domingo, 13 de marzo de 2016

Hoy es viernes. Sin embargo, llueve.

La frase que titula, así expresada o cosa parecida, pues no me apetece ir a buscarla, es una frase hecha que califica aquellas conclusiones que no se siguen de sus antecedentes. Procede del siglo XIX, y ahorraré los detalles para no alargarme. Pero se me asoció, al recordarla, a mi vieja costumbre de regalarle, a quien acredite el adecuado merecimiento, una sartén para zurdos.

Y porque me manejo hace largo tiempo con ese tipo de manufacturas, conozco que el non sequitur, que arriba se hace patente de inmediato, aquí aparece con menor rapidez, pues siempre me encuentro a quien me contesta con un —gracias— o un —¡qué buena idea!— y a otros que, en lugar de mandarme de inmediato a freír espárragos con ella, me preguntan escamados, pero todavía esperanzados, cuál es exactamente la diferencia. A estos les reservo el refinamiento final. Muy serio, les explico que, evidentemente, las sartenes para zurdos son las que llevan el mango a su izquierda. Pues bien, con todo y eso, aún he coleccionado algún caso que contestó: ¡Ah, claro!, en lugar de partirme la cara.

Debe de ser por esta razón, el placer de dar por saco, si se me permite la culterana expresión, que el PSOE, cuando propone un gobierno para zurdos, le coloca el mango a la sartén por la derecha, con la pretensión, imagino, de neutralizar un poco su explosivo carácter y convertirla así en sartén para centristas, de esas que, como cualquiera sabe, no tienen asas ni mango para poder elegir qué mano prefiere quemarse el usuario, y que lo mismo valen para una paella a la vasca que para unos langostinos de Cuenca o unas berenjenas de piscifactoría y, ¡hala!, a pasearla por ahí como si fuera el Santo Grial, a ver quien la compra. Y como ese tipo de recipiente se manufactura sin mango, ex profeso, cada cual queda invitado a experimentar su infinita sacralidad agarrándolo por donde mejor le cuadre.

Así que, los invitados se apresuran a ello como si el jarro fuera ubre de ubérrima vaca, pues es como lo venden. Unos le buscan la sustancia por este lado, otros lo pellizcan por el otro, otros empujan de arriba tapando por abajo, lo que a la ubre le duele como no imaginan, y otros dan consejos como mirón de obra pública: —Chupa de allí, aprieta de acá, ¿por qué no lo pinchas?, prueba con una ventosa, pero hombre, ¿cómo se le ocurre a ese animal ponerle los labios a la sartén para sorber? Si es que tiene que haber de todo—.

Pero ese contenido y su recipiente resultan en su conjunto un artificio milagroso, pensado todo él mucho más para darle envidia a elevadas construcciones intelectivas —tipo Harry Potter—, que como decálogo severamente impreso en granito de nuestras incomparables cordilleras. 

En principio, la cosa que contiene el bote se llama programa, como en los teatros y en los circos y, teóricamente, ha sido escrito, afirman, con la intención de que dé leche y chuletones, pero, en realidad, conforme lo agarra cada posible cliente interesado en la compra va sentenciando: —Parece una bota de vino, pero está vacía—. —Pues para mí que es naranjada, pero está hecha con limones, no me gusta—. —Tú eres un farsante, es evidente que es una litrona de cerveza rellena de agua de chufas—. —¡Anda ya! Pero, ¿no ves que es una garrafa de aceite esencial de socialdemocracia?—. —¿¡De socialdemocracia!? Pero si está llena de burbujas neoliberales, casi hay más burbujas que líquido, ¡puaj!, valiente brebaje... ¡hazte con él una irrigación, capullo!—.

Y andan a la greña los compradores con ese destilado que nos vamos a tener que beber todos a la fuerza antes o después, aunque nadie sepa en qué consiste exactamente —y los que menos lo saben, sus fabricantes— y del que lo único claro es el nombre que van a ponerle, Ambrosía, que contiene un líquido infinitamente elástico, de tonalidad arco iris traslúcido, sin olor, sabor ni textura, y de una consistencia entre la del plomo y el neón, según la luz a la que se contemple. Y puede comprimirse una botella de Ambrosía hasta el tamaño de un garbanzo, o expandirse su benéfico efluvio hasta perfumar un estadio. 

Es más, la intención del brebaje es clara. Lo que se pretende es que el que quiera leche vea leche de vaca asturiana, con toda su nata y hasta los cuernos, el pelo y las pezuñas, si mira bien, el que vino, vino —de Rioja, por supuesto, y de la mejor añada— y el que limonada, limonada valenciana sabiamente granizada. Ríanse de la quintaesencia o de la piedra filosofal, está ideado para que Rajoy estudie en él a fondo el Marca sin necesidad de gafas, asesor ni silabario y para que Monedero, escarbando con una pipeta, encuentre postulados de Gramsci, o Rivera, las obras completas de Adolfo Suárez, pero en edición revisada, expurgada y encuadernada en exclusivas pieles de republicano e independentista, bien curadas y delicadamente cosidas entre sí.

En cuanto a lo que le encuentran sus autores al engendro, les da lo mismo por completo, así como con lo que esté hecho, a lo que sepa y para lo que sirva, mientras se use para lo que tiene que usarse, que es echárselo a un sillón presidencial de terciopelo, sentarse en él, que aquello solidifique y que no se encuentre manera de despegar del sillón al afortunado sistema cognitivo que lo ocupe. Pues es de todos conocido que, en el PSOE, no se sienta el personal con lo que se sienta cualquier cristiano, incluso un musulmán, sino con sus entendederas, pero precisamente por el gusto dialéctico de sintetizar contrarios y para poder afirmar que algo de marxismo todavía circula por sus venas de sangre rosa pálido, atornasolada de azules. 

Así, con todos estos ingredientes, nos gobernará el PPSOEC’SPODIUERCCPNVBILDBBVAJUJEMIBEXMERKL y de las JONS, con notas distintivas de exclusivo perfume francés LE PEN y mínimos raspados de corteza de Willy Brandt, esto último sólo como excipiente.

Sírvase tibio y degústese con exquisita mesura. Experimenten la feliz gobernación.

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