De ciertos olvidos, no mediando enfermedad, podría
decirse que se tratara de acontecimientos harto útiles para adquirir inmunidad
frente a la vergüenza, y ser inmune a la vergüenza es seguramente el ultimo
paso de la destrucción de la persona en su camino de regreso a la animalidad. Y
este esfuerzo del regreso a la bestia, apartando lo humano, es el aspecto que
mejor caracteriza al fascismo. Incluso existen excelentes fotografías al
respecto, tengo entendido.
Pero del fascismo, poco o nada sabemos en España, nos
limitamos a vivir dentro de él con tal naturalidad, desparpajo y relajación
que vendría a sernos como el agua para el pez, el medio en el que
este no es consciente que vive y en el que medra sin cuestionarse absolutamente
nada, porque lo característico de los peces es precisamente eso, no preguntarse
ni preguntar.
Hablo, se comprende, del olvido político y del
olvido ético que permiten su persistencia, y de la pésima costumbre del perdón
cuando éste se otorga a quien no lo merece y a quien ni tan siquiera lo ha solicitado,
por tratarse de un asesino, un cómplice o un beneficiario de asesinato, que
además se enorgullece de ello.
Por lo tanto, la afamada locución “ni olvido, ni
perdón” con la que cualquier demócrata de última hora, o incluso de viejo cuño, comenta sus sentimientos políticos o emocionales hacia cualquier antiguo
etarra, terrorista islámico, violador, pederasta, asesino de su hija o
esposa o, simplemente, independentista catalán, parece, sin embargo –y
precisamente por la inconsciencia o el completo desconocimiento sobre este
medio en el que nos desenvolvemos– que reza a la inversa con respecto a nuestros
pertinaces fascistas locales, a los que, en cambio, sí se les perdona todo y siempre. Y de corazón, al parecer.
Y del olvido, ¿qué? ¿Olvido? De olvido, nada. ¿Por
qué habría que olvidar a quienes hicieron y hacen el bien? El bien, por
ejemplo, de abonar cunetas, gracias a ellos cuajadas de delicadas flores de huesa.
Pero, en realidad, la situación es todavía más
asombrosa, es que ni siquiera se siente la necesidad de perdonar nada, por
la sencilla razón de que se carece de conciencia sobre lo que todavía son ideológicamente
tantos y, en consecuencia, difícil resulta perdonar a quien se desconoce que
fue, es y sigue siendo un fascista en activo o un protector interesado de los
mismos y de su memoria.
Llegados aquí, dirán naturalmente que…
exageraciones mías, resentimiento, actitud vengativa. Pues será todo ello, pero… ayer por la mañana, día de Reyes, el periódico El Mundo, ese viejo
trasto amplificador y distorsionador de acontecimientos, pero tan viejo que se le ha fundido un canal y ya solo suena por el altavoz derecho–, en artículo firmado por
Consuelo Font y de título: A los hijos de
Carmen Franco les supo a poco la llamada de la reina Sofía, recriminaba,
nada sutilmente, sino por las claras, el “feo gesto” de la familia real de no
acudir a besar la mano y dar el pésame a los herederos del dictador, cuya
nonagenaria hija fallecía días atrás.
Es decir, el autoproclamado órgano de la “libertad
periodística” le recrimina a nuestra hoy sacralizada y constitucional monarquía que
no acuda a agradecer los favores recibidos por el dictador y, es más, le
agradece a la reina emérita que ella sí, ¡laus Deo!,
haya tenido el hermoso detalle de coger el teléfono y llamar a la señora Carmen
Rossi para presentarle sus condolencias.
Y, no es por nada, pero coger el teléfono y llamar
a una amiga (así la califica el periódico), sea quien sea, para darle el pésame
por la muerte de su madre, no seré yo quien afirme que sea un acto de malnacidos,
sino todo lo contrario, pero querer convertir ese comportamiento íntimo, legítimo y desde
luego humano, como hace El Mundo, en acto político y, además, de necesario
cumplimiento (¿y por qué?) y con la deseable presencia de luz y taquígrafos,
¿qué vendría a querer significar exactamente?
Porque lo edificante, entonces, habría que entender
que no puede ser otra cosa que el que cualquier miembro o “miembra” de las
dobles parejas de reyes y reinas que tenemos actualmente en uso y servicio, debe
dirigirse ipso facto, el próximo día 11 de Enero, al funeral de la hija
del dictador y presentar allí sus respetos a los herederos, descendientes
y beneficiarios del viejo asesino.
Es decir, viene a pedir o a sugerir el periódico,
más o menos en nombre de la familia Franco, que es de quien se afirma que está
muy dolida –pobres–, que el Rey de España o, en su defecto, un personaje de importancia de
la familia real, acuda al funeral de la hija del dictador. Algo que,
irremediablemente, como todo acto de la familia real, solo podría interpretarse como acto en representación de los españoles. Que, por serlo, pues
eso es lo que se entiende, debemos por lo tanto seguir dándole las gracias al
dictador, en este caso, por traernos la monarquía. ¡Átenme esa mosca por el
rabo!
Cosa que me lleva a preguntarme sobre qué se habrán
bebido en la Avenida de San Luis estas Navidades, para poder escribir de ciertas
cosas con semejante cuajo. Porque de hacer la Corona aquello a lo que casi
parece que se le insta en el artículo, entonces, lo de verdad destacable para
la prensa rosa, la salmón, la blanca, la cuché, la azul, la amarilla y hasta para los
blogueros, tuiteros y demás carne de cañón, sería precisamente el poder referir
quién doblaba la cerviz ante quién y quién cumplimentaba mejor y más florido en
tan justo, necesario y "político" acto. Apasionante foto que no veremos, por
desgracia. O, bueno, igual sí la vemos, porque aquí nunca se sabe…
Es decir que, según El Mundo, ni siquiera se trataría
ya de promover el prestigiado olvido y perdón, sino de NO olvidar sin más y,
además, acudir a dar las gracias porque nada hay que perdonar, obviamente, sino
todo lo contrario, porque lo que hay que hacer es acercarse a agradecer y expresar
clara y públicamente ese agradecimiento. Agradecer el fino
detalle de rescatar a la familia real del exilio y reaposentarla en el trono, manu
militari, manu dictatori.
Cuarenta años de tratar en todas y por todas las
instancias de hacer olvidar –con gran éxito, sin duda– que la monarquía fue reinstaurada a
capón por expresa decision unilateral de la dictadura, para ahora sugerirle que
se ponga a dar las gracias en público a los nietos del dictador. Es decir, instarla a
enseñar las vergüenzas y, encima, a considerar y dejar ver que se considera a esos nietos y
deudos como si fueran alguien o algo de alguna importancia, hoy, en este país,
y no como los ultimos descendientes de un periodo que a todos convendría, esta vez
sí, olvidar y dar por finalizado. Y a omitir, de paso, el recuerdo de que esas personas son los últimos y polémicos tenedores de parte de los frutos de la rapiña, tenencia que inverosímilmente todavía les resulta posible porque las leyes así lo consienten.
Sin duda, no fue pequeño el favor de Franco a los
Borbones, pero, desde luego, no acabará figurando en los tratados de ética, ni
en los de épica, vengo a creer, porque eso, ni las largas manos de Cebrián, del
IBEX, de González o de Aznar están en condiciones de conseguirlo. Que una cosa
es ponerle un bozal a una editorial, a un periódico o a un historiador local, o a cien, y otra
poder hacerlo con uno británico, en definitiva, los que de verdad entienden de
España y los que, de siempre, han escrito su historia, la que queda, la cierta y verdadera.
Esto al margen, el que la señora Font, jugando al
equívoco de si lo hace con palabras propias o atribuyéndose la portavocía de la
molestia familiar de los Franco, venga a decirle al monarca o a la institución
monárquica que está muy, pero que muy feo ignorar a la sagrada familia del
viejo dictador, no será fascismo ni apología del mismo, que va, ni tan siquiera imbecilidad, atavismo o ceguera
histórica, ética y moral. No, en absoluto, solo serán figuraciones mías…
Así que paso a otra cosa, perdón, a la misma.
Por lo tanto, y hablando de fascismo, la izquierda,
desde aquella su privilegiada posición metida debajo de la mesa de la
transición, donde la cosieron a puntapiés, proclama hoy todo el mundo a coro que lo derrotó muy educadamente, no
combatiéndolo, que hubiera sido una grosería, sino perdonándolo, que la absolución siempre es acto de
grandeza, particularmente de grandeza de España y con Laureada de San Fernando.
De manera que así sí… y felizmente, el fascismo desapareció de
España sin más (y esto, de haberlo habido alguna vez). Y… colorín, colorado.
Por todas estas razones, ese fascio lictorio que todavía
figura hoy –sí, hoy, cualquiera puede comprobarlo–, nada menos que en el escudo de la Guardia Civil,
no puede ser un fascio lictorio en absoluto… Así que solo se limitará a
parecerlo, puesto que, como ya no hay fascismo en España, ni tan siquiera en
los símbolos, ni tan siquiera en los nombres de las calles, ese símbolo no lo es, no puede serlo y debe de ser un símbolo a
modo de simulación, o de remuneración en diferido… o un simple trampantojo. Porque,
en efecto, es un símbolo de unidad, ¡menos mal!, según cumplidamente aclara la
página web de la Benemérita, para sosiego de los que todavía pudiéramos no
tenerlo del todo claro.
Y el que tan simpático “logotipo” lo impusiera
Ramón Serrano Suñer, el cuñadísimo del dictador, a principios del año 1943,
sustituyendo al de los dos fusiles cruzados, que era el de la Casa de toda la
vida, justo en los meses en que la Wehrmacht había ya ocupado media Rusia y
parecía ya inevitable vencedora de la II Guerra Mundial, no será sino otra
casualidad histórica más, carente de cualquier intencionalidad, me
queda bien claro.
Como será casualidad asimismo el que no se haya
sustituido en estos últimos 42 años. ¿Quién Diablos en el poder tuvo nunca
tiempo para ocuparse de semejantes detalles y nimiedades? ¿Y a quién podría
importarle, y menos a curtidos próceres socialistas que apenas gobernaron un cuarto de
siglo, que el símbolo de la Guardia Civil, esa maximarca de la marca España,
siga siendo ese mismo símbolo que Benito Mussolini impuso a los integrantes de
su partido, allá por 1920, y cuyo haz con el hacha bien apretada dentro, el de
las legiones romanas, es decir, en italiano, il fascio littorio, haya
dado nombre nada menos que a esa bagatela histórica a la que conocemos por
fascismo?
Aunque, perdón de nuevo, porque ese fascismo aquí nunca lo conocimos, por supuesto. Porque sólo lo conocieron en el extranjero. Aquí solo
vimos fotos, si bien bastantes desagradables, es cierto. De ahí que tampoco
nos preocupara nunca gran cosa. Será por eso.
Y de poco me sirve de excusa que ese viejo fascio
lictorio campee en los escudos de no pocas instituciones a lo largo y ancho del
mundo. En primer lugar, en muchas de ellas ya figuraba antes de que el fascismo
lo convirtiera en símbolo maldito, así como también, históricamente, existen
esvásticas por medio mundo desde mucho antes de que la misma llegara a
significar lo que significó, pero desde luego estoy bien seguro de que, hoy, no
podría ocurrírsele al estado italiano colocar el fascio como insignia de una de
sus policías, ni al alemán la esvástica como emblema de sus fuerzas armadas.
Es inimaginable que esto pudiera ocurrir hoy en
ningún país de nuestro entorno, sin embargo, aquí, no solo no se cambia la
insignia, dando así satisfacción a quienes desean que permanezca un inapelable símbolo del fascismo, sino que, para satisfacer a la parte contraria, se dice
llanamente que ese símbolo no simboliza ya lo que antaño significaba para quien lo
instauró, un estado fascista, y se le cambia el sentido y el significado
declarando tranquilamente semejante simpleza en la página web. Es decir, ruedas de molino y el trágala
enésimo, algo así como si hubiera una solemne declaración institucional afirmando que, desde el día de la fecha, por decreto-ley, “hijo de puta” deja de significar hijo de puta y que, por lo tanto, nadie puede ya sentirse ofendido ni alarmado por el uso de tal locución.
Así solucionamos aquí las cosas. Un poste de agarrotar no es un poste de agarrotar,
sino un palo con un tornillo sinfín, una manivela, un collarín y un cómodo asiento, pura mecánica
recreativa. –Pasen, pasen todos a verlo, es un viejo cacharro arrumbado y del todo inofensivo...
En resumen, y por suerte, conocido o desconocido
por el común, y lo haya habido o no –que vaya nadie a saber–, el fascismo en
España ya está derrotado y bien derrotado, según afirman los que entienden de
ello. Incluso a pesar de que ni siquiera el PSOE, en veinticinco años de
gobierno, no encontrara tiempo para suprimir esa insignia infamante para
sustituirla por whatever. Porque exactamente cualquier cosa hubiera
valido para cambiar aquello, incluso un monigote de Mariscal o un churro…
perdón, una ensaimada de Mirò, o hasta una paloma de Picasso, que cualquiera de
ellos adornaría más que decentemente el cetme, el tricornio y el uniforme. Eso o
cualquier otra cosa mejor que esa vergüenza que siguen teniendo que exhibir
obligatoriamente y que muchos no sabrán ni lo que es ni lo que representa, y todo ello a exclusivo beneficio ideológico de aquellos fascistas que impusieron su uso hace tres generaciones y que, sobra decirlo, ni seguimos teniendo al mando ni jamás lo
estuvieron.
Y, por lo tanto, tampoco la ley Corcuera, aquella de la
patada en la puerta, que vino a consagrar lo que de siempre venía ocurriendo en
la realidad ya desde Chindasvinto, para convertirlo en razonado acto de ley,
aunque hoy casi a añorar, una vez sustituida ventajosamente por la ley Mordaza,
que añade la obligación del bozal a lo anterior; ni los recién advenidos a la
reestrenada categoría de presos políticos, ni el trato a los inmigrantes, ni el
apaleamiento de los votantes catalanes, abuelas incluidas, ni ese suspenso
general que nos otorgó ayer la Comunidad Europea en la lucha contra la
corrupción (incumpliendo apenas once puntos de sus directivas, sobre once en
total) pueden derivar de aspectos o actitudes procedentes del fascismo. No, pues de ninguna manera puede derivarse nada de algo que no existe ni existió, así que no seran más que visiones mías, me temo. Simples
alucinaciones. El fascismo no existe hoy ni nunca existió en España, y ya está.
Ciertos comportamientos
solo serán cosa del clima, de nuestra peculiar idiosincrasia o simple designio
del Altísimo y de la Virgen del Pilar, que no quiere ser francesa, y que
siempre se han ocupado muy especialmente de nosotros. Pero fascismo no lo es,
seguro. Lo he meditado mucho escribiendo estas líneas y ahora sé que puedo
descartarlo por completo. No saben qué alivio.