miércoles, 14 de noviembre de 2012

Huelga general, ya llego, voy tarde, lo sé, lo se...


Tal vez hoy, el primer argumento a favor de ir a la huelga general sean las razones que aducen quienes están en contra de ella. Empezando por la señora Esperanza Aguirre, que ni aun auto excluida del cargo es capaz de dejar de emitir sus peculiares opiniones, tan a contra corriente de todo y que, con tal de llevarle la contraria a todo el mundo, nunca ha tenido empacho ni siquiera en llevársela a sí misma, cada vez que le cuadraba.

Porque haber llegado a decir que la huelga debiera de ser ilegal por tratarse de una huelga ¡política! y concluir que no hay más que hablar, porque la población ya se ha expresado suficientemente en las urnas, y que por lo tanto el recurso a la huelga es una manera a su entender no legítima de intentar torcer dicho resultado, resulta expresión de una balbucie ideológica de una tal magnitud que merece, creo, su pequeño punto de glosa, dada la efeméride.

Y es que resulta de verdad interesante ese argumento de tachar a la huelga de ‘política’, en primer lugar como si tal término fuera un desdoro para cualquiera que acudiera a echar mano de él, en segundo lugar como si quienes lo emplearan para oponerse a ella no fueran políticos de profesión y no actuaron por motivos igualmente políticos para aducir sus razones opuestas o propagar sus creencias y en tercer lugar porque pocas cosas podrá haber más políticas y más representativas de la actuación estrictamente política de una sociedad que una huelga, de antiguo poseedora, y por esa razón exitosamente utilizada durante dos siglos, de la capacidad más que demostrada de modificar el curso de la política misma, precisamente. Y que hoy en día esa capacidad resulte en algo más discutible, con los hechos y los resultados de las últimas en la mano, desde luego no invalida la realidad del aserto, entendido como saber histórico que todos poseemos, empezando por ella misma, y que muy bien debe de conocerlo y es la razón seguramente por la que tanto demuestra temerlo.

Porque pareciera, y muy particularmente entre los políticos adscritos a un pensamiento de derechas, como si muchos de ellos creyeran de verdad que una cosa es la 'política', al parecer ‘sucia’ y entrometida de quienes no se dedican a ella, pero que al parecer estarían obligados por no se sabe muy bien cuál contrato no escrito a sufrir sin una sola queja toda decisión oficial y bendecida de quienes sí la practican como protagonistas, y que otra cosa muy diferente debiera de ser la 'limpia' economía, cosa, a su esclarecido entender, nada más que asunto de empresarios y de sus empleados, en la que más vale que no se inmiscuya demasiado el áulico gobernante, y en cuyo nombre sí pudiera estar justificado, y bondad de ellos el conceder el derecho, pero sólo para el menestral menesteroso, nunca para diputados, jueces, altos funcionarios, militares u otras emanaciones de la sacra sustancia de la estatalidad, de acudir a una protesta, particular o general que sea, para reclamar mejoras de cualquier tipo.

Debe de parecerles permisible que sí se le reclame al empresario, educada y civilizadamente, –¡pero por Dios, hijos míos, sin asustar!– algo que ataña exclusivamente al círculo de su actividad, horarios, salarios, condiciones sociales y de seguridad..., pero no debe de parecerles legítimo que se les reclamen otras cosas a ellos mismos en su calidad de políticos, porque ya está más que claro que entregan sus vigilias y sus insomnios, como se entiende por su actitud, a la benefactora procura y vigilancia del bien común.

Porque el poder, o el gobierno, como viene a entenderse del discurso y de su moralina de pax económica y social, parecen saber mucho mejor que nosotros, o que los insensatos e irresponsables huelguistas, que es lo que mejor conviene a todos y cual es la mejor imagen que conviene transmitir ¿a quién, a los jefes? ¿Y dónde están esos jefes?, y el como se debe de caminar, sin padecer siempre esa pejiguera de las sugerencias y de la protestas, por esa recta vía que sólo ellos parecen conocer.

Porque el argumento más escuchado contra la huelga no es aquel que sería hasta cierto punto comprensible de que esta produce una cierta pérdida de productividad y de que por lo tanto puede tener una incidencia desfavorable de alguna centésima en los datos del PIB, lo cual sería indiscutible, sin duda, sino que el argumento y la admonición severa con el dedo índice atravesado verticalmente frente a los labios no es otra que el no se puede o no conviene hacer ahora esta huelga porque es necesario transmitir que el país y todo su paisanaje están bien unidos, concernidos y dispuestos a cumplir con sus obligaciones de prosperar, pero austeramente, de mejorar, pero menguando suave, de ahorrar pero desincrementando la aceleración de la desaceleración, como nos indica al punto el señor capataz prepósito a esos asuntos, y a quien fueron a pescar para confiarle el cargo, es curioso, precisamente entre los capataces que mejor destacaban al servicio de aquellos señores a los que al parecer tenemos que rendirles cuentas y transmitirles siempre nuestro sosiego, aquiescencia, conformidad y entusiástico acuerdo, mientras nos arruinan.

Y también, y este es otro género de espanto, habría que hablar, otra vez del PSOE, siempre en su debate interminable, como dejé por aquí escrito el 29 de octubre, en la entrada Via Crucis, de ponerle una vela a Dios y otra al Diablo. Porque resultaba cuanto menos pintoresco escucharles ayer, con la mayor seriedad, decir con una mano, la izquierda, seguramente, que apoyaban la huelga y sus razones y proclamar con la otra, la derecha a buen seguro, que sus diputados iban a acudir a trabajar hoy al parlamento. Todo ello tan lógico, tan comprensible tan meridiano y tan claro como si lo hubieran explicado con su mano de en medio, si se me permite la metáfora.
¿Pero es que no podían, por Dios, decir huelga sí, o huelga no, y atenerse todos ellos en bloque a lo dicho, o de no desear o de no poder hacerlo así, proclamar entonces la libertad de acción de sus militantes y adscritos y dejarles obrar en conciencia y según sus creencias y albedrío a cada uno de ellos? ¿Qué justifica dar semejante espectáculo, pues si creen que hay razones justificadas para apoyar la huelga, qué clase de fuerza insensata les lleva entonces a ir a sentarse en el parlamento a dar la razón y a ¡trabajar! en día tan señalado junto a los que opinan y llaman a lo contrario que ellos? 

En cualquier caso, y me consta que es contra la opinión de algunos lectores, me reafirmo en lo que ya dije, pienso que la huelga para bien poco servirá y que es un instrumento operativamente anticuado, que no generará por sí misma una movilización social, esa que sin embargo sí se está generando ya por otras vías y que irá a más por su cuenta, más que por los caminos sindicales, como era tradicional hasta ahora.

Y no resolverán ciertamente PP y PSOE el problema de los desahucios con las conversaciones en las que no han tenido más remedio que sentarse obligados a furor di popolo (y por cierto, ¿porqué sólo ellos?), porque solo pondrán malos parches y no modificarán la mayor, pero lo cierto es que esas movilizaciones son precisamente las que les han obligado a sentarse, pero estas no han sido protestas tradicionales, regladas o descafeinadas como lo está el derecho de huelga, sino que han sido espontáneas en su inicio, han partido de otros colectivos, se han desarrollado, lenta pero eficazmente, al margen de todo sistema y han logrado involucrar finalmente a protagonistas hace apenas unos meses impensables, porque ya no son solo los pancarteros y los perrosflauta, como tan caritativamente llama la derecha a los despojados, sino que ahora son ¡los jueces!, los alcaldes, la policía misma, quienes se dejan oír en discrepancia, es decir, los movimientos transversales, mal coordinados seguramente y acéfalos, pero verdaderamente populares en el mejor sentido posible, ya involucran no solo a los tradicionales colectivos señalados de siempre como conflictivos, sino que hoy recorren la sociedad de abajo a arriba, de izquierda a derecha. Y ahí están ya, no son una protesta al uso, no dependen de los sindicatos tradicionales y empiezan a dar sus frutos. Es el surgimiento verdadero de una sociedad civil en movimiento para hacer valer sus derechos, y hoy es el día de que unos y otros, las organizaciones tradicionales a la vieja usanza y esta eclosión de nuevos modos de operar se den la mano en la huelga general, por el bien de todos.

Porque sí estoy de acuerdo con la huelga, porque sí hay razones y motivos más que suficientes de urgencia social y además política, por supuesto, madame Aguirre, para acudir a la misma, y para mí el mayor argumento quizás, y para acabar el artículo por donde lo empezaba, es que el argumento contrario, ese que habla de la necesidad de dar en este momento una imagen de país monolíticamente concernido con el cumplimiento de sus deberes de deudor y de penitente por esa causa, creo sin duda alguna que defiende una forma de obrar que es contraria a los verdaderos intereses de todos, y que constituye muy precisamente la razón para no admitirlo y además desoírlo, porque el país de ninguna manera es un monolito comprometido con las políticas neoliberales, con los sacrificios que impone  una deuda contraída no por todos, sino por una parte, generada por las malas prácticas una banda de estafadores y por otra parte por los apuros de los estafados y de quienes sufren sufren las consecuencias espeluznantes de todo ello.

De ninguna manera somos todos los responsables, porque, precisamente, es la sindicación de esta deuda, por la vía de la ayuda del estado a una parte de la banca sobremanera irresponsable, ella sí, repartiendo así la maula entre la totalidad del país lo que es intolerable, indebido, injusto y algo que para nada se debe de otorgar sin más matizaciones a quienes la reclaman, cobrándola de esta manera, es decir teniendo que pagarla todos, cuando no fueron todos quienes la generaron y cuando incluso la responsabilidad de quienes se endeudaron se ve más que matizada por la prácticas de quienes les indujeron, con engaño, a endeudarse. Si además el estado opta por acudir únicamente en ayuda del estafador, en lugar de socorrer también al estafado, empeñando sus caudales en ello, pero que son los caudales de todos, desde luego no parece de recibo el tener que entregarles el cheque en blanco sin, por lo menos, afeárselo.

Aceptar por lo tanto la tesis de que sea beneficioso dar una imagen exterior de acuerdo social para asumir esa deuda (y tener que estar, encima, de acuerdo con las prácticas y los usos legislativos que la generaron) que es lo que vienen ahora a defender como argumento para NO ir a la huelga, es precisamente lo que no debiera de resultar de ninguna manera asumible, sino todo lo contrario y más que legítimamente impugnable, por lo tanto. Pero, como esta impugnación no parece estar al alcance de quienes padecemos la falacia de semejantes argumentos, desde luego una protesta sonada es lo menos que puede pedirse.

La necesidad de la huelga surge precisamente por causa de los recortes y de los sacrificios habidos y que habrá para sanear esa deuda, tan injustamente repartida y hecha recaer sobre todos, cuando en realidad en buena parte es el estado quien la contrae, por su propia voluntad, para sanear a la banca, con el argumento de que la caída de la banca supondría la caída del país entero.

Pero se preguntaba hoy el subdirector de el diario El Mundo, Casimiro García Abadillo, con los pelos como escarpias, lo que se deducía por lo claramente angustiado de la tipografía, que si hubiera un movimiento para dejar de pagar las hipotecas, (y sí está claro, ahora ya los movimientos meten miedo) eso resultaría en algo parecido al efecto de una bomba atómica para el conglomerado bancario. Yo era mucho más modesto hace unos días, cuando sugería tan solo sacar cada cual unos cientos de euros, y ver qué pasaba. Mi planteamiento era legal, no incumpliría ninguna ley, y su postulado o, perdón, la hipótesis del impago de hipotecas, sí la incumpliría sin duda, pero ambos especulamos, él seguramente desde el horror, yo desde la esperanza, o tal vez desde la insensatez (nadie estamos  libres de ella) de qué ocurriría si algo o alguien diera con la tecla que lograra de verdad darle un vuelco al sistema.

Y el gobierno, el estado, bien es verdad, nunca estará puesto ahí para darle un vuelco al sistema, pero, siquiera a nivel de especulación, y especulación por especulación, por cierto, también sería legítimo preguntarse qué ocurriría si el estado, precisamente, este, u otro o algunos de ellos, decidiera de una vez cortar el nudo gordiano, incautarse de la totalidad de la banca implicada, declarar la quiebra de la misma y el fallido de sus deudas y ponerse de inmediato a trabajar con lo que quede de ella, saneada y podada de su principal problema, sus rapacísimos dueños y gestores, poniendo a los deudores nacionales e internacionales a la cola de la quita que les cayera como resultado de su propia timba y reiniciando el sistema desde cero, pero esta vez con otras reglas del juego.

Supondría igualmente sacrificios brutales y continuados, pero esa no es más que la misma recompensa de la que ya disfrutamos y la misma que nos sigue esperando, en definitiva, pero habría que tener en cuenta también que el primer país que diera el paso sería de inmediato seguido por otros, seguramente, lo que obligaría sin duda a algo ya mucho más que necesario, que no es solamente la reiniciliazación de algún subsistema local solamente, sino la del sistema general europeo, que tendría entonces que buscarse la manera de hacer las cosas de otra manera, es de suponerse que mejor, en el siguiente intento.

Y es que hay una cosa muy clara con los casinos, que es en lo que parece haberse convertido la gobernanza europea con sus impolutos crupieres al servicio del mercado, y es que la finanza especulativa se arruina seguro si los jugadores se levantan de la mesa y se largan. Y esa, aunque rara, también es una opción legítima en las casas de juego, irse con él a otra parte. Y que no olvide nadie que los jugadores cuando se levantan se llevan consigo el poco o el mucho dinero que les queda, y además, y lo que es más significativo, el dinero del futuro, que siempre es muchísimo, pero que no es otro que al que aspira la banca, y que por lo tanto, cuando se les levanten del garito, de una u otra manera tendrá que seguirlos por imperativo de su propio negocio a donde sea que se vayan, y a tener  que jugar esta vez en otro terreno, pero tal vez con las ruletas algo menos cargadas.

No, no hay que dar la imagen de un país conformado y que acepta unas reglas del juego asímetricas y generadoras de desigualdad. Porque ese es precisamente el quehacer y aquello con lo que se tiene que acabar. Y además, porque el sueño europeo era otro.

Mi madre, católica militante, persona de una ideología de derecha social hoy desaparecida, profesora de vocación y europeísta de sentimiento ya en los lejanos años 50, hija de un francés y de una austríaca, nieta de una inglesa, recriada en Italia, casada con un italiano al que conoció en España, nieto a su vez de un judío húngaro y de otro abuelo soldado de Garibaldi, el unificador, española en sus hijos y en el corazón, sabía muy bien qué decía cuando decía Europa, y supo inculcarme ese sueño, el de tantos de su generación, pero de cuyos labios labios nunca escuché, en toda mi infancia y primera juventud, mientras vivió, ni la palabra mercado, ni la palabra capital, ni la palabra banca. Sí paz, unión, caridad, solidaridad, justicia, responsabilidad, estudio, trabajo, igualdad y alegría, y que pronunciadas juntas y unidas en la España de aquellos años eran exactamente eso, un sueño. Y para ella, además, el sueño de Europa. Pero ese sueño hoy ya no ha dado en otra cosa que en este malhadado rapto de Europa.

Para mí, esa es la razón principal para ir a esta huelga que también quiere recorrer Europa. Reescribir el argumento y el reglamento de un sueño que se nos llevó el hombre del saco.


Y bien, son las 04.13 del 14 de noviembre de 2011. Me incorporo a la huelga.

Reabriré el blogue a las 04,13 del 15 de noviembre del 2012. Discúlpeme el jaleo horario quien pueda sentirse molesto por ello. Es que llevo un reloj interior desordenado, pero que, a su manera, también quiere funcionar solidario.

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