La realidad política supera a cualquier aforismo. Por eso, en parte, decidí dejar de escribirlos, o siquiera al ritmo al que estaba acostumbrado. Es una competidora invencible porque no hay bestialidad, perfidia, maldad, traición o iniquidad que no se le ocurra a ella antes de que uno empiece apenas a establecer cualquier hipótesis malévola, siquiera recreativa, y hágase lo que se haga y por más que uno se esfuerce se le acaba siempre andando a la zaga.
Se constata, se glosa, se deja patente el pasmo ante cualquier falsedad, latrocinio, falta absoluta de pudor, ignorancia crasa y culpable, paralogismo sangrante, contradicción en términos o, en fin, lo que sea de entre lo que nos sirve cada mañana el cotarro político-delictivo como desayuno y no se ha salido aún del asombro que produce tanto arte, tanta fantasía, tanto genialidad para quedarse con lo ajeno, cuando con el café recién engullido y por digerir, no se acerca aún la hora del piscolabis de media mañana y un nuevo artista circense, del hambre ajena, del cohecho en provecho propio, del meter la mano en la caja de los huérfanos, de las viudas, de los parados, de los desahuciados, una nueva y perfecta cara de cemento, ya supera al anterior con un nuevo número inesperado, inimaginable, asombroso, perfecto, esopilante, redondo...
Y se nos vacía el saco de las comparaciones, de los adverbios, de los adjetivos, de los que andamos con ellos siempre al uso, pero también la modesta bolsita de los acertados y luminosos, esos impensados que ayudan a construir las mejores metáforas, porque hasta el último edil de la última aldea, hasta el más pequeño empresario pastelero de sus pasteles, fabricante de sus quimeras y vendedor de sus vapores, por no hablar de toda la pirámide de lo mismo sobre cada uno de ellos, se levanta una mañana y con su creativo quehacer, pero siempre exclusivamente orientado al peculado, deja antigua cualquier genialidad descriptiva, cualquier expresión de asombro que no por bella y trabajada e impecablemente construida sirve ni veinticuatro horas para expresar la cotidiana sorpresa, la novedad de puro antigua, la estupefacción por cada nueva y afortunada creación de la más original, pujante, creativa, exitosa y moderna de las empresas del país, ¡Me lo llevo! S. A., personificada hoy por uno de sus dirigentes, mañana por otro cualquiera, dentro de diez minutos otro más... en agotadora zarabanda de brain stormings, como dicen los idiotas, pero orientados siempre e indefectiblemente al disfrute de lo que es de otros.
¡Cuarenta años robando el Molt Deleznable!, ¡Y a qué escala!, y ahí es nada el ejemplo, la ejecutoria, el plan de futuro que es el del pasado, que es el del presente, que es el plan nuestro de cada siempre, robar, robar y robar. Como los Ruiz Mateos, pero imaginémoslos sólo por un instante, ¡Ay, Jesús!, administrando el bien común, con esas garras. Jerez, pues, como La Bisbal y todas y todos ellos como el ladrón de Bagdad y sus despojados.
Joda el Venerable, pues, mangando doblones como aspira aire una turbina. Mangando junto a sus siete enanitos y a la dulce Blancaneus. Mangando en la unidad inmarcesible y sacrosanta de sus intereses propios. Mangando desde la empresa familiar básica. La familia que roba unida hasta en paracaídas se puede tirar unida. Tal sería el mensaje de fondo, pero familia, a fin de cuentas, más rapaz e insaciable y constante en la procura de lo ajeno que la de alguna de esas pertenecientes a ‘esa otra etnia’, de tan mal predicamento en tantas partes pero que, comparativamente, deja en mejor lugar a estas últimas, cuya escala de acción y perjuicios no es comparable, por más que la Guardia Civil casi nunca opine lo mismo.
El molt Honorable botiguer en Cap igualado en las acrisoladas y mejores artes del afanar con aquellos a los que el populacho y también la buena burguesía ilustrada de cada lugar más delezna. El molt Honorable tiñendo las canas de la burra, colocándole una dentadura postiza, tapándole las mataduras de los tábanos con una silla de cuero, igualmente falso, y así, treinta, cuarenta, cincuenta años, pero previsoramente envuelto el Caco Bonifacio en la Senyera y ondeándola, no sea que...
Qué pena de banderas y ¡Qué silla aquella silla!, mirada de lejos... ¡Cómo relucía ese asiento!, ¡Pedazo de trono tallado y repujado!, el de la Generalitat Catalana, nada menos, símbolo, uno más, de la representación democrática y de la voluntad de un pueblo –signifique esto lo que signifique–, pero convertido, como tantas sillas gestatorias, representativas, preeminentes, presidenciales y primadas en asientos para culos de garduña, en cubiles u oteros de rapaz, en vulgares tableros de caballete, de los de trilero, usados como cajón donde guardar las joyas y las cucharas robadas, los parneses afanaos con esmero, como mesillas donde repartirse los trajeados, perfumados e impecables monipodios su merecida pasta, el parné, la tela marinera, el botín de sus desvelos. A lo corsario, a lo Alí Babá, a lo Luis Candelas, a lo del lugar, y a lo nuestro, para que cuanto antes sea lo suyo, siempre.
Calçotada y sardana. Y en tanto el recio casteller de debajo de la torre mantuviera las manos levantadas sujetando con su esfuerzo la estructura, la fe, el país, el cotarro, le llegaba el molt Honorable por detrás y le vaciaba la faldriquera con incomparable tacto. Sin faltar una fiesta y más o menos desde los tiempos de Wilfredo el Velloso. Pero no, no lo digo porque sea Cataluña, bien se entiende, que aquende los Monegros no podemos hablar más que de lo mismo y en lo que nos roban es en lo que de verdad más nos parecemos, pese a quien pese y ya que adelgazamos todos por igual y a ojos vista. No hay fantasía ninguna en el aserto. Que aquí suenan, el Oé, oé –expresión de la musicalidad patria donde pueda haberla–, un pasodoble, una muñeira, un chotis, una saeta a la Esperanza Macarena o un rap, incluso, y los mismos encargados, pero los de acá abajo, hacen con la misma diligencia el mismo trabajo. Y sin faltar igualmente ni un laborable, ni una fiesta, ni un sólo día dudoso o epiceno. Para que luego hablen de falta de diligencia. Y ande y vaya usted a que un juez lo demuestre con parecida diligencia y diligencias. Que su trabajo lo hará en diligencia o en caracol, si puede. Y para cuando se demuestre algo, de no producirse antes el sobreseimiento, será usted abuelo y si lo fuera ya, pues abono.
Y no es que no se conociera el percal, naturalmente, que no se intuyera, que no fluyera toda una corriente soterrada que inevitablemente hablara de ello, que no hubiera, alguna vez, intervenido hasta la justicia, aunque con esa inevitable genuflexión y falta de efectividad con la que interviene, siempre a la violeta, con afán de no molestar más que lo imprescindible, reverentemente, cuando se trata de ir a escarbarle las caries y las bubas al jefe de uno mismo, con la mala leche y el poder que tienen cada uno de estos gachós advenidos a Honorables...
Y absoluciones continuas, entonces, alardes de tecnicismos, afortunada existencia de fallos de forma, prescripciones oportunas, imposibilidades de contraste de datos, silencios culpables, cortinas de humo, mentiras piadosas, ausencia de pruebas y sólo patria, patria, patria, como única, pero sólida y casi siempre certera prueba de descargo. Toda la panoplia. Y así años, lustros, decenios... Inocentes todos hasta que ellos mismos decidan lo contrario, a su mejor conveniencia. –Lo siento mucho, no volverá a pasar...–. Y a algunos de los robados hasta se les aflojan los lagrimales. Pero ellos, los buenos cocodrilos, son lagripeores, no lo olvidemos.
Pero hoy, lo que epata es esta martingala-serpiente de verano del Patriarca en su Invierno, quien, intocable por edad, pero con sobrado botín puesto a recaudo, sale a entregar su pensión, su despacho, su coche oficial, las medallas, los títulos, las condecoraciones y todo lo que quedara de la memoria entera de su oficial hacer para defender a su pollada, a su camada negra de mequetrefes enseñados a sus pechos, es decir, el ex-venerable ejerciendo a dos manos de don Gil y pollas, según la también portentosa, pero cierta, etimología del conocido término y todo ello a exclusivo beneficio del patrimonio familiar, esa bandera. Ande yo caliente y que me quiten lo bailao, como todo aparato teórico, como ejercicio de seny.
Pues este es su último servicio a su propio, opaco y oscurísimo reino particular, levantado al amparo de su reinado oficial, el salir a defender a su indefendible pollada cuando esta se ha visto ya irremediablemente acosada y desenmascarada. Y así como al Rey Nuestro Señor, también la familia, en última instancia, será lo que le haya costado el descrédito y la honra a don Jordi, que nos sus propios manejos. ¡Ay!, la familia...
Bueno, no, la famiglia, la famiglia… pero dicho juntando los dedos de ambas manos en sus puntas y meneando simultáneamente adelante y atrás los antebrazos, acercándolos y separándolos de la cara. L’onorata società, en italiano, o mejor en siciliano, especie de catalán de allí, para entendernos, que es como mejor convendría acercarse al caso con alguna posibilidad de lograr explicarlo. Que no de juzgarlo y castigarlo, bien se entiende. Y oigan Ustedes, un respeto, que es mucho lo que muchos deben a este hombre, aunque al final hubiera que cargárselo, como más de uno y más de dos dirán de los de la famiglia, precisamente. O que ha pagado un pecador por otro, como preferiría explicar yo y en conclusión, una manera como cualquier otra de hacer justicia creativa y ayudar a mi Señor, que dirán en Hacienda y en la Fiscalía, aunque por lo bajini, se entiende.
Porque no olvidemos, para concluir, que esta carnicería en un vaso de chupito tampoco hubiera sido necesaria, y que se hubiera muerto y sería enterrado el molt Honorable con funeral de estado y tristísimos chelos a tutiplén, de no ser porque a su Honorable sucesor en el sillón-cepillo de recaudación se le ocurrió ir a tocarle las narices al no poco Honorable, también, estado español. Y aquí, que por honor no quede y hasta todo el mundo hubiera tragado, aproximadamente. Hoy por ti, mañana por mí. Pero deslindar y trocear patrias eso sí que ya no. Faltaría otra.
Y como hoy no hace falta tirar de pistoleros para casi nada, se manda a Hacienda a mirar con profesional esmero y dedicación las cartillas de ahorro de los niños hasta que estas dicen todo lo que tienen que decir e incluso tres veces más de lo que dicen y hasta lo que no dicen, si fuera necesario, y eso sobra y es más que suficiente para acabar con quien no tiene la más mínima honorabilidad, ni siquiera para pegarse un tiro, a la vieja usanza, después de haber sido pillado con los calzones por los talones y los tirantes colgando, tirándole un tiento a la criada, pero no a ella, sino a su monedero con la otra mano, y aprovechándose de que ya tenía a la moza más o menos ocupada mientras le susurraba al oído y de paso, fem patria, pubilla. Pero en realidad el cazado por alzada será el sucesor, que para eso se ha gastado el tiro con pólvora del rey y que así se ha quedado con la cara que se ha quedado, de la más desoladora consternación, como si el pillado fuera él.
Y… –No es lo que parece, señor Juez–, protestará el abuelo, como es canónico. Pero ya no le servirá de nada. Otro Honorable menos. Que pase el siguiente.
Genial, como tiene usted por hábito
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