Si en cambio postulara su creencia de que el movimiento puede favorecer a la derecha, aun a pesar de sí mismo, como parece desprenderse de su artículo, ya sí se podría entrar en un debate de mayor profundidad, y hablar entonces de utilidades, efectividad y tempos de este tipo de movimientos sociales, con el ejemplo italiano delante de los ojos, y entrar en consideraciones que ya no descalifican necesariamente su frase y que, desde luego, bien podrían glosarse.
Y aunque desconozco a cuál aprendizaje o a cuáles sólidos, turgentes y ubérrimos pechos ideológicos se prendan hoy los cachorros de la socialdemocracia –presunta, bien se entiende– y, es más, ignorando si Talegón, como militante de dicha parcialidad, está sometida aun a dicho aprendizaje en razón de su edad –así como un educando aventajado profundizaría con disciplina sus conocimientos de mandarín, u horticultura ecológica–, o sí ya está en condiciones de sentar oficialmente doctrina y es entonces de ella misma y de otros como su compañero Óscar López, por su feliz y advenida condición de ideólogos titulados, de quienes emana el conocimiento o alimento teórico que apacenta novicios y publicita saberes políticos, lo cierto es que, si algo parecía estar claro hasta hoy, es que el movimiento 15-M no era un movimiento de derechas desde ninguna perspectiva que se quisiera contemplar y a nadie, o a casi nadie, se le había ocurrido hasta ahora emitir tal presunción y más de la manera en que lo ha hecho ella porque, en definitiva, quiero yo pensar y pensará ella misma de sí que tampoco deseará parecerse, en el refinamiento ideológico y analítico, digo, al Ministro del Interior, el señor Fernández Díaz, capaz de decir que el aborto es terrorismo y descansar tras ello.
Porque si la frase hubiera rezado más o menos: ‘la derecha puede aprovecharse del movimiento 15-M’, el enunciado merecería atención, pero ya no por lo atrabiliario. Porque es cierto, además, que entroncaría con una forma de pensar muy de la socialdemocracia de hoy en día, muy bien rastreable, por ejemplo, en Italia por causa del advenimiento del movimiento M5S, y donde personas de indudable valía intelectual y de probada ejecutoria de izquierdas, muchas de ellas en el entorno de la socialdemocracia, manifiestan un tipo de pensamiento parecido, entre el desprecio manifiesto a este tipo de movimientos ‘transversales’, como también está de moda decir, y la descalificación que les aplican de ‘no ser de izquierdas, los más tímidos o la de ‘ser de derechas’, los más aventados.
Pienso, por ejemplo, en Daniel Cohn-Bendit, (El País, 05-05-2013) metiendo en el mismo saco al neo fascismo de Amanecer dorado y al M5S, que para qué abundar en ello y en las interminables piruetas del personaje, o en Iñaki Gabilondo, no un político, pero sí persona de probada y sin duda respetada sensibilidad progresista, o en la también reputada periodista italiana Concita de Gregorio, que dirigió L’Unità, porque ambos, Gabilondo menos, De Gregorio bastante más, cargan asimismo contra este tipo de movimientos y aduciendo ese mismo tipo de consideraciones, de que solo favorecen estos a la derecha.
Y no seré yo quien diga que no son comprensibles esas formas de ver el fenómeno, porque, bastante menos en España, bastante más en el M5S italiano, la carga de populismo que sin duda arrastran, da razones sobradas para la preocupación y porque en lo básico, los fascismos, surgieron de dirigentes y clamores populares que no parecían en principio que fueran a remar en esa dirección.
Luego razones existen para la preocupación y tenerla es síntoma sin duda de poseer una conciencia ciudadana, aunque en este momento histórico la situación sea distinta, porque se trata de poblaciones que ya han mantenido trato prolongado con la democracia, que conocen lo que significan unos decenios de vida en armonía y progreso social, lo que desde luego no se puede decir de las masas, todavía casi analfabetas y semi esclavizadas de principios del siglo XX en Alemania, en Inglaterra, en Italia y no digamos ya en la Rusia zarista. Las comparaciones sirven solo hasta cierto punto, y no querer perder la memoria histórica es más que aconsejable, desde luego, pero aquí no se está hablando de Soviets ni de represión policial o militar generalizada y asesina como la de aquella época. O, por lo menos, no todavía.
Y esta preocupación expresada con la rotundidad de esas frases descalificadoras para con los únicos movimientos verdaderamente sociales y populares que se han dado en Europa desde finales de los años sesenta o principios de los setenta, (si exceptuamos los acontecimientos, casi podría decirse que descolonizadores, habidos en la Europa del Este), sí resulta comprensible dicho agobio, en cambio, desde la perspectiva de que en cualquier empresa o asociación molesta siempre, y mucho, la competencia, en particular la que se dedica o la que vende más o menos el mismo producto que uno fabrica, pero con éxito creciente y además con originalidad. Y lo cierto es que las socialdemocracias tradicionales bien están dejando ver lo poco que comulgan con estos movimientos hijos de la crisis, sin duda, pero mucho y también de la modernidad cuando, sin embargo, poca duda debería de caberles de que también son hijos más que legítimos de una sensibilidad bastante parecida a la de ellos mismos, siquiera en teoría.
Y se ha pasado en apenas dos años, en la socialdemocracia española, desde la tolerancia o indulgencia de un impertérrito Rodríguez Zapatero al respecto de estos, hasta este coro cada día más amplio que descalifica desde la izquierda a los movimientos sociales como el 15-M y que los tacha de inoperantes, en el mejor de los casos y no sin cierta razón, o los califica de cripto fascistas o favorecedores de la derecha, por los votos que restan a la izquierda tradicional, y como es el caso del tema de esta reflexión.
Sin embargo, son movimientos que poseen aquello de lo que la política tradicional carece: agilidad, originalidad en las acciones, modernidad de pensamiento (para bien o para mal), libertad de acción, manejo eficaz de las nuevas tecnologías, capacidad de arrastre en las redes sociales, capitalización del descontento, siquiera en la vistosidad de las acciones, que no en los resultados, radicalización en el sentido positivo del término, carencia de obligaciones y de favores debidos a padrinos, a lo cosa nostra, asunto este tan mediterráneo y tan característico de los usos de la política oficialmente estatuida, etc...
Y sí, es cierto también, que no son estos movimientos lo transparentes que proclaman, sin duda y, además, son semi-asamblearios, es decir, poco o mal articulados, resultan manipulables con cierta facilidad y, hasta ahora, desperdician y fragmentan el voto, en particular el de la izquierda, que es de donde, y por la izquierda, evidentemente, para dolor de Talegones y demás miembros de ese establishment, se les escapan y se les seguirán escapando los simpatizantes y los sufragios. Porque Talegón, con su juventud, su facilidad de comunicación, su arrolladora simpatía, su aire de razonable sinceridad y su porte o continente de personaje ‘alternativo’, tan de moda todo ello una vez más, es, sin embargo, un miembro del establishment, y la prueba es que piensa y se expresa como tal.
Porque el problema es precisamente ese, el establishment y su estabilidad y cuál sea su papel en los próximos tiempos, dado el desprestigio de la política tradicional originado, precisamente, por el vergonzoso comportamiento de ese mismo establishment. Porque la contienda política hoy, y más en el futuro, no se articulará tanto sobre las ideologías izquierda-derecha, sino sobre la eficacia en la gestión de lo público, la tansparencia comprobada, la intolerancia frente a las componendas con daños a terceros y frente al despilfarro y al clientelismo, el cumplimiento de los deberes del poder para con la comunidad, el respeto a las promesas electorales y la consecución de un reparto social más igualitario.
Y esto, tanto en asuntos que atañan a la gobernación general como a los de la auto gobernación de la propia empresa privada. Porque seguramente la propia empresa privada se verá sometida en algún futuro a regulaciones algo más estrictas y a ser dirigida u obligada a funcionar de una manera algo menos ‘auto’, viviendo cambios algo más que solo cosméticos en el reparto de los beneficios, en los derechos y en el peso tanto del propio accionariado como de las responsabilidades y las remuneraciones, para lo bueno y para lo malo, entre los trabajadores y los propietarios.
Incluso, cabe aventurarlo, serán la propias nociones de propietario o empresario y la de asalariado las que seguramente se redibujarán parcialmente en un futuro no muy lejano, adquiriendo cada uno de los dos términos contrapuestos parte de las ventajas y las desventajas, de las prerrogativas y de las obligaciones de la otra parte. Porque lo ‘transversal’, para entendernos, también habrá de llegar allí, al corazón de la empresa.
Ese parece el destino de un capitalismo algo más inteligente que el actual y será a lo que se llegue a la larga, si triunfa un proceso de ajuste y humanización, ya imprescindible y que, de alguna manera, poco a poco parece irse prefigurando y empezando a exigir desde la calle, y no precisamente en los despachos de esos think tanks, que, excepto para aconsejar cómo acopiar con éxito creciente moneda de curso legal a quienes los sufragan y los mantienen, dan la sensación de que llegan tarde a todas partes y de que todo cambio social y de aires los pilla siempre con la bata entreabierta y en el excusado, por expresarlo con delicadeza.
Y todos esos cambios los demanda la modernidad, y muchas cosas más aún, y que finalmente sea capaz de llevarlos a cabo una política anclada en sus usos tradicionales, sea de izquierdas o de derechas, que por sus hechos, que desmienten con tanta frecuencia sus palabras, parece negarle carta de posibilidad y de existencia a todas las novedades expuestas arriba, es lo que lleva a pensar que, efectivamente, la izquierda tradicional tendrá bastante pronto un competidor dentro de sí misma (y aunque no se avenga ni reconocerle el nombre a esos competidores o prefiera cambiárselo, como el caso que da origen a estas líneas) que muy probablemente la desmantele primero, como es su temor, pero finalmente la refunde.
Y lo mismo, o casi, cabrá decir de la derecha que es mantenida por votantes que también desearán comer de forma regular o, por lo menos, como comían antes. Y es que, cuando los usos políticos comprometen los presupuestos básicos de la convivencia, los votantes vuelan a otros nidos sin necesidad ninguna de que todos ellas sean refinados analistas y politólogos. Con tener un estómago que se queje, ya basta y sobra para que cualquiera se ponga a dar piruetas ideológicas y a descabalar urnas, compromisos y mayorías tradicionalmente inamovibles.
Los movimientos sociales las vaciarán primero de un buen porcentaje de votos y, en consecuencia, de valor y capacidad efectiva para malgobernar con comodidad y de facilidad para continuar con los malos usos sin sufrir consecuencias por ello. Que este proceso cambie la política y las sociedades porque obligue a las derechas e izquierdas tradicionales a pactar lo que no quieren y a ceder algunas de sus ya completamente absurdas prerrogativas, so pena de verse rebasadas o gravemente amenazadas de ello (como acaba de ocurrir en Italia y lo cual, aun siendo un pasteleo vergonzante, no deja de ser igualmente cierto que les ha obligado a adoptar medidas en sentido contrario a los intereses de las oligarquías dominantes) o que, simplemente, las políticas tradicionales se vean de verdad y definitivamente rebasadas por una marea de votos alternativos, ajenos y que no comprenden, dará finalmente en algo sustancialmente similar, un cambio en las políticas en el sentido de dar mayor protagonismo a las ciudadanías y eficacia al poder emanado de ellas para que desempeñe con mayor justicia y eficacia las tareas de verdadera necesidad y utilidad pública a las que está llamado a atender. O, como no, también quizás podría dar en lo opuesto, en una dictadura, pero donde ya, como en todas, todo su orden aparente será entonces desorden moral y llevaría a otro discurso. Pero los culpables de todo ello, eso sí, seguirían siendo los mismos. Es decir, estos mismos.
Mientras tanto, cabría señalarle a doña Beatriz y a muchas otras gentes de una izquierda progresista y honrada en muy buena parte, que de poco les servirá serlo si los hechos de gobierno, cuando lo ejercen, o la labor de oposición desmienten una vez y otra aquello que proclaman. En tiempos turbulentos el futuro suelen apropiárselo quienes no tienen demasiado que perder ni demasiadas obligaciones con el presente, y de la modernidad será el futuro, siempre, pero esta modernidad o este futuro malamente suele ser imaginados, comprendidos y deseados por quienes cargan con demasiado pasado, con demasiados compromisos adquiridos e intereses creados, con demasiado que defender y por quienes padecen poca hambre real, y de la de justicia también, contra la que luchar para sobrevivir.
Pero hoy, para la ideología de progreso y para la izquierda tradicional, el principal problema es que en muchos hogares y lugares de Europa estos son tiempos ya de hambre pública, un hambre ya visible y manifiesta, un hambre de otros tiempos. Y lo peor para ellos, con mucho, es que el hambre en buena parte y esta vez sí, se ha producido también por culpa de los suyos, por errores propios, por tibieza ideológica y no solo por los sempiternos manejos que se le achacan a los de enfrente, que tienen sin duda su culpa, pero no toda. Y esa realidad hoy la conoce y la irá conociendo cada vez más gente, pues tal es la característica principal de esta modernidad, que los velos que ocultan las partes premeditadamente opacas y oscurecidas de la realidad de las cosas hoy resultan velos transparentes, tules inútiles, y este es el fenómeno creciente e imparable de la universalidad de la información, cuya primera consecuencia es que la población cada vez se fiará menos de sus políticos mientras estos no enmienden sus comportamientos, definitivamente caducos.
No hay cosa más antigua ni con más pasado e intereses creados que la Iglesia Católica, que está manifiestamente desapareciendo por incapacidad definitiva y manifiesta de asumir y de desear cualquier modernidad, y no ocurre esto ni siquiera por un problema de falta de fe de la feligresía, porque quienes tienen la fe no se hacen ateos, sino que se dirigen en goteo imparable a cualquiera de los establecimientos religiosos de enfrente, que ofrecen lo mismo, o incluso más caro, pero con un diseño bastante más acorde con los tiempos. Pero lo mismo parece empezar a pasarle ya a los modos de la política tradicional. Parece poder extendérseles ya un diagnóstico casi definitivo de mortal antigüedad, de inadaptación irreversible a la composición del aire de los tiempos que ellos mismos han contribuido a hacer venenosos, el aire y los tiempos. Y cada vez que abren los ojos en medio de su coma parecen manifestar cada vez mayor desorientación, como bien se colige de sus declaraciones.
Y un día aparecerá a su cabecera un médico con bata de topos rosa, un piercing en la mejilla y tatuajes desde el bálano hasta la nariz, aunque mejor que bien preparado, competente, listísimo y ya jefe de servicio, que les comunicará amablemente su fallecimiento. Y requiescant in pacem.
Adaptarse o morir, y lo que dan es toda la sensación de estar optando sin duda por lo segundo y, lo más gracioso, es que sus verdugos habrán sido ellos mismos. Porque no es la izquierda ni la derecha, Beatriz, lo que alienta detrás de los movimientos sociales, es que la honradez y la eficacia, que no tienen patria porque su patria debería estar obligatoriamente en todas partes, como proclamaría cualquier Internacional Socialista, incluso de las hoy venidas a menos o a nada, pugnan por comparecer en una escena pública que debiera de ser su lugar natural de expresión y de existencia, pero como ya no pueden hacerlo por la vía tradicional, estos testarudos personajes, que no son actores económicos y que parecen solo simples abstracciones, pero que sin embargo sí que cuentan y pesan, ¡y cómo!, en las motivaciones de los hombre, buscarán y encontrarán otras.
Y si la honradez y la eficacia no se dicen, no se proclaman, no se gritan y no se obtienen, ni lo manda decir, proclamar, gritar y obtener la Internacional de los tuyos, que también debería de ser la de los míos, lo hará la calle, pero habréis sido vosotros quienes hayáis obligado a apelar a los métodos callejeros y entonces, serán unos muchachotes iguales que tú, Beatriz, con la misma juventud y preparación, con las mismas razones e ilusiones, pero que habrán elegido la acera más estrecha y más resbaladiza, la del futuro, quienes vendrán a llevarse tus votos y los de tantos otros. Y lo que hagan de verdad con ellos, honradamente, no lo sabemos hoy ni tú, ni yo ni nadie. Pero yo ya rezo para que se los lleven y para que lo hagan mejor que tú y los tuyos, que tantos de nosotros, o para que siquiera lo intenten. Y es más, tal y como ya están las cosas, se percibe la sensación de que aun e incluso si se equivocaran, por lo menos la empatarían.
Please get out of the new one if you can’t lend your hand, for the times they’re a changing, como cantó Bob Dylan en legendario himno, ¿y cuando?, pues en 1963, cincuenta años de nada... pero alguna vez será cierto. Y añadió tiempo más tarde al respecto: no era una declaración, era un sentimiento.
Y es seguro que muchos igualmente, siguiendo nuestros sentimientos, que no sólo nuestros bolsillos, haremos lo posible para cambiar de médicos y el recetario, que estos, los tuyos, los nuestros, los míos y los de ellos ya nos cortaron los pies y las manos, la nariz y la lengua, y aun siguen los sabios galenos, al alimón, mirando como distraídos hacia salva sea la parte, y sin posibilidad de distinguir en la serenidad de sus semblantes si el siguiente corte lo harán a la izquierda, a la derecha o al centro de la misma, a mayor abundamiento.
Miserere nobis.
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