suerte y buena previsión, los educativos parques temáticos alzan por doquier sus toboganes de cien metros de altura, sus casas de comida rápida a precio de sosegada y sus casamatas de vídeo con efectos especiales ideados para la educación y el contento de la chiquillería y el orgullo de sus agradecidos padres.

Y las inacabables e inacabadas ciudades de las ocho artes, de las mil culturas, de las diecisiete justicias, de las siete ciencias..., y los puentes majestuosos, las torres babilónicas, los circuitos para un día al año, los museos emblemáticos alzan sus poderosas siluetas de portentoso diseño por doquier, levantados al coste de un Calatrava, dos Calatravas, tres Calatravas* cada uno, y van cambiando de uso y de manos según van quebrando sus firmes constructoras, los sólidos conglomerados empresariales que los encargaron, las entidades pujantes que los pasan ahora, de mano en mano, a gestoras del sálvese quien pueda, a la comunidad autónoma, al ayuntamiento al que le caigan en desgracia, al sursuncorda y, finalmente, al banco malo, o camposanto de todos los ladrillos, hasta quedar cubierto todo ello de maleza, en espera de buen fin, como diría este último tenedor, que se los va quedando sin faltar uno.

El Calatrava es como se conoce a la unidad monetaria internacional del despilfarro, equivale en la actualidad a 478 millones de euros, circa. No se trata de una constante, pues su valor es arbitrario y variable, por lo general al alza. (N. d. r.).

Y el personal todo él, felizmente cada cual con sus dos doctorados, sus tres licenciaturas y sus cuatro cursos semestrales del INEM, está ya listo y mejor preparado que jamás para emprender. Emprender el camino de Bristol o el de Maguncia, y pronto el de la vendimia en Marruecos, si hubiera suerte allí, o el de la China, clasificado como excedente humano, de todo a cien, por contenedores, que ya el camino del Perú o el de Buenos Aires también le quedó vedado, porque ya nos vieron la patita, aunque, hay que ver, sin embargo, la suerte que tienen algunos de poder todavía emigrar a Francia, que sigue ahí a la vuelta, y aun pesar de la globalización, porque no la han deslocalizado por el momento, pero que en esas se verá pronto también, ¡Mon Dieu!, es de temerse.

Y no, no será esto que después de todo, todo haya de ser nada, señor Hierro, como un simple remake del Imperio y de los últimos de Filipinas, a solucionar por los regeneracionistas primero, y luego a reempastelar por el Regeneral, sino un tener que acabar marchándonos todos a Singapur, a Thailandia y a Filipinas... hasta el último. Donde nos negarán el visado. Y de vuelta a Cádiz, en la patera, a comer arena, y a que nos solucionen definitivamente el asunto los gusanos.

Pero ningún problema. ¡No paza ná, no paza naaaa!, como se desgañitaba antaño un humorista cuyo nombre no me acude. Porque todo ello es bueno, es positivo, nos indican, sólo que necesitaremos todavía un poco más de coaching, tal vez, ya que las crisis generan oportunidades sin número, y no saben bien los parados la fortuna que tienen de poder formarse, con tiempo sobrado, para otras actividades y la suerte y bendición que les supone el poder seguir estudiando a sus cuarenta, a sus cincuenta, a sus sesenta primaveras

Aquí estudia ya todo el mundo hasta la senectud porque la solución, bien clara, repetida paternal, seriamente y a diario, es que cada cual tiene que fundar ahora mismo, pero solo si bien formado antes, su Microsoft, su Apple Co. y su International Trust and Telephone en su garaje de Tomelloso, en su huerta de Benitatxell, en su cuadra de Porriño, y a prosperar todos como cresos, entonces, los que acertaron a innovar –a base de I+D+i, como ingrediente principal– la manera de hacer la tortilla de patatas y los que estudiaron con ahínco, veinticuatro meses, la forma de arrullar un queso (no, no me lo invento, ya me gustaría tener esa creatividad, como reportaba hoy la prensa de un caballero emprendedor que arrulla quesos).

Y sin olvidar que la renovada experiencia impositiva, como se dice ahora, se verá grandemente mejorada con esos cincuenta euros al mes que cada Manolo, cada Sofía y cada Lucía y cada Borja de Todos los Santos tendrán que desembolsar para poder darse el gustazo de saber hacerse a sí mismos, por su bien y por el de todos los demás. Como un cualquier Juan March, un William Gates III, una Cocó Chanel o un Silvio Berlusconi o –cima ya final del gremio–, un Rodrigo Rato, y todo porque ya no se vislumbra manera humana de que nadie contrate a nadie para lo evidente y necesario, que es apretar tornillos, poner vendas, enseñar a leer, fabricar zapatos o cortauñas, sumar y restar guarismos, conducir un vehículo o llevar sacos, que solo parecen ya fantasías trasnochadas de otro siglo, al parecer.

Así que próximo golpe de viento levantará otro tejado de otro polideportivo, de otro cuartel de bomberos, de otro ambulatorio recién acabados y sólidamente edificados según las más severas normativas, y raramente alguno tirará un puente romano, el acueducto de Segovia, las techumbres de la Alhambra o una casona en Segovia, pero es que no sabían construir optimizado, aquellas bestias. Y así les iba, que hasta a trabajar se vieron irremediablemente encadenados, cada cual en su espantoso tiempo.

Pero ningún golpe de viento, seguro, arrancará de su trabajo a ningún responsable de tanto mirabilia. Los seguiremos viendo, a todos, a los mismos, eternamente en sus mismos puestos o sometidos a la sumo a su necesaria cadencia rotatoria para que no parezcan estatuas. No les empapará el abrigo ninguna tempestad ni les arrancará un vendaval el sombrero o el escaño. Porque son, efectivamente, de piedra.

Son la piedra con la que tropieza continuo la justicia, la razón y el bien común. Tienen la cara de piedra, los oídos de piedra, los corazones de piedra, los culos de piedra, los cargos de piedra. Son inamovibles. Son increados e insensibles a la creación. Si les hablas, te tirarán piedras, si pides, si gritas, si exiges, menos te dará una piedra. Son de la Edad de Piedra, nos pasan por la piedra, son nuestro mal de la piedra, el que nos corroe. Y serán, si los dejamos, nuestra piedra funeraria.

Son inmutables y eternos y, para mudarlos y removerlos, como piedra berroqueña, como ese bloque ganítico que efectivamente son, ya sólo quedará apelar al afortunado remedio de Nobel. La dinamita.

Y al que lo consiga, que le den el Principado de Asturias. A ese sí.

1 comentario:

  1. Mereció la pena la espera. Mágnifico posteo. Sinceramente, le envidio, y cómo, su sentido de la ironía, esa caustica manera de describir cuanto hay y nos pasa, sin que nunca pase nada. No deje de escribir nunca por favor.

    ResponderEliminar