Sánchez: —Puedo prometer y prometo. Es más, te prometo que te la prometo—
Ella: —¿Que me la vas a prometer tú a mí?... ¡Anda ya, eso se acabó! Que te conozco bacalao, que tienes el ojo claro. Prometer hasta meter y una vez metido olvidar lo prometido... Pues no andaré yo escarmentada... y prometida las veces que yo te cuente... por otros iguales que tú...—
Sánchez: —Pues te la pienso prometer lo mismo...—
Ella: —¡Ni se te ocurra, golfo! Tú a mí no me la prometes ni una sola vez más ni nada que se le parezca—.
Sánchez: —Pues te la voy a prometer, ¡vaya que si te la prometo!—
Ella: —¡Ni te atrevas a que se te ocurra la idea, cerdo! Como insistas en prometérmela, llamo a la policía... ¡Degenerado, acosador, vicioso, asqueroso, violador!—
Sánchez: —Pues vale, como tú quieras, tú dame pan y llámame violador...—
Ella: —¡Agente, señor macero! ¡Socorro!... Este animal me la quiere prometer!—
Macero. —A ver, a ver, señorías... ¿qué está pasando aquí…?—
Ella: —Pues que este sátiro me la quiere prometer otra vez—
Sánchez: —Pues claro que se la quiero prometer... Es que ella es mía, ¡del mismísimo Comité Federal!—
Ella: —Pues del Comité Federal o no, da lo mismo, no tienes derecho a prometérmela, si yo no quiero—
Macero: —Eso es cierto, don Pedro, no insista, la señora tiene derecho a que no se la prometan si ella no quiere—
Sánchez: —¿Y eso dónde está escrito?—
Macero: —Pues en la mismísima Constitución y en el Código Penal, don Pedro. Es lo que hay—
Sánchez: —Pues entonces habrá que reformar la Constitución—
Ella: — Sí, eso, reformar la Constitución para que todavía me la pueda prometer más hasta el fondo...—
Macero, interponiéndose: —Yo la protegeré, señora... Don Pedro, no es posible que se la prometa ni mucho ni poco si ella no quiere—
Sánchez: —¡Pues yo se la voy a prometer igual, porque me da la gana!—
Macero: —Pues yo la protegeré, es mi deber—
Sánchez, alargando la mano: —Pues yo se la prometo y ya está. ¡Ven p’acá, reinona!—
Macero, apartándole: —Como siga insistiendo en prometérsela me lo voy a tener que llevar esposado...¡sátiro! —
Sánchez: —¿Sátiro a mí?... No sabe usted bien con quién está hablando... ¡Corchete! ¡Lacayo! ¡Cipayo! ¡Esbirro!—
Macero: —¡Don Pedro, haré como que no he oído eso! Conténgase y deje de querer prometérsela a la señora o le detengo...—
Sánchez, empujando al agente y echándolo a un lado: —Pues, hala... ¡Se la prometo! ¡Zaca!
Ella: —¡Ahhhh!—
Macero, desenfundando su maza reglamentaria: —¡Alto, quieto, insensato! Queda usted detenido: Por prometérsela a la fuerza—
Se oye en un radiotransmisor el croooojchh, jroooch, chiffff, clac, clic, jrchhhhh… que explica claramente a todas las unidades que se está emitiendo un código 55 de alerta prioritaria por causa de un presunto delito de promesa en falso, sin consentimiento.
Llega nítido un aullar de sirenas en la lejanía... Las fuerzas policiales, el SAMUR, las ambulancias, los bomberos, los GEO, la Guardia Civil, la Policía Municipal, cinco helicópteros de tráfico, nueve tanquetas, dos excavadoras artilladas, un submarino de patrullaje profundo de alcantarillas, un acorazado de la Armada de servicio en el estanque del Retiro, el CESID, los equipos de escucha avanzada, las falanges y alas de intervención inmediata de los cuerpos de psicólogos de guardia, los señores Mortadelo y Filemón, de la DGS, el cabo Miguel Gila con un teléfono de campaña, el Delegado de Gobierno, el Edil de Promesas, la prensa y el reverendo señor cura párroco-coadjutor de San Ginés se movilizan con sus hospitales móviles, sus ingenios láser, sus artefactos de desactivación de explosivos, sus cintas rojiblancas de no pasarán, sus perros, sus tenderetes antibacilos y antirradiación, sus armas paralizantes, sus magnetófonos, sus pantallas anticuriosos, sus antenas satelitales y su hisopo para evitar que don Pedro se la prometa de nuevo a la pobre desdichada...
Don Pedro camina entre catorce maceros, esposado e iracundo, babeante, desquiciado, con la expresión perdida y aún tratando de prometérsela a todo el que se le acerca mientras la infeliz doña España se recoloca los pololos y las sayas, se da algo de colorete para disimular su terrible palidez y se recompone, nerviosa, el austero tocado.
Anochece despacio, entre remolinos de amoratadas nubes goyescas y se respira el aire sutil y perfumado, embriagador, de los primeros días de una primavera restallante, como corresponde a una víspera del 15 de mayo.
Telón.
domingo, 15 de mayo de 2016
lunes, 9 de mayo de 2016
Tergiversaciones
Resulta chocante escuchar al PP, al PSOE, a Ciudadanos… y a nuestra televisión 'pública' la primera, tildando de ‘partido de extrema izquierda’, y añadiendo a ello y sin faltar ni una sola vez la jaculatoria de radical, extremista y populista, a Podemos, máxime estos días cuando anda este partido enfrascado con IU en los asuntos propios de la organización de su boda —con separación de bienes—. Esa misma boda que no se celebró, pero por los pelos, antes de las anteriores elecciones y que, ahora, con significativa desmemoria, tratan todos como si fuera acontecimiento extraordinario, inusitado y más que nada, nuevo. Amén de peligrosísimo e insoportable, por supuesto.
Pero... ¿nuevo? No veo la novedad por ninguna parte. Al margen de que ya lo intentaron hace casi un año, desde cualquier punto de vista, del más oportunista al más ideológico, del simplemente operativo al sentimental incluso, es más que lógico que Podemos e IU acudan juntos a las elecciones. No se trataría más que de padres, hijos, hermanos y colegas yendo juntos a lo que tienen que ir. Un caminar juntos que no parece otra cosa que seguir el camino de la lógica y de la razón. Al fin. Y, de paso, la única manera de rodear y poner a su favor esa infamia de ley electoral que lleva décadas tergiversando la voluntad de los españoles. Aunque sólo fuera por eso, ya merecería el esfuerzo del acuerdo.
Lo que, en cambio, no sigue de ninguna manera esa senda de la razón es todo el ‘nomenclator’ y el posicionamiento del espectro político español. Porque ese ‘ser’ de derecha moderada que olfatea el ‘centro’, como se autocalifica el PP a sí mismo cada vez que tiene oportunidad de ello, no sólo es una falsedad extrema sino que no llega ni a burdo rumor.
Porque la realidad en España es el corrimiento de un grado de todo el espectro político hacia la derecha, si este se coteja con respecto al reparto existente en cualquiera de los países que nos rodean, Portugal incluido. Las razones para ello son históricas, y la primera de ellas que aquí el fascismo no se derrotó militarmente, ni por un golpe de estado ni por una revuelta popular, sino que permaneció y permanece enquistado en las estructuras del poder mediante el simple recurso de un cambio de nombre y un barnizado de actitudes y verbalizaciones.
Y la Transición, perdonando por igual a asesinos y asesinados, es decir, asimilándolos, como si tal cosa fuera posible en cualquier mundo que no estuviera gravemente enfermo, y sin acometer o siquiera plantearse la más mínima y benévola rendición de cuentas, contribuyó a asentar definitivamente esta escora atípica y absurda, pero que resulta bien visible en este barco que navega completamente lastrado a la derecha y dando el cante en medio de una flotilla europea de buques medianamente equilibrados, más o menos, pero que, cada uno de ellos, al menos, no confunde los nombres, ni las medidas ni los pesos del contenido real de lo que llevan en su bodega.
Porque el no compadecerse la realidad y el cómo se definen aquí a sí mismos los grupos políticos resulta meridiano. Califica el PP de ‘extrema izquierda’ e incluso de ‘extremistas’ a Podemos e IU. ¿Extrema izquierda? ¿Es que acaso proponen estos partidos la abolición de la propiedad privada, la colectivización forzosa, la propiedad estatal de la tierra, de los medios de producción y de las empresas, la abolición del libre comercio, el partido único... etc.? Es obvio que no, ni tan siquiera se proclaman ‘marxistas’, (y sea eso lo que hoy en día tal adscripción pueda significar) y, por lo tanto, tienen de extrema izquierda poco o nada, puesto que la extrema izquierda, que también existe, como en tantos lugares, cuenta en España con un número de votos reales, repartidos entre formaciones variadas de las que apenas se conoce el nombre, que a mala pena alcanza algunas pocas decenas de miles, es decir, algo por completo insignificante electoralmente hablando.
Sin embargo, la extrema derecha, que en numerosos lugares de Europa cuenta con partidos con seria relevancia electoral, aparentemente no existe en España, dicen. ¿Y por qué? Pues no porque no exista, sino por el corrimiento un grado a la derecha de todo el espectro electoral real. Lo que hace que nadie se llame aquí lo que realmente es. Ese mismo corrimiento que hace que, a los que llaman extrema izquierda, sean realmente una izquierda ‘civilizada’ y ‘moderada’, siguiendo los propios usos del nombrar en la derecha, es decir, Podemos e IU, que más bien lo que proponen realmente es una socialdemocracia con peculiaridades propias.
En consecuencia, hoy, a la derecha de esta socialdemocracia en la que el propio Podemos se ha autoincluido, se encuentra el PSOE, que se llama a sí mismo precisamente eso, socialdemócrata, pero que, tras 35 años de renuncias ideológicas y fácticas y de pactos constantes a su derecha, ocupa de forma obvia lo que hoy podría llamarse centro-centro, como por otro lado ellos mismos afirman que es lo que desean ser, y con pintoresco desparpajo, dado su nombre. Un centro o un levísimo centro izquierda a lo sumo, pero que hoy ya no podrán ocupar porque ese centro izquierda socialdemócrata les está siendo arrebatado por aquellos a los que califican de radicales izquierdistas. Un calificativo que nadie en su sano juicio, desde el PSOE, podría emitir sin sonrojarse, y que sólo se puede entender, aunque no justificar, por la actual esquizofrenia y deriva del PSOE que lo lleva a asentarse en territorios de los que ni siquiera se atreve a pronunciar su verdadero nombre, a pesar de sentar en ellos sus posaderas con toda su firmeza.
Y pasa lo mismo en la derecha. Finalmente, después de 40 años, ha surgido en España un partido de derecha genuina, alineable a la derecha europea promedio, que es Ciudadanos, que recoloca el espectro electoral y manda al PP a su lugar, a la extrema derecha, esa que viene ocupando de facto hace ya largo tiempo, y que ahora lo llevará a perder el derecho a calificarse, para su incomodidad, de partido de derecha moderada, lo cual nunca ha sido, pero a cuyo calificativo no renuncian por obvias razones de marketing. Les va la vida en ello.
Así que, para desenfocar mejor la realidad, todos se sitúan a sí mismos un grado a la izquierda más allá de donde realmente están. Ciudadanos se dice de centro, el PSOE, de centro izquierda, el PP, de derecha moderada, pero todos, de común acuerdo, sitúan a Podemos e IU en la extrema izquierda, lo cual estos rechazan por lo obvio de la maniobra, llamándose a sí mismos, digamos, simplemente izquierda, y en cuya virtud y visto el torticero manejo del resto, son los únicos que parecen comportarse con alguna coherencia ideológica y un querer saber y asumir lo que realmente son, al menos en teoría.
Pero la realidad es la siguiente: la izquierda, y más bien moderada si comparada con cualquier izquierda de tiempos pretéritos, son IU y Podemos, el PSOE no es hoy más que un pálido reflejo de aquel CDS de Adolfo Suárez, pero sin el carisma de su líder, sin proyecto histórico visible y sin ni la mitad de su audacia, olfato y solemne y ético desprecio del cargo y del peligro. Y sin la mitad de audiencia y prestigio, dicho sea de paso.
Y Ciudadanos es la derecha promedio que podría homologarse con cualquier partido derechista francés, italiano o alemán, aunque propalen la idea de ser los herederos de Adolfo Suárez (¡hay que ver lo que vende ese muerto!), pero siéndolo todavía menos que el PSOE, y el PP acabará también en su nicho correspondiente, el de una derecha bastante extrema, altamente conservadora, laica a la fuerza o apenas por el qué dirán y, de nuevo –el imprescindible marketing–, ultraliberal en lo económico, confabulada, no, sino indistinguible parte integrante de lo peor y más asocial de la casta empresarial, socialmente retrógrada y muy centrada en cuestiones de seguridad, de unidad nacional y de lucha contra un terrorismo ya derrotado, pero cuya sagrada antorcha siguen llevando encendida como si continuáramos sufriendo cien muertos al año en lugar de ninguno, como es el caso, y se tratara de un seguro electoral el no renunciar nunca a hablar permanentemente de los problemas de un pasado, hoy, por fortuna, inexistentes y que, en consecuencia, cada vez importan a menos gente.
Naturalmente, todo este desfase de nombres y actitudes se corresponde con necesidades de propaganda política, pero condiciona y tiene un efecto todavía más perverso. Machacados por una publicidad que atribuye a unos y a otros partidos virtudes y defectos que no les son propios, hay millones de ciudadanos —que no tienen ninguna obligación de ser intelectuales ni expertos en politología—, empujados a creer que ellos mismos son ideológicamente lo que no son porque su partido tiene una adscripción ideológica que no tiene, que ya no tiene o que nunca tuvo.
Algo como esto, claro, no se logra en una semana, son necesarios decenios de tergiversación de la realidad y del propio nombre de las cosas, de propaganda falsa, a lo nazi, sobre la realidad y sus circunstancias, y los máximos responsables de este estado de cosas son, al alimón, aquellos padres de la patria que, durante la Transición, le cambiaron el nombre a todo para que todo fuera lo mismo, con las figuras señeras de Manuel Fraga y de Felipe González por encima de cualquier otra, adscribiéndose a lo que no eran y llamándose a sí mismos lo que de ninguna manera les correspondía y, lo que es peor, transmitiendo esa misma y falsa adscripción ideológica a sus seguidores que, en buena medida, los creyeron y les compraron –o compramos– su tergiversada mercancía.
Pasados 40 años queda meridianamente claro que no era Fraga Iribarne un hombre de derecha moderada, sino dura o, vista desde cualquier lugar de Europa, ultradura, y su partido, lo mismo, pues en él se cobijó con armas y bagajes todo el fondo de armario del franquismo, callados, sí, o medianamente callados, pero no por ello dejando de dictar, que es lo que caracteriza a los dictadores, porque a aquel exministro del Interior y también exministro de Franco, le siguieron en su partido, y al mando siempre del timón de la policía o de la seguridad del estado, personajes de ultraderecha como, por ejemplo y sucesivamente, Cotino y Cosidó, hoy imputados por corruptelas variadas, o Fernández Díaz, nuestro impertérrito condecorador de Santísimas Vírgenes, que hacen del todo imposible que nadie en sus cabales pueda hablar del PP como de un partido de derecha moderada, excepto ellos mismos.
Y qué decir de Felipe González, el juguete roto de la ideología y del propio respeto por sí mismos y por sus creencias de millones de votantes que siguieron llamándose lo que él mismo, pero llamándose aquello que estaban dejando de ser, socialistas, fundamentalmente por su culpa, y siguiéndolo a él y a su descarriado partido en una travesía ideológica que más vale no pararse a pensar en cuál caladero ideológico pueda terminar abrevando.
El día en que Ciudadanos los rebase por la izquierda, el último de sus votantes apagará la luz y al funeral ideológico del corazón hondamente panameño de Felipe González acudirán tan solo, como socialistas, el espectro de aquel bandido que fue Bettino Craxi y el también panameño Juan Luis Cebrián, que ha calcado en PRISA y en El País —hoy casi una hoja parroquial o el antiguo Telva, a elegir—, la inverosímil trayectoria del PSOE. Y eso, si no aparecen a saludar Ceaucescu del brazo de Simeón de Bulgaria. O, agradecidos, Donald Trump y Silvio Berlusconi.
Pero... ¿nuevo? No veo la novedad por ninguna parte. Al margen de que ya lo intentaron hace casi un año, desde cualquier punto de vista, del más oportunista al más ideológico, del simplemente operativo al sentimental incluso, es más que lógico que Podemos e IU acudan juntos a las elecciones. No se trataría más que de padres, hijos, hermanos y colegas yendo juntos a lo que tienen que ir. Un caminar juntos que no parece otra cosa que seguir el camino de la lógica y de la razón. Al fin. Y, de paso, la única manera de rodear y poner a su favor esa infamia de ley electoral que lleva décadas tergiversando la voluntad de los españoles. Aunque sólo fuera por eso, ya merecería el esfuerzo del acuerdo.
Lo que, en cambio, no sigue de ninguna manera esa senda de la razón es todo el ‘nomenclator’ y el posicionamiento del espectro político español. Porque ese ‘ser’ de derecha moderada que olfatea el ‘centro’, como se autocalifica el PP a sí mismo cada vez que tiene oportunidad de ello, no sólo es una falsedad extrema sino que no llega ni a burdo rumor.
Porque la realidad en España es el corrimiento de un grado de todo el espectro político hacia la derecha, si este se coteja con respecto al reparto existente en cualquiera de los países que nos rodean, Portugal incluido. Las razones para ello son históricas, y la primera de ellas que aquí el fascismo no se derrotó militarmente, ni por un golpe de estado ni por una revuelta popular, sino que permaneció y permanece enquistado en las estructuras del poder mediante el simple recurso de un cambio de nombre y un barnizado de actitudes y verbalizaciones.
Y la Transición, perdonando por igual a asesinos y asesinados, es decir, asimilándolos, como si tal cosa fuera posible en cualquier mundo que no estuviera gravemente enfermo, y sin acometer o siquiera plantearse la más mínima y benévola rendición de cuentas, contribuyó a asentar definitivamente esta escora atípica y absurda, pero que resulta bien visible en este barco que navega completamente lastrado a la derecha y dando el cante en medio de una flotilla europea de buques medianamente equilibrados, más o menos, pero que, cada uno de ellos, al menos, no confunde los nombres, ni las medidas ni los pesos del contenido real de lo que llevan en su bodega.
Porque el no compadecerse la realidad y el cómo se definen aquí a sí mismos los grupos políticos resulta meridiano. Califica el PP de ‘extrema izquierda’ e incluso de ‘extremistas’ a Podemos e IU. ¿Extrema izquierda? ¿Es que acaso proponen estos partidos la abolición de la propiedad privada, la colectivización forzosa, la propiedad estatal de la tierra, de los medios de producción y de las empresas, la abolición del libre comercio, el partido único... etc.? Es obvio que no, ni tan siquiera se proclaman ‘marxistas’, (y sea eso lo que hoy en día tal adscripción pueda significar) y, por lo tanto, tienen de extrema izquierda poco o nada, puesto que la extrema izquierda, que también existe, como en tantos lugares, cuenta en España con un número de votos reales, repartidos entre formaciones variadas de las que apenas se conoce el nombre, que a mala pena alcanza algunas pocas decenas de miles, es decir, algo por completo insignificante electoralmente hablando.
Sin embargo, la extrema derecha, que en numerosos lugares de Europa cuenta con partidos con seria relevancia electoral, aparentemente no existe en España, dicen. ¿Y por qué? Pues no porque no exista, sino por el corrimiento un grado a la derecha de todo el espectro electoral real. Lo que hace que nadie se llame aquí lo que realmente es. Ese mismo corrimiento que hace que, a los que llaman extrema izquierda, sean realmente una izquierda ‘civilizada’ y ‘moderada’, siguiendo los propios usos del nombrar en la derecha, es decir, Podemos e IU, que más bien lo que proponen realmente es una socialdemocracia con peculiaridades propias.
En consecuencia, hoy, a la derecha de esta socialdemocracia en la que el propio Podemos se ha autoincluido, se encuentra el PSOE, que se llama a sí mismo precisamente eso, socialdemócrata, pero que, tras 35 años de renuncias ideológicas y fácticas y de pactos constantes a su derecha, ocupa de forma obvia lo que hoy podría llamarse centro-centro, como por otro lado ellos mismos afirman que es lo que desean ser, y con pintoresco desparpajo, dado su nombre. Un centro o un levísimo centro izquierda a lo sumo, pero que hoy ya no podrán ocupar porque ese centro izquierda socialdemócrata les está siendo arrebatado por aquellos a los que califican de radicales izquierdistas. Un calificativo que nadie en su sano juicio, desde el PSOE, podría emitir sin sonrojarse, y que sólo se puede entender, aunque no justificar, por la actual esquizofrenia y deriva del PSOE que lo lleva a asentarse en territorios de los que ni siquiera se atreve a pronunciar su verdadero nombre, a pesar de sentar en ellos sus posaderas con toda su firmeza.
Y pasa lo mismo en la derecha. Finalmente, después de 40 años, ha surgido en España un partido de derecha genuina, alineable a la derecha europea promedio, que es Ciudadanos, que recoloca el espectro electoral y manda al PP a su lugar, a la extrema derecha, esa que viene ocupando de facto hace ya largo tiempo, y que ahora lo llevará a perder el derecho a calificarse, para su incomodidad, de partido de derecha moderada, lo cual nunca ha sido, pero a cuyo calificativo no renuncian por obvias razones de marketing. Les va la vida en ello.
Así que, para desenfocar mejor la realidad, todos se sitúan a sí mismos un grado a la izquierda más allá de donde realmente están. Ciudadanos se dice de centro, el PSOE, de centro izquierda, el PP, de derecha moderada, pero todos, de común acuerdo, sitúan a Podemos e IU en la extrema izquierda, lo cual estos rechazan por lo obvio de la maniobra, llamándose a sí mismos, digamos, simplemente izquierda, y en cuya virtud y visto el torticero manejo del resto, son los únicos que parecen comportarse con alguna coherencia ideológica y un querer saber y asumir lo que realmente son, al menos en teoría.
Pero la realidad es la siguiente: la izquierda, y más bien moderada si comparada con cualquier izquierda de tiempos pretéritos, son IU y Podemos, el PSOE no es hoy más que un pálido reflejo de aquel CDS de Adolfo Suárez, pero sin el carisma de su líder, sin proyecto histórico visible y sin ni la mitad de su audacia, olfato y solemne y ético desprecio del cargo y del peligro. Y sin la mitad de audiencia y prestigio, dicho sea de paso.
Y Ciudadanos es la derecha promedio que podría homologarse con cualquier partido derechista francés, italiano o alemán, aunque propalen la idea de ser los herederos de Adolfo Suárez (¡hay que ver lo que vende ese muerto!), pero siéndolo todavía menos que el PSOE, y el PP acabará también en su nicho correspondiente, el de una derecha bastante extrema, altamente conservadora, laica a la fuerza o apenas por el qué dirán y, de nuevo –el imprescindible marketing–, ultraliberal en lo económico, confabulada, no, sino indistinguible parte integrante de lo peor y más asocial de la casta empresarial, socialmente retrógrada y muy centrada en cuestiones de seguridad, de unidad nacional y de lucha contra un terrorismo ya derrotado, pero cuya sagrada antorcha siguen llevando encendida como si continuáramos sufriendo cien muertos al año en lugar de ninguno, como es el caso, y se tratara de un seguro electoral el no renunciar nunca a hablar permanentemente de los problemas de un pasado, hoy, por fortuna, inexistentes y que, en consecuencia, cada vez importan a menos gente.
Naturalmente, todo este desfase de nombres y actitudes se corresponde con necesidades de propaganda política, pero condiciona y tiene un efecto todavía más perverso. Machacados por una publicidad que atribuye a unos y a otros partidos virtudes y defectos que no les son propios, hay millones de ciudadanos —que no tienen ninguna obligación de ser intelectuales ni expertos en politología—, empujados a creer que ellos mismos son ideológicamente lo que no son porque su partido tiene una adscripción ideológica que no tiene, que ya no tiene o que nunca tuvo.
Algo como esto, claro, no se logra en una semana, son necesarios decenios de tergiversación de la realidad y del propio nombre de las cosas, de propaganda falsa, a lo nazi, sobre la realidad y sus circunstancias, y los máximos responsables de este estado de cosas son, al alimón, aquellos padres de la patria que, durante la Transición, le cambiaron el nombre a todo para que todo fuera lo mismo, con las figuras señeras de Manuel Fraga y de Felipe González por encima de cualquier otra, adscribiéndose a lo que no eran y llamándose a sí mismos lo que de ninguna manera les correspondía y, lo que es peor, transmitiendo esa misma y falsa adscripción ideológica a sus seguidores que, en buena medida, los creyeron y les compraron –o compramos– su tergiversada mercancía.
Pasados 40 años queda meridianamente claro que no era Fraga Iribarne un hombre de derecha moderada, sino dura o, vista desde cualquier lugar de Europa, ultradura, y su partido, lo mismo, pues en él se cobijó con armas y bagajes todo el fondo de armario del franquismo, callados, sí, o medianamente callados, pero no por ello dejando de dictar, que es lo que caracteriza a los dictadores, porque a aquel exministro del Interior y también exministro de Franco, le siguieron en su partido, y al mando siempre del timón de la policía o de la seguridad del estado, personajes de ultraderecha como, por ejemplo y sucesivamente, Cotino y Cosidó, hoy imputados por corruptelas variadas, o Fernández Díaz, nuestro impertérrito condecorador de Santísimas Vírgenes, que hacen del todo imposible que nadie en sus cabales pueda hablar del PP como de un partido de derecha moderada, excepto ellos mismos.
Y qué decir de Felipe González, el juguete roto de la ideología y del propio respeto por sí mismos y por sus creencias de millones de votantes que siguieron llamándose lo que él mismo, pero llamándose aquello que estaban dejando de ser, socialistas, fundamentalmente por su culpa, y siguiéndolo a él y a su descarriado partido en una travesía ideológica que más vale no pararse a pensar en cuál caladero ideológico pueda terminar abrevando.
El día en que Ciudadanos los rebase por la izquierda, el último de sus votantes apagará la luz y al funeral ideológico del corazón hondamente panameño de Felipe González acudirán tan solo, como socialistas, el espectro de aquel bandido que fue Bettino Craxi y el también panameño Juan Luis Cebrián, que ha calcado en PRISA y en El País —hoy casi una hoja parroquial o el antiguo Telva, a elegir—, la inverosímil trayectoria del PSOE. Y eso, si no aparecen a saludar Ceaucescu del brazo de Simeón de Bulgaria. O, agradecidos, Donald Trump y Silvio Berlusconi.
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