sábado, 14 de abril de 2012

Son brujas, mi Señor don Alonso, pero desengáñese Vuesa Merced, ya nadie las quema.


La espiral de violencia institucional de estas últimas semanas (y no la del gentío del 15-M, ese que rostizarán el mes próximo) satura todo poder de comprender y de decir o expresar. Ni fuerzas deja ya para el gemido, ni casi camino para sentarse a describir.

Necesitó el general Franco un golpe de estado, casi un millón de muertos, tres años de barbarie civil y militar y otros por lo menos veinte de barbarie social y jurídica, junto a la música estimulante de las escolanías de las catedrales y la del ruido de los cerrojos de los mosquetones y de los tornillos sinfín y sin fin de los postes de agarrotar, para asolar y devastar el solar de todos y producir los mismos efectos legislativos, civiles y fácticos que en menos de media legislatura van a lograr sus sucesores ideológicos, aunque no sólo ellos, pero sin otro caudal de bajas propias que ninguno, y el de las ajenas que produzca el hambre que, como cualquiera sabe, de las muertes es la más lenta, sosegada y aséptica, además de largamente postergable a base simplemente de algunos mendrugos, y desde luego la menos vistosa para el fotógrafo, demás que no vende ni media portada en los suplementos de moda, principales instrumentos teóricos e ideológicos de esta posmodernidad, o remozado evo medio que nos aguarda.
 
Nada de borbotones de sangre ni de miembros cercenados, ningún héroe empuñando la bandera ni cayendo fulminado hacia atrás, fusil en mano, segado por una bomba, una explosión, un balazo. Ningún frente que constituir, ninguna logística que desplazar, ninguna fortificación que acometer, ningunos efectivos que despachar, ninguna tropa que enviar a contener o a acometer, ningún campo de concentración que levantar y vallar, ningún horno crematorio ¡con lo que cuestan! que diseñar y fabricar y gestionar además con la necesaria eficacia.
 
Los esclavos primero, y hambrientos después, morirán felizmente de pena e inanición y no joderán a nadie, porque no se asocian, no salen en manifestación, no se agrupan, ni siquiera ejercen esa terrible violencia pasiva de enseñar sus costillas al aire, pues en la medida de lo posible preferirán estar tapados, y aunque sólo sea ello por la falta de fuerzas y de calor, pues ni siquiera a la hora de saber que se mueren y habitados entonces tal vez por la comprensible animadversación y el deseo de llevarse puesto al primer responsable que agarren, ya sencillamente no podrán ni intentarlo, para grande sosiego del común, desde luego, y por lo cual te alabamos grandemente y por tanto, Señor.
 
Una catarata, una tempestad, un diluvio, una riada, un maremoto de demencia social y jurídica y de desprecio a la población se han abalanzado sobre ella en el plazo, primero lento e inapreciable de unos pocos años y después en el de una acelerada dislocación diaria o casi de minutero, y hasta el colmo de que ya no despunta un amanecer que no traiga un nuevo robo, un nuevo estupro de lo público, una nueva deuda inaplazable contraída con algún cuatrero, una nueva estafa bendecida, un nuevo desfalco jurídicamente inapelable, una nueva tasa ya prácticamente impagable, una supresión o recorte de algún derecho (y algunos de ellos ya centenarios, arrancados en los albores de la sociedad industrial) y, en paralelo a ello, un nuevo beneficio para el que defrauda, una tolerancia mejorada para el delincuente de cuello blanco, una bendición más para el codicioso y el rapaz, una nueva prescripción o absolución felícisima para el que roba o prevarica, una felicitación para el charlatán y el chambelán y el brujo y una nueva albricia y facilidad para el potentado, el acaudalado, el poderoso, el mandocantano.
 
Una letanía, salmodiada por orates, sacramentada por jurisconsultos, glosada, incensada e interpretada por paniaguados que hacen su encomiástica exégesis y que han impuesto su entonarla continuo a la congregación de la ciudadania mediante el necesario número de hombres de palo y garrote necesarios para estimular la necesaria globalidad de su canto, atrona con su rezo, mañana y noche, a este y a oeste, a norte y a sur, desde la cuna y desde la camilla, en la fábrica, en el despacho, en los senados y en las covachas, en las catedrales y en las plazas, en misa y en masa con esa jaculatoria abominable y sin fin de: contra derecho, abuso, ora pro nobis, contra servicio, quita, ora pro nobis, contra necesidad, abandono, ora pro nobis, contra enfermedad, agua, ora pro nobis, contra pobreza, hambre, ora pro nobis, contra frío, desnudez, ora pro nobis, contra justicia, injusticia, ora pro nobis, contra trabajo, paro, ora pro nobis, contra cordura, sinrazón, ora pro nobis, y asentida finalmente por los más atronadores amenes de todos los despojados y despojadores que la emiten constantes, creyentes y a coro.
 
Cayeron primero los estudios, reducidos a un simulacro de aprendizaje y esfuerzo y a exclusivo elogio de campanario y cacique local, se arrodilló después el estado disgregando a los cuatro vientos las funciones que constituían su principal razón de ser, se entregó a continuación el idioma a la dictadura de los dialectos, se vació de contenido el sindicalismo y su principal instrumento de presión, la huelga, se desdeñó toda ideología como si fuera un gabán raído y viejo, se abjuró de la imprescindible planificación a largo plazo, se desdeñaron las admoniciones de la ecología, se ignoró el fomento estatal de la ciencia como necesario instrumento para el progreso de la materialidad de las cosas del mundo, se entregó la gobernación a los dictados de la economía, mas no en un sentido científico o Malthusiano, sino simplemente desmantelando los bienes, los capitales y la banca pública para repartirlos entre la finanza, la empresa y la banca privada, so capa de bien público y a cambio de astillas como pinos de Valsaín, se empezaron a construir desaladoras el año de sequía y se dejaron sin concluir, como felices cigarras, al siguiente año de aguas, se dilapidó en obras faraónicas para uso de un sólo día, en instalaciones de dimensiones insensatas para ciudades poco mayores que aldeas, en aeropuertos sin aviones, en trenes velocísimos cuyas tarifas han logrado que la población se desplace en autobuses, en carreteras radiales que nadie usa más que durante cuatro puentes laborales al año, en campos de golf para golfos, sus camadas y sus aprendices, en parques de ocio convertidos en eriales de impagos, en ciudades de la justicia sin jueces, y lo que es peor aún, sin haber llegado a ser habitadas jamás ni por la más disoluta sobrina de la razón, y se talaron y se quemaron bosques, se arrasaron playas, se cementaron montes, se edificó en secarrales sin agua para construir, en número de millones, viviendas y hoteles que permanecen y permanecerán vacíos.

Y no fue esto más que el principio.

Después cayeron las cuantías de las pensiones, sus revalorizaciones, aumentaron los años necesarios para haberlas, se demediaron los sueldos, los puestos de trabajo, las seguridades sociales, los derechos adquiridos, las prestaciones de un estado del bienestar que hasta el tardofranquismo fue capaz de sufragar en años en los que no se podía comparar la riqueza nacional con la actual, y hoy ya es el pago del seguro de paro lo cuestionado, aunque, ni que decir tiene, ya lo cobrara previamente el estado, y se habrá de pagar dos veces por las medicinas, porque no, no cabrá tampoco llamarlo copago, será repago, o bipago, porque también se ha cobrado previamente a la población para costearlas, así como las visitas gratuitas no, sino ya prepagadas al médico, o al sistema sanitario, y por las cuales habrá igualmente que re-pagar también, so pena, y en este caso sí que parece evidente, de muerte.

Y al banco, privado, por supuesto, también se le adeudan dos casas, la que se compró y otra más, pues después de haberla pagado en su treinta, en su cincuenta, en su ochenta por ciento, y a la hora de no poder seguir pagándola más, se pierde todo ese capital entregado, más la casa, más el resto de la deuda hasta el ciento por ciento, y con sus intereses, según interpretación económico-matemática-jurídico-inflacionista y dadaísta de todos los santos, bendecida por la legislación, ni que decir tiene, y que ni aún a Miguel Espinosa, con toda su clarividente mala leche, se le ocurrió siquiera prefigurar en su Escuela de Mandarines, texto canónico para la interpretación de los hechos medievales que nos acaecen.

Y ya se propone, en fin, hurtarle a la mujer el derecho a su cuerpo, nuevamente, y se cuestiona el matrimonio homosexual, maravillosa garantía contra la superpoblación, por otro lado, y lanzan otra vez los obispos las consignas eternas de su latría no ya en sus púlpitos, sino en la televisión pública, y se llamará violencia a que un manifestante se siente en la acera y entone el No nos moverán, y terrorismo a convocar una marcha de protesta vía Twitter (¿Siria les suena, lectores?), y volverán, no, porque ya han vuelto, a colocar las sectas como el Opus Dei (¿Irán, les suena?) a sus peones como generales en la cúpula de unos y otros ministerios, a mayor edificación de todos, Laus Deo, y para mejor mortificación de la carne, en particular la de los manifestantes, esas bestias devotas al desacato.

Y acabando de transitar consecuentemente este sueño de la razón que produce monstruos, ¡doscientos años ya de la iluminada reflexión!, ayer declaraba el Fondo Monetario Internacional que “resulta un grave riesgo que la gente viva más de lo esperado”. Hoy El País dedicaba un texto editorial a semejante construcción teórica. Sobre de ella, la viñeta de El Roto, aunque no excelsa, como en cambio sí lo es tantos otros días, y que me llevó a pensar que hoy la imprescindible editorial a plumilla de Andrés Rábago la escribió esta vez el FMI, y que el duende de la imprenta sí que cambió, y mejor que muy cambiados, los papeles y sus contenidos.

Pero no, desengáñese, no hubo duendes. Es que hay brujas. Y nadie las quema. Que será tal vez la excepción que confirme la regla, o la contrapuesta confirmación de que no, no estamos aún exactamente del todo aún en el medioevo. Aunque será solo una simple cuestión de semanas, así que no se agobie la ciudadanía por ello.


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