Los casos Bárcenas y Ponferrada, por llamarlos de alguna manera, ejemplifican muy bien las diferencias entre táctica y estrategia. Pero como explicarlas a fondo es complejo, lo dejaremos en que las tácticas permiten obtener beneficios a corto plazo y las estrategias a largo. Más chuscamente hablando, la táctica se corresponde mejor con las habilidades necesarias para adquirir ventajas, que tan bien caracterizan a los primates superiores, listos y rápidos donde los haya, y las estrategias se compadecen mejor con el referirse a aquellos de estos animales que hayan recorrido con algún provecho el camino que diferencia al homo sapiens del homo sapiens sapiens, lo que les lleva a resultar algo más meditativos y un punto más profundos.
La táctica en el caso Ponferrada, conseguir la alcaldía por encima de no importa qué, satisface al primate que alcanza la vara, el fajín y el derecho a mandar soplar al pregonero en el cornetín para que atiendan los vecinos a lo que haya que mandar. Es efectiva dirigida a estos fines y los alcanza, si es exitosa. Pero puede resultar en perfecta catástrofe si va en dirección contraria a lo que aconsejaría el fundamento estratégico más elemental. Como ha sido el caso. Finalmente puede dar en todo lo contrario de lo deseado, que puede ser perder la alcaldía, para el primate, y en perder la cara para el supuesto homo sapiens sapiens que tenía que supervisarle.
Cuando, además, el detalle táctico no es un hecho puntual, decidido sobre la marcha en diez minutos, sino que se viene fraguando por las claras y a la vista durante meses o semanas, la culpa del desastre ya no es del táctico, sino de los supuestos estrategas al mando, cuya labor es atender a todos los frentes y medir las consecuencias a largo plazo de los actos de unos y otros, pero atendiendo a los planteamientos generales de un proyecto o fin y no solo a la obtención de nimias ventajas puntuales. Porque bien debieran de conocer estos, dado su oficio, para qué acaban sirviendo ciertas ventajas cuando se obtienen mediante artificios que, aún suponiéndolos conformes a la ley, son repugnantes a la razón, u ofenden a los ciudadanos o ambas.
La estrategia además, tiene sus leyes y su tempo y, por poner un ejemplo, construir una carretera de Madrid a Santiago, pasando por Ponferrada, puede tener su lógica, pero no puede contemplar, por razones ontológicas, la construcción de variantes que pasen por Albacete. Y si algún táctico de Albacete se empeña, desde su pequeño criterio, en reclamar la necesidad de esto último, algún estratega tiene que demostrarle que es un perfecto babuino, dicho sin más paños calientes, y tiene que proceder de inmediato a administrarle la terapia canónica que reclama el caso, que consiste en largarle irremediable patada do más pecado hubo, previo agarrarlo y suspenderlo del rabo.
Pero es que, además, si el Napoleón o Maquiavelo al mando no desempeña esta obligación fundamental de su cargo ateniéndose también al tempo, entonces la medicina anterior pasa a merecerla él mismo. Es decir, cuando, como es el caso, no procede a la reconvención descrita antes de que se planteen los hechos o siquiera antes de que ocurran, sino que lo hace a posteriori, cuando el daño ya está hecho, porque entonces la buena farmacopea que aplica resulta en que se la está administrando a sí mismo, con lo que eso duele y amarga. Y quedando de resultas de todo ello como esos que se sueltan un palmetazo en el muslo para matar un mosquito y se hacen un esguince en un dedo porque no consideraron el canto de la mesa.
Y tal cosa, el desprecio de conveniencias y de tiempos y la falta de atención al detalle, es también la manera canónica de demostrar que NO se es un estratega, reclamando con urgencia el ser enviado a desempeñar otro trabajo, la jardinería recreativa, por ejemplo, o la papiroflexia o, mejor todavía, un silencioso retiro.
Y yendo al caso Bárcenas, que reviste bastante mayor complejidad, las consideraciones, sin embargo, son las mismas. Aquí el follón es de otro tipo, aunque viene a herir igualmente las más sagradas sensibilidades de la ciudadanía.
Y en este caso, tal vez no haya habido ni siquiera apelación a tácticas, porque más bien parece la actuación de un ejército al que igualmente lo pillaron en pijama, y que, según le van lloviendo los golpes, se va parapetando detrás del primer saco que encuentra, cuando lo que llueven son obuses, que no guijarros.
No actuar más que desde supuestos errados y después querer arreglarlo tarde, en el primer caso, o actuar nada más que a rebufo, como cucarachas huyendo despavoridas después de que alguien levanta el baldosín bajo el que se cobijan, en el segundo, cuando hubo, además, ¡dos años! para prepararse y organizar las líneas defensivas, habla sobradamente de las capacidades estratégicas de nuestros principales partidos políticos.
Capacidades, por lo demás, que tampoco van a sorprendernos a nadie a estas alturas, que bien acreditadas las han dejado todos en esta larga guerra que llevamos veinte años perdiendo los demás a cuenta de nuestros destacados generales.
Pero, en resumen y a lo que nos atañe, cuando la pareja, el padre, los hijos y el señor cura de la parroquia de la desdichada señora doña Ciudadanía la estupran, le pegan, la manosean, la mandan al juez para que se ría de ella y por añadidura todo aquel con el que se cruza le roba el monedero, la buena mujer antes o después acaba por salir a la calle animada de cierta animadversión y termina por decir que si jolines, que si caramba y que qué contrariedad.
Y aun se asombran entonces los maltratadores, que apelan, horrorizados, al viejo remedio de siempre, ¡ay los estrategas!, el de mandar a la fuerza pública a disolverla largándole otro buen par de bofetones, por si hubo pocos, e impartiendo así otra lección más sobre la profundidad de sus visiones a largo plazo.
Y esta nota hubiera acabado aquí de no ser que, siguiendo la peor de mis costumbres, me he vuelto a amargar la comida a fondo viendo el telediario, porque resulta que se paga uno, de su bolsillo, nótese el matiz, la media langosta y los doscientos gramos de angulas que cualquiera nos permitimos a diario por ese gusto tan nuestro de vivir por encima de nuestras posibilidades, y te acaba sabiendo el condumio a pareja de filetes de cinta de lomo, de esos que los echas a la sartén y la mitad se hace agua, con sus cuatro hojitas de lechuga, y sin sal, como dispone ese malange de mi medico.
Porque ahí estaban hoy todos los estrategas, sin faltar uno, atendiendo a su trabajo. ¡Y cómo!
Primero don Óscar López, administrándose pavorosos manotazos en el pecho, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa... y plaf, otro manotazo a las costillas, ¡que error, que inmenso error!... y bisagrazo hacia adelante para meter la frente de un cabezazo en el barreño de las cenizas, un inmenso error..., y otro bisagrazo, y otra letanía..., Mater dolorosa, ora pro nobis... y otro cabezazo al barreño, que parecía el desdichado un Cristo del Via Crucis aquél de Filipinas o uno de los flagelantes de La Meca, empapado en sangre, pero de bote, desde las gafas a los mocasines y que lo único que daba verlo era puro y sencillo asco y pavorosa vergüenza, y la piedad que inspiraba, para que les cuento. Pero de dimitir ni palabra. Solo entregaba en ordalía su sangre de quetchup, que del cargo, ni un euro.
Pero, no habiendo sido poco, y con las angulas ya frías, cambia el Telediario de plano, y comparece al completo la junta de accionistas de la reputada comercial P & P, de profesión sus gaviotas, ese pájaro ubiquista, oportunista y omnívoro, escenificando una fiesta de entrega de bonus a la empleada del año, la reina del vídeo reivindicativo, doña María Dolores de Cospedal, al mejor estilo californiano; discurso de exaltación de los méritos de la homenajeada por parte del CEO, Mister Mariano Rajoy, reafirmación de la línea comercial tan exitosa de la Compañía, ponderación de los maravillosos resultados habidos, referencias al comercio justo que defiende la compañía, consideraciones sobre ética empresarial y virtudes de sus empleados, etc...
¡Y que guapa es la niña, madre!, y pellizco al moflete, ¡Y qué bien habla y las notas que me trae del cole mi Loliya, no vean!, y dale otro beso, preciosa, a tu papi, y ¡miren la gracia con la que se me pone la peineta!, y otro pellizco al otro moflete ¡Y miren, miren cómo le sienta el hábito moraíco de pena de nuestra cofradía, que parece la Dolorosa mismísima! ¡Ay mi niña! Y se la comió enteramente a besos.
Y luego salió la nena y leyó una elegía, un encomio, un panegírico y una égloga, con delicioso acento. El corral de comedias se venía abajo de los aplausos, menos los de una accionista, que miraba para otro lado, una doña Esperanza, creo, pero que todos saben de que pie cojea la vecina y qué mala cosa es la envidia cochina, madre.
Total, que para cuando me pude recolocar la mandíbula en su sitio y me pude volver a meter los ojos para adentro, estaba yo ya para angulas, ni langosta ni el Dom Pérignon con los marron glacé de mis postres. Me arruinaron otra vez la comida. ¡Malditos estrategas!
J. y A., un anciano provecto y un hombre de cierta edad, sentados en un banco de piedra, reparten las migas de un mendrugo a las palomas, mientras conversan.
¿Y sobre que vamos a hablar hoy, don Alberto?
Sobre sobres, y hágame un favor, no sea majadero y no cite nombres, que bastante tenemos ya... que hasta las piedras oyen y capaces son de hacernos otro desfalco más en el subsidio. Bueno, subsidio, no, infrasidio, dicho con más propiedad.
Discúlpeme, es cierto. ¿De qué clase de sobres hablamos?
De sobres sin cuento y de sobres con cuento. De ambos.
Ya entiendo... hoy viene usted sobrado.
Y tanto. Y además de sobres de pasta gansa y de gansos sopados con pasta de sobre.
Raros condumios...
Es lo que tiene la comida de sobre, o la sobrealimentación, se distribuye muy bien y le cuadra mejor a los tiempos.
¿Cuadra del verbo cuadrar o cuadra de cuadra?, como de pesebre o de establo, digo...
De ambos igualmente.
¿Pero es verdad que ya parece que no les cuadran ni las cuentas ni los cuentos?
Bueno, de momento las cuentas se las vamos cuadrando gracias a que son un círculo vicioso en sí mismas, y a Dios gracias, que si no, averigüemos usted ni nadie..., pero los cuentos, cuentos son, eso podemos darlo por zanjado, de puro sobresabido.
Pues más de uno entonces se verá sobrepasado por la situación, e igual a alguno de ellos se lo lleva una sobreimpresión...
¡Pues que se jodan!, no haberse excedido de sobremanera, demás que de vergüenza seguro que no se mueren, no los sobreestime tanto, son ladrones, no mendigos, no lo olvide.
Tiene usted razón... pero me sobrecoge usted.
Disculpe, yo no sobrecojo, los que cogen sobres y nos sobrecargan con explicaciones sobrenaturales son otros.
A usted lo que le pasa es que hoy no para de hablar por sobreentendidos que, por lo demás, sobran, que el asunto parece meridiano para tener que andarse con tanta milonga.
Se está usted sobrepasando...
¿Pretende sobreexcitarme?
No por Dios, J., amigo mío, con que se irrite apenas, me basta...
No nos perdamos, ¿hablábamos de sobres manila, pues?
Como los mismísimos mantones, en efecto, en sobrecelestial sobreabundancia y de grosor sobrehumano, según tengo entendido.
En resumen, que habla usted de sopa boba, de sobreprecio, de sobrepellices, de sobresueldos, de sobreexcederse y sobre todo de los sobresaltos que no paramos de llevarnos...
Eso mismo o de sobre asaltos y además de sobre sopados, y de sobres de chorizo ibérico, y de jeta y de morro, envasados al vacío legal y con su garantía y marchamo de aptos para el consumo humano, dicen. Y la parte más boba de la sopa de sobre, nosotros mismos, y hasta el último hueso, mientras los tengamos, aunque estos nuestros ya darán para poco caldo, me temo...
¿Y cómo se cocina todo eso?
Pues la cocina hoy en día es cosa de fontaneros nada más, se lo crea o no, Nada pensado para dar de comer a los hombres, meten todo lo anterior más evasivas por un tubo entre loncha y loncha de buenas intenciones, unas finas láminas de plástico que las llaman responsabilidad, y si se observa alguna fuga en el guiso del pucherazo la untan todo bien de desenvoltura, o presunción de inocencia, con mano generosa. Y luego te lo sirven todo como si te dieran Constitución de pincho o de roca, pero sobrecargando el precio. Y ellos se van a tomar unos percebes. Que es de lo que más gustan, de nosotros mismos, sus percebes más gordos.
¿Y con eso basta?
Casi, pero el procedimiento exacto se encuentra tipificado en Rinconete y Cortadillo, un antiguo texto jurídico, aunque totalmente vigente. Se lo explico, que ya veo que no lo recuerda usted, que fue todo un catedrático de lógica y doctor en jurisprudencia..., qué mala cosa son la edad, la miseria y la enfermedad, qué pena... Se toman un bolsillo ajeno, y otro y otro, hasta contar millones, cuantos más mejor que el pote sale más espeso. Se separan cuidadosamente de su propietario, enteros o por partes, según la habilidad y la legislación que se aplique, esto último lo más enjundioso. Hecho el recuento, se reparte lo habido merced a tanto esmero en partes inversamente proporcionales al esfuerzo...
¡Pare, pare, insensato!, ¿cómo que en partes inversamente proporcionales al esfuerzo?
Pues lo crea o no, así juran todos que se hace, y no habrá otro remedio que creérselo, que además no hay corchete, ni capitán de esbirros, ni corregidor, ni juez, ni Ministro de este Reino afortunado, de Hacienda, de Policía, de Justicia o el Rey mismo Nuestro Señor que fuera, que los contradiga. Puede leerlo usted mismo, lo dicen en todas partes. El jefe no cobra nada de nada, los encargados prácticamente nada, los oficiales de primera apenas alguna mísera simulación, los de segunda, solo préstamos...
¿Cómo, que cobran simulaciones?... hágame usted el favor de quedarse con su... ¡Ya está bien, y que me está usted haciendo perder la paciencia otra vez, maldito palabrista, liante!
Tranquilícese, amigo Job, hombre de Dios, que le va a dar un síncope, que no soy yo quien lo dice, lo dicen ellos mismos, mire, mire usted este recorte...
A., echa mano a la taleguilla de los mendrugos y el chopped, saca un recorte, le enseña la fotografía que lo encabeza y después se lo lee completo.
J. empalidece, se lleva la mano al corazón, bebe un sorbo de agua de la botella de plástico, se coloca una pastilla de Cafinitrina bajo la lengua, descansa unos momentos y pregunta:
¿Quien es esa dama de lo del sueldo simulado, del vestir penitencial, del decir tan confuso y de cara de vinagre?
Dolores, se llama, según reza aquí.
¡Joder con el nombre!, eso sí que no lo sobredoraron, ¿no le convendría mejor Virtudes?
Eso mismo pensaba yo... ¿Ya está usted mejor?
Sí, es que me sobreexcité, no me conviene a mi edad...
Pero ya veo que se ha sobrepuesto.
Algo mejor estoy, sí, solo fue el sobresalto.
Pero venga ¡ánimo!, que es usted un sobreviviente y en peores nos hemos visto.
Pues no sabría yo decirle...
¿Termino pues, o ya ha ido la cosa sobreabundada y mejor lo dejamos para otro día?
Siga, siga y acabe, que el asunto no es como para sobrevolarlo ni en el más mínimo punto.
Bien, pues a su riesgo, que conste... Me quedé... ah, sí, me quedé en que los que llevan los cafés y los que dan el agua son los que cobran casi todo lo recolectado, algo menos reciben los ganchos, todavía menos los que distraen a los que más vale que no vean nada, casi nada los que toman las carteras y menos aun los que las cogen de su mano y salen zumbando con ellas a la guarida, y el encargado, el señor Monipodio nada de nada, cero. Nada, rien, nichts, nothing, niente, res de res, o como se tenga que decir en Suiza, que es donde de verdad cuenta lo que cuenta. El único que se lo lleva todo es uno que no trabajaba y sí trabajaba allí, un simple paralogismo o un oximoron, pues, aunque adoptando especies humanas, si exceptuamos la gomina, pero que es muy listo y alpinista, de ahí lo de la querencia por esos cantones nevados, demás que ya que había que llevar el macuto...
¡Vamos ande!, ¿y eso quién lo dice?
Pues el Señor Monipodio en su patio. Y a diario. ¿Le saco el dossier? Y además, no es que lo diga yo, lo corrobora don Miguel de Cervantes, ¿se acuerda de él?, era un cobrador de impuestos, sabía bien de lo que hablaba. Compuso varios tratados al respecto y se hizo famoso, ya ve usted de qué manera más tonta...
Deje, deje, que algo me viene a la cabeza, pero creo que por hoy ya he tenido bastante... ¿Y dónde está ese patio, que me voy a acercar por allí con la garrota y se la voy a estampar en los ijares y en los espaldares a tres o cuatro que yo me sé y por estas que me oyen, como que me llamo Job...
Pues está ahí mismo, pero cállese imprudente, y deje de gritar nombres, que ya se lo he dicho y se lo acabarán llevando preso, demás que no debe usted de acercarse a lugares como esos, no convienen a su dignidad, se lo aseguro...
¡Cómo que no me conviene, yo me indigno y me voy donde me da la gana y me oyen!
¡Que se cree usted eso!
¡Pues pienso ir!
Que no hombre, que no, si allí no dejan entrar a nadie, lo tienen tomado por dentro y por fuera que parece un presidio, pues menudos son los sobreros y los miuras... está rodeada toda la manzana de los hombretones más grandes, más recios y más amedrentadores que haya visto usted nunca, que los llaman mozos de estaca, y allí no se pueden acercar ya ni las moscas, o se va usted a creer que lo de sobreexplotar, lo de sobreseer, lo de sobreañadir y lo de salir sobrenadando pase lo que pase lo van a hacer así a la cara, con usted o con cualquier otro mindundi delante y para que lo vean... pero hombre de Dios con los años que tiene Vm, que parece usted bobo... Ande descanse usted un rato, no se haga más mala sangre y no se sobrecargue más de razones, que luego es peor e incluso entra todavía más hambre. Venga, volvamos a nuestras cajas de cartón debajo de nuestro puente, con nuestros amigos y con todas las buenas gentes que hay allí, que ya no le andamos muy lejos, vamos, déjeme que le ayude...
J., haciendo un esfuerzo sobrehumano, se incorpora apoyándose en el brazo de A. y se alejan muy despacio del barrio de Las Cortes. Un puñado de palomas aun esperanzadas siguen un rato sus pasos. El anciano va llorando.
A., de vez en cuando, la pasa la mano por la espalda y le acaricia con ternura los hombros.
No puedo dejar de recordar, pues la memoria todavía me sirve bien, la larguísima crisis de la deuda sudamericana y la de buena parte del tercer mundo, que era el condimento cotidiano de los noticieros de hace veinticinco o treinta años.
E igual recuerdo muy bien las constantes y desesperadas peticiones de quita realizada a unos y otros países acreedores, y al FMI, para desactivar el yugo infernal de la deuda y sus intereses, convertida en un mero mecanismo de transferencia eterna de fondos, sin visos de conclusión posible, a modo de tributo neo colonial, que estrangulaba de manera irremediable a los pueblos a los que afectaba y a beneficio exclusivo de quienes la manejaban, la creaban y la modificaban a su antojo y beneficio.
Pero hoy, en ese infierno tropical ya moramos nosotros, todo el sur de Europa al completo y habrá nuevos países que se irán incorporando. Y ese sarcasmo, cada semestre más sangrante, que responde al nombre de Unión Europea, una mera asociación de capataces y banqueros, por el momento, y mientras nadie demuestre lo contrario, es quien nos obliga hoy a remar a sus desdichados súbditos con normas desequilibradas a favor de unos y en contra de otros, y obrando por completo al contrario de las demás grandes economías del mundo.
Porque en EEUU, China, India o Brasil, por mencionar las principales, las deudas las contrae cada una de esas enormes uniones o estados, y fía solidariamente de ellas. Al mismo tipo de interés para el deudor de Shanghai o el de Pekín, que son dos galaxias por cultura y distancia, o para el granjero de Nuevo Méjico y el bróquer de Nueva Yorque, cubierto el uno de mierda de bisonte y el otro de fragancias de Dior, pero cuyo dinero non olet, como todo él, pero sí que cuesta y se vende por lo mismo. Porque esos estados son garantes últimos de sus deudas, responsables de contraerlas o hacerlas contraer en los mejores términos posibles y de pagarlas y hacerlas pagar según se deba, pero repartiendo la carga equitativamente entre los socios.
Y este es el discurso que tendrá que empezar a realizar la política o la ciudadnia, o lo que quede de ellas, ante esa horca caudina de una UE que no redistribuye, sino que coloniza interiormente a sus indios, metecos y cipayos, aspirando desigualmente sus fondos, y ante la pérdida de soberanía de cada estado que no ha quedado compensada por la asunción de la misma por la Unión. Una soberanía a imagen y semejanza de las demás uniones mencionadas, completa, operativa, eficaz y estatal, que haga que se paguen los mismos impuestos en Galitzia y en Galicia, en Bari y en Southampton. Y que las oportunidades para todos sean aproximadamente las mismas.
Porque este mecanismo por el cual, Italia o España, dos grandes países de Europa, por poner un ejemplo, pagadores firmes y continuados de sus deudas, en España desde los tiempos de Napoleón, en Italia desde que se reunificó, en 1860, y aun mediando guerras, calamidades, avatares y desgracias sin cuento, pues España las pagó incluso durante la Guerra Civil o a su inmediato término, y en cuál estado de ruina de la nación no hace falta recordarlo, resulta que son ahora países penalizados por las expectativas de que las sigan pagando o no, cuando lo llevan haciendo 150 y 200 años respectivamente, sin faltar a un solo pago.
Y, sin querer olvidar de ninguna manera las responsabilidades de la clase política de ninguno de estos países endeudados, por corrupción y malversación continuada de caudales públicos, este diferencial de la deuda, ese término técnico que esconde en su anverso a un conglomerado financiero exento de cualquier razonamiento o consideración sobre el bien común, es el otro principal causante del estado actual de las cosas. Pues no solo son mayores los intereses por recibir el mismo dinero que Alemania lo que se debe de pagar, sino que los intereses para refinanciar dicha deuda cada vez que resulta necesario hacerlo, se calculan también sobre esos montos, ya más elevados.
Y eso afecta en profundidad a todo el cuerpo social, empezando por la empresa privada misma, que debe financiarse a intereses más altos que su competidora alemana o sueca, con el resultado de que su competitividad, sólo por este hecho, ya se ve reducida, pues ha de fabricar lo mismo o prestar los mismos servicios financiándose a intereses superiores.
Y, naturalmente, eso hace que dicha competitividad, ya de por sí difícil en países menos ricos, resulte todavía más inalcanzable, y así ese exhorto o grito permanente y además necesidad verdadera de tener que mejorar la productividad, pasa a convertirse casi desde el enunciado en otro sarcasmo más, pues las condiciones iniciales justas y necesarias para dicha igualdad no existen. Es decir, y utilizando los propios términos de la economía de mercado, no se opera dentro de los parámetros de una libre competencia. Y solo queda entonces recurrir a lo que inevitablemente se recurre, a reducir el peso del otro brazo de la balanza de los costes productivos, es decir a pagar menos por el trabajo, para poder entregar el producto en condiciones similares de competitividad.
Y esto viene resultando en una espiral de la que no se sale más que mediante el recurso a imposiciones sociales que cada vez se parecen más a la esclavitud, como bien vamos viendo. Con una agravante significativa. Los esclavos no tienen medios económicos y eso hace cada vez más imposible una vida económica moderna, por no hablar de la supervivencia real, pues quien no tiene, no gasta y no consume y tal cosa acaba arrastrando a la totalidad de la economía al fondo del pozo de la parálisis. Al que vamos llegando.
La sociedad de consumo, y ya al margen de cuánto de beneficiosa resulte o no para todos sus componentes, que es asunto a parte, sí es evidente que depende no sólo del factor de producción, sino del consumidor, como su propio nombre indica. Con el final de los consumidores, por consunción, se produce inevitablemente el de los productores. No hay más vueltas que darle porque es una verdad de Perogrullo. Cuando la deuda estrangula y termina con toda actividad económica que no sea el pagar dicha deuda, esta se paga hasta que se puede, y cuando ya no se puede el siguiente estrangulado es el acreedor. Postular que el pago de la deuda, a secas, sin más matices, es la razón económica fundamental que ha de regir el comportamiento de un estado, no es otra cosa que postular la salida de Málaga para entrar en Malagón.
Por lo tanto, si los países europeos han entregado junto a su soberanía la imposibilidad de actuar sobre sus deudas y renegociarlas desde algún parámetro más que los simplemente financieros, la suposición de base para cualquier población que se aviene a semejante aventura es que tal cosa solo pueda ocurrir a cambio de algo positivo o de mejoras sustanciales y visibles. Pero no ha sido este el caso. Y esto no es en absoluto un discurso anti europeísta, es un un discurso anti ESTA Europa. Porque el discurso, que evidentemente no solo es mío, ya lo vienen realizando hace tiempo muchísimas cabezas pensantes en el continente y en el mundo.
El Euro no puede seguir siendo un marco alemán extendido a escala continental, un instrumento de influencia, o de ocupación, queriendo ser malévolo, que sirve solo y primordialmente al interés de dicho país. Porque un estado moderno, o una unión de ellos, NO es solamente una moneda, tiene que contener por fuerza muchas cosas más, la mayoría de las cuales faltan hoy en la UE. Esta semi-unión, con un banco central europeo que emite fondos, pero sin la cobertura de un estado común que sea garante de las deudas mancomunadas de todos sus asociados, no servirá para otra cosa que para ampliar las diferencias entre unas zonas o países y otros, que es, muy exactamente, aquello que está ocurriendo, aunque todo lo contrario de lo que se teorizaba en el discurso fundacional de esta UE, y que fue lo que se le vendió a las poblaciones para que autorizaran un cambio tan fundamental. Es decir, y en román paladino, una estafa a la mayoría de sus ciudadanías.
Si precisamente un estado, cualquier estado, tiene como principal función teórica el promover el bienestar de sus ciudadanos y limar las desigualdades existentes entre ellos, protegiéndolas en la medida de lo posible y de lo necesario, y redistribuyendo la riqueza, que es la idea clave, la ausencia del mismo impide que todas estas funciones capitales sean desempeñadas por ninguna institución, y de esta manera la propia noción de estado y de ciudadanía afecta a él se difuminan. No hay ciudadanos porque no hay estado y ambos términos se convierten entonces en palabras sin contenido.
Si los ciudadanos de Italia de Grecia o de España, siempre entendidos como ejemplo, no reciben como contestación a sus reclamaciones y anhelos más que palabras de excusa sobre la ausencia de soberanía de cada uno de sus gobiernos para poder atender a esto o a aquello, remitiendo a instancias superiores, la UE, como en juego de cajas chinas, que a su vez no se dotan de instrumentos de soberanía para resolver esas mismas cuestiones, vitales y consustanciales a su vez con el hecho de gobernar, las poblaciones quedan, de una parte, en estado de desamparo y de perplejidad y, de la otra, autorizadas en la práctica a pensar que ya no se cumplen los pactos del contrato social que cada población tiene con sus dirigentes, llamémoslos Constituciones.
Si sus dirigentes no lo son en realidad y no parecen existir otros, el resultado es, efectivamente, la ley de la selva, donde gobierna el más fuerte que, en los tiempos actuales, es el mercado, la jungla financiera o como se desee llamarlos, pero no siendo ninguno de ellos nada que pueda parecerse ni remotamente a instituciones democráticas ni libremente votadas.
Y Europa, que hoy no es un estado, tendrá que serlo o finalmente no será nada, porque el coste económico y social de que no lo sea es incalculable y más ante la magnitud de sus principales competidores, que sí lo son todos ellos. Si el pago para dejar de ser un campo de batalla con tanques, cañones y cascos de pincho durante siglos es pasar a ser una satrapía a las órdenes de unos financieros más bárbaros que los bárbaros, magro negocio nos arriendan, porque al final lo mismo dará ser esclavos por la fuerza de las armas que por la de las deudas.
Europa necesita que sea común todo, además del mercado, necesita una seguridad social común o como mínimo mancomunada, un ejército común, una agencia impositiva común que aplique criterios comunes, impuestos y tasas comunes, un mismo tratamiento en el dar y en el quitar a los ciudadanos y a las empresas, una igualdad de oportunidades, de subvenciones y una redistribución a escala continental de recursos y de financiación. Y necesita, además, una lengua común. El coste de funcionar en once o veinte distintas no es solo económico, y enorme, sino mucho más fundamentalmente social y estructural en el sentido de impedir vertebrar algo que pueda llamarse un país, pero entendido desde el punto de vista de la conveniencia de toda su ciudadanía, no de una pequeña parte de ella.
Y hace apenas muy pocos días ha hablado sobre esto mismo la última de las personas de quien se hubiera esperado. ¿Y quién nada menos? Pues el presidente alemán, que ha instado, ahí es nada, a la adopción del inglés como lengua común y obligatoria en toda la unión. Y coincidiendo en ello y a posteriori, y no seguramente por casualidad sino muy a sabiendas, con ese ogro-actor, supuestamente loco, supuestamente anti europeísta, supuestamente escorado hacia la derecha, hacia a la izquierda y hacia el subsuelo que es Beppe Grillo, que lleva dicha propuesta en su programa electoral. Inglés obligatorio en la escuela pública y desde el jardín de infancia, así de sencillo.
Porque, para empezar, Europa necesita una sociedad no sólo bilingüe en su totalidad, sino en buena parte trilingüe, que domine o siquiera conozca bien su lengua local, más la de su antiguo estado-nación y la tercera imprescindible para entenderse con naturalidad y facilidad con el resto del mundo, lengua que hoy ya no puede ser otra que el inglés.
Y ser bilingüe o trilingüe no sería más que una inmensa suerte personal para cada ciudadano, y cualquier niño puede serlo a los doce años casi sin esfuerzo, si educado adecuadamente. Porque ensancha el espacio mental, permite comprender mejor a los demás, pone el mundo a la mano y proporciona libertad de movimientos y de iniciativa. Es el primero y el más fácil de los emprendimientos y, en cualquier futuro imaginable será la base imprescindible para poder imaginar cualquiera de ellos.
Volviendo al Euro, sin embargo, está hoy amenazado gravemente por su éxito como marco alemán extendido. Porque no era esa su función y no va a poder seguirla siendo. No así. Tenía que ser un elemento de unificación europea, no un instrumento de neo colonización. Desconozco si los británicos lo entendieron así a priori, pero bien cabe suponerlo. Hoy, y desde consideraciones distintas, más relacionadas con los resultados y eficacia en sí del experimento, que con asuntos de soberanía, son muchos otros países los que se van cuestionando la eficacia no de la moneda en sí misma, sino del entramado que, por un lado la sustenta y, por otro, la mantiene coja.
Y es bien de temer que, en breve, la situación será la de tener que recurrir a la carrera a reajustar buena parte de los supuestos con los que se montó la UE y su Euro, y quienes no lo hagan convencidos de su necesidad, lo harán obligados por las consecuencias a las que apunta su mal montaje, cada vez más evidente. Y si ya no cabe apuntalar, habrá que ir pensando en cambiar las vigas y, deseablemente, evitando que se caiga el techo sobre todos nosotros.
Porque el primer país que decida recuperar su soberanía y decida salir de este Euro mal pergeñado, y puede haber muchos, pues la cola de los desesperados aumenta, puede dar el pistoletazo de salida a una carrera que no se sabe dónde pueda acabar. Y a Francia puede convenirle aguantar si están todos dentro o casi, pero ¿y si no? Un escenario con Italia tomando la puerta de salida, seguida tal vez de España, o Grecia, o Portugal o todos ellos y aun otros etcétera, colocaría a Francia en una posición muy difícil de sostener. Y entre pertenecer de nuevo, y casi en exclusiva, al Reichstag o mirarse en la aislacionista pero no todavía del todo arruinada Gran Bretaña, poco cabe dudar de cual acabaría siendo la decisión. Y llegados a este punto, ¿qué quedaría de la UE y de su principal instrumento?
Y por todo ello, y a pesar de tantos pesares, muchos, muchos creemos que no hay otra salida conveniente que la de postular más Europa, muchísima más Europa, pero una Europa como estado y realidad política soberana, capaz de establecer desde esta política, no solo desde la economía, un nuevo entendimiento de la deuda, sindicándola en todo el continente, toda o en parte, pero supeditando el criterio financiero al criterio político, y no al contrario, o siquiera equilibrándolo. Y difícil será que así no ganemos todos, la gran mayoría un poco más, las pequeñas minorías generadoras del desequilibrio, algo menos. Y lo que no sería otra cosa que hablar de justicia. Que también es un discurso que va reclamando su espacio.
Habrá que desmantelar duplicidades de gestión, crear y asumir instrumentos de soberanía común, reducir el brutal y desigual esfuerzo financiero entre unas economías y otras para evitar un más que previsible estallido social y de orden público que bien puede llevar al previsible desgaje de varios miembros de la Unión.
Y hay que atender a las ciudadanías exhaustas, pero que tienen derecho de voto y que, salvo quitárselo a las malas y regresar al principio del siglo XIX, pueden acabar por ejercerlo en sentidos sorprendentes para quienes todavía no parecen entender la amenaza, pudiendo llevar estos cambios de decisión, perfectamente democráticos, por lo demás, a un posible colapso del sistema de la Unión.
De que levanten un poco el pie del acelerador, o del cuello, los mecanismos financieros de succión o, mejor dicho, de que alguien o algo, o el entendimiento de su propia conveniencia les haga levantarlo, dependerá la viabilidad futura de un experimento político que tampoco es una novedad portentosa, en el sentido de que otras serias y muy bien asentadas agrupaciones de territorios parecen estar resolviendo con mucho mejor criterio y éxito los desafíos y problemas de habitar más o menos civilizadamente unos hombres junto a otros.
Para concluir, y como no creo haber exagerado, veamos, por ejemplo, una de las noticias de hoy mismo. Diario El País, 8 de marzo de 2013.
Grecia abandona la lista de los países desarrollados según los índices Russell. [...] Un tercio de su población está por debajo del umbral de la pobreza. [...] El paro juvenil al 61%. [...].
Y ahí es a dónde se llega con apenas cinco puntos más de paro juvenil que en España y con un umbral de población en la pobreza diez o doce puntos superior. Y es un camino que se podrá hacer en poco tiempo porque no faltan por desgracia los bomberos pirómanos que nos ayuden a recorrerlo. No está mal todo ello para ser países pertenecientes a la UE.Ese sueño.
Hay días que todo parece más todavía el cementerio de la razón, con los buitres posados en las cimas de sus tapias, esperando su recompensa.
El comandante Chávez pasa sus últimas horas, al igual que sus últimos meses, tragando hasta las heces ese maltrato inhumano e inacabable que es el encarnizamiento terapéutico con el que le obsequian sus partidarios. Hay a quienes no se les permite morir hasta que los vivos no acomodan bien del todo sus cuerpos en las poltronas del salón que abandona el propietario. Hasta que no se beben todo su güisqui y le hacen firmar todos los papeles, presentes y futuros, sin faltar uno. Es la pena de no muerte, que se aplica con el mismo rigor que la de muerte.
–¡Agua!–, gime entre estertores el agonizante.
–Ánimo, valiente, aguante, que ya verá como se le pasa, y sobre todo deje de pedir agua, sabe que de ninguna manera le conviene–.
–Y usted, cirujano, por su bien, el suyo y el de él, córtele otro pedazo. Y otro. Y anestesia la justa, que se nos escurre... Deprisa, vamos hombre, vamos..., déle al serrucho con más brío, hombre de Dios, pavisoso...–.
Tal es la pena a la que condenan a tantos sus hechuras, los sucesores, los herederos, los deudos doloridos que mañana irán sollozando detrás del armón, mientras siguen revisando los armarios hasta el último entrepaño, los papeles del escritorio, el joyero, el talonario y los extractos de cuentas, las palabras clave, las fotos por si existiera alguna inconveniencia, mientras re-redactan el testamento, y mientras revuelven sus heces, con atención y cuidado, no sea que aparezca en ellas un brillante o un esbozo incontrolado de un decreto-ley.
Y la padeció igualmente ese juntacadáveres del general Franco, y por los mismos motivos. En su día, aquellas fotografías del horror dentro del ya no poco horror del tener que habitar dentro de sí mismo, me parecieron, como a tantos, un asunto de justicia civil, o poética.
Pero hoy ya no. Y no me volverá a ocurrir con ningún otro. Hace mucho tiempo que ese regocijo me parece de mal nacido. Pero tal vez incluso sea bueno serlo, alguna vez, en algún momento, para que apercibido por los únicos que pueden hacerlo, un puñado de buenas lecturas, pueda uno comprender la magnitud de su error y tratar de explicárselo a otros.
Y hoy también, hace sesenta años que falleció otro primer espada, nunca mejor dicho. El Padrecito Stalin. Su caso fue aún más portentoso. En la cima de su poder omnímodo agonizó dos días sin que nadie se atreviera a acercársele. Paradigma del poder absoluto. Otro espanto más dentro del espanto. Daba todavía más miedo agonizante que vivo. Y se murió él también de la misma manera, sin su vasito de agua.
Porque finalmente el agua, o el último cigarrillo, te los niegan los hijos, los herederos de la vara de mando y los de tu espíritu, los profesionales que velan por tu bien o Laurent Pavlovich Beria. Hermosa cuadrilla que hace pensar en los tiempos aquéllos en que el reo tenía derecho a pedir un último deseo. Ese que para ciertos enfermos terminales no figura entre los mandatos constitucionales.
Más aun. Ayer, creo, dos horas de televisión, en China, con cuatro reos impecables, impecablemente paseados para enseñarlos, de despacho en despacho, en las horas previas a su ejecución. Vídeos, cómo no, debidamente repicados aquí, para que los disfrutemos.
Vídeos impolutos, funcionarios de corrección impoluta, instalaciones impolutas, guardianes impolutos con guantes blancos impolutos. Humanidad impoluta, no rozada ni manchada por la más mínima presencia de sí misma.
Cuesta trabajo ponerse a pensar, hoy en día, en ese espectáculo sin descripción posible, en ese suplicio añadido del escarnio, del paseíllo, en la obligación añadida de servir de ejemplo para una política cuanto menos discutible y que ha de ser protagonizado por seres humanos que, por nefandos que sean sus delitos, están ante su hora última, ante ese vacío que cada cual debiera de tener inalienable derecho a pasarlo en comunión consigo mismo. Bastante es ya tener que asomarse, ser empujado involuntariamente a la muerte, con arrepentimiento o sin él, ser puesto ante ese desorden absoluto que desmantela necesariamente cualquier alma y cualquier pensamiento y que es el definitivo de los espantos, como para tener que ejercer además de bufón en semejante teatro.
Y más muertos. Esos dos muchachos, iraníes, condenados por ¡desafección a Dios! y ejecutados hace un mes. Al escribir este texto me ha vuelto la imagen de esa foto estomagante de los dos pobres desdichados llorando en el hombro de sus verdugos, momentos antes de la ejecución.
No sé si habré visto algo más triste en los días de mi vida. Una vez muerto, vestí y amortajé a mi padre, y de ciertos dolores ni siquiera cabe intentar decir o expresar, nadie tenemos palabras. Pero de la tristeza y la vergüenza que sentí hace unas semanas ante esa fotografía sí que quería hablar en este momento. Pero ahora, a la hora de intentarlo, me encuentro con que tampoco me salen los términos. Igual que hace un mes, cuando ya intenté escribir sobre el asunto. Y juzgo entonces que es suficiente con dejar consignado esto. Solo puedo dar cuenta de mi estado de espanto. Solo puedo decir que me avergüenzo de un mundo donde Leonardo Sciascia tuvo que escribir su Cándido, donde Arrigo Levi tuvo que dejar su Si esto es un hombre, donde Ernesto Sabato tuvo que firmar las conclusiones del informe Nunca más sobre la dictadura argentina.
Pero hoy, más aun. Esos siete ladrones saudíes, condenados a muerte. Uno de ellos a ser crucificado después de decapitado. Y aun cabe congratularse por el orden de esto último, en particular porque no deben de faltar todavía, allá y acá, los que sigan considerando las bondades innegables de aplicar un orden inverso.
Los emires saudíes, ante el clamor del mundo, parece ser que han retrasado la ejecución. Se celebrará, como es la costumbre, cuando se olvide un poco el asunto.
Y a Benedicto, el Papa, desde mis antípodas ideológicos, y al que me negué a comprender hace unos días, hoy he deseado verlo bajo otra consideración, como conclusión de estas líneas. Visto lo ocurrido con su antecesor, tal vez no hayan sido solo las fuerzas lo que le hayan flaqueado ante los problemas, ni el intelecto lo que le haya faltado para enfrentarlos. Tal vez haya decidido solamente aplicarse la eutanasia suave de someterse, conociendo su hora ya próxima, a una muerte digna, la que todos merecemos no por buenos o malos, sino por seres humanos, y conociendo los cuidados que bien podrían esperarle de seguir al frente del barco. Tal vez se haya mirado a su alrededor y se haya dicho en un momento de angustia: Tarcisio, Maduro, Tarcisio, Maduro... y se le hayan doblado las rodillas al anciano. Habrá quizá anticipado las imágenes de su agonía y decidido entonces tomar el camino del monasterio. Y no será fácil negarle la comprensión si esa fuera la verdadera causa.
Finalmente, la cena me retrasó la conclusión de este texto y, no hará una hora, según leo ahora mismo, cuando me siento de nuevo a rematar el artículo, el comandante Chávez ha sido relevado de su puesto de cadáver en vida.
Descansen en paz todos los arriba mencionados.
Algunas gentes peores que cualquier otra cosa imaginable encuentran siempre la forma, no solo de maltratar a los inocentes, sino la de redimir hasta a los peores de los culpables, mediante la tortura.