lunes, 20 de junio de 2016

PSOE. La conjura de los necios.

Vive estos días el señor Pedro Sánchez sus últimas horas como autoridad al mando de su parcialidad. En realidad, es un cadáver político y el protagonista –figurado, se entiende– de la crónica de una muerte anunciada, pero hay que reconocerle que lo escenifica con un desparpajo digno de mejor fortuna. Besa niños, viejas e inválidos por esos mítines con la mayor profesionalidad, niega el día cuando es de día y lo proclama cuando es de noche, anuncia simplezas como descubre Mediterráneos, cuenta verdades y mentiras con la misma ligereza y promete cada cosa y su contraria igual que en sus mejores días y en los que lo fueron de sus ancestros. Circula en apariencia ajeno a todo aquello que se le viene encima y proclama mañana, tarde y noche su victoria como aquellos vinilos de mi juventud cuando se les enganchaba la aguja en un fraseo para no volver a salir de él hasta la intervención de la mano del hombre.

Mano del hombre que, en su caso, tal vez sea la de la mujer, una tal Susana, dicho sea de paso. Pero lo innegable es que en la noche electoral lo más probable con mucho es que lo veamos anunciando su propio suicidio, por el que sólo verterán una lágrima los miembros de su círculo más próximo, más que nada porque en cualquier partido civilizado la viuda y las concubinas van al hoyo como séquito de su fallecido señor, para seguir sirviéndolo en el más allá. Séquito, por lo demás, tan responsable como él y cómplice necesario del indigno espectáculo de pamplinas cómico-taurinas que para escarnio de próximos y extraños llevan representando hace ya muchos meses por esos cosos y parlamentos de Dios.

Y aún se nos hurtarán como espectadores de la fiesta o de la tragedia, según cada cual prefiera, los brindis de todos aquellos “compañeros” suyos que tan fácil le han hecho la vida, indicándole cada día que no puede llevar corbata, americana, pulsera, reloj, teléfono, pantalones, calzones, capucha, paraguas, bañador, zapatos, camisa, camiseta, guerrera, impermeable o toalla, pero que tiene que comparecer vestido siempre impecable y con lo adecuado para cada ocasión. Ten amigos...

Pero cabe también que, con la misma falta de gallardía personal por cuya causa no se atrevió a ejercer las prerrogativas del cargo para el que lo eligieron, el de Secretario General del PSOE, es decir, mandar según su criterio y amenazando, como mínimo, con su dimisión en el caso de no dejarle las manos libres, se niegue a subir él solo los escalones del ara de sacrificios y monte entonces otro nuevo número en el patíbulo, como aquellos condenados de antaño –con razón o sin ella– que habían de ser arrastrados por los sobacos hasta atarlos al poste del cadalso, teniendo que gritar los teatinos sus oraciones a voz en cuello para cubrir los gritos del reo, incapaz de una última dignidad incluso en ese trance postrero.

Es decir, queda aún la incógnita de si sabrá marcharse con un acto de respeto a sí mismo, o incluso de desprecio hacia quienes lo pusieron en tan imposible situación, o si esperará vergonzosamente el despido como si fuera la cajera de un híper, es decir, a capricho del mandocantano de recursos humanos de su curro y para cuándo y cómo éste lo disponga.

Pues tal es el verdadero problema de fondo y el paradójico nudo, digno de una obra clásica, de este personaje elegido por los suyos a regañadientes para ponerlo en un cargo que, al mismo tiempo, se le prohibió terminantemente ejercer. Y, en lo personal, me ha acabado resultando un personaje más digno de compadecer que merecedor de escarnio, porque, verdaderamente, le han hecho la vida imposible mucho más que a cualquier otro dirigente que me acuda a la memoria.

Sólo el último Adolfo Suárez, en sus meses finales, fue tratado de manera semejante por sus barones y sus pares, pero con una diferencia: no lo disimularon en absoluto. Porque el trato a Sánchez por parte de los suyos ha sido todavía más vergonzante. Se le nombró candidato a la presidencia impidiéndole plantear al mismo tiempo cualquiera de los muchos arreglos necesarios para aspirar a ella, a un lado y a otro, pero proclamando en todo momento su falsa fidelidad a quien trataban como a un títere y su disposición a ayudarlo en todo lo necesario. Un espectáculo verdaderamente oprobioso y una insensatez de un calibre tal que por más vueltas que pueda dársele carece de cualquier explicación racional.

Pero Sánchez ha tragado con todo ello con la disciplina y mansedumbre de un becario de primer semestre y con la fe del carbonero. Tenía encomendada una tarea de Sísifo que los dioses le desmontaban todas las noches, pero sin embargo la acometió con la paciencia y tozudez de un elefante y desde la clara evidencia para cualquiera, y es de imaginar que para él mismo, de que no le conduciría a resultado alguno. Y aun con esas limitaciones ha de reconocérsele que entusiasmo le puso, pero un entusiasmo de recluta en las trincheras, de soldados de esos de: ¡Ea! ¡Yo el primero, mi sargento!, el entusiasmo que más rápido lleva al desastre. Pero los generales, para su suerte, no tienen que dar tales espectáculos, sino jugar sus bazas con la mayor inteligencia posible y algún sentido de la estrategia.

Y no fue el caso. El espectáculo que ha dado el PSOE –y sus generales– durante estos últimos años, y con este dirigente a la cabeza, y si no era dirigente, con la intención de que lo pareciera, lo cual es todavía más imperdonable, pero sólo responsabilidad de Sánchez por la parte de aceptar semejante componenda, pero no el de diseñarla, que es la verdadera culpa, ha sido una de las operaciones o farsas políticas más descacharrantes de las últimas décadas. Porque si no fuera suficiente el derrumbe electoral cosechado estando en la oposición y después de los cuatro pavorosos años de gobierno del PP, no digamos ya el catálogo de artes de lo atrabiliario visto en los procesos de investidura.

Como ese absurdo pacto contra natura con C’s, escenificado para vergüenza de tantos como si fuera el Tratado de Versalles y dando más grima el patético postureo que una tiza chirriando en la pizarra, y que acabó de desnudar a la dirigencia frente a sus votantes... O esa espeluznante negativa a pactar con Podemos por la única vía posible para un acuerdo entre fuerzas relativamente parejas en lo numérico y no poco, siquiera teóricamente, en lo ideológico, como resultó tras el 20-D, es decir, a algo tan sencillo, natural y comprensible para cualquiera como otorgar la Presidencia al más votado de ambos y la Vicepresidencia al segundo. Y el resto de asuntos, es decir, programa y cargos, repartidos de manera igualmente proporcional. 

Sin embargo, no, hubo de tildarse a Podemos de marcianos o de mequetrefes por solicitar lo que era absolutamente lógico, gobernar en coalición proporcionada. Así, no se avino el PSOE a seguir la lógica más elemental y cuyo premio era, ¡nada menos!, que esa bagatela de gobernar, lo que los llevará a la situación en que será más que probable verlos el 26, en una mucho peor desde cualquier punto de vista. Y al 70% de los españoles que no votaron al PP y a todo lo que ello significa, a seguir soportándolo al mando por ahora, y ya veremos si otros dos o tres años más de propina y como regalo para todos cuidadosamente escogido y enviado por tan finos estrategas.

Porque tal proceder, para cualquier votante socialista, es decir, una persona de izquierdas en uno u otro grado y por bajo que este sea, no hay arte de birlibirloque ni trabalenguas de dirigente del PSOE que logre explicárselo, y será la razón primera de un nuevo trasvase de votantes que irá a engrosar a aquellos con los que no quisieron pactar. Y si a ello se le añade la efectiva jugada de la unión de Podemos con Izquierda Unida y otros grupos, se llega a lo que veremos el 26-D, que el partido que rehusó gobernar, el PSOE, ahora se vea invitado a tomar la Vicepresidencia, y gracias.

Vicepresidencia que difícilmente acepten, entrando como consecuencia en un túnel de desconocida longitud y en cuya travesía, y sin ver un gramo de luz, tendrán que cambiar a toda su dirigencia, redefinir su ser, despedir a la mitad de sus cargos intermedios y convencer a lo que les quede de su respetada clientela de que no están locos de atar, extremo este último que será el más difícil. Y todo ello, dando su probable aquiescencia para que gobierne el PP, lo cual generará tomos de inverosímiles explicaciones públicas seguramente condignas de las mejores páginas de la Conjura de los necios, de Wilt o de Las aventuras del bravo soldado Schweik.

Pero, por el momento, sentémonos a disfrutar del referéndum británico, tres días antes de nuestras elecciones, y con esa no imposible salida de Gran Bretaña, tan segura generadora, de darse el caso, del miedo más atroz en unos como del envalentonamiento de otros, siendo igualmente probables las dos opciones. La de engrosar el voto del miedo y la de estimular el voto del chulo... porque muchos se dirán, no sin razón: si los británicos pueden, nosotros podemos más, porque yo zoy ezpañó, ezpañó... ¡cazi na! Es decir, Podemos o no Podemos para cualquier simple. Sí, no lo duden, el espectáculo merecerá ser disfrutado.

Pero, sobre todo, no se pierdan el suicidio en directo de Sánchez o su ejecución en posterior auto de fe ad hoc, en medio de la asamblea de fariseos. Acto de seguro privado, pero que disfrutaremos en público, porque si no lo filtra el fariseo seis, lo filtrará el fariseo dieciséis.  Pero cualquiera de ambas celebraciones será bien edificante y yo sugeriría poner a los niños a verlo y darle ese día una galletita de más a la mascota. No todos los años se hace el hara-kiri un partido con 130 años de antigüedad, aparece un cometa, se alinean los astros o toca Paul Simon su ultra cálida Martin en España, créanme.

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