sábado, 10 de noviembre de 2012

Defenestraciones


Lo apuntaba aquí hace apenas unos días como modesta propuesta de remedio para el estado de  cosas, pero los rápidos desarrollos de la situación merecen volverlo a traer a cuento. La simple retirada de Bankia, ese patio de Monipodio, de los fondos de la cuenta del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife han servido para que la entidad reconsidere de forma inmediata los términos de tres desahucios inminentes por los cuales dicho ayuntamiento se había interesado oficialmente, pero sin que la entidad se dignara proporcionarle la más mínima contestación a su petición de información.

Desconozco el importe de la suma de las tres deudas hipotecarias en cuestión, pero con toda seguridad es mucho menor que el dicho millón y medio de euros. Y es que la banca demuestra siempre una dulce y exquisita sensibilidad hacia los balances de sumas y restas, en particular cuando apuntan en su contra. Y como tales balances, fuera de toda otra consideración, son el único, último y exclusivo objetivo de su actividad, todo estado de opinión que a su criterio pueda llevar a menguar dichos balances y a la pérdida de confianza antecesora a la decisión de confiar los particulares, o cualesquiera otros depositarios, sus fondos en la entidad de enfrente son el verdadero talón de Aquiles del sistema bancario y el punto débil del mismo y sobre el cual, quien quiera o quien crea que debe, bien puede y debe actuar en defensa de sus propios intereses y de sus ideas sociales, de haberlas.

Y como a criterio de una parte considerable de la población el sistema bancario o financiero va por libre, su regulación en el sentido social, solidario y de defensa del bien común deja muchísimo que desear y tampoco existe ya, como antaño existió, un contrapoder dentro del propio sistema, como lo era la existencia de una minoritaria pero sólida y reguladora banca pública, a la cual poder confiarle los fondos, como alternativa para quien deseara hacerlo, sin entregarlos necesaria y exclusivamente a la especulación y a los intereses del beneficio privado, como ahora y de facto es obligatorio, pues no existe ya otra opción, el tipo de medidas como la decidida por el ayuntamiento en cuestión señalan muy exactamente el camino a tomar para reconducir por la vía de la presión económica, que es fáctica, y la única que la banca sabe entender, los usos y hábitos que esta no se ve nunca obligada a abandonar por causa de carencias legislativas, por mal entendida tolerancia, por connivencia, sin duda y, fundamentalmente, por el escandaloso abandono de las funciones reguladoras y sancionadoras de los poderes públicos en lo que atañe a la defensa de los intereses de su población, entendida como su totalidad, y no solo como la de la parte más rica, o más poderosa o mejor defendida de dicha colectividad.

Y que hoy, al olor de la chamusquina a lo Jan Palach que van dejando los ahorcados y los defenestrados, que no los de Praga, corran a reunirse los responsables políticos (y nunca mejor palabra, responsables) y seguramente los banqueros que los amparan y dirigen para ver cuáles soluciones encuentran frente al verdadero escándalo de los desahucios, no, sino para su ya más que airada y descubierta situación, y más aun, frente al previsible estallido social que estos hechos intolerables para la población puedan acabar generando, lo que nos lleva a ver como, una vez más, la impertérrita, orgullosa y descerebrada economía, ese tigre de papel moneda y el más cobarde de los llamados actores sociales, corre a refugiarse como polluelo a las faldas de mamá gallina, que es el estado, ese monstruo regulador, como le espeta sin el más mínimo pudor, pero al que bien acude cada vez que le hace falta, cuando las cuentas ya no se las cuadra ni el contable de Al Capone o cuando, no digamos ya, la muchachada empieza a amenazar con los palos frente a las sucursales bancarias. Y es que bien se podría afirmar que solo cuando finalmente se ultraja al Santísimo parece que se dan por enterados los señores obispos de que el personal ya no comulga.

Porque esta semana las manifestaciones, protestas y otros tipos de acciones a las puertas de las casa de usura, a raíz de esa sangría inhumana que es la crisis de los desahucios, han sido significativas y crecientes y han servido sin duda para crear estado de opinión y para que, juntándose la gente, se imaginen más acciones para continuar con la presión para empezar a revertir lo intolerable. Y hay mucha inteligencia colectiva y mucha creatividad e imaginación para poder, si así se cree y se hace mayoritaria y mancomunadamente, a lo Fuente Ovejuna, hacerles la vida imposible a estas casas de banca que han perdido definitivamente el norte y para lograr impedir que sigan actuando dentro de los parámetros en los que operan y que, a juicio también de muchos, son por completo intolerables.

Y aprovecho también para hacer notar ese ‘casas de banca, o de usura’, pues el lenguaje tiñe lo que toca y puede hacerlo más allá de lo que creemos. Y el uso y abuso de términos como ‘entidades financieras’, ‘instituciones bancarias’ ‘institutos de crédito’, ‘fundaciones’ y otros cincuenta eufemismos más, adornados con marcos pomposos y exquisitas volutas de oro podrido, todo lo que hacen es envolver de prosopopeya inane y embaucadora actividades tan antiguas como el préstamo a interés, el empeño encubierto de unos bienes para financiar otros, las prácticas de usura y el cobro de comisiones, impuestos y servicios sobre un dinero que, además, y cuando no se tienen solicitados y obtenidos créditos, vegeta inane en cuenta corriente, es decir, rentando para su propietario la misma nada que si estuviera en el calcetín de cada cual, pero que se ve tasado y penalizado ¡a cambio de dejárselo ahí para su libérrimo uso!, lo cual es sin ningún género de dudas cosa verdaderamente de locos.

Y que hasta los propios sindicatos y organizaciones de izquierda se avengan a llamar a la banca ‘instituciones financieras’, como si con mecenas generosos y filantrópicos estuvieran tratando, viene también a explicar mejor que bien hasta que punto las sociedades estamos perdiendo el norte y cuál es la clase de éxito e influencia que unos simples prestamistas a interés han conseguido comprarse, con la anuencia irresponsable de todo el mundo. Porque una cosa es que todos los oficios sean necesarios y otra que haya andar haciéndoles reverencias a los verdugos, o a los usureros que, con cobrar, ya deberían de ir más que servidos y agradecidos, me gustaría creer.

Y que ahora vengamos ahora a llorar todos sobre las causas de esta crisis y sobre sus dramáticas consecuencias, e incluso en el poco probable caso de ponernos de acuerdo algunos sobre todo ello, de poco servirá si las entidades no se ven nunca obligadas a cambiar de actitudes ni de forma de entender el negocio, y menos aún, cuando es la propia forma del negocio, su sentido y su ausencia de obligaciones sociales lo que nunca se pone en entredicho, y lo cual bien se podría, o más bien se debería postular, desde los más mínimos parámetros de equidad e higiene social, por cierto.

Enriquecerse y mantener negocios prósperos, exitosos y que den beneficios es la religión del mundo moderno, y puede ser tan buena o mala como cualquier otra, y para conseguir este objetivo de manera legítima en las sociedades modernas el motor siempre ha sido el mundo financiero junto a su profeta, la banca, que es la depositaria del saco donde confluyen los esfuerzos de todos, pero con un matiz importantísimo, pues de ese saco no es esta más que la depositaria y la guardiana, por haber merecido la confianza para serlo, pero de ningún modo la propietaria. En virtud de sus antiguos buenos usos, si así nos avenimos a llamarlos, está autorizada a tomar una parte pequeña del saco como compensación a sus supuestos buenos oficios, y eso ya es una suma enorme, pero de ninguna manera lo está ni debiera jamás de estarlo para apropiárselo o para hacerlo desaparecer por causa de mala gestión, pues no es dinero suyo de ninguna manera. Y la pena, que duda cabe, cuando estos comportamientos se manifiestan a las claras no debiera ser otra que la incautación, lo que, sin embargo, para perplejidad de muchos, jamás se produce, cuando no debiera de ser más que una acción hija de la más estricta obviedad y la manifestación de la más mínima y ejemplificadora justicia.

Y esto es necesario repetírnoslo y repetírselo porque pareciera como si de puro obvio hubiera sido olvidado por unos y otros, que el dinero de la banca es el dinero de todos, que allí lo depositamos por nuestra voluntad y seguramente por nuestra mala cabeza y por causa de arteras mañas publicitarias también, pero que de ninguna manera, entendido como su muy mayor porcentaje, es dinero de ella ni con el que puede hacer todo cuanto crea y apetezca, especulación salvaje incluida.

Y si la codicia y la especulación han llevado a que para enriquecerse hiperbólicamente unos pocos haya habido necesariamente que empobrecer gravemente a la mayoría de los demás, y hasta las últimas consecuencias de la miseria y la muerte, medievales prácticamente, como bien vamos viendo, y sin esparcir, encima, un porcentaje de esos bienes derramados hacia abajo para que, en alguna medida, prosperemos todos un poco, como pregona la jaculatoria que todos los banqueros y políticos repiten sin cesar, proclamando que esa es la función social de la banca, pero que, sin embargo, es curioso, no figura escrita por ninguna parte ni consta como obligación de ley para permitirles seguir en el negocio; esta banca, con sus modos, prepotencia y preponderancia de estos últimos años, parece estarse encaminando a dejar de ser una actividad económica legítima vista desde cualquier parámetro de justicia social que se desee considerar, y en el mismo sentido, para entenderlo, de que no le está permitido a un mecánico averiar ex profeso o por ahorrarse una pieza los coches o los bienes ajenos ajenos, so pena de cárcel, ni tampoco parece ya cosa del interés de ningún estado que merezca llamarse así a sí mismo el no intervenir para modificar semejante estado de cosas, y no solo, sino porque encima y de últimas, después del robo más descarado, se ven sometidos además al chantaje de la misma cuando por causa de su exceso de rapacidad el negocio se les escapa de las manos, y piden ayuda, recibiéndola al punto de la dolorosa aportación de todos, y porque está, en definitiva, pasando ya todo el asunto a parecer un juego de trile generalizado, con los que dan el agua, los matones y los ganchos, revestidos de la más impecable respetabilidad, o de toma el dinero y corre o de tocomocho, al inolvidable modo de Tony Leblanc, y de cuyos protagonistas, por mucha corbata de Armani y pañuelos de Hermés que usen como armaduras jurídicas, aunque para actuar, finalmente, nada más que como vulgares navajeros, lo único que espera ya la gente normal es verlos finalmente a cada uno de ellos, cabizbajos, entre la pareja de la Guardia Civil, camino de los juzgados de lo criminal y, si fuera posible, de presidio para ponerlos a buen recaudo, en sanitaria evitación de que causen mayores daños.

Por todo ello, la verdadera y efectiva vía de presión es la indicada, usar el dinero propio, actuar como el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, quitarlo y ponerlo coordinadamente, simultáneamente, todos a una y según criterios sociales, públicos, voceados y dados a conocer, y usarlo con su mismo desparpajo para el chantaje y el boicot en defensa propia, ya casi imprescindibles, pues quien debe y a quien pagamos por ello no nos defiende, y usarlo como el arma que efectivamente es, la misma con la que ya nos matan, pues esta esta es la pavorosa realidad, y con la tranquilidad de conciencia que da el saber que es NUESTRO dinero el que puede volverse contra ellos, y no por el placer de hacer un mal sin otro sentido, ni para enriquecerse, sino para utilizarlo en beneficio no solo propio y del común sino para la regeneración moral de un sistema que parece haber perdido el juicio.

Así que dejemos a ese espectro vergonzoso y vicario de doña Ana Botella el seguir implorando a la Virgen de la Almudena por el alivio de los sufrimientos de los dolientes de la diócesis, lo que ya tiene cojones, por decirlo fino, y pongámonos el resto a hacer algo más efectivo, que podemos. Y si con los votos entregados en buena fe, pero desperdiciados, a unos y a otros, ya hemos visto lo que se ha conseguido, veamos qué logramos sacando nuestro dinero y paseándolo de una a otra parte, de uno a otro saco, negándoselo a quienes peor lo empleen y entregándoselo, bajo vigilancia estricta, a quienes demuestren que lo hacen mejor y coaccionándolos siempre y de la misma manera que no es otra que la expeditiva, definitiva e inapelable de: –y si no, me lo llevo, pero con la mejor sonrisa, para mejor escarnio y remedo de eso mismo a lo que estamos sempiternamente sometidos–.

Porque si el sistema democrático de un hombre un voto, está siendo sustituido, a su exclusivo beneficio, que no el nuestro, por usar la acertada observación de don José Stiglitz, por otro de un dólar un voto, resulta sin embargo que, dólar a dólar, yuan a yuan y euro a euro, también en este nuevo sistema, que creen el suyo, y por el mismo procedimento de un dólar un voto, pero que si sumamos todos los dólares tenemos muchísimos más, también se les puede dejar igualmente en lo que sencillamente son, en la inmensa minoría, aunque desde luego no la más desfavorecida, y gracias a lo cual y todavía seguirán más que bien servidos, para su suerte.

Y si en algo tengo hoy que corregirme, no para mi desgracia, sino para la de quienes están sufriendo padecimientos que ya se pensaban olvidados e inimaginables, es en una consideración aforística que por alguna parte dejé escrita, ya hace unos años y que rezaba así: los discapacitados morales producen pobres.

Pero no es cierta y hoy debo corregirla al alza, porque los discapacitados morales producen muertos, y frente a una facticidad de esta clase no solo cabe recluirse en un pavoroso silencio y contrición sino que lo sano, lo necesario y lo justo sería el buscar activamente las maneras de convertir el grito de horror en acción.

Actuemos, pues.

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