martes, 1 de diciembre de 2015

Terrorismo. Ni miedo, ni guerra.

Yo no le tengo miedo al terrorismo. Seré un insensato, me dirán algunos. Pero trataré de razonarlo.

Porque he vivido con él, como cualquiera en España, los últimos cuarenta y cinco años, y tengo sesenta y uno. Es, por lo tanto, el paisaje de fondo de mi vida, como la de tantos. Y esto por no hablar de terrorismos anteriores, amorosamente cobijados bajo otros nombres. Pero aquí sigo, como casi todo el mundo. Menos los mil trescientos muertos que no siguen porque el terrorismo se los llevó, el de estado incluido, que escasos sumó, cierto es, pero que tampoco escatimó poner su granito de arena.

Y no contaré los heridos, ni los daños colaterales porque, por fortuna, no tengo que hacer un informe de infamias, como Sábato. Y aunque haya cosas para las que da vergüenza coger la calculadora, salen 29 muertos al año, con desprecio de decimales, porque el ser humano no es divisible en partes, salvo que uno sea un terrorista, precisamente.

Meses hubo en España en que se salía a cadáver diario. Era odioso, era insufrible, era una iniquidad. Y una vergüenza. Y una pesadilla. Pero a nadie se le ocurrió mandar los bombarderos a Euskadi a reventar caseríos, ni siquiera a aquellos donde se sabía a ciencia cierta que sus vecinos brindaban por cada muerto.

No, no se les ocurrió ni a los mandos franquistas mismos. Y tampoco, por cierto, se mandaban las apisonadoras a derribarlos como era y es práctica frecuente en Israel, en Siria y en otros no pocos lugares, donde no sólo rige el romano vae victis para los culpables y responsables, sino para enteras comunidades pero en las cuales, sin ningún género de dudas, el número de inocentes supera con creces al de los culpables cobijados a su amparo.

Y cuando las cosas pintaban más duras se acudía al estado de excepción, y entonces las garantías del ‘Fuero de los españoles’ y, más tarde, las constitucionales —ya incluso sin estados de excepción— se contemplaban con generosa manga ancha, qué menos cabría decir, pero tampoco se anduvo sacando gente de las casas y fusilándola a sus puertas más que en contadísimas ocasiones, absolutamente reprobadas, por lo demás, y acabando por causa de ello incluso un ministro en prisión. Y menos aun se arrasaban o despoblaban territorios.

Y, con todo el sufrimiento habido, que no fue poco, fue y es un largo leit motiv el que emprendió la clase política española y, tras ella, los media y la sociedad en general, buscando dejar claro que los terroristas no eran ‘los vascos’ como comunidad y generalidad, sino algunos de ellos como particularidades.

Lo cual podía parecer, sin duda, y con los muertos siempre todavía calientes, un largo ‘paripé’ más de esos a los que son tan aficionados los políticos —o ingenuo buenismo, como ahora algunos de ellos califican a la simple humanidad—, pero, en este caso, no era un paripé y no lo es, sino, muy por el contrario, esa obviedad que constituye la primera e imprescindible enseñanza y el principal ejercicio que la democracia se exige y que exige para saber discriminar el grano de la paja, y actuar en consecuencia. Y no está precisamente nada de más observarlo y tenerlo en cuenta en este momento.

Además, a quienes durante todos estos años nunca han cesado de decir e instar a que el ejército –obviamente con sus modos, medios y métodos militares– se involucrara en la lucha contra el terrorismo, siempre se les ha contemplado, y lo mismo en las altas instancias como en el terruño de las tabernas, como lo que realmente eran, muy pocos y muy insensatos. Y a aquellos que finalmente, so capa de acabar con el terrorismo, se sublevaron el 23-F, los juzgó el pueblo con la mayor manifestación recordada en España y después los juzgó la justicia. Justicia blanda y mediatizada, no puede negarse, pero seguramente la única posible en aquel entonces y, en cualquier caso, justicia a fin de cuentas.

Y podrán decirse de España multitud de cosas malas, y pueden y deben hacérsele críticas justificadas al respecto de muchísimos asuntos, pero no hay razón para no destacar sus virtudes y sus éxitos cuando se dan. Y siendo cierto que hubo incluso un presidente megalómano, insensato y de escasas entendederas que se permitió el lujo —unilateralmente y sin consultar— de enviar a España a una guerra en la que no se le había perdido nada, cierto es también que cosechó un prodigioso 92% de opiniones en contra, consenso jamás alcanzado en el país respecto de ningún asunto, y que su cerrilidad en este y otros aspectos lo llevaron a perder unas elecciones que tenía ganadas. 

Sabia lección que no le conviene a nadie olvidar. Y otra lección también, por cierto, aquí muy bien aprendida la de que al igual que los vascos en conjunto no eran terroristas, los musulmanes tampoco lo son. Ni los budistas, ni los chechenos, ni los pieles rojas. No se es terrorista por etnia, raza o religión, se es por elección personal de cada cual. Y eso en España lo sabemos discriminar muy bien porque no nos quedó otra que estudiarlo con letras que nos entraron con sangre. Por eso aquí prenden y prenderán mal por largo tiempo milongas del estilo ‘del eje del mal’

Pero no cabe duda de que, con referencia al terrorismo, una larga batalla se ganó al saber obrar con bastante mesura y buena cabeza. Y, al margen de la desdicha en sí de los muertos padecidos, no cabe negar que dicha lucha supuso, además, como lo sigue suponiendo, un constante incordio para quienes nada tienen que ver con el asunto y un desasosiego y una incomodidad permanentes: libertades restringidas, zonas vedadas, movimientos controlados, desconfianza pública, presencia policial masiva e intimidante, maquinaria de seguridad por doquier, esos castigos de los arcos detectores, de los escáneres, del tener que enseñar los bolsillos y el refajo a cada esquina y en cada edificio público al que se acceda, y los registros, los viajes que deben realizarse en calidad de sospechosos —por no decir de presidiarios, sin un cortaplumas, sin un cordel, sin una botella—... y no como ciudadanos titulares de derechos, pero permanentemente escrutados por el ojo infrahumano, indescansable y vigilante del gran hermano que cada día abarca más. Todo ello, un pesadísimo peaje con un elevado coste económico y para una sociedad en su gigantesca mayoría no culpable de absolutamente nada.

Y todo este despliegue, asimismo, con sus leyes ad hoc, todas y cada una de las cuales supusieron y seguirán suponiendo un menoscabo de las libertades fundamentales de las personas. Y no lo desconoce nadie, porque los nombres populares y castizos para cada ‘mejora’ bien sonoros resultan: la ley de la patada en la puerta, la ley mordaza, la ley, si es que la hay, que permite esas cuchillas en las vallas que ‘nos protegen’, o la obligación de ir siempre con el DNI entre los dientes para salir a comprar unas patatas, darse un chapuzón en la playa o para dejar la basura en el cubo de la calle.

Este es el pesado peaje. ¿Lo recibido a cambio? La victoria contra el terrorismo de ETA y la contención del terrorismo islámico —hablo de España — hasta términos llamémoslos ‘soportables’. Y a un precio caro, bien caro, sin duda, pero a un precio mantenido, hasta cierto punto, dentro de una cierta cordura y de un respeto cicatero, pero respeto, a la mayoría de los derechos humanos y sin tener que reventar en exceso las costuras del corsé constitucional.

Pero, tampoco sobra decirlo, las medidas coercitivas no fueron lo único que funcionó con respecto a la manera de enfrentar el terrorismo etarra. Desde entrados los años 90, hubo una clara voluntad de dialogar entre las partes enfrentadas, y se hizo, se empezó a dialogar. No hubiera funcionado el diálogo solo, parece evidente, sin la presión policial, pero también debe apuntarse que en los 25 años anteriores de solo presión policial se avanzó menos que en diez de conversaciones. Y lo mismo puede decirse, paralelamente en el tiempo, de la situación en el Reino Unido e Irlanda con el IRA.

Hoy, sin embargo, entramos en el debate de establecer la hipótesis de si los doscientos muertos habidos por atentados islamistas en España en veinte años –diez al año– serán menos o se reducirán a cero en los próximos veinte, acudiendo al remedio de enviar bombarderos 'adonde nos digan’, literalmente, o de enviar tropas de a pie a los mismos arenales. Y, naturalmente, de si mantendremos o no las bajas propias por debajo de esos números para que nadie pudiera quedar inducido a decir, con toda la razón, que tal cosa viniera a resultar en hacer un pan como unas hostias.

Por lo tanto, mal se enfocará el asunto si lo que hoy se pretende establecer es que el frente está ‘allí’ cuando las bombas nos las ponen ‘aquí’ —entendiendo por ‘aquí’ a ‘Occidente’ de una manera amplia—, con medios adquiridos aquí, por personal de aquí, las más de las veces aquí nacido y criado y, eso sí, adoctrinado desde los presupuestos ideológicos de ese ‘allí’, pero que vuelan por Internet y las redes sociales con la misma o mayor facilidad que una paloma mensajera sobrevuela campos, fronteras y prohibiciones.

Si, además, estos enemigos con los que se está en ‘guerra’, no explotan nuestros recursos, no dictan nuestras leyes, no ocupan nuestras instalaciones, no invaden nuestros territorios y no tienen medios militares con los cuales allegársenos y todo lo que puede achacárseles, al menos en lo que afecta a España y al llamado ‘Califato’ del ISIS o del DAESH, es el teleadoctrinar a puñados de militantes que esperan la ocasión de coger un Kalashnikov o unas granadas para inmolarse llevándose por delante a todo el que puedan, hablar propiamente de ‘guerra’ se antoja un tanto fuera de lugar.

Intervenir allí Occidente, por otro lado, siempre según su supuesto interés y ‘por nuestro bien’, pero saliendo sistemáticamente escaldado todo el que lo intenta, es una práctica que en la era contemporánea la inauguró Napoleón, fracasando, y que después todas las grandes potencias siguieron con los mismos resultados.

La Inglaterra Imperial, las potencias al filo de la Primera Guerra Mundial, la Rusia Soviética y el Gran Gendarme USA se han estrellado sucesivamente en los mismos lugares, con tropas de tierra, con bombarderos y con cualquier medio militar empleado. Ahora, Francia reintenta la hazaña, Alemania dice aportar algún apoyo, los británicos se lo piensan, los Estados Unidos siguen con su vieja, cansina y siempre inútil rutina de misiles y bombas y al resto se nos invitará a aportar unos aviones, a resignarnos a perder de vez en cuando uno y a tener que ver a algún piloto o a un rezagado abrasado en una jaula o crucificado, según la creatividad local para cada ocasión.

Debe añadirse a todo ello que los éxitos españoles en las guerras de terceros a las que se ha acudido son inexistentes, siendo los únicos hechos relevantes a detallar la consecución de las mínimas bajas propias y la instrucción de ejércitos o milicias locales para la mejor prosecución de sus querellas internas con su propio personal. Querellas la mayor parte de las cuales son de índole religiosa o disfrazadas de ello, y de las que, obviamente, lo único que cabe decir es que no las comprendemos y no las comprenderemos, y que, además, le importan al común un solemnísimo bledo, excepción hecha de aquellos flecos de las mismas que en algo pudieran atañernos, pero de las que igualmente bien se sabe que nada se puede hacer con ellas.

Por el contrario, los éxitos españoles en la lucha antiterrorista son claros. La eficacia policial siempre ha sido elevada porque, por nuestras desdichadas circunstancias, contamos con la ejecutoria más larga y el mejor know-how de Occidente al respecto, con la población más acostumbrada a las molestias, renuncias y excepciones que esta lucha requiere y, porque, en lo fundamental, ha sido una batalla ganada.

Y los generales que ganan batallas tienen todo el derecho a ilustrar a aquellos que, de continuo, las pierden. Podrá molestar a un político o un general francés, holandés o estadounidense que un general, o un experto o un político español les vayan a explicar la metodología al respecto, pero es lo que hay y hemos demostrado saber hacerlo. Por lo tanto, no es fácil ver cuáles artes de convencimiento se puedan emplear para hacernos ver que una vía, tantas veces fracasada, resulte ahora la elegida para enfrentar el problema en lugar de tratar de emplear la nuestra, hasta hoy relativamente bendecida por el éxito.

Y ese triste espectáculo de Bélgica con el cartel de ‘Cerrado por miedo’ aquí nunca se ha dado y cabría añadir que seguramente no vaya a darse. Aquí, a lo sumo, se ha cerrado —una jornada— por indignación, y a los hechos terroristas más repugnantes y odiosos se ha contestado con manifestaciones masivas y gigantescas, que nadie soñó prohibir, por cierto, y con una serenidad y una disciplina de ánimo ejemplares, serenidad que incluye, entre otras cosas, y expresándolo en el mejor román paladino posible, el no decir y el no hacer gilipolleces.

Y cerrar la capital de Europa lo es, además de una vergüenza, una claudicación y una simple desmesura. Amén de una cobardía. Es, en sustancia, no saberlo hacer, demostrar que no se ha entendido nada del problema, darle media partida ganada al oponente y dejarle claro lo peor de todo, que se le tiene más miedo del que merece y que puede bailarnos a su antojo. Y el miedo, es obvio, es del todo legítimo tenerlo, pero es un sentimiento íntimo y personal que cada cual debe gestionar como mejor sepa, pero demostrarlo como sociedad y actuar solo en función del mismo es una verdadera catástrofe pública que no puede redundar en otra cosa que en pasar una pesada factura social, democrática y política.

Y la otra alternativa hoy barajada, la militar, no ha alcanzado históricamente ningún logro y la ejecutoria de estas intervenciones, siempre para nada, sólo se resume en el haber padecido un número de bajas propias más que disuasorio y otro espeluznante de ajenas. Y doblemente espeluznante, porque esas bajas ajenas lo son en su largo 99% de puros y simples inocentes, de población civil. Cada vez que bombardeamos un hospital, un colegio o una mezquita por error —y no digamos ya si no fuera por error—, cualquier legitimidad que pudiera invocarse se pierde prácticamente para siempre y se le proporcionan alas adicionales para responder a los quintacolumnistas que albergamos dentro de nuestras propias sociedades.

Por lo tanto, la solución, al menos en España, nosotros ya la conocemos. Y es una solución matizada, compleja y mezclada, además de muy larga. Por un lado, es una solución policial, con sus incomodidades, y en la que hay que saber aquilatar presión represora y respeto democrático, vigilancia, control de armas y de entradas y salidas, control del medio, servicios de infiltración e inteligencia, vigilancia y supervisión judicial, con sometimiento escrupuloso de las fuerzas a la ley, pero con la presencia disuasoria o ejecutiva de dicha fuerza cuando sea necesaria y en los lugares y circunstancias necesarios. Pero todo exquisitamente medido, sin causar más problemas de los que se pretende eliminar y con los derechos constitucionales como límite insoslayable para toda acción.

Y la otra parte de la mezcla de la solución es social y política e incluye necesariamente el involucrar en el control de la violencia y en el juego democrático a las propias minorías musulmanas, víctimas principales, después de los asesinados, de los comportamientos de algunos de sus miembros. Hay que instarlas a participar en la toma y en el ejercicio de sus responsabilidades políticas, ciudadanas y económicas, y no sólo religiosas, de lo que en toda comunidad humana no derivan sino beneficios, porque al tiempo mismo que estas comunidades se articulan y se interrelacionan con otras, no solo para reclamar su trato diferencial, sino para disfrutar de las libertades y los beneficios comunes, el enriquecimiento social se produce automáticamente, casi por construcción, podría decirse.

Establecer o excluir por anticipado que tales logros no pueden alcanzarse con determinadas minorías, en particular las musulmanas —un discurso que no deja de oírse permanentemente— pero sin haberlo intentado antes, no habla de buenas políticas, ni de inteligencia del poder ni de capacidad didáctica en lo social y lo cívico.

Los estados tendrían que hacer propaganda de los muchos bienes cívicos que proporcionan, no sólo de los subsidios, tal como las confesiones religiosas hacen de sus bienes espirituales, porque si no, las partes peor informadas y desfavorecidas de cada minoría llegan al estado absurdo de ignorar que lo positivo de las sociedades laicas a las que han venido a vivir por su propia voluntad, no solo les viene por el lado de su libre pertenencia a su confesionalidad, que nadie les discute, sino que procede en su mayor parte de otra estructura enorme y efectiva que se llama sociedad o estado que, en última instancia, da siempre más de lo que quita a quien quiera entenderse con ella.

Así, una sociedad en paz, que se ha abierto al diálogo, a la escucha, al intento de comprensión de lo ajeno y a la discusión sin limitaciones, desde una propuesta de no violencia, como podría hoy decirse de la sociedad vasca, es una sociedad más justa, más rica, donde se escuchan y siguen unas y otras voces sin llegar a las manos y donde la ciudadanía, con la caída de la tensión, alcanza una mayor libertad y prosperidad, con independencia de su ideología o creencias religiosas.

No otro es el camino que hemos sabido seguir, y es una satisfacción poderlo decir, como lo es el poderlo proponer como modelo a terceros que ahora se ven en la tentación de hacer las cosas de una manera que nosotros ya sabemos que no conduce a ninguna parte.

Y en cuanto a las prisas y a esa, por ahora supuesta, exigencia perentoria de los franceses a que les acompañemos a una aventura en la que muy pocos visos de traer nada bueno se pueden atisbar, cabe decirles que, desde luego, España les debe y agradece su disposición y postura en los últimos tiempos y que alguna ayuda, sin duda, podrá proporcionárseles, precisamente la derivada del éxito de nuestro modelo, de gestión policial, pues, y de inteligencia.

Pero también puede recordárseles que eso no fue así durante los largos casi veinte años en que se negó a colaborar en la lucha antiterrorista, seguramente también con algunos buenos argumentos, pero desde luego desde el evidente desconocimiento de la situación a la que la sociedad española estaba sometida, viéndose obligada a luchar en soledad al tiempo que efectuaba su transición y su lucha contra sus propios fantasmas. Y vale el mismo discurso para Bélgica, con muy cicateras actuaciones al respecto, como lo mismo valdría para cualquier otro gendarme que hoy viniera con parecidas proposiciones de beligerancia al respecto.

Este no a la guerra, en resumen, sería un no razonado, pero no desde una cobardía que el pueblo español no ha mostrado en este punto. Al contrario, España ha sabido encontrar soluciones propias, con escasa y siempre negociada ayuda a cambio de otras concesiones, y, en consecuencia, este sería un no que se podría dar desde el orgullo de estar, de un lado, de parte de la humanidad y, de otro, de la justicia y de la razón. Y desde el conocimiento igualmente de que, en lo tocante a guetos, estos son en España casi inexistentes, salvo tal vez en las plazas africanas, pero de lo cual no pueden alardear gran cosa los franceses, ni los belgas ni los alemanes y de donde parece que derivan sus principales problemas respecto de sus minorías musulmanas.

Porque han pretendido solucionarlos dándole a estas dinero y papeles, pero nada más, dinero que, de últimas, solo ha servido para que se aíslen mejor en sus guetos, aprendiendo a reclamar derechos, que es justo conceder, pero negándose a ejercer esa misma ciudadanía, con sus valores pero, sobre todo, con sus responsabilidades y obligaciones y tomando solo como un derecho aquello que tiene también su complementaria cara de deber, pero que desdeñan más allá de para recibir el pasaporte y cobrar ayudas.

En España, donde lo que no hay es dinero y que por lo tanto en bien poca cuantía se le da a nadie, las minorías musulmanas se han integrado en las mismas poblaciones y barriadas donde la parte más desfavorecida de la sociedad española sobrevive, compartiendo sus necesidades y problemas, siquiera por inevitable razón de contigüidad. Lavapies, en Madrid, bien podía ser un ejemplo de ello o, más aún Tetuán y Estrecho, también en Madrid, donde conviven en más que decente armonía la emigración latinoamericana, la paquistaní, la africana y la musulmana con una buena plantilla local de parados, jubilados, subempleados y restos de la población autóctona de lo que fuera un antiguo, activo y populoso barrio obrero y en el cual, a efectos reales, la mayor violencia hasta hoy registrada, además de los cuatro inevitables robos y peleas y de las extorsiones sufridas en cada cajero automático de otra entidad a la hora de sacar el propio dinero de una cuenta, es la de un okupa pegándole una patada a la puerta de un edificio abandonado. Ganas dan de invitar a los sesudos jerarcas políticos de la UE a darse un paseo por el mercado de Maravillas, en Madrid, para que vean lo que es la convivencia y el multiculturalismo en acción. Y sin que la administración haya puesto un duro.

Y mientras tanto, y antes de ocuparse en mandar a Mambrú a la guerra, podríamos quizás emprender otras luchas menos militarizadas contra asuntos que suman muchas más víctimas, cualquiera de ellos, que todas las habidas por el terrorismo en el país durante el último medio siglo.

Violencia doméstica o machista, como se prefiera, de 3.000 a 4.000 muertes en España en esos mismos años. Y en un orden muy diferente, pues no es comparable un asesinato con un accidente, los fallecidos en accidentes de circulación, que serán unos 100.000, si no más, en el mismo periodo. Como dato adicional, 1.125.000 fallecidos anuales, en el mundo, el año pasado. Y muertes en España por accidentes laborales, el año pasado, 500 personas. Multiplicando por los mismos 50 años, 25.000 personas, perdón, seres humanos.

Todos ellos números en las que no he tenido en cuenta las cifras de fallecimientos anuales de décadas atrás, muy superiores a las actuales, y que elevan cualquiera de estas cuentas a más del doble, en ocasiones, el triple.

Así que dará asco, desde luego, sacar la calculadora para multiplicar y dividir por seres humanos, que no peras por manzanas, pero no, hechas las cuentas, definitivamente no le tengo miedo al terrorismo, si he de compararlo con una guerra, si he de compararlo con otras lacras.

Pero a la guerra, y a la guerra inútil y para nada, ni digamos, a eso, sí que habría que tenerle miedo y hacer todo lo que esté al alcance para evitarlo.

viernes, 6 de noviembre de 2015

España - Cataluña: 0 - 0, y Mariano de portero.

El choque en curso en España, por el proceso independentista catalán puede, a fecha de hoy, resumirse en el desencuentro de dos voluntades, pero, por desgracia, dos voluntades bien poco democráticas cada una de ellas.

Porque es incuestionable que la voluntad independentista para aspirar a un país propio debiera ser intelectualmente inviable, incluso para quien la propone, y al margen de otros factores, sin contar de forma previa con al menos el 50% de los votos de su población. Y este guarismo mágico, aún entendiéndolo apenas como mínimo absoluto para poder concederse autolicencia para iniciar ese camino, pues el grave coste de la ruptura de un statu quo, como es el caso, cuando se parte de una situación social no bélica ni violenta, por suerte, y, además, económicamente estable o siquiera llevadera en este sentido, bien aconsejaría a las cabezas incluso menos templadas de este o de cualquier otro colectivo independentista, secesionista o como se prefiera llamarlo, a no proceder a determinadas acciones de ruptura hasta contar con mayorías algo más holgadas que un cicatero 50% + un voto.

Pero lo cierto, siempre a día de hoy, es que el independentismo catalán medido en las urnas —aunque, eso sí, sólo por los espurios métodos a los que el cerril nacionalismo español lo ha obligado—, no alcanza ese mínimo no negociable de contar siquiera con un 50% de adeptos a su sentir. Y, por lo tanto, seguir adelante, como se pretende, sin esa mínima condición democrática es, desde cualquier óptica, injusto, rebatible, reprochable y democráticamente carente de toda defensa y no ya sólo jurídica sino, además, ética, y es, además del quitarse la razón que se pudiera tener, un venir a entregarle un arma definitiva al oponente para ser triturados con ella. Y este comportamiento poco avisado traerá además, seguramente, el surgimiento de un grave problema que trascenderá con mucho de nuestras fronteras y de las del pretendido estado naciente, fracasado o no que resulte, y si resulta.

Pero, sentado lo obvio, cabe comprobar asimismo, en la contraparte, en el estado español, un comportamiento parejamente antidemocrático, aunque no se quiera ni se admita el verlo así por tantos, demasiados españoles, que hacen gala de la misma ceguera y carencia de principios democráticos de aquellos a quienes hoy se enfrentan.

Y resulta doloroso no ya el ver a la gleba que, en definitiva, no tiene por qué estar constituida en su mayoría por sesudos politólogos ni analistas, como se dice ahora, y que tampoco está para nada obligada a hilar muy fino, menos aún con la calidad de la enseñanza y de la educación recibidas, junto a los bandidescos usos económicos sancionados como “de ley” y reputados como de santa y buena doctrina a los que se la somete cada miércoles y cada octubre y con los que se la educa en ciudadanía, sino el ver cómo, también, y esto sí que es francamente grave, la mayor parte de la clase política española, aunque formada en un 30 o un 40% largo de su peso por un esqueleto de abogados —o juristas, según gustan definirse—, lo cual llevaría a pensar que debiera estar medianamente informada sobre lo que habla, se considera, sin embargo y sin más, triunfal y felizmente equiparada en sus usos políticos y en la calidad de esa democracia que se diría que nos imparte, además de plenamente alineada con aquellos usos y prácticas de los países vecinos o de aquellos otros a los que se califica como “países de nuestro entorno”, se entiende que ideológico, pero sin pararse igualmente más que apenas o nada a considerar un tanto analíticamente sobre aquello que transmiten como doctrina democrática, sin serlo.

Porque cuando un porcentaje “sensible” de una población manifiesta repetida, pacífica y democráticamente, a través de sus representantes, su deseo de obtener aquello que solicita, lo único que cabe, si de democracia se habla, es articular los medios para que esa opinión se manifieste de manera igualmente democrática y se pueda medir así su peso con el adecuado rigor, lo cual, hasta donde conocemos, sólo puede alcanzarse mediante referéndums, como los habidos en esos países “de nuestro entorno”, para después obrar en consecuencia y con la realidad de los números en la mano, o en la cabeza, si las hubiera, y no sólo con ese sempiterno bla, bla, bla... de picapleitos y de jugadores de ventaja, como es el caso, proporcionando nada más que huera palabrería y dilaciones ad calendas graecas como única contestación a peticiones fundadas.

Vaclav Havel, legendario presidente de Checoslovaquia, de larga e incuestionable trayectoria democrática y luchador por las libertades de su pueblo a lo largo de décadas de dictadura, no se anduvo con “recortes” democráticos a la hora de convocar, contra sus sentimientos, contra su pensamiento político y contra su propia conveniencia, el referéndum que sancionó, por voluntad popular, la partición de su país en dos estados, por cierto, ambos de seguido integrados sin mayores problemas en la UE. Lo mismo, vamos, que el cuento que aquí se nos cuenta.

Pero no dude tampoco nadie, me atrevería a afirmar, que si el resultado de ese refrendo hubiera sido el contrario, la parte de población que lo hubiera perdido seguramente no embocaría la vía de la desobediencia civil, sino la de la futura convocatoria de uno próximo, pasados equis años y si alcanzados los quórum necesarios para postularlo de nuevo. ¿Y por qué? Pues porque cuando se piden justificadamente cosas y estas cosas se conceden sin tratar a los peticionarios como a delincuentes, sino como titulares de derechos que se ejercen cuando sea necesario, quienes así son tratados tampoco quedan en situación, si han perdido el refrendo solicitado, de necesitar comportarse como delincuentes en las sucesivas ocasiones en que se dé una situación parecida, caso evidente el de Canadá o el del Reino Unido, donde ya se conoce por experiencia que el estado trata a sus ciudadanos como tales y no como súbditos, lo que no es pequeña diferencia con nuestro caso y respecto de la actual y muy pareja situación del conflicto catalán.

Y lo que ocurrirá seguramente en Escocia o en Canadá en años venideros es que ante similares convocatorias no aparecerán turbas de dirigentes “demócratas”, al estilo de la mayoría de los nuestros, para nuestra vergüenza, rasgándose las vestiduras y proclamando la peregrina opinión, por ejemplo, de que en tales referéndums independentistas debería votar toda la población del país y no sólo la de la parte interesada. Que es algo del todo comparable a negarle a cada privado ciudadano la opción del divorcio a instancia de una sola parte, por aducir la necesidad de la opinión favorable de la parte contraria y haciendo así inviable, de facto, dicho divorcio, cuando la otra parte mantenga el criterio opuesto, pero llenándosele al mismo tiempo la boca al legislador falsario con dulces autoencomios diciendo que el divorcio sí está permitido, por su magnanimidad. Porque si de aquello que está permitido, los referéndums en España, por ejemplo, resulta que no se hace uso, no se puede venir a declarar después, no ya como un fariseo, sino como un cretino o, casi mejor, un mal nacido, sí, bueno, pero para esto sí y para esto no, sólo a mi exclusiva discreción y criterio y cómo y cuando me dé la gana. ¿Qué clase de democracia es esa?

Muy democrático todo ello, por lo tanto, qué duda cabe, porque en definitiva los divorcios sin mutuo acuerdo, como las declaraciones de independencia, existen más allá de lo que cada cual quiera pensar sobre ellos y porque lo único que cabe regular al respecto (además de, evidentemente, celebrarlos, que no consentirlos, como el meridiano acto de libertad que constituyen y aún a pesar de ser, al mismo tiempo, evidentemente, un fracaso), son los mecanismos de reparto de hijos, bienes, cuentas, sociedades e inmuebles, lo cual ya sí, en efecto, es labor de abogados, y bien compleja. Pero no lo es, en cambio, la sempiterna y necia voluntad de ponerle puertas al campo, como aquí es tradición, y democrática, añaden.

Así, y hoy y ayer, el estado español ha manifestado y manifiesta, en evidente desacuerdo con la práctica de aquellos países a los que dice parecerse, un evidente desprecio al mecanismo fundamental que legitima todo acto democrático, es decir, al del referéndum vinculante a instancia de parte, sea quien sea la parte y sea lo que sea sobre lo que trate la consulta. Y esto, sintiéndolo mucho, no es buena democracia porque la equipara e iguala con esa misma mala democracia con la que daba comienzo el artículo, aquella que pretende una legitimidad que los votos no le han conferido, como es el caso hodierno del independentismo en Cataluña.

Y esa misma falta de principio democrático es la que infecta y debilita, por ejemplo, a la Corona, que hoy se encontraría felizmente legitimada y muy poco cuestionada si, en lugar de haber llegado impuesta por un trágala, hubiera sido sancionada, lo mismo hace treinta años que diez que el año pasado, por un referéndum celebrado a ese preciso efecto, el de legitimarla democráticamente y máxime cuando, creo que nadie podría dudarlo, hubiera ganado de calle, y ahí, sí, equiparando de verdad parte de nuestra democracia a las de otros países que, hace ya muchos años, legitimaron así sus formas de jefatura del estado, republicana o monárquica o epicena, por la única vía natural y lógica de hacer las cosas, la de consultar a las ciudadanías.

Porque la necesaria firmeza en recriminar y no tolerar que se intente articular un mecanismo de independencia sin contar por lo menos con la mitad de las voluntades de la población interesada, no sólo es de recibo sino que, moleste a quien moleste, parece más bien resultar del todo obligatoria y cualquier estado que no sea una dictadura tiene todo su derecho a así decirlo y a imponer que tan obvio principio no se conculque, pero es igualmente cierto que este estado nuestro mal camino lleva cuando se decide a imponer mecanismos democráticos para enfrentar ciertas situaciones pero, sin embargo, no emplea el mismo criterio democrático para resolver otras que igualmente lo requerirían. Eso, y no otra cosa, se llama ley del embudo, fuente en sí misma de la deslegitimación de facto y del desprestigio de la clase política y origen indudable de la cada vez mayor desafección de las ciudadanías.

Cabe decir también que de la voluntad de obtener el “permiso” para una consulta legal sobre la independencia, expresada aportando el caudal de firmas necesario para instarlo por una minoría más que “vistosa” de una población, no es lógico que ese mismo estado se arrogue el derecho de hacer de ello mangas y capirotes, como si de chiquilladas se tratara, retrasándolo sine die, negando el evidente derecho comparado que legitima el solicitarlo y aduciendo esa falacia de todas las falacias de que “no lo contempla la ley”, lo cual, incluso siendo cierto, que no lo es, pues el gobierno puede instar referéndums sobre lo que le dé la gana, en definitiva, no deja de ser un trágala y la expresión manifiesta de la voluntad de no querer escuchar ni atender a peticiones populares.

Porque, como cualquier escolar sabe, las leyes cuando es necesario se pueden —y deben, añadiría— cambiar desde la legalidad. Y se cambian, de hecho. Y si antes no era posible divorciarse porque la ley lo impedía, ahora sí se puede porque ha cambiado la ley. ¿Cuál es el problema, pues? ¿Cambiar el Fuero Juzgo? Pues se lleva cambiando, incluso de nombre, ochocientos años, pocos arriba o abajo. Y los que seguirá haciéndose.

Pero hoy que, sin embargo, podríamos estar, aunque no me atrevo a aventurar si a horas, a días o a meses de que se suspenda la autonomía catalana o de que, sin dejarla suspendida, se le retiren, de facto, las competencias que permiten su funcionamiento y de que se inhabilite –o tal vez se detenga o encarcele– a parte de sus autoridades, parece ir llegando ciertamente el momento de que unas y otras partes se sienten a negociar lo que aún se pueda a estas alturas, que ya no parece mucho, pero en cuya negociación el referéndum será, sin duda alguna, el quid verdadero de la cuestión.

Sin embargo, bien ajena a cualquier discurso de la razón es la imagen que, por el contrario, nos llega repetida un día y otro, alejada de cualquier comportamiento negociador o conciliador, una imagen como de trenes conducidos por sendos bandoleros y con su botín dentro de los vagones, circulando por una sola vía, dándose topetazos de lado el uno al otro, cada cual al borde del descarrilamiento, ya con dos filas de ruedas fuera del carril, segando el campo y echando chispas, como en una carrera de carros cinematográfica estilo Ben-Hur, a la par que los impávidos orates se largan latigazos con mutua saña, y al tiempo, palos y vigas contra las ruedas del contrario.

Una visión del todo edificante para el siglo XXI. Luego, eso sí, al caer la tarde se van juntos los adversarios al cóctel, al fútbol o al besamanos de cualquier funcionario de Bruselas que ande de visita por el cortijo, o a inaugurar una fábrica de salchichas o de paneles solares, componiendo un tal panorama de esquizofrenia, de sainete, de paripé o de todo ello, que no se sabe muy bien que suscita más, si risa, compasión o los instintos más bajos de venganza y de agresividad.

Y es que las circunstancias parecen ya las necesarias para juntar una tormenta perfecta. Sentado, según líneas arriba, que ninguna de las partes ha manifestado intención ni capacidad para mantener un comportamiento democrático digno y tampoco una voluntad negociadora efectiva, y habiéndose conjugado en el tiempo, además, unas circunstancias políticas y económicas que configuran las próximas elecciones del 20 de diciembre como un punto de inflexión como seguramente no lo haya habido desde la Transición, se llega a ese momento clave desde una trayectoria que ha acabado por desacoplar la voluntad ciudadana y el sentimiento democrático con la clase política tradicional, que llega a la cita desprestigiada, cuestionada y cargada de carencias y de culpas, sin omitir tampoco una más que manifiesta mala voluntad.

Además, las dos partes protagonistas de este choque de legitimidades llegan al encuentro en condiciones terminales, devastada su credibilidad por una corrupción de la cual son infinitamente responsables y que todo lo ha roído como un cáncer, en condiciones sociales por el paro peores que las de una posguerra y en situación de emergencia por pobreza, por desamparo y por saqueo y abandono del barco por parte de sus capitanes... 

Pero resulta ahora que son los culpables y muñidores de semejante situación, ¡nada menos!, quienes andan a puñetazos entre sí mientras se postulan como salvadores, adecuadamente envueltos como vestales cada cual en su bandera, esa que se han esmerado más y mejor que nadie en convertir en trapos deleznables, visto para lo que sirven y las osamentas e impudicias que tan malamente vienen a cubrir con ellas.

Así vamos llegando a ese final del espectáculo en cuya virtud dos jefes de cuadrillas de forajidos se amenazan con ¡la justicia!, la pobre... el uno, y con encender el ventilador sobre la bosta, el otro, perfectamente sabedores ambos de que, en efecto, la justicia es vara infinitamente flexible y plegable según necesidad y de que bosta ajena –olvidando la propia– sobra para poder aventarla largas décadas, y más.

Porque la última y más fina estrategia del Marianato, después de años de mirar para otro lado y de gobernar este asunto usando solo los dos cajones del chiste apócrifo sobre Franco, el de los asuntos que resolverá el tiempo y el de los que el tiempo ha resuelto, ha sido llegar al hallazgo de que envueltos en la bandera se pueden ganar unas elecciones, que ya ven el descubrimiento y el hallazgo, pero que no dejan de ser ciertos, para desgracia de todos. Y que, en consecuencia, cuanto peor, mejor, llegando así a la inevitable conclusión de que el buen extintor mejor cargarlo con gasolina, y a rociar con él donde más convenga en espera del casus belli, que, con semejantes métodos de gobierno, a ver quién pueda dudar que se producirá más pronto que tarde. Te pongo el pie en el cuello y además te reclamo por los pavorosos daños en la suela, so cabrón. En resumen.

Así, si algún brillante “asesor” de los de la parcialidad del PP ya ha alcanzado la visión de que la suspensión de la autonomía catalana atraerá votos, no puede caber duda de que de una u otra manera y, más bien antes que después de las elecciones, esto se hará e, igualmente sin duda, con todo el aparato mediático necesario para calentar tan benéfico fuego y allegar sufragios a la cesta y tildando todo ello, cómo no, de democrático, legalmente fetén e imprescindible para el bien de todos, incluido díscolos o sediciosos, como se califica a los independentistas por esas tertulias.

Y así se hará, o al menos esa era la intención primaria, es de temer, porque cuentan con la mayoría absoluta para hacerlo, porque les conviene, porque creen que es política de buena ley por los cuatro costados y porque, en definitiva, no son mucho más, intelectualmente, que los representantes del último fascismo, el único no borrado de Europa ni a cañonazos ni por una sublevación popular, y aquí largamente travestido bajo unas u otras especies pero que, guste o no, está encarnado como uña y como seña de identidad en la extrema derecha española, pasada con armas y bagajes a la disciplina del PP desde hace largos años, pero cuyo peso en el partido, repetidamente ninguneado de interesada boquilla y silenciado por el cuarto poder como si no existiera, sería de bien poco avisados y de zafios ignorarlo, darlo por amortizado o tacharlo de anecdótico. No lo es y lo veremos pronto más y mejor, por si la ceguera voluntaria no estuviera ya que mejor sacudida por cuatro años de relámpagos y fogonazos.

Y, volviendo al otro extremo, ese caudillo de Jordi el Venerable parece que se ha reunido en los últimos tiempos con su secuaz, el igualmente honorable señor Mas, para estudiar conjuntamente si hay modo y oportunidad y conveniencia de llevar a la práctica lo que el primero ya anunció públicamente en sede de la comisión de amiguetes que lo “investigaba”. Es decir, sacudir las ramas, y que así los duros cocos, o las jugosas peras de Lleida, caigan sobre muchas cabezas de otros muchos honorables servidores públicos de nuestra gloriosa hispanidad y que se pensaban quizás a salvo de tales contingencias.

Oprobiado por el descubrimiento de sus largos años de robo continuado e investigado por ello por la justicia, e implicados e imputados todos su hijos y familia por comportamientos que no tendrían otro final, en cualquier país serio, que el dar con sus huesos en la cárcel, el Venerable-Honorable parece indicar que hasta aquí hemos llegado, disponiéndose a tirar de fichero, ese que con acuciosa y larga mano previsora ha ido acumulando, al parecer, en los largos años de servicio a una y otra patria, más a la patria de su propio bolsillo, que es la única verdadera, y para cuando los tiempos vinieran mal dados, que son ya los del día de ahora mismo.

Así, la jugada, a fecha de esta semana, pero la que viene, quién sabe, porque el asunto es más fluido que una bandeja de venenoso azogue, sería tratar de neutralizar la más que esperable intervención del estado sobre la autonomía catalana a base de amenazar con la filtración y la publicación de una serie de hechos y actividades que, de hacerse públicos, acabarían por dinamitar la ya bastante escasa fe que a la población le pudiera quedar en sus dirigentes e instituciones.

Se cerraría de esta manera un círculo vicioso, no, pornográfico, por el cual la salvación supuesta de unos incumplidores profesionales de las leyes vendría traída por el temor de otros incumplidores profesionales de las leyes a verse imputados, pero se supone que esta vez con datos y no sólo con suposiciones, en los mismos o incluso peores delitos. De esta forma, por la vía más retorcida posible, la del mero chantaje, se pretendería lograr alcanzar el exquisito y democrático uso del referéndum, amenazando, si no, con dejar en la huesa a quienes lo impiden. Es decir, o referéndum o tiro de la manta, que no tiro en la nuca, pero como si lo fuera, o peor, y dejo al estado patas arriba. Pedazo de órdago, sin duda, y si es que de verdad hay cartas para echarlo, naturalmente, pero algo hace pensar que ya sonaba el río ayer cuando el mismo Tribunal Constitucional, contra todo pronóstico, parecía atemperar las prisas de una intervención en Cataluña.

Tan exquisito tacto a estas alturas, después de semanas de exabruptos por parte del Gobierno, pero también de toda la estructura del catalanismo, no parece tan sólo hija de un sano buenismo y de santa intención integradora, sino que muy bien podría indicar también que por alguna parte de los altos engranajes empiezan a sonar alarmas movidas quizás no sólo por ese sospechosamente comprensivo y sobrevenido sentido del tacto, sino tal vez por el puro y simple miedo, o por su versión más benigna, la prudencia. Pero una prudencia que sorprende por eso mismo, pues no es precisamente la moneda de curso legal con la que se han ido imponiendo las cosas desde los altos despachos del fascismo nacional, ese que hoy, subrepticia y calladamente, tiene bajo su mando el poder legislativo, la judicatura, las fuerzas de seguridad, el ejército y, por la retorcida vía de las concesiones administrativas, también al cuarto poder, más silente respecto del fascismo que jamás lo estuvo, ni antes ni tanto.

Ciertamente, la pretensión del Gobierno, o del Estado, o de las Instituciones, todas con su mayúscula, de descargar en la justicia la responsabilidad de enmendar lo que la mala política ha enredado durante décadas, bien deja ver la altura moral, la capacidad de liderazgo y el sentido de estado de quien nos rige, cuando a la justicia precisamente, esa súcuba, cuarenta años ciega, sorda y cubierta con piel de elefante, se le exige ahora que abra el ojo, avive el seso y el oído y se haga sensible a todo aquello sobre lo que siempre se le ordenó callar. 

Así que, después de cuarenta años de 3% y de veinte de que Pascual Maragall, aquel verso suelto, lo apuntara en público y lo mandaran callar igualmente, ¡veinte años, se dice pronto!, este anno mirabilis de 2015 se descubre al fin, oficialmente, todo el pastel de la corrupción catalana, así como por casualidad, pero del que estaban al tanto la totalidad de las instituciones desde antes de que nacieran los que hoy van para cuarentones. Como si su hijo de usted, a los treinta y cuatro, entrara en conocimiento por un malhadado azar de la inexistencia de los Reyes Magos, en los que siempre creyó firmemente. Qué disgusto, criatura, y qué urgencia en ponerle a usted una denuncia por mentira, engaño y estafa.

Pero es que, por añadidura, esa vía judicial buscada ahora como alternativa al insoportable hecho de tener que sentarse a negociar, no está obviamente exenta de poder traer tantas desgracias o más de las que pretende evitar. No parece difícil imaginar que, a la supresión, suspensión, intervención o cualquier otra martingala jurídica con la que se pretenda vaciar de poder a la Generalitat para “reconducir” el proceso soberanista, se pueda encontrar el estado español con la bonita imagen de dos millones de catalanes en la calle, perfectamente encuadrados y no agresivos, civilizados y firmes, asidos a su 48% y llenando Barcelona del Tibidabo a la Barceloneta, y esto durante días, semanas o meses, llenando asimismo las redes sociales y todos los medios del planeta con las imágenes y las declaraciones de unas multitudes que piden nada menos, ¡horror, qué bestialidad, qué descaro!, que se les deje celebrar un referéndum como si fueran ingleses.

E imagínese si a ello, por añadidura, se le pudiera superponer otra imagen de unos guardias civiles o unas fuerzas de seguridad acometiendo a dicha multitud. E imagínese también si, ya bordeando el 50% los partidarios de la independencia, se les hiciera el regalo de estas fotografías y no digamos ya las de una acción represiva. ¿Cuántos serían entonces? Porque no cabe tampoco olvidar, sino al contrario, poner muy buen puesto el dedo en la llaga y pedir responsabilidades, porque en el haber de este nacionalismo español y de su inverosímil gestión de este conflicto a lo largo del último lustro o poco más, se encuentra nada menos que el incomparable logro de haber conseguido que el independentismo catalán pase, de contar con poco más del 20% de la población, a aproximarse ya al 50.

Y ello a pesar de sus propios ladrones, de sus propios recortes, de la propia mala gestión de sus autoridades autonómicas con respecto a los problemas económicos agudizados por la crisis y a los insufribles problemas de corrupción de sus líderes. Sin embargo, parece que nada de ello importe o haga gran mella en la población catalana. Si el debate fuera corrupción o nacionalismo, el resultado aparenta ser el mismo que en el resto de España, y cuando sea la alternativa el preguntarse, como ya lo es: ¿Es más grave la desunión de la patria o la corrupción? ¿Es más grave la desunión de la patria o es más grave el tener una democracia de segunda? Pues que nadie se rompa la cabeza, que la pregunta la contesto yo. En términos de urnas, en España y Cataluña pesa más la patria, la de cada cual, que todo el resto. En resumen, pesan más los sentimientos que la razón y al viejo y numantino centralismo y nacionalismo español le ha salido un enemigo a su medida, con sus mismas prioridades y defectos y capaz de bandearse con sus mismas artimañas, porque eso es lo más desconcertante de los hijos, que se nos parecen.

Ahora mismo, a estas alturas, esa es mi sensación, antes preferiría Cataluña coronar a Jordi Pujol como rey de los catalanes, que concederle la mínima posibilidad al estado español de seguir manteniendo la misma relación institucional que la actual. Primero la independencia, después la democracia y en tercer lugar la corrupción, que de nuestros corruptos ya nos ocuparemos nosotros, lo cual, poco más o menos, vino a expresarlo así Oriol Junqueras, el apócrifo. Y en España, me temo, exactamente lo mismo y por el mismo orden. La corrupción, lo tercero, y gracias.

Y todo lo anterior, por cierto, viene a justificar ese silencio espeso sobre la última vía, la militar, de la que no se ha escrito ni declarado una línea en los últimos tiempos, precisamente en este país, patria verdadera, esa sí, de los pronunciamientos, y siendo tan inesperado silencio algo que da más que mucho que pensar.

Mucho, porque, en efecto, la solución última y tradicional, la de siempre, la militar, ya no parece solución ni siquiera para quienes la llevan en el genoma ideológico, por verse indudablemente que, de apelar a ella, se iniciaría un regreso a tiempos que se creen pasados y a los que ya no aspiran ni los más cerriles ni débiles intelectivos del corral. Pero, curiosamente, sin amenazar con ella, tampoco parece haber otra salida para el  nacionalismo español que la de mantener una larga pugna jurídica y que tal vez resulte perdida a la larga, en España y muy seguramente fuera de ella, en instancias internacionales, y con todo un país, el catalán, en muy buena parte definitiva e irreversiblemente desafecto y, además, con otro desafecto a medias, el propio, pillado el españolismo ultramontano entre la pinza del hacer y el no hacer y con las consecuencias económicas de una región quizás en próximo estado de desobediencia civil y quién sabe si por largo tiempo.

Porque, también es de reseñar, en ninguna parte se habla de la opción más democrática y más lógica. Celebrar el referéndum y poner los medios necesarios para que el unitarismo los gane, medios a la canadiense, medios a la británica, medios que bien tiene el estado y que no son pocos, medios democráticos y de buena gobernanza, se entiende, no de pasteleo en las urnas. Sin embargo, toda la “respiración” al respecto pareciera ser la de que esto no es viable, la de que no hay confianza en ganar y, fundamentalmente, una vez más, la obcecación, igualmente genómica, de que no debe darse nunca el brazo a torcer, porque no es digno, no es un estilo de gobernación que pueda permitirse el estado español.

Hay algo de incomprensible en nuestra propia esquizofrenia, en nuestra capacidad de avanzar distancias inverosímiles, siderales, en ciertos aspectos y en bien pocos años, por ejemplo, en el campo de las libertades personales, en el cual nadie podrá venir a decirnos que no hayamos hecho bien los deberes, pero manteniendo en otros la vieja capacidad para enrocarnos, para no avanzar creativamente, para negar por sistema la mera posibilidad de adoptar otras actitudes y usos políticos, pero actitudes y usos para nada estrafalarios ni novedosos, que son moneda de uso común en tantos otros lugares, experimentos ya bien certificados y que funcionan a las mil maravillas, rutinariamente, pero que nosotros nos empecinamos en negarnos como si fueran obras del maligno. 

Pero es que, además, y ya de regreso al telediario, este justo de la mano que no tiembla y que acaba de advenir al desdichado conocimiento de las malas prácticas de corrupción de sus adversarios, no quedándole otra que enmendarlas y proponer llevarlos a galeras —como de otra manera no podría ser—, remedando su discurso, resulta que es el califa de un reino en algunas de cuyas satrapías hasta el 80% de sus emires, visires y cadíes están sentados en el mismo banquillo de los que roban gallinas, eso sí, sin que ni a uno de ellos le corten la mano, o siquiera un dedo, o al menos le confisquen el anillo y un diente de oro. Es decir, tiene un frente interior que defender tanto o más difícil que el de la confrontación independentista y que tiene abierto no, desgarrado, por causa de los también gravísimos problemas de su propia corrupción, pero de los cuales ya no tiene a ningún otro a quien hacer responsable y proponer llevar a la cárcel, más que a sí mismo y a los suyos. Edificante situación desde cuya altura moral viene a querer corregirnos a unos y a otros. 

Para añadidura de desgracias y al socaire de esta patética pelea de maltrechos como beodos, de este espectáculo de un quítame o ponme esa bandera, o bésamela, la bandera, o quítamela de la vista, o pues la silbo, pues no la silbes, pues la quito, no la quites, que la pongas, no la pongo... de lo que no se habla en este adviento de elecciones antes de la cuaresma o vía crucis de los resultados es, precisamente, de aquello de lo que más tendría que hablarse, de lo que quema, de lo que abrasa, de lo que desmantela los conceptos mismos de ciudadanía, de democracia, de solidaridad, de justicia.

Porque de lo que habría que hablar es de sanidad, de enseñanza, de becas, de hipotecas y de desahucios, de cómo evitar entregar el estado a Monipodios y Luiscandelas a la medida de cuyos bolsillos se han hecho las leyes, de reformar estas y otras leyes infames, de cómo recaudar los impuestos que se roban, de cómo salvar los que se cobran sin malgastarlos en mastabas y tumbas faraónicas, de cómo revertir la desigualdad, que ya es del siglo XIX, no del XX, de la laicidad del estado, de reformar leyes laborales y del estatuto del esclavo o de la abolición, tal vez, alguna vez, de la esclavitud misma, de hablar más de los dependientes y algo menos de los independientes, más de cómo subvenir al quebrado y al hambriento y al parado o al que trabaja de sol a sol sin lograr cobrar lo suficiente ni para calentar la infravivienda, como en la Edad Media, y menos de las necesidades del opulento, del derecho de los ventajistas, y más, mucho más del pan y menos de los circenses.

Y en estas, el panorama electoral se convierte en un líquido magmático del cual asoman nuevas formas, nuevas sombras... Cuando parecía liquidado el PP, se reencarna en Ciudadanos, como en una práctica alquímica, con un nuevo cuerpo amasado con las mismas carnes, las de sus hijos, si bien envueltas en diferentes sonrisas, con el iPhone, y un agua mineral en lugar de con un palillo entre los dientes y un carajillo bien cargado por consejero, luciendo bastante mejor el maquillaje, dónde va a parar, y el equipaje, pero el mismo equipaje, sólo que más arriscado y rumboso todo ello de aspecto por virtud de juventud, y donde imperaba a gruñidos un mastodonte ya sin capacidad de giro, ahora se mueve inquieto por el mismo salón de mármoles, alfombras y gobelinos un pequeño dinosaurio ágil, pero no frágil y dicharachero y que habla maravillas, que cuenta lo que se quiere oír y que omite lo que debiera decirse, pero molesta, que crece cincuenta kilos cada dos semanas y dotado por la madre naturaleza y por el padre Cucharón con las mismas placas de acero duro, los mismos dientes aguzados, la misma lengua atrapavotos, el mismo discurso, la misma adoración a la sacra Kaaba de la Unidad y al culto de la oportunidad de negocio, y con los mismos y poderosos amigos del padre que ahora se apresuran a darle todos sus parabienes y a animar con zalemas sin cuento al guapo mocetón en su ¿nueva? y esperanzadora trayectoria.

Pero su dotación neuronal, el genoma y los cuentos que conforman su personalidad desde la cuna son los mismos. Es la vieja camada negra, pero con colorines de Benetton y un certificado de calidad energética y el último y más exitoso número del trile de la timba patria. Es un cambiar, en fin, una Rita Barberá por una Inés Arrimadas y un José Álvarez Cascos por un Albert Rivera, aunque con alma de Alberto, proporcionando la seguridad de que ganaremos sin duda en disfrute del ojo, pero que de otras mejoras, ya veremos... Tal vez para una futura transición en el siglo XXII, es decir, a la vuelta de la esquina.

Y en estas, el ya enterrado Podemos, le saca del bolsillo al PSOE a su teniente general y se lo lleva a la asamblea de okupas, pero sin haber preguntado a nadie antes, estilo Pedro Sánchez con Irene Lozano. Y el teniente general va entonces y dice, ahí es nada, que los problemas políticos se solucionan políticamente y no apelando al recurso de la ley, es decir, lo que llevo diciendo yo doce folios, lo larga en seis segundos, que por eso él es teniente general y yo ni cabo chusquero, y a lo cual, hoy, al periódico El Mundo se le ha escurrido, de la angustia, hasta la tinta, a Pedro Morenés se le ha agudizado la cara de vinagre, a Carme Chacón se le ha corrido el rimel y a doña Rosa Díez se le ha encogido y descolorido aun más el esqueleto Indivisible y Uno, si tal cosa fuera posible. Pero es que ha dicho también que de la OTAN, de entrada, sí, y que de salida, de salida, no, pero que si un ejército europeo y tal y tal... bien dejándose ver que el PSOE y Podemos sólo se distinguen a veces, puestos a mirar a según qué y buscando si hay o no hay coleta, para aclararse y poder seguir alguna directiva razonable en lo que atañe al aseo cuidadoso del voto. En fin, lo mismo del mastodonte y el dinosaurio, pero con murga de Vetusta Morla en lugar de con murga de cuplés y en el bareto de la esquina en lugar de en Horcher.

El PSOE, por lo demás, en su línea. El PSC pone el lunes una denuncia conjunta contra la declaración catalana, en compañía de Ciudadanos y PP, es decir, con sus más naturales compañeros de sensibilidad, y el miércoles se retira del triunvirato y de la denuncia. Va a ser que Sánchez no es Palme, ni Brandt, qué vamos a hacerle, o que la socialdemocracia tampoco es lo que era. Vivir en el PSOE debe de ser el viaje más alucinógeno y la mejor manera de asegurarse diariamente descargas de adrenalina que de otra manera sólo podrían alcanzarse haciendo puenting. 

Cualquier cosa que se haga o diga el día antes, al día siguiente es ya la contraria u otra, al viejo y acreditado militante con cuarenta años de carné y servicios le quita el puesto el último tránsfuga llegado de no importa dónde, la declaración institucional matutina revierte sus términos para la vespertina, un año ponen una bandera española del tamaño de la plaza de Colón y otro año no se levantan al paso de la bandera del amo, liándola parda con tan finísimas sensibilidades.

—Ah... ¿cómo? Pero ¿no íbamos a derogar la reforma laboral?—.
—Sí—.
—Ah, menos mal—.
—Sí, bueno, no, la puntita de la reforma nada más, eso quise decir—.
—Vaya. Bueno... pero el Concordato sí lo denunciamos, ¿no?—.
—No, pero puede que sí, quién sabe a estas alturas, habrá que hablarlo con su Eminencia...—.
—Comprendo... ¿Y Cataluña es un país?—.
—Sí, es un país, pero no un estado, pero igual tiene que ser un estado y un país o ninguna de las dos cosas, ya no me acuerdo de lo que me dijeron. Espera, preguntaré a Patxi, a Eduardo, a Susana, a Ángela, a Barak y a su Majestad.. Y si eso, te digo algo—.
—Y oye, Pedro, disculpa, para acabar, yo, en Madrid, ¿me puedo llamar Meritxell o es mejor que me llame Pura?—.
—Ufff... eso va a tener que decidirlo el comité federal, digo, nacional, bueno, no sé... o el del PSC, un comité... ya te dirán. Igual, Pura los lunes, miércoles y viernes y Meritxell, martes, jueves y sábados, quedando indefinidos los domingos, pero a lo mejor mañana tengo que decirte otra cosa o se cambian los días y las frecuencias... ya veremos. Es un tema complejo. Las cosas serias hay que madurarlas, jamía—.
—Gracias, Pedro, un beso—.
—De nada. Un beso, Puritxell—.

Y así seguimos.

ADDENDA a 06-11-2015, el día siguiente de publicar el texto.

Actualización Beta-1.

—¿Pura?—.
—Sí, Meritxell al habla, dime, Pedro—.
—Oye que sí, que sí derogamos la reforma laboral—.
—¿Toda?—.
—Casi toda, parece, bueno… la indemnización por despido no se sabe, ya te iré diciendo—.
—Ah, vale. ¿Cambio el texto de ayer?—.
—Cámbialo—.
—¿Seguro?—.
—Seguro—.
—Un beso, Pedro—.
—A ti, Pura—.




viernes, 30 de octubre de 2015

Mariano, cataplasma.


Nada como un trilero competente para manejar los naipes con maestría. O un incendiario de su almacén que luego le echa la culpa a un rumano que pasaba por allí con su carrito de ferralla, yéndose de seguido, indignado, a solicitar el cobro del seguro componiendo su mejor cara de buena persona. O la zorra que lame amorosa las heridas de las gallinas supervivientes que atacara a zarpazos la noche anterior. Y nada como nacer y criarse en cualquier parte de Galicia, o en las marismas del Guadalquivir, para, a base de buena voluntad, salir más castellano que los de Quintanilla de Onésimo, que ya no de Duero, o más catalán que los nacidos en Almería o en Don Benito o más español que el águila de la casa de Austria o que esas flores de Lis, en campo de coles, que diría un heraldista, de la de Borbón.

Nada como nacer, no por azar, sino por Aznar, como Mariano I de España y monago de Alemania, Mariano Isabel Primero de Trastámara y Osborne y Farfán de los Godos, Mariano I de las Castillas de naipes, Mariano Señor de las Inclinadas y Géminas Torres de la Plaza de eso mismo en Madrid, Mariano el Unificador de las Galaxias Patrias y Gran Capitán de las Tropas Auxiliares del ejército USA, Vara y Justicia del Reino de Valencia y León, Arzobispo de Madrid-Hendaya, por la gracia de Rouco Varela, Abad mitrado del Valle de los Vahídos, Supremo Olvidador de Todas las Fosas, Consolador Fraternal de Verdugos, Gran Mantenedor de las aves de cetrería, Maestre de la Congregación de los Demócratas Desurnados, Defensor Último de las Playas y los Acantilados, Comendador de la Sacra, Pontificia y Germánica Orden de Gürtel, Sumo Protector de las Artes del 3% propio y Fustigador Incorruptible de las del 3% ajeno, Sempiterno Inaugurador de Vacíos, Marqués de la Mano sin Parkinson, Rectificador de Idólatras seguidores del falso culto de la energía solar, Padre Prefecto Corrector de los desviados, Gran Notario del Reino y de su notaría de Santa Pola, Prístino Timonel del Bajel Patrio, Unificador Esclarecido, Fray Intérprete y Escoliasta de la Lengua Común para el Pensamiento Único, Frey Justo y Cabal, Protector de los experimentos científicos sólo con gaseosa.

Y Padrecito y Nuestra Amantísima Madre y Matroshka de las mil Españas, unas dentro de las otras, y en cuya última, moramos nosotros, los súbditos bien amados, pero quienes a pesar de su amor, lo hacemos llorar, le damos dolor, nos desunimos en el santo viaje de la carabela común, le llevamos pancartas y las ponemos a pie del plasma, por si así las viera, quizás, Mariano Nuestro Señor. Perdónenos, pues, el otro Señor.

Mariano Mariano, como aquel cómico, pero este Mariano, que parece el Sumo Sacerdote de ese cortijo-cromlech o Stonehenge de Guisando para adorar al Rey Sol de la Unidad inmarcesible de la Patria, con sus torreones musulmanes, sus grajos y cornejas nacionales de todas las etnias, con sus vidriados ladrillos moriscos, sus arcos visigodos, sus acueductos romanos, sus bancos de Gaudí y de Andorra, sus estatuas de Viriato, sus Bárdenas reales y sus Bárcenas a modo de simulación, sus Numancias y Termancias, sus cerámicas de Talavera, sus monedas fenicias, sus chequeras suizas y sus pallozas, cigarrales, pazos y masías, y sus rogativas para detener las aguas o la sequía –dañinas siempre como todo extremo, ¡insensatos!, tan terribles las riadas como el populismo radical, tan agobiantes las solanas como esa gota malaya de irreductibles izquierdistas insumisos–, para erigirse él todo, él solo, él único y únicamente en Emperador de su Rey, en Constituidor de su Constitución, en Juez de Todos los Jueces, en Administrador Único de todas las Haciendas, en Fiscal de sus fiscales, serena, marianamente siempre, para hacerse más y más y mejor Mariano Matamoros, Mariano matacoros de discrepantes, Sant Jordi Marià contra el dragón, si así fuera menester también, y Mariano matamarranos de hediondas, cancerígenas, procesadas y nitrogenadas carnes, Mariano matajudíos porque mataron a Nuestro Señor Jesucristo, Mariano mataateos que descreen y medran como la cizaña, Mariano matarrepublicanos pesados e insistentes, Mariano mataquincedemayos descamisados y desbecados y destrabajados y desechados y... cabestros.

Mariano, ciudadano honorario de Las Matas de hambre, de pena, de vergüenza, de desesperación... y Mariano sastre de todos los trajes, pagados o no, y El sastrecillo valiente de ‘Yo maté siete de un golpe’, y Mariano el Ungido de la Baraka del helicóptero, Mariano en su caballo blanco de Mariano, Mariano, diecisiete Marianos novios para diecisiete hermanas y Mariano somos novios de la muerte y Mariano ¡a mí la Guardia Civil!, y Mariano y cierra España, y Mariano de Rajoy y Brey, Serenísimo Marqués de las Colchas de Parches y Mariano el Necesario, Mariano el Imprescindible,  Mariano el Conde-Duque de Perales, pero de Lérida –¡Todosh losh peralesh shon míos, shon míos, shon míos... y lash butifarrash, las barretinas, las boinas y los sombreros de tres picos, y las fresas de Aranjuez y los grelos y los cachelos y los camarones de la isla y la Seat y la Telefónica, o como si lo fuera, que es de un amigo, y el último cuplé, los últimos de Filipinas y los mantones de Manila, y el Museo Thyssen y los goles de Telmo-Mariano Zarraonaindía y Montoya, también!–

¡Mía, mía, la calle, no, toda, toda España es mía, malnacidos, desespañoles, tibios, mequetrefes, desafectos, catalanes, afrancesados, luteranos, vascos, cipayos, zulúes, hugonotes, magrebíes, chinos! Mariano y sus landsquenetes al mando del saco de Valencia, Mariano el Conducator, Mariano a puerta gayola ante los bous al carrer, Mariano el Querido Líder, Mariano el Solo, él solo metaformoseado en los tercios de Flandes todos, en la Armada Invencible, en el León de Lepanto, él solo mandando aperrear –como los hermanos Cortés– lo mismo pubillas que rapaciñas que gaditanos shoshetes, que más dará... pues desobedientes e insumisas todas ellas, Mariano que será para toda la Españidad, como una eternidad con cuatrocientas Es mayúsculas, Mariano cincelando su sitial en la historia en un kilómetro cúbico de piedra pintada de rojigualda para cincelarle la Ñ, para cincelarle debajo una Corona, para cincelarle debajo un Made in Spain, un Marca España, la cabecera del Marca de cabecera, un ¡Zoy Ezpañó, cazi ná!, una Z de Leticia, un José María Pemán, un Luis María Ansón, un caracolillo en la frente, una cabra de la legión, un traje de faralaes, un Franco, ese hombre, un Vale quien sirve, un toro de la Vega, un Por el Imperio hacia Dios, una carreta del Rocío, un Asturias, Patria querida, y un Dios, Patria, Rey, Fueros y Tradición, y el Porompompero y una jota a la Pilarica que no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa y que por eso le paga y condecora el señor ministro y para que, siempre, siempre, siempre, por lo siglos de los siglos, amén, seamos hoy más españoles que ayer pero menos que mañana y todo por la Gracia de Dios, por el Cid Campeador y Agustina de Aragón, por el Real Madrid y Cristiano, porque se nacionalice Messi, por los goles de Nadal, los raquetazos de Fernando Alonso, los títulos de badminton de los Gasol, los cinco Tours de Garbiñe Muguruza y con Urdangarín de bordón al timón del Bribón del Borbón. Mariano, impasible el ademán,  haciendo guardia frente a los luceros, al amparo del brazo incorrupto de Santa Teresa y con la milagrosa mediación de Chicuelo y de Frascuelo y de los santos niños Cosme y Damián. Y ¡Tachunda! y ¡Ayayaiiiii! y Fiiiiirrrr...... ¡mes!

¡Resiste, España, resiste! Por plasma y como cataplasma única para todo mal, que habiendo cataplasma –y vídeo electoral hay que lo demuestra– para qué querrá nadie la Seguridad Social.

La suerte que tenemos de ser una unidad de destino en lo universal, ahí es ná, y con la joya de médico que nos vamos a quedar.


viernes, 2 de octubre de 2015

27S. Carta abierta de Oriol Junqueras a Mariano Rajoy

Circula por las redes el texto de una supuesta carta abierta del Presidente de Izquierda Republicana de Cataluña, Oriol Junqueras, al Presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, enviada con posterioridad a las elecciones autonómicas catalanas de este pasado 27 de septiembre. Oriol Junqueras ha desmentido su autoría en la mañana del 29, pero no se ha abstenido de añadir que la carta contiene numerosos puntos que subscribiría.

La historia del texto apócrifo es notable. Apareció, creo, en la noche del día 28 en el blog Eco republicano y una persona curiosa de muchas cosas y buena amiga mía me lo indicó de inmediato, enviándome el enlace. Entré a la página y, efectivamente, allí estaba la carta citada con su supuesta autoría. La leí y me pareció muy interesante y, además, para mi sorpresa, francamente bien escrita. Los textos de los políticos resultan, por lo general, enrevesados, desorganizados, caóticos, poco claros, llenos de lugares comunes, pobres y malamente redactados. Los de mano propia del político, salvo caso raro, gustan de deshonrar el idioma y de ofender la razón y aquellos otros pergeñados por sus acólitos, además de lo anterior, huelen a oficialismo barato y vicario, a bisoñez intelectiva, a ignorancia histórica y a vagones de aquellos de tercera clase de los de antaño, si trenes fueran, que es lo que suelen parecer, por lo pesados, lentos y contaminantes.

Pero en este caso, al margen de algunas exageraciones manifiestas, siquiera la expresión es impecable, lo cual nunca es poco, además de infrecuente, y el contenido, articulado, ordenado según razón con antecedentes y consecuentes y con los sujetos, verbos y predicados colocados en su debido lugar, lo cual, cuando acontece, jamás deja de pasmarme, por lo inusual. Además, el escrito emana auctoritas, pero de la antigua, y una seguridad imperial, de aquella que no necesita amenazar a fuerza de visajes, gritos y exabruptos o citar la ausencia de temblores de mano ni parecidas coletillas sin sustancia para sonar a verdadero y para merecer ser tenido en cuenta, manteniéndose al margen de palabrería y prodigando consideraciones sobre las que poder debatir sin sonrojarse. Lástima solo que, al parecer, no sea cierta la mano a la que se le atribuyó.

Esto al margen, lo cierto es que la misma persona que me avisó de la aparición del texto, a eso de las dos de la madrugada me indicó que el mismo había desaparecido. Y así era. Error 404 en la entrada del blog y ni una explicación sobre el asunto. Una rápida búsqueda por la red me llevó a convencerme de que había desaparecido de... todas partes. Sólo dos o tres lugares citaban un par de párrafos. –Vaya–, me dije, –un caído en la retaguardia y el cadáver sustraído y enterrado en la cuneta, como de costumbre–. Pero tuve la buena suerte de que, por debajo de mis siempre inacabables páginas abiertas, ahí seguía en pantalla lo que antes había leído. Viejo avisado, primero fui capturando pantallazos del Mac, no fuera qué... y después –benditas siempre las memorias caché– pude hacerme con todo el texto. Había llegado a tiempo.

Hoy, tras enterarme del desmentido tan matizado de Junqueras, me ha picado la curiosidad y he releído el texto con diferente atención. Y, además de lo ya expresado arriba, he sacado algunas conclusiones. La primera, que no parece texto de un catalanohablante, aunque justificarlo me llevaría mucho más tiempo del que dispongo para el asunto. La segunda, que es muy extraño el proceso en sí de publicar, retirar y no explicar una palabra. Porque si alguien medianamente serio publica algo, digamos que en buena fe, pero de cuya autoría conoce a posteriori, no importa por cuál vía, que es falsa, lo normal, en efecto, sería retirarlo, aunque en este caso concreto no solo normal, sino del todo obligatorio hubiera sido el proporcionar además una explicación. Y no ha sido el caso. De hecho, en Eco republicano, sólo figura el error 404, sin más. Pueden curiosear el enlace, este:

El periódico La Vanguardia se hace eco del desmentido, aunque no así del texto, pero calificándolo de fake, falso en román paladino, o apócrifo, pero añadiéndole, a su vez, la bendición parcial de Oriol Junqueras, y esta ya sí verdadera, lo cual ya, a poca pituitaria que se tenga, suena a entretenido juego de esgrima y a materia para dar que pensar. Este es el link:

Así que me cabe anotar para mi coleto que el asunto bien puede haber sido, en efecto, una falsificación sin más que los responsables de ese medio se han tragado entera, omitiendo después la elegancia de una disculpa. Y no se puede tampoco descartar, por supuesto, que la falsificación pudiera ser de elaboración propia, o de personas de confianza de ese medio, aunque cabría preguntarse qué sentido tendría elaborar un texto tan medido y cuidado, atribuirlo a un tercero y retirarlo al poco, aun antes del desmentido, pues la materia no parece precisamente asunto para bromas.

Me cabe igualmente la duda razonable de que se haya tratado de un globo sonda para estudio de rozamientos, fricciones y reacciones, de autoría atribuible a prácticamente cualquiera, sin excluir al apócrifo o sus hechuras y con fines que tampoco resultan del todo difíciles de imaginar. Sin embargo, sin embargo... el texto tiene un tufo tan a creíble, a verdadero que me voy a dar el trabajo —pero el gusto— de glosarlo párrafo por párrafo, porque contiene un excelente resumen del estado de la cuestión del soberanismo catalán —y de la interpretación del resultado electoral por parte de quienes lo sostienen— y siendo que al hilo de todo ello bien se pueden hacer consideraciones de mucha actualidad.

Doy comienzo, pues.


CARTA ABIERTA A MARIANO RAJOY, por Oriol Junqueras
(Esta autoría, insisto, ha sido desmentida por el señor Junqueras)

Sr. Presidente del Gobierno del Estado Español:

Ante los inequívocos resultados de las Eleccions al Parlament Català en las que las fuerzas políticas soberanistas hemos obtenido una mayoría holgada para gobernar de 72 diputados, le comunico que la hoja de ruta catalana hacia un proceso de independencia está más legitimada que nunca y va a ser ejecutada paso por paso, habida cuenta de que ése es el mandato impuesto democráticamente por la sociedad catalana.”

Recio comienzo, sin duda, pues el ignoto autor se atribuye sin más matices, incluido el término de ‘inequívocos’ para los resultados, los 10 escaños logrados por la CUP, arrimándolos con seguridad y buen desparpajo a su propio e insuficiente resultado, para sus fines, de 62 escaños. Pero es que es este guarismo precisamente el que desde la noche electoral agita y enturbia el sueño de unionistas y secesionistas, por darles un nombre, y porque ese ‘desparpajo‘ que le atribuyo no es, sin embargo, del todo una boutade. No lo es porque sin duda la CUP no es una formación unionista y, en consecuencia, resulta razonable suponer que más tirará hacia su naturaleza, el independentismo, que hacia la posición contraria.

Y porque, de momento, parece que ese movimiento o suma sólo quedaría en suspenso por la conocida postura de la CUP hacia Artur Mas, de quien no quiere saber nada en razón de los tremendos episodios de corrupción en Convergencia, su partido. Y un segundo impedimento, o primero, como se prefiera, es el postulado de dicha CUP, sin duda democrático, de que la independencia sólo podría declararse tras un resultado plebiscitario que sumara más del 50% de los votos. Como este no se ha dado, la CUP afirma actuar en consecuencia.

Pero conviene destacar que entre el optimismo del pseudo-Junqueras y la realidad de la matemática electoral sólo se interpone este llamémoslo ‘purismo’ de la CUP. Pero el purismo en política dura lo que cualquiera sabe, máxime considerado el valor de la puesta. Porque ante lo que está en juego, para ellos lo más sagrado, bien cabe suponer que se sentarán a negociar y debatir sobre cómo partir las diferencias, que le diría un payo a un gitano regateando la compra de un chisme en el Rastro, es decir, que se avengan los unos a admitir que el mal olor de Artur Mas no existe desodorante que lo encubra, y ceder Junts pel Sí, por lo tanto, en lo del nombre de su candidato, siquiera nominal y temporalmente, como ya ha ocurrido de hecho para la confección de la propia lista electoral y llevarse así a la CUP al himeneo independentista, accediendo esta a cerrar un ojo sobre ese pequeño detalle del 50%.

Y ya esta mañana mismo, sin haberme dado tiempo ni a acabar el artículo, la CUP ha avanzado una propuesta un tanto atrabiliaria, la formación de una especie de tetrarquía para presidir la Generalitat, de la cual ni siquiera se excluiría al señor Mas. Bastaría pues con blanquearlo a un 75% y diluirlo entre otros pares a un 25% para que resulte de nuevo honorable. Lo cual viene a dar razón al postulado de la carta misma de que se llegará a un acuerdo de una manera u otra. Y es que más raros que tontos serían si no lo intentaran, cabe añadir, porque así se las ponían a Fernando VII, dicho sea en castizo.

Y porque al igual que en el bando ‘unionista’ no para de apelar al ‘sentido de estado’ cada martes y cada octubre y por cualquier quítame allá esas pajas, para de seguido llevar a matrimoniar a la fuerza a las parejas más inverosímiles y contra natura y a nada que Merkel, Obama, la banca, el mercado, el Vaticano o las eléctricas apenas lo insinúen, no es tampoco de descartar que ese mismo ‘sentido de estado’ lo posean los catalanes para el estado que pretenden ser y que sean igualmente capaces, en consecuencia, unos y otros, de llevar a matrimoniar igualmente cabras con búhos así como de asumir algunos ‘sacrificios ideológicos’ como esos que, por ejemplo, viene haciendo el PSOE, y estos sí con desparpajo verdadero, desde la Transición y sin faltar a ellos cada luna nueva, como los aztecas.

Y continúa el escrito con este ¡zasca! de doble vía:

Recordando la pregunta de la consulta/referéndum que la Generalitat llevó a cabo el pasado 9 de noviembre, por la que nuestro todavía President está imputado, las fuerzas del SÍ/SÍ han obtenido un 47,74 de los sufragios, las del SÍ/NO un 12,74, mientras que las del NO/NO que usted apoyaba han obtenido sólo el 26,43%. Si está usted interesado en saber qué piensa el 13,09% restante del electorado catalán, que no se ha pronunciado, aunque declara respetar el derecho a decidir, tendrá que venir a Catalunya y colocar unas urnas selladas por su Ministerio del Interior. Usted lo sabrá entonces, y nosotros también.

Desde luego, no se puede desplegar mayor armonía a la hora de dar patadas en la dentadura. Ni que fuera Messi con un bolígrafo. Porque es coz de doble y hasta triple trayectoria, por la imputación esa misma mañana del Molt Honorable President y porque primero recuerda el agravio del prohibido referéndum, para terminar con el despliegue de serísima cuchufleta de sugerir poner las urnas selladas por el Ministerio del Interior para desvelar el sentido de los votos restantes. No cabe mayor sarcasmo, pero, una vez más, no es gratuito y tiene sus causas, gusten o no.

Porque, frivolidades aparte, deja el párrafo todo el aroma y significado de lo que es la verdadera controversia entre el supuesto derecho a decidir y la efectiva juridicidad española sancionada en nuestra Constitución, hija putativa en definitiva de un régimen fascista e hijastra de la Transición, es decir, de lo que fue un intento de buena voluntad democrática, tras la muerte del dictador, pero suficientemente desleído por haber sido finalmente ensamblada, conjugada, firmada y votada la Carta Magna a la sombra de los fusiles en flor. Y con sus consecuencias, en razón de ello, del para tantos cada vez más insoportable déficit democrático, bien visible, por ejemplo, en la decisión tomada entonces sobre la forma de la jefatura del estado, o en la inexistencia en la ley de leyes, es decir, en la prohibición de hecho de articular mecanismos para que se puedan instar referéndums sobre cualquier cuestión propuestos por parte de un número x de ciudadanos, y no de sus ‘representantes’, hurtándole así a la población, en virtud de la Constitución, una buena parte de su soberanía o, en el mejor de los casos, secuestrándola para que negocien con ella, de nuevo, sus ‘representantes’, siempre adecuadamente muñidos en función de la ley electoral y de cuyo refinado buen hacer todos estamos suficientemente informados.

Y es que es altamente sensible este agravio ‘allá’ para la cuestión soberanista, pero ‘acá’, en el mundo unionista, no lo es poco igualmente para tantas otras cuestiones, porque el gobierno español sí tiene constitucionalmente reservado para sí el derecho a instar referéndums a su mejor discreción. Es decir, para aquello que le interesa, sí, pero para aquello que le interesa a toda o parte de su población, no, cuando resultara esto en algo que no fuera del interés de la parcialidad gubernamental de cada momento. Y tal manejo, claro, no es buena democracia, por malabares que quieran hacerse con el término. En Italia o en Suiza, sin tener que ir demasiado lejos, la proposición de una consulta, alcanzado un número de firmas determinado por según a cuál asunto se refiera la misma, y con la única limitación del cuando, que queda al arbitrio del gobierno de turno, pero siempre a resolverse dentro de unos plazos, lleva a que se celebren irremediablemente referendos populares cuyos resultados, además,  son vinculantes. No es pequeña la diferencia.

Y es un agravio igualmente para todos y una obvia expresión más de nuestro déficit democrático el que en estados como se les dice hoy, ‘de nuestro entorno’, aunque estén en las quimbambas, como Canadá, o en otros, como el Reino Unido o la antigua Checoslovaquia, hayan podido celebrarse referéndums de autodeterminación o de separación de sus territorios con el consentimiento más o menos pesaroso de sus ‘metrópolis’, pero sin que estas amenazaran con toda clase de represalias y con mandar a sus hipotéticas separadas partes al limbo donde vegetan Macedonia, el Transdniéster o Kosovo, por hablar sólo de Europa.

Pero aquí se apela única y exclusivamente a la ‘Ley’, sea esta de la época de Wamba o Alfonso X o esté la misma claramente inficionada por los usos de una dictadura fascista, y a otra cosa. Y después vendrá el rechinar de dientes y el quejarse de sedición y traiciones. Palabrería del siglo XIX y usos políticos de la misma época, pero a los que se llama modernos y segura miseria para el futuro de los divorciandos.

Y sigamos:

Le recuerdo que con una mayoría muy inferior, que no llega el 45%, usted se ha creído legitimado para desmantelar el estado del bienestar en España (y de paso en Catalunya) y jamás se ha parado a pensar que cerca de un 60% de los españoles no está de acuerdo con sus políticas austericidas, ni sus mordazas, ni sus leyes del siglo pasado, ni sus silencios ni connivencias con la corrupción. Entiendo que usted caiga en la tentación (apoyado por una caverna mediática a sueldo, que analiza resultados en función de lo que usted desea escuchar y no en base a la realidad), de intentar apropiarse de ese 13,9% de votos indeterminados. Sólo le recuerdo que ni uno sólo de esos votantes le quiere a usted de presidente y que muchos de ellos claman por ver a cientos de cargos corruptos de su partido juzgados y entre rejas. Descuide usted, que de nuestros corruptos nos vamos a ocupar nosotros como podrá ver en los próximos días.

Párrafo lleno de lugares comunes, pero donde salen bien a flote las causas más profundas del descontento y desencanto de una parte de la sociedad catalana, pero un descontento que es el mismo que a tantos embarga en el resto de España. Es el mal de las mayorías absolutas cuando estas no son administradas por buenos gobernantes, quienes, como los buenos taxistas o los buenos dentistas o los buenos cocineros, son siempre los menos, pero es un mal que nuestra torcida ley electoral administra a todos a partes iguales, al privilegiarlas. No se sabe muy bien por cuál enrevesado designio multitud de constituciones laminan a las minorías, pero sólo a según cuáles o, mejor dicho, se sabe perfectamente, pero eso excede con mucho el ámbito de estas líneas, aunque sea sin duda el asunto parte fundamental de la ecuación.

La ley electoral catalana es la misma y calcada de la ley española y prima a unos territorios sobre otros y hace que unos votas valgan, según cuál lugar, la tercera parte de otros y proporciona mayorías igualmente distorsionadas. Luego, las diferencias son pocas y, en este sentido, poco pueden reprocharse unos a otros pues, cada cual en su ámbito, siempre han sabido ‘unionistas’ como ‘independentistas’ imponer sus criterios con bastante poco respeto a otros grupos ideológicos de población de quienes sólo les separan, electoralmente hablando, escasos votantes.

Sin embargo, el punto final del párrafo sí es de toda enjundia: “Descuide usted, que de nuestros corruptos nos vamos a ocupar nosotros como podrá ver en los próximos días.” Vaya, nos encontramos por segunda vez ante una frase que vale por dos, o por tres. Definitivamente el pseudo-Junqueras disfruta esgrimiendo la pluma como un buen ajedrecista sus alfiles. Porque la amenaza es doble, para ‘sus corruptos', es decir, qué otros que los de Convergencia, pero, por contrarios, riéndose como las hienas de aquel que a sus corruptos les dice que ‘resistan’. Pero es que además manda un recado directo, o más bien una tarjeta de visita con invitación a la CUP para el baile de debutantes. —Nos vamos a ocupar de nuestros corruptos, ¿No es eso lo que queríais?— Y añadiendo que en los próximos días, no ad calendas graecas, nada menos. En fin, preciosísima caligrafia, pero del todo increíble. ¿Se imagina alguien a Junqueras, hoy, amenazando con procesar a Mas y a Pujol? Yo no, desde luego. Con no levantarles una estatua, ya irán más que mal despachados en cualquier futuro independentista.

Pero ahora sí llega la amenaza contra quien de verdad le interesa y preocupa:

Parecen ustedes, los inmovilistas, muy contentos de que la candidatura de Junts pel Sí, esté obligada por aritmética parlamentaria a negociar con la CUP la investidura de un presidente de consenso. Lo haremos, Sr. Rajoy. Elegiremos a un presidente que nos represente a todos, tenaz, con ideas claras y sin ningún miedo en el cuerpo. Dos datos electorales que no deben gustarle tanto son que su derecha estatal ha sido barrida por otro proyecto gemelo al suyo, pero más europeo, más democrático y menos nostálgico, y que esa derecha va a desarticular a la suya en todo el Estado. De momento tiene usted nueve políticos más en el paro, aunque sospecho que nunca los veremos en una cola del INEM. Tampoco creo que sonría ante el hecho de que las fuerzas derivadas del 15M, a las que usted ninguneó y retó a presentarse a las elecciones en lugar de protestar en las calles, han obtenido un 17,14%, duplicando holgadamente los resultados de su formación. Y que esas fuerzas, CUP y Catalunya sí que es pot, están formadas por personas demócratas y dialogantes que a mí personalmente me hacen ser mejor y más ambicioso, y a las que usted, por contra, jamás dejará de despreciar.

Realmente, aquí ya parece el ignoto autor un gato jugueteando a su mejor gusto con el ratón. No tiene aún el apócrifo hablante el poder que desea, pero no tiene poco y demuestra su seguridad en tener pronto mucho más, pero el que tiene lo administra como ya quisieran otros. Amenaza con negociar y pactar, evidentemente a cualquier precio, con la CUP. Como para no meter miedo a su adversario. Y le mienta de seguido la bicha, Ciutadans, con los que se permite hasta casi un piropo, a pesar de sus diferencias ideológicas con ellos, que bien podrían ser las mismas que con el PP, al tiempo que le asegura lo que cualquiera más que intuye a estas alturas, que el PP es un animal desangrado que está siendo devorado por su hijo, para finalmente rematar al bicho con un pellizco en los muñones, de nuevo, con el sangrante sarcasmo de que entre Podemos y sus conjuntos, y la CUP, a quienes desafió y ninguneó en su día, han obtenido el doble de votos que su partido en Cataluña.

No es que esto no lo sepa cualquiera, pues la debacle del PP en Cataluña es histórica, pero es la serena finura de expresión, el tono sin grandilocuencia, pero sin una sola concesión ni piedad y la sobriedad formal de todo ello lo que hacen al escrito más sangriento que una corrida de esas en las que al toro, después de lo que ya lleva la criatura, todavía haya que apuntillarlo cuatro veces. Una faena de las sobrias, en resumen, de esas que los que entienden de tales lides se hacen lenguas.

Y sigue un poco de sentimiento y una fina mano de populismo y besamanos a abuelas y caricias a niños cuando se expone la lista de las amenazas recibidas:

Además le hago llegar el sentimiento de la Nación Catalana. Usted ha perdido estrepitosamente en las urnas, a pesar de haber sido desleal con la sociedad catalana, pues usted ha amenazado con el hambre y la pobreza a nuestros abuelos, a nuestros agricultores, a nuestros funcionarios, a nuestros comerciantes, a nuestros desempleados, a nuestros enfermos, a nuestros niños. Y no contento, nos ha amenazado veladamente a todos con su ejército. Aun así, con todo ese miedo inoculado, nuestra sociedad le dice que se acabó. Un vaso es un vaso señor Rajoy. Y el suyo está vacío.

Y al discurso de la deslealtad catalana siempre emitido desde Madrid y bastante fundado porque, al igual que la historia de las ‘caricias’ de Madrid o de Castela a Cataluña es un historial de invasiones, hechos militares y prohibiciones que llenan enciclopedias, es también incuestionable la determinación de los órganos catalanes, desde la Edad Media, en aportar lo menos posible a la caja común y fuera esta la de una u otra dinastías, la de las dictaduras, las dictablandas, el franquismo o la democracia actual —como no dejan de ser igualmente ciertas las alianzas catalanas con cuanto enemigo de la ‘metrópoli’ convino, el francés, el inglés o el carlismo—, a ese eterno juego del tú más y tú lo mismo, le contrapone el autor la imagen de un presidente de España a su vez desleal por sus innegables amenazas. 

Porque es cierto que toda la campaña electoral ha estado caracterizada por una entera corte de amenazas desde Madrid, algunas tan burdas como el atribuir a terceros declaraciones que no se hicieron o traducir otras modificando su contenido. Actuaciones, en fin, no se sabe qué más, si propias de diletantes o de incapaces, y que son las que más cabrean en el trabajo de cada cual. Pase que hayan de mandarte, pero que te mande un incapaz y un malintencionado convierte hasta a las ovejas y a los pacientes en insumisos. Y tal es lo que está pasando, no otra cosa.

Igualmente, muchos pueden estar en su derecho de afirmar que Cataluña es desleal con España, no faltan argumentos para ello, pero es cierto también, en el sentido de lo ya expuesto, que lugares hay en el mundo moderno donde a parecidas cuestiones o discrepancias se les ha sabido buscar una salida no escorada exclusivamente hacia el lado del ‘no y siempre no’.

Esgrimir siempre las leyes existentes, pues no hay otras, cargadas de déficit democrático desde el momento de su concepción, en el sentido de lo expuesto arriba, y esgrimidas siempre como si fueran mazas, sin que nunca, ni una sola vez, se empleen con más larga visión y voluntad de inclusión como la racionalidad indica también que se podría actuar con las leyes mismas, es decir, considerándolas como los artefactos instrumentales que son, tan modificables y capaces de evolucionar según necesidad como cualquier otra herramienta —pues no son hoy los mismos los instrumentos de un quirófano que hace cincuenta o ciento cincuenta años, y los instrumentos jurídicos, tampoco—, es lo que exaspera y tuerce la lealtad de las poblaciones sometidas a cualquier conflicto, porque se las termina llevando a base de noes hacia esas actitudes que luego, desde el poder, se califican con tanto desprecio y amargura como desafección, desobediencia, insumisión...

Y vale esto igualmente para el independentismo como para los desahucios o las condenas a ladrones de verduras o a los de cuello blanco. No se matiza donde se debería y se le da demasiado peso al fuero cuando el verdadero problema, en demasiadas ocasiones, es el huevo, incurriendo en la permanente tentación de utilizar la ley como cortapisa cuando muy bien podría esta desempeñar el papel contrario, el de instrumento para armonizar e integrar, en lugar del habitual por estos pagos de cohibir y constreñir.

Y sigamos con otro párrafo, este igualmente informativo y programático que de nuevo concluye con un sarcasmo.

Mientras se niegue a poner a disposición de los ciudadanos catalanes las herramientas que la democracia prevé, tendrá usted que aceptar, le guste o no, quiera o no quiera, que su opción ha sido derrotada devastadoramente, y que el Parlament Català está gobernado por independentistas descontentos que tienen un mandato popular hacia la democracia, la libertad y la dignidad: esto es, hacia la independencia nacional. Quizás le suene extraña a usted la obligación que sentimos de cumplir nuestro programa electoral, dado que usted no ha tenido jamás la más remota intención de cumplir el suyo.

La conclusión se comenta sola, una vez más se trata de contraponer un comportamiento que se califica de democrático, el propio, a otro que que se ha convertido ya en lugar común de lo peor que se le achaca al PP, el sistemático incumplimiento de sus promesas electorales.

Sin embargo subsiste el problema de fondo, la pretensión de independencia catalana, que es a su vez el problema y la solución, según cada cual lo considere. Se diría que la cuestión está derivando hacia la típica situación médica en la cual un paciente que ha descuidado de manera sistemática los síntomas de su enfermedad se encuentra ahora en la necesidad de someterse a una amputación. Y, de un lado, no quiere, pues se sabrá inválido sin él, pero de otro la gangrena tira por su lado y no espera. Con una diferencia, naturalmente, la parte a separar no es carne muerta, sino un organismo vivo y autónomo que, a su vez, no desea morir del mismo mal, ese que nos amenaza a todos los demás.

Miguel Ángel Aguilar, uno de nuestros mejores periodistas y desde luego no un independentista, ha condensado la situación en lo que llamó Telegrama para Mariano Rajoy:

Señor Presidente del Gobierno y del Partido Popular, puede que en las urnas del domingo los catalanes hayan sido incapaces de apreciar el bien que se les hace desde el PP. Se barrunta que en las legislativas del 20 de diciembre sucedería lo mismo si su señoría encabezara las candidaturas. Por todas partes cunde el “Rajoy, no”, como en 1909 España entera se unió en el “Maura, no”. Entonces, el partido conservador hubo de buscar el relevo. Ahora veremos si los de Génova se atreven a sacrificar a un líder imposible. Se precisaría otra cara y otras maneras. Atentos.


Concluye el escrito de nuestro pseudo-Junqueras con el resumen, a su juicio, de la situación, más un exhorto final:

A partir de hoy sólo hablaremos con la sociedad catalana, a través de su parlamento electo. Tienen ustedes, entre su partido, en franca caída libre a la marginalidad, y sus aliados de Ciutadans, que paradójicamente los apoyan a la vez que los destruyen, 36 diputados que niegan cualquier posibilidad de diálogo y que representan el inmovilismo más ineficaz. A ellos los escucharemos con respeto, pues son representantes legítimos de nuestro pueblo. Pero no toleraremos más amenazas. Usted, Sr. Rajoy, está completamente deslegitimado en Catalunya y jamás permitiremos que nos vuelva a tratar como súbditos.

Si es cierto que usted cree que ha ganado las elecciones plebiscitarias al Parlament Català, y que la sociedad catalana no quiere iniciar un proceso de independencia, le emplazo a convocar un referéndum legal, definitivo y vinculante, en el que todos aceptemos los resultados. Sin lecturas torticeras, sin amenazas, sin coacciones, sin trampas, sin insultar a la democracia. Ninguna otra cosa nos detendrá, sino un mandato vinculante de la sociedad a la que representamos.

Y ese mandato lo vamos a cumplir. No tenga usted ninguna duda.

Oriol Junqueras
President d’Esquerra Republicana de Catalunya


La petición final es clara y firme y nada tiene de antidemocrática en apariencia. Se da a entender que la única vía para interrumpir el intento de secesión es que el pueblo catalán diga que no a la misma en un referéndum plenamente legal que tiene que convocar el Gobierno de Madrid. Me queda añadir que, sin duda, no es pedir poco, pero es pedir algo democráticamente y algo que igual puede decantarse por una u otra alternativa. Pero, legalidades aparte, parece, además, lo justo y ser algo que, de querer, un gobierno seguro de sí mismo y conciliador podría aceptar, conservando incluso muchas bazas para, finalmente hacer ganar a la postura unionista. Tal como ha ocurrido en el Reino Unido o Canadá, países a los cuales a casi nadie se le va a ocurrir tildar de poco democráticos.

De lo contrario, tal se puede colegir de la totalidad del texto, apócrifo o no, el proceso seguirá tirándose al monte hasta que se produzca el ‘hecho biológico’, algo a lo que podrían faltarle tres cortes de pelo, según vengan dadas, pero que se sigue queriendo contemplar por quienes tendrían la responsabilidad de intentar reconducirlo, desactivarlo o siquiera manejarlo, y sin acudir como ultima ratio, como de costumbre, a las divisiones acorazadas, tal como se contemplaba el final de Franco, hasta cuando él mismo y hasta algunos de sus hechuras fueron incluso capaces de alumbrar la idea de que su deceso se produciría algún día, asumiendo el riesgo de pensar y decir que no fuera inmortal y ver qué se pudiera intentar hacer entonces. Y lo que hicieron fue la Transición, mejor o peor, según gustos, pero hacer, resulta incuestionable que hicieron, y mucho. Estos no, estos parecen dar el fallecimiento por imposible. Así les irá.

Claro es, igualmente, que el coro del nacionalismo español grita unánime que, de no quedar otro remedio, ese referéndum sólo se debería celebrar votando en él todos los españoles. Es opinión muy extendida y que no dejo de escuchar por todas partes, desde las tabernas hasta en los medios más ecuánimes, fundamentada en que tal sería lo que la Constitución podría permitir en el mejor de los casos. A mí, sinceramente, me parece una idea asombrosa. Imaginemos a los británicos en su conjunto votando la independencia de Escocia o a todos los canadienses la de Quebec. Es trasladar el concepto de clava a urna, tal cual y sin matices, o jugar partidos de fútbol de once contra tres, señalando su exquisita equidad. Bestialidad pura, en fin, como tirar cabras por el campanario celebrándolo como una fiesta y enorgulleciéndose de ello. 

Por lo tanto, contestar a peticiones sin duda democráticas con absurdos como el del párrafo anterior es síntoma de desprecio por un lado, de malquerencia y de cobardía por otro y de incapacidad para estar en política más que gobernando con las viejas cañoneras y con las fuerzas del Ministerio del Interior. Se tiene la ley y se dice casi que se ha de morir por ella, pero es igualmente cierto que cualquier ley, queriendo, consensuando y dialogando se puede modificar para acomodar necesidades que, si no se satisfacen así, se acabarán resolviendo por las malas o por las peores.

¿Quieren tantos una España Una, Grande y Libre, como el viejo lema?, pues no es algo vergonzoso de pedir, desde luego, en particular el tercer adjetivo, pues inténtenlo entonces quienes están magníficamente pagados para ello, porque lo meridianamente claro es que parece que nadie hiciera nada para alcanzar tan patriótico deseo. Se encontraron a la muerte del dictador una España cosida a navajazos en lugar de con agujas, proclamaron y proclaman que es buena así, y no han querido ir cambiando con algo de mimo, cariño y buen hacer ninguna de esas feroces costuras o, mejor todavía, cicatrices, se avinieron a solo maquillarlas y a cambiar los nombres de las cosas, pero no sus sustancias, y así vamos llegando a donde llegaremos. Por lo que a mí respecta, considero que, si de traición se quiere hablar, que seguro que nos hartaremos de oírlo, tanto se puede considerar la traición por acción como la traición por omisión. Y de fautores de esta segunda, en España, que no en Cataluña, andan los hemiciclos llenos, desgraciadamente.

Para acabar, no soy un independentista catalán, soy un ciudadano del mundo y un europeísta, mal que me pese esta Europa como me pesa España –con Cataluña o sin ella–, igual de Mater dolorosa y madre y madrastra e invertebrada que la vio Ortega. Pero cien años después.

Vaya un portento de laborioso obrar para todo un siglo.

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