martes, 17 de marzo de 2009

Recalificar es de sabios

Recalificar es de sabios.

Podré permitirme la exactitud, que aquí no me exigen como si estuviera trabajando.

No te dejes ver con el agua al cuello, capaces serán de arrancártelo de los hombros, según protocolo de primeras ayudas.

Desde luego que es posible aprender de la experiencia ajena, pero resultará pedante y te acabarán mirando mal, igual que si hubieras aprendido de la propia. ¡Listo!

Los ve uno y se pregunta: –¿Esposados?– y quia, brutales te llegan juntas a la cara, como puños, la contestación y la verdad. –Esposando, imbécil, esposando–.

Lo peor de las cadenas es que somos los eslabones. Y que nos abren y cierran todo el día con tenazas del quince y sin preguntar ¡Ay que doló!

La connivencia es cosa irresponsable, incluso con uno mismo.

Crisis del sistema. Esos bancos que abandonaron a sus ratas.

Presunción de inocencia ¡Presuntuosos!

Estos adanes –y evas– semidesnudos, que nos administran y que no tienen los desdichados ni para un traje mercado por lo legal, pagado de sonoro palmetazo en la mesa del sastre con las ochocientos eurazos de vellón y el canónico ¡Como estos!, y que se ven por el contrario obligados a mendigárselos a los conocidos para poder acudir al Vaticano ataviados como Dios dispusiera en tablas o para aparecer rutilantes, jugosos y puntito osées en el Vogue, y que una vez presentados ante el juez alegan doloridos: –es que nos mordió una manzana del bien y del mal asín de gorda, que no sabe Usted que bicho, Señoría–.

Gobernantes absolutos. Rueda de prensa. –¿Cree Usted que su partido es responsable de este asunto?–. –No en absoluto–. –¿Tenía Usted un conocimiento previo de los hechos?–. –Absolutamente no–. –¿Conocía la implicación de los imputados?–. –La desconocía en absoluto–... –¿Contempla Usted dimitir por causa de este asunto?–. –lo descarto en absoluto...



Hiena africana (Crocuta crocuta) sorprendida chapoteando en el fango hasta agenciarse un traje regalado. Proximidades de Francistown, Distrito Este, Botsuana (y no, no lo duden, Francistown existe donde se indica, no bromeo con las localizaciones... aunque habrá otras, tal vez...).

Comunidad Valenciana. Educación para la Ciudadanía. Tema único: analice, comprenda y explique el educando, en valenciano e inglés, la siguiente expresión: mi sastre es rico, my taylor is rich.

Solicitar sustancial regalía en ternos de paño inmejorable es asunto de pleno sentido, pues dada la conocida preferencia de los jueces por que los imputados se les personen delante impecablemente trajeados, todo ese despliegue de exquisito aliño indumentario seguro que habrá de incidir muy favorablemente en que la necesaria presunción de inocencia se vea verdaderamente respetada, afirmada, confirmada y se troque finalmente en felicísima absolución, irrebatible y plenaria como ninguna, y a mayor honra de la Justicia, esa conocida discapacitada visual.

Tengo entendido que en la Comunidad Valenciana pretenden ahora proceder a inhibir, por ley, la señal televisiva procedente de Cataluña, por algún quítame allá esas pajas competenciales y de sonoro don don dododon de fondo que me imagino se les habrán ocurrido a esos mismos solones que ya ejercieran de atinados consejeros en el portentoso asunto aquél de la Educación para la Ciudadanía en inglés... Es forzoso reconocer que el Lechuguinato éste de los Zaplanas, de los Fabras y de los Camps no parará nunca de darnos inacabables satisfacciones a los cómicos, de entre los cuales me declaro su más rendido admirador.

El antiguo plato regional era la paella. Actualmente también, pero con mucho chorizo, producto al parecer abundante en la comunidad.


Recién los ves ya conoces por inmediata, innata y certera presunción de su altura moral, que lo que les entregan cuando acceden al cargo no es la llave del despacho, sino personalizada ganzúa de oro y brillantes, con distintivo blanco.

Artes de cetrería, con sus rapaces amorosamente amaestradas, que gritan satisfechas en el cebadero, te comen en la mano como piolines, viven satisfechas con esos delicados capuchones de no ver que les ponen para su sosiego y que en temporada de caza te remiten al punto las comisiones fresquísimas, –sangrantes y aún palpitantes–, a domicilio.

Tirofijo, personaje afortunadamente de otros tiempos, demás que ya falleció. Lo que abunda ahora son Trincofijos, que tampoco fallan golpe, y en no importa cuál lado del charco, además.

No es ya que ante ciertos comparecientes políticos municipales, autonómicos o nacionales –la sacra trimurti–, te palpes aterrado la cartera para ver si sigue en su sitio, es que miras acongojado también el reloj y el calendario, no sea que te vengan a cambiar igualmente de lugar la fecha y la hora, la noche y el día, el hoy y el mañana, y todo ello por nuestro bien, como al punto te explicarán engarbulladamente y en algo vagamente similar a una lengua romance desde el atrilillo ese al que se empinan para salir mejor en el telediario, y no sólo en la sección de tribunales.

Es asombroso ver como se reproducen como hongos los debates estériles. Por caridad, que alguien les entregue unos preservativos, o siquiera que les salfumanen las esporas.

Desde que hasta los nombres más principales y principescos se ha convertido en rutina el tener que escribirlos obligatoriamente con falta de ortografía, ya me dirán Ustedes que es lo que podemos aspirar a pintar los gramáticos en la Corte, la verdad.

La industria de la promoción de los peores comportamientos se llama “tú mimmo con tu mecanimmo”, escrito sea así en cheli, si se me permite.

Nada como las creencias imaginarias para desarrollar una inquebrantable fe verdadera.

¿Currículos de éxito? Un voluminoso expediente de penales.

Parece ser que mientras no se alcanza la pública y notoria calificación de imputado, de sospechoso o siquiera de indiciado, no se llega verdaderamente a ser lo que vulgarmente se conoce como una persona de categoría.

Prevención generalizada. Consiste el fenómeno en colocar las vendas en ausencia de heridas. Cobrando como si las hubiera, se comprende, y pagando todos agradecidos y bendiciendo. Y a los enterradores que les den.

Ruedas de prensa sin derecho a preguntas. Objetivamente hablando son como para darles recio, en la frente y con estaca a quienes las convocan, sin embargo no cabe duda de que nos ahorran un zurrón de errores sintácticos así como de ortografía en las preguntas y otro cabás de ellos en las contestaciones, no sabiendo uno muy bien a que carta quedarse y dudando de si no será cosa tal vez de ir y de besarles los cuernos, a la postre.

En Madrid, y por no ser menos, gozamos de las que sugiero llamar Las Cuatro Torres Mellizas, tan cercanas mutuamente y primorosamente uniformadas de aluminio ellas, aunque no gemelas, pues salta a la vista que proceden de sus buenos cuatro óvulos diferentes, lo cual no empece para que vayan bien monas y llamando la atención, siempre juntas y en hilera, como los Dalton, e hijas predilectas y dilectísimas de sus siete padres, banqueros y otros escualos de éxito, mayormente, que enseñan orgullosos sus dientes, mientras nos las pasean encantados enseñoreándose del skyline, que ya ni siquiera perfil, panorámica o estampa nos van a dejar decirle, ay Jesús, qué cansancio...

Cadenas perpetuas: la Uno, la Dos, la Tres, la Cuatro, la Cinco, la Sexta, la Siete y la Nou... y ¡anda!, intenta no cumplir alguna íntegramente si es que puedes, desdichado.

Periodistas. No sé cómo siguen llamando detonadores a los detonadores, pudiendo llamarlos explosionadores, más largo, más absurdo y más feo, que no sé que más podrían pedir, ni cómo pueden todavía resistirse a ello.

Los suplementos de trabajo de los diarios. Hay que ver todo el curro que dan, como su nombre indica, y rigurosamente para nada.

Despotismo ilustrado, con esas hermosas y artísticas fotografías de Abú Grahib, de Guantánamo, de Darfur, de Gaza, de Mathausen...

El Libro de Familia Desestructurada, con sus sellos y apuntamientos bien ordenados por fecha, como las vacunaciones de los churumbeles, donde figurarán obligatoriamente las primeras peleas, los primeros insultos a un mendigo, el primer puño americano, la primera paliza a la novia, la primera navaja, el primer hurto en el chino, el primer trapicheo, el primer coche robado, el primer alunizaje, la primera puñalada, el primer atraco, el primer homicidio y finalmente la licenciatura en derecho, útiles todos ellos como eximentes a la hora de descontar pena según baremos fijados por la administración, que expende dichos documentos y certificaciones a los dichos efectos.

Para mejorar las relaciones con la Iglesia Católica habría que exigirle a su jerarquía algún mínimo tipo de acatamiento legal, siquiera preconstitucional, y por ir empezando pasito a pasito la tarea de intentar ser comprendidos, que si Mendizábal, que si la revolución francesa, que si las cortes de Cádiz, que si Porta Pía, que si la Comuna de París, que si León XIII, que si la Revolución de Octubre... aggiornamento, en fin, puesta al día, siquiera actualizando al primer tercio del siglo XX, por ser radicales, digo, y ayudándoles a caminar.

Del pasado disfrutamos las cosas acabadas, del futuro las zanjas, los socavones, los lodazales, los esqueletos de aquello que tal vez acabe siendo, los planos de lo que no se sabe si funcionará, las comisiones para poder poner cualquier proyecto en marcha y las hipotecas para concluirlo, ¡Hermosos jardines todos ellos abonados con mimo a base de aromáticos y pringosos montoncitos de opciones de futuros!, Y por favor, que alguien me preste un cliinecs para limpiarme los zapatos, que miren por Dios cómo me he puesto con la tontuna ésta de ponerme a hurgar en semejante basurero...

Cuando finalmente haya más cámaras de vigilancia que hombres sobre la tierra habrá que contratar monos para escrutarlas, que serán quienes tendrán que decidir caso por caso si están asistiendo o no en directo a un delito tipificado. Y nos vamos a reír una jartá viendo cómo lo harán igual de bien que los encargados actuales. E incluso los podremos llamar monos de escuadra, o monatenes, o monos de la porra, según prefiera el gusto local, y condecorarlos. Digna cosa será el futuro, por lo que se puede ir viendo.

Con dos cervezas, que con tres pasas el límite del soplómetro, a 136 km por hora, que a 137 salta el límite del radar, con el móvil metido entre el hombro y el cuello de la camisa, gritando al límite para que te oigan y viviendo peligrosamente. ¡Sociedad heroica y afortunada!, donde el que más y el que menos vamos todos enloquecidos y al límite de las limitaciones. A Cendrars, a Céline y a Miller los quisiera yo ver aquí, disfrutando salvajamente de todo esta bestialidad de paraíso. ¡Madrééee!, que diría Esteso, con el fajín y la boina calada hasta la uniceja.

¿Asuntos de verdadera fuerza mayor? Las partidas de caza mayor.

Triunfan los cómics con su regustillo retro. El banquero del Antifaz.

Cuestiones gramaticales. ¿Herrar es de sabios?

A la iglesia católica parecen satisfacerle más todavía los martirios ajenos que los propios. Son las cosas que tiene la caridad, que mejor se empieza por cualquier otro mismo.

Llaman siempre la atención todas esas muertes grandilocuentes y grandiosas, con sus equipos médicos obituales.

Latín simplificado. Fiat lux: modelo de vehículo automóvil generosamente acristalado, para uso de romanos pontífices, preferentemente.

Rehabilitan, parece ser, la constante cosmológica. Es, como siempre, la papelera portentosa de Einstein, que sigue dando sus frutos.

Tenía un recto muy animado (visto por ahí).

¡Tiempos aquellos del panem et circenses!, que ya sólo nos quedan los circenses, esopilantes, eso sí.

Aquí al más tonto lo contratan al punto para hacer relojes, por la sencilla razón de que a nadie le importa lo más mínimo el que anden o dejen de andar tales chismes, tales chismes y otros cualesquiera, se comprende.

¡Oh tiempo de los moros!, concluía hoy su artículo Eugenio Suárez, en el País. O tempora o mores, mejor así, en latín, para adecuada ilustración de mis escolares, je.

Hojas de estilo, necesarias para aprender a manejar y poseer legalmente un estilete, me imagino.

Para caminar basta con la cabeza, llevará más lejos que los pies. Incomparablemente.

Curiosidades animales: besugos antropomorfos.

Ya no es necesario liquidar a nadie por la vía rápida, bastará con señalar a los que destacan en lo suyo por hacerlo bien, que ya se ocupará de tomar cartas en el asunto, horrorizada, la opinión pública.

Los niños poseen un lógica aplastante y el proceso de hacerlos adultos consiste precisamente en destruírsela pasito a pasito a cambio de unas chuches, unas palmaditas de paterna satisfacción y una buena confusión mental hasta más allá de los cuarenta. Pasado este punto el esfuerzo consistirá en hacerse algo más niños, aunque entonces ya nadie te dará palmaditas, te llamarán inmaduro y más tarde, cuando algunos pocos hayan logrado atenerse finalmente a lo esencial, viejo chocho.

Y por cierto, me vino la reflexión anterior al hilo de un recuerdo de hará ya cuatro lustros. Mi hijo Mauro entonces tenía cuatro o tal vez cinco años y cogió la curiosa costumbre de llamar antipaz al antifaz que llevaban, por ejemplo, las tortugas Ninja, teleserie de dibujos de obligada frecuentación en su niñez, o al que incluía ese inevitable disfraz infantil de El Zorro que le habrían regalado sus tías. Fue entonces cuando este pedantesco remedo de Jean Piaget que me habita los entresijos se me puso a reflexionar sobre la cuestión, dando más o menos en pergeñar lo que sigue: en nuestra época, el software estándar de un niño de cuatro años, salvo milagro u otra causa en verdad extraña, no incluye en absoluto el vocablo faz. La palabra fonéticamente más cercana es paz, y este término sí que es comprensible, en mayor o menor medida, dentro de la no despreciable anchura de su campo semántico, para una criatura de esa edad. Esa brutal lógica lingüística que llevan integrada en el chip de la ROM de arranque las crías de la especie, les lleva a rechazar con frecuencia la utilización de un término desconocido y similar eufónicamente a otro ya conocido, y muy particularmente en palabras compuestas. Este fenómeno no es privativo de la infancia, personas de escasa cultura o de bajo nivel de escolarización o de alfabetización, tienden también a adecuar su habla en función del mismo fenómeno y a adaptar o a “retorcer” los vocablos nuevos sobre las hechuras de los viejos; todos hemos escuchado ejemplos numerosos de ello, y así, al bote pronto, me vienen a las mientes ese “telesférico” por “teleférico”, el "próloga" por prórroga de un encuentro deportivo, términos que más de una vez he oído emplear, o el seguramente más escuchado plastelina e incluso pastelina, cada uno de ellos con una raíz de una lógica aplastante, por plastilina, vocablo extranjero mal adaptado, y de ahí sus males. En consecuencia, si “antifaz”, por causa de esa “faz”, resultaba perturbador para un niño inteligente, (y es de reseñar aquí que “anti”, de una manera u otra sí parecía resultarle en cambio cosa manejable), “antipaz” se le debió de figurar, por contra, como algo lógico, más realista y con su segundo término constituido por cosa conocida, de ahí su uso.
Armado pues de este nuevo supuesto procedí a efectuarle al sujeto experimental la pregunta del millón:
–¿Maurito, mi amor, por qué dices antipaz en lugar de antifaz?–
Se quedó pensando un momento mientras seguía jugueteando con lo que anduviera y me contestó de mala gana, pero aplomado: –Papi, no es antifaz, es antipaz–.
Es decir, la diferencia fonética la tenía clarísima y podía pronunciarla, simplemente es que negaba el vocablo rotunda y definitivamente por absurdo, entendí y entiendo, y lo negaba por absurdo –lo cual era absurdo, pues todas las palabras, a priori, son absurdas para un niño– (y discúlpenme, si pueden, la imperdonable caterva de absurdos) por la simple y sencilla razón de que antipaz sí que le parecía lógico, y ante eso poco había que ponerse a discutir. ¿Y por qué le parecía lógico?, pues aquí, pacientísimo lector, viene el busilis de la cuestión, se lo parecía porque se había fabricado una explicación a su entender impecable y de una lógica aplastante, y por la simple y sencilla razón de que la necesitaba. Vean si no. –¿Y qué quiere decir entonces antipaz, lo sabes tú mi chiquirritín, mi primogénito, carne de mi carne, luz de mis días y alegría, consuelo y bastón de mi vejez?–. –Pues claro que lo sé, so pesado (así se dirigía a mí cuando aún me respetaba), antipaz es una cosa que te pones en la cara para que no sepan que eres tú cuando vas a hacer luchas o a pegarte–. –Ya... –hube de rascarme el cráneo–, ya te entiendo, pero yo lo que preguntaba es si sabes por qué se llama así–. –Sí lo sé, jooo, pesado, y déjame jugar ya, se llama así porque cuando se va a luchar, a pelear o a matar a algún malo es como la guerra, anti-paz, papi, anti-paz–.
¡Acabaramos!, no sólo sabía ya perfectamente el redomado mixtificador uno de los significados de anti y como se había de usar en una construcción, lo que tenía su miga, sino que con lógica implacable no sólo había formado un vocablo plausible, sino además toda una perfecta justificación para que le encajara como un guante dentro de su idea del mundo. El rechazo del absurdo no sólo era tal, algo le empujaba además a construirle toda una explicación razonable y razonada alrededor, y barrunto que solamente por el puro imperativo de esa lógica aplastante con la que daba comienzo la reflexión, ya cosa como de un buen metro más arriba, me temo.
Antes de preguntarle, pues, yo sólo había intuido parte de la verdad, finalizado el interrogatorio aprendí yo mucho más que él aquella tarde, aunque desde luego no escapó el desdichado de que le explicara qué era faz y qué era antifaz y qué anti y qué ante, y de que le amonestara bien amonestado sobre por qué no era antipaz de ninguna manera, y de que le pidiera que hiciera además el favor de quitarse aquello de la cabeza, a ver que se iban ustedes a creer. Así que gracias a todo ello durante una buena temporada todavía siguió diciendo antipaz, como es lógico, pues las inercias del cernido... esas sí que son inercias verdaderas.

1 comentario:

  1. Querido bloguero:

    Voy a hacerle a usted un favor o dos. Decirle por qué me gusta lo que escribe y, ya puestos, también por qué lo considero uno de los escasísimos escritores de este país.

    Usted debe saber como yo, note que no lo dudo en absoluto, que a día de hoy y que se sepa no hay escritores españoles en castellano (últimamente no leo, aunque lo hice durante media vida excepto en euskera, en las demás lenguas peninsulares, pero me temo que por ahí se anden) salvo dos o tres, o incluso tres o cuatro, que lo son y mucho. Los varios o muchísimos o excesivos que cualquier profesor podría enumerarnos no son escritores; publican y, curiosamente, son premiados. Y hay alguna que otra escasa promesa. Punto. Usted sí, usted tiene qué decir, mucho, lo dice, y lo dice con originalidad, la suya, con su ritmo, el que le impone la marcha de su propio pensar, su personalísima puntuación y la honradez de desechar eso tan feo que yo llamaría arrulladoras fórmulas ortodoxas esperables, ese barniz académico que cubre, queriendo tapar, la desnudez, la nada total, nada que decir, lo que no deja de tener su mérito -todo para ellos-, la ortodoxia y el barniz, digo, si considera con qué desfachatez son despreciados por quienes escriben sandeces y, encima, con atroces discordancias sintácticas, léxico de cocineros con o sín título y registros impropios, por no extenderme cuanto me pide el cuerpo. Los textos de los pulidos, o repulidos, resultan al final más cabrones aun que los de los caraduras éstos otros, en razón de que estos apenas nos engañan media página, los primeros pueden robarnos un par de horas hasta que, al sentirse uno extrañamente carente de actividad cerebral alguna, se pregunta qué hace con un libro entre las manos.

    Al grano pues. Insisto, usted escribe sobre lo que nadie ha pensado siquiera, lo ha pensado después diciéndose que ya lo sabía, como siempre ha venido ocurriendo; su prosa tiene la tensión que exige el discurrir de su pensamiento, razón por la cual no se deja encorsetar por viejas fórmulas castrantes, sino que busca las propias y las encuentra; abunda en arcaísmos, en neologismos felices y en audacias léxicas, pero fundamentadas y justificadas siempre porque han servido y bien, no desdeña el préstamo pero de los de sin mayor interés que el de sernos preciso. Nos enriquece siempre porque es sabiduría lo que destilan sus textos, sus jocosas prédicas tan exquisitamente éticas de las que andamos tan necesitados y, por si todo ello y algo más fuera poco, nos lo sirve todo con humor siempre o casi siempre, sea ironía, sea sarcasmo, sea sorna, sea socarronería, que importa y mucho el vehículo de tragar la pócima; su cerebro ha de ser un piano afinadísimo por cada nota burlona con la que se permite componer melodías nuevas y geniales, muy suyas, difíciles de no ser identificadas en caso de extravío.

    Le supongo con los colores subidos, como debe ser, por poco ducho en halagos y poseedor de vergüenza ante el descaro con que acabo de pronunciarme, cualidad ausente, la de la vergüenza, de cualquier sociedad occidental al menos, por ser justa no limitándome a este tremendo país.

    Por todo lo cual le expreso el agradecimiento más vivo desde un silencio y una luz y un bienestar sobrevenidos, pero con total previsión, a esta ciudad de València desde la que le escribo el comentario, recién aseada, la ciudad, esta misma noche con los resultados que le digo y a los que usted mismo llegó a contribuir con total éxito y antes incluso. El aseo nocturno de que le hablo es superficial, pero se agradece mientras no acaba de llegar el más ansiado de una limpieza general a fondo.

    Quede pues con Dios, que no es credo, sino fórmula amable de desearle feliz y larga vida, por usted mismo y por todos los suyos, pero también por el bien que le hacen las letras a este desdichado pueblo de escamoteada escuela por una razón o por otra pero generación tras generación y sin que apenas nadie se queje.

    Súbdita de Font de Mora y de más.

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