domingo, 2 de noviembre de 2014

Paisajes locales. Don Totó.

Si el médico que ha equivocado el diagnóstico de la enfermedad de tu madre, de la de tu padre y de la de tu hijo, se presenta de nuevo a tu cabecera con una lista de medidas profilácticas para enfrentar la tuya y la de tu hermano, no es del todo improbable que, aún pareciendo razonables las terapias propuestas por el indocumentado, se desconfíe de él y no se le haga caso, se llegue incluso a exclamar con cierta acidez que ¡Jolines y Caramba con el menda! y se acabe por llamar incluso al curandero o a una echadora de cartas, si, como es el caso, otros sabios galenos anteriores, que también fueron de tu confianza, resultara que habían demostrado la misma fiabilidad.
Esto al margen, también produce su punto de perplejidad el que el galeno se te presente en casa de nuevo, vistos los éxitos, pero tan tranquilo y sin más, y sin manifestar miedo alguno –el inconsciente– a que agarres tu bastón y le impartas dolorosa y esclarecedora lición. Sin embargo, tal absurdo es al que asistimos, a diario. Y vendido –y cobrado– como versículo de Sagrada Biblia y remedio fetén de Vademecum.
En otro orden de cosas, también dan qué pensar otras actitudes que vemos de continuo. Sin ir más lejos, este viernes pasado, 31 de octubre, en la tertulia nocturna del canal 24 horas de TVE, aquella que llevara a sorprendente altura el ya defenestrado periodista Xavier Fortes y que hoy, descafeinada, pero pretendidamente similar, dirige Sergio Martín, se dio un caso verdaderamente de los de notar.
La plantilla de ‘analistas’ de los viernes de dicho programa lleva ya una larga temporada muy bien asentada y parece haberse constituido en uno de esos equipos que crean sinergia y funcionan, llegando incluso al extremo de saber ‘dar espectáculo’ y, casi, hasta entretenimiento, sin salir de la árida materia del análisis político, pero lográndolo desde un planteamiento que no es el de la telebasura. No es poco para los tiempos. Julio César Herrero, Graciano Palomo, Antonio Papell y Alfonso Rojo son quienes suelen oficiar en dicho evento, y aunque no pueda decirse de ellos que sean exactamente Antonio Gramsci, Francisco Umbral o Rafael Sánchez Ferlosio, lo cierto es que superan en bastante el nivel medio de lo que hoy se puede escuchar en TVE y el resto de medios.
Pues bien, después de esta semana negra de la corrupción, seguidora de otra negra de tarjetas, de varias de nigérrimo Ébola y de otras ya incontables de negra perplejidad y de tantas y tantas de insoportables negruras, debatían los tertulianos entre ellos sobre la causa por la cual, ante la más que previsible y probable pérdida del poder por parte de quienes ‘consienten’ la corrupción –por decirlo suave–, ninguno de los concernidos diera el paso al frente, para empezar, de coger por por do más pecado hubiera a la oveja negra más conspicua de cada casa para dirigirse, sin más y acto seguido, a entregarla en comisaría, desoyendo sus lastimeros balidos y adjuntando la documentación pertinente, imprescindible para la recuperación de sus vellocinos, antes de relajarla al matadero.
Y ninguno de los cuatro sabios varones sabía –o quería– dar cuenta, en primer lugar, de por qué nadie parece enterarse más que a toro ya encausado, en los estamentos afectados por la corrupción y muy especialmente en los partidos políticos, de quiénes son, en primer lugar, los corruptos más vistosos de cada casa y en segundo de qué les lleva, 1), a protegerlos y, 2), a jamás denunciarlos, cuando es de suponer que el primero que se entera de que algo va pésimamente en su casa es quien la habita y tiene responsabilidades y mando sobre la misma y no el que pasa por la calle, debajo del balcón, deteniéndose a escuchar los gritos y obligado, en consecuencia, a percibir el tufo que sale del edificio y que, sólo juzgando por el que escapa por debajo de la puerta, lleva a conclusiones inapelables sobre el ambiente mefítico que debe de reinar en el interior, haciéndose cruces sobre cómo nadie puede soportar aquello sin llamar al pocero.
Pues bien, ninguno de los cuatro analistas citados, varones curtidos y bien fogueados en el oficio, mejor que muy bien informados y ninguno de ellos con el más mínimo aspecto de ser el tonto del pueblo, fueron capaces de aportar la explicación lógica, evidente y meridiana que la pregunta demandaba. Y, no siendo la causa de ello su bisoñez o estulticia, qué duda cabe, resulta evidente que esta no será otra que la censura, o la auto censura o el conocimiento de que contar la verdad es una pésima práctica para conservar la estabilidad profesional. Y no digamos ya, en según cuáles medios, no siendo hoy TVE, para nada, la casa de todos que dice ser, sino una instalación más del cortijo del amo, donde, más o menos, vienen a percibirse los mismos olores y sin necesidad de tener una pituitaria en exceso sensible.
Porque la explicación evidente no es otra que la de la complicidad previa y necesaria de todos los jefes y responsables directos de los subordinados implicados en la corrupción. No existe organización jerárquica imaginable, y los partidos políticos españoles son modelo de ellas, en la cual no se esconda un corrupto. Pero uno, o tres, ya cantan y son dolorosos, como en cualquier empresa o familia donde anide su garbanzo negro. Pero tener más, muchos más, ya es vicio y señal inequívoca de que esa misma corrupción no es, digamos, una desgracia sobrevenida por necesidades de gestión o por causa de mal tino en la elección del personal, como afirma doña Esperanza caza-talentos, que no Macarena, ni desafortunado azar como el que se queme por desgracia un edificio o desaparezca una fotocopiadora, sino que es señal de que se trata más bien de causa previa, generadora y eficaz, y no efecto, causa protegida y voluntariamente planificada desde la cúpula de la empresa, para el mejor beneficio y medro de la misma y de sus socios.
Además, estos garbanzos negros suelen ser bien vistosos, porque también, como en cualquier empresa, todo el mundo que pase ocho horas al día en cualquier lugar con sus compañeros de actividad o trabajo, o que viva en su pueblo con tres mil vecinos, sabe de qué pie cojean muchísimos de ellos y, aún mucho mejor, de cuál cojean su jefe, la secretaria o el bedel, saben cuando un concejal va en Jaguar, en lugar de en Seat León, como le correspondería, y saben muy bien, máxime en este país de bocazas y de fantasmas hueros y vanidosos, quién gasta diez o cien veces veces más de lo que cobra legalmente, quién se apaña con lo que hay y cumple con su deber, quien es la querida, o el querido del tesorero, y si a este, además, le gustan los látigos de piel de serpiente o si mira tierna, pero no evangélicamente, a los niños de su vecina. Y esto es así, del Aga Khan para abajo y el que más sabe de todo ello, por goleada, por necesidades intrínsecas del cargo es, necesariamente, el Aga Khan mismo.
Es, pues, la complicidad previa la que lleva a la necesaria omertá mafiosa, a la ley del silencio, por resultar del todo imprescindible para encubrir mejor los intereses y los delitos realizados en común y santa comandita y es también la que lleva, secundariamente, a tener que atender asimismo a la necesidad sobrevenida -hermosa palabra esta, con todos sus sobres– de ser también suficientemente comprensivos con los intereses ajenos cuando estos se dirigen a parecidos fines y se producen por iguales causas. Come y deja comer, no seas el perro del hortelano, en resumen y como sana filosofía política, porque si no, no te dejarán comer a ti. Así de sencillo es lo que se llama, por mejores palabras, ‘pacto constitucional’, contra la corrupción o contra la fuerza de la gravedad, cuando los propongan.
Es simple y puro corporativismo de tenderos y cuesta bastante trabajo imaginar a un tendero, llamémosle bribón, que clame por la verificación de las balanzas de todos los negocios de ultramarinos de la competencia, cuando el primer peso en estar manipulado es el suyo y cuando conoce de sobra que comprobar este extremo tampoco va a resultar tarea de gran dificultad para cualquier inspector de abastos y medidas medianamente documentado que le entre por puerta.
Lo malo es cuando los tenderos bribones no son un caso aislado y lo peor viene cuando los tres cuatro o principales tenderos del grupo de los – sigámosles llamando bribones– aúnan en sus personas los cargos de presidente de la asociación de tenderos, tienen el poder para dictar las normas deontológicas de la profesión, a su vez, ejercen el control sobre los inspectores y tienen los medios para parar las denuncias, son, además, quienes dictan las penas para los infractores, siquiera por delegación vicaria, y son quienes menos tienen, por razones obvias, y por ser los primeros infractores ellos mismos, el más mínimo interés por dejar de manipular sus pesos, lo cual les trae incontables beneficios a los que no desean renunciar, y todo ello, por construcción, que se diría.
Cierto es que, finalmente, es del todo inevitable que cuando todos los que hacen la compra en el pueblo, y porque no pueden irse a otro a hacerla, son ya más que meridianamente conscientes de que los pesos están manipulados, se producen manifestaciones populares cada vez más agrias, –¿dónde se han metido los inspectores de pesas y los alguaciles?–, claman los robados, pero nadie les contesta, empezando, en consecuencia, a apreciarse los efectos del más recio, espontáneo y ni siquiera proclamado de los boicots, el que se produce en simple defensa propia, que es el de no volver a entrar más la estimada clientela en las tiendas señaladas, pero, espanto sin cuento este, para los tenderos, que es lo único que de verdad puede llevarlos al cierre de sus chiringos, o respetadas entidades y corporaciones que sean y a la ruina consiguiente de los arruinadores. Chusco y merecido final, desde luego.
Por lo tanto, la contestación a la pregunta de marras arriba indicada y a la que nadie parece querer darle adecuada respuesta, es que no se hace y, además, no se puede hacer lo que tantísimos demandan respecto a la corrupción, y todo por la meridiana razón de que los llamados a efectuarlo, tendrían que realizar algo que jamás se ha visto, ni seguramente se vea nunca, algo ontológicamente inimaginable, salvo obligados a punta de bayoneta, y aún así, mendaces y renuentes, que sería el ver a Don Ciccio Lo Ferlita, a Don Salvatore Galantuomo, a Don Calogero Cuomo y a Don Alfonso Cafiero dirigirse a comisaría, por su propia voluntad y a auto inculparse con espectaculares golpes de pecho, seguidos cada cual por su famiglia al completo en interminable, disciplinada e inverosímil procesión de almas contritas.
Desde aguadores, mensajeros, mamporreros, cobradores y contables, hasta tesoreros y gerentes, cargando los cofres con enseres varios y los apuntes de los números de las cuentas suizas, extremeñas, andorranas o kazajas y con los muebles, las cabras, los quesos, unas bolsitas de polvo blanco, otras de plasma sanguíneo tratado, los derechos de desahucio de sus aparceros, las escrituras de las compras y ventas de terrenos, con sus precios, antes y después de la recalificación conseguida, las acciones de las minas de azufre y mercurio y los interpuestos títulos de propiedad de cada bien imaginable que exista sobre la faz de la tierra, sin olvidar los títulos bursátiles donde se indica que en buena parte son también de su propiedad el Vaticano, el Banco Popular de China, la Reserva Federal USA y la de Alemania, las minas de bauxita del Congo y sin omitir siquiera, bien se entiende, ni los del acreditado almacén de Calzados Rodríguez, en Cieza, ni los de la Mutua de Previsión La Serenidad del Descanso, de Tarazona.  
Así, siendo que estos comercios señalados por el dedo acusador resultan ser buena parte de los existentes en el pueblo y siendo que lo que resulta de verdad insufrible para la población es la legislación que los rige y consiente su peculiar manera de funcionar, planeada, se diría, para estafar a todos, pero cuando lo que afirma la letra de dicha legislación y en caracteres sobredorados, y lo que los mismos tenderos proclaman en dulcísimo coro, es que nadie lava tan blanco como sus lavanderías, aunque resultando ya obvio hasta para el ama de casa más corta de entendederas, que los trapos salen todos hechos una cochambre; lo único que puede entonces esperarse –en ausencia evidente de toda posibilidad de que se produzca la consoladora procesión espontánea indicada en el párrafo anterior– es, precisamente lo que ya se anuncia y a tantos parece coger como de sorpresa, como si fueran perfectos idiotas, y que no es otra cosa que la ciudadanía de cada pueblo parece que vaya a dirigirse con la sagrada cornucopia de sus más apreciados encargos, es decir la divisa de curso legal más valiosa de todas, su voto, a la única o muy escasas tiendas que proclamen no adoptar estas prácticas.
Y esto, ¡les voilá! es, tal cual, lo que está empezando a ocurrir, pero a velocidad de AVE, ya no de tren correo. Y el olor a miedo de los afectados y el espantoso gasto a afrontar en sus pañales, a sufragar entre todos, para controlar en lo posible su incontrolable soltura intestinal debida a esta causa, nos llega imparable a través de todas las pantallas, de las conversaciones en los bares, del papel prensa, sale por las máquinas de los cajeros e impregna y vence hasta el olor a espliego de los embozos de las sábanas de satén de las camas más principales.
A pesar de todo ello, no tengo razón sólida, como no tendrán muchísimos, para creer en Podemos, ni en su honradez aún por demostrar, ni en su posible eficacia, igualmente por demostrar, ni en que sus recetas sean plausibles ni en que se puedan llevar a puerto ni la cuarta parte de las mismas, ni en sus posibilidades reales de lograr arrastrar a comisaría ni al cinco por ciento de la recua responsable de lo anterior. Lo creeré exclusivamente cuando lo vea. Sólo me limito, por no quedar otro remedio, a expresar mi forzada simpatía a los que traen un discurso a estas alturas un punto más inteligible y con un son algo diferente. Sin embargo es mucho tiempo el que llevamos la ciudadanía alimentada nada más que a base de discursos que demuestran una vez y otra su nula capacidad para aportar calorías, de ahí el adelgazamiento a ojos vistas que padecemos y las inevitables dudas. Como para no albergarlas...
Pero, cansado, no, derrotado y lleno del más completo hartazgo de que me roben en el peso desde que tengo uso de razón, y no teniendo otro remedio que avituallarme, como todos, en alguna parte, compraré acciones de su nueva tienda y pasaré por ella, como harán también tantísimos otros, asustados y cargados de sospechas, que es como circulamos por la vida todo perro y toda ciudadanía apaleada, y no por dar un cheque en blanco, así porque sí, ni por fe inexistente o por esperanza no avizor, sino por la sencilla razón de que a Don Totó Esposito y Brey y demás miembros de su onorata società, ya es del todo imposible otorgarles el más mínimo crédito. Y no es que lo digamos la mayoría, es que ya lo dicen hasta don Totó mismo y su respetable consejo de administración. Vivir para verlo.
De perdidos al río, pues, pero contemplado desde la perspectiva de que los que vamos al río ya entramos en él más que anegados en lágrimas y perfectamente ahogados, por no decir estrangulados, y de que lo peor que puede pasar es que así sigamos. Y lo mejor vendría a ser, porque también ocurre, en ocasiones, el que se reciba un guiño cómplice de la historia y, por una vez, se cante bingo, o lo puedan cantar otros que no sean los que falsifican los cartones a toda velocidad y sobre la marcha, según su necesidad, con incomparable arte y palabrería de artistas, pero ya, para su mal, del todo descifrada y descalificada.
Porque de no ocurrir así, a la próxima de lo mismo, y de tener que visitar sucesivamente un todavía peor, y otro y otro más, que superen cada vez a los anteriores, la cosa ya no será asunto a poder solventar con todavía más dulces y mejores palabras, con un pequeño plus de comisaría y con algunos chorizos más, apartados con todos los miramientos. Cuando las cosas finalmente se pongan de verdad serias, y de seguir así, llevan camino de ello, lo que funcionarán, es de temerse, serán las carretas de las ejecuciones o los presidios de por vida.
–Y ojalá no haya que llegar nunca a verlo, Don Totó, y dicho sea con todos los respetos, eccellenza. Dé usted un paso a un lado, dé las gracias y disfrute de parte de lo que le quede, que el viejo todo en su totalidad redonda ya no va a poder ser que lo disfrute entero, lo sentimos, y no porque lo diga yo, es que hasta la señora Merkel y el señor Obama van a mandar decírselo, y eso ya sí que son palabras mayores, Don Totó.
–No me sea usted terco, Don Totó y déjese de pucheros, que ya tiene una edad, una condición, una dignidad. Y... pelillos a la mar, que nadie le va a quitar lo bailao, salvo que se empeñe usted en lo contrario. Porque sólo con lo de menos que se bailen usted y su famiglia, y algunas famiglias más, en lo sucesivo, igual comemos todos un poco más, algunos lustros. Es lo que hay, Don Totó, y no olvide que esto ha venido, no sé si por voluntad, pero sí por causa de la obra de usted y de los suyos, ni usted es capaz de negármelo.
–Y, sí, ya... ya sé, Don Totó, que esto que le digo y tan poco le gusta oír, que esto que le dicen los que le van a retirar la alfombra de oro y platino de debajo de los pies, es como pretender cambiar el lugar y el orden de las estrellas. Llevo toda una vida oyéndoselo a la Signoria Vostra, y usted otra vida diciéndolo y atribuyéndole, además, el concepto al Creador, pero no me queda más remedio, hablando de cambios y devenires y mientras sorbemos su delicioso espresso –por el que le doy las gracias qué aroma, qué finezza, qué bontà di Dio, ya me dirá usted donde lo consigue, amigo mío–, ¿por dónde iba?, ¡ah! a recordarle que el bisnieto del Tio Tom, aquel esclavo mandinga de lacrimosa memoria, hoy dirige el negocio de las barras y las estrellas, ya ve usted la tontería de chiringo..., Don Totó. 
–¡Un negrata!, Don Totó, quién se lo hubiera dicho a su bisabuelo, y al mío, Don Totó, quién se lo hubiera dicho Y ahora el de la coleta, relájese por favor, apreciado notario, que le veo muy alterado, si, ya sé, es un profesor universitario, mal asunto sin duda, hay mucha mala gente en ese gremio, revanchista y envidiosa, gente muy poco comprensiva con las necesidades de las personas di rispetto, ya lo sé, Don Totó, mi entristecido amigo, qué vamos a hacerle, pero no es un negro, ni siquiera un moro, un gitano o, ¡piénselo bien!, un catalán.
–Mírelo Usted por ese lado, si le sirve de algún consuelo… Don Totó. Imagínese a un negro de presidente del Gobierno, pidiéndole la mano de su hija para su secretario en silla de ruedas… Tómeselo con calma, Don Totó, ¿por qué me mira así?, le veo con muy mala cara, Don Totó… mejor me retiro y le dejo con sus pensamientos, muchas gracias por la hospitalidad. Riverisco, Don Totó.

–Piacere tantissimo, Don Totó, beso la mano, Don Totó, no olvide usted nuestra conversación. Mis respetos a la famiglia. Y póngame Usted a los pies de Su Signora, Don Totó.

1 comentario:

  1. Gracias don Alberto, es una gozada leer sus artículos. Genialidad, ironía y bohomía no le faltan. Y manejo de las letras tampoco. De manera qus escritos son una verdadera gozada, un extásis para las mientes. Grazie mille

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