Esos que llevan escolta. Para protegerse de los precios, imagino.
País éste, donde atábamos las longanizas con jaguars, que ahora con la crisis habremos de atarlas con seatibizas y renolclíos de segunda mano, y aún dando las gracias de que no haya de ser con biscúteres a gasógeno, aunque sólo sea por imposibilidad ontológico-cronológica, mayormente, que no por falta de la adecuada miseria, bien se entiende.
Comportamientos interespecíficos. No deja de sorprender la constatación de que al son de los rebuznos no sólo concuerden en agavillarse los congéneres, simpatizantes y atenidos, sino que diligentísimamente y a ocupar las primeras filas acudan raudos, antes y más que nadie, chacales innúmeros de esos que oscurecen las pantallas de los telediarios, más su necesario aparato de seguridad: tirolirolí, jrochs, tirolirolí, –¿Despejado mi teniente?–, tirolirolí, chrjjochsss, tirolirolí, –afirmativo Galíndez, procedemos–, tirolirolí jchrchojssss, tirolirolí jrochs...
Puestos a vivir en evidente mandarinato, tuvieran siquiera los mandarines la deferencia de parecerlo, dejándose –qué menos–, recogida, apretada y untuosa coleta y uñas larguísimas según antiguo y respetado canon, garras necesarias, además, para lo que son necesarias, y para lo cual forzoso es no cortarlas, permitiendo así que cada monje bien pueda conocerse por su hábito, para mejor aviso de súbditos y por civilizada aspiración de completitud, además.
Virtudes políticas: la multirreincidencia, como indican las dos erre que erre, y según prefiere Google que se escriba la palabra.
Las crisis acaban siempre de la misma manera, con la depuración de los no responsables y la asunción al cargo de nuevos irresponsables, para mejor esperanza de todos.
A los parados les iguala finalmente con los que les pararon y quienes lo consintieron, el hecho curioso de tener que adaptarse a comer sin pagar, o pagándoselo otros; en el caso de los parados, la familia, y en el de los parantes o paradores igualmente la familia, uséase, aquí unos primos.
¿No traería más cuenta volver a la venta directa de cargos?, siquiera el común en algo se lucraría, y los servicios prestados tampoco es que se fueran a diferenciar gran cosa, convendrán.
El problema de los moralistas es que amanecemos cada día con la moral por los suelos, sobre todo por esa demasía de poluciones nocturnas de moralina que eyaculamos y churreteamos por estos blogues; aunque ni que decir tiene, en lo que a mí respecta, que no pienso pedir disculpas. Y que cada palo aguante su cliinecs.
Primacía. Se llama así porque la ejercen –al parecer– sobre primos innúmeros. Tú y tú y yo, sin ir más lejos.
La riqueza del lenguaje es un raro tesoro dejado al aire libre, o para entendernos mejor, una especie de herencia desmesurada lista para cobrar y puesta al alcance de cualquiera que desee molestarse un poco en apropiársela, y no, como ciertos académicos y explicadores profesionales proclaman, actuando más como políticos que como tribunal de su oficio –que ese sí debiera de ser santo–, solamente una riqueza fundada en la especulación y en las opciones de futuros de ciertos términos y usos hoy afortunados y en alza en el bolsín de los decires, pero mañana quién sabe si menos, poco o nada; que la lengua miente más que habla y es volátil a carta cabal. Bueno, no sabría yo si tela marinera o mazo de volátil, eso ya decídanlo Ustedes, asesorados adecuadamente, se comprende.
Desde que estamos todos en la cárcel por insolventes no se oye gritar otra cosa que ¡Al ladrón!, ¡Al ladrón!, y los que más gritan son los ladrones mismos mientras se roban unos a otros con desesperación y denuedo, que a los cristianos y moros de a pie ya nos desplumaron concienciudamente y a modo, y si esto es el Paraíso, como nos cuentan, ¿cómo no será el infierno?, Ave María purísima...
Tiempos aquéllos, primitivos y sencillos, en que el mal era Roldán, sentado en calzoncillos, entre dos putas, y el mundo parecía poder arreglarse en su entera globalidad marchándose a no sé donde un tal Señor González, que finalmente se fue, siguiendo sin embargo el orbe igual de inmutable que si se hubiera quedado; y para tales viajes ya me dirán Ustedes a qué vinieron tanto ruido y tantas alforjas y tantos rucios acarreándolas arriba y abajo y tanto cristiano aperándolas y desaperándolas...
La rodean con guardias aquí y en Tumbuctú, en Pekín y en Berlín, la atan corto y la apalean cada martes y cada jueves, a las siete y a las diecisiete, por hache o por be, o por sus contrarios, porque es de todos sabido que la malnacida no respeta rituales, y piensa y hace y dice lo que le da la gana; esa lista, ladina e hija de la grandísima de la inteligencia, que a todos nos saca la lengua desde las bocas más insospechadas...
Estoy sorprendido y casi agraviado, he ido a buscar el término “apalizar” al diccionario de la RAE y aún tratándose de una memez notoria y de uso extendido, me he encontrado con que no figura allí bendecida o cristianada para nada en absoluto, o siquiera tolerada de alguna manera. Y es que con esta gente no sabe uno nunca a qué atenerse, ¿será simple lentitud, un mero no haber hecho todavía los deberes, simple falta de reflejos o tal vez un atisbo de sensatez?, que sólo de ponerme a pensar en esto último encocorado y nervioso anduve y aún ando, y se me acabó yendo la tarde a pájaros...
Correa por correa, o la Ley del Talión y otras aplicaciones de la misma que pueden escucharse por esas tabernas: “Pos les daba yo veinte güeno correasso bien arreaos con toa la hebilla der sinto, y si pué ser de canto mehó, en las posaera, con to’er culo en pompa y a carsón quitao, que los quedaba yo como pa’ no sentarse en to’ un año, cago en laa..., pa que s’haigan de gastá to’ lo robao en pomás, los cabrone.
Anduvo otra vez constituido en junta de propietarios el Geveinte éste de nuestros bolsillos, nuestros y cien veces nuestros, por más que se lo callen, y la junta –cómo no– fue para votar nueva derrama, dijeron, para reformar el capitalismo; pero aquí la vecindad realquilada, más que desear que reformaran el capitalismo estábamos más bien, con el debido respeto, por que se lo enfundaran, siquiera un 4%, o un 7%, dicho fuera por hablar en guarismos y porcentajes, que sabíamos que eso les gusta más que comer con los dedos, engominarse, o lucir pajarita, y por si así lo hubieran de entender mejor sus caritativas y bondadosas excelencias, así como el nuevo Señor Presidente de la Junta de Propietarios, el negro ese tan simpático de la limusina, que hablar sí que habló bonito, desde luego, ¡Y qué voz tiene, madre!, pero después caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Tiempos estos de cuidado minimalismo. Intelectivo.
La lengua hablada, con todos esos miles de papilas explicativas y que sin embargo apenas sirven para que nadie se entienda con nadie.
Comida orgánica... ¿Sería que antes ¡Ay Jesús!, fuera inorgánica?
Quizás la coyuntura se arreglara un punto estudiando hemodinámica. Dejando correr la sangre, putativamente, digo, y sólo para mejor ilustración de educandos.
Ya no comemos, sólo ingerimos calorías cuando ya no nos queda otro remedio y para no desfallecer, y aún así, –ni que decirse tiene–, con cicatero y extremoso cuidado. Y luego es menester acudir desesperados a ingerir el liberatorio bifidus actiregularis, u otro símil-fármaco inicuaponderaventrisdeponenter de primera marca (por seguir con los falsos latinajos), no sea que se nos vayan a quedar las hijas de Satanás dando vueltas por la bodega ni un sólo segundo más de lo imprescindible. ¡Ahhhhh, qué alivio, madre, fuera, fuera, bichas, fuera!, ¡Ahhhhh!
Responsables. Pues eso mismo, merecedores de que les recemos un responso. Con el debido gusto.
Hasta el más legalista, prudente y temeroso de Dios de entre los partidos políticos guarda en la cocina de su sede, en el cajón de los cubiertos, el reglamentario, obligatorio, insustituible, rodado, desgastado, desportillado, durísimo e infalible cascajueces reglamentario.
Igual que para administrar–¡nada menos que justicia!–, se hace tómbola a ciegas y se constituye un jurado con lo que salga, (y por cierto, gratis) igual podría considerarse el proponer acudir a iguales métodos para dirigir una entidad usuraria, un senado, un partido político, uno de fútbol, un intercambiador de órganos, un museo de firmas sobre lienzo, una división de caballería motorizada, y –apoyados sólidamente en las mismas razones que le suponen a cualquiera las luces y conocimiento suficientes para lo primero–, asumir que estas mismas luces y razones deberían de servirle igualmente al personal escogido al azar para el resto, y lanzarse a probar el mecanismo con algún que otro estamento de envergadura, pues tampoco se diría que lo que hacen tantas veces los “profesionales” sea mucho más que eso, una probatura y otra y otra, y además efectuadas siempre sobre estas mismas y ya bien sobrecargadas osamentas: la mía, la de Ustedes, las nuestras.
¡Ay esos funerales!, con solemnes horrores de Estado, que se les fija la hora de las salvas y las salves, y si para entonces no se ha llegado al número de pedazos suficientes, de inmediato se les asignan los que faltaran sacándolos del saco y adjudicándolos al azar, por comprensibles razones de estado, por lo visto, y que al parecer cualquiera deberíamos entender, miren Ustedes qué asunto tan vidrioso éste de la caridad cristiana y las exequias, que bien nos lo podría explicar don Federico, de tan doctorales saberes en ambas materias, en teoría del estado y en caridad cristiana, parigualmente.
Parados, que habitan por legiones y dotan de sentido a este rudo estado del desestar.
Estos apesebrados, que sólo dan palos a siniestro y a siniestro, o a diestro y a diestro, exclusivamente según el cuarto, anterior o posterior –que más dará–, del que cojeen.
Crisis. La perspectiva de la que se disfruta cuando uno anda ya con el culo desplumado, con una ciruela amarilla hincada en el mismo y una manzana colorada en la boca, los preceptivos pinchazos con el tenedor ya administrados a fondo, untado de aceite y ajo, salpimentado, emperejilado, atado con bramante, sentado en la olla y con el agua ya casi a punto de ebullición, no es confortable, desde luego, pero como la marmita se coloca sobre una pira bien alta y uno tiene la altura justa para asomar la gaita y mirar hacia abajo, no deja de producir un cierto consuelo de tontos –antes de rendir el último suspiro–, la contemplación de las largas filas de los que van desplumando y salpimentando, luego atando y después arrojando a su correspondiente perolo, pues desde aquí arriba se observa algo que no se intuye del todo bien desde abajo, y es que los que preparan el perolo de uno, silbando despreocupados, no saben que apenas un portal más adelante están, silbando despreocupados, los que ya preparan el suyo. Y desengáñense, que hay más perolos que longaniza y darán para todos.
Inyectamos dinero en la banca como el que lo arrojara a sacos al río, apena roza cada saco la superficie, una nube de pirañas se lo traga en menos tiempo del que tarda en quebrar una PYME. Millones de personas trabajan desesperadamente para llenar los sacos hasta el borde, para allegarlos sanos y salvos a la orilla, para protegerlos, para lanzarlos al río a tiempo y así calmar a la espantosa hidra. Cualquiera que viera la operación desde arriba, en su faraónica magnitud, en su asombrosa inutilidad, en su mandarinesca insensatez, caería de rodillas aterrado, los brazos abiertos e interrogando a los cielos ¿Señor mío Obama todopoderoso, Santa Ángela María Merkel y de Todos los Santos, Beato José Luís Errepunto Zapatero, estáis de verdad, pero de verdad, de verdad seguros de que esto es lo mejor que podemos hacer con nuestros impuestos? ¿Y si alguien probárais tal vez a cortarle las cabezas a la hidra en lugar de seguir alimentándola?... ¡por Júpiter!, ¡que alguien llame a Hércules por el móvil y se sirva indicarle de nuevo el camino de Lerna!
Lo nuevo de la situación no es que pierdan siempre los mismos, (y no, no hablo de fútbol) que eso ya es costumbre más que aceptada desde hace cuatro mil años y el que más y el que menos sabe bien como contonearse para arrimar el hombro, o para poner la grupa y que la cosa duela lo menos posible; lo noticiable es que ahora pierden los mismos y además otros tantos más, lo que ya si que es en verdad novedosa ingeniería social, y es de bien nacidos el reconocérselo a los que lo lograron con su esfuerzo, más que nada por tenerlos bien señalados para cuando se dé la vuelta a la tortilla, (algunas raras veces se logra) y que no escapen, en lo que esté en mi mano, pues no veo muy bien por qué ha de otorgársele tanto exquisita comprensión social al ladrón y ninguna al rencoroso, o más suavemente dicho, al memorioso, que también los habemos, y que no metemos mano en la cartera de nadie, además.
¡Qué espanto el cine! y para lo que ha quedado... en su gran mayoría debería de estar rigurosamente desaconsejado para adultos y mayores de catorce, y sólo consentido si necesariamente acompañados de niños de ocho años, para que nos lo expliquen.
Se quejaba hace unos días en el País semanal don Javier Marías de que haya que volver al bachillerato con adultos, y explicaba metódicamente el caso, como suele, partiendo de premisas y concluyendo razonadamente, lo que es cosa siempre tan extraordinaria que cada vez que me topo con casos semejantes, caigo rendido. Y sí, coincido con don Javier en la mayor, pero además, discrepo. Si el hablante o escribiente fuera menor, digámoslo a bulto, de 35 o 40 años, ya no sería correcto hablar de volver al Bachillerato, sino simplemente de empezar a cursarlo a secas (aunque a saber dónde) y no de nuevo “eso” que sin duda aprobaron y de cuyo desleimiento no tienen sin duda la culpa quienes lo padecieron, sino a cursar otro anterior, barrido durante la transición y que servía, entre otras cosas, para aprender lisa y llanamente lengua española, esa antigua y lacerante arma centralista cuya amenazante espoleta yace a Dios gracias desmontada en una biblioteca arrasada, incendiada y después cerrada a cal y canto, y a mayor, autonómica –y dicen también que igualitaria– tranquilidad de todos.
martes, 21 de abril de 2009
martes, 17 de marzo de 2009
Recalificar es de sabios
Recalificar es de sabios.
Podré permitirme la exactitud, que aquí no me exigen como si estuviera trabajando.
No te dejes ver con el agua al cuello, capaces serán de arrancártelo de los hombros, según protocolo de primeras ayudas.
Desde luego que es posible aprender de la experiencia ajena, pero resultará pedante y te acabarán mirando mal, igual que si hubieras aprendido de la propia. ¡Listo!
Los ve uno y se pregunta: –¿Esposados?– y quia, brutales te llegan juntas a la cara, como puños, la contestación y la verdad. –Esposando, imbécil, esposando–.
Lo peor de las cadenas es que somos los eslabones. Y que nos abren y cierran todo el día con tenazas del quince y sin preguntar ¡Ay que doló!
La connivencia es cosa irresponsable, incluso con uno mismo.
Crisis del sistema. Esos bancos que abandonaron a sus ratas.
Presunción de inocencia ¡Presuntuosos!
Estos adanes –y evas– semidesnudos, que nos administran y que no tienen los desdichados ni para un traje mercado por lo legal, pagado de sonoro palmetazo en la mesa del sastre con las ochocientos eurazos de vellón y el canónico ¡Como estos!, y que se ven por el contrario obligados a mendigárselos a los conocidos para poder acudir al Vaticano ataviados como Dios dispusiera en tablas o para aparecer rutilantes, jugosos y puntito osées en el Vogue, y que una vez presentados ante el juez alegan doloridos: –es que nos mordió una manzana del bien y del mal asín de gorda, que no sabe Usted que bicho, Señoría–.
Gobernantes absolutos. Rueda de prensa. –¿Cree Usted que su partido es responsable de este asunto?–. –No en absoluto–. –¿Tenía Usted un conocimiento previo de los hechos?–. –Absolutamente no–. –¿Conocía la implicación de los imputados?–. –La desconocía en absoluto–... –¿Contempla Usted dimitir por causa de este asunto?–. –lo descarto en absoluto...
Hiena africana (Crocuta crocuta) sorprendida chapoteando en el fango hasta agenciarse un traje regalado. Proximidades de Francistown, Distrito Este, Botsuana (y no, no lo duden, Francistown existe donde se indica, no bromeo con las localizaciones... aunque habrá otras, tal vez...).
Comunidad Valenciana. Educación para la Ciudadanía. Tema único: analice, comprenda y explique el educando, en valenciano e inglés, la siguiente expresión: mi sastre es rico, my taylor is rich.
Solicitar sustancial regalía en ternos de paño inmejorable es asunto de pleno sentido, pues dada la conocida preferencia de los jueces por que los imputados se les personen delante impecablemente trajeados, todo ese despliegue de exquisito aliño indumentario seguro que habrá de incidir muy favorablemente en que la necesaria presunción de inocencia se vea verdaderamente respetada, afirmada, confirmada y se troque finalmente en felicísima absolución, irrebatible y plenaria como ninguna, y a mayor honra de la Justicia, esa conocida discapacitada visual.
Tengo entendido que en la Comunidad Valenciana pretenden ahora proceder a inhibir, por ley, la señal televisiva procedente de Cataluña, por algún quítame allá esas pajas competenciales y de sonoro don don dododon de fondo que me imagino se les habrán ocurrido a esos mismos solones que ya ejercieran de atinados consejeros en el portentoso asunto aquél de la Educación para la Ciudadanía en inglés... Es forzoso reconocer que el Lechuguinato éste de los Zaplanas, de los Fabras y de los Camps no parará nunca de darnos inacabables satisfacciones a los cómicos, de entre los cuales me declaro su más rendido admirador.
El antiguo plato regional era la paella. Actualmente también, pero con mucho chorizo, producto al parecer abundante en la comunidad.
Recién los ves ya conoces por inmediata, innata y certera presunción de su altura moral, que lo que les entregan cuando acceden al cargo no es la llave del despacho, sino personalizada ganzúa de oro y brillantes, con distintivo blanco.
Artes de cetrería, con sus rapaces amorosamente amaestradas, que gritan satisfechas en el cebadero, te comen en la mano como piolines, viven satisfechas con esos delicados capuchones de no ver que les ponen para su sosiego y que en temporada de caza te remiten al punto las comisiones fresquísimas, –sangrantes y aún palpitantes–, a domicilio.
Tirofijo, personaje afortunadamente de otros tiempos, demás que ya falleció. Lo que abunda ahora son Trincofijos, que tampoco fallan golpe, y en no importa cuál lado del charco, además.
No es ya que ante ciertos comparecientes políticos municipales, autonómicos o nacionales –la sacra trimurti–, te palpes aterrado la cartera para ver si sigue en su sitio, es que miras acongojado también el reloj y el calendario, no sea que te vengan a cambiar igualmente de lugar la fecha y la hora, la noche y el día, el hoy y el mañana, y todo ello por nuestro bien, como al punto te explicarán engarbulladamente y en algo vagamente similar a una lengua romance desde el atrilillo ese al que se empinan para salir mejor en el telediario, y no sólo en la sección de tribunales.
Es asombroso ver como se reproducen como hongos los debates estériles. Por caridad, que alguien les entregue unos preservativos, o siquiera que les salfumanen las esporas.
Desde que hasta los nombres más principales y principescos se ha convertido en rutina el tener que escribirlos obligatoriamente con falta de ortografía, ya me dirán Ustedes que es lo que podemos aspirar a pintar los gramáticos en la Corte, la verdad.
La industria de la promoción de los peores comportamientos se llama “tú mimmo con tu mecanimmo”, escrito sea así en cheli, si se me permite.
Nada como las creencias imaginarias para desarrollar una inquebrantable fe verdadera.
¿Currículos de éxito? Un voluminoso expediente de penales.
Parece ser que mientras no se alcanza la pública y notoria calificación de imputado, de sospechoso o siquiera de indiciado, no se llega verdaderamente a ser lo que vulgarmente se conoce como una persona de categoría.
Prevención generalizada. Consiste el fenómeno en colocar las vendas en ausencia de heridas. Cobrando como si las hubiera, se comprende, y pagando todos agradecidos y bendiciendo. Y a los enterradores que les den.
Ruedas de prensa sin derecho a preguntas. Objetivamente hablando son como para darles recio, en la frente y con estaca a quienes las convocan, sin embargo no cabe duda de que nos ahorran un zurrón de errores sintácticos así como de ortografía en las preguntas y otro cabás de ellos en las contestaciones, no sabiendo uno muy bien a que carta quedarse y dudando de si no será cosa tal vez de ir y de besarles los cuernos, a la postre.
En Madrid, y por no ser menos, gozamos de las que sugiero llamar Las Cuatro Torres Mellizas, tan cercanas mutuamente y primorosamente uniformadas de aluminio ellas, aunque no gemelas, pues salta a la vista que proceden de sus buenos cuatro óvulos diferentes, lo cual no empece para que vayan bien monas y llamando la atención, siempre juntas y en hilera, como los Dalton, e hijas predilectas y dilectísimas de sus siete padres, banqueros y otros escualos de éxito, mayormente, que enseñan orgullosos sus dientes, mientras nos las pasean encantados enseñoreándose del skyline, que ya ni siquiera perfil, panorámica o estampa nos van a dejar decirle, ay Jesús, qué cansancio...
Cadenas perpetuas: la Uno, la Dos, la Tres, la Cuatro, la Cinco, la Sexta, la Siete y la Nou... y ¡anda!, intenta no cumplir alguna íntegramente si es que puedes, desdichado.
Periodistas. No sé cómo siguen llamando detonadores a los detonadores, pudiendo llamarlos explosionadores, más largo, más absurdo y más feo, que no sé que más podrían pedir, ni cómo pueden todavía resistirse a ello.
Los suplementos de trabajo de los diarios. Hay que ver todo el curro que dan, como su nombre indica, y rigurosamente para nada.
Despotismo ilustrado, con esas hermosas y artísticas fotografías de Abú Grahib, de Guantánamo, de Darfur, de Gaza, de Mathausen...
El Libro de Familia Desestructurada, con sus sellos y apuntamientos bien ordenados por fecha, como las vacunaciones de los churumbeles, donde figurarán obligatoriamente las primeras peleas, los primeros insultos a un mendigo, el primer puño americano, la primera paliza a la novia, la primera navaja, el primer hurto en el chino, el primer trapicheo, el primer coche robado, el primer alunizaje, la primera puñalada, el primer atraco, el primer homicidio y finalmente la licenciatura en derecho, útiles todos ellos como eximentes a la hora de descontar pena según baremos fijados por la administración, que expende dichos documentos y certificaciones a los dichos efectos.
Para mejorar las relaciones con la Iglesia Católica habría que exigirle a su jerarquía algún mínimo tipo de acatamiento legal, siquiera preconstitucional, y por ir empezando pasito a pasito la tarea de intentar ser comprendidos, que si Mendizábal, que si la revolución francesa, que si las cortes de Cádiz, que si Porta Pía, que si la Comuna de París, que si León XIII, que si la Revolución de Octubre... aggiornamento, en fin, puesta al día, siquiera actualizando al primer tercio del siglo XX, por ser radicales, digo, y ayudándoles a caminar.
Del pasado disfrutamos las cosas acabadas, del futuro las zanjas, los socavones, los lodazales, los esqueletos de aquello que tal vez acabe siendo, los planos de lo que no se sabe si funcionará, las comisiones para poder poner cualquier proyecto en marcha y las hipotecas para concluirlo, ¡Hermosos jardines todos ellos abonados con mimo a base de aromáticos y pringosos montoncitos de opciones de futuros!, Y por favor, que alguien me preste un cliinecs para limpiarme los zapatos, que miren por Dios cómo me he puesto con la tontuna ésta de ponerme a hurgar en semejante basurero...
Cuando finalmente haya más cámaras de vigilancia que hombres sobre la tierra habrá que contratar monos para escrutarlas, que serán quienes tendrán que decidir caso por caso si están asistiendo o no en directo a un delito tipificado. Y nos vamos a reír una jartá viendo cómo lo harán igual de bien que los encargados actuales. E incluso los podremos llamar monos de escuadra, o monatenes, o monos de la porra, según prefiera el gusto local, y condecorarlos. Digna cosa será el futuro, por lo que se puede ir viendo.
Con dos cervezas, que con tres pasas el límite del soplómetro, a 136 km por hora, que a 137 salta el límite del radar, con el móvil metido entre el hombro y el cuello de la camisa, gritando al límite para que te oigan y viviendo peligrosamente. ¡Sociedad heroica y afortunada!, donde el que más y el que menos vamos todos enloquecidos y al límite de las limitaciones. A Cendrars, a Céline y a Miller los quisiera yo ver aquí, disfrutando salvajamente de todo esta bestialidad de paraíso. ¡Madrééee!, que diría Esteso, con el fajín y la boina calada hasta la uniceja.
¿Asuntos de verdadera fuerza mayor? Las partidas de caza mayor.
Triunfan los cómics con su regustillo retro. El banquero del Antifaz.
Cuestiones gramaticales. ¿Herrar es de sabios?
A la iglesia católica parecen satisfacerle más todavía los martirios ajenos que los propios. Son las cosas que tiene la caridad, que mejor se empieza por cualquier otro mismo.
Llaman siempre la atención todas esas muertes grandilocuentes y grandiosas, con sus equipos médicos obituales.
Latín simplificado. Fiat lux: modelo de vehículo automóvil generosamente acristalado, para uso de romanos pontífices, preferentemente.
Rehabilitan, parece ser, la constante cosmológica. Es, como siempre, la papelera portentosa de Einstein, que sigue dando sus frutos.
Tenía un recto muy animado (visto por ahí).
¡Tiempos aquellos del panem et circenses!, que ya sólo nos quedan los circenses, esopilantes, eso sí.
Aquí al más tonto lo contratan al punto para hacer relojes, por la sencilla razón de que a nadie le importa lo más mínimo el que anden o dejen de andar tales chismes, tales chismes y otros cualesquiera, se comprende.
¡Oh tiempo de los moros!, concluía hoy su artículo Eugenio Suárez, en el País. O tempora o mores, mejor así, en latín, para adecuada ilustración de mis escolares, je.
Hojas de estilo, necesarias para aprender a manejar y poseer legalmente un estilete, me imagino.
Para caminar basta con la cabeza, llevará más lejos que los pies. Incomparablemente.
Curiosidades animales: besugos antropomorfos.
Ya no es necesario liquidar a nadie por la vía rápida, bastará con señalar a los que destacan en lo suyo por hacerlo bien, que ya se ocupará de tomar cartas en el asunto, horrorizada, la opinión pública.
Los niños poseen un lógica aplastante y el proceso de hacerlos adultos consiste precisamente en destruírsela pasito a pasito a cambio de unas chuches, unas palmaditas de paterna satisfacción y una buena confusión mental hasta más allá de los cuarenta. Pasado este punto el esfuerzo consistirá en hacerse algo más niños, aunque entonces ya nadie te dará palmaditas, te llamarán inmaduro y más tarde, cuando algunos pocos hayan logrado atenerse finalmente a lo esencial, viejo chocho.
Y por cierto, me vino la reflexión anterior al hilo de un recuerdo de hará ya cuatro lustros. Mi hijo Mauro entonces tenía cuatro o tal vez cinco años y cogió la curiosa costumbre de llamar antipaz al antifaz que llevaban, por ejemplo, las tortugas Ninja, teleserie de dibujos de obligada frecuentación en su niñez, o al que incluía ese inevitable disfraz infantil de El Zorro que le habrían regalado sus tías. Fue entonces cuando este pedantesco remedo de Jean Piaget que me habita los entresijos se me puso a reflexionar sobre la cuestión, dando más o menos en pergeñar lo que sigue: en nuestra época, el software estándar de un niño de cuatro años, salvo milagro u otra causa en verdad extraña, no incluye en absoluto el vocablo faz. La palabra fonéticamente más cercana es paz, y este término sí que es comprensible, en mayor o menor medida, dentro de la no despreciable anchura de su campo semántico, para una criatura de esa edad. Esa brutal lógica lingüística que llevan integrada en el chip de la ROM de arranque las crías de la especie, les lleva a rechazar con frecuencia la utilización de un término desconocido y similar eufónicamente a otro ya conocido, y muy particularmente en palabras compuestas. Este fenómeno no es privativo de la infancia, personas de escasa cultura o de bajo nivel de escolarización o de alfabetización, tienden también a adecuar su habla en función del mismo fenómeno y a adaptar o a “retorcer” los vocablos nuevos sobre las hechuras de los viejos; todos hemos escuchado ejemplos numerosos de ello, y así, al bote pronto, me vienen a las mientes ese “telesférico” por “teleférico”, el "próloga" por prórroga de un encuentro deportivo, términos que más de una vez he oído emplear, o el seguramente más escuchado plastelina e incluso pastelina, cada uno de ellos con una raíz de una lógica aplastante, por plastilina, vocablo extranjero mal adaptado, y de ahí sus males. En consecuencia, si “antifaz”, por causa de esa “faz”, resultaba perturbador para un niño inteligente, (y es de reseñar aquí que “anti”, de una manera u otra sí parecía resultarle en cambio cosa manejable), “antipaz” se le debió de figurar, por contra, como algo lógico, más realista y con su segundo término constituido por cosa conocida, de ahí su uso.
Armado pues de este nuevo supuesto procedí a efectuarle al sujeto experimental la pregunta del millón:
–¿Maurito, mi amor, por qué dices antipaz en lugar de antifaz?–
Se quedó pensando un momento mientras seguía jugueteando con lo que anduviera y me contestó de mala gana, pero aplomado: –Papi, no es antifaz, es antipaz–.
Es decir, la diferencia fonética la tenía clarísima y podía pronunciarla, simplemente es que negaba el vocablo rotunda y definitivamente por absurdo, entendí y entiendo, y lo negaba por absurdo –lo cual era absurdo, pues todas las palabras, a priori, son absurdas para un niño– (y discúlpenme, si pueden, la imperdonable caterva de absurdos) por la simple y sencilla razón de que antipaz sí que le parecía lógico, y ante eso poco había que ponerse a discutir. ¿Y por qué le parecía lógico?, pues aquí, pacientísimo lector, viene el busilis de la cuestión, se lo parecía porque se había fabricado una explicación a su entender impecable y de una lógica aplastante, y por la simple y sencilla razón de que la necesitaba. Vean si no. –¿Y qué quiere decir entonces antipaz, lo sabes tú mi chiquirritín, mi primogénito, carne de mi carne, luz de mis días y alegría, consuelo y bastón de mi vejez?–. –Pues claro que lo sé, so pesado (así se dirigía a mí cuando aún me respetaba), antipaz es una cosa que te pones en la cara para que no sepan que eres tú cuando vas a hacer luchas o a pegarte–. –Ya... –hube de rascarme el cráneo–, ya te entiendo, pero yo lo que preguntaba es si sabes por qué se llama así–. –Sí lo sé, jooo, pesado, y déjame jugar ya, se llama así porque cuando se va a luchar, a pelear o a matar a algún malo es como la guerra, anti-paz, papi, anti-paz–.
¡Acabaramos!, no sólo sabía ya perfectamente el redomado mixtificador uno de los significados de anti y como se había de usar en una construcción, lo que tenía su miga, sino que con lógica implacable no sólo había formado un vocablo plausible, sino además toda una perfecta justificación para que le encajara como un guante dentro de su idea del mundo. El rechazo del absurdo no sólo era tal, algo le empujaba además a construirle toda una explicación razonable y razonada alrededor, y barrunto que solamente por el puro imperativo de esa lógica aplastante con la que daba comienzo la reflexión, ya cosa como de un buen metro más arriba, me temo.
Antes de preguntarle, pues, yo sólo había intuido parte de la verdad, finalizado el interrogatorio aprendí yo mucho más que él aquella tarde, aunque desde luego no escapó el desdichado de que le explicara qué era faz y qué era antifaz y qué anti y qué ante, y de que le amonestara bien amonestado sobre por qué no era antipaz de ninguna manera, y de que le pidiera que hiciera además el favor de quitarse aquello de la cabeza, a ver que se iban ustedes a creer. Así que gracias a todo ello durante una buena temporada todavía siguió diciendo antipaz, como es lógico, pues las inercias del cernido... esas sí que son inercias verdaderas.
Podré permitirme la exactitud, que aquí no me exigen como si estuviera trabajando.
No te dejes ver con el agua al cuello, capaces serán de arrancártelo de los hombros, según protocolo de primeras ayudas.
Desde luego que es posible aprender de la experiencia ajena, pero resultará pedante y te acabarán mirando mal, igual que si hubieras aprendido de la propia. ¡Listo!
Los ve uno y se pregunta: –¿Esposados?– y quia, brutales te llegan juntas a la cara, como puños, la contestación y la verdad. –Esposando, imbécil, esposando–.
Lo peor de las cadenas es que somos los eslabones. Y que nos abren y cierran todo el día con tenazas del quince y sin preguntar ¡Ay que doló!
La connivencia es cosa irresponsable, incluso con uno mismo.
Crisis del sistema. Esos bancos que abandonaron a sus ratas.
Presunción de inocencia ¡Presuntuosos!
Estos adanes –y evas– semidesnudos, que nos administran y que no tienen los desdichados ni para un traje mercado por lo legal, pagado de sonoro palmetazo en la mesa del sastre con las ochocientos eurazos de vellón y el canónico ¡Como estos!, y que se ven por el contrario obligados a mendigárselos a los conocidos para poder acudir al Vaticano ataviados como Dios dispusiera en tablas o para aparecer rutilantes, jugosos y puntito osées en el Vogue, y que una vez presentados ante el juez alegan doloridos: –es que nos mordió una manzana del bien y del mal asín de gorda, que no sabe Usted que bicho, Señoría–.
Gobernantes absolutos. Rueda de prensa. –¿Cree Usted que su partido es responsable de este asunto?–. –No en absoluto–. –¿Tenía Usted un conocimiento previo de los hechos?–. –Absolutamente no–. –¿Conocía la implicación de los imputados?–. –La desconocía en absoluto–... –¿Contempla Usted dimitir por causa de este asunto?–. –lo descarto en absoluto...
Hiena africana (Crocuta crocuta) sorprendida chapoteando en el fango hasta agenciarse un traje regalado. Proximidades de Francistown, Distrito Este, Botsuana (y no, no lo duden, Francistown existe donde se indica, no bromeo con las localizaciones... aunque habrá otras, tal vez...).
Comunidad Valenciana. Educación para la Ciudadanía. Tema único: analice, comprenda y explique el educando, en valenciano e inglés, la siguiente expresión: mi sastre es rico, my taylor is rich.
Solicitar sustancial regalía en ternos de paño inmejorable es asunto de pleno sentido, pues dada la conocida preferencia de los jueces por que los imputados se les personen delante impecablemente trajeados, todo ese despliegue de exquisito aliño indumentario seguro que habrá de incidir muy favorablemente en que la necesaria presunción de inocencia se vea verdaderamente respetada, afirmada, confirmada y se troque finalmente en felicísima absolución, irrebatible y plenaria como ninguna, y a mayor honra de la Justicia, esa conocida discapacitada visual.
Tengo entendido que en la Comunidad Valenciana pretenden ahora proceder a inhibir, por ley, la señal televisiva procedente de Cataluña, por algún quítame allá esas pajas competenciales y de sonoro don don dododon de fondo que me imagino se les habrán ocurrido a esos mismos solones que ya ejercieran de atinados consejeros en el portentoso asunto aquél de la Educación para la Ciudadanía en inglés... Es forzoso reconocer que el Lechuguinato éste de los Zaplanas, de los Fabras y de los Camps no parará nunca de darnos inacabables satisfacciones a los cómicos, de entre los cuales me declaro su más rendido admirador.
El antiguo plato regional era la paella. Actualmente también, pero con mucho chorizo, producto al parecer abundante en la comunidad.
Recién los ves ya conoces por inmediata, innata y certera presunción de su altura moral, que lo que les entregan cuando acceden al cargo no es la llave del despacho, sino personalizada ganzúa de oro y brillantes, con distintivo blanco.
Artes de cetrería, con sus rapaces amorosamente amaestradas, que gritan satisfechas en el cebadero, te comen en la mano como piolines, viven satisfechas con esos delicados capuchones de no ver que les ponen para su sosiego y que en temporada de caza te remiten al punto las comisiones fresquísimas, –sangrantes y aún palpitantes–, a domicilio.
Tirofijo, personaje afortunadamente de otros tiempos, demás que ya falleció. Lo que abunda ahora son Trincofijos, que tampoco fallan golpe, y en no importa cuál lado del charco, además.
No es ya que ante ciertos comparecientes políticos municipales, autonómicos o nacionales –la sacra trimurti–, te palpes aterrado la cartera para ver si sigue en su sitio, es que miras acongojado también el reloj y el calendario, no sea que te vengan a cambiar igualmente de lugar la fecha y la hora, la noche y el día, el hoy y el mañana, y todo ello por nuestro bien, como al punto te explicarán engarbulladamente y en algo vagamente similar a una lengua romance desde el atrilillo ese al que se empinan para salir mejor en el telediario, y no sólo en la sección de tribunales.
Es asombroso ver como se reproducen como hongos los debates estériles. Por caridad, que alguien les entregue unos preservativos, o siquiera que les salfumanen las esporas.
Desde que hasta los nombres más principales y principescos se ha convertido en rutina el tener que escribirlos obligatoriamente con falta de ortografía, ya me dirán Ustedes que es lo que podemos aspirar a pintar los gramáticos en la Corte, la verdad.
La industria de la promoción de los peores comportamientos se llama “tú mimmo con tu mecanimmo”, escrito sea así en cheli, si se me permite.
Nada como las creencias imaginarias para desarrollar una inquebrantable fe verdadera.
¿Currículos de éxito? Un voluminoso expediente de penales.
Parece ser que mientras no se alcanza la pública y notoria calificación de imputado, de sospechoso o siquiera de indiciado, no se llega verdaderamente a ser lo que vulgarmente se conoce como una persona de categoría.
Prevención generalizada. Consiste el fenómeno en colocar las vendas en ausencia de heridas. Cobrando como si las hubiera, se comprende, y pagando todos agradecidos y bendiciendo. Y a los enterradores que les den.
Ruedas de prensa sin derecho a preguntas. Objetivamente hablando son como para darles recio, en la frente y con estaca a quienes las convocan, sin embargo no cabe duda de que nos ahorran un zurrón de errores sintácticos así como de ortografía en las preguntas y otro cabás de ellos en las contestaciones, no sabiendo uno muy bien a que carta quedarse y dudando de si no será cosa tal vez de ir y de besarles los cuernos, a la postre.
En Madrid, y por no ser menos, gozamos de las que sugiero llamar Las Cuatro Torres Mellizas, tan cercanas mutuamente y primorosamente uniformadas de aluminio ellas, aunque no gemelas, pues salta a la vista que proceden de sus buenos cuatro óvulos diferentes, lo cual no empece para que vayan bien monas y llamando la atención, siempre juntas y en hilera, como los Dalton, e hijas predilectas y dilectísimas de sus siete padres, banqueros y otros escualos de éxito, mayormente, que enseñan orgullosos sus dientes, mientras nos las pasean encantados enseñoreándose del skyline, que ya ni siquiera perfil, panorámica o estampa nos van a dejar decirle, ay Jesús, qué cansancio...
Cadenas perpetuas: la Uno, la Dos, la Tres, la Cuatro, la Cinco, la Sexta, la Siete y la Nou... y ¡anda!, intenta no cumplir alguna íntegramente si es que puedes, desdichado.
Periodistas. No sé cómo siguen llamando detonadores a los detonadores, pudiendo llamarlos explosionadores, más largo, más absurdo y más feo, que no sé que más podrían pedir, ni cómo pueden todavía resistirse a ello.
Los suplementos de trabajo de los diarios. Hay que ver todo el curro que dan, como su nombre indica, y rigurosamente para nada.
Despotismo ilustrado, con esas hermosas y artísticas fotografías de Abú Grahib, de Guantánamo, de Darfur, de Gaza, de Mathausen...
El Libro de Familia Desestructurada, con sus sellos y apuntamientos bien ordenados por fecha, como las vacunaciones de los churumbeles, donde figurarán obligatoriamente las primeras peleas, los primeros insultos a un mendigo, el primer puño americano, la primera paliza a la novia, la primera navaja, el primer hurto en el chino, el primer trapicheo, el primer coche robado, el primer alunizaje, la primera puñalada, el primer atraco, el primer homicidio y finalmente la licenciatura en derecho, útiles todos ellos como eximentes a la hora de descontar pena según baremos fijados por la administración, que expende dichos documentos y certificaciones a los dichos efectos.
Para mejorar las relaciones con la Iglesia Católica habría que exigirle a su jerarquía algún mínimo tipo de acatamiento legal, siquiera preconstitucional, y por ir empezando pasito a pasito la tarea de intentar ser comprendidos, que si Mendizábal, que si la revolución francesa, que si las cortes de Cádiz, que si Porta Pía, que si la Comuna de París, que si León XIII, que si la Revolución de Octubre... aggiornamento, en fin, puesta al día, siquiera actualizando al primer tercio del siglo XX, por ser radicales, digo, y ayudándoles a caminar.
Del pasado disfrutamos las cosas acabadas, del futuro las zanjas, los socavones, los lodazales, los esqueletos de aquello que tal vez acabe siendo, los planos de lo que no se sabe si funcionará, las comisiones para poder poner cualquier proyecto en marcha y las hipotecas para concluirlo, ¡Hermosos jardines todos ellos abonados con mimo a base de aromáticos y pringosos montoncitos de opciones de futuros!, Y por favor, que alguien me preste un cliinecs para limpiarme los zapatos, que miren por Dios cómo me he puesto con la tontuna ésta de ponerme a hurgar en semejante basurero...
Cuando finalmente haya más cámaras de vigilancia que hombres sobre la tierra habrá que contratar monos para escrutarlas, que serán quienes tendrán que decidir caso por caso si están asistiendo o no en directo a un delito tipificado. Y nos vamos a reír una jartá viendo cómo lo harán igual de bien que los encargados actuales. E incluso los podremos llamar monos de escuadra, o monatenes, o monos de la porra, según prefiera el gusto local, y condecorarlos. Digna cosa será el futuro, por lo que se puede ir viendo.
Con dos cervezas, que con tres pasas el límite del soplómetro, a 136 km por hora, que a 137 salta el límite del radar, con el móvil metido entre el hombro y el cuello de la camisa, gritando al límite para que te oigan y viviendo peligrosamente. ¡Sociedad heroica y afortunada!, donde el que más y el que menos vamos todos enloquecidos y al límite de las limitaciones. A Cendrars, a Céline y a Miller los quisiera yo ver aquí, disfrutando salvajamente de todo esta bestialidad de paraíso. ¡Madrééee!, que diría Esteso, con el fajín y la boina calada hasta la uniceja.
¿Asuntos de verdadera fuerza mayor? Las partidas de caza mayor.
Triunfan los cómics con su regustillo retro. El banquero del Antifaz.
Cuestiones gramaticales. ¿Herrar es de sabios?
A la iglesia católica parecen satisfacerle más todavía los martirios ajenos que los propios. Son las cosas que tiene la caridad, que mejor se empieza por cualquier otro mismo.
Llaman siempre la atención todas esas muertes grandilocuentes y grandiosas, con sus equipos médicos obituales.
Latín simplificado. Fiat lux: modelo de vehículo automóvil generosamente acristalado, para uso de romanos pontífices, preferentemente.
Rehabilitan, parece ser, la constante cosmológica. Es, como siempre, la papelera portentosa de Einstein, que sigue dando sus frutos.
Tenía un recto muy animado (visto por ahí).
¡Tiempos aquellos del panem et circenses!, que ya sólo nos quedan los circenses, esopilantes, eso sí.
Aquí al más tonto lo contratan al punto para hacer relojes, por la sencilla razón de que a nadie le importa lo más mínimo el que anden o dejen de andar tales chismes, tales chismes y otros cualesquiera, se comprende.
¡Oh tiempo de los moros!, concluía hoy su artículo Eugenio Suárez, en el País. O tempora o mores, mejor así, en latín, para adecuada ilustración de mis escolares, je.
Hojas de estilo, necesarias para aprender a manejar y poseer legalmente un estilete, me imagino.
Para caminar basta con la cabeza, llevará más lejos que los pies. Incomparablemente.
Curiosidades animales: besugos antropomorfos.
Ya no es necesario liquidar a nadie por la vía rápida, bastará con señalar a los que destacan en lo suyo por hacerlo bien, que ya se ocupará de tomar cartas en el asunto, horrorizada, la opinión pública.
Los niños poseen un lógica aplastante y el proceso de hacerlos adultos consiste precisamente en destruírsela pasito a pasito a cambio de unas chuches, unas palmaditas de paterna satisfacción y una buena confusión mental hasta más allá de los cuarenta. Pasado este punto el esfuerzo consistirá en hacerse algo más niños, aunque entonces ya nadie te dará palmaditas, te llamarán inmaduro y más tarde, cuando algunos pocos hayan logrado atenerse finalmente a lo esencial, viejo chocho.
Y por cierto, me vino la reflexión anterior al hilo de un recuerdo de hará ya cuatro lustros. Mi hijo Mauro entonces tenía cuatro o tal vez cinco años y cogió la curiosa costumbre de llamar antipaz al antifaz que llevaban, por ejemplo, las tortugas Ninja, teleserie de dibujos de obligada frecuentación en su niñez, o al que incluía ese inevitable disfraz infantil de El Zorro que le habrían regalado sus tías. Fue entonces cuando este pedantesco remedo de Jean Piaget que me habita los entresijos se me puso a reflexionar sobre la cuestión, dando más o menos en pergeñar lo que sigue: en nuestra época, el software estándar de un niño de cuatro años, salvo milagro u otra causa en verdad extraña, no incluye en absoluto el vocablo faz. La palabra fonéticamente más cercana es paz, y este término sí que es comprensible, en mayor o menor medida, dentro de la no despreciable anchura de su campo semántico, para una criatura de esa edad. Esa brutal lógica lingüística que llevan integrada en el chip de la ROM de arranque las crías de la especie, les lleva a rechazar con frecuencia la utilización de un término desconocido y similar eufónicamente a otro ya conocido, y muy particularmente en palabras compuestas. Este fenómeno no es privativo de la infancia, personas de escasa cultura o de bajo nivel de escolarización o de alfabetización, tienden también a adecuar su habla en función del mismo fenómeno y a adaptar o a “retorcer” los vocablos nuevos sobre las hechuras de los viejos; todos hemos escuchado ejemplos numerosos de ello, y así, al bote pronto, me vienen a las mientes ese “telesférico” por “teleférico”, el "próloga" por prórroga de un encuentro deportivo, términos que más de una vez he oído emplear, o el seguramente más escuchado plastelina e incluso pastelina, cada uno de ellos con una raíz de una lógica aplastante, por plastilina, vocablo extranjero mal adaptado, y de ahí sus males. En consecuencia, si “antifaz”, por causa de esa “faz”, resultaba perturbador para un niño inteligente, (y es de reseñar aquí que “anti”, de una manera u otra sí parecía resultarle en cambio cosa manejable), “antipaz” se le debió de figurar, por contra, como algo lógico, más realista y con su segundo término constituido por cosa conocida, de ahí su uso.
Armado pues de este nuevo supuesto procedí a efectuarle al sujeto experimental la pregunta del millón:
–¿Maurito, mi amor, por qué dices antipaz en lugar de antifaz?–
Se quedó pensando un momento mientras seguía jugueteando con lo que anduviera y me contestó de mala gana, pero aplomado: –Papi, no es antifaz, es antipaz–.
Es decir, la diferencia fonética la tenía clarísima y podía pronunciarla, simplemente es que negaba el vocablo rotunda y definitivamente por absurdo, entendí y entiendo, y lo negaba por absurdo –lo cual era absurdo, pues todas las palabras, a priori, son absurdas para un niño– (y discúlpenme, si pueden, la imperdonable caterva de absurdos) por la simple y sencilla razón de que antipaz sí que le parecía lógico, y ante eso poco había que ponerse a discutir. ¿Y por qué le parecía lógico?, pues aquí, pacientísimo lector, viene el busilis de la cuestión, se lo parecía porque se había fabricado una explicación a su entender impecable y de una lógica aplastante, y por la simple y sencilla razón de que la necesitaba. Vean si no. –¿Y qué quiere decir entonces antipaz, lo sabes tú mi chiquirritín, mi primogénito, carne de mi carne, luz de mis días y alegría, consuelo y bastón de mi vejez?–. –Pues claro que lo sé, so pesado (así se dirigía a mí cuando aún me respetaba), antipaz es una cosa que te pones en la cara para que no sepan que eres tú cuando vas a hacer luchas o a pegarte–. –Ya... –hube de rascarme el cráneo–, ya te entiendo, pero yo lo que preguntaba es si sabes por qué se llama así–. –Sí lo sé, jooo, pesado, y déjame jugar ya, se llama así porque cuando se va a luchar, a pelear o a matar a algún malo es como la guerra, anti-paz, papi, anti-paz–.
¡Acabaramos!, no sólo sabía ya perfectamente el redomado mixtificador uno de los significados de anti y como se había de usar en una construcción, lo que tenía su miga, sino que con lógica implacable no sólo había formado un vocablo plausible, sino además toda una perfecta justificación para que le encajara como un guante dentro de su idea del mundo. El rechazo del absurdo no sólo era tal, algo le empujaba además a construirle toda una explicación razonable y razonada alrededor, y barrunto que solamente por el puro imperativo de esa lógica aplastante con la que daba comienzo la reflexión, ya cosa como de un buen metro más arriba, me temo.
Antes de preguntarle, pues, yo sólo había intuido parte de la verdad, finalizado el interrogatorio aprendí yo mucho más que él aquella tarde, aunque desde luego no escapó el desdichado de que le explicara qué era faz y qué era antifaz y qué anti y qué ante, y de que le amonestara bien amonestado sobre por qué no era antipaz de ninguna manera, y de que le pidiera que hiciera además el favor de quitarse aquello de la cabeza, a ver que se iban ustedes a creer. Así que gracias a todo ello durante una buena temporada todavía siguió diciendo antipaz, como es lógico, pues las inercias del cernido... esas sí que son inercias verdaderas.
domingo, 22 de febrero de 2009
Nuevas variaciones sobre un tema anterior (y posterior). El antifaz hace la fuerza.
Nuevas variaciones sobre un tema anterior (y posterior). El antifaz hace la fuerza.
Nota técnica. Las palabras han de manejarse con sumo cuidado, a veces se corre el riesgo de significar con ellas y pueden albergar tensiones muy peligrosas en su interior. Por favor, absténgase de su manipulación el personal no autorizado ni especializado. No serviceable parts inside, como prudentemente se avisa en la tapa de la fuente de alimentación de cualquier ingenio electrónico al uso.
Es curioso, se puede decir nada sin parar de hablar, sin que nadie lo recrimine y en la más absoluta impunidad. A casi nadie le molestan el chamullar y la farfolla incesantes. Debe de ser cosa de los diferentes grosores de la piel de los tímpanos de cada cual, se me ocurre.
Empresas de siempre exitosas. Fabricantes de cadáveres.
Al igual que en Rusia, país más afín al nuestro de lo que la distancia geográfica pareciera indicar, también tenemos nuestros buenos coroneles y tenientes coroneles de la KAJABÉ, muchos de ellos ascendidos igualmente a empleos más conspicuos en virtud de sus especiales méritos. Y todos tranquilos y en posición de firmes. ¡Ar!
Perro no come perro, afirman, pero lo que si está claro es que se espían gustosos, olisqueándose disimulados –babeantes como los de Pavlov, o como pedófilo con baraja de fotos párvulas– los unos a los otros y a través de cuantos ojos de cámara, de buey, de cerradura o de culo se les pongan al alcance. Y todo ello pagando nosotros, ni que decir tiene, sus mejores piensos estructurados de alto rendimiento, ¡para auténticos campeones! Ah, y el collar desparasitador, el chip, las bolsitas de plástico, la preceptiva escobilla, la goma maciza a imitación de hueso y delicadamente aromatizada a las finas mierdas, y la pelotita, olvidaba.
¡Busca Ranko, busca!, como bien recuerdo todavía al malo del cuento, azuzando a su fiera rabiosa y babeante para que persiguiera al héroe, en un Tintín de los de mi infancia. Si bien, ahora que lo pienso, Ranko no era un perro sino un gorila seguramente, pero lo cierto es que gorila también me viene bien al hilo, o incluso más y mejor, que es término éste de ancho y bien extendido campo semántico hoy en día, y además ya no es cosa en absoluto de ponerme a reescribir la nota, que definitivamente se queda así como está, ea.
Variaciones sobre el tema anterior. Nunca sabrá uno y menos ahora que habrá una comisión de investigación, si fue el caco Bonifacio el que hizo un cursillo del INEM para poder aspirar al empleo de Anacleto agente secreto, o si fue éste último quien, sin duda guiado por su larga experencia, decidió que seguramente medraría mejor en el desempeño del citado puesto de caco, con lujoso despacho profesional en las afamadas instalaciones autonómicas del 13 de la Rúe del Percebe, previo cursillo asimismo y gracias al muy mejorado y seguro acceso, sólo para determinados funcionarios de confianza, a los bienes ajenos.
Es tal la situación que los que antes robábamos tranquilamente carteras andamos ahora a rebañar monederos y además jugándonos literalmente la vida, y gracias.
Estaba sentado en la parada del autobús y hacía un día de viento inusual. El vendaval movía las ramas de una arboleda situada detrás de la marquesina y sus sombras sobre la calzada en lugar de casi quietas, como de costumbre, formaban un entramado en movimiento, un gris oscuro casi negro sobre el gris más claro del asfalto. Desde el asiento gélido me entretuve en seguir el balanceo pronunciado de las sombras a izquierda y a derecha. Entonces, casualmente, fijé la vista más lejos y así la ondulación, entrevista apenas desde el rabillo del ojo, parecía poner en movimiento el suelo con un leve arriba y abajo que le quitaba su firmeza inquebrantable y lo convertía en un material elástico e inusitado. Llegó el autobús pero lo dejé pasar y mantuve fija mi vista en la lejanía. El suelo entonces pasó a ser como el mar, el mar en Madrid, un mar pequeño, domesticado y quedo que apenas se levantaba y bajaba suave al compás de las ramas que iban y venían. Pasé un tiempo así, poseído por la visión que aprendí a recrear a mi antojo mientras el viento persisitiera. Finalmente amainó y entonces entendí de inmediato que durante algunos cortos minutos había sido feliz.
En mi comunidad, como se dice ahora, los días que nieva, las autoridades mandan sacar a la calle unas máquinas que les dicen blancanieves, que extienden con escrupulosa diligencia los efectos de las nevadas de tres centímetros haciéndolas parecer de medio metro o más, paralizando con ello con eficacia asombrosa la vida ciudadana y convirtiendo estas infrecuentes jornadas en días inhábiles a todos los efectos, excepto el de liarse entusiasmadas a gélidos bolazos (con aguzado pedrusco envuelto dentro) las autoridades de toda laya entre sí, dando así encomiable ejemplo de diversión a los niños, que al punto les imitan, molando mazo todo ello, como aquilatarían al punto el lexicógrafo de guardia o el académico de número y de turno.
Hace por lo menos cuatro o cinco meses que que he dejado de oír un mantra que llegó a ser incluso más omnipresente que aquel escalofriante aaaaaaaarrrrrrggggghhhhhhhhhhh, ¡Macarena!, de inolvidable memoria, y sonaba más o menos así el desaparecido soniquete en cuestión (transcribo directamente del inglés de la reina, disculpen): ¡Dereguiuleishion, pliis, ui niid mach moor, mach moor dereguiuleishion, dereguiuleishion, pliis, y así una vez y otra. Y lo dicho, he dejado por completo de oírlo. Será cosa de las modas, porque la moda è mobile qual piuma al vento, me figuro.
Los ciudadanos-rinoceronte, con su piel o mejor corteza impenetrables, sus ásperas pezuñas, sus aguzados cuernos, y sus recios modales, no vayan a creerse Ustedes que se forman espontáneamente así como así, que se necesitan muchos, pero muchos, delitos de omisión de paternal sopapo a tiempo, y mucha santa y bendita tolerancia con lo intolerable y una vez y otra vez y otra más, y muchísima televisión, tanta o el doble más que de aula, para así permitirles formarse cabalmente y con la constancia adecuada, madre ella del progreso y del crecimiento intelectual, y para bien de todos, a lo que se oye.
Y a mayor abundamiento, quizás sería hora de recuperar algo de la acrisolada devoción a Nuestra Señora del Buen Par de Azotes a Tiempo, y desde ya, por ejemplo, y al hilo de que Don Jordi García Candau ha proclamado esta tarde, 17 de enero de 2009, y sin empacho alguno que, en lo tocante a televisión, en tiempos de Franco ésta daba menos asco. Y no es hombre éste sospechoso de aquiescencia con el Ancien régime, ni mucho menos, y además, y esto sí que es atroz en verdad de asimilar, tiene toda la razón, razón por la cual lo remarco y enmarco agradecido y aunque sólo fuera porque anoche, día 16, vi cosas en televisión sobre el crimen de la asesinada Marta del Castillo en Sevilla, cosas que después de todo lo dicho y escrito sobre lo que en su día hiciera Nieves Herrero en Alcasser, pensaba sinceramente que serían imposibles de volverse a ver, y esto sin querer menoscabar en absoluto los méritos de Doña Ana Rosa, a la que ya consideraba personalmente y sin ningún género de dudas capaz de retransmitir, en nombre del público interés, una lapidación o una amputación en directo sin que se le corriera ni una sola gota de ese maquillaje necesario para el buen fin de su alto desempeño profesional, o para la mejor estética de la portada de su muy digna revista. Sin embargo y con todo y ello, no creía yo que se pudiera llegar a ver lo visto la otra noche, como tampoco debía de creerlo Don Jordi, y de ahí su recia queja, que suscribo. Y sí, efectivamente, me equivocaba yo y nos equivocábamos bastantes, lo que nos pasa por palomas, o por palomos bobos, más seguramente. Triste de mi, tristes de nosotros, tristes de Ustedes.
No hay fuerza más efectiva que la de la falta de argumentos, bastando en estos casos un cabezazo a tiempo para zanjar una disputa ideológica, y verán cómo de inmediato les sigue una legión de convencidos en la cual se podrá ir a pescar a manos llenas, y a la mayor comodidad, flor de lugartenientes que ayudarán a mejor extender la buena nueva.
Jueces, que a la que te das la vuelta se ponen a fallar como posesos. ¡A fallar, a fallar, que el mundo se va acabar!, se les oye entonar contentos, mientras suena, implacable, el himno corporativo.
La oposición, gente ésta con pulgares oponibles en los pies, como su nombre indica, y como se le escucha argumentar de entrada a cualquier gobierno democráticamente constituído que se precie.
Burócratas que piensan a lo grande, a las orejas las llaman pabellones auriculares, a las narices fosas nasales, a los ojos cuencas orbitales, a sí mismos personas humanas, y que cuando rezan postrados en hinojos impetran: –y las redundancias e hipérboles nuestras de cada día, dánoslas hoy, perdón, sírvase ponerlas hoy a nuestra entera y completa disposición, gracia que sin duda esperamos obtener de V.I., a tantos, de tantos de tantos..., amén.–
Mejoras. Cuando un buen día inopinado y cualquiera concluya la crisis, acabaremos todos recolocados satisfactoriamente como desechos.
Y a la que meten la pata algo más de lo normal aducen el güisqui como razonada causa, pues la ebriedad es conducta socialmente bien tolerada, y le echan la culpa a los así llamados “chivas” expiatorios, que es cosa que cualquiera comprende, y así logran que se les devuelva de inmediato del transitorio estado de indiciados o de definitivamente culpables a su normal estado de buena gente, de esa que sólo mata moscas cuando bebe, y eso ni siquiera en todas las ocasiones, como habrá además de reconocérseles, porque seguro que así lo solicitan, e incluso por vía judicial.
Habría que ir compilando el libro rojo de los libros blancos, que si hubiera que juzgarlos por el éxito de sus recomendaciones, hermoso tomo en negro de lo que se hizo humo habría de salir el mamotreto. Y lástima por tanto arbolillo sacrificado en altares de santos con tan poca sustancia.
Reconozco que Berlusconi me saca de mis casillas mucho más allá de lo que se puede explicar escribiendo y sin dar furibundos cabezazos, y que si estuviera en mi mano, caso de verlo en el estado de despojo de lo que fuera la desdichada Eluana, no lo desenchufaba ni si me lo pidiera el Papa de Roma, mira tú que maldad ésta, no sea que le quedara aún la mínima posibilidad de albergar algún átomo de conciencia al grandísimo hipócrita y le ahorrara así el sufrimiento, aunque sólo fuera ello hipotético y por si acaso; y caso de haberlo y de que se ocupara de estos asuntos, que Dios me perdone, pues ese es su trabajo, como muy atinadamente nos dejara apuntado don Cristiano Juan Enrique Heine, y ya que me vino al hilo la frase.
Contra lo que se tiende a creer la barbarie también saber apelar a sutilezas y se camufla como camaleón perfecto bien debajo de la sudadera de Aída, la estremecedora; bien en el fru-fru preconstitucional y prevaricador de escarpines, encajes y bisbiseos de sacristía; bien en ese chamullar ramplón, chusco, chungo, chulesco y deslavazado de Pepiño Blanco, trufado de descalificaciones manidas de patio escolar y con una altura intelectual y verbal insuficientes para superar el antiguo examen de ingreso de lo que antaño fuera el quinto curso de primaria; bien en esa limusina inverosímil por post y pluscuamobamesca, o en ese gallego patético de escuchar para un gallego, o en esas sillas de a tres mil euros el culo desde las que se dirige el señor Touriño a sus desdichados súbditos; bien bajo el corbatón verde y los aires de pijo de libro de ese Gran Chambelán y Consejero Áulico que es José Güemes I el Privatizador, así como en las medias estampadas de su superior inmediato, la Excelentísima Señora Marquesa de Yo Salí Zumbando de Bombay, a la sazón Presidenta del Consejo de Administración de mi Comunidad de Espías; y tal barbarie se camufla, cómo no también, entre tales y con tales espías o mejor fisgones de dormitorio, figón y pandereta, o en aquel besamanos untuoso y espeluznante de un juez de los jueces de todos a un obispo de los obispos de algunos; en las cacerías a la berlanguesca de aquellos a quienes se supone que se eligió y nombró para que entre otras cosas no acudieran jamás a ninguna de ellas; en los decires de esa ministra que se expresa con la propiedad, la sutileza y la riqueza de matices de un carretero próximo al coma por anís; y se oculta aún todavía más suave y eficazmente en esas remuneraciones que insultan a los cielos de los consejos de administración de la banca, lugar éste último de todas las cosas y término final de los caudales y faldriqueras de todos nosotros, es decir, de nuestras almas inmortales mismas, terminando por cubrir toda esta barbarie como mala hierba imposible de arrancar, hasta el último grano de tierra de este reino infausto; siendo además todas ellas ferocidades que no precisan de lanzas, sogas, teas o trabucos para arrancarnos a las gentes el aire de la garganta, el alimento de la boca y la paciencia del corazón, pero que siguen siendo igualmente sin razón y sin término, y tan brutales y sin piedad para las gentes como solían.
La barbarie no es pues otra cosa que toda esta ignorancia, injusticia, rapacidad e incompetencia culpables, y sumadas todas ellas en comandataria y plenaria junta, ah, y sin echar en olvido el necesario capítulo de su cuidadoso fomento, de lo que se ocupan los planes escolares con esa indigna farfolla oficialesca capaz de llamar profesionales curriculares a los titulares de oficios sagrados hasta hace bien poco, y desde antaño reputados, respetados y nombrados con las más bellas y rotundas y significativas palabras del castellano: profesor y maestro; barbarie ésta obra sin dudarlo de bestias impunes y cerriles como caballerías, capaces asimismo de rebautizar como unidad didáctica a la lección, evaluación formativa a los meros exámenes, actividad de enseñanza al ejercicio simple, polivalencia curricular a que el sabedor de una ciencia explique otra que desconozca porque así se lo manden y punto, y tantas y tantas otras salvajadas dignas de caníbales sin temor de Dios y que serían para ahogarse el pecho en risas si no fuera por el rubor y el desconsuelo que nos vencen a las gentes bien nacidas que vemos tales y tan innobles sortilegios, que lo que de verdad me entran son ganas de agarrar de nuevo el rocín y la adarga y andar a estampar la lanza contra el costillar de esos fieros gigantes que sin duda tú también estarás viendo ahora mismo allá al fondo, riéndose de nosotros como hienas del África, demás que todo esto vengo a temerme que haya de ser obra una vez más de ese envidioso y malnacido Frestón que tanto mal nos ha deseado siempre, Sancho.
Pensaba uno, por razones de carácter cuasi ontológico, que quien no las entienda o no es hierba del lugar o como si no lo fuera, que un ministro autoproclamado socialista no podía en este país irse impunemente de cacería por esas fincas y cotos, bien por el morro o bien pagando de su bolsillo, de invitado o de anfitrión, plenamente avisado o por descuido mire Usted que bien tonto, o tal vez incluso por un cierto punto mínimo de inoportunidad, como ha acabado por admitir el prócer; y ello por causa de esos implacables códigos no escritos que son los más eficaces de todos y que cualquier discapacitado intelectual entiende sin que se los expliquen y siempre y cuando haya pacido por estos pagos algunas lustros. Así pues como el mejor gag de la película Airbag es de todos ellos el más inverosímil por ontológicamente inimaginable de entre los ciento y originales que atesora el filmo, consistiendo la tal gracia en la existencia de ese lendakari inconcebiblemente negro al que la sublime Sardá acude respetuosa a besar la mano, así un ministro de Justicia socialista y en España y hoy, ya atravesado y bien atravesado el franquismo con todo su necesario atravesar y sus pantanos incluso, pasado dicho franquismo por corrosivo, gozoso y destructivo baño de berlanganato de azconasa al 90%, y pasado además todo el pueblo español por taquilla para ver al marqués de Leguineche y a su hijo y a su nuera y a su puta madre de todos ellos, la muy digna señora marquesa, –a sus pies Señora–, así como al inconmensurable Sazatornil y demás compañía milagrosa, así pues, no puede ontológicamente ocurrir aquí que el señor ministro de Justicia, no ya el de la vivienda u otros de departamentos tan imaginarios como puedan serlo la igualdad o la investigación, ministro autoproclamado socialista, insisto, y después de lo visto y llovido y soportado y padecido, además, se deje arrastrar por la manga del impecable y preceptivo loden no por jabalí malherido y ferocísimo, ni por cuerna cachicuerna de majestuoso astado de piel sedosa y ojos tristes, sino por el corderillo más tonto de los que adornan esos pastos de cartuchera, secretario y “¿Qué hay de lo mío, ministro?”, donde retozan un fin de semana sí y otro asimismo las gentes de su misma calaña, cuerda, laya y condición; corderillo éste en fin que le ha propinado al prócer tan tremendísimo revolcón que así que pasen tres meses y se vayan olvidando un punto el ruido, el antinflamatorio y el escozor, de pronto irán y le costarán el puesto al chuleta éste sin causa y señoritingo del decir trastabillante, y aquí una vez más no habrá pasado nada, siguiendo todo tan chipendi lerendi como solía, Excelencias.
Todo lo cual no empece, dicho sea de paso, a que me gustaría que me explicaran en cuál texto sacro y refrendado por millones de cruces y firmas se fundamenta esa majadería de que un Señor Ministro no pueda departir con un Señor Juez sobre asuntos que atañen al oficio de ambos, como bien pudiera ser la persecución, sin duda buena, recomendable, necesaria y también de oficio, de una recua de chorizos entregados al estupro de los caudales públicos, por ejemplo, y qué les impediría hacerlo igualmente por teléfono, por recado de ujier, por emilio, al pie de una barra americana, en su casa de ellos o en el parque de atracciones con las nueras y los nietos, y pudiendo además hablar de lo dicho, de la caída de los valores morales, de la motorización de un 4x4, de la sugestiva y placentera agonía de los cérvidos si tal les pluguiere, o de Fichte, de Samuel Eto’o, o de la imparable subida del precio del jabugo.
No educa el leer a secas y sin importar qué cosa, y me viene esto a cuento de un interesante artículo publicado hoy en el diario el País, edición Madrid, del lunes 16 de Febrero de 2009, sobre la biblioteca de Adolfo Hitler, su no despeciable volumen, 16.000 títulos, y con cuáles de ellos se deleitaba más el Führer y qué anotaciones aportó en sus márgenes para la historia universal de la infamia. Resumiendo, parece ser que sus lecturas eran más bien lo que me gusta definir como lecturas-basura: magia, tarotes y asimilados, supersticiones, digest indigeribles, psicologismos, filosofía barata... en fin, nada que desentonara lo más mínimo en cualquier mala biblioteca actual de cualquier casa que se respete. Así que abandonaba yo el artículo con la reflexión que encabeza estas líneas y vine entonces a acordarme del Señor de la Torre de Juan Abad, con menos de trescientos títulos en su biblioteca, al parecer, pero ya entonces dueño eterno de la más poderosa armada de las letras que surcara nunca el anchuroso Mar de los Alfabetos. Con pocos, pero doctos libros juntos, como nos dejara definitivamente anotado al margen..., y sí, esto sí que constituyó de verdad un legado y no otros, pensaba yo según marchaba de nuevo de mi corazón a mis asuntos, Don Francisco, Don Miguel, don Blas, ángeles ustedes todos fieramente humanos, sí, en lugar de tan fieramente asesinos.
Revolución. En los tiempos antiguos, cuando se terciaba el asunto de acabar por tener que echarse a la calle en justa y santa algarada y revolución, el personal acudía con lo que tenía más a mano en casa y a los tales efectos: hoces, guadañas, horcas, lanzas, picos, palas, palos, fierros, palancas, garrotes, cuchillos, facas, cuerdas... Hoy en día cuando nos toque, lo que no tardará ya demasiado en andarle al caer, tengo yo para mí, saldremos con lo puesto, los móviles, el portátil y a intentar cortar cuellos con el canto del bonobús, y claro, a todos esos señores Ingenieros Superiores en Represión de Movimientos de Masas (y a sus subordinados en la tarea, oficiales, auxiliares, alféreces, sargentos y tropa), antiguamente también conocidos como fuerzas de seguridad del estado, o más coloquialmente, mozos de estaca, a todos ellos y a quienes les mandan más todavía, les entrará una risa que no les cuento, que no sé yo incluso si podrán o no reponerse de ella, cuando tengan que empezar a matarnos a cientos, como es canónico, y lo que sea tal vez y al cabo, lo que nos salve a algunos, esa risa que les damos y les daremos.
¿Profesión? Negadores (o negacionistas) de la mayor.
La camarera a unos clientes de confianza (yo soy uno de ellos, pero ya no recuerdo de que versaba la conversación, aunque de nombres, me temo) –Pues mi hijo les ha puesto a mis nietas Adai y Airán– ¿Y eso que nombres son?–, pregunta otra comensal. –Pues son nombres canarios, hija, según dice mi nuera, y como ella es de por allí y es la que manda en casa, pues eso que les han puesto a las criaturas, que mi hijo es que es un calzonazos el pobre... ay madre mía–. –¿Y a tí que te parece?–, le pregunta otra clienta. –Pues a mí me parece una gilipollez, la verdad, que tiene una que andar todo el día dando explicaciones, y además la mayor que ya tiene casi siete años ha empezado a decir que ella se llama María y si la llamas Adai no te contesta, que contenta tiene a la madre...–. ¿Bueno, y la tuya qué dice, a todo esto?–, repregunta la primera clienta. –Uy, mi madre..., dice la pobre que ya no tiene edad para cosas raras, ni los nombres de las criaturas se ha querido aprender, dice que no comprende esos nombres, a la madre de las niñas no quiere ni verla y de su nieto dice que es un maricón, así como lo oís. Ya ves tú las desdichas que pueden traer las cosas tontas y hechas sin pensar, ya ves tú...– y se volvió para la barra sacudiendo tristemente y con un asco y un agotamiento infinitos el trapo de recoger las migas de las mesas, la buena de la Pepi.
Cambiarle el nombre a las cosas porque sí es una forma como otra cualquiera de despreciarlas y de amputarlas de significado, y aún haciéndolo con desconocimiento y sin mala intención, lo torticeramente profundo de sus causas deja ver siempre la patita culpable de la estupidez por debajo.
La verdad, ese asunto estadísticamente tan desdeñable, a Dios gracias.
Parece ser que este año en Madrid nos van a quitar los carnavales sólo en carnavales, como ya se va haciendo costumbre, pues en lo tocante al gobierno de mi comunidad autónoma parece existir partida presupuestaria suficiente para poder seguir con ellos de puertas adentro y en la intimidad durante todo el resto del año, como hasta el momento.
Se empieza por reclamar a troche y moche los derechos ajenos y termina uno por creerse que existen los propios. Qué cosas.
En instituciones penitenciarias, y para la adecuada gestión integral de los desechos que se les vienen encima, y por causa del necesario respeto a las peculiaridades de este nuevo tipo de internos, van a tener que adjudicar una partida extraordinaria de gomina, según me informan, o dicho mejor y de otro modo, por el Patrico hacia Dios.
Definía hoy muy acertadamente don Ramón Alpuente en El País, este 18 de febrero de 2009, la locución “Inventores de eventos” para aplicarla a ciertos Monipodios locales y estatales (y bien interesante resulta por cierto esa afinidad tan cercana entre las palabras “Monipodio” y “Monopolio”, que el lenguaje siempre gustar de hacer prodigios y birlibirloques por su propia cuenta), y este escribano quedó momentáneamente pensativo con el titular, y como palabrista que me precio de ser me escribí para mis adentros: eventores podríamos decir, y me pareció no del todo despreciable el neologismo, pues aún resultando el palabro de aspecto más romano que los Gracos, lo cierto es que suena también a perfecto y normalizado anglicismo, lo que aún lo adorna y perfuma mejor para así llenar de contento a más de dos y a más de cuatro merluzos, de los que tanto gustan de ellos. Así que si algún chorizo de esos que se dedican a la rama del negocio del eventar quiere apropiárselo, adelante. Por apropiarse que no quede.
Meritocracia.
Relación de grados de la escala civil de cleptócratas, por categorías.
Clase de tropa y subalternos:
“Desgraciao” simple
Lamemanteles
Pelota de tres al cuarto
Tío asqueroso
Mal bicho
Fisgón a sueldo
Mentiroso por cuenta ajena
Chivato
Chivato Primera
Oficiales:
Submangante de Complemento
Alférez de Chorizo
Cerdo con Chorreras
Cabronazo Mayor
Oficiales superiores:
Testaferro de corbeta
Ladrón de fragata
Prevaricador de navío
Oficiales generales y generalísimos:
No sé de qué me hablan, de Ayuntamiento
Y a mí que me cuentan, de Partido
No sabe usted con quién está hablando, de Autonomía y aforado, con distintivo blanco
Sí hombre, a usted se lo voy a decir, de Estado, aforado, con distintivo rojo y Laureada de San Trepando.
Todos ellos y respectivamente, desde oficiales inclusive, titulares de sus despachos, con sus sueldos, más las correspondientes minutas, gajes, regalías y complementos por antigüedad, destino, peligrosidad y desplazamientos.
Nota técnica. Las palabras han de manejarse con sumo cuidado, a veces se corre el riesgo de significar con ellas y pueden albergar tensiones muy peligrosas en su interior. Por favor, absténgase de su manipulación el personal no autorizado ni especializado. No serviceable parts inside, como prudentemente se avisa en la tapa de la fuente de alimentación de cualquier ingenio electrónico al uso.
Es curioso, se puede decir nada sin parar de hablar, sin que nadie lo recrimine y en la más absoluta impunidad. A casi nadie le molestan el chamullar y la farfolla incesantes. Debe de ser cosa de los diferentes grosores de la piel de los tímpanos de cada cual, se me ocurre.
Empresas de siempre exitosas. Fabricantes de cadáveres.
Al igual que en Rusia, país más afín al nuestro de lo que la distancia geográfica pareciera indicar, también tenemos nuestros buenos coroneles y tenientes coroneles de la KAJABÉ, muchos de ellos ascendidos igualmente a empleos más conspicuos en virtud de sus especiales méritos. Y todos tranquilos y en posición de firmes. ¡Ar!
Perro no come perro, afirman, pero lo que si está claro es que se espían gustosos, olisqueándose disimulados –babeantes como los de Pavlov, o como pedófilo con baraja de fotos párvulas– los unos a los otros y a través de cuantos ojos de cámara, de buey, de cerradura o de culo se les pongan al alcance. Y todo ello pagando nosotros, ni que decir tiene, sus mejores piensos estructurados de alto rendimiento, ¡para auténticos campeones! Ah, y el collar desparasitador, el chip, las bolsitas de plástico, la preceptiva escobilla, la goma maciza a imitación de hueso y delicadamente aromatizada a las finas mierdas, y la pelotita, olvidaba.
¡Busca Ranko, busca!, como bien recuerdo todavía al malo del cuento, azuzando a su fiera rabiosa y babeante para que persiguiera al héroe, en un Tintín de los de mi infancia. Si bien, ahora que lo pienso, Ranko no era un perro sino un gorila seguramente, pero lo cierto es que gorila también me viene bien al hilo, o incluso más y mejor, que es término éste de ancho y bien extendido campo semántico hoy en día, y además ya no es cosa en absoluto de ponerme a reescribir la nota, que definitivamente se queda así como está, ea.
Variaciones sobre el tema anterior. Nunca sabrá uno y menos ahora que habrá una comisión de investigación, si fue el caco Bonifacio el que hizo un cursillo del INEM para poder aspirar al empleo de Anacleto agente secreto, o si fue éste último quien, sin duda guiado por su larga experencia, decidió que seguramente medraría mejor en el desempeño del citado puesto de caco, con lujoso despacho profesional en las afamadas instalaciones autonómicas del 13 de la Rúe del Percebe, previo cursillo asimismo y gracias al muy mejorado y seguro acceso, sólo para determinados funcionarios de confianza, a los bienes ajenos.
Es tal la situación que los que antes robábamos tranquilamente carteras andamos ahora a rebañar monederos y además jugándonos literalmente la vida, y gracias.
Estaba sentado en la parada del autobús y hacía un día de viento inusual. El vendaval movía las ramas de una arboleda situada detrás de la marquesina y sus sombras sobre la calzada en lugar de casi quietas, como de costumbre, formaban un entramado en movimiento, un gris oscuro casi negro sobre el gris más claro del asfalto. Desde el asiento gélido me entretuve en seguir el balanceo pronunciado de las sombras a izquierda y a derecha. Entonces, casualmente, fijé la vista más lejos y así la ondulación, entrevista apenas desde el rabillo del ojo, parecía poner en movimiento el suelo con un leve arriba y abajo que le quitaba su firmeza inquebrantable y lo convertía en un material elástico e inusitado. Llegó el autobús pero lo dejé pasar y mantuve fija mi vista en la lejanía. El suelo entonces pasó a ser como el mar, el mar en Madrid, un mar pequeño, domesticado y quedo que apenas se levantaba y bajaba suave al compás de las ramas que iban y venían. Pasé un tiempo así, poseído por la visión que aprendí a recrear a mi antojo mientras el viento persisitiera. Finalmente amainó y entonces entendí de inmediato que durante algunos cortos minutos había sido feliz.
En mi comunidad, como se dice ahora, los días que nieva, las autoridades mandan sacar a la calle unas máquinas que les dicen blancanieves, que extienden con escrupulosa diligencia los efectos de las nevadas de tres centímetros haciéndolas parecer de medio metro o más, paralizando con ello con eficacia asombrosa la vida ciudadana y convirtiendo estas infrecuentes jornadas en días inhábiles a todos los efectos, excepto el de liarse entusiasmadas a gélidos bolazos (con aguzado pedrusco envuelto dentro) las autoridades de toda laya entre sí, dando así encomiable ejemplo de diversión a los niños, que al punto les imitan, molando mazo todo ello, como aquilatarían al punto el lexicógrafo de guardia o el académico de número y de turno.
Hace por lo menos cuatro o cinco meses que que he dejado de oír un mantra que llegó a ser incluso más omnipresente que aquel escalofriante aaaaaaaarrrrrrggggghhhhhhhhhhh, ¡Macarena!, de inolvidable memoria, y sonaba más o menos así el desaparecido soniquete en cuestión (transcribo directamente del inglés de la reina, disculpen): ¡Dereguiuleishion, pliis, ui niid mach moor, mach moor dereguiuleishion, dereguiuleishion, pliis, y así una vez y otra. Y lo dicho, he dejado por completo de oírlo. Será cosa de las modas, porque la moda è mobile qual piuma al vento, me figuro.
Los ciudadanos-rinoceronte, con su piel o mejor corteza impenetrables, sus ásperas pezuñas, sus aguzados cuernos, y sus recios modales, no vayan a creerse Ustedes que se forman espontáneamente así como así, que se necesitan muchos, pero muchos, delitos de omisión de paternal sopapo a tiempo, y mucha santa y bendita tolerancia con lo intolerable y una vez y otra vez y otra más, y muchísima televisión, tanta o el doble más que de aula, para así permitirles formarse cabalmente y con la constancia adecuada, madre ella del progreso y del crecimiento intelectual, y para bien de todos, a lo que se oye.
Y a mayor abundamiento, quizás sería hora de recuperar algo de la acrisolada devoción a Nuestra Señora del Buen Par de Azotes a Tiempo, y desde ya, por ejemplo, y al hilo de que Don Jordi García Candau ha proclamado esta tarde, 17 de enero de 2009, y sin empacho alguno que, en lo tocante a televisión, en tiempos de Franco ésta daba menos asco. Y no es hombre éste sospechoso de aquiescencia con el Ancien régime, ni mucho menos, y además, y esto sí que es atroz en verdad de asimilar, tiene toda la razón, razón por la cual lo remarco y enmarco agradecido y aunque sólo fuera porque anoche, día 16, vi cosas en televisión sobre el crimen de la asesinada Marta del Castillo en Sevilla, cosas que después de todo lo dicho y escrito sobre lo que en su día hiciera Nieves Herrero en Alcasser, pensaba sinceramente que serían imposibles de volverse a ver, y esto sin querer menoscabar en absoluto los méritos de Doña Ana Rosa, a la que ya consideraba personalmente y sin ningún género de dudas capaz de retransmitir, en nombre del público interés, una lapidación o una amputación en directo sin que se le corriera ni una sola gota de ese maquillaje necesario para el buen fin de su alto desempeño profesional, o para la mejor estética de la portada de su muy digna revista. Sin embargo y con todo y ello, no creía yo que se pudiera llegar a ver lo visto la otra noche, como tampoco debía de creerlo Don Jordi, y de ahí su recia queja, que suscribo. Y sí, efectivamente, me equivocaba yo y nos equivocábamos bastantes, lo que nos pasa por palomas, o por palomos bobos, más seguramente. Triste de mi, tristes de nosotros, tristes de Ustedes.
No hay fuerza más efectiva que la de la falta de argumentos, bastando en estos casos un cabezazo a tiempo para zanjar una disputa ideológica, y verán cómo de inmediato les sigue una legión de convencidos en la cual se podrá ir a pescar a manos llenas, y a la mayor comodidad, flor de lugartenientes que ayudarán a mejor extender la buena nueva.
Jueces, que a la que te das la vuelta se ponen a fallar como posesos. ¡A fallar, a fallar, que el mundo se va acabar!, se les oye entonar contentos, mientras suena, implacable, el himno corporativo.
La oposición, gente ésta con pulgares oponibles en los pies, como su nombre indica, y como se le escucha argumentar de entrada a cualquier gobierno democráticamente constituído que se precie.
Burócratas que piensan a lo grande, a las orejas las llaman pabellones auriculares, a las narices fosas nasales, a los ojos cuencas orbitales, a sí mismos personas humanas, y que cuando rezan postrados en hinojos impetran: –y las redundancias e hipérboles nuestras de cada día, dánoslas hoy, perdón, sírvase ponerlas hoy a nuestra entera y completa disposición, gracia que sin duda esperamos obtener de V.I., a tantos, de tantos de tantos..., amén.–
Mejoras. Cuando un buen día inopinado y cualquiera concluya la crisis, acabaremos todos recolocados satisfactoriamente como desechos.
Y a la que meten la pata algo más de lo normal aducen el güisqui como razonada causa, pues la ebriedad es conducta socialmente bien tolerada, y le echan la culpa a los así llamados “chivas” expiatorios, que es cosa que cualquiera comprende, y así logran que se les devuelva de inmediato del transitorio estado de indiciados o de definitivamente culpables a su normal estado de buena gente, de esa que sólo mata moscas cuando bebe, y eso ni siquiera en todas las ocasiones, como habrá además de reconocérseles, porque seguro que así lo solicitan, e incluso por vía judicial.
Habría que ir compilando el libro rojo de los libros blancos, que si hubiera que juzgarlos por el éxito de sus recomendaciones, hermoso tomo en negro de lo que se hizo humo habría de salir el mamotreto. Y lástima por tanto arbolillo sacrificado en altares de santos con tan poca sustancia.
Reconozco que Berlusconi me saca de mis casillas mucho más allá de lo que se puede explicar escribiendo y sin dar furibundos cabezazos, y que si estuviera en mi mano, caso de verlo en el estado de despojo de lo que fuera la desdichada Eluana, no lo desenchufaba ni si me lo pidiera el Papa de Roma, mira tú que maldad ésta, no sea que le quedara aún la mínima posibilidad de albergar algún átomo de conciencia al grandísimo hipócrita y le ahorrara así el sufrimiento, aunque sólo fuera ello hipotético y por si acaso; y caso de haberlo y de que se ocupara de estos asuntos, que Dios me perdone, pues ese es su trabajo, como muy atinadamente nos dejara apuntado don Cristiano Juan Enrique Heine, y ya que me vino al hilo la frase.
Contra lo que se tiende a creer la barbarie también saber apelar a sutilezas y se camufla como camaleón perfecto bien debajo de la sudadera de Aída, la estremecedora; bien en el fru-fru preconstitucional y prevaricador de escarpines, encajes y bisbiseos de sacristía; bien en ese chamullar ramplón, chusco, chungo, chulesco y deslavazado de Pepiño Blanco, trufado de descalificaciones manidas de patio escolar y con una altura intelectual y verbal insuficientes para superar el antiguo examen de ingreso de lo que antaño fuera el quinto curso de primaria; bien en esa limusina inverosímil por post y pluscuamobamesca, o en ese gallego patético de escuchar para un gallego, o en esas sillas de a tres mil euros el culo desde las que se dirige el señor Touriño a sus desdichados súbditos; bien bajo el corbatón verde y los aires de pijo de libro de ese Gran Chambelán y Consejero Áulico que es José Güemes I el Privatizador, así como en las medias estampadas de su superior inmediato, la Excelentísima Señora Marquesa de Yo Salí Zumbando de Bombay, a la sazón Presidenta del Consejo de Administración de mi Comunidad de Espías; y tal barbarie se camufla, cómo no también, entre tales y con tales espías o mejor fisgones de dormitorio, figón y pandereta, o en aquel besamanos untuoso y espeluznante de un juez de los jueces de todos a un obispo de los obispos de algunos; en las cacerías a la berlanguesca de aquellos a quienes se supone que se eligió y nombró para que entre otras cosas no acudieran jamás a ninguna de ellas; en los decires de esa ministra que se expresa con la propiedad, la sutileza y la riqueza de matices de un carretero próximo al coma por anís; y se oculta aún todavía más suave y eficazmente en esas remuneraciones que insultan a los cielos de los consejos de administración de la banca, lugar éste último de todas las cosas y término final de los caudales y faldriqueras de todos nosotros, es decir, de nuestras almas inmortales mismas, terminando por cubrir toda esta barbarie como mala hierba imposible de arrancar, hasta el último grano de tierra de este reino infausto; siendo además todas ellas ferocidades que no precisan de lanzas, sogas, teas o trabucos para arrancarnos a las gentes el aire de la garganta, el alimento de la boca y la paciencia del corazón, pero que siguen siendo igualmente sin razón y sin término, y tan brutales y sin piedad para las gentes como solían.
La barbarie no es pues otra cosa que toda esta ignorancia, injusticia, rapacidad e incompetencia culpables, y sumadas todas ellas en comandataria y plenaria junta, ah, y sin echar en olvido el necesario capítulo de su cuidadoso fomento, de lo que se ocupan los planes escolares con esa indigna farfolla oficialesca capaz de llamar profesionales curriculares a los titulares de oficios sagrados hasta hace bien poco, y desde antaño reputados, respetados y nombrados con las más bellas y rotundas y significativas palabras del castellano: profesor y maestro; barbarie ésta obra sin dudarlo de bestias impunes y cerriles como caballerías, capaces asimismo de rebautizar como unidad didáctica a la lección, evaluación formativa a los meros exámenes, actividad de enseñanza al ejercicio simple, polivalencia curricular a que el sabedor de una ciencia explique otra que desconozca porque así se lo manden y punto, y tantas y tantas otras salvajadas dignas de caníbales sin temor de Dios y que serían para ahogarse el pecho en risas si no fuera por el rubor y el desconsuelo que nos vencen a las gentes bien nacidas que vemos tales y tan innobles sortilegios, que lo que de verdad me entran son ganas de agarrar de nuevo el rocín y la adarga y andar a estampar la lanza contra el costillar de esos fieros gigantes que sin duda tú también estarás viendo ahora mismo allá al fondo, riéndose de nosotros como hienas del África, demás que todo esto vengo a temerme que haya de ser obra una vez más de ese envidioso y malnacido Frestón que tanto mal nos ha deseado siempre, Sancho.
Pensaba uno, por razones de carácter cuasi ontológico, que quien no las entienda o no es hierba del lugar o como si no lo fuera, que un ministro autoproclamado socialista no podía en este país irse impunemente de cacería por esas fincas y cotos, bien por el morro o bien pagando de su bolsillo, de invitado o de anfitrión, plenamente avisado o por descuido mire Usted que bien tonto, o tal vez incluso por un cierto punto mínimo de inoportunidad, como ha acabado por admitir el prócer; y ello por causa de esos implacables códigos no escritos que son los más eficaces de todos y que cualquier discapacitado intelectual entiende sin que se los expliquen y siempre y cuando haya pacido por estos pagos algunas lustros. Así pues como el mejor gag de la película Airbag es de todos ellos el más inverosímil por ontológicamente inimaginable de entre los ciento y originales que atesora el filmo, consistiendo la tal gracia en la existencia de ese lendakari inconcebiblemente negro al que la sublime Sardá acude respetuosa a besar la mano, así un ministro de Justicia socialista y en España y hoy, ya atravesado y bien atravesado el franquismo con todo su necesario atravesar y sus pantanos incluso, pasado dicho franquismo por corrosivo, gozoso y destructivo baño de berlanganato de azconasa al 90%, y pasado además todo el pueblo español por taquilla para ver al marqués de Leguineche y a su hijo y a su nuera y a su puta madre de todos ellos, la muy digna señora marquesa, –a sus pies Señora–, así como al inconmensurable Sazatornil y demás compañía milagrosa, así pues, no puede ontológicamente ocurrir aquí que el señor ministro de Justicia, no ya el de la vivienda u otros de departamentos tan imaginarios como puedan serlo la igualdad o la investigación, ministro autoproclamado socialista, insisto, y después de lo visto y llovido y soportado y padecido, además, se deje arrastrar por la manga del impecable y preceptivo loden no por jabalí malherido y ferocísimo, ni por cuerna cachicuerna de majestuoso astado de piel sedosa y ojos tristes, sino por el corderillo más tonto de los que adornan esos pastos de cartuchera, secretario y “¿Qué hay de lo mío, ministro?”, donde retozan un fin de semana sí y otro asimismo las gentes de su misma calaña, cuerda, laya y condición; corderillo éste en fin que le ha propinado al prócer tan tremendísimo revolcón que así que pasen tres meses y se vayan olvidando un punto el ruido, el antinflamatorio y el escozor, de pronto irán y le costarán el puesto al chuleta éste sin causa y señoritingo del decir trastabillante, y aquí una vez más no habrá pasado nada, siguiendo todo tan chipendi lerendi como solía, Excelencias.
Todo lo cual no empece, dicho sea de paso, a que me gustaría que me explicaran en cuál texto sacro y refrendado por millones de cruces y firmas se fundamenta esa majadería de que un Señor Ministro no pueda departir con un Señor Juez sobre asuntos que atañen al oficio de ambos, como bien pudiera ser la persecución, sin duda buena, recomendable, necesaria y también de oficio, de una recua de chorizos entregados al estupro de los caudales públicos, por ejemplo, y qué les impediría hacerlo igualmente por teléfono, por recado de ujier, por emilio, al pie de una barra americana, en su casa de ellos o en el parque de atracciones con las nueras y los nietos, y pudiendo además hablar de lo dicho, de la caída de los valores morales, de la motorización de un 4x4, de la sugestiva y placentera agonía de los cérvidos si tal les pluguiere, o de Fichte, de Samuel Eto’o, o de la imparable subida del precio del jabugo.
No educa el leer a secas y sin importar qué cosa, y me viene esto a cuento de un interesante artículo publicado hoy en el diario el País, edición Madrid, del lunes 16 de Febrero de 2009, sobre la biblioteca de Adolfo Hitler, su no despeciable volumen, 16.000 títulos, y con cuáles de ellos se deleitaba más el Führer y qué anotaciones aportó en sus márgenes para la historia universal de la infamia. Resumiendo, parece ser que sus lecturas eran más bien lo que me gusta definir como lecturas-basura: magia, tarotes y asimilados, supersticiones, digest indigeribles, psicologismos, filosofía barata... en fin, nada que desentonara lo más mínimo en cualquier mala biblioteca actual de cualquier casa que se respete. Así que abandonaba yo el artículo con la reflexión que encabeza estas líneas y vine entonces a acordarme del Señor de la Torre de Juan Abad, con menos de trescientos títulos en su biblioteca, al parecer, pero ya entonces dueño eterno de la más poderosa armada de las letras que surcara nunca el anchuroso Mar de los Alfabetos. Con pocos, pero doctos libros juntos, como nos dejara definitivamente anotado al margen..., y sí, esto sí que constituyó de verdad un legado y no otros, pensaba yo según marchaba de nuevo de mi corazón a mis asuntos, Don Francisco, Don Miguel, don Blas, ángeles ustedes todos fieramente humanos, sí, en lugar de tan fieramente asesinos.
Revolución. En los tiempos antiguos, cuando se terciaba el asunto de acabar por tener que echarse a la calle en justa y santa algarada y revolución, el personal acudía con lo que tenía más a mano en casa y a los tales efectos: hoces, guadañas, horcas, lanzas, picos, palas, palos, fierros, palancas, garrotes, cuchillos, facas, cuerdas... Hoy en día cuando nos toque, lo que no tardará ya demasiado en andarle al caer, tengo yo para mí, saldremos con lo puesto, los móviles, el portátil y a intentar cortar cuellos con el canto del bonobús, y claro, a todos esos señores Ingenieros Superiores en Represión de Movimientos de Masas (y a sus subordinados en la tarea, oficiales, auxiliares, alféreces, sargentos y tropa), antiguamente también conocidos como fuerzas de seguridad del estado, o más coloquialmente, mozos de estaca, a todos ellos y a quienes les mandan más todavía, les entrará una risa que no les cuento, que no sé yo incluso si podrán o no reponerse de ella, cuando tengan que empezar a matarnos a cientos, como es canónico, y lo que sea tal vez y al cabo, lo que nos salve a algunos, esa risa que les damos y les daremos.
¿Profesión? Negadores (o negacionistas) de la mayor.
La camarera a unos clientes de confianza (yo soy uno de ellos, pero ya no recuerdo de que versaba la conversación, aunque de nombres, me temo) –Pues mi hijo les ha puesto a mis nietas Adai y Airán– ¿Y eso que nombres son?–, pregunta otra comensal. –Pues son nombres canarios, hija, según dice mi nuera, y como ella es de por allí y es la que manda en casa, pues eso que les han puesto a las criaturas, que mi hijo es que es un calzonazos el pobre... ay madre mía–. –¿Y a tí que te parece?–, le pregunta otra clienta. –Pues a mí me parece una gilipollez, la verdad, que tiene una que andar todo el día dando explicaciones, y además la mayor que ya tiene casi siete años ha empezado a decir que ella se llama María y si la llamas Adai no te contesta, que contenta tiene a la madre...–. ¿Bueno, y la tuya qué dice, a todo esto?–, repregunta la primera clienta. –Uy, mi madre..., dice la pobre que ya no tiene edad para cosas raras, ni los nombres de las criaturas se ha querido aprender, dice que no comprende esos nombres, a la madre de las niñas no quiere ni verla y de su nieto dice que es un maricón, así como lo oís. Ya ves tú las desdichas que pueden traer las cosas tontas y hechas sin pensar, ya ves tú...– y se volvió para la barra sacudiendo tristemente y con un asco y un agotamiento infinitos el trapo de recoger las migas de las mesas, la buena de la Pepi.
Cambiarle el nombre a las cosas porque sí es una forma como otra cualquiera de despreciarlas y de amputarlas de significado, y aún haciéndolo con desconocimiento y sin mala intención, lo torticeramente profundo de sus causas deja ver siempre la patita culpable de la estupidez por debajo.
La verdad, ese asunto estadísticamente tan desdeñable, a Dios gracias.
Parece ser que este año en Madrid nos van a quitar los carnavales sólo en carnavales, como ya se va haciendo costumbre, pues en lo tocante al gobierno de mi comunidad autónoma parece existir partida presupuestaria suficiente para poder seguir con ellos de puertas adentro y en la intimidad durante todo el resto del año, como hasta el momento.
Se empieza por reclamar a troche y moche los derechos ajenos y termina uno por creerse que existen los propios. Qué cosas.
En instituciones penitenciarias, y para la adecuada gestión integral de los desechos que se les vienen encima, y por causa del necesario respeto a las peculiaridades de este nuevo tipo de internos, van a tener que adjudicar una partida extraordinaria de gomina, según me informan, o dicho mejor y de otro modo, por el Patrico hacia Dios.
Definía hoy muy acertadamente don Ramón Alpuente en El País, este 18 de febrero de 2009, la locución “Inventores de eventos” para aplicarla a ciertos Monipodios locales y estatales (y bien interesante resulta por cierto esa afinidad tan cercana entre las palabras “Monipodio” y “Monopolio”, que el lenguaje siempre gustar de hacer prodigios y birlibirloques por su propia cuenta), y este escribano quedó momentáneamente pensativo con el titular, y como palabrista que me precio de ser me escribí para mis adentros: eventores podríamos decir, y me pareció no del todo despreciable el neologismo, pues aún resultando el palabro de aspecto más romano que los Gracos, lo cierto es que suena también a perfecto y normalizado anglicismo, lo que aún lo adorna y perfuma mejor para así llenar de contento a más de dos y a más de cuatro merluzos, de los que tanto gustan de ellos. Así que si algún chorizo de esos que se dedican a la rama del negocio del eventar quiere apropiárselo, adelante. Por apropiarse que no quede.
Meritocracia.
Relación de grados de la escala civil de cleptócratas, por categorías.
Clase de tropa y subalternos:
“Desgraciao” simple
Lamemanteles
Pelota de tres al cuarto
Tío asqueroso
Mal bicho
Fisgón a sueldo
Mentiroso por cuenta ajena
Chivato
Chivato Primera
Oficiales:
Submangante de Complemento
Alférez de Chorizo
Cerdo con Chorreras
Cabronazo Mayor
Oficiales superiores:
Testaferro de corbeta
Ladrón de fragata
Prevaricador de navío
Oficiales generales y generalísimos:
No sé de qué me hablan, de Ayuntamiento
Y a mí que me cuentan, de Partido
No sabe usted con quién está hablando, de Autonomía y aforado, con distintivo blanco
Sí hombre, a usted se lo voy a decir, de Estado, aforado, con distintivo rojo y Laureada de San Trepando.
Todos ellos y respectivamente, desde oficiales inclusive, titulares de sus despachos, con sus sueldos, más las correspondientes minutas, gajes, regalías y complementos por antigüedad, destino, peligrosidad y desplazamientos.
miércoles, 21 de enero de 2009
¡Ay las mejoras!, o la cólera de Dios.
¡Ay las mejoras!, o la cólera de Dios.
Nada más alarmante que dejar a un tonto a cargo del pulsador de la alarma. Y con lo que les sosiega el ruido, además.
La tiranía no es un tronco desnudo sino árbol frondoso y ramificado, y hasta cuya última ramita es culpable, por cierto, así se tape pudorosamente con primoroso ropaje de delicadas hojitas color verde inocencia.
La presunción de humanidad alcanza –incluso– a Michael Jackson. Y sí, es sin duda píldora ésta ardua asaz de tragar, ya que preguntan.
Circulando apenas a media altura ya se tiene la sensación impagable de volar muy alto. Lástima.
La letra y la música de cada cosa. Y además su tempo, su compás, su clave, su armonía, su contrapuntos, su melodía, y, –qué cansancio–, también su letra pequeña. Demasiados frentes a los que atender. Por eso nos roban tan impunemente el tiempo, el alma y las cosas, a todos, y a los músicos, además, les robamos completas sus letras y músicas, por añadidura, si bien parece cosa ésta última de las que no deban de proclamarse, por urbanidad y por conveniencia general, siendo incluso ya algo tarde para empezar a exigir la abolición universal de internet, este planetario patio de Monipodio. Así que irá a ser que no.
Producto nacional bruto ¡Y tanto!
Y los ves quejándose, meneando impotentes la cabeza y musitando: ¡hay que ver el precio al que nos están poniendo las cadenas, estos cacho cabrones!
La duración sólo le es dada a lo inefable. Y lo demás dejémoslo en contingente, para no dar el paseo en balde.
La únicas pruebas irrefutables de la existencia de Dios –ciertas contadas piezas de Bach– son al mismo tiempo la mejor prueba de su inexistencia, que ningún omnisciente o hacedor medianamente en sus cabales dejaría morir así, sin más, a propagandista semejante. Y ganas me dan de pagar unos buenos euros para que la memez ésta de reflexión vaya dando vueltas por ahí unos días, escrita en el culo y en las cachas de un autobús urbano, sobre el fondo de una partitura, por ejemplo, y al rebufo de la existencia de otras parigualmente memas, je, porque he visto que no sólo no se ríe nadie de ellas, sino que las sacan en el telediario, madre mía del amor hermoso, a ver si alguien es capaz de explicarme, por caridad, cómo se logra...
Se prefiere con mucho lo confuso a lo diáfano, aunque sólo sea por el placer de poder lanzarse a interpretar al gusto, me imagino.
El graffiti es el mejor sistema conocido de dejar esparcida la basura en la pared, en lugar de en el piso.
El libro no educa a quien lo lee con el fin de educarse (Nicolás Gómez Dávila).
Sólo leo contemporáneos, de Epicuro a Boecio, a Erasmo u Omar Kayyame pasando por los Migueles: Cervantes, Hernández, Espinosa y Marías el joven, por citarlos contados. Los antiguos, en cambio, ya me satisfacen menos.
En lo tocante a barbaries de las de bolsillo, tampoco me parecen más incomprensibles un eunuco o un castrato que un chorbo de estos, tachonado de piercings.
Podría decirse que la civilización es aquello que queda fuera del alcance de la comprensión, no sólo, sino de la larga mano del poderoso, que a pesar de serlo, sin embargo nunca ha podido impedir, por poner un ejemplo, que un ser humano dé su vida por otro, así por la barba y porque le venga en gana, por dignidad, por sentido de la justicia, por caridad, por altruismo, por fe religiosa incluso, por deseo de inmanencia o por simple decencia, venido el caso. Ante semejantes manifestaciones de potencia moral, el poder nunca ha podido hacer otra cosa que menear resignado la cabeza y, a lo sumo, cambiarle el nombre a una calle con la pompa que requiera cada caso. Y a otra cosa, mariposa.
Cualquier problema puntual, gracias a la intervención del personal cualificado y facultado expresamente para resolverlo, adquiere rápidamente la capacidad de aspirar a permanente y en no pocos casos, a ese almirantazgo de los problemas que les supone el lograr alcanzar la categoría y el cargo (con sus pertinentes sopados y emolumentos) de insolubles.
Lo que menos soporta el verdugo es una sonrisa de inteligencia.
Se suben al cajoncillo ese del logotipo, de los micrófonos con las pegatinas y los banderines de esto y de lo otro y se arrancan los próceres (o proceresas): Se-pan los vio-len-tos que es-ta so-cie-dad de-mo-crá-ti-ca no va a to-le-rar ni un mi-nu-to más... deletreando con una despaciosidad inverosímil aquello que hubieran de declarar; lentitud conveniente tal vez para una audiencia de pacientes con demencia senil u otras severas discapacidades intelectuales, pero incomprensible de todo punto en cualquier otro ámbito de la vida pública.
Siguen y cumplen con ello los barandas, he oído, las consejas y mandamientos de sus asesores de imagen, que conceptúan el coeficiente promedio de comprensión de los oyentes como bien se puede colegir de esta actitud que tan severamente preceptúan a sus pupilos y tutelados. Y tendrán razón tal vez o no, vayan a saber, pero desde luego lo que es a mí, y supongo que a algunos millones de otros, cuando me hablan así es precisamente la comprensión lo primero que se me anda al garete, pues ya me ocupo yo de inmediato en ver cómo logro distraerme con algo menos lento, insufrible, patético y desde luego ofensivo, por cierto, llegando al extremo incluso, en tales ocasiones, hasta de albergar pensamientos propios; quedándome la duda, después de todo, que tal cosa fuera a la postre lo que verdaderamente desearan alumbrar en la clientela todos estos encajonados y microfonados mendas y sus autorizados asesores, conjeturo.
Contexto, contexto..., el lenguaje es el contexto ¿Quedó bonito, lector?
No, sólo quedaron sardinas, contestarán alguno que otro, distraídos evidentemente, y con la cabeza en otro contexto, quod erat demostrandi.
Satisfacciones locales. Ladran, luego encabronamos.
El fin implica unos medios, lo que no los justifica, eso sí, pero es que son dos cosas distintas.
El diablo se ata la tolerancia al rabo, con la que hace todos estos estragos, a los que llamamos mejoras.
Cualquier idiocía busca a otra, la encuentra, alzan curiosas el rabo y las orejas según se reconocen, se hocican un punto, se dan gustosa lengua, copulan finalmente con el oficializado desenfreno de los sábados, alumbran otras nuevas...
Hay que ver la de cazos, jarras y barreños sin fondo de alma inmortal, de espíritu trascendente, de inmanencia, de sensibilidad y de razón metafísica que afirman poseer sin duda alguna, y cuanto más espesos, más parecen nadar en la sobreabundancia de todos ellos, que sumados, no han logrado imaginar en diez mil años ni el principio de una tuerca, con su tornillo, y esto por no hablar del dominio del fuego, o de la rueda...
Hay que ver la barbaridad de años que hay que echarse encima para alcanzar una mínima juventud de espíritu. O, dicho de otro modo, cada año me pesan más los muchos que todavía me siguen faltando, creo.
No se trata por lo general de verdadero o de falso, sino a lo sumo de actual o de trasnochado, y esto ya puestos a que se fuera a ocupar alguien de tales antiguallas, que también serían ganas.
En las sociedades matriarcales a las estatuas de Dios en lugar de taparrabos se les colocará preceptivo burka, o bikini, según dispongan el meridiano, el paralelo o el ponderado cruce de ambos, entiendo.
Siempre hay una buena legión afanada en convertir en basura tecnológica y ética cualquier buen invento inteligente, más la preceptiva cola de injuriantes echándole la culpa al que lo inventó. Y no pocos de los que vociferan tendrán sus dos y sus tres carreras técnicas cursadas, faltaría más. ¡Ay San Ricardo Felipe Feynmann, ampárame bajo tu manto cuajado de diagramas como luceros y llévame contigo ya y de una puñeterísima vez a ninguna parte!
A todas estas admirables nuevas generaciones apenas les separan unos cuantos errores exitosos y cum laude del ir a quedarse convertidas, y más bien pronto que tarde, en resentidas viejas guardias.
Cuanto más inteligente, más culpable, sostiene por lo general el común. Y con bastante menos aparato teórico ya habría mimbres más que sobrados para empezar a alumbrar y alambrar un Gulag de esos que no se los salta un gitano, concédanmelo.
El corazón sólo se rige por las inapelables leyes de lo imprevisible.
Epístola moral a uno mismo. Ya que escribes, házlo, como mínimo, sin punto alguno de humildad. De lo contrario, pide perdón.
Tiempos éstos, en los que sólo te cuentan las verdades del banquero.
Si de verdad albergas en tu corazón alguna idea que sabes falsa, tal vez ya hayas embocado con éxito el camino de la buena estrella. Suerte pues, puto falsario.
Palabras que dicen más que mil imágenes: lameculos. Y háganme el favor de no írseme de rositas de la frase. Considérenla despaciosamente, que está aquí para eso. Siquiera y por lo menos, visualícenla, háganme esa caridad.
Mi padre nació en 1909 y comparado con lo que le trajo el futuro a él, a mí no me dejaron los reyes magos ni el diez por ciento de su apabullante catálogo de novedades. Y encima tuve también que perderme dos guerras mundiales y una fratricida, con la de oportunidades de crecimiento que se generan en tiempos de crisis, según pregonan los numerosos sabedores de ello, ¡Mecachis y jolines!, pero es que ando yo hoy metido en harina de quejas, así que discúlpenme las recias interjecciones.
Y luegos tenemos a aquellos de los crímenes en favor de la humanidad, como ellos mismos no se recatan en señalarnos...
Nunca falta quien logra venderte por un justiprecio la redecilla para que puedas llevar cómodamente tu agua de acá para allá.
El éxito del cristianismo nos lo revela toda esa cantidad de cosas excelentes que se han ido llevando, un siglo y otro siglo y por los siglos de los siglos, a crucificar.
Abomina don José María Aznar de aquel Mayo de 1968 y sus conjuntos, de aquellos muchachos parisinos dados a filosofar por las paredes y de aquellos hijos californianos de las flores y de cuántas otras cosas de sus mesetarias mocedades se le alcancen a asomar hoy día por el caletre, parece. Sin embargo salta a la vista que algo sí se le quedó pegado y bien pegado, le guste o no, de aquellos sus antaños de Campeador: la pelambrera, el bigotazo y las pulseras, que hay veces que casi se parece a Frank Zappa, el gachó, ¡Hay que joderse!
Podría decirse que la política se asemejara a una pedrea antigua de aquellas de las de los pueblos, de tan larga tradición por estos pagos, tirando los mozos fuerte, derecho y a descalabrar; aunque será obligado aquí introducir una matización: todos sus protagonistas son artistas consumados de la esgrima corporal, del amago, del agacharse y del esfumarse a tiempo, así que las pedradas nos vienen a caer todas al público, de natural siempre curioso, confiado e imprudente, y con el que ni siquiera gastan la delicadeza de vendarnos antes de la lapidación, como por cierto, sí que se acostumbra en otros lugares.
El éxito y el fracaso de las sociedades cuentan con una vara infalible para medirlos. La longitud de las colas de desesperados por entrar o por salir de unas y de otras.
La lucha contra la inteligencia nada pudo contra el dominio del fuego o la adopción de la rueda. Y se puede apostar sin miedo a que no les faltarían detractores. Pero lo cierto es que hay saberes prácticos que parecen sencillamente superiores a cualquier otra cosa, filosofías y filósofos incluidos, los cuales en no pocas ocasiones, y en cuestiones de sabidurías, es decir en asuntos de su estrictísima incumbencia, parecen simples economistas, explicando lo que buenamente se les ocurra, mal, tarde y a toro pasado, al tiempo que se aplican con profesional disimulo el árnica en los topetazos, mientras ponen el cazo con la otra mano, eso sí, por el dictamen facultativo.
Habrá que hacerse más pequeños, menos voraces, más baratos y sobre todo habrá que ser muchos, muchos menos. Cómo y cuándo alcance a realizarse esta odiosa labor en la que nadie quiere ni tan siquiera ponerse a pensar y que dicho sea de paso, negará de raíz toda la evolución anterior tanto animal como cultural de esta especie de autoatribuidos reyezuelos del esquinazo éste de la creación que vamos desguazando pasito a paso, es algo que nadie sabemos, aunque cualquiera alcanza a imaginarse cuáles serán los métodos elegidos si es que alguna instancia, alguna vez, diera en acometer el doloroso asunto. La única consolación que se me viene a las mientes es la seguridad de que, en lo que a mí atañe, no me quedará físicamente tiempo para verlo. Pero también es verdad que hace venticinco años pensaba yo que de ninguna manera llegaría a ver el que ya se intuía como inevitable, aunque sin duda menos incumbente, deshielo del Ártico, y sin embargo el asunto ha terminado ya como el viejo y eficaz chiste (advenido casi a la categoría de apólogo, para el caso) del aristócrata británico cuyo mayordomo le viene avisando:
–Milord, el Támesis ha crecido catorce pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord, el Támesis ha crecido tres pies y cinco pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord, discúlpeme de nuevo, el Támesis ya ha crecido ocho pies y seis pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord (introduciendo una visita con eso gesto deferente de la mano que distingue a los de su oficio), el Támesis.
Aquel perro de la noticia de hace algunos días, en medio de una autopista arrastrando con todo cuidado por el cuello para sacarlo de la calzada a un congénere agonizante que había sido atropellado. Y es que a veces se vuelve acá y allá la cabeza buscando un hombre, remedando al filósofo, y se topa uno con la humanidad donde verdaderamente menos se la esperaba, y aunque sólo fuera por pura ignorancia, pues en el fondo y bien mirado, viene ésta a manifestarse donde nunca dejó de estar, entre los seres más fieles de la creación, los perros, Diógenes, maestro.
Proceder con el debido orden lleva a admitir que también existen preguntas sin respuesta. Pero cuesta llorar de rabia con estos lagrimones amargos de fracasada divinidad que se nos deslizan tantas veces mejilla abajo. Miserere nobis.
Hay algo todavía más difícil que intentar vivir de escribir, vivir de leer.
Esa exquisitez de escrúpulos de algunos es lo que hace que la mierda nos la tengamos que comer tantos otros. ¡Ánimo, llorones!, y a cada cual su buena cucharadita, como dispondrá amablemente uno de esos simpáticos encargados repletos de don de gentes que nos la reparten.
La vida parece un desesperado agitar de manos en medio de este torbellino ingobernable, aunque hay que ver lo que tarda uno en ahogarse, y aún a pesar de las tantas ayudas bienintencionadas que tiran para abajo.
El cacillo de lo que creías saber se disuelve a la mínima en el barreño de lo que aprendes de nuevo, y vuelta a empezar de nuevo el jugueteo con los tropezones en la sopa de letras.
En lo político, el que más y el que menos quedamos a merced de los sueños de otros, a los que llamaremos pesadillas, para entendernos.
Darwin. Un tipo con suerte, si naciera ahora, 200 años después, tendría que acabar escribiendo “Sobre la extinción de las especies”, lo que se mire por donde se mire resultaría en bien desesperanzada ciencia positiva, que incluiría sin duda la seguramente famosa explicación de “cómo el hombre regresó a los árboles”, con tablas y diagramas en PowerPoint, con su estilo diáfano e inapelable, el de Darwin digo, no el de PowerPoint.
Estilo telemagacín matinal. Las verdades del día, en el mercado, siempre tienen los precios inflados. Pero si negociáis con habilidad os las dejarán en mentiras por un poco menos, y a la hora de presentarlas a la mesa, bien cocinadas y con su adecuado contorno, no habrá gourmet ni invitado picajoso que las distinga, queridas amigas mías.
Cualquier memo te exige actualmente que le demuestres por qué lo es, pues de lo contrario se ofende ¿Y cómo diablos se hace para llevar a un memo a seguir una explicación razonada, partiendo con el debido orden desde premisas sólidas y bien acordadas, y llevándolo a concluir inapelablemente? Átenme Ustedes esa mosca por el rabo.
Las ratas nos llaman una vez y otra a consultas. Para ratificarlas.
Delirante espectáculo el de esos estamentos, instituciones, organismos e incluso estados soberanos que piden a bombo y platillo sus perdones de cocodrilo a los biznietos y tataranietos de los ofendidos y perjudicados, como si pudiera existir de verdad algún ser vivo responsable de las culpas de sus tatarabuelos. Bueno, en realidad sí que concibo una miseria todavía mayor: la de los biznietos y tataranietos que exigen y hasta agradecen semejantes sainetes, esperpentos, comedietas y demás artes del oficio.
El único camino recto es el estrecho senderillo serpenteante y resbaloso que hay que irse desbrozando a diario, a mordiscos y machetazos, y contando, desde luego, con la preciosa ayuda de nadie.
Penetra más fácilmente un susurro que un grito.
Puestos a dirigirse a facasar, más valdrá hacerlo revestidos con adecuado pontifical.
No concibo mayor angustia intelectual, rayana casi en el dolor físico, que la contemplación despavorida y estupefacta de esas fotografías astrónomicas del inimaginable aglomerado de mundos inalcanzables a cuyo conjunto le llamamos firmamento. “Los verás pero no los catarás”, parece casi decirme una voz malévola a la espalda, y es entonces cuando me dan esas ganas terribles de liarme a patadas con los catalejos y los espejuelos y de ponerme a escuchar a Bach, por si hubiera suerte y se me cayera una lágrima, tal vez de resignación, tal vez de confuso entendimiento de vayan Ustedes a saber el qué. Y que Newton me perdone...
Una memez llama a la otra y ellas solas se hilvanan como cadena de bases nucleótidas flotando en esta aromática sopa primordial de perfumado ADN social. Y la única defensa que queda es ir a disolverse voluntariamente en álcalis, arrojándose en compañía del personal albedrío de cada cual a un caritativo matraz, repleto hasta arriba de apaga y vámonos.
El día que hayan logrado empujar al suicidio hasta al último cliente a ver cómo carajo se pagan las facturas entre todos ellos, hablo de nuestros bienintencionados proveedores, bien se comprende.
Videntes. Más vale predecir que currar, entiendo que entienden.
Desconfía de todos estos falsos filósofos que nos pasamos la vida empinando el todo. ¡Vergüenza tendría que darnos!
No existe el así llamado delito “de opinión”. Lo que de siempre ha resultado punible es el delito de diferente opinión.
Metáforas de metáforas de metáforas... que todavía están por construir, aunque sólo fuera por una sola vez, un ingenio cualquiera que funcione, las inútiles.
La estulticia tiene el pie ligero, mucho más ligero que el pie de cualquiera que huya despavorido de ella. Y así sabemos cada día más de la difunta Rocío Jurado, que ella descansará en paz sin duda, pero aquí abajo, a los que todavía permanecemos frente al plató, no nos han permitido ni una mala tarde de asueto, porque seguimos sabiendo también, cómo no, de Jesulines y Jesulinas, y de fulanos, zutanos y perenganos innúmeros, con sus coimas, nos guste ello o no, y además sin esperanza de alcanzar olvido alguno, pues basta con el mero azar y ese hozar normal de un ser humano por los alrededores de su día, para que cualquier revista, cualquier televisión, cualquier radio, cualquier conversación nos remitan a ellos una y otra vez, tenaces como esa gota de agua que acaba disolviendo las piedras o como el águila masticadora de hígados que le tocó en suerte a Prometeo. Tenemos así una parte de nuestra memoria secuestrada de por vida y ocupada manu militari por toda esta futilidad con causa clara, el sonoro don don do do don es don dinero, del clásico, proceso éste además que acontece sin término, dictatorial, opresivo, estultificante y desde luego insoslayable. Y no encuentro el botón de reset, por añadidura. Mal rayo los parta.
El estado actual de las artes lleva a pensar que los diferentes creadores se han intercambiado entre sí los instrumentos con los que practicarlas. Calderero a tus zapatos, que diría uno.
Antes de ser fusilados de cara a la pared sepan que entre los derechos inalienables de todos nosotros está el de exigir la revisión de las condiciones higiénicas y el necesario acondicionamiento, en su caso, del citado muro. Den por seguro que no existe gobierno que no disponga de un departamento dedicado expresamente a ello. Reclamen sus derechos. De nada.
Balbuceas y te comprenden. Hablas alto y claro y te rodea una sincera y cortés estupefacción. Tal vez habría que probar con pautas sincopadas de cuescos, o de eructos, o de rictus, un dialecto morse a base de una bestialidad común a todos con el que finalmente ser capaces de entenderse unos y otros, cabalmente...
No sé yo si los androides soñarán (cuando existan) con ovejas eléctricas, según ese bello acierto del famoso cuento de Felipe Kindred Dick, pero por lo que a nosotros respecta desde luego que sí, podemos soñar con ovejas eléctricas, hinchables, de peluche, de carne y hueso, estofadas y además con cualquier otra cosa imaginable, lo que constituye el principal problema que tenemos, la no limitación de los sueños en oposición a los clarísimos límites de la realidad, cuestión frente a la cual esa siempre espinosa y difusa ciencia de la interpretación de los mismos, resulta, bien mirado, una bagatela.
En cualquier caso, si podemos soñar también los sueños que postulamos para los androides es que tal vez ya lo seamos, lo que ya es más inquietante.
Nada más alarmante que dejar a un tonto a cargo del pulsador de la alarma. Y con lo que les sosiega el ruido, además.
La tiranía no es un tronco desnudo sino árbol frondoso y ramificado, y hasta cuya última ramita es culpable, por cierto, así se tape pudorosamente con primoroso ropaje de delicadas hojitas color verde inocencia.
La presunción de humanidad alcanza –incluso– a Michael Jackson. Y sí, es sin duda píldora ésta ardua asaz de tragar, ya que preguntan.
Circulando apenas a media altura ya se tiene la sensación impagable de volar muy alto. Lástima.
La letra y la música de cada cosa. Y además su tempo, su compás, su clave, su armonía, su contrapuntos, su melodía, y, –qué cansancio–, también su letra pequeña. Demasiados frentes a los que atender. Por eso nos roban tan impunemente el tiempo, el alma y las cosas, a todos, y a los músicos, además, les robamos completas sus letras y músicas, por añadidura, si bien parece cosa ésta última de las que no deban de proclamarse, por urbanidad y por conveniencia general, siendo incluso ya algo tarde para empezar a exigir la abolición universal de internet, este planetario patio de Monipodio. Así que irá a ser que no.
Producto nacional bruto ¡Y tanto!
Y los ves quejándose, meneando impotentes la cabeza y musitando: ¡hay que ver el precio al que nos están poniendo las cadenas, estos cacho cabrones!
La duración sólo le es dada a lo inefable. Y lo demás dejémoslo en contingente, para no dar el paseo en balde.
La únicas pruebas irrefutables de la existencia de Dios –ciertas contadas piezas de Bach– son al mismo tiempo la mejor prueba de su inexistencia, que ningún omnisciente o hacedor medianamente en sus cabales dejaría morir así, sin más, a propagandista semejante. Y ganas me dan de pagar unos buenos euros para que la memez ésta de reflexión vaya dando vueltas por ahí unos días, escrita en el culo y en las cachas de un autobús urbano, sobre el fondo de una partitura, por ejemplo, y al rebufo de la existencia de otras parigualmente memas, je, porque he visto que no sólo no se ríe nadie de ellas, sino que las sacan en el telediario, madre mía del amor hermoso, a ver si alguien es capaz de explicarme, por caridad, cómo se logra...
Se prefiere con mucho lo confuso a lo diáfano, aunque sólo sea por el placer de poder lanzarse a interpretar al gusto, me imagino.
El graffiti es el mejor sistema conocido de dejar esparcida la basura en la pared, en lugar de en el piso.
El libro no educa a quien lo lee con el fin de educarse (Nicolás Gómez Dávila).
Sólo leo contemporáneos, de Epicuro a Boecio, a Erasmo u Omar Kayyame pasando por los Migueles: Cervantes, Hernández, Espinosa y Marías el joven, por citarlos contados. Los antiguos, en cambio, ya me satisfacen menos.
En lo tocante a barbaries de las de bolsillo, tampoco me parecen más incomprensibles un eunuco o un castrato que un chorbo de estos, tachonado de piercings.
Podría decirse que la civilización es aquello que queda fuera del alcance de la comprensión, no sólo, sino de la larga mano del poderoso, que a pesar de serlo, sin embargo nunca ha podido impedir, por poner un ejemplo, que un ser humano dé su vida por otro, así por la barba y porque le venga en gana, por dignidad, por sentido de la justicia, por caridad, por altruismo, por fe religiosa incluso, por deseo de inmanencia o por simple decencia, venido el caso. Ante semejantes manifestaciones de potencia moral, el poder nunca ha podido hacer otra cosa que menear resignado la cabeza y, a lo sumo, cambiarle el nombre a una calle con la pompa que requiera cada caso. Y a otra cosa, mariposa.
Cualquier problema puntual, gracias a la intervención del personal cualificado y facultado expresamente para resolverlo, adquiere rápidamente la capacidad de aspirar a permanente y en no pocos casos, a ese almirantazgo de los problemas que les supone el lograr alcanzar la categoría y el cargo (con sus pertinentes sopados y emolumentos) de insolubles.
Lo que menos soporta el verdugo es una sonrisa de inteligencia.
Se suben al cajoncillo ese del logotipo, de los micrófonos con las pegatinas y los banderines de esto y de lo otro y se arrancan los próceres (o proceresas): Se-pan los vio-len-tos que es-ta so-cie-dad de-mo-crá-ti-ca no va a to-le-rar ni un mi-nu-to más... deletreando con una despaciosidad inverosímil aquello que hubieran de declarar; lentitud conveniente tal vez para una audiencia de pacientes con demencia senil u otras severas discapacidades intelectuales, pero incomprensible de todo punto en cualquier otro ámbito de la vida pública.
Siguen y cumplen con ello los barandas, he oído, las consejas y mandamientos de sus asesores de imagen, que conceptúan el coeficiente promedio de comprensión de los oyentes como bien se puede colegir de esta actitud que tan severamente preceptúan a sus pupilos y tutelados. Y tendrán razón tal vez o no, vayan a saber, pero desde luego lo que es a mí, y supongo que a algunos millones de otros, cuando me hablan así es precisamente la comprensión lo primero que se me anda al garete, pues ya me ocupo yo de inmediato en ver cómo logro distraerme con algo menos lento, insufrible, patético y desde luego ofensivo, por cierto, llegando al extremo incluso, en tales ocasiones, hasta de albergar pensamientos propios; quedándome la duda, después de todo, que tal cosa fuera a la postre lo que verdaderamente desearan alumbrar en la clientela todos estos encajonados y microfonados mendas y sus autorizados asesores, conjeturo.
Contexto, contexto..., el lenguaje es el contexto ¿Quedó bonito, lector?
No, sólo quedaron sardinas, contestarán alguno que otro, distraídos evidentemente, y con la cabeza en otro contexto, quod erat demostrandi.
Satisfacciones locales. Ladran, luego encabronamos.
El fin implica unos medios, lo que no los justifica, eso sí, pero es que son dos cosas distintas.
El diablo se ata la tolerancia al rabo, con la que hace todos estos estragos, a los que llamamos mejoras.
Cualquier idiocía busca a otra, la encuentra, alzan curiosas el rabo y las orejas según se reconocen, se hocican un punto, se dan gustosa lengua, copulan finalmente con el oficializado desenfreno de los sábados, alumbran otras nuevas...
Hay que ver la de cazos, jarras y barreños sin fondo de alma inmortal, de espíritu trascendente, de inmanencia, de sensibilidad y de razón metafísica que afirman poseer sin duda alguna, y cuanto más espesos, más parecen nadar en la sobreabundancia de todos ellos, que sumados, no han logrado imaginar en diez mil años ni el principio de una tuerca, con su tornillo, y esto por no hablar del dominio del fuego, o de la rueda...
Hay que ver la barbaridad de años que hay que echarse encima para alcanzar una mínima juventud de espíritu. O, dicho de otro modo, cada año me pesan más los muchos que todavía me siguen faltando, creo.
No se trata por lo general de verdadero o de falso, sino a lo sumo de actual o de trasnochado, y esto ya puestos a que se fuera a ocupar alguien de tales antiguallas, que también serían ganas.
En las sociedades matriarcales a las estatuas de Dios en lugar de taparrabos se les colocará preceptivo burka, o bikini, según dispongan el meridiano, el paralelo o el ponderado cruce de ambos, entiendo.
Siempre hay una buena legión afanada en convertir en basura tecnológica y ética cualquier buen invento inteligente, más la preceptiva cola de injuriantes echándole la culpa al que lo inventó. Y no pocos de los que vociferan tendrán sus dos y sus tres carreras técnicas cursadas, faltaría más. ¡Ay San Ricardo Felipe Feynmann, ampárame bajo tu manto cuajado de diagramas como luceros y llévame contigo ya y de una puñeterísima vez a ninguna parte!
A todas estas admirables nuevas generaciones apenas les separan unos cuantos errores exitosos y cum laude del ir a quedarse convertidas, y más bien pronto que tarde, en resentidas viejas guardias.
Cuanto más inteligente, más culpable, sostiene por lo general el común. Y con bastante menos aparato teórico ya habría mimbres más que sobrados para empezar a alumbrar y alambrar un Gulag de esos que no se los salta un gitano, concédanmelo.
El corazón sólo se rige por las inapelables leyes de lo imprevisible.
Epístola moral a uno mismo. Ya que escribes, házlo, como mínimo, sin punto alguno de humildad. De lo contrario, pide perdón.
Tiempos éstos, en los que sólo te cuentan las verdades del banquero.
Si de verdad albergas en tu corazón alguna idea que sabes falsa, tal vez ya hayas embocado con éxito el camino de la buena estrella. Suerte pues, puto falsario.
Palabras que dicen más que mil imágenes: lameculos. Y háganme el favor de no írseme de rositas de la frase. Considérenla despaciosamente, que está aquí para eso. Siquiera y por lo menos, visualícenla, háganme esa caridad.
Mi padre nació en 1909 y comparado con lo que le trajo el futuro a él, a mí no me dejaron los reyes magos ni el diez por ciento de su apabullante catálogo de novedades. Y encima tuve también que perderme dos guerras mundiales y una fratricida, con la de oportunidades de crecimiento que se generan en tiempos de crisis, según pregonan los numerosos sabedores de ello, ¡Mecachis y jolines!, pero es que ando yo hoy metido en harina de quejas, así que discúlpenme las recias interjecciones.
Y luegos tenemos a aquellos de los crímenes en favor de la humanidad, como ellos mismos no se recatan en señalarnos...
Nunca falta quien logra venderte por un justiprecio la redecilla para que puedas llevar cómodamente tu agua de acá para allá.
El éxito del cristianismo nos lo revela toda esa cantidad de cosas excelentes que se han ido llevando, un siglo y otro siglo y por los siglos de los siglos, a crucificar.
Abomina don José María Aznar de aquel Mayo de 1968 y sus conjuntos, de aquellos muchachos parisinos dados a filosofar por las paredes y de aquellos hijos californianos de las flores y de cuántas otras cosas de sus mesetarias mocedades se le alcancen a asomar hoy día por el caletre, parece. Sin embargo salta a la vista que algo sí se le quedó pegado y bien pegado, le guste o no, de aquellos sus antaños de Campeador: la pelambrera, el bigotazo y las pulseras, que hay veces que casi se parece a Frank Zappa, el gachó, ¡Hay que joderse!
Podría decirse que la política se asemejara a una pedrea antigua de aquellas de las de los pueblos, de tan larga tradición por estos pagos, tirando los mozos fuerte, derecho y a descalabrar; aunque será obligado aquí introducir una matización: todos sus protagonistas son artistas consumados de la esgrima corporal, del amago, del agacharse y del esfumarse a tiempo, así que las pedradas nos vienen a caer todas al público, de natural siempre curioso, confiado e imprudente, y con el que ni siquiera gastan la delicadeza de vendarnos antes de la lapidación, como por cierto, sí que se acostumbra en otros lugares.
El éxito y el fracaso de las sociedades cuentan con una vara infalible para medirlos. La longitud de las colas de desesperados por entrar o por salir de unas y de otras.
La lucha contra la inteligencia nada pudo contra el dominio del fuego o la adopción de la rueda. Y se puede apostar sin miedo a que no les faltarían detractores. Pero lo cierto es que hay saberes prácticos que parecen sencillamente superiores a cualquier otra cosa, filosofías y filósofos incluidos, los cuales en no pocas ocasiones, y en cuestiones de sabidurías, es decir en asuntos de su estrictísima incumbencia, parecen simples economistas, explicando lo que buenamente se les ocurra, mal, tarde y a toro pasado, al tiempo que se aplican con profesional disimulo el árnica en los topetazos, mientras ponen el cazo con la otra mano, eso sí, por el dictamen facultativo.
Habrá que hacerse más pequeños, menos voraces, más baratos y sobre todo habrá que ser muchos, muchos menos. Cómo y cuándo alcance a realizarse esta odiosa labor en la que nadie quiere ni tan siquiera ponerse a pensar y que dicho sea de paso, negará de raíz toda la evolución anterior tanto animal como cultural de esta especie de autoatribuidos reyezuelos del esquinazo éste de la creación que vamos desguazando pasito a paso, es algo que nadie sabemos, aunque cualquiera alcanza a imaginarse cuáles serán los métodos elegidos si es que alguna instancia, alguna vez, diera en acometer el doloroso asunto. La única consolación que se me viene a las mientes es la seguridad de que, en lo que a mí atañe, no me quedará físicamente tiempo para verlo. Pero también es verdad que hace venticinco años pensaba yo que de ninguna manera llegaría a ver el que ya se intuía como inevitable, aunque sin duda menos incumbente, deshielo del Ártico, y sin embargo el asunto ha terminado ya como el viejo y eficaz chiste (advenido casi a la categoría de apólogo, para el caso) del aristócrata británico cuyo mayordomo le viene avisando:
–Milord, el Támesis ha crecido catorce pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord, el Támesis ha crecido tres pies y cinco pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord, discúlpeme de nuevo, el Támesis ya ha crecido ocho pies y seis pulgadas–.
–Gracias, James, puede retirarse–.
–Milord (introduciendo una visita con eso gesto deferente de la mano que distingue a los de su oficio), el Támesis.
Aquel perro de la noticia de hace algunos días, en medio de una autopista arrastrando con todo cuidado por el cuello para sacarlo de la calzada a un congénere agonizante que había sido atropellado. Y es que a veces se vuelve acá y allá la cabeza buscando un hombre, remedando al filósofo, y se topa uno con la humanidad donde verdaderamente menos se la esperaba, y aunque sólo fuera por pura ignorancia, pues en el fondo y bien mirado, viene ésta a manifestarse donde nunca dejó de estar, entre los seres más fieles de la creación, los perros, Diógenes, maestro.
Proceder con el debido orden lleva a admitir que también existen preguntas sin respuesta. Pero cuesta llorar de rabia con estos lagrimones amargos de fracasada divinidad que se nos deslizan tantas veces mejilla abajo. Miserere nobis.
Hay algo todavía más difícil que intentar vivir de escribir, vivir de leer.
Esa exquisitez de escrúpulos de algunos es lo que hace que la mierda nos la tengamos que comer tantos otros. ¡Ánimo, llorones!, y a cada cual su buena cucharadita, como dispondrá amablemente uno de esos simpáticos encargados repletos de don de gentes que nos la reparten.
La vida parece un desesperado agitar de manos en medio de este torbellino ingobernable, aunque hay que ver lo que tarda uno en ahogarse, y aún a pesar de las tantas ayudas bienintencionadas que tiran para abajo.
El cacillo de lo que creías saber se disuelve a la mínima en el barreño de lo que aprendes de nuevo, y vuelta a empezar de nuevo el jugueteo con los tropezones en la sopa de letras.
En lo político, el que más y el que menos quedamos a merced de los sueños de otros, a los que llamaremos pesadillas, para entendernos.
Darwin. Un tipo con suerte, si naciera ahora, 200 años después, tendría que acabar escribiendo “Sobre la extinción de las especies”, lo que se mire por donde se mire resultaría en bien desesperanzada ciencia positiva, que incluiría sin duda la seguramente famosa explicación de “cómo el hombre regresó a los árboles”, con tablas y diagramas en PowerPoint, con su estilo diáfano e inapelable, el de Darwin digo, no el de PowerPoint.
Estilo telemagacín matinal. Las verdades del día, en el mercado, siempre tienen los precios inflados. Pero si negociáis con habilidad os las dejarán en mentiras por un poco menos, y a la hora de presentarlas a la mesa, bien cocinadas y con su adecuado contorno, no habrá gourmet ni invitado picajoso que las distinga, queridas amigas mías.
Cualquier memo te exige actualmente que le demuestres por qué lo es, pues de lo contrario se ofende ¿Y cómo diablos se hace para llevar a un memo a seguir una explicación razonada, partiendo con el debido orden desde premisas sólidas y bien acordadas, y llevándolo a concluir inapelablemente? Átenme Ustedes esa mosca por el rabo.
Las ratas nos llaman una vez y otra a consultas. Para ratificarlas.
Delirante espectáculo el de esos estamentos, instituciones, organismos e incluso estados soberanos que piden a bombo y platillo sus perdones de cocodrilo a los biznietos y tataranietos de los ofendidos y perjudicados, como si pudiera existir de verdad algún ser vivo responsable de las culpas de sus tatarabuelos. Bueno, en realidad sí que concibo una miseria todavía mayor: la de los biznietos y tataranietos que exigen y hasta agradecen semejantes sainetes, esperpentos, comedietas y demás artes del oficio.
El único camino recto es el estrecho senderillo serpenteante y resbaloso que hay que irse desbrozando a diario, a mordiscos y machetazos, y contando, desde luego, con la preciosa ayuda de nadie.
Penetra más fácilmente un susurro que un grito.
Puestos a dirigirse a facasar, más valdrá hacerlo revestidos con adecuado pontifical.
No concibo mayor angustia intelectual, rayana casi en el dolor físico, que la contemplación despavorida y estupefacta de esas fotografías astrónomicas del inimaginable aglomerado de mundos inalcanzables a cuyo conjunto le llamamos firmamento. “Los verás pero no los catarás”, parece casi decirme una voz malévola a la espalda, y es entonces cuando me dan esas ganas terribles de liarme a patadas con los catalejos y los espejuelos y de ponerme a escuchar a Bach, por si hubiera suerte y se me cayera una lágrima, tal vez de resignación, tal vez de confuso entendimiento de vayan Ustedes a saber el qué. Y que Newton me perdone...
Una memez llama a la otra y ellas solas se hilvanan como cadena de bases nucleótidas flotando en esta aromática sopa primordial de perfumado ADN social. Y la única defensa que queda es ir a disolverse voluntariamente en álcalis, arrojándose en compañía del personal albedrío de cada cual a un caritativo matraz, repleto hasta arriba de apaga y vámonos.
El día que hayan logrado empujar al suicidio hasta al último cliente a ver cómo carajo se pagan las facturas entre todos ellos, hablo de nuestros bienintencionados proveedores, bien se comprende.
Videntes. Más vale predecir que currar, entiendo que entienden.
Desconfía de todos estos falsos filósofos que nos pasamos la vida empinando el todo. ¡Vergüenza tendría que darnos!
No existe el así llamado delito “de opinión”. Lo que de siempre ha resultado punible es el delito de diferente opinión.
Metáforas de metáforas de metáforas... que todavía están por construir, aunque sólo fuera por una sola vez, un ingenio cualquiera que funcione, las inútiles.
La estulticia tiene el pie ligero, mucho más ligero que el pie de cualquiera que huya despavorido de ella. Y así sabemos cada día más de la difunta Rocío Jurado, que ella descansará en paz sin duda, pero aquí abajo, a los que todavía permanecemos frente al plató, no nos han permitido ni una mala tarde de asueto, porque seguimos sabiendo también, cómo no, de Jesulines y Jesulinas, y de fulanos, zutanos y perenganos innúmeros, con sus coimas, nos guste ello o no, y además sin esperanza de alcanzar olvido alguno, pues basta con el mero azar y ese hozar normal de un ser humano por los alrededores de su día, para que cualquier revista, cualquier televisión, cualquier radio, cualquier conversación nos remitan a ellos una y otra vez, tenaces como esa gota de agua que acaba disolviendo las piedras o como el águila masticadora de hígados que le tocó en suerte a Prometeo. Tenemos así una parte de nuestra memoria secuestrada de por vida y ocupada manu militari por toda esta futilidad con causa clara, el sonoro don don do do don es don dinero, del clásico, proceso éste además que acontece sin término, dictatorial, opresivo, estultificante y desde luego insoslayable. Y no encuentro el botón de reset, por añadidura. Mal rayo los parta.
El estado actual de las artes lleva a pensar que los diferentes creadores se han intercambiado entre sí los instrumentos con los que practicarlas. Calderero a tus zapatos, que diría uno.
Antes de ser fusilados de cara a la pared sepan que entre los derechos inalienables de todos nosotros está el de exigir la revisión de las condiciones higiénicas y el necesario acondicionamiento, en su caso, del citado muro. Den por seguro que no existe gobierno que no disponga de un departamento dedicado expresamente a ello. Reclamen sus derechos. De nada.
Balbuceas y te comprenden. Hablas alto y claro y te rodea una sincera y cortés estupefacción. Tal vez habría que probar con pautas sincopadas de cuescos, o de eructos, o de rictus, un dialecto morse a base de una bestialidad común a todos con el que finalmente ser capaces de entenderse unos y otros, cabalmente...
No sé yo si los androides soñarán (cuando existan) con ovejas eléctricas, según ese bello acierto del famoso cuento de Felipe Kindred Dick, pero por lo que a nosotros respecta desde luego que sí, podemos soñar con ovejas eléctricas, hinchables, de peluche, de carne y hueso, estofadas y además con cualquier otra cosa imaginable, lo que constituye el principal problema que tenemos, la no limitación de los sueños en oposición a los clarísimos límites de la realidad, cuestión frente a la cual esa siempre espinosa y difusa ciencia de la interpretación de los mismos, resulta, bien mirado, una bagatela.
En cualquier caso, si podemos soñar también los sueños que postulamos para los androides es que tal vez ya lo seamos, lo que ya es más inquietante.
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