martes, 2 de febrero de 2016

“Porque he ganado”

Los dos partidos perdedores de las elecciones son el PP y el PSOE. Esto es lo que le pasa a los partidos que se hacen antisistema. Suena a gamberrada, me dirá alguno, pero no. De hecho, los antisistema, esos gamberros oficiales —pancarteros, perroflautas y pavorosos radicales—, resulta que a base de defender cosas tan antisistema, tan anticuadas y tan vergonzosas e impresentables como la medicina pública, unos sueldos dignos, las libertades fundamentales de las personas y de los pueblos y un trato laboral algo más apartado de la esclavitud que el actual, los han dejado con la huesa al aire. Y lo que queda por descarnar todavía de tan institucionales osamentas...

Pero perdedor, lo que se dice perdedor, el que más, el primero. El que ha sido el ganador en votos, ese es el principal perdedor. No me dirán que no tiene la cosa su guasa. Su brillante ejecutoria al mando de la patera a la deriva le ha quitado la mayoría absoluta, la mayoría simple, la suficiente a secas y la mayoría cualquiera. A los efectos, como si fueran Vox o UPyD. Prácticamente, carecen de toda posibilidad de gobernar, incluso contando con la ayuda de, por ejemplo, Felipe González, José Bono o José Luis Corcuera, esos centuriones, y aun con todos sus lansquenetes empujando con las alabardas.

Pero hasta con tales apoyos los brillantes vencedores lo van tener peor que difícil, porque ya no quieren hablar con el PP ni los obispos, ni el señor IBEX, que es un mandamás importantísimo y eminente, ni la banca con sus antaño doblones —hoy mitadones, y gracias... gracias a nuestra ayuda, se entiende—, ni los panameños del Canal, ni los saudíes del tren, ni siquiera sus propios vástagos, que se van pasando con armas y bagajes a Ciudadanos, renunciando a la herencia, a la bendición paterna, a la primogenitura y al plato de lentejas, a lo que sea, con tal de salir de esa casa de los cien mil ladrones. Vivir para verlo, y con lo principal y buenísima mansión que parecía aquella residencia... Pero es lo que tienen las familias de gaviotas cuando medran en exceso. Preciosas y majestuosas aves, pero gritonas, carniceras y amantes de los vertederos y el alimento putrefacto donde las haya.

Porque incluso los que desearían alguna comunicación o comulgan aún con sus planteamientos tampoco pueden hoy hablar tranquilamente de nada con ellos, porque ya es un saber universal que contaminan lo que rozan, y no es un decir este contaminar. Es que cualquiera que se les acerca y trata con ellos sale infectado, trastabillando, menoscabado, señalado con el dedo y, lo peor de todo, lo verdaderamente insufrible, menguado de respetos, de prestigio, de predicamento, la carrera deshecha, el futuro inexistente, los pisos embargados, la cuenta intervenida, a veces camino del juzgado o de presidio y hechos un hazmerreír hasta para su señora y los niños. Un cuadro, vamos.

Este es hoy el día a día del PP, y hasta esos empresarios amigos, afines o semialineados y que de siempre hacían gala de la mayor libertad intelectual en lo tocante al respeto y acogimiento de normas y formas, que sé yo... ejemplos altísimos de esa casta, Díaz Ferrán, Ruiz-Mateos, Mario Conde, Gil y Gil, el Bigotes... hoy ya todos puestos en condiciones de no hacer más daño, han dejado su lugar a otros de parecida cuerda, pero que ahora tienen que medir muy bien lo que vayan a proclamar de bueno sobre sus amiguísimos y valedores, no sea que lo que pudieran ganar por una parte, se les fuera en imagen, abogados, cataplasmas y caídas de ventas por la otra... Y con creces.

Es más, el rédito hoy funciona al contrario. El PP sostiene a la CUP, beneficia a ERC, mantiene viva —aun a pesar de sí misma— a Democracia y Libertad, acrece al PNV y a Bildu y a cualquier segunda marca local de no importa dónde, sin que cuente demasiado lo que digan o pidan. Sencillamente, el PP es hoy en día el donante universal de prestigio y de votos y cualquiera, a su lado, refulge de dignidad y de bondades, quien se le contrapone, se encumbra. El PP es el grupo 0 negativo, curioso nombre. Todo partido que lo pincha con una aguja y un tubito recibe una salvífica transfusión de sufragios. Y no digamos ya Podemos o Ciudadanos, sencillamente, no existirían sin ellos. Le deben, primero, la vida y, segundo, el acucioso amamantado por parte de tan profesional aya nutricia y las leches de crecimiento amorosamente administradas.

Bueno, a cualquiera no benefician, perdón, tengo que matizar. A todos menos al PSOE, que esos no le quitan ya un voto ni a Joker vestido de Hannibal Lecter o a Hannibal Lecter vestido de Joker que se presentara a la cabeza de un partido con las manos chorreando sangre inocente. Pero lo dejo aquí, al PSOE le toca luego.

Y es que el PP es, como las redes proclaman con su infalible capacidad de lectura e interpretación de la realidad, el partido más imputado, quién podrá negarlo, aunque a ellos mismos diríase que poco parece importarles, a juzgar por su comportamiento y a mayor abundamiento de desvaríos. Y no digamos ya al gallegazo al mando que actúa como dolido y resentido con el universo todo, él... que ha ganado. Le preguntan qué hora es y contesta: —He ganado—, le preguntan si se presenta a la investidura y dice: —He ganado—. Le preguntan por qué no se presenta a la investidura y él: —Es que he ganado—. Le preguntan que por qué no habla con alguien y él: —Ya le he dicho que he ganado, señorita—. Le pegan una patada al raca-raca, se desmonta el cachivache como un puzle metálico, cataclín clin clin clin clin... y cada pieza que va rodando o rebotando por el suelo va gritando —¡He ganado, he ganado, he ganado!—.

Porque ganar, en el Evangelio Mariano, es infinitamente más importante que estar imputado, ¡dónde va a parar! Imputado el partido como tal, imputado el  exvicepresidente del Gobierno, imputados secretarios de estado, exministros, altos cargos de empresas estatales o de las Cajas descontroladas por controladas, imputada y en juicios media ejecutiva de Madrid, imputada toda la de Valencia, otro buen pico de la gallega y la de las Islas Baleares, pero de Cuba, Filipinas y Sidi Ifni, no, porque ya las perdieron antiguos y cobardes antiespañoles, antecesores de los actuales, de esos que han perdido.

E imputados sus tesoreros todos, y residiendo en la cárcel varios de los antaño intocables. E imputados, y en la cárcel también o en espera de juicio con el mismo y previsible final, la mitad de la clase empresarial con la que han, digámoslo suavemente, interectuado. Y hasta los Borbones que más los han rozado están también en el banquillo, y eso sí que es hazaña que no había logrado nadie en cuatrocientos años. Pero nada de ello tiene mayor importancia. Son comportamientos individuales, quisicosas, contrariedades, pelillos a la mar...Y envidia, mucha envidia. Porque han ganado.

Por añadidura, allí donde no están imputados, en Cataluña y País Vasco, por ejemplo, rozan casi otro estado parecido, pero un estado que, visto desde su punto de vista, sería incluso peor, el de extraparlamentarios. ¿Y por qué tanta desafección? Pues ellos no lo saben. No lo saben, no lo conciben y así se lo dicen unos a otros y a cualquiera que los quiera oír. —No nos quieren, no hay quien lo entienda—. Se habitan perplejos, se viven dolidos, los reconcome la ingratitud ajena.

Y en estas, para ver de quedar bien, supongo, y con la misma impecable gallardía con la que le ha ido quitando la prestación a los paralíticos, la beca a los zagales más prometedores y avispados y obligando a pagar las medicinas dos veces a los jubilados y a los enfermos, llega don Mariano el Impasible y le hace una pedorreta al rey mismo, cuando este le propone —porque ha ganado— que intente formar un gobierno.

Haciendo amigos. —¡Quiero que seas mi amigo, hijo de puta!, porque he ganado... ¿te enteras?—, y ¡zas!, un viaje a la cartera, otro al culo, un cabezazo en la nariz y un rodillazo en la ingle: —¿Pero se puede saber por qué no quieres ser mi amigo, so cabrón?—. Y le desenchufa el marcapasos a su madre.

Pero ahora se queja de que no le cogen el teléfono y de que sus interlocutores no le prestan la debida atención al plasma. Pero es que hasta su callista tendría hoy que pensarse muy seriamente si le conviene o no atender a una llamada suya.

—Paco, ¡coño!, a ver si miras un poco mejor a los que admites como clientela, que nos vas a buscar la ruina a toda la familia—.
—Josefina, mujer, pero si es el Presidente...—
—No, Paco, no... era, era...Y a mí no me gusta ese tío, mira muy raro...—

Y es que si se acerca al Bernabéu y pierden los blancos, la cosa, seguramente, en lugar de quedar en un acontecimiento normal, un partido perdido, se saldaría con que igual se deja otros veinte mil votos. Y así no se puede ir a ninguna parte. Ni al Bernabéu ni al Congreso. Toca el timbre y sube el pan. Abre un grifo y en Almería se produce una riada, un terremoto en Palencia, pertinaz sequía en Lugo y baja el precio de las exportaciones.

—Así que mejor me quedo en casa analizando a fondo el Marca, Viri...—
—¡Soraya, las zapatillas, un vermú y unas almendras, marchando! Y dime cómo va lo de las consultas de Su Majestad o... bueno, no, déjalo, si eso, ya me cuentas mañana... total, pa' qué...—

Su caso es hoy un imposible.

Pero, eso sí, el PP parece un monolito a su alrededor. No se oye ni una voz, ni un susurro, ni una discrepancia sobre los tres últimos decimales de una factura, no se transparenta la mas mínima duda sobre cualquier asunto metodológico, ideológico, ontológico o siquiera odontológico. Si a alguien le duelen las muelas, se calla, si lo concome el cáncer de la duda o un estrujón de conciencia, se calla, si no aguanta al jefe, se calla, si tiene que decir algo, se calla, si le invitan a hablar, se calla, si antaño hablaba de más, se calla también. Sólo se permiten tres palabras, España, reactivación y gobernabilidad. Y sólo con su combinación y permuta, más los artículos, verbos y adverbios necesarios para articular frases, se emiten discursos de noventa días de duración, para su glosa por la prensa que, tras experto y dificultoso análisis, llega a la conclusión de que hablan de España, de reactivación y de gobernabilidad. Y le hacen la ola.

Y al PSOE... secundariamente, ¡ay, madre!, pasarle, lo que se dice pasarle, le pasa más o menos lo mismo. Sólo que son el segundo partido más perdedor y el segundo partido más imputado, y las cuentas les vienen a salir más o menos por el estilo, como las segundas cuentas del Gran Capitán. Pero manejan el asunto por completo al contrario, como si sus cuentas fueran las de Google. 

Se juntan, pues, en su tradicional junta secreta de vecinos para ver si se les ocurre qué hacer, y les filtran las conversaciones, el color de las cortinas, el menú y el estado de cada taza de inodoro de la sede, con fotos. Y en el audio solo se escuchan los ayes desgarradores de los torturados y ejecutados y los silbidos de los cuchillos más que las voces de los artistas. Parece un congreso de faquires o el infierno de Dante o de El Bosco. Uno, con una espada atravesada del ombligo al hombro, otro, un orate desnudo subido a una mesa gritando ¡Ezpaña, Ezpaña, Ezpaña!, otro más, con la cabeza bajo el brazo hablando de su integridad, otro, en la tribuna y con el rostro erizado de pinchos e imperdibles, perorando sobre la prohibición de los objetos punzantes, la de más allá sentada en un caldero hirviendo del mejor aceite de Jaén y echando por la boca víboras y escorpiones, un barón tragando orines por un embudo que otro barón rellena solícito... En fin, la extracción de la piedra de la locura, pero mejor explicada que por un cicerone del Museo de El Prado.

Al jefe lo llaman de todo menos guapo, aun a pesar del único y establecido consenso sobre que es lo único que es, el del quinto le dice al del sexto que su música es inaguantable y que odia las sardanas, las muñeiras y el txistu, el del tercero le pega una pedrada en el ojo al del cuarto y le avisa de que por no ser ni frío ni caliente le vomitará de su boca. El violinista no para un minuto de tocar la trompeta, el carpintero y el profesor de química cosen y recosen banderas de España como las antiguas heroínas de los asedios de Galdós, el jarrón chino saca panza y se lía a mandobles con el ideólogo de guardia, y el órgano entre congresos lo tocan a veinticuatro manos todos los que ya perdieron sus cargos, cada cual con una partitura diferente, bien se entiende. Pero, con trabajo y afición, los analistas podemos reconstruir diferentes notas de Libertad, libertad, sin ira libertad, Marcial, tú eres el más grande, Somos novios de la muerte y Miralá, miralá, la puerta de Alcalá, junto a algunos fragmentos de lieder de Schumann y piezas sueltas de Mahler. Todo a la última, como cualquiera pueda observar.

En definitiva, todo consenso es imposible. Hace cuarenta años los que fusilaban y los fusilados se sentaron a hablar—lo que ya era sentar desiguales— pero se tragaron los sapos que fuera menester y, mal que bien, recosieron las tripas de lo que pudieron. Y el cuero de la piel de toro aguantó como pudo hasta hoy, con más parches que una colcha de patchwork y un look indecente, eso sí, pero aquello cubría las vergüenzas hasta cierto punto y algo de vino daba todavía el pellejo los días de fiesta.

Ahora, es del todo evidente que las costuras del odre revientan de nuevo, pero ya no es posible hablar, las diferencias ideológicas son irreductibles, mayores que entre Trotsky y Stalin y dirimidas finalmente a golpe de piolet. Porque a uno le gusta el fútbol, al otro el baloncesto y el tercero en discordia —nunca mejor dicho— es un ser atrabiliario que no es del Barça, ni del Madrid ni siquiera del Atleti o del Betis, es un  antisistema radical del... ¡Numancia de Soria! ¡Del Numancia!

¿Pero es que acaso se puede concebir algo más español que Numancia? Pues ni con todo y eso lograrán ponerse de acuerdo. Porque han ganado todos.

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sábado, 23 de enero de 2016

El asalto al vicecielo.

Les ‘descubren’ —y digo descubren entre comillas, porque nada había que ocultar—, a la CUP, a Podemos, y a ámbitos de la izquierda abertzale y a otras organizaciones de las que habitualmente califica nuestra muy libre y democrática prensa como de ‘extrema izquierda o izquierda radical’ un viaje pagado a Venezuela, a cuenta de los mejores fastos del régimen de aquel país y, de inmediato, un gigantesco coro de ‘lo institucional’ poco menos que insta a triturarlos por tal comportamiento, poniéndose de seguido a buscar desesperadamente en las leyes, tanto la legión mediática como el poder instituido mismo, el modo de lograr escarmiento para tan indigno proceder. El de irse a Venezuela a hablar, a escuchar y a regresar, finalizado todo ello.

Pero, hasta donde se me alcanza, creo que cualquier español puede ser invitado libremente a cualquier parte del mundo y con cualquier objeto, siempre que no sea con la finalidad demostrada de conculcar alguna ley, e igualmente cualquiera puede decidir aceptar o rechazar tales invitaciones. Y, de recibir cantidades en metálico durante tan gozosas visitas turísticas o de trabajo, estas se deben declarar, supongo, igualmente, y ahí terminan las obligaciones y empieza el placer sutil de ser recibidos por personajes como el señor Maduro o por esos otros dechados de virtudes democráticas como puedan ser el monarca de Arabia Saudí o el dictador kazajo, por ejemplo, y siendo de todos conocido que estos dos últimos no retribuyen los servicios que solicitan. La buena mayoría de nuestras instituciones los visita y frecuenta solo por el exclusivo placer de verlos y saludarlos.

Y, sin duda, existen muchos otros lugares donde el simétricamente especular y equivalente turismo institucional de maletín, escapulario, capilla portátil, mantilla, capote y reproducciones de la Alhambra o de la catedral de Santiago van y vienen sin cesar, al igual que el tráfico de frases hechas y discursos ad hoc para cada una de estas felicísimas circunstancias, en particular para señores empresarios y comisionistas, desde la endemoniada Rusia todavía soviética —según tantos—, pasando por el recíproco respeto con el que retribuimos el delicado hacer de la República Popular China para con sus minorías y disidentes, llegando hasta el Vaticano mismo, estado prístinamente democrático donde pueda haberlos y con el que tenemos establecido el más ejemplar de los acuerdos posibles, el Concordato. 

Quedarían excluidos tales placeres turísticos solo en el caso, supongo, de hallarnos en guerra con el país anfitrión o de haberse establecido contra tales visitas interdicciones de ley, por una razón u otra, como, por ejemplo, podría hoy ocurrir con Siria, a donde los ‘buenos’ ciudadanos sí pueden viajar a traficar con sus maletines, pero los malos, no, si lo que desean tales demonios es ir allí a entregar su peso en forma de carne de cañón para otras causas.

Sin embargo, y hasta el momento, creo que no le está prohibido a nadie viajar a Venezuela, a donde se puede ir libremente tanto desde el punto de vista de las autoridades españolas como de las venezolanas, al menos en la mayoría de los casos y habiendo cada cual de limitarse a cumplir los requisitos adecuados de trámites y documentación.

Pero no he escuchado en ninguna parte que ese otro tráfico y ese inacabable voy y vengo ‘institucional’ de altos cargos, tantas veces ‘invitados’ a parecidos ires y venires con exquisito trato garantizado, y siempre y mayoritariamente a países tan ejemplarmente democráticos como las monarquías petroleras y tantas y tantas otras dictaduras que por el mundo hay, y encabezando la nómina de viajeros empedernidos el mismísimo monarca anterior, Don Juan Carlos I y, del rey abajo, ministros, diputados, senadores, altos cargos, diplomáticos, comisionistas, conseguidores, agentes de agencias serísimas y agentes de agencias dudosas, aventureros, periodistas encargados del adecuado boato o del preceptivo silencio, empresarios de toda laya, ‘amiguitas’ (o ‘amiguitos’) incluso, y toda otra clase de ‘espabilados’ del corral patrio, sea tratado con la misma indignación y escrutado con lupa de los mismos aumentos.

Porque es el caso que de estos viajes esta más que acreditado que derivan continuamente comisiones ilegales, tratos ventajosos con uso de información privilegiada de carácter público para obtener con ello beneficio privado y otras decenas de figuras, sin duda contempladas por el derecho administrativo y criminal como punibles y muchas de ellas perseguibles de oficio, pero que, sin embargo, a nuestra siempre santa, buena y leal administración —y prensa— no solo se le da habitualmente una higa, sino que se ‘santifican’, so capa del siempre sagrado beneficio para la todavía más sagrada Marca España.

Por lo tanto, falta de cintura de don Pablo Iglesias y de los líderes de los ámbitos así acusados puesto que, recibidas dichas acusaciones mediáticas, pero sólo de palabra por la ‘administración’ y por causa de sus viajes y la posible ‘calderilla’ asociada a los mismos, no quedaría otra que contestar, mirando fijamente, por ejemplo, hacia un retrato de su majestad el rey emérito, hacia el intachable señor embajador de España, don Gustavo de Aristegui, o hacia el impecable lechuguino y diputado del PP, don Pedro Gómez de la Serna: nosotros todavía no tenemos una imputación de la fiscalía por razón de permanente gira turística y educativa. Otros, sí. ¿Cuál es el problema, entonces?

No me negarán que es pura falta de cintura el no contestar así cada vez que la situación lo demande.

Y, más aún. Ese Irangate en un vaso de gazpacho que, igualmente, se le quiere montar a Podemos y, más concretamente a su líder, Pablo Iglesias, por causa de la financiación por parte de un empresario iraní de su programa de Televisión por Internet, La Tuerka. Desconozco, evidentemente, si el empresario se limita a recoger unos beneficios con un negocio relativamente original, o si dicho empresario representa tan solo la larga mano de los ayatolás, pero, en cualquier caso, me causa, comparativamente, escasos problemas éticos.

Porque si lo que buscara esa supuesta larga mano de los ayatolás fuera un mejor trato en sus negocios petroleros, no sé yo bien si hayan acertado sus musulmanas santidades poniendo sus huevos en ese cesto, pero de lo que no me cabe duda es de que las comisiones por los negocios petroleros con la monarquía saudí y otras equivalentes, pero estas no hipotéticas, sino del todo reales —y nunca mejor dicho—, llevan aparejadas y efectivamente movidas, sólo en España, en cuarenta años, cifras que sin duda suman más que el PNB de algún año. Y con comisiones en proporción, legales e ilegales, evidentemente. Es decir, números que no se pueden poner aquí porque no da el ancho de pantalla y que han enriquecido a tantos, y en varios órdenes de magnitud por encima de esos 50.000 o 100.000 euros que haya podido meterse don Pablo Iglesias en el bolsillo, caso de ser así.

Y dinero este, el de su beneficio, obtenido trabajando —currándoselo en pantalla, para entendernos, a no ser que sea un sosias el que aparece en sus programas—, y ganando por ello y a tenor de las cifras que se mencionan y conocidas las tarifas del gremio, bastante menos dinero que cualquier estrella mediática de las que enseñan el culo como su mejor capital artístico o ético o largan sonrisas de dentífrico y nada más, y desde hace igualmente cuarenta años. Y, encima, don Pablo, manteniendo una altura más que respetable en dicha labor, más el regalo, tantas veces, de llevar a pensar y a reír a su audiencia y de hacer una TV sin duda mejor, más informativa, más seria y más original y moderna. En resumen, un verdadero delito.

Y, más falta de cintura, hoy mismo. Al señor Iglesias una periodista le afea el intentar lo que ella califica, como tantos otros zafios, como ‘pacto de perdedores’. Y no se le ocurre otra a don Pablo que, en lugar de contestarle adecuadamente, afearle su abrigo de pieles. Yo, sintiéndolo mucho, creo que llevar un abrigo de pieles todavía no es delito y no debiera serlo mientras exista un acuerdo, por ahora vigente, sobre la legalidad de las granjas de visones (o de pollos) y sobre otros usos a los que destinamos a los animales con los que compartimos el globo. Nosotros como reyes de la creación y ellos como piel de sofá o relleno de bocata. No, no me gustan los abrigos de pieles, ni los que tiran cabras de un campanario o alancean toros. Pero es que no era esa la cuestión en absoluto, porque además le proporcionó la intoxicada preguntante al señor Iglesias una ocasión perfecta para hacer didáctica democrática, que este desaprovechó miserablemente. 

Porque se podía haber rabatido muy bien el término —si es que algún ciudadano fuera corto de entendederas o estuviera más interesado en el ‘Marca‘ que en la actualidad política— mediante símil deportivo para así ayudarle a alcanzar, a alumbrar y comprender el concepto.

Y es que esa necia expresión de ‘pacto de perdedores’, en boca de toda la derecha institucional y mediática y esgrimida en todas las tertulias y ámbitos políticos como hallazgo intelectual y argumento de los de tener en cuenta, es sin embargo una vaciedad y una alteración y adulteración del sentido real de lo que es una democracia parlamentaria, que tengo que reconocer que me produce una irritación mayúscula cada vez que la oigo.

Y ahí va el argumentario por si alguna vez le valiera a alguno de los interpelados y agredidos para manejarse con la estúpida expresión y sin necesidad de tener que quedarse callados o salir por los cerros de Úbeda, que no se sabe qué es peor ni más triste.

Instituciones fundamentales del mundo y el pensamiento moderno, como el Campeonato Nacional de Liga, el Mundial de Automovilismo, una carrera ciclista o una competición por equipos, así como un recorrido de golf, por ejemplo, no premian ni dan el título a quien más victorias obtenga, sino a quien más puntos logra o a quien consiga meter las bolas en el agujero con menos intentos. De nada sirve meter la bolita en el gua tres veces de un solo tiro si, luego, en el resto de hoyos se suman más intentos que otro contrincante que no haya ganado en ningún hoyo del recorrido, pero que, perfectamente, puede ganar el torneo quedando segundo en todos ellos, dependiendo de los resultados de los demás contrincantes.

De igual manera, en las confrontaciones por equipos, de poco sirve que gane el participante de un equipo, si después, los de otro quedan segundo, tercero, cuarto... Sumados sus puntos, ganan la prueba, aunque no hayan sido del equipo del que se llama a sí mismo ganador, equivocadamente, pues no era ese el objeto de la competición. En automovilismo, lo mismo, y en el campeonato de liga, igual. No lo gana quien gana más partidos o carreras, lo gana quien suma más puntos al final. Y punto.

Pues bien, el Parlamento tiene un reglamento como el de un campeonato cualquiera, es decir, reglas, que especifican claramente que puede, pero no debe gobernar (o ganar, en el símil) quien haya ganado las elecciones por número de sufragios. Lo que cuenta es una suma de puntos, en este caso, escaños, suficiente y mayor que otra, sean quienes sean quienes libremente entren en los sumandos. Ese es el reglamento del juego y no es un invento local, lleva siglos así establecido, poco menos por todas partes y en todos aquellos tipos de sociedades que, hoy, se denominan democráticas.

En consecuencia, ganar no sirve de nada, porque ganar, lo que se dice ganar de verdad, es otra cosa. Ganar consiste en que, cuando no se suma por parte de un partido lo suficiente, tratar de hacerlo en compañía de otros. Y lo que cabe preguntarse es: ¿pero tan difícil es de entender este concepto por sus señorías y parte de nuestros gobernantes y prensa, expertos y buenos conocedores de todo ello, cuando hasta gobiernos ha habido que han caído por una moción de censura, es decir, un mecanismo legalmente establecido precisamente para, en medio de una legislatura, ver si las sumas de partes siguen siendo las que eran o son otras? Porque si no lo son, se hace caer un gobierno como igualmente si la suma no es suficiente, como es hoy el caso, no se puede establecer uno. Y no hay más.

Y me sigo preguntando: ¿pero de verdad el señor Iglesias, profesor de ciencias políticas, no pudo utilizar tan obvio argumento en lugar de afearle el abrigo de pieles a la moza de micrófono que le interpeló con la zafia pregunta?

Pero, en cambio, donde sí ha dado un golpe de cintura Podemos, y un golpe suficiente como para hacer que se difumine todo lo anterior, ha sido, hoy mismo también, con su propuesta y con su enésima pirueta, esta vez, triple mortal, con caída perfecta. Tanto, que ha llevado a Rajoy a tirar la toalla. El búho del plasma ya no quiere, ni puede ni se atreve a salir en la foto, menos todavía a pasar por una investidura que sería peor que una moción de censura, derrotada antes de siquiera empezar.

Órdago a la grande al PSOE, penetración hasta la cocina, no, hasta el dormitorio y desenmascaramiento final de las posiciones, de la propia, evidentemente, pero, en consecuencia, igualmente de las ajenas. O juntos o nada, y si no, id con el PP y Ciudadanos de una puñetera vez, ateneos a las consecuencias y esperad a ver qué dicen vuestros votantes.

Y esta vez, sí que el PSOE no tiene ya otra que decidir su posición. O se deja querer por el PP, o acepta el órdago de Podemos. Y de cualquiera de las dos decisiones saldrá un PSOE por completo distinto. Uno que pueda seguir utilizando su nombre con relativo orgullo u otro que se dirija a su lenta laminación.

Pero no es órdago solo, evidentemente, a Pedro Sánchez, sino a todo el PSOE que, o se descompone definitivamente o tiene que contestar todos a una, cuando esto es, también obviamente, lo único que no querían y malamente sabrían hacer. Y órdago, de paso, también a Ciudadanos. ¿No hablábais de cambio vosotros también? Pues ahí lo tenéis. Tomadlo o dejadlo. Negadlo y quedaos mirando o participad en él. Sed partido de cambio o pajes de un Rajoy derrotado. Vosotros mismos. Menuda papeleta...

Y entonces, cómo no, otra vez la caverna mediática e institucional.  ¡Qué osadía, proponerse de vicepresidente del gobierno! ¡Y con toda la plana mayor en el carro! ¡Sólo es amor al cargo! ¡Igual que todos!

Porque los demás, no, los demás no aspiran a sus presidencias ni vicepresidencias, ni a ministros, ni a cargos ni al poder. Los demás van solo por amor al pueblo. Ternura y sana risa da casi recordar aquel desafío después del 15M, con aquella chulería estulta del: —Que se presenten a las elecciones— Pues ahí los tienen, robándoles la cartera, no, las carteras. Democráticamente.

¿Porque, además, de qué tendría que postularse el señor Iglesias, una vez que admite y plantea un gobierno de coalición? ¿De botones, de macero? Y los suyos ¿de vicesecretario general técnico? Porque le otorga al PSOE con su cambio de postura el sin duda modesto premio de la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez que, vaya, tampoco es silla de cocina, y a su partido un certificado de supervivencia para una temporada.

Pero que esto al PSOE, o a parte de él, le pueda sentar y le siente, como ya se han apresurado a decir, como si le pisaran un callo, no es consecuencia sino de la esquizofrenia de esa formación, pero de ello no tiene culpa en absoluto el señor Iglesias, cuyos principales beneficios en estos años han venido precisamente de eso, de la dejación por parte del PSOE de su papel y obligaciones éticas y, desde luego, ideológicas, y del apartamiento del partido con respecto a sus votantes, que no al contrario. Tanto apartamiento y tan notorio, que sus votantes se han tenido que ir a otro partido, en su mayoría al del señor Iglesias.

Así que, si ahora Iglesias les ofrece algo de árnica, en parte envenenada, sin duda, y reintegra esos votantes rebotados para una gobernación en común —por lo demás, hipotética y sometida al permiso de terceros—, será decisión de ellos el aceptar o rechazar la colaboración o la aventura y, en este segundo caso, la alternativa y las posibles consecuencias de no aceptarla, que conocen de sobra. Pero lo que no cabe en cabeza humana es ese coro de: ¡qué desfachatez, la vicepresidencia!


Pues claro, desfachatez... La del asalto al vicecielo, vicebobos. Y una buena exhibición de cintura. Que ya era hora.

miércoles, 6 de enero de 2016

Ya vienen los Reyes Magos caminito del Belén, ole, olé, oléeee…. cargaditos de carbón.

La situación política en España gira estos días en torno a la decisión del PSOE con respecto al futuro de los pactos a establecer o no con unos u otros partidos para alcanzar alguna posibilidad de que se forme un gobierno sin necesidad de acudir a nuevas elecciones.

Pero la posibilidad de pactos parece remota, o tal es la figura que se nos pretende vender. Y a día de hoy la situación es que el PSOE como tal parece remar en dirección opuesta a la de su líder, lo cual no es poca contradicción. Cierto es que las contradicciones en el PSOE no son precisamente novedad, pero ya van alcanzando unas dimensiones que parecen las propias de un sainete, como ya hasta ellos mismos admiten. Y su líder, una figura de escaso peso, si comparada con cualquiera de los líderes anteriores del socialismo español, tiene ahora tres opciones a considerar.

Una, tratar de formar un gobierno que él lidere pactándolo con la casi totalidad del espectro político, a excepción de PP y Ciudadanos. Es una carambola casi imposible, requiere una finura de cintura que no se le ve por ninguna parte, ni siquiera está considerada como del todo aconsejable por su propio partido y, en el remoto caso de darse, nacería con la casi seguridad de un rápido fallecimiento. Bastaría que cualquiera de las fuerzas de las demasiadas que tendrían que formalizar el acuerdo se echara atrás por cualquier cuestión de su interés particular o local para que el recién nacido resultara inviable, seguramente en escasos meses.

La segunda opción, referida al PP, la de morir matando –tú no puedes formar gobierno y yo tampoco, vayamos pues a nuevas elecciones–, es para el PSOE la casi seguridad de una muerte súbita. En este caso, su líder cambiaría su lejana opción al sillón de terciopelo de la presidencia de la nación por la segura silla de tijera en la última fila de los mítines de pueblo a los que le dejaran entrar, que está por ver si habría algunos.

Y si bien quitarlo de en medio así, impidiéndole incluso presentarse de nuevo y consensuando o eligiendo otro candidato, seguramente Susana Díaz, sería la opción preferida de más de medio PSOE, tampoco se diría que le sirviera de gran cosa al partido, pues la andaluza quedaría por ver si resultara un líder claro, dado que no apunta ningún discurso sólido, novedoso, ilusionante y mejor adaptado a los tiempos, así como tampoco se vislumbra una estrategia alternativa de partido diferente a su actual y estremecedora falta de estrategia. Y tampoco la táctica del cambio de pieza, alfil por caballo, aparentaría cambiar gran cosa en el tablero a corto plazo. Es el problema de la vejez, en este caso de las ideas, o del fallecimiento de las mismas, ni te da nadie más crédito ni te queda tiempo. Tu electorado se fosiliza y a los jóvenes les pareces un carroza, perdón un viejuno, para ceñirme a mejores definiciones de la modernidad. Pésimo asunto. Oscuro futuro.

Y existe buena seguridad de muerte súbita en unas próximas elecciones a cinco meses vista, porque el magma del espectro político se sigue moviendo en sentidos que cualquiera de ellos, de repetirse las elecciones en unos meses, redundarán en peores opciones para el PSOE.

En primer lugar, porque es de imaginarse que el PP recuperará de Ciudadanos parte de sus perdidos votantes, ya que la situación en la derecha no es la misma que en la izquierda. La división en la izquierda es a dos mitades, el PSOE y el resto de ella. En la derecha, en cambio, la división es a un tercio dos tercios o, más bien, un cuarto a tres cuartos, lo cual por fuerza estimulará el ‘voto útil’ en dirección al más poderoso y porque, además, el principal factor de detracción de voto dentro de la derecha ha quedado bien claro que no es la corrupción, sino la pobreza y el paro. Y cualquier nuevo resultado con el que PP y Ciudadanos sumaran ocho o diez diputados más de los actuales acabaría con toda especulación. Gobernarían juntos, y punto.

Y es que la corrupción importa solo secundariamente en los partidos de derechas, que nunca han dejado de ser lo que siempre han sido, emanaciones de la cleptocracia subvencionadas por ella misma, y esto es lo que hay y poco más. Pasa a ser algo que les preocupa nada más que a efectos electorales cuando se dan circunstancias sociales, como la crisis, que la estigmatizan algo más, pero apenas las crisis se estabilizan mínimamente puede más el señuelo del dinero rápido que cualquier otra consideración. Los mecanismos de succión y desvío de los caudales públicos están siempre perfectamente engrasados y se ponen a funcionar a pleno rendimiento apenas se da la más mínima circunstancia favorable. Esta es el alma –y la responsabilidad– de sus votantes, el que la corrupción les importe bien poco, y eso no tendrá arreglo, de tenerlo alguna vez, más que a varias generaciones vista o cuando nos gobierne un holandés o un sueco.

Y si bien la corrupción —por dejar una boutade y reírse un poco de las palabras de moda y de lo que ‘es tendencia’— es la única y verdadera transversalidad que recorre e ‘informa los principios fundamentales’ –como decía el franquismo– del espectro político en lo que atañe a la verdadera vida privada de los aparatos de los partidos, lo cierto es que los votantes de izquierda y derecha sí muestran notables diferentes sensibilidades al respecto. Pero, según se modere la crisis y se alcance algún viso de normalidad económica, esos votantes de derechas volverán a su redil y, guste o no, seguirán rondando el totalizar media España, poco más o menos. Es decir, como siempre.

En segundo lugar, y continuando por el suicidio por la vía rápida, la diferencia que ha obtenido el PSOE en votos con respecto de Podemos y sus submarcas ha sido de trescientas mil papeletas, pero, si solo la mitad de los votantes de Unidad Popular, Izquierda Unida o el nombre que lleve esta semana la formación de izquierdas, y visto de lo que les ha servido el voto —gracias en buena parte a nuestra infame ley electoral—, se pasara a Podemos, lo cual parece casi el único desarrollo posible, ya Podemos superaría al PSOE en votantes. Y no digamos si, además, como también parece más que aventurable, dicha izquierda, decidiera confluir con armas y bagajes hacia Podemos y presentar una candidatura unificada. Serían un millón largo de votos más, y todo ello, sin restarle ni uno al PSOE.

Pero es que, además, el propio PSOE, que más parece hoy un organismo en descomposición que cualquier otra cosa —por culpas internas, sin duda, pues con semejante jaula de grillos poca responsabilidad sobre su propia ruina van a poderle achacar a méritos ajenos— es un partido que, al haber abdicado de los mínimos planteamientos ideológicos necesarios para poder llamarse siquiera un partido de izquierda moderada o socialdemócrata, lo que de hecho está haciendo es despedir y centrifugar en inacabable goteo a sus propios votantes, lo que viene ocurriendo desde el inicio de la crisis, es decir, dos legislaturas.

Y estos votantes centrifugados irán donde mejor les parezca, pero más probable ciertamente parecerá el que se dirijan en cierto número hacia Podemos que no hacia Ciudadanos, que ya ha dejado suficientemente claro que es poco más que la marca blanca del PP y que a la primera oportunidad que se les ha presentado han acudido a su rescate.

Todo lo cual, intentando verlo desde la propia división interna del PSOE, les llevará a poder plantearse también la tercera opción, la del pacto a tres con Ciudadanos y PP, vía que, por más que explícitamente descartada con declaraciones diarias y altisonantes por la actual ejecutiva, no puede dejar de contemplarse como una posibilidad para nada de política ficción. De hecho, la propugna nada menos que Felipe González, del que podrá decirse todo lo malo o bueno que se desee, pero al que no se le pueden negar ni el peso ni el poso histórico que representa, como tampoco su olfato político.

Pues una cosa es que mucha gente de izquierda, más o menos moderada, quiera contemplar al partido socialista como lo que desearía que fuera, y otra negar la realidad de que ha sido y muy bien puede seguir siendo, un nido de contradicciones y una estructura de poder mucho más basada en el oportunismo que en la que dice ser su ideología. Y esto es tan cierto como la afirmación anterior de que al PP la corrupción le importa bien poco y sólo le causa algún quebradero de cabeza a efectos tácticos y tal vez prácticos, pero jamás estratégicos o ideológicos.

Máxime cuando, aún resultando esta opción, obviamente, la vía de la más insoportable indecencia para muchos de sus votantes y algunos de sus dirigentes, no se puede negar que les pueda traer sustanciosas ventajas, siquiera momentáneas. La primera y fundamental que retrasaría el que el PSOE pasara a ser la tercera fuerza política –o quien sabe si la cuarta– hasta dentro de una legislatura, es decir, cuatro años, cuando eso es lo que muy probablemente le ocurriría si se fuera a elecciones dentro de seis meses. Y eso, visto y medido desde el aparato de un partido, tiene que tener su buen peso y da sin duda para dedicarle más de un pensamiento.

Por lo demás, justificar semejante paso tampoco les costaría un gran esfuerzo de imaginación –o reiteración–. Tras haber sido capaces de pactar con el PP la reforma de la Constitución en 48 horas y en un sentido que, por más que se esfuercen en llenarse la boca de locuciones como sentido de estado, defensa frente al rescate, viabilidad económica, marca España, necesaria gobernabilidad, estado de necesidad y otros etcéteras –o zarandajas– para encubrir la más espantosa exhibición de dejación ideológica y ética de la que han sido capaces, pero no ciertamente la única, no me parece que, apelando a parecidos términos, más a la siempre disponible y rumbosa de la ‘inmarcesible unidad de la patria’, tan en boga ahora mismo como en el año 1887, 1948 o 1972, acaben justificando encantados el no imposible hecho de dirigirse al altar con la más fea. Y tan contentos, o siquiera a mal tiempo, buena cara.

Y ahí, entonces, tendríamos de nuevo la opción de un sillón de terciopelo para el bueno de su secretario general, esta vez el de la vicepresidencia, que tampoco es un asco de asiento, más el de algunos ministros y el señuelo de que entonces sí, ¡vaya por Dios!, se podría cambiar la Constitución, como ya se ha apresurado a ofrecer Mariano Rajoy. Aunque en cuál sentido y con semejantes parejas de baile para el PSOE, don Mariano y don Albert, vaya nadie a saberlo, pero poca duda podrá caber de que se sustanciaría en un circense cambio cosmético y en exclusivo sentido lampedusiano. Es decir, en exquisita agua de borrajas.

Y lo que quedaría entonces por ver, en efecto, es si de verdad tal decisión resultaría o no en un suicidio en diferido, a modo de simulación, como tantos están dispuestos a jurar a pies juntillas, o si, a la larga, la jugada igual les cuadrara medianamente bien. Porque entonces, salvo nueva y renovada crisis, los de Podemos, los de IU y tantos nacionalistas... no pasarán. Y... ¿a alguien se le ocurre que se le pudiera ofrecer algo mejor al PSOE? Pues a mí, no. Así que no pondría la mano en el fuego por que queden libres de tentación ni por que la sombra del espectro de González, sumada a tantas otras negras sombras, todas apuntando al mismo ángulo y todas tapando la luz, como es la esencia de las sombras, no fueran muy, muy, muy alargadas.

Y aun más, tampoco la pondría por que, si algo evitara tal tentación, no fuera ello para nada la –digamos– indecencia en sí de lo postulado, ni el previsible chaparrón de críticas a recibir por el resto de la izquierda española y el nacionalismo, sino la propia pelea de perros existente dentro de la organización que, si mal vería a un Pedro Sánchez de presidente, pero al que mal que bien habría que seguir de algún modo, igualmente se vería teniendo que defenderlo y seguirlo en el caso de que el pacto –y su vicepresidencia– se hiciera efectivo. Y esta última parte es la que realmente no veo que sean capaces de pactar entre sí y el único resquicio que, tal vez, nos salve de la pinza.

Porque, de haber ahora mismo un líder eficaz y efectivo en el PSOE, poco dudo, en razón de todo lo expuesto, de que el pacto tripartito con la derecha ya estaría atándose bien atado, a fin de cuentas una muerte pospuesta a cuatro años plazo parece bastante mejor remedio que una muerte súbita. Y si el recambio para unas futuras elecciones anticipadas y de resultado más que incierto fuera doña Susana Díaz, como se vislumbra, no sé muy bien cuánta sería la ganancia, queriendo mirar el asunto desde la perspectiva de los de dentro, del aparato, en fin, y de los intereses de unos pocos, que no de los de todos, pero que son quienes detentan el poder bipartito, de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas, desde la transición.

Así que, entre decidir aceptar el seguro alto riesgo de quedar todavía peor de lo que ya se está frente a la alternativa de taparse –una vez más– la nariz y contentarse con lo que hay, no celebrar nuevas elecciones y pactar con el diablo, aceptando la tentación de ‘toma el poder y corre’, no todo el poder, por supuesto, y poder vicario y segundón, pero poder, bien puede ser una realidad que interese a unos y otros, cada cual para mantener lo que le queda de parcela.

Y el que el común tengamos que esperar otra legislatura, o dos o cuatro, para empezar a creer y ver que algo vaya a cambiar, no será ciertamente lo que suma en el desconsuelo a quienes bien poca intención de cambiar se les vislumbra y cuando los cambios que buena parte de la sociedad les demanda pasan, en primer lugar, por perjudicarse a sí mismos. Bien al contrario, esta situación les ofrece todavía la oportunidad de no seguir cambiando otro buen plazo. ¿Y qué otra cosa mejor podrían desear ellos mismos y el IBEX y el sacrosanto mercado cleptócrata que los subvenciona y sostiene, y hasta la santa y católica y romana y apostólica Iglesia?

Y tan tranquilo como resignado que me quedo con la hipótesis, pues, porque si aquí se pueden engañar o equivocar de medio a medio el CNI, el INE, las casas privadas de sondeos, los centros de estudios de los partidos, los ‘analistas’ y tertulianos, los ‘expertos’, las fundaciones bancarias, la burguesía catalana que pone a empollar sus huevos, ¡oh mirabilia!, en los nidos de ERC y de las asambleas anticapitalistas, y el FMI, el Banco Mundial, las incalificables empresas de calificación y las inauditas compañías de auditorías entre amiguetes, así como el sursum corda, por supuesto, venga nadie a decirme a mí nada, que sólo me limito a expresar lo que piensa mi teclado, organismo autónomo, mal informado y sin financiación pública donde los haya.

Así que, igual bien mirado y a quien menos se esperaba, los Reyes Magos les vayan a traer, para variar, su oro, su incienso y su mirra. Y arrieritos somos, Pablo.

Pues como toda la vida Vean si no.


Ya vienen los Reyes magos
Ya vienen los Reyes magos
al nidito de Belén
Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

Cargaditos de juguetes
cargaditos de juguetes
para el Niño de Belén

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

La Virgen va caminando
La Virgen va caminando
caminito de Belén

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

Como el camino es tan largo
Como el camino es tan largo
pide el niño de beber

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

No pidas agua, mi vida
No pidas agua, mi vida
No pidas agua, mi bien

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve

Que los ríos vienen turbios
Que los ríos vienen turbios
y no se puede beber

Olé, olé, Holanda, y olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve.

martes, 1 de diciembre de 2015

Terrorismo. Ni miedo, ni guerra.

Yo no le tengo miedo al terrorismo. Seré un insensato, me dirán algunos. Pero trataré de razonarlo.

Porque he vivido con él, como cualquiera en España, los últimos cuarenta y cinco años, y tengo sesenta y uno. Es, por lo tanto, el paisaje de fondo de mi vida, como la de tantos. Y esto por no hablar de terrorismos anteriores, amorosamente cobijados bajo otros nombres. Pero aquí sigo, como casi todo el mundo. Menos los mil trescientos muertos que no siguen porque el terrorismo se los llevó, el de estado incluido, que escasos sumó, cierto es, pero que tampoco escatimó poner su granito de arena.

Y no contaré los heridos, ni los daños colaterales porque, por fortuna, no tengo que hacer un informe de infamias, como Sábato. Y aunque haya cosas para las que da vergüenza coger la calculadora, salen 29 muertos al año, con desprecio de decimales, porque el ser humano no es divisible en partes, salvo que uno sea un terrorista, precisamente.

Meses hubo en España en que se salía a cadáver diario. Era odioso, era insufrible, era una iniquidad. Y una vergüenza. Y una pesadilla. Pero a nadie se le ocurrió mandar los bombarderos a Euskadi a reventar caseríos, ni siquiera a aquellos donde se sabía a ciencia cierta que sus vecinos brindaban por cada muerto.

No, no se les ocurrió ni a los mandos franquistas mismos. Y tampoco, por cierto, se mandaban las apisonadoras a derribarlos como era y es práctica frecuente en Israel, en Siria y en otros no pocos lugares, donde no sólo rige el romano vae victis para los culpables y responsables, sino para enteras comunidades pero en las cuales, sin ningún género de dudas, el número de inocentes supera con creces al de los culpables cobijados a su amparo.

Y cuando las cosas pintaban más duras se acudía al estado de excepción, y entonces las garantías del ‘Fuero de los españoles’ y, más tarde, las constitucionales —ya incluso sin estados de excepción— se contemplaban con generosa manga ancha, qué menos cabría decir, pero tampoco se anduvo sacando gente de las casas y fusilándola a sus puertas más que en contadísimas ocasiones, absolutamente reprobadas, por lo demás, y acabando por causa de ello incluso un ministro en prisión. Y menos aun se arrasaban o despoblaban territorios.

Y, con todo el sufrimiento habido, que no fue poco, fue y es un largo leit motiv el que emprendió la clase política española y, tras ella, los media y la sociedad en general, buscando dejar claro que los terroristas no eran ‘los vascos’ como comunidad y generalidad, sino algunos de ellos como particularidades.

Lo cual podía parecer, sin duda, y con los muertos siempre todavía calientes, un largo ‘paripé’ más de esos a los que son tan aficionados los políticos —o ingenuo buenismo, como ahora algunos de ellos califican a la simple humanidad—, pero, en este caso, no era un paripé y no lo es, sino, muy por el contrario, esa obviedad que constituye la primera e imprescindible enseñanza y el principal ejercicio que la democracia se exige y que exige para saber discriminar el grano de la paja, y actuar en consecuencia. Y no está precisamente nada de más observarlo y tenerlo en cuenta en este momento.

Además, a quienes durante todos estos años nunca han cesado de decir e instar a que el ejército –obviamente con sus modos, medios y métodos militares– se involucrara en la lucha contra el terrorismo, siempre se les ha contemplado, y lo mismo en las altas instancias como en el terruño de las tabernas, como lo que realmente eran, muy pocos y muy insensatos. Y a aquellos que finalmente, so capa de acabar con el terrorismo, se sublevaron el 23-F, los juzgó el pueblo con la mayor manifestación recordada en España y después los juzgó la justicia. Justicia blanda y mediatizada, no puede negarse, pero seguramente la única posible en aquel entonces y, en cualquier caso, justicia a fin de cuentas.

Y podrán decirse de España multitud de cosas malas, y pueden y deben hacérsele críticas justificadas al respecto de muchísimos asuntos, pero no hay razón para no destacar sus virtudes y sus éxitos cuando se dan. Y siendo cierto que hubo incluso un presidente megalómano, insensato y de escasas entendederas que se permitió el lujo —unilateralmente y sin consultar— de enviar a España a una guerra en la que no se le había perdido nada, cierto es también que cosechó un prodigioso 92% de opiniones en contra, consenso jamás alcanzado en el país respecto de ningún asunto, y que su cerrilidad en este y otros aspectos lo llevaron a perder unas elecciones que tenía ganadas. 

Sabia lección que no le conviene a nadie olvidar. Y otra lección también, por cierto, aquí muy bien aprendida la de que al igual que los vascos en conjunto no eran terroristas, los musulmanes tampoco lo son. Ni los budistas, ni los chechenos, ni los pieles rojas. No se es terrorista por etnia, raza o religión, se es por elección personal de cada cual. Y eso en España lo sabemos discriminar muy bien porque no nos quedó otra que estudiarlo con letras que nos entraron con sangre. Por eso aquí prenden y prenderán mal por largo tiempo milongas del estilo ‘del eje del mal’

Pero no cabe duda de que, con referencia al terrorismo, una larga batalla se ganó al saber obrar con bastante mesura y buena cabeza. Y, al margen de la desdicha en sí de los muertos padecidos, no cabe negar que dicha lucha supuso, además, como lo sigue suponiendo, un constante incordio para quienes nada tienen que ver con el asunto y un desasosiego y una incomodidad permanentes: libertades restringidas, zonas vedadas, movimientos controlados, desconfianza pública, presencia policial masiva e intimidante, maquinaria de seguridad por doquier, esos castigos de los arcos detectores, de los escáneres, del tener que enseñar los bolsillos y el refajo a cada esquina y en cada edificio público al que se acceda, y los registros, los viajes que deben realizarse en calidad de sospechosos —por no decir de presidiarios, sin un cortaplumas, sin un cordel, sin una botella—... y no como ciudadanos titulares de derechos, pero permanentemente escrutados por el ojo infrahumano, indescansable y vigilante del gran hermano que cada día abarca más. Todo ello, un pesadísimo peaje con un elevado coste económico y para una sociedad en su gigantesca mayoría no culpable de absolutamente nada.

Y todo este despliegue, asimismo, con sus leyes ad hoc, todas y cada una de las cuales supusieron y seguirán suponiendo un menoscabo de las libertades fundamentales de las personas. Y no lo desconoce nadie, porque los nombres populares y castizos para cada ‘mejora’ bien sonoros resultan: la ley de la patada en la puerta, la ley mordaza, la ley, si es que la hay, que permite esas cuchillas en las vallas que ‘nos protegen’, o la obligación de ir siempre con el DNI entre los dientes para salir a comprar unas patatas, darse un chapuzón en la playa o para dejar la basura en el cubo de la calle.

Este es el pesado peaje. ¿Lo recibido a cambio? La victoria contra el terrorismo de ETA y la contención del terrorismo islámico —hablo de España — hasta términos llamémoslos ‘soportables’. Y a un precio caro, bien caro, sin duda, pero a un precio mantenido, hasta cierto punto, dentro de una cierta cordura y de un respeto cicatero, pero respeto, a la mayoría de los derechos humanos y sin tener que reventar en exceso las costuras del corsé constitucional.

Pero, tampoco sobra decirlo, las medidas coercitivas no fueron lo único que funcionó con respecto a la manera de enfrentar el terrorismo etarra. Desde entrados los años 90, hubo una clara voluntad de dialogar entre las partes enfrentadas, y se hizo, se empezó a dialogar. No hubiera funcionado el diálogo solo, parece evidente, sin la presión policial, pero también debe apuntarse que en los 25 años anteriores de solo presión policial se avanzó menos que en diez de conversaciones. Y lo mismo puede decirse, paralelamente en el tiempo, de la situación en el Reino Unido e Irlanda con el IRA.

Hoy, sin embargo, entramos en el debate de establecer la hipótesis de si los doscientos muertos habidos por atentados islamistas en España en veinte años –diez al año– serán menos o se reducirán a cero en los próximos veinte, acudiendo al remedio de enviar bombarderos 'adonde nos digan’, literalmente, o de enviar tropas de a pie a los mismos arenales. Y, naturalmente, de si mantendremos o no las bajas propias por debajo de esos números para que nadie pudiera quedar inducido a decir, con toda la razón, que tal cosa viniera a resultar en hacer un pan como unas hostias.

Por lo tanto, mal se enfocará el asunto si lo que hoy se pretende establecer es que el frente está ‘allí’ cuando las bombas nos las ponen ‘aquí’ —entendiendo por ‘aquí’ a ‘Occidente’ de una manera amplia—, con medios adquiridos aquí, por personal de aquí, las más de las veces aquí nacido y criado y, eso sí, adoctrinado desde los presupuestos ideológicos de ese ‘allí’, pero que vuelan por Internet y las redes sociales con la misma o mayor facilidad que una paloma mensajera sobrevuela campos, fronteras y prohibiciones.

Si, además, estos enemigos con los que se está en ‘guerra’, no explotan nuestros recursos, no dictan nuestras leyes, no ocupan nuestras instalaciones, no invaden nuestros territorios y no tienen medios militares con los cuales allegársenos y todo lo que puede achacárseles, al menos en lo que afecta a España y al llamado ‘Califato’ del ISIS o del DAESH, es el teleadoctrinar a puñados de militantes que esperan la ocasión de coger un Kalashnikov o unas granadas para inmolarse llevándose por delante a todo el que puedan, hablar propiamente de ‘guerra’ se antoja un tanto fuera de lugar.

Intervenir allí Occidente, por otro lado, siempre según su supuesto interés y ‘por nuestro bien’, pero saliendo sistemáticamente escaldado todo el que lo intenta, es una práctica que en la era contemporánea la inauguró Napoleón, fracasando, y que después todas las grandes potencias siguieron con los mismos resultados.

La Inglaterra Imperial, las potencias al filo de la Primera Guerra Mundial, la Rusia Soviética y el Gran Gendarme USA se han estrellado sucesivamente en los mismos lugares, con tropas de tierra, con bombarderos y con cualquier medio militar empleado. Ahora, Francia reintenta la hazaña, Alemania dice aportar algún apoyo, los británicos se lo piensan, los Estados Unidos siguen con su vieja, cansina y siempre inútil rutina de misiles y bombas y al resto se nos invitará a aportar unos aviones, a resignarnos a perder de vez en cuando uno y a tener que ver a algún piloto o a un rezagado abrasado en una jaula o crucificado, según la creatividad local para cada ocasión.

Debe añadirse a todo ello que los éxitos españoles en las guerras de terceros a las que se ha acudido son inexistentes, siendo los únicos hechos relevantes a detallar la consecución de las mínimas bajas propias y la instrucción de ejércitos o milicias locales para la mejor prosecución de sus querellas internas con su propio personal. Querellas la mayor parte de las cuales son de índole religiosa o disfrazadas de ello, y de las que, obviamente, lo único que cabe decir es que no las comprendemos y no las comprenderemos, y que, además, le importan al común un solemnísimo bledo, excepción hecha de aquellos flecos de las mismas que en algo pudieran atañernos, pero de las que igualmente bien se sabe que nada se puede hacer con ellas.

Por el contrario, los éxitos españoles en la lucha antiterrorista son claros. La eficacia policial siempre ha sido elevada porque, por nuestras desdichadas circunstancias, contamos con la ejecutoria más larga y el mejor know-how de Occidente al respecto, con la población más acostumbrada a las molestias, renuncias y excepciones que esta lucha requiere y, porque, en lo fundamental, ha sido una batalla ganada.

Y los generales que ganan batallas tienen todo el derecho a ilustrar a aquellos que, de continuo, las pierden. Podrá molestar a un político o un general francés, holandés o estadounidense que un general, o un experto o un político español les vayan a explicar la metodología al respecto, pero es lo que hay y hemos demostrado saber hacerlo. Por lo tanto, no es fácil ver cuáles artes de convencimiento se puedan emplear para hacernos ver que una vía, tantas veces fracasada, resulte ahora la elegida para enfrentar el problema en lugar de tratar de emplear la nuestra, hasta hoy relativamente bendecida por el éxito.

Y ese triste espectáculo de Bélgica con el cartel de ‘Cerrado por miedo’ aquí nunca se ha dado y cabría añadir que seguramente no vaya a darse. Aquí, a lo sumo, se ha cerrado —una jornada— por indignación, y a los hechos terroristas más repugnantes y odiosos se ha contestado con manifestaciones masivas y gigantescas, que nadie soñó prohibir, por cierto, y con una serenidad y una disciplina de ánimo ejemplares, serenidad que incluye, entre otras cosas, y expresándolo en el mejor román paladino posible, el no decir y el no hacer gilipolleces.

Y cerrar la capital de Europa lo es, además de una vergüenza, una claudicación y una simple desmesura. Amén de una cobardía. Es, en sustancia, no saberlo hacer, demostrar que no se ha entendido nada del problema, darle media partida ganada al oponente y dejarle claro lo peor de todo, que se le tiene más miedo del que merece y que puede bailarnos a su antojo. Y el miedo, es obvio, es del todo legítimo tenerlo, pero es un sentimiento íntimo y personal que cada cual debe gestionar como mejor sepa, pero demostrarlo como sociedad y actuar solo en función del mismo es una verdadera catástrofe pública que no puede redundar en otra cosa que en pasar una pesada factura social, democrática y política.

Y la otra alternativa hoy barajada, la militar, no ha alcanzado históricamente ningún logro y la ejecutoria de estas intervenciones, siempre para nada, sólo se resume en el haber padecido un número de bajas propias más que disuasorio y otro espeluznante de ajenas. Y doblemente espeluznante, porque esas bajas ajenas lo son en su largo 99% de puros y simples inocentes, de población civil. Cada vez que bombardeamos un hospital, un colegio o una mezquita por error —y no digamos ya si no fuera por error—, cualquier legitimidad que pudiera invocarse se pierde prácticamente para siempre y se le proporcionan alas adicionales para responder a los quintacolumnistas que albergamos dentro de nuestras propias sociedades.

Por lo tanto, la solución, al menos en España, nosotros ya la conocemos. Y es una solución matizada, compleja y mezclada, además de muy larga. Por un lado, es una solución policial, con sus incomodidades, y en la que hay que saber aquilatar presión represora y respeto democrático, vigilancia, control de armas y de entradas y salidas, control del medio, servicios de infiltración e inteligencia, vigilancia y supervisión judicial, con sometimiento escrupuloso de las fuerzas a la ley, pero con la presencia disuasoria o ejecutiva de dicha fuerza cuando sea necesaria y en los lugares y circunstancias necesarios. Pero todo exquisitamente medido, sin causar más problemas de los que se pretende eliminar y con los derechos constitucionales como límite insoslayable para toda acción.

Y la otra parte de la mezcla de la solución es social y política e incluye necesariamente el involucrar en el control de la violencia y en el juego democrático a las propias minorías musulmanas, víctimas principales, después de los asesinados, de los comportamientos de algunos de sus miembros. Hay que instarlas a participar en la toma y en el ejercicio de sus responsabilidades políticas, ciudadanas y económicas, y no sólo religiosas, de lo que en toda comunidad humana no derivan sino beneficios, porque al tiempo mismo que estas comunidades se articulan y se interrelacionan con otras, no solo para reclamar su trato diferencial, sino para disfrutar de las libertades y los beneficios comunes, el enriquecimiento social se produce automáticamente, casi por construcción, podría decirse.

Establecer o excluir por anticipado que tales logros no pueden alcanzarse con determinadas minorías, en particular las musulmanas —un discurso que no deja de oírse permanentemente— pero sin haberlo intentado antes, no habla de buenas políticas, ni de inteligencia del poder ni de capacidad didáctica en lo social y lo cívico.

Los estados tendrían que hacer propaganda de los muchos bienes cívicos que proporcionan, no sólo de los subsidios, tal como las confesiones religiosas hacen de sus bienes espirituales, porque si no, las partes peor informadas y desfavorecidas de cada minoría llegan al estado absurdo de ignorar que lo positivo de las sociedades laicas a las que han venido a vivir por su propia voluntad, no solo les viene por el lado de su libre pertenencia a su confesionalidad, que nadie les discute, sino que procede en su mayor parte de otra estructura enorme y efectiva que se llama sociedad o estado que, en última instancia, da siempre más de lo que quita a quien quiera entenderse con ella.

Así, una sociedad en paz, que se ha abierto al diálogo, a la escucha, al intento de comprensión de lo ajeno y a la discusión sin limitaciones, desde una propuesta de no violencia, como podría hoy decirse de la sociedad vasca, es una sociedad más justa, más rica, donde se escuchan y siguen unas y otras voces sin llegar a las manos y donde la ciudadanía, con la caída de la tensión, alcanza una mayor libertad y prosperidad, con independencia de su ideología o creencias religiosas.

No otro es el camino que hemos sabido seguir, y es una satisfacción poderlo decir, como lo es el poderlo proponer como modelo a terceros que ahora se ven en la tentación de hacer las cosas de una manera que nosotros ya sabemos que no conduce a ninguna parte.

Y en cuanto a las prisas y a esa, por ahora supuesta, exigencia perentoria de los franceses a que les acompañemos a una aventura en la que muy pocos visos de traer nada bueno se pueden atisbar, cabe decirles que, desde luego, España les debe y agradece su disposición y postura en los últimos tiempos y que alguna ayuda, sin duda, podrá proporcionárseles, precisamente la derivada del éxito de nuestro modelo, de gestión policial, pues, y de inteligencia.

Pero también puede recordárseles que eso no fue así durante los largos casi veinte años en que se negó a colaborar en la lucha antiterrorista, seguramente también con algunos buenos argumentos, pero desde luego desde el evidente desconocimiento de la situación a la que la sociedad española estaba sometida, viéndose obligada a luchar en soledad al tiempo que efectuaba su transición y su lucha contra sus propios fantasmas. Y vale el mismo discurso para Bélgica, con muy cicateras actuaciones al respecto, como lo mismo valdría para cualquier otro gendarme que hoy viniera con parecidas proposiciones de beligerancia al respecto.

Este no a la guerra, en resumen, sería un no razonado, pero no desde una cobardía que el pueblo español no ha mostrado en este punto. Al contrario, España ha sabido encontrar soluciones propias, con escasa y siempre negociada ayuda a cambio de otras concesiones, y, en consecuencia, este sería un no que se podría dar desde el orgullo de estar, de un lado, de parte de la humanidad y, de otro, de la justicia y de la razón. Y desde el conocimiento igualmente de que, en lo tocante a guetos, estos son en España casi inexistentes, salvo tal vez en las plazas africanas, pero de lo cual no pueden alardear gran cosa los franceses, ni los belgas ni los alemanes y de donde parece que derivan sus principales problemas respecto de sus minorías musulmanas.

Porque han pretendido solucionarlos dándole a estas dinero y papeles, pero nada más, dinero que, de últimas, solo ha servido para que se aíslen mejor en sus guetos, aprendiendo a reclamar derechos, que es justo conceder, pero negándose a ejercer esa misma ciudadanía, con sus valores pero, sobre todo, con sus responsabilidades y obligaciones y tomando solo como un derecho aquello que tiene también su complementaria cara de deber, pero que desdeñan más allá de para recibir el pasaporte y cobrar ayudas.

En España, donde lo que no hay es dinero y que por lo tanto en bien poca cuantía se le da a nadie, las minorías musulmanas se han integrado en las mismas poblaciones y barriadas donde la parte más desfavorecida de la sociedad española sobrevive, compartiendo sus necesidades y problemas, siquiera por inevitable razón de contigüidad. Lavapies, en Madrid, bien podía ser un ejemplo de ello o, más aún Tetuán y Estrecho, también en Madrid, donde conviven en más que decente armonía la emigración latinoamericana, la paquistaní, la africana y la musulmana con una buena plantilla local de parados, jubilados, subempleados y restos de la población autóctona de lo que fuera un antiguo, activo y populoso barrio obrero y en el cual, a efectos reales, la mayor violencia hasta hoy registrada, además de los cuatro inevitables robos y peleas y de las extorsiones sufridas en cada cajero automático de otra entidad a la hora de sacar el propio dinero de una cuenta, es la de un okupa pegándole una patada a la puerta de un edificio abandonado. Ganas dan de invitar a los sesudos jerarcas políticos de la UE a darse un paseo por el mercado de Maravillas, en Madrid, para que vean lo que es la convivencia y el multiculturalismo en acción. Y sin que la administración haya puesto un duro.

Y mientras tanto, y antes de ocuparse en mandar a Mambrú a la guerra, podríamos quizás emprender otras luchas menos militarizadas contra asuntos que suman muchas más víctimas, cualquiera de ellos, que todas las habidas por el terrorismo en el país durante el último medio siglo.

Violencia doméstica o machista, como se prefiera, de 3.000 a 4.000 muertes en España en esos mismos años. Y en un orden muy diferente, pues no es comparable un asesinato con un accidente, los fallecidos en accidentes de circulación, que serán unos 100.000, si no más, en el mismo periodo. Como dato adicional, 1.125.000 fallecidos anuales, en el mundo, el año pasado. Y muertes en España por accidentes laborales, el año pasado, 500 personas. Multiplicando por los mismos 50 años, 25.000 personas, perdón, seres humanos.

Todos ellos números en las que no he tenido en cuenta las cifras de fallecimientos anuales de décadas atrás, muy superiores a las actuales, y que elevan cualquiera de estas cuentas a más del doble, en ocasiones, el triple.

Así que dará asco, desde luego, sacar la calculadora para multiplicar y dividir por seres humanos, que no peras por manzanas, pero no, hechas las cuentas, definitivamente no le tengo miedo al terrorismo, si he de compararlo con una guerra, si he de compararlo con otras lacras.

Pero a la guerra, y a la guerra inútil y para nada, ni digamos, a eso, sí que habría que tenerle miedo y hacer todo lo que esté al alcance para evitarlo.